Varias semanas repletas de días del tipo hola soy el jueves tu tranquilo y tu a lo tuyo que yo lento pero paso, y no, tampoco esta semana tengo nada nuevo para ti, lo siento se hace lo que se puede, y a ver si hay suerte y los demás te traen algo. Y así seguían pasando, lentamente cayendo uno detrás de otro hasta ese día, que el chico llevaba esperando un buen rato por ser uno de esos días importantes, que no son un simple jueves del tipo hola que tal, sino que son días con nombre, el de siempre, pero esta vez con apellidos, Día. Jueves Treinta. Lo pone así en su tarjeta de presentación, entre las otras que forman la página de este mes del calendario en la pared. Aeropuerto se lee bajo el nombre en la tarjeta, ya no impreso sino escrito a mano, a modo de recordatorio. Ese día, el chico se despertó con los planes en la cabeza, como si hubiera estado despierto las pasadas seis horas pensando en lo mismo. Esperaba estar ahí puntual para recibirla. Ya saben, se pierde el chiste si quien llega sale y tiene que esperar a quien espera que lo espere. Así que ese jueves, Día. Jueves Veintitrés, al volver de clases fue todo un comer de prisa, ya me voy, me llevo el coche, llaves, cartera, flores, ya estuvo, clutch-reversa, cluth-primera, mierda los cigarros, camel por favor, clutch-primera y al llegar al aeropuerto ticket del parking, planta baja llena, primer piso a reventar, putas obras de remodelación, segundo piso ahí hay un hueco. Mejor dejó las flores en el coche, ahí dentro seguro habrá alguno que otro más con flores y qué molesto cruzarse, mirarse, y saber que están pensando los dos lo mismo el uno del otro, sin poder evitarlo Sentir complicidad con el desconocido o envidia de protagonismo. Cerró el coche y fue un poco después de todo esto cuando sucedió lo que sucedió. En algún punto de su trayecto hacia la salida del parking se dio cuenta de que llevaba, no sabría él mismo decir cuánto tiempo, parado en pose del más natural aunque apurado andar, pero sin alejarse ni un centímetro de aquel punto, como estancado en el mismo lugar, sin haber dado un paso desde hacía tal vez varios minutos. Incluso pensó que podría llevar más de
una hora en ese trance del que ahora salía con la misma sensación de esta mañana, de no estar seguro de haber dormido ni de estar despierto ya. Varios minutos más tardó en ser realmente consciente de lo que le estaba sucediendo. No estaba estancado ni congelado ni muerto como llegó a pensar, estaba simplemente andando más lento que nunca, sentía todo su cuerpo moverse sin que tuviera él mismo mucho que decir al respecto, su cuerpo se movía hacia delante, dispuesto a dar un paso más en su camino hacia la salida del parking (y a su vez entrada a la terminal), pero era impresionante la lentitud con que lo hacía. La confusión era tal que durante este tiempo no había podido reaccionar con el pánico y la angustia con que reacciona cualquier persona en cualquier situación cien veces menos inquietante. Pero al parecer comenzaba a llegar ese momento de angustiarse, de pensar y razonar ya fuera del trance y la confusión que lo que le estaba pasando no era normal, estaba de verdad llevándole varios minutos levantar el pie izquierdo, que era el que se encontraba mas atrás luego de haber impulsado probablemente el ultimo paso que alcanzó a dar este chico con normalidad, antes de que algo se rompiera en su cerebro, que era la idea que pasaba ahora por su cabeza. Algo tenía que haber pasado, claramente la parte de su cerebro encargada del andar había llegado al final de su vida útil, o por lo menos ya andaba en las últimas. Le pareció bastante lógica su hipótesis, algo se le había roto dentro como a la radio de su habitación, que ahora parecía reproducir cualquier cinta en versión interpretada por el diablo mismo. Pero las partes de su cerebro no eran piezas como las de la radio y tendría que haberle golpeado una roca en la cabeza para que algo así le sucediera y aun así sonaba bastante de dudar, además de que no sentía dolor en la cabeza ni nada por el estilo. Abandonó la hipótesis y fue su vanidad lo que ahora le llevo a otro punto de su discusión interna. Dejó de preocuparse por el porqué de su lentísimo, gravísimo andar y sintió vergüenza de lo que pensaría quien pasase junto a él. O peor aun, podría ya
