Bell Rock

  • May 2020
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Bell Rock as PDF for free.

More details

  • Words: 26,326
  • Pages: 47
BELL

ROCK

CÁTARO

Junio de 2009

Historia I. EL ENIGMA DEL FARO

Historia II. ALMA ERRANTE

Historia III. EL VAMPIRO Y LA SIRENA

Historia IV. OUI-JA

Historia V. EL JUEGO

2

L

… “ a mar embravecida azotaba violentamente al faro. Las olas golpeaban con la fuerza de un gigante en su cilíndrico cuerpo, el cual, a pesar de los años se mantenía firme. Ni un ápice de debilidad se pudo ver en su estructura, ni una sola falta de luz en su destello, intenso y constante... y así permaneció durante toda la tormenta... inalterable. Con el paso de las horas las violentas olas dejaron paso a las suaves corrientes marinas, el cubierto cielo nubloso dejó paso a uno limpio y despejado, de un color azul turquesa, aceptando de una manera conformista el no haber podido causar daño alguno en la torre, ni la mas intensa tormenta había sido capaz de alterarlo. El sol volvió a brillar como también volvió una gaviota a posarse en lo mas alto de la atalaya, contemplando la inmensidad del océano, victoriosa como si hubiera ganado la batalla. Pasaron las horas y con ellas cayó de nuevo la noche, permitiendo una vez mas que el faro de Bell Rock se encendiera, sesgando todo cuanto se interpusiera en el camino del haz de su luz ”…

Introducción:

El faro mas antiguo del mundo construido directamente sobre el mar, sin necesidad de costa con la que sobrellevar los temporales, es el faro de Bell Rock. El faro de Bell Rock se encuentra dentro del mar, a 18 kilómetros de la costa este de Angus, Escocia, en el Mar del Norte. Fue construido entre los años 1807 y 1810 sobre una roca sumergida bajo cinco metros de agua, peligrosamente situada en la aproximación al estuario de Forth. La peligrosidad de la roca advirtió a los escoceses sobre la necesidad de colocar una señal que avisara a los barcos sobre su existencia y, contra todo pronóstico y tras un arduo trabajo, se construyó la torre de 35 metros de altura. El 1 de febrero de 1811 se encendió su luz por primera vez. Hoy, casi 200 años después todavía se mantiene estoico en medio de las aguas a pesar de los embates de las olas y el viento.

Estas son solo algunas de sus historias...

3

EL ENIGMA DEL FARO Historia I

Empezaba a oscurecer en Lunan Bay Beach, el sol no tardaría en ponerse del todo, la tenue luz del ocaso podía distinguirse en el horizonte. La marea había bajado y la arena, todavía húmeda, desprendía ese olor característico de las costas escocesas, un olor tradicional y muy confortable. Allí permanecían Alan y Sarah, dos enamorados del mar ansiosos de que llegara la mañana siguiente para zarpar hacia el Faro de Bell Rock, una visita que les hacia mucha ilusión. Tenían contratado para la mañana siguiente una visita guiada. Alan era un enamorado de los faros, siempre le habían gustado, desde que era un niño. La sensación de soledad, de paz, sentirse aislado del resto del mundo. Aquello era lo que amaba Alan. A Sarah en cambio, lo que más la atraía de aquel lugar era su historia. Bell Rock era un faro repleto de misterios y leyendas que hacían aún mas interesante su visita. A las ocho en punto estaban en el puerto de Arbroath, como habían acordado con la compañía de visitas al faro, pero un pequeño detalle se les había pasado por alto y es que una fuerte tormenta se aproximaba a la costa de Angus en cuestión de horas según el ultimo parte meteorológico y dada la peligrosidad de sus costas cuando hay temporal la compañía había decidido cancelar la visita. Alan y Sarah permanecían incrédulos, un radiante sol estaba brillando sobre sus cabezas y no podían terminar de creerse lo que les había dicho Tim, encargado de la compañía de visitas al faro. Tim era el clásico marinero de barba blanca y gorra que fumaba en pipa. Desprendía un olor agridulce, una mezcla entre hierbas para fumar e incienso. Decepcionados, aunque tranquilos ya que les habían devuelto el dinero sin ninguna pega, se fueron alejando del lugar cuando un joven que no llegaba a la treintena de años se les acercó. Tenia aspecto de marinero, ropas sucias y desprendía un fuerte olor a pescado. Llevaba un pañuelo que cubría su cabeza, dejando ver un pelo desaliñado y grasiento por los lados. Les ofreció llevarlos al faro de Bell Rock por menos dinero del que les había pedido la compañía de visitas guiadas, aun a pesar del temporal, ya que según Jefrey, así se llamaba el chico, les daría tiempo a ir y a volver antes de que les pillara la tormenta. El joven se limpiaba las manos en una especie de trapo totalmente deshilachado mientras esperaba una respuesta por parte de Alan y Sarah. La pareja no lo dudó dos veces, con el aspecto de marinero que presentaba ese joven no podía ser un ingenuo en cuestiones del mar y eso les dio confianza y si encima les cobraba menos que la compañía de visitas al faro aceptaron rápidamente. Subieron a la embarcación y Jefrey les dio sus respectivos chalecos salvavidas. Jefrey parecía nervioso, algo le hacia temblar el pulso. Probablemente fueran la prisas para evitar ser cogidos por la tormenta. Así que zarparon de inmediato. Poco a poco la embarcación de Jefrey se fue alejando del muelle, Sarah vio como Tim, el encargado de la compañía de visitas al faro, los miraba a través de la ventana de su caseta, su cara era de desaprobación, hizo un gesto de negación con la cabeza, mirándolos despectivamente y después desapareció de detrás de los cristales. Sarah pudo ver algo mas que malestar en su cara, ese gesto de negación la había dejado preocupada.

4

Quizás no había sido buena idea salir. Sintió como un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Jefrey no dejaba de mirar el cielo a lo lejos, en el horizonte, por donde supuestamente tenia que venir la tormenta. No se le veía muy tranquilo. El cielo seguía despejado, la mar tranquila y navegable, no había ni rastro del temporal, pero sí había un gesto de preocupación en la cara de Jefrey, quien a penas sin hablar seguía su rumbo hacia el faro de Bell Rock. Según les contaba Jefrey a Alan y a Sarah, cuando llegaran a su destino habría pleamar, por lo que podrían tranquilamente amarrar junto a las escalerillas que suben a la plataforma de la baliza y luego tendrían tiempo de visitarlo tranquilamente por dentro antes de que bajara la marea y así poder volver al puerto de Arbroath. Jefrey les contó que cuando hay bajamar la roca sobre la que esta construido el faro emerge ligeramente impidiendo que las embarcaciones se puedan acercar y, si les pillara en plena visita tendrían que esperar a que volviera a subir la marea para poder zarpar de regreso. Contemplando como el puerto iba desapareciendo poco a poco hasta hacerse invisible a sus ojos y siguiendo el vuelo raso de alguna gaviota en busca de pescado, llegó por fin la imagen imponente del faro de Bell Rock delante de la embarcación, una torre vieja pero de una belleza incomparable dada su situación en medio de la nada. Efectivamente no había ni rastro de la roca sobre la que emergía el faro, parecía que Jefrey sabia de lo que hablaba demostrando así su acierto al pensar que aquel joven de aspecto dejado era un marinero de lo mas experto. En pocos minutos amarraron la embarcación en las escalerillas de acceso, Alan y Sarah subieron con precaución hasta la plataforma mientras esperaban a Jefrey que terminara sus labores de amarre. Una vez finalizada la tarea Jefrey dio un ultimo vistazo al cielo, comprobando una vez mas que todo era azul y no había ni rastro de la tormenta, transmitiéndoles así una sensación de tranquilidad y seguridad. Según sus cálculos tenían unas dos horas hasta que bajara la marea. Subió a la plataforma y abrió la puerta de acceso al interior de la torre. Ascendieron los mas de doce metros de altura que tenia la base para llegar a la primera sala. Allí pudieron asomarse por el pequeño ventanal que había y ver el mar en todo su esplendor, ya que era lo único que les rodeaba en 18 kilómetros. Alan sintió como sus pulsaciones se aceleraron de la emoción, miró a Sarah, la cual tenía una sonrisa de oreja a oreja. Se sentían felices, aquello era magnífico. Jefrey les dijo que tenían tiempo libre para visitar todas las plantas, él se quedaba allí en aquella sala a descansar y a esperarles, pero que no tardaran mas de hora y media en volver para poder salir antes de que la marea bajara. Alan y Sarah subieron por la estrecha escalera que conducía a la segunda planta, una escalera muy vertical y muy tenebrosa por tratarse de un sitio de visita turística. Jefrey sacó su petaca niquelada con un holograma de un águila en su lateral, se acomodó en un sillón del mismo conjunto que el resto del mobiliario de aspecto mas bien antiguo, mientras dio su primer trago de aquel whisky escocés que a tantos lugares acompañaba, dispuesto a relajarse mientras Alan y su novia volvían de la visita. La pareja inspeccionaba cada uno de los rincones de la sala, muy sucia a pesar del trabajo de los supuestos servicios de limpieza. Había pocos muebles, alguna mesa que por la apariencia tendría mas de cien años y muchos detalles marineros repartidos por toda la sala, libros llenos de polvo que narraban las historias que envolvían al faro, antes de su construcción, cuando una invisible y enorme roca se asomaba con la marea baja por la que cada invierno naufragaban infinidad de embarcaciones, durante su construcción relatando las calamidades de los obreros y su sufrimiento durante los años que duró la obra y tras su construcción anécdotas no menos

