Caballito Azul

  • November 2019
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  • Words: 2,127
  • Pages: 4
Ayer soñé con un hermoso caballito, que estaba feliz, tanto que hasta sonreía… Se le veía muy azul y hermoso, con una melena blanca como la nieve más pura, con un destello índigo que separaba su silueta de la negra y estrellada noche, con una mirada clara, llena de amor, que fluía de sus enormes y bellos ojos… Me dijo que espero mucho, para llegar hasta ese cuadro en el que ahora vivía y me contó su historia, con la condición de que la compartiera contigo… Hace mucho tiempo, tanto que ya ni lo recuerda, nació el caballito, hijo del pasional idilio de una pluma y una hoja papel, que enamorados hasta la médula, hicieron el amor alguna noche de suave viento, bajo un cielo, plagado de estrellas y después de que la escaramuza entrambos hubo bajado de intensidad, el o mejor dicho, su esencia, estaba ahí sobre la blancura de la bella hoja, línea tras línea, verso tras verso, en el vientre de blanca sabia de su madre, el caballito vivió por años y recorrió mucho mundo. Su niñez transcurrió entre otros poemas, todos ellos escritos amorosamente por su pluma padre, tuvo cientos de hermanos y formaron entonces una enorme, hermosa y feliz familia. El caballito como todos los demás poemas, creció, dejó atrás su infancia y comenzó su propio viaje; fue entonces que se encontró cabalgando entre las estrellas cada noche, hasta que una de ellas, fría y con viento, buscó refugio a través de una ventana que halló entreabierta, dentro encontró una calma muy agradable, una atmósfera tibia y un mueble cercano a la ventana, donde se estableció por varios años, viviendo en compañía de un joven príncipe, de alma azul como el cielo y un corazón noble como el de un león. Se hicieron amigos pronto ¿sabes? y el caballito fue testigo de la vida de aquél príncipe, de sus más íntimos secretos (que por supuesto me contó, pero esa es otra historia que quizá te revele en otra ocasión) la amistad entre el príncipe y el caballito creció como un enorme árbol, se llenó de verdes hojas, se emancipo como la espuma de las olas, se agrandó como una esponja húmeda que anegada de amor, confianza y ternura creció y creció inconmensurable…. El caballito atestiguó cada momento de la intimidad de aquél joven, supo todo de su vida. Pasó a su lado cada día y cada noche, sufrió con él cada una de sus de sus tristezas, se enamoraron juntos muchas veces, corrieron por las noches bajo las estrellas, caminaron inmensas distancias lado a lado, muchas veces de madrugada, otras bajo la lluvia, algunas bajo la cintilante mirada de los luceros que escoltaban a la luna; fue testigo de sus momentos más felices y de sus logros más grandes e importantes, lo vio crecer y estuvo a su lado hasta que una buena tarde el príncipe decidió que había llegado el momento de partir… El caballito por primera vez en muchos años se sintió solo. No durmió aquella noche, una angustia que nunca había sentido le invadió el alma y su azul corazón latió con tal fuerza que el caballito pensó que se le escaparía del cuerpo cabalgando como un potro salvaje e indomable. El príncipe se fue una mañana de Enero, con un equipaje ligero y el corazón lleno de esperanza. Se despidió silenciosamente, como siempre, porque entre ellos no eran necesarias las palabras, nunca se hablaron con ellas, su comunicación era total, se lo decían todo con la mirada silente, con la compañía solidaria, con la esperanza de tenerse el uno al otro siempre...El caballito se quedó y miró a través de la ventana desde su mueble, la silueta del príncipe desaparecer entre la bruma, bajo aquél cielo emplomado del invierno, sintiendo el frío como navaja sobre su piel rugosa de madera. Pasaron los años, siguió transcurriendo la vida y la existencia del caballito cambió tanto, que perdió la cuenta. La cama del príncipe dejó su lugar a un pálido sillón. Sus libros abandonaron el estante y ocuparon secas cajas amarillas de cartón, que fueron depositadas en el closet vacío que

