Billy El Autista

  • May 2020
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  • Words: 906
  • Pages: 5
Billy el autista

Cuando los padres de Billy recibieron la noticia, creyeron morir. Su amado Billy, alegre, hermoso, la luz de su hogar, era autista. Pero pronto recuperaron la esperanza. Comenzaba el Siglo XXI y la ciencia les ofrecía remedios y recursos para que el niño pudiera llevar una vida casi normal. Probaron con toda clase de estímulos, con equino-terapia y con grupos de niños diferentes, con diverso éxito. Lo que sí resultó fue la computadora. Con apenas diez años, Billy se sumergió en

teclado y

pantalla con la concentración que sólo los niños con capacidades “especiales” suelen tener. Al principio vagó por todas las aplicaciones, investigando, probando y dejando de lado aquellas que al parecer le aburrían. Un juego “en línea” con diminutos hombrecitos que construían casas y hoteles y comerciaban entre sí, lo atrapó pronto y no dejó de fascinarlo nunca. Tal vez fueran los brillantes colores primarios, o los rápidos movimientos del “ratón” que le permitían desplazarse en diversos dimensiones y niveles. O la posibilidad de interactuar con otros jugadores en la Red, mediante un solo “cliquear”, que le permitía ser un niño más.

Sus padres estaban asombrados y casi felices. La terapeuta apoyó la experiencia y así pronto el niño pasaba largas horas del día jugando con su ordenador. Los progresos en su vida real eran promisorios y la esperanza de un futuro casi normal crecía. Casi dos años después se sorprendieron al advertir que Billy había comenzado a utilizar la “línea de charla” que aparecía en un límite de la pantalla del juego. Tecleaba largas series de números, signos y letras, que recibían respuestas similares. Pensaron en algún niño en edad preescolar que tampoco sabía leer o escribir. Día tras día, Billy progresaba en los niveles del Juego, chateando y escalando a construcciones estroboscópicas, que sus padres jamás habían visto, con colores iridiscentes y enrevesados túneles de gusano que caracoleaban entre nebulosas y galaxias de diamantes. Para ese tiempo, casi seis meses antes del fin del año doce de su vida, Billy comenzó a tener un comportamiento más extraño que el habitual. Pasaba más tiempo del autorizado frente a su portátil, un flamante regalo de cumpleaños y se desplazaba de los soleados cuartos de la casa, a los oscuros reductos del sótano. Allí su padre tenía un taller en un viejo refugio atómico que databa del tiempo de la guerra fría.

Un domingo de diciembre, que había amanecido nevoso y gris, su padre se levantó tarde y no lo halló en la casa. Comenzó a buscarlo desesperado, hasta que lo encontró metido en el “cuarto del pánico”, como habían bautizado al viejo refugio, muy quietecito tecleando velozmente en su ordenador. Pero la tranquilidad mutó en un estallido de furia y berrinches que no se había visto en años, cuando intentó sacarlo del lugar. Consultados de urgencia los terapeutas, concluyeron que era una recaída fruto de los cambios hormonales previos a la adolescencia y aconsejaron seguirle la corriente. Se acercaban las vacaciones y el clima se enfurecía con la Tierra prodigando tifones, huracanes y enormes neviscas en todos los hemisferios. Poco a poco Billy fue ganando en su pulseada con sus padres y éstos le acondicionaron el cuarto con su cama y sus juguetes. El sitio lucía confortable y cálido junto a la caldera y la despensa, alejado del clima sombrío y terrible que reinaba afuera. Las fiestas de navidad y fin de año pasaron con ominosa calma en la casa, cubierta por una tormenta de nieve que llevaba días sin amainar, mientras la temperatura descendía inexorablemente. Las imágenes de la televisión mostraban un sinfín de cataclismos por todo el orbe que se iba congelando por el Norte

e incendiando por el Sur. Los agoreros hablaban del pronosticado fin del mundo y otros del colofón terrible del calentamiento global. La primera jornada del año 2013 pareció claro que la Tierra había decidido librarse de la humanidad. El Japón desapareció junto con Indonesia, Australia y Nueva Zelanda bajo un tsunami aterrador. China, África y Sudamérica se partieron

en furibundos terremotos y

erupciones volcánicas que empujaron los trozos de los continentes a las fosas más profundas del Atlántico. Mientras Rusia ardía en incendios sin control, que ignoraban

las

inundaciones

que

cubrían

India

y

el

Mediterráneo, todo el hemisferio norte se congelaba sin remedio y crujía bajo el peso de los glaciares que bajaban del Polo Norte. En la casa de Billy, derrumbada bajo el peso de la nieve y el viento, sus padres refugiados en el sótano, eran presa de la histeria y la desazón. Sólo Billy permanecía tranquilo. Sentados junto al niño en la total oscuridad del mundo, el resplandor de la pantalla del ordenador iluminaba la beatitud de su rostro, que trasmitía serenidad y esperanza. El niño seguía navegando en su sitio favorito, aún activo, cuando todas las redes del mundo habían caído y ya no trasmitían ni televisoras ni radios ni teléfonos celulares.

Tecleaba sereno y parecía leer con atención las respuestas del galimatías de números y signos que aparecían al pie de la pantalla rutilante. Cuando su padre le preguntó, sin esperanza de respuesta, con quién chateaba, Billy lo miró con infinito amor en sus ojos translúcidos y señaló hacia la estrecha claraboya del sótano que daba al jardín. Por allí una luz intensísima, que derretía la nieve alrededor de la casa, se filtró como un dedo divino y refulgió en la dorada cabeza del niño autista. *** *** ***

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