haberse agrupado bastante gente para mirarle desde lejos, desde algún punto de este segundo piso del parking del aeropuerto, podría haber gente burlándose del imbecil que juega a ser estatua, y él sin poder ni voltear a verlos porque le llevaría horas girar el cuello. -Qué bueno que no estaba en Europa porque ya se habría detenido alguno a tirarle una moneda por su arte, y que malo que estaba en un parking por que las cámaras de seguridad lo estarán filmando todo – pensó. Ella seguramente ya estaría camino a casa, decepcionada y triste de que no había ido él con flores a recogerla. Se preguntaba ¿Quién le avisaría? ¿De qué forma iría ella a enterarse de que él sí había ido a buscarla, e incluso seguía ahí pero algo terrible le estaba sucediendo? Dejó de hacerse estas preguntas cuando le llamo la atención la inclinación de su cuerpo, pero distrajo pronto su atención, el terrible sentimiento de haber perdido la vista de un instante a otro, de haberse quedado ciego, no lentamente como todo lo que había estado haciendo, sino súbitamente. Y súbitos llegaron la angustia y los nervios y los pensamientos optimistas que libraban su más feroz batalla contra los primeros, hasta que de pronto, unos segundos mas tarde, se hizo la luz, y la recuperó la calma. Habiéndose acostumbrado a estos pasajeros segundos de ceguera, que ocurrían cada vez que se volvía inevitable parpadear, que venían sin avisar, pues aunque seguramente sus parpados caían con la misma lentitud con que pasaba todo ahora, sus ojos y su mente disponían también del tiempo suficiente para acostumbrarse a ver por ese par de rendijas que se abrían y cerraban lentamente incluso cuando estaban a punto ya de cerrarse por completo, volvió su atención a donde se le había requerido unos minutos atrás. Sintió cómo su pie izquierdo había logrado terminar de dar el impulso y se encontraba ya suspendido en el aire, tan solo rozando el cemento del suelo con la punta del zapato, pero su pie derecho no estaba empujando el piso hacia atrás para que su cuerpo avanzase sino que más bien, si no le engañaba su cerebro dañado, (porque las
hipótesis descartadas por absurdas siempre terminan dando alguna ultima patada de ahogado) su pie estaba también flotando, igual que el otro pero a un nivel tal vez uno o dos centímetros mas abajo que éste, donde debía estar el suelo pero al parecer no estaba. Y bajando. En el tiempo que le tomó pensar todo esto, su pie había descendido unos 5 centímetros más, así que no hizo falta ver para creer. Antes de iniciar un movimiento de cabeza para ver dónde pisaba, que le llevaría unos seis o siete minutos, (ya empezaba a tener en cuenta lo de su actual lentitud antes de dar orden de iniciar cualquier movimiento) a lo que tendríamos que sumar el tiempo en que sus pupilas que seguían mirando hacia el frente lograran bajar y enfocar lo que vieran, ajustarse a la nueva luz que las intentara penetrar, el chico tuvo muy claro lo que le estaba sucediendo. Estaba cayendo. Así que desertó en la intención de voltear a ver el suelo, por lo menos de momento, pues prefería estar alerta a lo que pasaba a su alrededor, a lo que comenzaba a extrañarle en estos momentos, que mirar el hoyo en donde estaba metiendo el pie. Lo peor que podía sucederle ya le estaba sucediendo, así que si dentro del hoyo había agua puerca encharcada con cacas de perro y meados de gato, le daba un poco igual, de cualquier forma su novia ya habría llamado un taxi. La gente, de la que podríamos asegurar que de entre todos ellos ni siquiera uno se planteaba en estos momentos la suerte de poder moverse con velocidad normal, de poder dar pasos lentos o de prisa, a la voluntad de cada uno, de poder voltear a ver cualquier cosa en cualquier momento sin temer perderse algo importantísimo que ocurriera del otro lado al que voltean, mientras dan sus pasos y caminan a la velocidad requerida por el sentido de puntualidad de cada uno o la urgencia de la necesidad de llegar a donde se dirigen, pasaba a su lado sin reparar si quiera en su presencia, sin voltear a verle, como si pasaran al lado de una típica señal de peligro, como si no les extrañase ver a una persona suspendida en el aire esperando el momento de pisar dentro del hoyo para terminar de caer y seguir con su