5

importantes para la historia de Bell Rock. Prefirieron no perder mucho tiempo con la lectura y siguieron ascendiendo por las escaleras que daban paso de una planta a otra. Poco a poco Jefrey se fue quedando dormido involuntariamente. Sabia que no podía despistarse ante cualquier imprevisto, pero el cansancio se apoderó de él y cayó sumido en un profundo sueño. La joven pareja, sin llegar a olvidarse del todo del tiempo, siguió con su visita planta por planta, hasta que por fin llegaron a la sala de la cúpula, de mas de cuatro metros de altura por encima de las seis salas anteriores. A mas de treinta metros sobre el nivel del mar. Se asomaron al balcón que rodeaba la cúpula acristalada y una ráfaga de aire fortísimo les empujó hacia atrás, el viento soplaba con violencia a aquella altura, pero un infinito horizonte y el olor a brisa marina apaciguó aquel viento volviéndolo todo maravilloso. Era una sensación realmente única estar allí arriba contemplando el paisaje, era lo mas parecido a lo que sienten las gaviotas sobrevolando el ancho mar. El fuerte viento zarandeaba los cabellos de Sarah, obligándola a sujetárselo con la mano. Miraron en todas direcciones y las vistas eran increíbles, se veía el puerto del que habían partido unas horas atrás, costaba diferenciar las cosas por culpa de la neblina que levantaba la brisa marina, pero era fantástico. Vieron ignorantes como unos cúmulos de nubes se iban acercando muy lentamente a lo lejos, justo en el lado opuesto del puerto de Arbroath, ésa era la famosa tormenta que les había casi impedido visitar el faro, pero se encontraba muy lejos y seguro que Jefrey ya la había visto a través del ventanuco de la sala de abajo. Eso es lo que ellos pensaron. Tras contemplar las vistas y emocionados por la sensación que les producía estar allí arriba volvieron al interior de la cúpula acristalada ya que el viento empezaba a ser molesto. Miraron en una pequeña mesita un libro de fotos del faro, mas que fotos había ilustraciones de cuando el faro se construyó. Les llamó la atención que salía en muchas de ellas la Abadía de Arbroath y su campana, cuando aun se mantenía en pie, suponiendo así que tuvo una importante aparición durante la vida del faro a lo largo de estos casi doscientos años. Decidieron ir bajando para no llegar tarde tal y como les había pedido Jefrey, echando un último vistazo a través de los cristales a las magnificas vistas del puerto de Arbroath. No se percataron de que los cúmulos de nubes se había acercado a un ritmo mas rápido del sospechado. El mar empezaba a agitarse. Justo en la sala de mas abajo de la cúpula acristalada habían dejado pendiente de ver para cuando bajaran un pequeño libro que les llamó mucho la atención, se trataba de un libro que contenía datos verídicos de la construcción del faro, como un diario de la obra. Relataba el caso del fallecimiento de los tres hijos del constructor del faro, allá por 1810 cuando en plena construcción los dos hijos gemelos junto con su otra hija Jane fallecieron a causa de la tos ferina, un hecho traumático y sobrecogedor. Pasando algunas paginas apareció otro relato de un barco de guerra HMS York que naufragó a causa del impacto contra la roca sobre la que estaba construido ahora el faro, corría el año 1804 y en este fatal accidente murió la totalidad de su tripulación, 491 personas. Por lo visto estos continuos naufragios fueron los que llevaron a dar prioridad, a pesar de los costes desmesurados, a construir el faro de Bell Rock en medio del mar. Siguieron leyendo con detenimiento el libro con aquellos relatos tan estremecedores que les ponían los pelos de punta, no hubieran pensado que el faro tuviera tanta historia, aunque un tanto tenebrosa para su gusto. En ese momento empezaron a oír un ruido constante, repetitivo, que cada vez sonaba con mas fuerza y mas seguido. Había empezado a llover.

6

Bajaron rápidamente sin contemplaciones por las estrechas escalerillas hasta que por fin encontraron a Jefrey en la sala donde se separaron. Estaba profundamente dormido. Lo despertaron y Jefrey se sobrepuso de un salto asustado por tanta inquietud, estaba algo mareado por culpa del whisky pero lo suficientemente sereno para comprender lo que Alan y Sarah le decían. Sabía que tenían que salir de allí rápidamente. Jefrey se asomó por el ventanal y vio que la tormenta se les había echado encima. Con cara extrañada comprendió que sus cálculos habían sido erróneos y ahora se amontonaban un sin fin de dudas en su cabeza intentando dar una explicación del por que se había equivocado con la previsión meteorológica. Alan y Sarah no se habían mostrado aun muy preocupados dada la gravedad de la situación en la que estaban, quizás porque aun no habían visto lo mismo que Jefrey al abrir la puerta . La embarcación estaba embarrancada en la gran roca que emergía de las oscuras aguas. No podía dar crédito a sus ojos, la cara de Jefrey se transformó cuando vio allí la embarcación, apoyada por uno de sus laterales sin tocar en absoluto el agua. La lluvia empezaba a caer con fuerza sobre sus cabezas. Sus rostros estaban desencajados ante la situación que se les avecinaba. Alan y su novia estaban asustados, confiando en que a Jefrey se le ocurriera algo para poder salir de allí. La situación se había complicado por lo que Jefrey optó por reaccionar lo antes posible. Salió corriendo hacia la embarcación para pedir ayuda por la emisora. Mientras intentaba contactar con el puerto de Arbroath para pedir auxilio, no dejaba de pensar en qué fue lo que pudo haber fallado, sus cálculos de las mareas también había fallado y eso le preocupaba aun mas si podía que el hecho de tener una tormenta encima. No había contestación alguna. De hecho la señal de la emisora era muy débil. Jefrey empezó a asustarse ya que nunca se había encontrado en una situación similar. Insistió durante unos minutos hasta que atemorizado al comprobar que el oleaje empezaba a tocar la embarcación decidió refugiarse en el interior del faro, un lugar mas seguro que su vieja barca. Todo se había complicado muy rápidamente. En un abrir y cerrar de ojos la tormenta se instaló sobre ellos obsequiándoles con una fuerte lluvia. Acompañada de mucho viento, levantando un oleaje que venia dispuesto a llevarse por delante todo cuanto encontrara a su paso. Los nervios de la joven pareja se cernió sobre Jefrey, el cual les confesó su poca experiencia en estas situaciones. Cierto era también que nunca antes las había vivido de aquella magnitud. Allí estaban los tres, encerrados en la sala mas baja del faro escuchando la lluvia golpeando el cristal del pequeño ventanuco. La fuerza del mar no se hizo de esperar. El ruido de las olas golpeando la estructura del faro empezaba a ser preocupante, el fuerte zumbido acompañaba a un temblor que no daba buen presagio de lo que pudiera pasar. El eco del sonido recorría todo el interior del faro. Era estremecedor. Decidieron subir hasta la zona media del faro al comprobar que por la puerta de acceso empezaba a filtrarse un poco de agua. Sus corazones latían tan fuerte que casi se podía oír el ruido de sus latidos acompañando al retumbar de las olas golpeando la torre de piedra. De repente escucharon un fuerte chirrido exterior, algo metálico que se había desprendido del cuerpo del faro. La embarcación había sido empujada por el fuerte oleaje y sus amarres habían arrancado de cuajo la escalerilla de acceso, dejando a ésta varada en medio de la tempestad. Su única vía de escape se iba mar adentro, flotando a su suerte. Sus miradas se entrecruzaron con mas preocupación aun de la que ya tenían, sabidos de que un mal aun mayor se les había echado encima. Ninguno pronunció palabra alguna, pero todos

7

averiguaron por el sonido que se trataba de la escalerilla exterior. Sarah cerró los ojos intentando evadirse, buscando una vía de escape en su interior, como queriéndose despertar de aquella pesadilla que estaba viviendo, pero aquello no era ningún sueño. Jefrey de repente se levantó sin mediar palabra y en un intento desesperado de escapar corrió escaleras abajo gritando a lo lejos que no podían perder su embarcación. Su voz era un eco perdido en la sala. Sarah y Alan lo miraron descender, pero ninguno le siguió. Se miraron y se fundieron en un abrazo intentando calmar sus ánimos en tan mala situación. El corazón de Jefrey latió con mas fuerza aun al comprobar que en la primera planta había un palmo de agua. Asustado, pero guiado por la necesidad de sobrevivir abrió la puerta que daba al exterior y vio la embarcación ya a unos metros de su alcance flotando a la deriva. Vio que parte de la escalerilla del faro estaba colgando por uno de los laterales de la barca. Miraba con los ojos llenos de lagrimas como aquella embarcación con la que tantas veces había navegado se alejaba zarandeándose sin control a merced de las olas. La lluvia le golpeaba violentamente la cara y el oleaje ensordecía cualquier sonido. Sus ojos se perdieron en la oscuridad de la tormenta a pesar de ser de día, su mirada, absorta en el desespero, no vio venir el peligro que le acechaba. Una gran ola golpeó a Jefrey y cayó al agua.

En el puerto de Arbroath Tim miraba a través de la ventana de su caseta como la tormenta estaba muy próxima. Iba a cerrar la oficina y a irse a su casa para pasar el temporal en un lugar mas tranquilo y seguro. Miró con preocupación a lo lejos, en dirección a donde él sabia que se encontraba el faro de Bell Rock, preguntándose por la suerte de aquellos jóvenes y del ingenuo de Jefrey. No conocía en absoluto a Alan ni a Sarah, pero sí conocía la avaricia y despreocupación de Jefrey, el cual no era la primera vez que cogía clientes que Tim había rechazado por culpa de la previsión del tiempo y les llevaba al faro. Era un joven testarudo. Pero esta vez había ido demasiado lejos, ya que cuando zarparon Tim miraba a Jefrey alejarse con sus pasajeros a bordo mientras escuchaba por la radio el ultimo parte meteorológico diciendo que las corrientes habían cambiado la velocidad y dirección del temporal hacia Arbroath, pasando por la posición del faro. Era una odisea y una aventura saber cuanto tiempo disponían para ir y volver del faro, por lo que él había optado por no salir ya antes de aquel último aviso. El joven e inexperto Jefrey no se percató de ese último parte meteorológico y salió ajeno a los cambios. Las corrientes y la velocidad del viento eran muy variables, por lo que era imposible determinar unos horarios correctos. Ahora su mirada se centraba en la tormenta y su conciencia no le dejaba tranquilo, debería haber salido a evitar que Jefrey se llevara a aquellos jóvenes a un viaje posiblemente solo de ida. Debería haberle avisado por la emisora. Pero no lo hizo. Ahora estaba arrepentido. Sabía que si algo les ocurría se sentiría en parte responsable.

