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cantos de secano
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Cantos de secano Gastón Gómez Lasa poemas
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canto s de se cano
© del texto, Gastón Gómez Lasa i sb n 97 8 - 956 - 8 7 65 - 0 0 - 4 p ri m e ra e d i c i ó n 12 / 2 0 0 9
i mag e n de p ortada Composición a partir de una imagen de Hamed Saber
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In memoriam
A Juan Agustín Palazuelos y Mauricio Wacquez. Agua y canto de agua, silencio de agua, frescura del agua transparente y la noche patriarcal sobre el agua temblorosa de estrellas. Agua y canto de agua, silencio de agua, metáfora infinita del agua rizada por el viento y la sangre, suspendida bajo la carne, se funde con rostros de palomas y esqueletos huecos. Sobre la piedra y el incienso de los cuerpos sumergidos ¿quién bebe en las noches el agua erguida de los sueños? ¿quién mueve la arena fina de la ternura?
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¿quién acaricia la luz que se inclina sobre la pupila estremecida? Agua y canto de agua, silencio de agua. Sobre un lecho de esmeraldas yo poblaré con inmensos sueños las órbitas y los párpados silenciosos. Bajo el arpa azul del cielo están fijos los ojos del ensueño y una colmena de cantos y ruiseñores derrite, lentamente, la cara enamorada de nuestros esqueletos. En los vientos nacarados y en la estela sucia y espesa de los caracoles no hay música ni aullidos roncos de agonía ni grandes puños y yelmos enfurecidos.
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Agua y canto de agua, silencio de agua. La boca ya no tiene nombres para las siluetas de cada colina ni para el verde festivo del trigo nuevo, ni para las brisas solitarias que comban a lo lejos el centeno, ni para cada una de las estrellas ni para cada una de las fuentes, ni para las piedras angulares de nuestros templos, ni para las rampas de seda de cada uno de nuestros sueños.
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Ni sombra ni nombre
Hay muertos en el cementerio de Paredones que gimen porque no tienen brisa, ni sombra ni nombre para sus huesos ordenados. En las terrazas de bruma cenicienta solamente el grillo aguarda sobre la rama seca la hora de su compañía. Mujeres con odres de pergamino y niños con rostros de cera caliente, buscan en su memoria un faisán enterrado baja la arena. Una cobra deslumbrada silba en las urnas deshabitadas y una paloma con su pequeña calavera fermenta junto a las puertas de pedernales. La impronta sonora de los vientos gritaba nombres oscuros y los primeros canes de la aurora hozaban arañas muertas con sus hocicos afilados.
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¿Quién poda los musgos sedosos de una sien con sueños y furores en un mapa vacío de peces deslumbrados? En este espacio libre de helechos mojados con un suelo duro de huesos grises, una flor se quema en el lejano carillón de un oído sin memoria. En este piso con rincones de plumas flotantes, los soles encuentran su derrota en una corola encendida y un sueño desertado pesa tanto como hombres agrupados bajo un cielo sin estrellas.
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A Celina
Esposa, que junto a nuestro lecho encontremos siempre una ventana sin barrotes donde los naranjos quietos, unidos por un mismo rumor, den pausa a nuestro deseo y a ese soplo de voces lejanas que prendió en la más alta estancia del mar.
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Yo quiero tener razón
Yo quiero tener razón cada mañana para coger gota a gota, en ligeras sandalias esa fragancia ácida, que asciende como una luz rosácea, desde tu alba anunciada. Yo quiero tener razón cada mañana para lavar en nosotros con esponjas de musgos plateados esa gran marejada, que en el vértice extremo de tu arco de mujer, entregó de pronto su larga mies de sabores salinos y sedosos. Yo quiero tener razón cada mañana cuando mi boca tiembla de pronto frente a tu flora cuidada
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por la humedad de tu propio rocío y acecho la lenta recuperación de tu aliento como si lejanas rompientes detuvieran un dulce oleaje. Yo quiero razón cada mañana.
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Que la cadena no se rompa
i Hay cielos rasos ovales, hay hipocampos olvidados, hay uvas, higueras que brotan de la roca desnuda y hay un trueno de gravas rosadas, pero también hay palomas debajo de mi cama. Cuando un niño busca una estrella, una rosa clara, una montaña de niebla azul zumo o esencia de flores nuevas, gentes vestidas de negro murmuran en todas las galerías entre cirios de cera, con sus largas barbas derretidas.
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II Bajo un portal de arcilla con las piernas estiradas sobre los estribos, niños venidos de lejos soñaban un sueño transparente, como una gota suspendida en la punta de unos dedos de estrellas —que la cadena no se rompa— —que la cadena no se rompa— Al pie de las casas erizadas de vigas en las aceras de calles sin ventanas, en medio de cráneos esparcidos de caballos huecos, unos niños venidos de lejos soñaban sobre la grupa de jinetes harapientos un sueño pleno
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—que la cadena no se rompa— —que la cadena no se rompa— Bajo la floración silenciosa de un atardecer con ramas retorcidas, abrazadas a la pulpa sorda y vieja junto a troncos seculares, que se encorvan con la primera caída de las nueces muertas; unos niños venidos de lejos, con un viento de arena sobre las cabezas contraídas, buscaban la medida de sus minúsculas cámaras funerarias y un sueño —que la cadena no se rompa— —que la cadena no se rompa—
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III Salgamos a los grandes bulevares y que las avispas estridentes grávidas de óxido estéril inicien su larga letanía. Salgamos, pues, y bajo los plátanos orientales escuchemos cómo los sapos copulan croando contra faunos celestiales. —Próton dsén Próton dsén metá túto philosophéin. ¡Evohé! ¡Evohé! ¿Dónde está mi tálamo de Eleusis? ¿Dónde el toro que rumía la alfalfa y los asfódelos? Pero yo espero
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al lechero. En esa gigantesca bitácora que se abre de cielo a cielo; todas las gatas montañesas truecan el olíbano húmedo de su surco mercenario. Salgamos a los grandes bulevares donde las hormigas, con sus uniformes grises, arrastran grandes huesos quebrados y la sombra alarga su pescuezo como un enorme ganso muerto en el ojo, el oído, el pulmón de la gente. El destello de estaño del cráneo vacío de la luna. ¡Evohé! ¡Evohé! Esta mañana amanecí con flores entre los dedos de los pies,
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y me dije en este día todas las cosas ya no tendrán costras y mi vida pasará hacia ti en chorro de estrellas inflamadas. ¡Evohé! ¡Evohé! ¿Quién puso palomas bajo mi cama? Hombres con párpados tiesos marchan por los grandes bulevares mientras los autos aúllan como viejos monos desencadenados, perdón, ¿puedo poner entre sus piernas mi mano? ¡Evohé! ¡Evohé! ¿Quién siente al cielo como si se desangrara en una cascada de planetas? ¿Quién espulga esta tarde a los gorriones?
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¿Quién toma el pulso a esas nebulosas de estrellas que se derraman en espirales locas como perdigones de un cartucho celestial? ¡Evohé! ¡Evohé!
IV Colonias dispersas de pájaros se agitan en los grandes cuernos vacíos del cielo. Son los heraldos de la aurora. En las gradas terrosas de las viñas una delicada escalinata de botones de oro se desenrolla. La mañana se desnuda y los ojos vacilantes se ahondan en el espacio informe.
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Las colinas arboladas trenzan el perímetro de un horizonte y las palmeras, mordidas por el viento, se nutren con el hueso de nuestros sueños. En un silencio rezagado, sin gritos ni cantos, ascienden hacia lo alto con sus cuellos tendidos, viejos dolores destronados. La mañana se desnuda.
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Paisajes costeros
I Pinares y hayedos en los arenosos llanos asolados, guardan hacia el atardecer el aire ensombrecido; y el lejano mugido del mar rueda a través de yermos bronceados y de páramos roquedales. Merinos balantes pisotean los surcos sin limo como llagas secas de una tierra sin sangre. Malezas, hierbas y zarzas polvorientas —inmenso sayal de campesina cenicienta— duermen la agria melancolía de un sueño gastado entre rocas y desnudos pedregales, cuando yuntas fatigadas rumian el mismo talaje de sus sombrías soledades.
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II Dispersas serranías de espaldas trizadas aguardan la glauca humedad de la ribera y el alto llano, los halcones sedientos proyectan imágenes de olivares grises, como harapos esparcidos en los huertos desnudos del horizonte. Cerros con plomo torneados, vientos de sal y sombra como timbales de plata molida, sonáis en mis sienes y tímpanos endurecidos. Abejares susurrantes que en el bostezo de la siesta buscáis el azúcar brillante de los naranjos quietos y en la floresta cárdena temblores de sales envueltos en mil pétalos vacilantes.
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III Si los vientos de sal y yodo no circularan revueltos sobre mis espaldas. Si el mar de frío bronce cortante no viniera a volcar sobre la siesta eterna de las arenas el cascabel ensordecedor de sus espumas vacilantes, si los pinos inmóviles no guardaran. como menhires custodios, en sus puntiformes cabezas la humedad errante, que se reparte a través de todas sus astas, que cansadamente, van descendiendo sobre la tierra agria, si la población dispersa de los girasoles de tallos finos y rostro entero no marcaran la hora que se desangra en el crepúsculo tardío,
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si desde un fondo verde cambiante no comenzara lentamente a agruparse el coro gigantesco de luciérnagas fosforescentes murmurando voces que nosotros no articulamos. Si en el centro de la noche cuando una luna tibia da comienzo, sin algarabías, al cortejo funerario de todos nuestros anhelos, que se aferran a la sal de nuestra vida, entonces, y sólo entonces —amada, dame tu mano— en la grieta arcillosa —que la lluvia desatada ha cavado en silencio— que tu sombra se alargue de repente y se quede aguardando el graznido agorero.