vida, como si no les extrañase ver a tan lento caedor. Al pasar las horas, soportables por la esperanza de que un hoyo en el piso no podría ser demasiado profundo y que el chico aunque muy lentamente, percibía los resultados de la fuerza debilísima y casi invisible que ejercía la gravedad sobre su cuerpo, y por el asombro que le provocaba la indiferencia con que la gente le ignoraba, su cuerpo había avanzado bastante en su lento caer. Estaría a punto de llegar a su destino, el fondo, así que aguardó, resignado de su condición, avergonzado, no de lo que estaría pensando la gente, que como ya había comprobado, no le veía, sino avergonzado de ser un tan lento caedor. Él que estaba orgulloso de su velocidad para correr, él que no multiplicaba, dividía, y hacia operaciones matemáticas mentalmente nada lento, era un lentísimo caedor, un pésimo caedor, que de haber competición mundial de caedores cada cuatro años seria el último en asistir de entre un país con mas de cien millones de habitantes. Esto lo dijo para sus adentros, e inevitablemente se le escapó sin avisar una orden del cerebro a sus músculos faciales, de sonreír. Le había provocado risa su propia exageración, o a lo mejor se reía más bien de sí mismo, de su condición, él que siempre había sabido reírse de si mismo, porque empezaba a tomarse las cosas con un poco de humor. Le tranquilizaba pensar que de un momento a otro sentiría su pie tocar fondo, dejando así de caer y pudiendo dar un ágil y veloz salto para encaminarse al coche y dirigirse a casa de ella. Al final no pudo enviar la orden de no sonreír para contrarrestar a la primera, porque le provoco más risa la idea de que debía enviarla, o más bien la razón por la que debía enviarla, que no era otra que lo vergonzoso que sería aquella imagen. La de un chico con su edad, jugando a ser estatua en medio de un parking, pero encima con una sonrisa de imbécil en la cara. Sería verdaderamente ridículo. No fue difícil alejarse de ese humor y esas risas que le venían imparables una detrás de otra desde dentro. Las dejó atrás cuando por su mente se cruzó la posibilidad, de no estar cayendo para meter el pie en un hoyo
del piso, sino para meter el cuerpo entero en un agujero del suelo. No fue difícil alejarse de las risas y sentir cómo el nerviosismo empezaba a apoderarse otra vez de su ser, ahora que tuvo clarísimo que había estado engañado por su optimismo. El hoyo en donde estaba cayendo no tenia un fondo en este piso, sino que le llevaría directamente a atravesar el suelo y caer en la vía del primer piso, por donde podría estar pasando un coche en ese momento. De cualquier forma el golpe iba a ser tremendo. Pero no fue esto lo que mas miedo le provocó, porque este miedo quedó oculto tras el terror de sentir la mudez, sentir que el grito que había pegado sin pensar cuando descubrió que caía por un hoyo y no dentro de un hoyo, no llegaría jamás a ser escuchado porque no llegaría jamás a ser un solo grito. Al menos no para la gente que iba y venia hacia y de los coches del parking a su lado. Lo que sintió al comenzar el proceso de grito en su garganta fue explicación más que convincente de porque sólo él mismo u otro cayendo o corriendo o existiendo a la velocidad con que él caía ahora, podría escuchar ese grito fragmentado de cuerdas vocales que aunque vistas desde fuera parecieran perezosas trabajaban al ritmo que les era posible. Inmediatamente comenzó a intentar tranquilizarse, lo de la mudez era soportable después de todo, porque no tenia a nadie con quien hablar, y pensó que se desquitaría pegando alaridos furiosos en cuanto dejara de caer. Había saltado muchas veces de lugares altos, de un piso de altura seguro que si, y aunque un piso de un parking no es lo mismo que un piso de vivienda, y aunque saltar no es lo mismo que caer, probablemente podría librar la caída sin romperse los tobillos o las rodillas, o al menos eso se decía a si mismo el chico en estos momentos, con la angustia y el sudor frió de quien desearía no haber encontrado nunca lo que buscaba. Unas horas mas tarde su cabeza estaba casi a ras de suelo, y eso era una gran señal, porque temía mucho terminar de caer muy tarde, a las dos o tres de la mañana cuando