Sarah corrió tras Alan al oír el grito de auxilio de Jefrey al caer, pero cuando llegaron a la primera planta y comprobaron que el agua entraba con mucha fuerza por la puerta que había dejado abierta Jefrey se quedaron inmóviles, el agua estaba por todas partes. Una ola arrancó la puerta de cuajo, el agua entraba y salía por la puerta como si de un desagüe

8

se tratara, llevándose por delante todo lo que encontrara a su paso. Volvieron sobre sus pasos y se refugiaron en la planta donde habían permanecido hasta ahora. Les preocupaba Jefrey, pero también eran conscientes de que no podían hacer nada por él si se había caído al agua. También les daba demasiado miedo la violencia con la que la tempestad les estaba atacando como para jugarse la vida en rescatar al joven marinero. Un nuevo estruendo se adueñó de todo el interior del faro, un sonido de cristales rotos que venia de la parte superior. Alan y Sarah se miraron atemorizados esperando lo peor. Corrieron por las escaleras hacia la parte alta. Asustados. Sus miedos se tornaron en agonía al comprobar que toda la cúpula de cristal del faro se había hecho añicos. Estaban desesperados, no sabían que hacer, había cristales por todas partes y el agua entraba a raudales. La lluvia había ganado fuerza, por lo que se refugiaron en la zona media. Allí se sentaron en el suelo en un pequeño hueco que había junto a un viejo armario. Cogieron una manta de dentro del armario que olía a antipolillas y humedad, pero el frío y el miedo eran mas fuertes que aquel olor. Intentaron buscar una solución, pero ninguno de los dos llegó a proporcionar una idea coherente ante semejante situación, no había forma alguna de pedir auxilio, la esperanza de que alguien hubiera escuchado la llamada de Jefrey les daba una pequeña ilusión por salir vivos de allí. Pronto su mínima esperanza se desvanecería. El agua empezaba a bajar por la escalera procedente de la planta superior. A pesar del estruendo producido por las gotas de lluvia golpeando fuertemente contra las paredes del faro, un sonido lejano les llegaba a los oídos. Les resultaba extraño, ya que entre la lluvia y el fuerte oleaje era casi imposible escuchar nada, pero ese ruido les llegó claramente. Entre los truenos se podía escuchar perfectamente, como un golpeteo a lo lejos. Era el sonido de las campanas de la Abadía de Arbroath. ¿Porque escuchaban esas campanadas? ¿Que significaba aquello? Se miraron asustados, pero conscientes de que lo que habían escuchado era real. ¿Acaso tenia alguna relación ese sonido con las fotos que habían visto antes de la Abadía? No se lo explicaban. Para salir de dudas decidieron ir a buscar el libro donde habían visto aquellas ilustraciones para encontrar alguna posible explicación. El agua cada vez entraba con mas fuerza, deslizándose escaleras abajo, inundando lentamente cada planta, cada sala, fluyendo hasta llegar a la zona mas baja mezclándose con el agua que entraba por la puerta procedente del oleaje. Encontraron el libro en el suelo de la planta donde antes estaba la cúpula acristalada, junto a unos objetos marineros. Había cristales por todas partes. Lo recogieron y buscaron la hoja en la que salía la Abadía de Arbroath. Con la lluvia y el viento se hacia difícil la lectura. A duras penas leyeron que en el siglo XIV el Abad de la Abadía mandó colocar una campana sobre la Abadía para poder avisar a los barcos navegantes de la zona del peligro de la roca sumergida a escasos metros del nivel del mar. Eran muchos los barcos que habían chocado con la roca y se habían hundido llevándose consigo centenares de vidas. Alan no encontraba una relación a aquello, las manos le temblaban. ¿Acaso las almas de los difuntos clamaban justicia? ¿Buscaban saciar su sed de venganza por no haber construido antes una señal para evitar así las innecesarias muertes de tantos marineros inocentes? Miró a Sarah intentando hallar una explicación pero lo único que vio fue la cara desencajada de su novia mirando perdida hacia el mar. Alan miro en la misma dirección donde los ojos de Sara

9

estaban clavados y su estremecimiento fue a mayores cuando vio un barco de guerra acercarse hacia el faro. Sarah empezó a gritar y Alan la cogió de la mano dudando de si lo que habían visto era real o una mala pasada de su imaginación. Creía estar viviendo una pesadilla. Corrieron escalera abajo intentando huir de lo que podía ser un desastre mayor. Resbalaron por culpa del agua que corría por las escaleras y cayeron al suelo, no se habían hecho mucho daño, pero de repente todo empezó a temblar. Un temblor hizo vibrar todo a su alrededor. El faro parecía que iba a derrumbarse. ¿Realmente era el HMS York que se hundió en 1804 el barco que vieron? Aquel buque era idéntico al de la ilustración del libro. ¿Es posible que las campanas de la Abadía sonaran aun estando ésta derruida hacía siglos? Estas preguntas golpeaban sus mentes mientras empezaban a caer cascotes de por todas partes, las paredes se agrietaban dejando pasar la lluvia y el viento, toda la estructura del faro empezó a temblar violentamente. La tempestad se había apoderado de aquel faro. No había nada que pudieran hacer. La tormenta era ahora la dueña de todo, el faro iba a pasar a la historia, el viento quería llevarse la vida de aquellos jóvenes y arrebatársela al mar, que buscaba aumentar su numero de victimas. Todo se había acabado para ellos. Se escuchó un gran estruendo. El faro se desmoronó por completo. Las campanas de la Abadía de Arbroath dejaron de sonar.

Pronto el estruendo de la tempestad dio paso al silencio... el sol volvía a brillar en el puerto de Arbroath. Las olas eran una suave marea peinadas por la brisa. Tim iba a llevar a un grupo de turistas al faro de Bell Rock. Ignoraba que había sucedido con Jefrey y sus acompañantes una semana antes, cuando azotó aquel temporal en la costa de Angus. El temporal duró casi toda la semana, la gente apenas salio de sus casas. Fue de lo mas sonado en las últimas décadas. El parte meteorológico para el día de hoy era bueno, así que Tim zarpó del puerto en dirección al faro. Las gaviotas revoloteaban alrededor del barco del marinero, haciendo reír a los turistas como si de una atracción se tratara. Llegaron al faro de Bell Rock con la marea alta, asegurándose tiempo suficiente para la visita antes de que bajara la marea. Tim amarró la pequeña embarcación a la escalerilla de acceso al faro. Descendieron animadamente y procedieron a la visita. Tim se apresuró a comprobar si había rastro alguno de Jefrey y sus acompañantes, pero nada hizo sospechar que allí hubiera ocurrido nada extraño. Aquello le tranquilizó. Acompañó a los turistas planta por planta hasta llegar a la cúpula acristalada, donde unas excelentes vistas de toda la bahía de Angus les esperaba ansiosa por demostrar su belleza. Tim se relajó al ver que todo estaba en orden. Sus ya olvidadas preocupaciones empezaron a buscar una razón coherente al hecho de que encontraran una salida o que la tempestad no les llegara a alcanzar. Tim dedicó una gran sonrisa a sus clientes demostrando que todo iba bien y que el día era fantástico. Bajó hasta la zona media del faro a esperar a los turistas, mientras leía el periódico local de Arbroath que había traído para hacer tiempo y relajarse. El sol brillaba con fuerza en el exterior. La brisa era una suave sensación de olores y texturas saladas. Alguna gaviota se atrevía a posarse sobre la barandilla del faro para contemplar mas de

10

cerca a los extraños visitantes, éstos miraban y tocaban todos los objetos que encontraban en la sala como si de una tienda de souvenirs se tratara. Un leve susurro procedente de la planta de arriba llegó a sus oídos. Tim se percató de que los turistas estaban murmurando algo un tanto exaltados. Subió hasta la cúpula para averiguar de qué se trataba y vio como estaban todos reunidos mientras leían y comentaban algo de un libro que uno de ellos sostenía en sus manos. Los turistas miraron fijamente a Tim al entrar en la sala, había preocupación en sus ojos, como si esperaran una explicación por su parte. No entendía nada. Un turista le tendió el libro que rápidamente Tim reconoció, era el libro que contenía la historia del faro, antes, durante y después de su construcción así como alguna que otra historia o leyenda. Datos verídicos según el autor y la editorial, datos documentados y comprobados, todo siempre en relación al faro de Bell Rock. Siempre había pensado que aquel faro escondía muchos misterios y gran parte de su historia era sobrecogedora. Pero no tanto como para dar razón a las miradas acusadoras de aquellos extranjeros. Empezó a ojear por si había algo extraño y de pronto comprendió que algo no iba bien. En la última página había como un nuevo texto añadido, pero sorprendentemente con la misma caligrafía del libro, escrito con la misma tinta original, pero que nunca antes había visto, teniendo en cuenta que ése libro lo había leído infinidad de veces. Lo había utilizado en innumerables ocasiones para relatar a los visitantes algún anécdota de la historia de Bell Rock. Pero aquel extraño anexo no le resultaba familiar. No recordaba haberlo leído antes. Se olvidó por un momento de los turistas mientras sus ojos leían aquel misterioso inciso. Todos sus sentidos se volcaron en la comprensión de aquel escrito. Hablaba de un temporal ocurrido en la costa de Angus no hacía mucho tiempo, concretamente la misma fecha que la pasada tormenta, algo inexplicable, pues ese libro hacía mas de cien años que estaba escrito. Relataba la historia de un naufragio. Eran tres personas, un marinero y dos turistas. No pudo leer mas. Tim empezó a temblar. Sus nombres aparecían escritos en aquel papel. Eran Jefrey, Alan y Sarah.

FIN

11

ALMA ERRANTE Historia II

Era una mañana soleada en St. Andrews, Leon llevó a dar un paseo en barca a su mujer Claire, hacia tiempo que ella le pedía que la llevara hasta el faro de Bell Rock, ya que allí habían vivido momentos inolvidables algunos años atrás. Ese día había llegado para ellos. Disfrutando del buen tiempo, poco a poco fueron llegando hasta el faro. En un repentino ataque sorpresa, Leon cogió a su mujer y juntos cayeron al agua, riendo como dos adolescentes en medio del mar del norte, junto a la gran roca de Bell Rock. El agua estaba fría, pero se agradecía por el calor que emitían los rayos solares. Leon se aproximó hasta la escalerilla de acceso, cogió un cabo de la cuerda y dio un par de vueltas dejando amarrada la barca. Tenia una llave del faro ya que años atrás había trabajado como guía turístico en una compañía de visitas al faro. Bell Rock significaba mucho para él. En sus años en activo en la empresa el jefe de la compañía le había dado autorización para que lo visitara cuando quisiera con la única condición que no estuviera allí cuando hubiera visita turística. Mantenía muy buena relación con ellos. Subieron por la escalerilla y entraron. Sacaron ropas secas de sus mochilas y se cambiaron. habían traído algo de comida para pasar el día en el faro, aunque se dejaron la bolsa en la barca sin darse cuenta. Todo estaba tranquilo. No era día de visitas. Claire le propuso subir hasta la cúpula haciendo una carrera para ver quien llegaba antes, donde les esperaban unas vistas espectaculares. El día estaba tan claro que la costa de St. Andrews se definía con una perfección fotográfica. Una gaviota se había posado sobre la barca de Leon, como si fuera su gran trofeo. Desde arriba se podían oír sus gritos estridentes. Jadeantes tras el esfuerzo se asomaron al balcón y se abrazaron triunfantes, como premio por haber subido las siete plantas corriendo. Sin separarse el uno del otro contemplaron las magnificas vistas para dejarse llevar por los sentimientos del amor y besarse. Leon y Claire se conocían hacia cinco años, cuando él empezó a trabajar como guía en Bell Rock Lighthouse Tourism, la empresa que organizaba visitas guiadas al faro. Allí Claire un día acudió como una turista mas, hasta que tras cruzar algunas miradas y aceptar la proposición de dar un paseo un día y salir a cenar una noche se enamoraron el uno del otro. Un par de años después se casaron y sus visitas al faro fueron mas personales. Era un lugar muy romántico, contemplar las puestas de sol, las noches estrelladas y los amaneceres eran únicos en Bell Rock. Todo era magia. Llegó una época en su vida que entre compromisos y trabajo estuvieron a punto de entrar en una monotonía por los hábitos adquiridos, dejaron de visitar el faro, se habían sumergido en una rutina diaria que a penas les daba alegrías. Todos los días eran iguales. Prometieron darse una oportunidad y esta era la mejor manera de empezar. Pasaron el resto de la mañana charlando de la vida en común y demás temas habituales en cualquier pareja entre risas y miradas de complicidad. Llegó la hora de comer y Leon se percató de no tener la bolsa de la comida en su mochila. Se la había dejado en el interior de la barca. Le pidió a Claire que le esperara para ir a buscar la comida. Bajó por las escalerillas del faro hasta alcanzar el cordel del amarre de la barca, la atrajo con un 12