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IV Rampa de oro cristalino enturbia la losa bruñida de viejos pastelones cocidos en greda. Desde lo alto de las casuarinas cae un verde metálico que cubre un área de cactus y cipreses dormidos. En la angostura naciente erguida contra un cielo barrido por el viento, envuelta por un puño de torreones sin almenas vela la noche larga la vieja casona sin muros. En los techos de tejas calcinadas la mirada a lo lejos descansa, desafiando árboles tutelares que suben lentamente
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por un sendero de estrellas En los rellanos de los jardines colgantes los gusanos hacen crujir sus cárceles de seda y los vientos despiertos traen una cálida fragancia, que se hunde en el limo mojado y en la turbia floración de hedores sellados.
V Bueyes lentos y recios caminan sobre los surcos hundidos, con los pies sonoros y sedientos y en una tierra quebrada por tanto túmulo incierto, la mirada hueca de sangre espesa de un animal con pezuñas hendidas pone azúcar quemada en tus venas. La pesadumbre de la roca desata la cintura desnuda
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de una palmera, cubierta con voces lejanas, la pesadumbre de la roca desnuda las sombras de los encinares y graba en el polvo somnoliento un yelmo de granito, la pesadumbre de la roca corta las aguas heladas y el aullido del chacal que se angustia entre las coníferas dispersas.
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Canto a una mujer de secano
Las mujeres se pintan para una noche imaginaria —Vestales inconclusas— con la paleta doliente de un sol de coral y sus ojos ebrios con las estrellas de mar. Hay otras que en el silencio espacioso de las alcobas entregan a la noche una dulce quejumbre que nace de sus rodillas de oro y va a perderse en el mar de un largo estío. En las gradas del sueño no tienen confín los bosques. Azuzados por el alcohol y el punzante viento escuchan bajo la lluvia —a través de un largo tedio— cómo las aguas se deslizan
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horadando el torso gredoso de las laderas, y en una visión grandiosa —junto al muro de piedra— en los fangales de los llanos cuántos rencores de la tierra aguardan quietos la hora de secano cuántas lluvias ligeras sobre esas pendientes formaron lechos de ríos equívocos cuántas estrellas fueron a dormir en las aguas de los esteros.
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La arena cálida de los sueños
Me siento dueño y exiliado de los rumores de una noche, que acarrea sus propios dioses innominados y que no se desgasta, alimentada por los alisios yodados que se asientan temblorosos en los follajes densos de plata esmaltada. Me siento dueño y exiliado de todos los murmullos que envuelven el sueño recogido de las mujeres que aguardan, en la humedad de sus alientos, un alba abierta para sus verdes viñas no vendimiadas; que aguardan todavía sobre el lecho mismo del mar el comienzo de ese gran cántico de espumas que se abre para beneficio de sus carnes ricas en sal.
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Me siento dueño y exiliado del anhelo que irrumpe como corriente de un agua más verde que la savia y la espora, que el cobre y el yodo, como si toda la mar diera su única pulsación en una gigantesca marejada junto a los yacimientos de tu gran amor. Me siento dueño y exiliado de la estación de los vientos que marchan en cadena y con una voz mugiente abandonan sus lejanas arcas selladas para modelar, en el espacio glauco de nubes desconcertadas las sombrías vestales de una foresta mayor, el rostro evanescente
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de los sueños cargados de temblores. De sueños que se levantan sobre las cenizas de nuestras hazañas frustradas, que se abrazan como deidades errantes a todos los cascos de plomo y basalto que cierran las grandes rosas de invierno. De sueños que se desvisten junto al rastrojo y la arena, de sueños que ríen bajo las lágrimas por una ánfora sin pedestal, de sueños adheridos a troncos amputados, sin techumbre para la gaviota marina, de sueños que ofician ante los ojos frágiles de los niños y que en el derrame
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de un sol de mediodía restituyen al alma toda su anchura. ¡Hay tanto sueño no soñando y tanta doncella con su cabellera desatada! ¡Homenaje cercano a todas las riberas que en una noche ardiente vuelcan sobre el surco primerizo de la amargura mil sabores de auroras nuevas! Me siento dueño y exiliado de todos los pórticos de piedra que guardan todavía la fuerza oculta de mi canto. De un canto que no es más que nombre para todas las fuentes que otros limpiaron con la primera aurora.
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De un canto que no es más que nombre para todos los perfumes funerarios que levantan en espiral las fogatas de zarzas forestales. De un canto que no es más que un nombre para todas esas frescuras de abismo que tienen sabor de virgen lacerada. De un canto que no es más que nombre para todos aquellos que yacen junto a hornos ardientes con una espera náufraga en sudor salado. Los umbrales de piedra ya son calle para los primeros pesares y ya no basta reír entre lágrimas para iluminar un sueño que se pega a la arcilla gredosa de novias secanas.
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Es la hora
En el centro solar de los naranjos de raíces amarillas que ignoran la dulzura de la vejez y que, cabizbajos próximos a una tierra que siempre desea ser más sorda que los cielos sin fondo, cielos fatigados de entregar al alma incierta oscuros presagios, sellos rutilantes de pactos inextricables, fulguraciones que son anticipos reales de prodigios para el iniciado, allí busqué otros árboles con grandes curvas en las cinturas y que sus ramas revueltas fueran la partida para otras carreras que el hombre inventa para afianzarse, cuando —en el cielo sin bóveda descubrió que ha entrado en un vasto reino
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para un cuerpo que ya no tiene sombra. Es la hora de un sueño con más viento, con más follaje, con más raíces para empañar unos ojos que perdieron sus párpados transparentes. Es la hora en que los nombres ya no nombran cada cosa y las flores voraces que crecen en las palmas de todas las manos sobre la mesa de la abundancia ya no devoran los sobrios manjares de tu pertenencia.
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Plegaria
Sé que por el mundo hay una que otra persona para quien mi existencia no es un gasto inútil en la creación. Sé que por el mundo hay una que otra persona cuya presencia da sentido al cosmos desde su formación. Sé que por el mundo hay una que otra persona en cuyo centro quisiera estar, de cuyo centro quisiera participar. Sé que por el mundo hay una que otra persona a cuya plenitud quisiera contribuir. Sé que por el mundo hay una que otra persona bajo o encima de la tierra
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por siempre adherida al pulso de mi corazón. ¡Poderes ocultos de la creación! Para estas personas yo pido una más alta protección.
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Himno a la tierra
Observa cómo las hojas caídas aguardan en todos los planos de los patios silenciosos el paso soberano de un sol sin heridas. Ahora es tiempo de honrar, mientras haya corredores de piedra ardiente, el fruto grave que está junto a nuestros muros. Ahora es tiempo de honrar, mientras losas de bronce sostengan el pretil solitario de las cisternas, el agua dura que se templa en la guarida sin bóveda y sin nombre.
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Ahora es tiempo de honrar, mientras el peristilo de cien vigas somnolientas, los dedos fieros que no dejaron huellas en las armaduras del tijeral. Ahora es tiempo de honrar, mientras haya brazos que se agiten, la ofrenda diaria que alguien, sin voz para el canto, pone sobre el plato de nuestras manos. Ahora es tiempo de honrar, no con loas de gineceo y cantos de ensueño, las napas superpuestas, como barcos de arena, en el flanco herido de un monte sin cadenas. Ahora es tiempo de honrar, no con gemidos ni palabras vanas, el surco duro
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de las viñas donde se desangran mil soles del mediodía. Ahora es tiempo de honrar, no a los hombres junto a un rostro sin ruido de mar, la mano de arcilla y el hombre de gran sueño en la tierra moviente de una casona con muros. ¿Quién, entre nosotros, recuerda la aventura arrogante y ese sueño lejano de hombres que supieron encontrar bajo la zarza ardiente y la piedra blanca, el murmullo ceniciento de lluvias que no desembocaron? Que alguien llame a la sibila del ensueño o que alguien invoque a las diosas pintadas
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con el pálido bermellón de una acuarela agrietada, que nos digan, ¿dónde volverán a estar las cabelleras y los ojos estriados de mar?, ¿en qué frente de mujeres beberemos el nacimiento de las estrellas y la llama amarilla que se hinca en el umbral de las arenas? Ahora es tiempo de preguntar dónde estará el testimonio del pórtico que formaron las alamedas y las carretelas de animales ausentes con niños de garganta para un dolor no nacido.
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Homenaje a los precursores
¿Quién responde por los troncos arrinconados y sus gárgolas batientes que escupen a ángeles caídos? Y las galerías sin espejo que escuchan contigo la llegada de una noche abierta a todos los prodigios. Y en la austeridad del sueño y del brebaje hemos gustado la larga tristeza de escanciar con yelmos y ánforas sin pedestal el genio de la violencia. Porque nuestra búsqueda no es de metales ni de oro congelado ni de esponjas de mar ni de sales recién cristalizadas. Porque nuestra búsqueda no es de rosas gigantes
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en tambores de piedra ni de espadas bruscamente alzadas, sino, con el cayado en la mano, vigilamos el vuelo de la espora, semilla y germen de un vástago nuevo.
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Cantos nupciales
Perdóname, he disfrutado tanto mientras empapo mi boca en tu boca húmeda de estrellas y siento que se desploman entre nosotros corredores tras corredores de fuerzas vegetales sin nombre y se aproximan en batallones por las calzadas de los senderos, los trigales grávidos de verde y de oro polvoriento. Perdóname, pero ya hemos iniciado la leyenda de esa danza de fibras que pende a lo largo de nuestra cintura y que rompe la sucesión de las infinitas tardes grises, cuando en el tenso desgarramiento de los tejidos he juntado mis labios en la cúpula de tus pezones derramados y la cuenca superior de tu sexo tierno ha comenzado a desprender,
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pausadamente su pólen de terciopelo. Perdóname, pero es un soplo que quema descendiendo hasta los cartílagos, los huesos y el humus de todos los universos nuevos. Es un soplo que lanzamos hasta el hielo de todas las deidades y hacia los niveles somnolientos donde los prados submarinos crían peces transparentes, como puñales de plata. Perdóname, pero es un simple succionamiento que abarca tu cuerpo entero con delirios, ensueños, plegarias y cantos. Es un fermento de agonía que, como chorro de simiente iracunda es fuga y un diálogo de fermentos que se abrazan
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en las nebulosas frágiles de tu carne. Perdóname, pero no hay palabras sino monosílabos sonoros y deslumbrantes para esos planos gemelos de tu espalda arqueada que descansa en mis manos dadas vuelta. Perdóname, pero no hay palabras sino monosílabos sonoros y deslumbrantes cuando mis dedos, como delicados cilindros, ruedan y trepan por las rodillas entreabriendo los zarcillos deslumbrados de tus suntuosas envolturas.