probablemente no iría a haber nadie para asistirle con un posible tobillo roto o un par de rodillas dislocadas. Haciendo cálculos elaboradísimos y dándole muchísimas vueltas al asunto para matar el tiempo, calculó que tocaría suelo por las doce de la noche, lo cual no estaba nada mal, habría perdido la tarde, eso si, pero si con suerte libraba la caída como el deportista que era, podría estar esa misma noche con su novia donde quisieran, y como estaba tan despreocupado en estos momentos, incluso se había preocupado de girar el cuello hacia arriba para alegrarse la vista un poco con las faldas que pasaran, pero hasta ahora no había tenido suerte alguna. Todas y cada una de las personas que pasaban, no solo las chicas con falda, (pero le dolía mas que nada que lo hicieran estas) lo esquivaban con total normalidad, para no patearle la cabeza o no enseñar el tanga. Terminó por acostumbrase a aquella indiferencia con que le esquivaban en lugar de socorrerle. Aquel día pudo presenciar un anochecer como nunca antes lo había visto y sentido en su vida. Un anochecer intenso, verdaderamente real, anochecer de todo, no de un cielo sobre azoteas como los que solía mirar, y no el anochecer de un trozo de cristal en la pared como los veía desde su casa, sino un anochecer de todas las cosas, de cada cosa, de todo lo que veía, que por su actual lentitud estaba obligado a mirar durante por lo menos varios minutos, un anochecer de su vida misma, confundida con su cuerpo que dejaba de brillar según pasaban los cuartos de hora, y que se integraba minuto a minuto en el cemento de los muros, el aluminio de los coches y el polvo del aparcamiento. El siguiente pensamiento le llego al amanecer, cuando la luz de los primeros rayos de la mañana y los primeros ruidos de motores trajeron consigo para el chico un despertar tremendamente parecido al de la noche anterior. Un despertar en que parece no haber dormido. Un despertar en que tu primer pensamiento parece haberse despertado antes que tu mismo. Le extrañó pensar que había dormido un par de horas suspendido en el
aire y que además había amanecido como recostado boca arriba, flotando, y no de pie como había estado cayendo. Un dolor en el pecho le insinuó que seguramente había golpeado con algo mientras caía. Ahora caía de espaldas y nada podía hacer. Le aterro pensar que se trataba de un nuevo día, y él no había terminado de caer aun, las doce de la noche estaban lejos del momento actual, y el no había sentido aun el suelo contra sus huesos. Atemorizado y sudando sintió ganas de llorar cuando sintió de nuevo la impotencia de no poder moverse con normalidad. Como ahora su cuerpo se movía involuntariamente cada vez más hacia atrás, de espaldas, no tuvo que esperar mucho, tan solo el lento girar de sus pupilas hacia arriba, para ver encima de sí mismo, el suelo donde supuestamente tendría que haber caído hace ya varias horas. Entonces la verdad de su situación se reveló ante él haciendo de éste el amanecer más real que había vivido nunca. El amanecer de su muerte, del día en que terminaría su vida. Lo tuvo claro. Y ante él las pruebas se mostraban crudas. Un techo gris, que debió ser suelo. Un techo de cemento con un rectángulo abierto por el que se podía mirar otro techo gris que no supo ser suelo y al fondo un techo gris, que había sido techo para el, pero podría dejar de ser suelo para otro caedor en cualquier momento. La imagen de rectángulos abiertos, aparentemente contenidos uno dentro de otro por la perspectiva, a través de aquellos techos-suelos grises, le recordó aquel túnel de luz que supuestamente se aprecia cuando uno esta apunto de morir. Y si este era aquel túnel del que se habla, pensó que ahora sabía que no se entra en él, sino que se cae por él. Durante las cuatro siguientes horas, en que el chico caía por esa especie de cordón umbilical formado por los huecos de alcantarillas no colocadas, no logró pensar mucho. Se sintió sin ganas de pensar en nada, de recordar nada. Ninguna película de su vida ni recuerdos pasaron por su mente. La única idea que tenia en la cabeza, carecía de cualquier mínimo de espiritualidad o nostalgia, carecía de todo sentimentalismo o dolor o nostalgia anticipada o temor. Era
más bien puramente técnica. -Ya es mucha la distancia, ya es mucho tiempo cayendo, en cuanto toque el suelo me mato -. La misma idea en la cabeza durante alrededor de cuatro horas. Se pasaban por su mente de pronto otras ideas, sobre la gravedad y la velocidad de un cuerpo mientras cae, que aumenta a mayor proporción cada vez, pero que no eran mas que simples confirmaciones de lo que este chico ya sabía, de lo que había aceptado como la mayor verdad que había sabido nunca, en esta, la mañana más real que había vivido nunca. Mientras tanto la jornada en el aeropuerto se sucedía con muchísimo ajetreo, el chico sentía todo aquel movimiento, pero no tenia ninguna opinión al respecto, un