brazo haciendo mucho esfuerzo y alcanzó la bolsa de la comida. Claire llevaba una temporada intentando adelgazar para sentirse bien consigo misma y gustar mas a Leon, aunque él le repetía constantemente que le gustaba tal como estaba. Había sufrido desmayos unas semanas atrás por la falta de hierro. Llevaba una dieta muy estricta sin control médico y no se alimentaba lo suficiente. Su cuerpo le daba las señales de alarma en forma de mareos y desmayos. Claire ignoró todas aquellas señales. Tras el esfuerzo de haber subido corriendo, se mareó un poco. Quiso descansar un instante sentándose en algún sitio, pero fue demasiado tarde. Cayó desmayada. Leon se disponía a subir cuando oyó un portazo. La puerta de entrada al faro se había cerrado culpa de alguna corriente de aire. Leon golpeó repetidamente la puerta para que Claire le oyera y bajase a abrirle. No hubo respuesta. Leon insistió una y otra vez y Claire no respondía, algo extraño estaba sucediendo, pensó. El sonido que producía el golpear la puerta era perfectamente audible desde todo el interior de la torre, había un eco profundo. Era imposible que su mujer no le oyera. Leon empezó a alarmarse. Llamaba a Claire a gritos con la esperanza de que escuchara su voz. Nada. Todo seguía igual. Cansado de estar sujeto a la escalera, volvió a acercarse la barca y se subió en ella, desde la cual y tras alejarse lo que le daba de sí la cuerda del amarre volvió a llamar a gritos a Claire mirando la ventana de la segunda planta. Su corazón latía violentamente, sentía que si no se aclaraba pronto la situación iba a estallar en su pecho. Era una sensación agónica. ¿Qué estaba haciendo Claire que no podía oírle? Cansado e impaciente de esperar volvió a subir a la escalerilla. La marea había bajado. La roca sobre la que estaba el faro de Bell Rock estaba totalmente emergida. Leon golpeó con fuerza la puerta, intentando forzarla y abrirla. Ya no le preocupaba que Claire no le oyera, le preocupaba que a Claire le hubiera pasado algo, ya que si ella estuviera bien habría salido ya en su busca preocupada por su tardanza, pero no había señal alguna. Corrió lo más al extremo posible de la roca intentando visualizar algo en el faro, por los ventanucos... por la cúpula... pero nada. No había ningún rastro ni movimiento en el interior. Aterrado gritó una y otra vez el nombre de Claire, pero seguía sin haber respuesta. Cayó de rodillas desesperado. Se puso a llorar, no sabía que mas podía hacer. Claire, Claire... Claire... No dejaba de repetir su nombre en su cabeza... Pasaron unas horas y todo seguía igual. Leon decidió subirse a la barca y volver al puerto a pedir ayuda. Sabía que algo le había sucedido a su mujer. Cogió unas ropas que llevaba siempre de recambio en la barca y se vistió rápidamente, una brisa fresca comenzaba a formarse. El miedo y la angustia de no poder ayudarla le generaba una sensación de ansiedad extrema. Le temblaba el pulso, casi no pudo poner en marcha la barca, pero finalmente lo logró y salió a

13

toda velocidad hacia el puerto de St. Andrews. Con los nervios de la situación no se había percatado de que una enorme nube gris se había instalado sobre el faro. Una ligera llovizna empezó a preocuparle mas aún si cabía. En poco tiempo esa llovizna era ya una tormenta. Leon ahora tenía miedo. Iba a toda la potencia que le daba el pequeño motor de la barca, pero sabía que la tormenta iba a acompañarle todo el camino. Tampoco era lo que mas le preocupara. Se giraba constantemente en busca de alguna señal, algún rastro de su desaparecida Claire. La tormenta iba en aumento y el faro casi no se podía ni ver, la densa cortina de agua permitía ver solamente la silueta de Bell Rock. Poco tiempo después quedó totalmente cubierto. El faro desapareció entre la densa lluvia. Finalmente pudo llegar a St. Andrews, en el puerto no había nadie, la gente había ido a refugiarse de la tormenta. Buscó ayuda en las autoridades y los servicios de rescate marítimos. Su agonía no había hecho más que empezar. Leon entró a gritos pidiendo ayuda. Sus palabras eran sonidos entrecortados por las fuertes palpitaciones que sufría. Se encontraba en un estado de máxima ansiedad. Los del servicio de rescate le dijeron que la tormenta iba a ser muy violenta, que duraría varios días y que según los partes meteorológicos recomendaban no salir por la fuerza del viento y de las olas, que en algunos momentos superaba los catorce metros. Se habían cancelado todas las salidas y tenían ordenes de los superiores de permanecer allí a la espera de alguna mejora por parte del tiempo para poder salir. Quizás mañana. Le intentaban convencer de que no podían ir a rescatar a una sola persona arriesgando la vida de todo un equipo. No era algo coherente. Leon no podía creérselo. Se suponía que aquello era un servicio de rescate perfectamente preparado y cualificado para este tipo de situaciones de máximo riesgo. Empezó a encontrarse mal, todo le daba vueltas, oía voces por todas partes y no podía distinguir nada. Se llevó una mano a la cabeza y se tambaleó levemente. Sus ojos estaban idos. Leon cayó desmayado en medio de tanta agonía, golpeándose fuertemente la cabeza contra la esquina de la mesa, luego cayó al suelo. El impacto fue tremendo. Después todo fue silencio.

Amaneció el día claro en el hospital de St. Andrews. Leon había estado ingresado con un fuerte shock y traumatismo craneal severo. Había permanecido allí durante los cuatro días que duró la tormenta. Cuando despertó poco a poco fue reaccionando y cuando volvió en sí preguntó por Claire, le dijeron que el equipo de rescate fue a los dos días y en el faro no encontró a nadie, no sólo no eso, si no que tampoco había rastro de que nadie hubiera ido allí. Con un fuerte dolor de cabeza y la confusión por lo sucedido prefirió no pedir nada mas y giró la cabeza hacia el lado de la ventana. Su mirada estaba perdida. Se quedó pensativo. Así se pasó la mayor parte del día. Le dijeron que a la mañana siguiente le darían el alta. Llegó la noche y Leon se levantó, se sentía angustiado, tenía ganas de salir y saber algo de su mujer. Ella no estaba en el hospital con él. Todo era muy extraño. Se asomó por la ventana de la habitación. ¿Dónde estaba Claire? Mirando hacia el infinito con la vista un poco nublada comprobó que a lo lejos se distinguía un destello de luz. Sus ojos se abrieron un poco mas, frotándoselos con las manos tratando de aclararse la vista clavó sus ojos en aquel destello de luz.

14

No había dudas. Era el destello de luz del faro de Bell Rock. Se vistió y en pocos minutos logró salir del hospital sin que nadie se percatara de su ausencia. Corrió lo mas rápido que pudo hacia el embarcadero del puerto que estaba a pocos kilómetros del hospital. Al llegar comprobó que su barca aún estaba allí, alguien la había amarrado. Subió y salió en dirección al faro. Nunca había navegado de noche, pero tampoco tenía miedo, a pesar de la oscuridad, era muy fácil guiarse por la luz que emitía el faro de Bell Rock. La noche era clara, por lo que la luna también ayudaba. A medida que se iba acercando, el destello de luz era mas y mas grande, pronto empezó a distinguir la forma tubular y alargada del faro. Sus ojos estaban fijos en la luz. Cuanto más se acercaba más seguro estaba de lo que creía estar viendo hacía un rato. Hasta que la aproximación fue suficiente para confirmarlo... Había una sombra atravesada por la potente luz, una forma humana que le era muy familiar. Claire estaba en la cúpula de cristal del faro. Podía verla perfectamente cada vez que la luz pasaba tras ella. Era su silueta, no había ninguna duda. Leon alzó los brazos buscando una respuesta a sus gestos, pero la silueta permanecía allí inmóvil. Un sonido hizo que Leon desviara su mirada hacia la parte baja del faro... era la puerta de entrada. Estaba golpeando una y otra vez al compás de la corriente de aire. Abrió sus ojos lo máximo que pudo para intentar dar crédito a lo que veía y rápidamente fue hacia la puerta, subió la escalerilla y se olvidó de la barca, la cual poco a poco se fue alejando con las olas, flotando a la deriva sin rumbo ni dirección. Leon entró y subió corriendo las escaleras, recordando fugazmente cuando las subió días atrás con Claire, aquella mañana llena de felicidad. Recordó que la puerta estaba cerrada cuando desapareció Claire y no entendía que hacía ahora abierta. Algo extraño estaba sucediendo. Por fin llegó a la cúpula de cristal. La bombilla estaba girando sobre los rodamientos como era normal en el funcionamiento del faro, pero nada mas. Miró en todas direcciones y todo permanecía como si allí no hubiera sucedido nada, todo permanecía en su sitio sin nada que alterara el orden. Llamó a Claire... pero no hubo respuesta, solo silencio y el leve roce de los rodamientos. Salió al balcón y miró por el exterior, dando toda la vuelta sin encontrar ningún indicio del paradero de Claire. Vio como la barca se había alejado bastante arrastrada por la corriente marina, pero ya nada le importaba. Entró dentro y se sentó, acurrucándose junto a una mesilla y llorando desconsoladamente. ¿Donde estaba Claire? ¿Donde se había metido? Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas y golpeaban contra el suelo, mezclándose con el polvo. Leon se levantó y bajó hasta la planta primera, donde debería estar la mochila que Claire dejó su ropa, pero allí no había nada. De hecho no había ni huellas de que alguien hubiera estado antes que él en ese preciso instante. Volvió a subir a la cúpula acristalada, donde un destello de luz lo acompañaría en esa noche solitaria, la luz del faro de Bell Rock. La noche era estrellada, el fondo era un oscuro manto repleto de gotas de luz incandescentes. Una estrella fugaz cruzó el cielo infinito, Leon no se percató de ello. Habían pasado las horas y Leon había caído profundamente dormido, en medio de un mar de