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Perdóname, he disfrutado tanto que solamente quisiera perdurar en la cálida embriaguez de tus ojos extraviados, en tus axilas frecuentadas por antiguos perfumes olvidados y en la delicada ruptura de tus membranas. Yo quisiera perdurar en la base misma de tu garganta y recibir las sílabas apocalípticas que escucho cuando me escondo en tu regazo abierto con mi boca. Perdóname, he disfrutado tanto que espacios, atmósferas, mundos nuevos
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se abren para mí, silenciosos y somnolientos como si una gigantesca marejada sin rompientes me depositara de rodillas en un continente de nadie. Sin embargo, mi estancia estará siempre en ti mientras mis codos distendidos contengan la fresca corteza de tus cartílagos superiores, mientras cientos de estrellas me quemen girando en los alvéolos diminutos de tu extensión que es canto paralizado, mientras en todos los niveles palomas grises de ámbar
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tejen en sus labios una red sutil de zumos nuevamente recuperados.
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La mujer amada
Amada cercana y lejana la noche está apenas comenzada y ya los temblores silenciosos alzan su cabeza contra los vastos espacios azules. Una claridad de luna se ha detenido en los bucles oscuros de tu cabellera cuando con mis rodillas separando las tuyas he franqueado el pórtico de tus catedrales submarinas. Esposa cercana y lejana ¿acaso no he habitado siempre en la mujer amada y un imperio de carne infinitamente suave hemos fundado los dos?
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¿No estoy acaso junto a la semilla que ahora es tuya cuando mi planta busca la firmeza del cimiento de los pastos, los tallos espigados, la fuerza oscura de sus copas que se aventuran en los umbrales de la atmósfera? ¿No estoy acaso envuelto en el viento de la tierra esperando que la cebada verde transforme en sangre su agua dispersa? ¿No estoy acaso junto al pino de las dunas que combate de noche y de día en su propia soledad en su propia espesura?
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¿No escucho acaso el estallido de voces de estrellas lejanas y prisioneras que se extinguen con el sol sonoro de todas las mañanas? ¿No estoy acaso junto al espasmo de muerte de esta mariposa que esparce su polen, su seda, el oro de sus alas sobre la costra tersa de la tierra?
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Canción a la primera amada
No he estado siempre junto al crecimiento de palabras nuevas musitando una alegría sin nombre juntándonos y separándonos en toda la extensión de tus delicados cilindros de fibra y carne cuando por los músculos de mi torso trepan danzando brasas de simiente, marejadas iracundas de agonía, explosiones de estambres violentos que rasgan las cúpulas y los velos de los templos, escuchando cuando mis ojos caen sobre el ámbar extasiado de tus órbitas a los jazmines y a las enredaderas que avanzan, como crisálidas quietas de ternura, por las junturas y las paredes de tus membranas,
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con su rizo verde de esencias renovadas mientras tus caderas redondas como cipreses blandos y oscilantes ignoran la inercia quemante de tu cáliz fino y de esa mucosa encendida con bruma y aura con una antártica de lava con mis venas exaltadas.
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Canto postrero
Amada cercana y lejana yo te tomaré de la mano y caminaremos juntos hasta fundar un reino de ternura y silencio para abrevar el zumo de cada semilla y esa lechada de estrellas que rompe todos los diques y que disuelve la fuerza de todas las mareas, ¿acaso junto a ti, en la sucesión de tus dulces sorbos sedientos no he comenzado a crecer desde el fondo mismo de las cisternas en la diversidad de mis simientes? ¿Acaso no he sentido dentro de ti el poema de una planta nueva, la plegaria en una meseta desierta la estructura dirigida de un árbol viviente el cántico de los vástagos entre el granito y las estrellas?
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Allí estábamos
Corriendo frente al largo rizo de sodio marino invocábamos la primera morada para nuestras visiones, mientras el hombre desarraigado y multiplicado levantaba desparramadas ciudades de vidrio y hormigón con sus altos muros de estiércol y líquido edulcorado. Y, de repente, allí estábamos, en el centro del desvío de todos los trenes, bajo el sopor estremecido con gritos, voces y conversaciones entrecortadas, como si estuviéramos aguardando confundidos con imágenes dispersas y recuerdos fragmentados, en estaciones y empalmes de micros y buses abandonados. Pero era tarde. Ya no podíamos cubrirnos
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con nuestros títulos de Licenciado en los claustros superiores de la protección materna. Estábamos, de golpe, en los puestos de avanzada para la remoción de los caídos y como abejas altaneras criadas a la sombra del naranjo que perfuma el sueño y favorece las exigencias y las escondidas voces de sus cuerpos, ataviándose sus cinturas de cimitarra con el rocío de las primeras flores.
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Crepúsculo
En ese silencio que corta sólo el hilo tenue del rumor, los pensamientos revolotean, como viejas palomas asustadas en alcobas oscuras y en largos corredores, pero, de repente, como si una arena fina cayese grano tras grano desde el cielorraso crujiente, suben por nuestro cuerpo unos suaves labios húmedos y una larga cabellera untada por el mismo casco nocturno que ciñe al naranjo al pino y al ciprés. ¡Eran los rostros de las mujeres eternas ofertadas para el primer galardón!
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¡Allí estarán siempre las primeras nupcias concertadas trepando las gradas del desprendimiento repentino para los primeros templos imaginados ¡Loor a esa inmensa ternura anticipada que, a oscuras, se aproxima siempre a la mujer elegida! ¡Madre, madre, dame el hilo de tus manos para atar la luna! ¿Dónde estabas tú, amada cercana y lejana, cuando te busqué en todas las terrazas y las pendientes que van hacia el mar, cuando te busqué
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en el linde de las rosas? ¿Dónde estabas tú cuando busqué a quién explicar la sombra, la piedra y la mudez transparente de los templos? ¿Dónde estabas tú cuando quise desplegar por primera vez sobre nuestros hombros el mapa infinito de las estrellas jamás leídas? ¿Dónde estabas cuando te busqué en el silbido tenue del viento entre los olivos gris plata de los potreros ascendentes y en el lánguido gemido de la gaviota sobre la superficie de siena y marfil de las rocas puntas de Tralca?
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¡Cuántas veces con toda la extensión de mis músculos esperé el manifiesto alcalino de tu belleza por encima del arco iris de tu ternura naciente ¡Cuántas veces estuve junto a ti a la sombra de tantas higueras esperando que el ruiseñor de terciopelo pardo estremeciera hacia el atardecer su garganta satinada henchida por una canción!
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Visiones de paisajes
De improviso, grupos de bambúes cimbreantes y de girasoles quietos señalan, con arrogancia agreste, los bajos farellones purpúreos y unas pequeñas caletas olvidadas donde despunta la pluma cincelada de algún laurel o un regimiento desordenado de olivos. Son los arroyuelos montañeses que se han abierto paso hacia los valles encajados y han cubierto de algarrobo y litre los verdes pedregales. Mujer, mujer, ven conmigo a contemplar la luz amarilla que tiende una mano de gemas trasparentes sobre los contornos difusos de las dunas tendidas.
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Y desde los mundos sumergidos de la memoria, desde las aguas profundas del ensueño surgen rostros y ojos cubiertos Con un vidrio líquido más cortante que la raíz coralina del metal batido. ¡Son nuestros padres desvanecidos que comen en mesas pulimentadas con los oídos distintos y la vista separada! ¡Madre, madre de todos los rincones y los tiempos, dame el hilo de tus manos para atar la luna! Pero, ¿quién deposita grandes peces muertos que bostezan
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debajo de todos los colchones? ¿Quién corta la larga filiación de los recuerdos tirantes como puños crispados y en copa de qué cristales se reciben las lágrimas que se escurren hacia adentro?
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Primer encuentro
Sobre la superficie aceitada de una carne opalescente con vísceras que estallan en nuestro estómago como negras burbujas de obsidiana, la lanza y el músculo enamorado con su obstinada potencia se astilla en la curva más pura del movimiento de un corcovo prolongado, con estambres concentrados en sus caracolas gemelas y que no tiene resaca ni memoria. Como una procesión de peces esmaltados de improviso dispersada, como una columna incandescente ¡se abre de par en par una plenitud de temblores apretados! ¡Como si infinitas palomas dejaran sus túnicas abandonadas!
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In memoriam
Madre: Siempre sentiré que tú fuiste la que tejió en el centro de un sitial luminoso mi jitona mortal y que algún día te pondrás junto a mí para que esa gran risa de los inmortales nos una en el mismo paño del sueño en la clámide misma de la muerte.
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Perdóname
Perdóname, he disfrutado tanto cuando fui hacia ti sonriendo y esperando y puse mis manos entre tus manos y durante el día entero continúo respirando esa atmósfera de aura tibia que se suspende dulcemente bajo tu vestido. Perdóname, he disfrutado tanto como si largos planos de agua corrieran entre tú y yo cuando la hermosa sonrisa de niña se inmoviliza y una crisálida bajo el hueco de tus pies apaga su ensueño con una nube de lirios asustados. Perdóname, he disfrutado tanto buscando con mi boca
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la orientación de mis viajes submarinos y he aplicado mi rostro de un cráter a otro cráter como una abeja suspendida y vacilante sobre mil corolas. Perdóname, he disfrutado tanto espantando a reses inmóviles que beben en el río mirando sus propias caras cuando nuestra separación esencial se ha consumado. Porque ahora estamos junto al eje del mundo, que se estremece y tiembla y que acelera su rotación nerviosa cuando hemos sido lanzados bajo una marejada de rocas nuevas y montañas de arena y de cenizas y girasoles derrotados.