alguna vez albergó la ropa del príncipe. Los juguetes de la infancia desaparecieron uno a uno, las fotos y los dibujos, los cuadros y el caballete de madera, dejaron su lugar a un mapa ambarino y viejo, a las fotos de la familia y a un antiguo escritorio que debió cargar sobre su anciano cuerpo de madera, un pesado televisor, tan viejo como él, cuya pantalla presentaba a diario la programación del día en blanco y negro, a alguna tía, a la abuela o al pequeño hermano del ausente, quién muy raras veces jugaba con el caballito y era sin duda, el único que lograba, al menos un poco, aminorar aquella punzante soledad. Fue una noche que de índigo se vistió de profunda negrura y se plagó de estrellas, cuando el caballito recordaba al príncipe y una oleada de nostalgia le recorrió todo su amaderado cuerpo, se miró a si mismo iluminado por la luna, se vio los cascos enmohecidos y escuchó el rítmico canto de los grillos, la ventana estaba entreabierta y la noche era suave, como el viento que acunaba su crin de zacatillo y su cola, que bajo el platinado resplandor de Artemisa, se parecía a los mechudos de trigo que se mecían en los campos de aquellas llanuras inmensas de los cuentos de Tolstoi, que el príncipe solía leer a veces en voz alta, en aquellas maravillosas noches que juntos pasaron en vela; recordó la historia de Antoine de Saint Exupery, en donde aquél principito, solo y pequeñito, recorría la enormidad del mundo, en busca del amor y la ternura, con el pecho repleto de esperanza, encontrándose de todo a su paso, como seguramente le pasaría a su príncipe…Qué de cosas encontraría a su paso, que de cosas que le cambiarían la vida, que le arrancarían el llanto o un suspiro, o un lamento, que le provocarían una sonrisa o le recordarían alguna canción como las que escucharon tantas veces juntos por horas, desde la tarde hasta la madrugada; cuanto daría aquel hermoso corcel de madera, por escuchar de nuevo al príncipe cantado a dúo con Serrat, a la hermosa campesina de 17 años, al tío Alberto, al caminante aquél de Machado, que golpe a golpe, verso a verso, como seguramente lo haría el príncipe, se abría un nuevo camino al andar. Cuanto daría aquél pobre corcel de madera, por compartir con su príncipe todos esos momentos de aquél viaje. El se despidió y el dijo que siempre le recordaría, que no se iría para siempre, que alguna vez habría de volver. Le hizo ver que no podría llevarle consigo pues debía viajar ligero, ya que no tenía una historia todavía, ni un lugar en aquél externo mundo. Le hizo ver que ya todo estaba más que repartido afuera. Que él debería buscar un sitio, hacerlo propio, conquistarlo, construir en el él un nuevo reino y entonces, solo entonces volvería, cuando hubiese dejado en algún lugar, un espacio propio a donde volver, a donde poder al fin establecer el dominio de su corazón, volvería por él y lo llevaría a su patria. El caballito invadido de manera total por la nostalgia, decidió no esperar más y por primera vez en años se movió y sintió como se quebró por dentro y por fuera, el crujido de su cuerpecillo de madera rasgo el armónico barullo de la rítmica serenata de los grillos y el corcel se descascaró de la vieja costra de madera que cubría su bello cuerpo azul y brillante, su crin de zacatillo se nutrió de luna, sus ojos de la luz de las estrellas y su corazón de toda, absolutamente toda la esperanza…Relinchó con toda la fuerza de fue capaz y el alboroto se escuchó por todo el pueblo, los perros respondieron con aullidos y ladrando, los gallos adormilados se sumaron al coro con su desgañitado canto, los gatos trashumantes, detuvieron su nocturno vagar y se alinearon en los tejados maullando, hasta algunos despistados pajarillos despertaron confundidos y matizaron con sus cantos la singular serenata que despertó a mas de un vecino, que no hallaba explicación lógica para tal encanto. Muchos se lo atribuyeron a la magia, otros a que había pasado por allí el diablo, los más sensatos, los que tenían un mayor contacto con su corazón y su alma se sintieron conmovidos y una sensación muy placentera como de tibia esperanza les abrazó el cuerpo y dejaron escapar suspiros tan sonoros y tan hondos que el caballito pudo