15

dudas. Tenía la cabeza hecha un completo lío, le costaba empezar a distinguir lo que era real de lo que no. El dolor de cabeza era muy intenso, por lo que decidió descansar un poco mas esperando que al despertar se le hubiera pasado. Se sentía profundamente mareado. Despertó con los rayos del amanecer reflejándose en su cara. Había dormido toda la noche desde que llegó al faro. Se levantó y empezó a buscar alguna prueba de algo que le diera una explicación. Miró planta a planta cada rincón del faro, algún indicio. Llegó finalmente hasta la planta baja, abrió la puerta y comprobó que la mar estaba baja, por lo que salió a investigar por las rocas, el único sitio que le quedaba por explorar. Recorrió la totalidad de la superficie rocosa sobre la que se asentaba el faro, allí no había ningún rastro de Claire, dentro tampoco. Miró a su alrededor pronunciando una vez mas el nombre de su mujer... pero de nuevo no hubo respuesta. El silencio junto con el sonido suave de las olas golpeando las rocas fue su única respuesta. De repente algo se distinguía en el horizonte. Leon corrió hasta el faro y subió hasta la segunda planta, donde a través del ventanal pudo distinguir que una embarcación que le resultaba familiar se aproximaba a Bell Rock. Era la embarcación de su ex compañía de visitas al faro, con un pequeño grupo de turistas que se dirigía hacia el faro. Una sensación agridulce se apoderó de él. Le alegraba la idea de ser rescatado y poder volver a tierra firme, pero la desorientación que le producía no saber que decir y de no entender qué estaba pasando le revolvía el estómago. El grupo estaba cada vez mas cerca, Leon decidió esconderse, no sabía como afrontar aquella situación. Le daba miedo enfrentarse a su ex jefe dándole una explicación. Poco a poco fueron subiendo todos los turistas al faro, la tranquilidad y el silencio habían desaparecido de Bell Rock, aquello parecía un mercado en pleno sábado por la mañana. Leon los escuchaba desde el piso superior, siguió subiendo hasta llegar arriba del todo, donde ya no había más lugares donde esconderse. No sabía que hacer, como presentarse a los turistas, como explicar lo que estaba haciendo allí. Una voz que le era muy familiar sonaba en la planta de abajo, tan solo faltaba un piso para que le vieran. Era la voz de su ex jefe. Se colocó junto a la mesilla con la que compartió lagrimas la noche anterior y se quedó a la espera de los acontecimientos. Era una situación realmente incómoda. El momento era inminente. Su corazón se aceleró. Por un momento dejó de pensar en Claire, olvidó todo lo que le había llevado hasta Bell Rock y solo pensaba en qué decir a Gordon, al que tenía un profundo respeto y al que le debía muchos favores. Con Gordon en primera fila los turistas fueron subiendo uno a uno a la cúpula. Parecieron no inmutarse de su presencia, como si fuera algo normal que él estuviera allí. Pasaron a su lado, ni lo miraron, seguían haciendo fotos como si todo fuera normal, algunos salían al balcón y lo más impactante para Leon fue la ignorancia de Gordon. Ni le había mirado a la cara. Permaneció allí de pie, inmóvil, hasta que la totalidad de turistas estaba fuera haciendo fotos al paisaje, a las inmejorables vistas del puerto de St. Andrews. Aprovechó aquel momento de confusión para ir bajando alguna planta, preguntándose por lo sucedido, no entendía aquella indiferencia mostrada por todos, menos aún la de su ex jefe. ¿Acaso Gordon estaba muy enfadado por haberlo encontrado allí y por esa razón no le dirigió la palabra? Ni tan solo lo miró a la cara. Leon recordó que Gordon le pidió cuando le dio la llave del faro que nunca estuviera allí cuando hubiera visita, quizá por eso estaba enfadado. Leon estaba pensando una explicación de disculpa para cuando bajara. Aquello no podía terminar así, apreciaba mucho a su ex jefe como para no hacer nada. Se quedó esperando en la planta baja, que era un poco más amplia que las

16

demás, un tanto mas cómoda. La espera se le hacía eterna. Volvió a pensar en Claire. Recordó la agonía que estaba acechándole, volvió a sentirse aturdido. Progresivamente escuchó las voces bajando por las escaleras, cada vez mas intensas, distinguiendo perfectamente la de Gordon. Gordon indicó a los turistas que fueran bajando hasta la barca, que él iba a asegurarse de que todo quedaba en condiciones y ahora volvería para regresar al puerto. Los turistas obedecieron como soldados a su mando, sonrientes, bajando las escalerillas como podían, ignorando una vez mas su presencia. Leon dedujo que Gordon había pedido a los turistas que bajaran para quedarse ellos dos a solas y poderle dar una explicación. Se la debía. Una vez bajaron todos, Gordon había ido a cerrar el ventanal de la planta segunda, murmurando algo en voz baja bajó hasta donde estaba Leon. Se puso nervioso, sabía que la explicación tenía que ser coherente. Gordon miró hacia todas direcciones de la sala, como buscando algo, pero ignorando también la presencia de Leon. Se le veía preocupación en la mirada, sus ojos expresaban dudas. Leon se disponía a pronunciar su primera palabra cuando de pronto Gordon salió por la puerta y la cerró de un portazo. Leon se quedó boquiabierto. Su corazón estaba acelerado. Dio dos vueltas a la llave y bajó la escalerilla para reunirse con sus turistas. Leon, confundido aún mas si podía se quedó paralizado. Un cúmulo de preguntas sin respuesta se sumó en su cabeza junto con las que ya tenía de antes, produciéndole un intenso dolor. Como ido, sin saber muy bien por qué, subió hasta la segunda planta y se asomó por el ventanal viendo como los turistas, pero sobre todo Gordon, se alejaban. Miró fijamente al capitán, el cual se giró para devolverle la mirada, con un interrogante en aquellos ojos que se clavaron en sus pupilas, observando la silueta de aquel misterioso faro. Leon apartó la vista del ventanal y se acurrucó en el suelo. Cayó la noche y Leon despertó. Se sentía ligero, como si hubiera perdido peso. Llevaba casi dos días sin comer, pero sorprendentemente para él tampoco tenía hambre, era una duda más por aclarar. Se levantó y subió a la parte más alta del faro, la luz giraba sobre su eje, iluminando todo su cuerpo cada vez que giraba por delante de él, también podía sentir el calor de la luz al estar tan próximo a ella... le recordó el calor del cuerpo de Claire. Dando pasos cortos, como inseguro de sí mismo, se disponía a salir cuando se percató de que la puerta de acceso al balcón estaba cerrada con llave, la había cerrado Gordon antes de bajar. Miró la oscuridad a través de los cristales, infinita, misteriosa, tenebrosa. Le gustaba. La luz del faro deslumbraba en sus ojos con el reflejo en los cristales, le obligaba a cerrarlos a pesar de que le gustaba contemplar la oscuridad del mar en el exterior. Tenía una sensación extraña en su cuerpo, no le dolía nada, pero no se sentía como siempre antes de que sucediera lo de Claire. Era una sensación de agilidad, ligereza, aunque perezoso y desganado al mismo tiempo. Algo extraño había sucedido en su organismo, no era el mismo. Deambuló por el faro de planta en planta, abriendo de vez en cuando algún ventanal para sentir la brisa del exterior. Sentía como una brisa suave acariciaba su piel, haciéndole sentir libre, cerraba los ojos notando un compuesto de sal y agua acariciando su piel, escuchando el suave sonido de las olas golpeando el faro. El mar estaba en calma... se podía ver el reflejo de la luna en las oscuras aguas, iluminadas simplemente por la luz desprendida por el satélite que tantas y tantas veces había contemplado junto a Claire, ahora se sentía solo, sumido en la tristeza de la soledad del faro. Pasaron los días y todo siguió igual. No hubo ni rastro de Claire, nada que le devolviera a la

17

realidad de la que parecía haber desaparecido. Seguía sin haber comido nada, su cuerpo no necesitaba alimentarse. Perdió la noción del tiempo, lo único que distinguía era la noche y el día. Su único que hacer era deambular por el faro, de arriba a abajo, sentarse, dormir, despertar... Leon entró en un estado de superficialidad. Nada tenía razón de ser allí dentro. No distinguía la realidad, su mente se había bloqueado y se había transformado en un ser caminante sin rumbo fijo, como una sombra en el interior del faro. Una sombra que un día, de esos que quedaron atrás, había tenido un nombre, un hogar, una mujer a la que adoró mientras tuvo uso de razón, una sombra que llegó poco a poco a desvanecerse, a evaporarse junto con las partículas de polvo... dejándose llevar por las corrientes internas. Una noche cualquiera, con la luna llena brillando en el cielo acompañada por las estrellas, esa sombra que un día tuvo nombre se percató de que había algo nuevo encima de una vitrina que contenía mapas antiguos de la zona. Aproximándose a esa vitrina comprobó que se trataba de un periódico de hacía unos meses. Algún turista debió dejárselo y Leon no se percató de ello. Disponiendo de todo el tiempo del mundo, ojeó aquel diario recordando fugazmente lo que era la vida real, lo que acontecía en el mundo exterior, en la vida más allá del faro de Bell Rock. Pasaba las páginas abstraído, inalterable y ajeno a cualquier titular que apareciese. Hubo una noticia que le llamó la atención, la del caso de un chico que había fallecido en el puerto de St. Andrews la noche que comenzó el último gran temporal. Sus ojos se clavaron en el papel. Le daba miedo leer... tenía algo así como una premonición. Contaba la noticia que un joven partió desde el faro del Bell Rock para pedir ayuda al haberse quedado su mujer encerrada dentro, la cual no contestaba a sus llamadas. El chico al llegar al puerto sufrió un desmayo y se golpeó fuertemente la cabeza al caer en el puesto del servicio de rescate provocándole una muerte casi instantánea. Los equipos de rescate que estaba allí junto a él no pudieron hacer nada por auxiliarle. La mujer fue rescatada al día siguiente. Había sufrido un desmayo y por eso no contestaba a las voces de alarma de su marido. El espíritu de Leon subió hasta la parte mas alta del faro, gritando de rabia, impotente, se lanzó contra los cristales de la cúpula haciéndolos añicos y se precipitó al vacío. Quería desaparecer de este mundo que le había rechazado. Pero su cuerpo flotaba en el aire. Era una nueva sensación, nunca la había sentido antes. Nunca había estado en esa dimensión. Se mezcló con la brisa marina, volando como siempre había soñado cuando era un niño, sintiendo que su cuerpo no pesaba, voló hasta llegar a lo siempre desconocido del horizonte, viendo el crepúsculo que siempre había soñado, ahora era real. Cruzó ese mar azul, secándose las lágrimas, desapareció en el firmamento. Era consciente de que todo había cambiado y que su vida ya no sería como antes, por lo que decidió hacer una última visita a un lugar muy especial. Su casa. Allí encontró a su mujer Claire, durmiendo en la cama de la casa que un día había sido su hogar, junto a ella en la cama mezclada con las sabanas había una foto de Leon y ella juntos, era de otro tiempo, cuando él todavía era humano. Se acercó a ella y la besó suavemente en los labios. La miró durante un instante, un momento eterno, respirando aquel aroma que tantas veces le había hecho soñar, el olor inconfundible de quien le había regalado los mejores años de su vida. Por última vez la volvió a mirar, sabiendo que nunca la olvidaría. Se iba con la certeza de saber que ella siempre supo lo mucho que la quiso, y siempre la