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Yo siempre te cubriré con el musgo de los mitos y de las fábulas, con el hongo y los helechos de las profundidades. Yo me incrustaré, inundándote de piedras cristalinas y de esporas en tu reino, que lentamente se desgrana en una sucesión de silenciosas explosiones. Perdóname, he disfrutado tanto. Ven, sentémonos juntos y mezclemos nuestros pulsos hasta cuando sienta que mis dedos han encontrado una diadema de filamentos y una tibia vertiente que bañe tus rodillas con espuma de lava fresca y yodo con sabor a cenizas. Cuando
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caídas blandamente sobre mi costado y todos tus pares de labios se apretaban contra mí y allí quedábamos, tú y yo, clavados para siempre en la memoria exclusiva del anhelo y en ese río de caléndulas que corre hacia el silencio infinito. He disfrutado tanto porque sé que una mirada, un gesto, una inclinación de cabeza, un beso de sorpresa, tu pecho entero sobre mi boca quiebran la fluencia obstinada del momento. Porque sé que no hay tiempo que se engaste más allá de la muerte mientras tú estás siempre en el umbral
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del instante detenido tibia y madura. Entre las rodelas sedosas de tus vértices arqueados, mientras te he penetrado suave y lentamente, sin premura ni atropello y ya no puedo frenar entre hojas movidas por brisas sin viento, esa cuadriga de estrellas que galopan temblando.
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Soledades
Cuando en las tumbas cansadas linajes de serpientes cumplen destinos a pasos lentos, hay curvas de silencio y hay paisajes con charcos de arena y hay campos despojados de canciones y de imágenes de peces que se caen hacia los flancos de un lecho de río, donde crecen los sonidos de las viñas, siempre habrá una lengua que con la fantasía no atada bebe tu mucosa de aguas inventadas y una luna redonda que calza sus sandalias de oro y se esparce en simientes con certificados de licencia. Cuando en las tumbas abiertas hay fondos de arena gruesa,
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columnas de grillos vagan lejos de sus pequeños santuarios de limones secos, y peucos que en la madrugada endurecen sus yelmos escarlata sobre rebaños de vellones quietos. Cuando las sementeras olvidadas se calcinan en las terrazas con terruños de piedras funerarias, hay sauces como largos faroles flotantes y voces de mujeres que pasan como estribos de plomo, y grandes cuencas de cera para pájaros muertos en las cloacas; y hay un olor de ceniza en las trenzas negras y unas esporas agrietadas que lanzan graznidos como pájaros salvajes extenuados por su vuelo.
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Paredones en sueño
Sobre los frontones carcomidos de lápidas que se ahuecan paso a paso con el olvido, yo quisiera una pantalla de gemas cristalinas y un firmamento con sabores de laurel y de brazos fundidos. Yo quisiera que en la brisa marina de la medianoche el peso de la gleba sin cadenas, ni hierbas ni púas se hunda en la prisión húmeda de nuestros vacíos sin visiones; Yo quisiera que el aire yerto de la luna con sus cuernos helados haga girar al revés la carne rosada de nuestros sueños, porque la bruma sucia del calendario se descorre como un edredón disperso
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de risos flotante, de yelmos espumosos sobre nuevas olas, de besos dados sobre paredes desnudas. Yo quisiera que un silencio de ramas con franjas de luna ilustre el toldo inmóvil y el linaje de los muertos, y que sus trajes funerarios beban, con raíces que se abrazan a la sal y al mármol. Porque hay miradas que viajan como estrellas y cambian las atmósferas olvidadas, porque hay ángeles y musas que se comen una langosta de arsénico con sus dedos prensados, porque hay gavilanes que no truecan la soberanía de sus alas por un puño de rocío.
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Yo solamente quiero
Cuando entre los grandes pinos las palomas se embriagan con la papilla espesa de las hormigas con sus ojos semicerrados y su lengua de cuchillo. Yo quisiera esfumar las sombras imprevistas que rozan los ojales ocres de las lozas de los pórticos y gritar que el calcio de mis huesos está en todas partes, ¡Porque tengo pulsos recién horneados y oídos mayores sin una llave para esa gran lechada de estrellas! Cuando una sola vaca pasta bajo un cielo barrido,
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no hay en su córnea acuosa una alegría trasparente; Cuando muchachas desnudas disfrazan su fragancia ácida de sal, leño y espuma, hay cristales de lava que chocan dentro de un sueño sin ataduras. Ahora yo solamente quiero una fragancia tan pequeña como la almendra verde y morder en tu cintura de agua las primeras espinas de fuego.
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Hacia el cementerio de paredones
Silenciosas colisiones de hojas dormidas dejan mil huellas para iluminar espacios que los ángeles ya no dominan. Árboles sin fermento quiebran sus raíces a flor de tierra y en los rincones y pisos deshabitados de techumbres sin batientes, carnes tristes se ovillan junto a helechos congelados. El sueño ha perdido su imperio y el párpado abierto no se abre ya a las desordenadas praderas de las estrellas. Ya no hay un sueño que sostenga, ni derrotas ni victorias que estrangulen las culebras de niebla, que rampan en el cementerio
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de Paredones. Como un sordo deslizamiento de arenas desgranadas hacia un mar sin altas orillas, como si alguien con paso desprevenido aplastara minúsculos huevillos que anuncian —en el interior del oído— todas esas pequeñas muertes cuando un sol se pone de pie en lo alto del mediodía.
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Ya no hay nadie
En la humedad del alba entreabierta, en el centro de la mujer amada y con la explosión de todas las estrellas dentro de nosotros, ya no hay nadie que nos diga, ni nos musite, ni nos exclame, porque hay una marejada nueva que asciende desde mis pies hasta la superficie transparente de tu piel.
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Himno a la mujer
Ya no quiero tener razón frente a ti que eres mar, flor oscura, arena tostada, gavilla encorvada, estambres brillantes y tersos como todos los tallos silvestres, ya no quiero tener razón porque tú eres una bruma infinita y esa mucosa tibia, porque tú eres esa onda de los cipreses blandos y el feudo de todas las catedrales, porque tú eres aroma salino y lejano, perfume inmenso y cercano y corona de estrellas. Por ahora ya sé que ante ti, junto a ti, avanza mi fuerza heráldica, el grito y la búsqueda de una metamorfosis, la grafía legible
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para una partitura mítica, el lenguaje claro de una fábula augusta y sonriente.
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La casona sin muros
Porque sé que este corredor empedrado, sus tejas rojas sonoras, sus montantes de piedra de arena, sus arcos tirantes en silencio, sus bóvedas de madera, un patio con rincones de copihues y buganvilias estará siempre junto a la tierra que perfuma la sombra y la gran carga de las estrellas… yo te digo, esposa, hay barro seco en la playa marcada y el pulso de la retina abierta se quiebra contra las cisternas desertadas. Porque sé que es tiempo de quemar nuestros cinturones de morueco, el pasto amarillo y la uva que fermenta en el lagar.
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Porque sé que es tiempo de ofrendar el leopardo que se pierde en la viña, el sueño que se triza en un cielo sin fondo, la virgen desnuda que se aferra a la grupa de un toro y el curso vacilante de una paloma que cruza sus alas frente al dolor del viento. Porque sé que es tiempo de honrar con el brazo a la altura de mi sien cuántas veces hemos nacido en la noche y en el día sin extensión.
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Atardecer en Boyeruca
Esposa cercana y lejana. El mar arrastra lentamente sus pequeñas ampollas de espumas hasta las últimas dunas de arenas finas y quemantes y alimenta con su carga ambigua de cristales de sal y yodo los retorcidos dedos largos de algunos pinos perdidos y dispersos. Las gaviotas describen girando seguras espirales, para ser llevadas por un viento que muele y despedaza a ese paño de mar en sus propios colores. Sin embargo, estas coníferas, como paraguas vacilantes, apuntan siempre hacia las estrellas que titilan como pupilas
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tan lejanas, tan tensas y tan heladas sobre el dorso quebrado de estas colinas de Boyeruca que hasta la voz de una niña, allá en la penumbra de los olivos nos perturba. De improviso y como anclados en una flora silvestre de agua nuestros paisajes amarillos se mueven y se inquietan y mis oídos se llenan con las trompetas ahogadas que brotan de todas las barrancas como si quisieran proclamar en las atmósferas indiferentes el rompimiento doloroso de sus vestiduras vegetales. Nuestras almas penetran como los vientos en estas grutas improvisadas
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de greda, flores silvestres y eucaliptos distanciados y en sordina entonan doloridas salmodias funerarias. Ven, amada acerquemos una vez más el oído a esta tierra dura y callada para que nos penetre el despertar de una congoja, tan difícil de musitar, como cercar con una cadena la sombra tenue que la membrana multicolor de una mariposa desliza sobre la cuenca impotente de nuestras manos.
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Zozobra en una metrópolis
Vamos, seamos honestos, en esta ciudad que desciende sobre nosotros, como un techo escalonado de hollín y de poluciones atmosféricas ya no nos queda amar nuestro reflejo en el rostro tenso de los demás, ya no nos queda olvidar que hay una mano de dedos infinitos que en las criptas sofoca el respirar de los muertos. En esta grotesca pintura cromada que late alrededor nuestro como un interminable feto invertido me digo que soy un extranjero, un excursionista de cualquier estrella, un hombre cualquiera.