con claridad escucharlos. Miró el ahora azul corcel a la distancia, estaba ella allí frente a sus ojos azules, como siempre, recostada en el lóbrego horizonte nocturnal, como una musa eterna, esperando y esperando…El caballito se lanzó hacia delante con fuerza, con la plena convicción de alcanzarla, de acortar al menos el espacio entrambos y acercarse al príncipe, poco a poco, hasta encontrarlo. El caballito entonces se halló a si mismo entre las estrellas cabalgando, el aire de la noche le acariciaba el rostro, no sabía el rumbo, y le preguntó a las estrellas; estas, que son muy juguetonas, le respondieron tintineando a coro con sus millones de dulces y agudas vocecillas, era imposible entenderlas, así que el corcel se encaramo en el viento, que lo llevó hasta las nubes que no supieron darle respuesta. Febe, se dijo el caballito, ella la diosa refulgente de la noche, sabrá sin duda el rumbo que tomó mi príncipe…Así le pregunto a la luna, que no supo responderle, ni los pájaros, ni los grillos, ni los gatos, ni los árboles o las arañas, ni la señora lechuza, siempre vigilante, ni los charcos del invierno, ni el frío, ni el viento, supieron contestarle…. No se desanimo el cerúleo corcel, por el contrario aceleró su trote hasta que se convirtió en galope y su crin plateada y su cola blanca dejaron una cauda en el nocturno cielo, que hizo a los trasnochados vecinos creer que veían un cometa. En la mente del caballito sus pensamientos fluían tan frenéticamente como su cabalgata, los recuerdos se sucedían unos a otros, a una velocidad tal, que era difícil lograr atraparlos. Al vilo el caballito pudo aferrar una promesa que el príncipe le hiciera una noche de tantas, de aquellas tan largas, de aquellas tan entrañables, tan extrañadas… Recordó el garzo corcel, las palabras de aquél príncipe, en esa tibia recámara, cuando acostado en su cama, posando sus amielados y tiernos ojos en su amaderado cuerpo de desgastados coloretes, le prometió no dejarlo nunca, no abandonarlo…No pudo el penquito azulado, evitar que un par de disidentes lágrimas diamantinas, recorrieran sus mejillas… ¿Por qué se fue entonces? escuchó en su mente…¿Por qué se fue entonces? repitió aquella vocecilla taladrante, mientras un agudo dolor le recorrió el costado. De pronto al angustia estaba ahí de nuevo, presente, pero no duró mucho, porque en su memoria sonó la voz del príncipe, emulando alguna noche de dolor, cuando una persona amada le había abandonado, las palabras de Esenin, el ruso alegre, que en alguno de sus libros, decía que a veces hay que ayudar al otro a cumplir una promesa, por que las promesas son siempre de dos y tanto promete uno como el otro, que uno no siempre se va por que quiere, o por que no nos quiere, se va por que la vida le jala, le obliga a marchar y no es siempre el que se va el que no cumple la promesa, a veces el que la rompe es el que se queda, por que quedarse es un forma de irse, porque la única manera de no dejarse es acompañarse, acompañarse siempre, a veces lado a lado, a veces siguiéndose, si… El caballito comprendió entonces que el príncipe no se había ido, que era él l que se había quedado, así pues decidió seguir cabalgando, noche tras noche, bajo las estrellas hasta encontrarlo…. Le abrazaba y alentaba, la certeza de que el príncipe sabía que el potrillo aquél comprendería alguna vez aquel mensaje cifrado, guardado en sus recuerdos y de que en algún sitio le esperaba, extrañándole con la misma fuerza, porque como el jovencillo aquél solía leer en voz alta, cuando expurgaba en sus libros de ciencias, “toda acción tiene una reacción en dirección inversa, con la misma fuerza en que fue lanzada…” Esto le sonaba al caballito como que si el sentía tan vigoroso amor por el príncipe, seguramente de reciproca manera aquél en algún sitio entre la distancia sentía con el mismo vigor un inconmensurable amor por el…. Aquella noche el caballito, no cabalgó solo, llevó consigo sobre su azulado lomo, un jinete formado de toda la esperanza… (…continuará…)

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