18

querría. El primer rayo de luz de la mañana entró por la ventana... Leon se giró y sin dejar de mirarla se fue alejando... dejando un intenso recuerdo... de alegría y dolor. Sintió como su cuerpo se evaporaba con la luz desapareciendo de aquella habitación para siempre, llevándose consigo los mejores recuerdos de toda una vida. FIN

19

EL VAMPIRO Y LA SIRENA Historia III

Luchaba contra la tormenta. No sabía cuanto tiempo iba a poder resistir... se sentía cansado y débil, llevaba varías horas volando a merced del viento, bajo una lluvia de gotas punzantes que golpeaban sus ropas como si fueran puntas de cuchillos, podía sentir los impactos en su piel, una piel gris, pálida. Carente de vida. A lo lejos, camuflada entre las olas de la tempestad vislumbró una luz. Era la luz del faro de Bell Rock, desafiando una vez mas las temibles tormentas, bravo ante las adversidades climatológicas. Allí se dirigió Eilan, lo mas rápido que le permitía su cansancio. Apenas se podía distinguir la luz a través de la cortina de lluvia. Había sido expulsado del reino de las tinieblas. De allí procedía Eilan. Su vida había sido siempre la oscuridad. Su mundo era el mundo de las sombras, aunque él no había deseado esa vida. Había luchado durante toda su existencia para implorar un cambio, un cambio que nadie en su clan estaba dispuesto a otorgarle. Nunca se había considerado un vampiro. Pero es lo que era. Por lo menos, necesitaba practicar la hematofagia para subsistir, muy a su pesar. Había dedicado gran parte de su vida en hallar una pócima que le produjera el efecto necesario para no tener que alimentarse de sangre, no quería aceptar lo que el destino le había dado. Las riñas entre él y los de su clan eran continuas por este motivo. A pesar de sus esfuerzos, no había hallado la pócima. Llevaba varios días sin probar la sangre, razón por la que se encontraba tan débil. Sólo se alimentaba cuando no le quedaba más remedio, cuando estaba al borde del desmayo, no podía alimentarse de nada mas que no fuera sangre. Pertenecía al clan de los Baobhan-sith, una raza de vampiros de la antigua Escocia, destacados por llevar unos ropajes verdes oscuros, para pasar inadvertidos en la noche y tener la habilidad de caracterizarse como ser humano, y así pasar mas inadvertido entre éstos y asegurarse un ataque mas efectivo, cambiando si fuera necesario su tono de voz y darle un color mas vivo a su piel. Eilan no practicaba ninguno de esos métodos, no se sentía identificado ni orgulloso con ellos. Se agarró a la barandilla del balcón del faro como pudo, casi no le quedaban fuerzas para nada mas, se dejó caer en su interior y allí quedó tendido durante un largo rato, dejándose golpear por las gotas de lluvia que incesantemente golpeaban su cara, como derrotado en una batalla, Eilan parecía no inmutarse. El cansancio podía con él y lo peor de todo, sabía que pronto tendría que comer, o se desvanecería en un sueño eterno del que jamás podría despertar. Allí permaneció durante el resto de la noche, extasiado y rendido.

Aila había tenido mala suerte. Tuvo la mala fortuna de nacer en un día equivocado, un día en el que en su reino de las profundidades significaba desdicha y mala fortuna. En Atlantis no querían nada de eso, y según ordenó el rey Poseidón todos los bebés nacidos en ese día debían ser expulsados del reino de las profundidades. Era una tradición que año tras año se llevaba a cabo, muy a pesar de los padres. 20

Aila no fue ninguna excepción y fue abandonada junto a las Columnas de Hércules, para fluir por las corrientes submarinas a merced del destino. Pero su fortuna cambió tan pronto como un delfín se cruzó en su camino, quien sin vacilaciones y sin pensárselo más adoptó a aquel ser recién nacido para alimentarlo como si una cría más de su manada fuera. No tardaría en crecer y convertirse en una bella sirena, una sirena sacada del cuento de hadas mas bonito. Su mano tenía una pequeña marca en forma de media luna, un tributo a lo que la había llevado a ser desterrada de su reino, del cual, si no hubiera sido expulsada, se hubiera convertido en princesa. Una media luna transparente. Esa marca era la marca que llevaban de por vida todos los nacidos bajo la constelación de Piscis, en la noche sin luna, la noche maldecida en Atlantis. No tardaría esa bella sirena en separarse de la manada que la vio crecer para vivir a su libre albedrío en las aguas salvajes del mar del norte. Le gustaba surcar los mares y posarse en alguna roca a descansar, cantar e ir reponiendo la energía perdida que le ofrecían los rayos del sol, se sentía bien, se sentía libre, ignorante de la fortuna que tuvo al nacer para no ser una víctima mas de las crueles tradiciones de los habitantes de Atlantis.

Eilan pasó todo el día refugiado de los rayos del sol en el interior del faro de Bell Rock, abandonado hacía mas de cien años por los habitantes de la costa de Angus. En su interior apenas se conservaba algún mueble totalmente devorado por las termitas y no había rincón alguno sin su correspondiente telaraña. El sol era su mayor enemigo, no podía resistir apenas un instante bajo sus rayos, los cuales terminarían con la vida de Eilan en pocos minutos. Poco después del ocaso, el ser de la oscuridad se asomó al exterior para comprobar si había algo para alimentarse, sabía que tenía que comer, no le quedaba mucho tiempo. La oscuridad del exterior sólo se veía perturbada por los reflejos de la luna en el mar. Un inocente pescador estaba navegando muy cerca del faro en busca de pescado para llevarse a su hogar. La mayoría de los habitantes de Angus vivía de la pesca, eran muchos los que salían a faenar por la noche aprovechando la tranquilidad de las aguas. Cual predador Eilan fijó su objetivo en el pescador. Era una presa fácil, lo sabía y también sabía que no quería hacerlo, no quería dejar a otra mujer viuda ni a otros niños huérfanos, pero su necesidad de subsistir le obligaban a seguir adelante. Sus ojos se inyectaron en sangre... sus colmillos crecieron. Era el momento. Eilan saltó desde lo alto del faro como un experimentado cazador, sigiloso y muy veloz se lanzó directo a su presa, en pocos segundos estaba detrás del pescador, quien ignorante a la presencia del nuevo ser seguía con sus labores de pesca. Por un instante Eilan tuvo una sensación de remordimiento, arrepentimiento quizás, pasó por su mente la imagen de la familia del pescador llorando en el entierro, llorando la perdida del hombre que luchaba día tras día para llevar comida a su hogar, a su familia. Pocos segundos después el hombre se percató de que no estaba solo en la barca, pero fueron pocos segundos. Eilan agarró ferozmente a su indefensa víctima y le mordió en el cuello, succionando la sangre que lo mantendría con vida unos cuantos días mas, dejándose llevar por las sensaciones que aquello le producía, una mezcla de bienestar y saciedad, sensaciones muy

21

placenteras, casi orgásmicas. Una vez saciada su necesidad, dejó caer suavemente al pescador sobre el suelo de la barca, cuidadosamente para que no se hiciera daño. Alzó su mirada, clavándola en el blanco lunar y un grito quebró el placido silencio del mar del norte, dejando salir suavemente una gota de sangre por la comisura de sus labios. Luego todo terminaría como empezó. El silencio se apoderó de nuevo del mar. Eilan miró hacia el faro de Bell Rock, único testigo de su fechoría, desafiándolo con la mirada temeroso de que alguien hubiera podido ser testigo de aquel crimen. Recorrió con su mirada, ahora ya de fondo blanco con las pupilas gruesas y negras, toda la estructura cilíndrica, en busca de algo que le pudiera delatar, miró en los alrededores en busca de otra embarcación, pero no hubo hallazgo alguno. Su caza había sido perfecta, sin testigos, sin fallos, con una precisión absoluta. Lentamente las horas fueron pasando y la tímida luz del crepúsculo de la mañana asomaba por el horizonte. Eilan se encontraba en la cúpula de cristal del faro, contemplando las estrellas, gran conocedor de las constelaciones, dedicaba largas horas de su oscura vida en descifrar el apasionante mundo de las estrellas. Miraba la luna y miraba su mano, intentando encontrar alguna relación entre el satélite y una pequeña marca en su mano en forma de media luna, una media luna oscura. Acto seguido, casi instintivamente, se refugió de nuevo en el interior del faro, protegido de los rayos solares, letales para él.

Se miraba en el espejo y le gustaba lo que veía. Era su reflejo. Aila poseía una belleza digna de una princesa recién sacada de un cuento. Cepillaba armoniosamente su largo pelo de un color dorado brillante con tonos verdes, emitiendo un cántico dulce, susurrante ante cualquier sonido. Tenía una voz melodiosa, perfecta mezcla de sonidos dotada de grandes poderes de seducción. Una voz suave, sedosa, acariciante y persuasiva, una voz tierna que hasta las gaviotas se posaban a su vera para deleitarse de semejante sonido, sonido que parecía venir de todas partes, desde las profundidades marinas hasta el cielo azul turquesa, envolviendo en su melodía todo cuanto la rodeaba. Ese era el canto de Aila, el canto de la sirena. Contemplaba su rostro en el espejo mientras recorría con precisión cada milímetro del perfil de sus ojos, alargados, a ambos lados simétricamente perfectos de una nariz fina recubiertos de una sedosa piel blanca que envolvía su rostro y el resto de su cuerpo hasta llegar a la cintura, donde de una manera casi homogénea se tornaba escamosa como el más puro pez, terminando en una cola casi perfecta de no ser por un pequeño defecto en un extremo, victima de un ataque sufrido tiempo atrás, en su infancia. Se pasaba largas horas posada en el más escarpado arrecife, deleitándose de su narcisista belleza, acariciada por los rayos del sol. Un marinero que faenaba por la zona, a un par de millas del arrecife en el que estaba Aila, escuchó el sonido del canto de la sirena. Su mente empezó a evadirse del mundo real mientras se deleitaba con aquel sonido que provenía de todas y de ninguna parte a la vez, era un canto celestial que hipnotizaba a quien lo escuchaba. Se dirigió hacia el lugar de donde él creía que procedía dicha melodía, embobado, ausente de todo cuanto le rodeaba, ajeno a cualquier cosa que no fuese aquel sonido. No había navegante que pudiera resistirse a buscar la procedencia de aquel canto.