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Un niño en Playa Ancha
He disfrutado tanto que toda mi piel mis oídos y mis ojos se llenaron de una dulzura poderosa y tranquila y vuelven sobre mí como un mar petrificado e inmóvil de techumbres de pizarra que rutilan y vociferan las primeras imágenes de mi infancia en las quebradas de Playa Ancha, de un niño que nació mirando mucho a ese cielo de nubes inmensas y que a veces cogido por extraños temblores buscó pisar la tierra fresca, de un niño que vio en las gradas gastadas y en lo alto de las escaleras de madera ancianas
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enrollando en sus torcidos dedos negros ovillos interminables de lana, mientras los guardianes del cementerio se acercaban agitando manojos de llaves y la hierba nacía en matas junto a las tumbas llevando a la osamenta quieta de los muertos el perfume y la frescura de la tierra nueva, de un niño que buscó caminos a tientas ascendiendo por los acantilados y en sus manos un bastón de madera de olivo y que bajo sus primeras ventanas sintió gruñir a perros desconocidos
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que siempre alimentarán nuestros insomnios y nuestros temores. Y todas las noches el mar con grandes voces viene a romperse sobre la playa ancha de arena. Inmóvil ha quedado sobre el curso secreto del tiempo esa leve queja de las hojas al ser pisadas en el jardín de San Pedro. Celebrando su primera ráfaga febril de anhelos correspondidos un coro de cigarras con vibración solemne cantaba oculto en el polvo de matorrales mientras los charcos tapizados de guijarros blancos registraban la agitación inaudita
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de inmensas libélulas. En todas las esquinas del jardín de San Pedro hay un barco de piedra y un tilo; la primera melopea de melancolía infantil elevó allí un canto áspero y salvaje.
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Afrodita en la noche
Seamos honestos, hay días en que podría por igual buscar con mi boca la lenta separación de tus membranas suaves, como leer a Homero en versión original. Perdóname, he disfrutado tanto, pero yo sé que esta noche el cielo estará surcado de estrellas fugaces y yo, rompiendo el cerco de tus rodillas lleno de visiones de playas tibias y de cañaverales lejanos, de rocas blancas y de viñedos escalonados, de un gran bosque de retama acostada.
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Y siguiendo la línea de tus labios hasta la barrera esmaltada de tus dientes, después, con los ojos cerrados, me he acercado a tu garganta para escuchar rumores, voces, mitos, profecías, usurpaciones y hexámetros embriagados, el cuerpo entero de los mundos perdidos. Mientras el cielo está surcado de estrellas fugaces.
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Eros en las arenas de Bucalemu
He disfrutado tanto cuando el ruido del viento que viene del mar se ha perdido después sobre la tierra callada estremeciendo palmeras y olivos, cuando la líquida claridad de la luna ha dejado estampada en tu piel tibia y desnuda, la plata contorsionada de nuevas catedrales, cuando en los rígidos cirios verdes de los cipreses hemos visto aves nocturnas burlar nuestros reposos, cuando sobre las dunas escalonadas se extiende una bruma ligera que opaca
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nuestras voces, cuando solos en medio del silencio hemos escuchado al mar construir paciente sus lentas grutas pétreas lejos de la playa ancha de las arenas. Cuando abrazados sentimos que una lava ardiente, a grandes pulsaciones, se desliza entre nosotros a través del convulsionado arco iris de gemas liberadas.
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Ensueños
I ¡No hay nadie que quiera coger con mirada de brillo tenso, naranjas grises bajo la luna! En los cementerios ya no hay terrazas con jardines, ni rosas diminutas para tantos huesos quietos!
II En todas las esquinas veo sapos rumiando pétalos de maravilla y ocas enanas exprimiendo limones maduros!
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III En estas calles de ripio congelado hay cisnes negros que tiemblan bajo la sombra de los estanque en duelo!
IV Los párpados inflamados ya no reconocen por las huellas de sus pasos en las arenas la simple belleza de una silueta morena!
V Por ninguna parte hay niñas que comen
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frutas suavemente mirando al mar! por ninguna parte las nubes transparentes flotan como sortijas brillantes en la hierba profundizada! por ninguna parte el grano de nuestros sueños vaga y vuela y crece al principio como una pequeña hierba verde!
VI La bruma ascendente cae sobre una corona de hojas azuladas y sobre pequeños jardines llenos de rosas!
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Noche larga en la casona
Lavad la piedra de vuestros umbrales en las bodas largas del Estío. Anoche en el espejo de mi sueño, rebaños de peucos negros descendieron para rozar con sus garras tensas el agua ofrecida en odres de morueco viejo. Anoche, en el espejo de mi sueño monstruos y sombras sin linaje arrastrando grandes trozos de gárgolas desmontadas ofuscaron una captación de aguas fuertes en los viveros de las montañas. Anoche en el espejo de mi sueño bambúes enloquecidos y salvajes unicornios —en medio de arroyos pálidos sin destino— masticaban el alfalfa dorada y el trébol tímido tumbado en la corteza.
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Anoche en el espejo de mi sueño una reyerta de ladridos lejanos y niños en cuclillas en un río de sudor salado desorientaron los pasos precipitados del día y la tibia incubación de una caricia con alas gigantes. Anoche en el espejo de mi sueño niñas sin nombre —en las vías del silencio— sorbían un olor de boldos y buscaban la arcilla humedecida de senderos gastados. ¿Pero quién siega en las huellas del trigal su hastío? Lavad la piedra de vuestros umbrales en las noches largas del estío.
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Sueños duros en San Francisco de la Palma
A veces, frente a las ventanas abiertas, sobre un paisaje de tinieblas que labran metales, velo un sueño de nardos olvidados, de volutas y arquitrabes de madera. A veces, frente a las ventanas abiertas siento un sudor lento de gotas crecidas sobre mi pulpa viviente, como una escala de baldosas con escamas de peces. A veces, frente a las ventanas abiertas alguien cuelga sobre mi sueño viejas pieles de serpiente y un pavo levanta su cabeza de tulipán polvoriento. A veces, frente a las ventanas abiertas hay tortugas que bostezan
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calmadamente y unas cariátides sin narices recogen sus peplos. A veces frente a las ventanas abiertas siento un olor de almendras amargas en mis uñas y metopas con tachuelas doradas, un ojo de buey que gotea sobre una urna funeraria. A veces, amada, me digo: todo lo que pudo sentirse fue sentido y las últimas bóvedas del sueño están vacías. A veces frente a la ventana abierta un sueño se posa, con aliento de verde álamo, un sueño con vahos de grama regada.
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Divagaciones nocturnales
En nuestros lechos de pino claveteado hay sueños que se ovillan como puños cerrados. La marea baja de la medianoche y los flancos tenues de los ojos se clavan sobre los peldaños tras la niebla, incierta. Porque hay corredores de encina consumada, donde la luna pasea su esqueleto de planeta frío, porque hay sombras de campo y sílabas que caminan dentro de un humo de espirales, porque en ausencia de playas y litorales hay visiones que no penetran el ópalo gigante de nuestros anhelos, porque hay una golondrina inmóvil y ramas de brazos redondos y hojas de monedas huecas y sombras que no tienen boca. Hay sueños que se arrastran como colonias de hormigas junto a la miel de oro quemado
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de la flor amarilla. Cuando la mueca soterrada de las obsesiones —guardianes de las fronteras polares— destruye la maravilla del agua y la sucesión de los puentes donde los pájaros, con sus voces juntas, aíslan el cántico de toda la extensión con sus raíces y su migajón astillado. Hay sueños que la memoria captura, como una jaula abierta, para atrapar a un águila gigante y a chispas agonizantes de una hoguera hiperbórea. Hay sueños que explotan en la bóveda de nuestras gargantas como oscuros sonidos palatales. Parecen antílopes
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que pisotean la plata y el cobre martillado. Parecen tortugas que rumian lotos bajo la lluvia y el viento. Parecen mujeres viejas que limpian sus rostros agrietados con ceniza amarga, mientras toros de humo se atolondran en el vaso esmaltado de la embriaguez. Parecen orugas lentas que arrastran el plexo sin armaduras en la huella secreta de su trayecto. Parecen muñecas de niña que entibian su garganta aterida con piedras de pedernal y llantos metálicos. Son ojos que no penetran ni el espacio ni la materia ni las escamas tatuadas de los cascabeles, ni la abeja, que en la oquedad
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liba la propia circulación de las palmeras.
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Una luna en la casona sin muros
En alguna parte el capullo de seda del ensueño alumbra la lenta epifanía de una imagen la luna baja sobre las viñas y vierte en la copia regia de nuestra somnolencia la nostalgia infinita por las amantes no vendimiadas y una tristeza con huecos fríos gotea su baba líquida sobre los párpados yacentes, como si una luz con gemas de fantasía se astillara en las breves orgías de las liturgias nupciales.
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Afrodita de tierras secanas
No hay pupila, ni rostros ni brazos de bronce que detengan la marcha lenta de todas las dunas sobre la túnica caliente de tantos santuarios depredados por el viento. ¿Sabes tú quién estará siempre junto a un niño con ojos redondos en el centro de una noche poblada de silencio? No tenemos compromisos de fianza, con las cosas de todos los reinos, no queremos que nuestra montura se ate sobre el lomo reluciente de ningún cuadrúpedo de crines podadas con filo obediente, no buscamos ni oficio ni rango en los vaivenes de un circo giratorio con jinetes sin guante duro para la brida y la herida sin llanto. ¿Sabes tú quién estará siempre junto a un niño con una garganta abierta para un temblor sin voz ni aliento? Responde: ¿dónde están nuestros iguales? Sobre el tálamo que mil cortezas de espino
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fabricaron, bajo sombra y cielo de auras quietas, tu palma abierta sobre la mía, escucha cómo se levanta mi alma cautiva. Del más fresco de nuestros pastos, de lo más tierno de nuestras gavillas, del más bermellón de nuestros frutos, —¡oh dioses!, que contempláis nuestros rostros desnudos— fue ésta tu carne formada. Une tu ruego al mío mientras nuestra misma sangre, desde lo alto de un mar estrellado, busca la quietud de los pequeños lirios de las arenas. Responde: ¿dónde están nuestros iguales? Es la hora alta de la mañana. ¿Quién grita con el viento? ¿Quién se lamenta en los sedosos fondos del abismo sin sueños? ¿Quién recibe la ofrenda de mil brazos de vientos apurados junto a las palmeras de astas gigantes? ¿Quién palpita en la savia ascendente de los tallos resquebrajados?