día más estaba pasando, normal que hubiera tal movimiento en el aeropuerto de la ciudad. A pesar del ajetreo las horas pasaron tranquilas para él, sumido en la llana resignación, ante su muerte venidera. Y de pronto el trancazo fue impresionante. A las 12:36 PM exactamente, el primero de sus huesos se estrellaba en seco contra el pavimento. De un momento para otro todo lo que tenía en la cabeza, la idea de su muerte, la tranquilidad y el descuido con que afrontaba su situación, desapareció sin dejar rastro. Como si nada de eso se hubiera pensado o sentido. Y entonces los gritos, los alaridos de socorro, las quejas, las suplicas, el miedo, la ira, y la impotencia. La impotencia de no poder moverse con normalidad. Pero ya no por ser un tan lento caedor, porque ya había dejado por fin de caer, sino por los efectos del golpe en sus músculos y huesos, engarrotados, conteniendo cada uno de ellos un dolor insoportable. La atención de los chismosos no tardó en formar un circulo a su alrededor de gente detrás de gente, poniéndose se puntitas para ver lo que pasaba. Después de casi dos días cayendo, existiendo lentamente, los siguientes 18 minutos que paso en la vía de la primera planta del parking parecieron sucederse a mil por hora. No fue sino hasta que se encontró dentro de la ambulancia, cuando se percato de que a su
lado, mientras se encontraba tirado sobre el asfalto, rodeado de gente gritando cosas, comentando, preguntando, contestando, yendo y viniendo, en el más absoluto caos, a velocidades que todavía le resultaban atormentantes, había estado a su lado un hombre humilde. No humilde como el hombre-ángel que en películas hollywoodenses se revela invisible a la muchedumbre pero en contacto íntimo y cómplice con el moribundo protagonista para acercarle su esperanza de catecismo, sino humilde como pobre, como albañil, como sin estudios, pero como con mirada de saber lo que siente. Solo este hombre sentado de cuclillas a su lado, había logrado comunicarse verdaderamente con el, existiendo a su misma velocidad, acoplándose al ritmo veloz con que poco a poco el chico se habituaba a la velocidad normal de su vida, ahora que ya había dejado de caer. Este hombre sentado de cuclillas a su lado le miraba a los ojos y decía – no te muevas m ´hijo, que es peor. Que no te muevas péndejo- como si supiera exactamente de lo que hablaba, como si su consejo fuera sabio porque lo había aprendido él mismo de algún error. En la ambulancia pensó en él. No pudo recordar su cara. Sintió ganas de darle las gracias, pero se distrajo pronto para contestar las preguntas del paramédico. Comenzaba a sentir que podía mover casi todo su cuerpo, seguro que no se quedaría invalido. La alegría se apodero de él. Siguió contestando a las preguntas del paramédico y el conductor. El tráfico hacía el trayecto a la clínica bastante lento. La ambulancia avanzaba pocos metros y se veía obligada a volver a frenar, cambiar de dirección, ir en zigzag, arrancar, frenar, y pensó que todo eso no quedaba demasiado en tono con la fluidez y velocidad con que la sirena daba alaridos que le hacían sentir un tanto importante. De pronto sintió un último quiebre hacia la izquierda, después del cual al parecer la ambulancia había entrado en alguna vía sin mucho tránsito. Imaginó a los coches abriendo paso para que el conductor, el paramédico y él pasasen a velocidad
excitante hacia la clínica. En el trayecto el conductor y el paramédico continuaron hablando entre ellos y preguntándole cosas de vez en cuando, o haciéndole comentarios amables. El no podía dejar de pensar en lo tan lento caedor que era. Y qué terrible tener que venir a descubrirlo así, -pero por dios, ¿dos pisos en casi dos días?- Se sintió un poco avergonzado y por fin pensó que en realidad no era tan malo, que seguramente había quienes corrían mas rápido o mas lento que él, quienes sumaban o multiplicaban más lento, o quienes tardaban horas en comer, o días! Así que era un mal caedor y no pasaba nada - es mas, ¿yo caigo a piso por día y que?- se dijo. - ¡Pobres de los que caen mas lento que eso! Y qué bueno que yo no soy uno de ellos, porque una caída más lenta, podría haberme retrasado bastante en los estudios. Podía haberme hecho perder un par de años, que se me escapara la juventud ahí cayendo, el tiempo de formar familia, o ya de plano – pensó – una caída más lenta podría haberme llevado toda una vida-.
FIN
Joaquín Llaneza