22

La voz melódica de Aila le llegó al corazón, creyó que era inútil seguir buscando en la superficie y decidió tirarse al agua. Sumergido empezó a bucear lo mejor que sabía sin darse cuenta ni percatarse de que sus pulmones empezaban a quedarse sin aire, pronto tendría que subir a la superficie a respirar. El pescador, embriagado por el cántico de la sirena, siguió buceando intentando encontrarla. Buceó y buceó, pero lo único que halló fue la muerte, dulce y agónica al mismo tiempo.

Habían pasado los días y las noches en Bell Rock. Todo aparentaba normalidad, a excepción de las recientes muertes y desapariciones de varios marineros en la costa de Angus. Empezaba a levantarse un rumor por los pequeños pueblos pesqueros de la zona, de una extraña casualidad en torno a los repentinos fallecimientos. Nunca había muerto tanta gente tan de repente, algo no marchaba bien. La gente empezaba a estar asustada y no salían de sus casas a partir de la puesta de sol, aunque también se habían producido desapariciones durante el transcurso del día, pescadores que habían salido a navegar y al no regresar a sus hogares en las horas habituales las familias de éstos daban la voz de alarma y los que salían al rescate solamente hallaban las embarcaciones. Vacías.

La noche cayó de nuevo sobre la costa de Angus, Eilan muy fatigado por la falta de alimento necesario para su organismo se asomó por el balcón del faro. Necesitaba comer algo urgentemente. Aguardó paciente durante horas, inmóvil, atento a cualquier sonido o movimiento que le indicara donde se encontraba su futura presa. Su oído era muy fino, pero su vista en la oscuridad era digna del mejor cazador nocturno. Unas cualidades de las que Eilan no se sentía orgulloso, ahora no. Por fin apareció una insignificante luz a escasa distancia, procedía de un pequeño bote que a pesar de las medidas de seguridad advertidas en los pueblos, estaba faenando de noche. Eilan fijó su mirada oscura en aquella embarcación, comprobó que sería otra presa fácil, sólo había un hombre en su interior. Aseguró su ataque cerciorándose de que no había nadie más en los alrededores, y así era. No se veían ni oían mas embarcaciones por allí. La sangre volvió a llenar lo que hasta hace poco había sido el blanco de sus ojos, sus pupilas se dilataron nuevamente, acechantes, intimidantes. Su visión era perfecta en la oscuridad, todo estaba preparado para el ataque, no tenía por que haber ningún fallo. Y así fue. Sació nuevamente su apetito con aquella nueva víctima. Una vez que se produjo la hematofagia, nuevamente la sensación de arrepentimiento le golpeaba la cabeza. Una vez más se quedó unos instantes junto al cadáver, como queriendo rendirle tributo por haber fallecido para alimentarlo a él.

La curiosidad de Aila la había llevado a querer conocer algo nuevo del mundo que la rodeaba,

23

la noche. Hasta ahora la bella sirena solo había salido con los rayos del sol, pero tenía un desafío en mente y era salir a surcar los mares de noche. Tenía muchas ganas de ver el reflejo de la luna acariciando las suaves aguas del norte. Esa noche había llegado. Aila salió temerosa pero tranquila a un mundo hasta ahora desconocido para ella, la noche nunca la había vivido fuera de su cueva submarina. Vio nuevas especies de peces que durante el día no había visto jamás. El fondo marino por la noche le ofrecía unos espectáculos visuales que a la luz del día jamás hubiera imaginado que existían, el colorido de algunos peces era increíble. Con un sigilo natural en ella emergió de las aguas y se posó en la roca del faro de Bell Rock, llevaba ya mucho tiempo sumergida y quería descansar un poco. Cuando salió del agua se percató de que a un centenar de metros de allí había una embarcación que parecía tener algún tipo de problema, ya que las personas que estaban en ella se movían muy bruscamente hasta que una de ellas quedó inmóvil. Por un momento dudó de ver lo que estaba viendo. Uno de ellos le mordía el cuello al otro. Aila se asustó, pero lo peligroso de la situación hizo que se quedara inmóvil. Así lo hizo, mientras contemplaba a aquel ser que había mordido al otro hombre se quedó agachado, cabizbajo. En un momento inesperado, Eilan alzó la vista. Allí pudo ver, justo en la roca del faro que era su morada, a una silueta aparentemente femenina que lo estaba mirando. Acto seguido la figura femenina se sumergió. Eilan se levantó rápidamente y emprendió el vuelo hacia la roca, pero ya no había nadie. Ni tan solo el agua parecía haberse percatado de la presencia de la sirena. Tan solo una suave onda quedó plasmada en la superficie del mar, desapareciendo a los pocos segundos. La preocupación de Eilan aumentó, alguien había sido testigo de su ataque. Nunca había tenido testigos, y aquella situación le incomodó mucho. Se retiró al interior del faro, tras comprobar que en el exterior no tenía nada mas que hacer, ya que el agua no le gustaba demasiado. Allí dio muchas vueltas mentalmente a como solucionar lo de su único testigo y qué o quién había sido exactamente. El sol volvió a brillar tras la silueta del faro de Bell Rock.

Aila amaneció en su cueva. Todavía llevaba el susto en el cuerpo. No podía creerse lo que había visto la noche anterior. El susto todavía le hacía temblar las manos, pero a pesar de eso salió con los rayos del sol y volvió al faro, rodeando la roca cual predador acecha a su presa, sólo que en su caso simplemente estaba observando los alrededores para asegurarse tranquilidad y seguridad para poder emerger de las profundidades. La sirena era tan tímida como decidida, por lo que a pesar de su miedo, fue mas grande la curiosidad por averiguar el por qué y quien de lo de anoche. A través del agua Aila miraba por los ventanucos del faro en busca de alguna señal de vida, pero allí no se movía ni un alma. Dio la vuelta al faro en varias ocasiones buscando movimiento en cualquiera de sus ventanas, pero no hubo ninguna señal, nada que alterara su estado, ahora tranquilo. Lentamente emergió de las profundidades y se acomodó en un pequeño saliente de la roca de Bell Rock, allí miró a todo su alrededor, pero la tranquilidad seguía reinando por la zona y nada hacía alterar aquella situación. Sacó su espejo y se empezó a peinar mientras de su voz

24

brotaba una bella melodía, un cántico celestial. Aila se sentía a gusto, tranquila y así permaneció durante un largo rato.

Un sonido envolvente y suave se filtraba por los ventanucos del faro de Bell Rock. El sonido era placentero, Eilan despertó de su profundo sueño pausadamente, dejándose llevar por aquellos sonidos que provenían del exterior del faro. Inmediatamente se levantó y fue a unos de los ventanales que le daban vista al exterior y allí pudo comprobar que se trataba de alguien que estaba fuera en las rocas. Miró detenidamente el cuerpo de la sirena, extrañado, mientras se deleitaba con aquellos maravillosos cánticos. La contempló como a un ser extraño, nunca había visto una sirena, nunca había conocido nada parecido. Recorrió con su vista, un poco dolorida por los rayos del sol, el cuerpo de la bella sirena, intentando asimilar todas sus formas, nunca vistas hasta ahora, memorizando todos sus movimientos para intentar comprenderlos. El sonido era agradable, pero no sentía atracción alguna hacia ella. No padecía las mismas debilidades que los seres humanos, aunque él no lo sabía. Simplemente observaba.

Aila seguía cepillando su verdoso cabello, embriagándose de los rayos del sol, nutriendo su cuerpo, blanco a pesar de las horas que se exponía a la luz solar, cuando mirándose en el espejo observó algo extraño en uno de los ventanales del faro, le pareció ver un rostro mirando a través de uno de ellos, se giró y clavó sus ojos con los de Eilan, mirándose mutuamente, inmóviles, extrañados, ninguno de los dos emitió sonido alguno ni tan solo movieron un músculo. Aila cesó rápidamente su canto. Eilan se apartó rápidamente de la ventana y Aila se sumergió tan pronto vio que aquel ser que la observaba se había movido. Esta vez la sirena no se fue rápidamente a su cueva, se alejó unos metros pero desde las profundidades se percató de que nada había cambiado allí fuera, en la superficie. Lentamente volvió y comprobó que en la misma ventana había nuevamente un rostro. Era el rostro de Eilan que la observaba desde su escondite. Aila se mantenía a cierta distancia del faro, sabida de que estaba siendo observada a pesar de estar sumergida. Sus miradas seguían conectadas por la curiosidad. La sirena emergió lentamente la cabeza, dejándose ver. Se sentía atraída por aquel ser misterioso. Eilan no pestañeaba, curioso e indeciso ante la situación. Se miraron hasta que Eilan, dolido en la vista por la claridad, no pudo mas y se refugió en el interior del faro de Bell Rock. Aila desapareció en las profundidades.

Una estrella fugaz cruzó de lado a lado el oscuro cielo iluminado tan solo por las estrellas.

25

Esa noche no había luna. La oscuridad era total en las aguas de Bell Rock. El cometa dejó el rastro de su estela durante unos segundos, unos instantes breves pero que dieron tiempo a Eilan a contemplarlos. Todo era muy tranquilo, se oía el rumor del agua rozando con suavidad la roca que sostenía el faro. Era una noche relajada, sin complicaciones, una noche para pensar y reflexionar. Eilan recordaba la vida en su otro mundo. Pensaba en él frecuentemente. Nunca tuvo amigos en los que confiar, nadie a quien amar, siempre había sido un ser solitario y sobretodo desde que dio a conocer su negativa a aceptar lo que era. Nadie quería relacionarse con Eilan, todos le veían como un desertor, un renegado sin rumbo fijo. Una noche se organizó un ritual para expulsarlo del reino de la oscuridad, un mundo paralelo al mundo real. Varios de los mejores hechiceros compartieron sus sabidurías y lograron abrir una puerta, una puerta por la que lanzaron a las profundidades del abismo a Eilan, sabedores de un futuro totalmente desconocido para el desterrado vampiro. Acto seguido se cerró y Eilan quedó atrapado en este mundo. Separado a su suerte del mundo que él conocía. No había lugar para él en un lugar que no era bien visto. Un sonido llamó la atención de Eilan. Era la sirena, estaba nadando en los alrededores del faro y había decidido hacerse oír para llamar la atención de aquel ser oscuro. Aila, a pesar del temor a nadar de noche, se había sentido curiosamente atraída por Eilan y había decidido salir a ver a su extraño ser. Asomó su cabeza con la intención de dejarse ver, y allí estaba Eilan compartiendo algo mas que una mirada, había magia en sus ojos. El nunca había visto una sirena y ella nunca había visto un vampiro. Dos seres totalmente diferentes enviados a un mismo mundo extraño y desconocido. Aila se acercó lentamente a la roca para posteriormente acomodarse sobre ésta, dejando ver la totalidad de su cuerpo al descubierto. Eilan se puso en pie desde lo alto del faro, desde allí comprobó el atrevimiento de Aila, la miró con mas curiosidad aún si cabía y finalmente saltó desde la cúpula de cristal y cayó con suavidad a su lado, a escasos metros de la sirena. Aila quedó sorprendida por la habilidad de volar que tenía Eilan, abrió levemente su boca por la admiración. Sus ojos denotaban asombro, curiosidad y atracción hacia el vampiro. Eilan por su parte tampoco dejó de observar a Aila en ningún momento. Era una sensación totalmente nueva para él. Nunca se había sentido atraído de aquel modo por nadie, ni por la gente que iba a ser su alimento. Dio un pequeño paso y se arrodilló mas cerca de la sirena para poderla contemplar. Aila por su parte hizo lo mismo y se colocó un poco mas cerca de él. Sus miradas recorrían sus respectivos cuerpos. A Eilan le llamaba la atención las formas de aquella mujer pez, nada comparable con lo visto hasta ahora. A Aila le atraía la palidez y tenebrosidad de aquel ser tan extraño, triste y gris. Aila le tendió la mano para entrar en contacto con él. Eilan miró el recorrido del movimiento de la mano de Aila y acto seguido alzó la suya para acabar rozándose. Sus manos fueron acariciando poco a poco todas las formas con las puntas de sus dedos. Aila tenía una textura suave, húmeda y sedosa. Eilan, por el contrario, tenía una textura seca, aunque suave igualmente. Sus dedos se entrecruzaron cautelosamente, uniendo sus desconocidos mundos con una mirada que brillaba con luz propia en una noche oscura. Aila levantó la otra mano en busca de la de su nuevo compañero. Eilan se quedó inmóvil cuando vio el símbolo de media luna en la palma de la mano de Aila, la miró y levantó su mano mostrando su símbolo, casi idéntico al de Aila. La única diferencia era el color del símbolo. Eilan lo tenía oscuro como la noche, mientras que la media luna de Aila era clara como el sol. Lanzados a descubrir un nuevo sentimiento unieron sus símbolos, juntando sus manos y