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¿Qué ensueños por nadie soñados hacen girar el turbante de un puñado de cabelleras embriagadas? ¿En qué regazo de virgen somnolienta he podido decir: tu lecho ya no me inciensa porque allí el hombre no afronta su destino? Dime, amada, ¿quién puede medir la dulzura enlazada a tu cadera y la violenta ternura de nuestros rostros encontrados? Ya estás aquí. Habitación sólo en ti tengo. ¿Quién velará, junto a mí, sobre tu flanco derecho? ¿Quién sentirá que su surco de azucenas ha sido embargado ya? Escucha cómo en nuestro derredor aletean mil cosas sin nombre. Y nosotros navegamos en bajeles acompasados con la mano puesta en la empuñadura de tu cadera.
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Ausencia en la casona sin muros
¡Oh, dioses quietos! ¡Cuánto amor no musitado queda adherido a los dinteles sonoros de los corredores apagados! ¡Cuánta silueta con rostro amado sintieron correr por sus manos el hirsuto vellón de un calor inesperado! Tejerán en la espaldera de un cielo sin fondo una clámide sideral para confín de tus ojos? ¿Quién podrá liberar, en lo alto de la madre, el enjambre de odas sin palabras que un silencio de abetos negros ha entrabado con sus garras arpadas? ¿Quién responderá a la Casandra de todas las edades? “Que las cosas del mundo te sean vanas”. ¿Quién, dime, quién, sino la que, en una hora más libre, retenga en el hueco de tu palma la almendra de marfil de una luna abierta? En el centro de las cenizas muertas de los cuartos levantados sentí, en una noche extraña, mil pasos de sombras con sus alientos extraviados. Dime, ¿quién, a esta hora en que las constelaciones perseveran con sus
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nombres y traen para mí ese pequeño grito contenido? En la hora más alta de nosotros mismos, todos marchamos al exilio junto a la flora tardía en las playas desunidas.
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Boyeruca a lo lejos
En la cumbre de los acantilados laminados de oro, allí donde el mirto y el gavilán retienen en sus alas y en su cuello abierto la uña tibia de un dedo rosado. Allí donde la mar quebrada con lentejuelas de luna incierta lleva hacia otras riberas, la melena revuelta de algas sin guarida. ¿Dónde está el rayo del presagio que se quiebra sobre la grupa tumefacta de los peces que sin voz ni aliento, se desposan en la cámara cristalina de un tálamo sin doseles? ¿Eres tú o yo quien gime por tanta marejada? Yo soy el amante, y tú ¿no eres más que la amada? ¿No eres más que una imagen quemada por el llanto? No es fácil juntar la mirada ante tanto deslizamiento de arena
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ni quebrar el arco solitario de tu aliento que busca el sueño cuando eres terraza móvil cubierta de pámpanos y yo anhelo la huella tibia y salina de un puerto de tantas rosas negras de acanto.
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En una playa
Bajo una luna distante de córnea esmaltada he sentido una brisa transparente que quebraba el silencio de las playas inundadas y tú, protegida por tus vestes inciertas, que tantos sueños han bordado de imágenes y dulzuras soterradas, entregabas en el brocal de tu cadera junto al metal que se calienta con avena silvestre y azucena matinal la gema temblorosa de tu cautividad.
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Ataredecer en Bucalemu
La humedad del mar inicia, como la arena invisible, su lenta emigración hacia nuestras fosas y cráteres recién apagados. Es la hora quieta. Bajo los pórticos de madera, las losas de ladrillos ocres se rayan con la luna, y el oído —como el vacío resonante de una caracola— repite el gemido inútil, que venas metálicas han grabado en las facciones, y los helechos de nuestros anhelos, antes de caer en sus nichos de cuero, iluminan la bóveda con su panal de estrellas.
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Capellanía del estero
A la hora de las fundaciones, todos los astros solitarios quebraron sus rodillas en el lastre viscoso de un mascarón con burbujas de polen enfermo; y las vastas aguas que frecuentaban los légamos sedosos multiplicaron el silencio de los pozos a tajo abierto. ¡Qué fresca su argamasa gredosa! ¡Qué nueva la paja brillante y amarilla! ¡Qué rotundos los arcos del pie descalzo! ¡Qué cimientos con sus raíces como de metal pulido! A la hora de las fundaciones una luna de bronce, en el hueco gigante, rompe el azul de las cadenas y a través de los dinteles, con sus ladrillos blandos, enciende
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con un brazo de luz los grandes placeres primigenios. A la hora de las fundaciones el viento dispersa un campo de nubes y la visión perdida en el espacio se ahonda hasta tocar el horizonte.
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Sueños de secano
No hay grupos de santuarios olvidados ni efigies fundidas en arcilla o en bronce ni tumbas hundidas en los médanos desconocidos ni pozos que succionan una península de sombras. Cuando el cielo se enrosca sobre los muros de sostén, cuando la luna se encarama desnuda, un niño ahuyenta una cobra con un cuchillo de madera. Cuando en los huecos de las mandíbulas la lengua ejerce, sobre las encías sin dientes, su vigilancia inquieta una brisa húmeda de tierra se altera en las pequeñas trompetas de azucenas. La cabra, con su labio hendido,
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huele la savia lechosa con su perfume ocre de leña quemada y los baldes laminados se salpican con la grasa blanca de su espuma y una esfinge ofuscada con sus grandes órbitas deslumbradas inventa una virgen, para su leche violada y avanza desnuda por la calzada de su sueño.
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Silencio al atardecer
Es la hora de todos los silencios. Es la hora del silencio para un horizonte, que de repente, contrae sus franjas rosadas. Es la hora del silencio para las nubes que llenan de extremo a extremo las rutas celestes con su apresuramiento y para esa alba tempranera que, como animal sediento, lame los viejos racimos agrupados de las estrellas. Es la hora del silencio para la casona con sus paredes mojadas de rocío y sus pequeños santuarios de barro seco que dibuja en la laca ocre de los cántaros
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antiguas danzas de frisos olvidados. Es la hora del silencio para la casona vieja, con sus aposentos de colmena donde hay gemidos de poesía y una cosecha estremecida de tibios temblores que separan sus plumas en las largas redes de las manos como enjambres de palomas.
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Tambores de pieda del exilio
No sé qué sombra poderosa ha seguido mis pasos. No sé en qué fogatas de zarza a lo lejos, sentí la mano quemada de la aurora. No sé en qué cisternas de piedra afilada encontraré agua para lavar la sal de un rostro con órbitas desorientadas. Cuántas veces junto al cactus en la arena vi la silueta muerta de una mariposa en la mano de una doncella. No sé hacia qué otras riberas van grandes palmas muertas ni dónde está la eternidad que duerme en las dunas cenicientas. No sé por qué el mar apagado se aposenta en cuartos sombríos ni dónde está en el banco del sal la cabellera húmeda de la esfinge que retrocede con el mar. Ya no sé en qué rincón de este corredor sin cornisas cortan mis dedos de vidrio los tambores de piedra del exilio.
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Antes que nuestro soplo se extinga
En el dintel del sueño, allí donde se escucha el enjambre del silencio, hay que levantar un pedestal de piedra y una losa custodia de pórfido, antes que nuestro soplo se extinga en los arsenales de los esteros dormidos. ¡Levantad un túmulo de corolas a mi nostalgia quieta! ¡Erigid piedras de río revuelto a la gloria de mis sueños! ¡Apagad las hogueras de zarza y espino y no deis de beber a las larvas blancas del osario! ¿A la medida de qué corazón se ha consumado tanta tristeza? Una luna de mejillas quebradas se arrodilla sobre el espejo de una viña de silencio y las copas de bronce de estos lugares se doblan cansadas de un sueño sediento.
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Expectación de secano
En mis venas pálidas he sentido el susurro de una caracola que entonaba la vieja leyenda de mi nacimiento. Con el fin del día es el dolor que se eleva como vaho de tierra, como un collar de espumas que apaga la infinita lámpara del cielo y del mar. Es la hora en que el ritmo y el murmullo de la sangre profieren la fecha próxima para nuestras gemas vivas que funde su sombra con el advenimiento de la oscuridad, como si una plancha de dunas corredizas retuviera la memoria de tantas nupcias con la piel entera.
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¿Dónde está el arado para este sueño tan vasto? Y una brisa contenida en las lianas del sauce peina con dedos inciertos una crin lacia de niña. Los astros precarios ceden sus puntas de lanza a una larga línea cálida y un disco forjado de amarillo. El murciélago, con su visión invertida dejó de tajear la sábana oscura de la noche y en las alturas de las palmeras ha enterrado nuevamente la semilla espúrea de su trayectoria clandestina. La vieja casona, cuando los bordes del cielo se tiñen da chasquidos,
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estremecida por el gong silencioso siente cómo sus muertos se nutren con el olor de las cosas. A lo lejos, como fragmentos de una gran procesión olvidada bandadas de palomas giran aspirando la atmósfera del sueño y una visión de placa trizada clava, en los esbeltos ídolos de piedra, sus agujas oxidadas. Son los vocablos cautivos, son los pesares singrafía que con su miel silvestre proyectan reflejos de tinta y predican contra el metal amarillo.
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En las dunas de Bucalemu
Sobre todo el ancho del mar te has extendido y espuma de oro y de yodo se ha formado en el estío de tu cintura. Mil dedos tiernos se han multiplicado para levantar el sello real que cautela el surco primigenio de tu imperio. ¿Dónde está el capitán de corazón solitario que mantenga en puño el timón de su bajel griego lejos de las riberas asoleadas, a la vista de palmeras con sus trenzas desatadas? La frescura de todas las fuentes bajo las arenas, el cristal y el yodo salino de todas las burbujas, la raíz y savia que asciende jugosa por el talle recogido de palmera, tu rostro entre mis manos —agua de oasis aprisionada— y el sabor de todos los metales
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en nuestra boca. Sólo una noche de prodigios, con perfumes en las corolas y zampoñas en el comienzo de la aurora, semilla y germen oculto en el oro líquido de tu sangre, mi aliento se desata sobre los hombros desnudos y busca la hoja blanca de tu garganta, y toma toda la medida de una virgen de ánfora arrancada en red del hueco del mar, y la marea cargada con todos los anhelos del deseo tú que eres nido para todas las alas junto a tu rostro de repente olvidado, y con la palma de la mano entre tus dedos cerrados siento que desde todos los rincones de un universo despoblado —silencio en la cisterna— —pastizal y pino en la tierra delgada— —lluvia tenue sin voz ni canto— se aproxima la más inmensa de todas las procesiones.
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La audiencia de las estrellas
Y la tarde se hunde en una oquedad sonora de palabras sin acentos, de dolores sin nombre, sin colores, sin siluetas, sin olores punzantes, sin heridas frías que te persigan, sin espasmos que te aprietan en los latidos de la carne, nada más, nada más que la ampolleta amarilla del cráneo esmaltado de la luna sobre las cosas. Nace la hora débil de un canto crepuscular, de un canto que sorbe el rocío de los cristales y las brisas roncas que se deslizan, con estrellas muertas en sus cabelleras y a través de las vísceras el primer crujido de todas las ausencias,
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porque es la hora turbia, porque es la hora de licenciar —entre las sales grises y con una trompeta de plata puesta sobre las sienes— las grandes elegías del silencio, porque nadie ha conocido como tú y yo la lenta floración en los alvéolos de arenas, y en la piel sentido un roce lejano de pestañas un soplo, como el soplo de un nacimiento, en el fondo nacarado de una alianza quebrada, de una alianza renovada, porque nadie ha aguardado como tú y yo junto a las rocas vacías la audiencia de las estrellas, cuando el apocalipsis de la luna temblaba en tu garganta ofertada y en una rada de arenas sin memoria,
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girasoles solitarios encendían sus capullos de llama.
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Loor a un patio de naranjos enanos
¡Loor a las brisas que murmuran y se desorientan entre las encinas umbrosas y sacuden el agua ruda sobre el verde ácido de una vid! ¡Loor a los vientos encontrados que se lavan los pies bajo una lluvia tenue, mientras la tarde amontona como semillas sus estrellas! ¡Loor al perfume de leche salina y a las breves orgías, entre doseles nupciales y a la ofrenda de tus senos levantados con mis manos! ¡Loor al grito lejano de los vientos que se agrupan en toda la hierba y raspan
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las primeras entrañas de la gleba arcillosa! ¡Loor a la brisa desatada que empuja el globo redondo de la espora y las hojas que se ovillan cuando un alba se pinta en los muros! ¡Loor a esa floración repentina de pequeñas gemas vegetales y a esas trenzas de polvo con gemidos de hierba en los potreros desiertos! ¡Loor a esas brisas que a la hora inmóvil del mediodía, estremecen la gorguera de las palmeras con un susurro seco y apagado! ¡Loor a la ráfaga tenue de la aurora que sopla con su lechosa fosforescencia marina, las gotas de plata de los estambres! ¡Loor a todos esos vientos
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desorientados que, como golondrinas que cambian de rumbo en pleno vuelo, se adentran en la trama de paja del adobe! ¡Loor a esa ofrenda de los vientos que despiertan a los grillos sobre la hierba crujiente y asustan a una paloma atada a la noria!
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La araña de los anhelos
En días como éstos siento que mis anhelos de siempre trepan, como grandes arañas cansadas, la testera de mis sueños. ¡Brisas entre agujas de cristales! ¡Bronces de urna con olores de agua profunda! ¡Ancianas vestidas de negro con un huso de lana en los umbrales! ¡Hebras y lianas de seda para atar sueños junto a los asfaltos sedientos! ¡Olores de sándalo ente grumos, grieta y migas de panes! En días como éstos siento que las nubes se aprietan como tablas suspendidas y sólo hay sombras en sus aguaceros. En días como éstos
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mis anhelos de siempre ya no trazan en las tinieblas sus estelas de esmeraldas inflamadas.
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A veces
A veces frente a las ventanas abiertas sobre un paisaje de tinieblas que labran metales, velo un sueño de nardos olvidados de volutas y arquitrabes de madera. A veces frente a las ventanas abiertas siento un sudor lento de gotas crecidas sobre mi pulpa viviente, como una escala de baldosas con escamas de peces. A veces frente a las ventanas abiertas alguien cuelga, sobre mi sueño, viejas pieles de serpiente y un pavo levanta su cabeza de tulipán polvoriento. A veces frente a las ventanas abiertas hay tortugas que bostezan calmadamente
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y unas cariátides sin narices recogen sus peplos. A veces frente a las ventanas abiertas siento un olor de almendras amargas en mis uñas y metopas con tachuelas doradas y un ojo de buey que gotea sobre una urna funeraria. A veces, esposa, me digo: todo lo que pudo sentirse fue sentido y las últimas bóvedas del sueño están vacías. A veces frente a la ventana abierta un sueño reposa con aliento de verde álamo, un sueño con vahos de grama regada.
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El duro silencio
En los paisajes recién extenuados la noche cae, con su escarcha de estrellas, y los grillos, con sus linternas amarillas, alimentan a distancia las heráldicas de sus exilios. Una brisa de tierra avanza por los enjambres de las caracolas y enhebra su lamento contra troncos arrancados. Y el rebaño de vacas nocturnas pace su asombro quieto reflejando en sus órbitas acuosas el duelo de la luna. Cuando la lechuza exalta su chillido con el jugo de los insectos vacíos, cuando peces deslumbrados agruman la clara batida de las almohadas, cuando un agua lisa
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con frente de niña dormida dispersa las espinas oscuras de las cañas, cuando en un biombo de oro y violeta los viejos dolores dejan sus zapatillas blancas llenas de aguas tiernas y claras, entonces, el silencio dura y en los musgos de sus sienes, en los espejismos de agua con la humedad que suena, el tiempo como curso de mareas esculpe en la memoria anfiteatros de arenas.
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Esposa en la playa
Yo sé que a lo lejos nubes de sangre seca recorren las alamedas cargadas de profecías. Yo sé que a lo lejos, en la oscuridad verdosa de los jardines abandonados hay palmeras que se mueren sin convulsiones ni quejas. Yo sé que a lo lejos la fuerza del mar se paraliza bruscamente y las olas se arrastran cojeando sobre la arena. Yo sé que a lo lejos bajo el vuelo vasto de las gaviotas el falaris acumulado con olor de mármol caliente devuelve al cielo su espectro verdoso, yo sé que a lo lejos se ahondan las heridas de los muros con huellas de pie descalzo.
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Hedores fermentados han empapado de orina y dan a la boca, el gusto de cal viva. Yo sé también que junto a las vacías cadencias de las olas tobillos de amantes subastadas podrán caminar hasta la última lengua de arena. Yo sé que a lo lejos la arena se posa sobre el rizo del mar, como un polvo de ladrillos suspendidos para estallar en las alcobas cerradas como burbujas eléctricas. Yo sé, que a la hora de los helechos gigantes siento caer sobre el medallón cárdeno de tu pecho una montaña de seda,
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y que a lo lejos el aire seco y vibrante rompe la vaina rígida del viento, y un arco de palomas deslumbradas se escapa de tus brazos, de repente, alzados.
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A la amada de la casona
El otoño ha llegado, un mar con colores de algas y lejanías se encabrita en los estuarios de arenas, y las brisas, como hidras desatadas, se extravían en los corredores empedrados con sus bóvedas vacías; en la casona sin muros, se queman, como especias de oriente, cortezas y lampazos de pino y buscamos en sus cenizas tardías la antorcha de sus victorias y el abrigo de su esqueleto regio. ¿Dónde está aquélla que tembló junto a los vidrios poblados de surcos y caminó ligero sobre la losa familiar? ¿Dónde está aquélla que lavó con inmenso sueño de mar los peldaños rojizos y los patios desgastados con árboles de sombra y flores sin podar?
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Las palmeras del exilio, las encinas de follaje perenne, los aromos sin flores cortantes y los pinos ansiosos de su permanencia. ¿Quién podría, alzado en sus talones, hacer un gran incendio y esperar que se levanten con fuego grandes sueños de humo gris blanco? ¿Quién podría, alzado en sus talones, recibir con la mucosa abierta un mensaje de hojas quietas que se corrusca con la presión de un fuego amarillo? ¿Quién podría, alzado en sus talones, esperar al emisario sin turbante que galopa en la alfombra aérea de los perfumes exhalados? ¿Quién podría, sentado en sus talones, invocar con su aliento los sueños que se prendieron en el hueco flotante
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de sus promesas? ¿Quién podría, alzado en sus talones, sentir la presencia de un hombre que grita doliente por este mismo instante que es la última terraza para todas las buganvilias que se yerguen. ¿Quién podría, alzado en sus talones, recibir las voces sonoras de dioses quietos que nunca se han puesto de pie para soplar, junto con todos los vientos, los altos frisos de los furores atrasados. ¿Quién podría, alzado en sus talones perseguir las mil siluetas de una lengua de fuego con el arpa eólica de un sueño no soñado aún, junto a la espiral cenicienta de tantas hijas agotadas? ¿Quién podría, escuchar,
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en todas las pistas de la tierra, sobre los dorsos de dioses enterrados la arena lenta arrancada al guante de las piedras? ¿Quién podría, levantar contra los vientos —que dibujan la curva dormida de una montaña— una bóveda de arena para alimentar en el altar de la vehemencia?
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Premoniciones
Ya no habrá más tiempo para una memoria que se ha esfumado en los flancos sin corteza de troncos llenos de profecía. Ya no habrá más tiempo para una garganta de mujeres y para las azucenas violentas que un cóndor, con escamas de oro, remontó para sentir la premura agonizante de sus dientes sedosos. Ya no habrá más tiempo para soles ni arenas ni bramidos de marejadas ni oleadas de rompientes que vengan a recibir a una luna con su aflicción plateada. Ya no habrá más tiempo para el ayuntamiento del toro en potreros separados de alfalfa caliente ni cartas de alianzas se firmarán contra brisas que giran en lo alto y vientos que caen en rociadas. Ya no habrá más tiempo
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para un sol que se aferra en el hueco de la colina y disipa una bruma clara sin encontrar hojas con lustre y cristal de rocío. Ya no habrá más tiempo para viñas que despiertan a estos hombres atados a ruedas de piedras de un girasol sonámbulo con nubes vacías. Ya no habrá más tiempo para beber el zumo caliente de esta tierra que huele más de cerca como palma más de cerca como palma cóncava de doncella desertada. Ya no habrá más tiempo en esta tierra de alfalfa amarilla con brisas calmas que reposan en los rincones de cenizas bajo los batientes de espino de las galerías.
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Una estampida de vientos difusos desboca y rompe el sello real en una tarde que se ennegrece. Vírgenes distantes ya no caminan sobre el légamo de la noche y un montón de gavillas desatadas ya no orientan un sueño de surcos helados en la última lunación de un fondo de estrellas.
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Premoniciones II
Ayer, hacia la hora en que un sol de contornos difusos se corta en el filo de la loma, ascendí con paso ligero, dejando a mis espaldas grandes mantos de viñas enyerbadas que succionaban el bautizo tempranero de un jugo de violenta. Las brisas en silencio me asediaban como estampida de colmenas y los cuarzos de tierra cobriza buscaban en la ruta vana el freno y la coyuntura de las raíces asustadas. En esta espaldera de boldos y quillayes sagrada por el espacio y los vientos, ¿cabe, amada, en el corazón del hombre tanta dulzura? Yo sé que en estas tierras secanas hay vahos de arena y que, a veces,
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ríos muertos se despiertan en grandes lechos sin cimientos. Yo sé que aquí no hay nadie que levante con voces de mando una apelación a los guerreros que se llevaron la sal de la tierra, a los osarios de los grandes halcones desheredados. Yo sé también que hay llagas que supuran lentamente en las galerías de grandes espejos de piedra. Yo sé, que las simientes aladas se empapan en la vertiente de un dolor abierto a todas las fronteras del viento.
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La casona sin muros frente al mar
En estos corredores con su pulso quieto de espacios sin viento, oigo el seco aliento de las cigarras y los charcos vacíos de peces. Con mis dedos puedo romper la plata empapada de los olivos y temblar con la nota de bronce del queltehue extraviado. Por los peldaños transparentes de todas las cuencas celestes busco el sonido del agua vertiente y esos vientos sigilosos que crispan los pequeños rincones del mar inerte. En las paredes de cal viva siempre cuelgan cuerpos de aves rastreras, como si una pesada cortina se contrajese sobre nuestras espaldas
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y, mientras la gran moneda de bronce trepa con pasos lentos en la oscuridad desnuda, niñas se descalzan sobre la alfombra de las arenas descoloridas. En todas las playas con curvas huecas el viento, —puño cubierto por un guantelete azota las olas espesas de espumas contra un gran dedo de roca levantada.
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Poder decir
Poder decir que uno se ha sentado sobre el abismo que se abre en medio de una niebla que recorta el horizonte envuelto en un vaho violeta de arenas húmedas de golpe recalentadas, poder decir que uno está solo entre los vientos que braman en sordina a lo lejos de frente al mar y que las caracolas disecadas devuelvan el murmullo cristalino de tantos arcos de espuma vueltos a formar, poder decir que ya no es hora de firmar convenios de alianza ni actas de autoridad con el fruto consumido de todas las vides que no se sienten bajo la transparencia de sus párpados esa queja sin medida
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de tierras encarceladas que hacen rodar sus cráneos de arena, poder decir que hay un comienzo de canto en tus dedos, porque cada cosa del mundo te es nueva y la huella que deja tu paso en la grama del trébol un viento con espuma la herede por encima del crepitar de voces que arrastran espejos de piedra a las puertas de un desierto sin rocíos.
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En los jardines de la casona
Como amantes ciegas se abrazan las buganvilias a los pórticos enmohecidos y sobre los techos del barro crudo se siente aún al pie descalzo aplastar la paja amarilla y brillante del trigo. Cercan el jardín rústico frente al vano de las puertas cuadriláteros de hortensias que velan a naranjos inciertos mientras las casuarinas quietas, como esfinges torturadas, siguen el vuelo de unas palomas por el cielo desierto.
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Despedida
El ala de un águila muerta cubrió de improviso mi rostro, de sombra. Y yo esperé y esperaba que una horquilla violenta se abriera paso en las galerías subterráneas de los gusanos blancos, yo esperé y esperaba que removiera todas las raíces de estos galeotes sin coraza para el tiempo hasta estallar las tumbas de sus cimientos. ya es hora de olvidar el tiempo que se ahueca y rozar las delicadas narices de los peces. Ya es hora de olvidar las luces de cera y el hollín blanco que endurece con lágrimas los recipientes de espuma congelada. Ya es hora de olvidar
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en los largos corredores de cemento el aire que respiramos y esa tierra oxidada que se adormece en nuestras venas. Ya es hora de olvidar quietos en la sala de espera de la memoria los perdigones que caen como cuentas de vidrio de un cartucho celestial. No hay lengua ni pupila quieta ni rostro dibujado contra el moho negro emergentes de las tumbas antiguas.
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Marejada de amor
Cuando el mar retrocede, dejando en la arena mil ampollas de espuma. Cuando guijarros aceitosos ceden a la succión de unos labios húmedos sin lengua y el viento se acuclilla en el follaje de algarrobos olvidados siento, entonces, como si apretara entre mis manos la garganta de una mujer amada.
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Nostalgia
En la Urbe una bruma de arena aguarda sobre su frente de esfinge dormida la floración tardía de una mirada vasta de ternura y el lento crecimiento de un atardecer sobre la pulpa viva de mil peces con escamas de agujas. Troncos quietos y solemnes bajo planchas de cemento sin tierra libre buscan en los vientos muertos la nupcia secular de otros brazos truncos. ¿Quién deposita vasijas de agua clara en todas las esquinas? Más allá de una cascada de flores imaginarias, sobre una pista de alquitrán hay imágenes de dioses convertidos en lunas de espejo
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y una reja de metal cortante. ¿Quién deposita vasijas de agua clara en todas las esquinas?
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Índice
In memoriam ............................................................ 5 Ni sombra ni nombre .............................................. 8 A Celina ................................................................... 10 Yo quiero tener razón ............................................ 11 Que la cadena no se rompa ................................... 13 Paisajes costeros .................................................... 21 Canto a una mujer de secano ................................ 28 La arena cálida de los sueños ............................... 30 Es la hora ................................................................ 35 Plegaria ................................................................... 37 Himno a la tierra .................................................... 39 Homenaje a los precursores ................................. 43 Cantos nupciales .................................................... 45 La mujer amada ...................................................... 51 Canción a la primera amada ................................. 54 Canto postrero ........................................................ 56 Allí estábamos ........................................................ 57 Crepúsculo ............................................................. 59 Visiones de paisajes ............................................... 63 Primer encuentro ................................................... 66 In memoriam .......................................................... 67 Perdóname ............................................................. 68 Soledades ................................................................ 73 Paredones en sueño .............................................. 75 Yo solamente quiero .............................................. 77 Hacia el cementerio de paredones ....................... 79 Ya no hay nadie ...................................................... 81 Himno a la mujer ................................................... 82 La casona sin muros .............................................. 84 Atardecer en Boyeruca ......................................... 86
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Zozobra en una metrópolis ................................... 89 Un niño en Playa Ancha ........................................ 90 Afrodita en la noche ............................................... 94 Eros en las arenas de Bucalemu .......................... 96 Ensueños ................................................................ 98 Noche larga en la casona ................................... 101 Sueños duros en San Francisco de la Palma ..... 103 Divagaciones nocturnales ................................... 105 Una luna en la casona sin muros ........................ 109 Afrodita de tierras secanas ................................ 110 Ausencia en la casona sin muros ....................... 113 Boyeruca a lo lejos ............................................... 115 En una playa ......................................................... 117 Ataredecer en Bucalemu ..................................... 118 Capellanía del estero ........................................... 119 Sueños de secano ................................................. 121 Silencio al atardecer ............................................ 123 Tambores de pieda del exilio .............................. 125 Antes que nuestro soplo se extinga ................... 126 Expectación de secano ........................................ 127 En las dunas de Bucalemu .................................. 130 La audiencia de las estrellas ............................... 132 Loor a un patio de naranjos enanos ................... 135 La araña de los anhelos ....................................... 138 A veces .................................................................. 140 El duro silencio .................................................... 142 Esposa en la playa ................................................ 144 A la amada de la casona ...................................... 147 Premoniciones ..................................................... 151 Premoniciones II .................................................. 154 La casona sin muros frente al mar ..................... 156 Poder decir ........................................................... 158 En los jardines de la casona ................................ 160 Despedida ............................................................. 161 Marejada de amor ................................................ 163 Nostalgia ............................................................... 164
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Cantos de secano de Gastón Gómez Lasa se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2009 en los talleres de CyC Impresores. Se tiraron 500 ejemplares.
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