26

clavando sus miradas el uno en el otro. Una luz brillante brotó de la unión de sus manos, cerraron los ojos ante semejante haz de luz. Sus cuerpos empezaron a iluminarse con el mismo brillo que había en sus manos, Aila y Eilan se miraron manteniendo unidas sus manos. Sus ojos emitían palabras imposibles de oír... no sabían que era lo que les estaba ocurriendo, pero aquello era mágico. Aila se acercó a Eilan y le besó en los labios. Una lluvia de polvo de estrellas brotó de ellos ascendiendo hasta lo más alto del espacio. Sus cuerpos empezaron a evaporarse juntamente con el polvo de estrellas, mezclándose uno con el otro sin separarse jamás. Descomponiéndose en diminutos puntos brillantes. Se elevaron cambiando de estado a medida que iban subiendo. Pocos segundos después habían desaparecido por completo. Su luz se había fusionado en el universo. Sus cuerpos eran ahora un compuesto de estrellas en el cielo, sus nombres flotarían para siempre en el firmamento. La normalidad volvió de nuevo a la costa de Angus, o eso decían sus gentes. No hubo mas muertes, ni mas desapariciones. Lo que sí había ahora era un cielo más estrellado. Desde entonces, durante las noches en la constelación de Piscis, puede verse desde cualquier punto una lluvia de estrellas. Dos mas grandes delante y algunas mas pequeñas detrás. Una nueva familia de estrellas había nacido.

FIN

27

OUI - JA Historia IV

Estaba seguro de que había sido una gran idea. Quizás no tanto el echo de estar tan aislado, ya que estaba mas de lo que hubiera deseado, pero plenamente convencido de que la tranquilidad y soledad del lugar le harían escribir el mejor libro de su vida. Steve había alquilado por un mes el faro de Bell Rock, con el único propósito de tener la serenidad necesaria para poder concentrarse en escribir su nuevo libro. Steve era un hombre de mediana edad según diría él, aunque pronto empezaría a pertenecer a la tercera edad. Tenía cincuenta y nueve años y no llevaba muy bien lo de hacerse mayor. Veía como el tiempo se le echaba encima y eso era algo que le preocupaba, nunca se había enorgullecido de cumplir años. Hacía más de dos décadas que se dedicaba a escribir, aunque nunca había tenido el reconocimiento que él hubiera deseado. Había ganado algún concurso local o premios de poco interés público. Perdió a su mujer en un accidente de tráfico hacía ya casi diez años, algo de lo que nunca llegó a sobreponerse. Aquello marcó profundamente su vida ya que desde el fallecimiento de su mujer se encerró en sí mismo y dejó de relacionarse con el mundo exterior. Dejó de ver a sus amigos y se convirtió en un hombre solitario y triste. Tan solo quería escribir y evadirse del mundo real que a su modo de ver había sido muy injusto con él. Echaba mucho de menos a su mujer. Tuvieron un hijo en común, Edward, quien al poco tiempo de acabar la carrera de derecho se fue a vivir a Londres dejando a sus padres solos. Eddi, así lo llamaban, siempre había sido muy independiente, y no tardó en encontrar a su media naranja y dejarlo todo para ejercer de su profesión y convivir en pareja en la ciudad inglesa. Al principio las llamadas y las cartas eran habituales, pero poco a poco la frecuencia fue bajando hasta el punto de que tan solo llamaba por las navidades y cuando era el cumpleaños de alguno de sus padres. La última vez que lo vio fue en el funeral de Alice, su difunta mujer. Desde entonces solo alguna llamada es lo que le ha recordado que sigue teniendo un hijo en este mundo. La empresa con la que contrató la estancia en el faro le había dejado un número de teléfono para que en el caso de alguna emergencia pudiera contactar con alguien. Eso era lo único de lo que Steve disponía para poder pedir auxilio. Pensó que no era gran cosa, pero también lo que tenía que hacer no suponía nada de riesgo. Se trajo víveres para todo el mes, algo de ropa y su vieja Olivetti, con la que esperaba reencontrase y sacar buen provecho de su estancia en el faro. Instaló su zona de trabajo en la planta más alta, su máquina de escribir en un escritorio de corte clásico que había subsistido al paso del tiempo a base de restauraciones. Se asomó fuera, una fuerte ráfaga de aire lo empujó hacia atrás, el viento soplaba siempre fuerte a aquellas alturas. La sensación de soledad y de aislamiento era total, no se veía nada en las proximidades, tan solo un mar oscuro y revuelto y a poco menos de veinte kilómetros la costa. Aquello era fantástico pensaba Steve, era justo lo que estaba buscando. La mar se estaba embraveciendo, parecía que el tiempo iba a empeorar, aunque Steve no era de los que se asustaban con facilidad. En el puerto ya le había advertido que posiblemente tuviera que soportar alguna tormenta, aunque le habían garantizado la seguridad del faro. Allí dentro se sentiría totalmente protegido. De lo único que Steve tenía cierto temor era de quedarse en blanco y que de su mente no brotara idea alguna sobre la que desarrollar su historia, eso sí que le preocupaba. No quería perder el tiempo allí sin sacar provecho de la 28

situación y la verdad es que el faro de Bell Rock inspiraba mucho. Tenía parte de esencia el hecho de escribir allí, le transmitía sensaciones diferentes. Estaba dedicando el primer día de su estancia para ir conociendo el faro, sus texturas, colores y olores. No quería que nada le desviara su mente mientras escribiera, motivo por el que vio oportuno dedicarle un tiempo al conocimiento del entorno que iba a ser su hogar durante los próximos treinta días. Una mezcla de olores de humedad y polvo se filtraba por su nariz con cada inhalación, al principio le había causado un tanto de molestia pero con las horas sus pulmones se habían acostumbrado a aquel aire cargado. Encendió su pipa y se dispuso a empezar. Se sentó delante de su Olivetti, miraba cada una de las teclas, como si nunca las hubiera visto antes, pero sabía perfectamente que no era así. Esa máquina era muy especial. Se la había regalado Alice cuando él empezó a escribir, por esa razón le tenía tanto aprecio y no quería modernizarse cambiándola por un ordenador. Le gustaba su tacto y se sentía muy a gusto escribiendo como él decía, a la antigua usanza. Quería escribir una novela de terror que impactara al mundo, que transmitiera al lector las sensaciones que tuviera su protagonista. A medida que iban pasando las horas, un leve susurro se oía por las rendijas de las ventanas de la cúpula de cristal del faro, el viento empujaba constantemente haciendo estremecer la estructura metálica y acristalada. No se veía nada del exterior, pues el reflejo de la luz interior de la lamparita que había encima de la mesa hacía invisible la visión externa. La sensación de soledad era ideal, justo lo que había imaginado. Llevaba ya unos cuantos folios y su historia empezaba a coger forma. Narraba la historia de un hombre aislado en una isla desierta víctima de un accidente de aviación. Allí, en la soledad de la selva buscaba sobrevivir. La isla estaba plagada de almas de fallecidos de otros accidentes de otro tiempo que habían sido obligados a habitar la isla. Sus almas errantes vagaban por todas partes buscando una escapatoria que les concediera la libertad. A medida que iba escribiendo sistemáticamente recargaba su pipa para seguir fumando, no quitaba el ojo del folio en curso para seguir leyendo al mismo tiempo y así incentivar la mente para obtener nuevas ideas. Estaba absorto en su proyecto cuando sintió la imperiosa necesidad de parar a descansar un rato. Sus ojos estaban cansados. Decidió indagar un poco más por el faro de Bell Rock y bajó una planta. Husmeó entre los papeles de un armario con el fin de distraerse momentáneamente y de paso ver si encontraba algo interesante. Le llamó la atención un paquete aplanado cubierto con un papel marrón en el que se podía leer claramente “NO ABRIR”. Steve rió ingenuamente mientras pensaba que precisamente ese letrero hacía más irresistible la tentación de abrirlo. Con sumo cuidado destapó aquel paquete con la intención de una vez saciada su curiosidad volver a taparlo para que no se notara que lo había abierto. Steve quedó algo sorprendido al mismo tiempo que decepcionado con lo que encontró, era un viejo tablero de oui-ja. Sabía lo que era por las películas y poco mas, nunca en su vida había empleado uno. No era muy creyente de lo que se supone que aquello era capaz de ofrecerte, las historias del mas allá y los espíritus solo formaban parte de su vida en sus libros, pero en la vida real era muy incrédulo con esos temas. Era de la opinión que los muertos con los muertos y los vivos con los vivos, juntarlos era romper la armonía de la realidad. Lo volvió a embalar todo y lo colocó en su sitio, debajo de un montón de libros que carecían de interés para él. Siguió mirando por el resto de la sala. Abrió el cajón de una pequeña mesita que había al lado opuesto del armario en cuyo interior tan solo había unas velas de recambio, cerillas y un mechero, supuestamente para cuando hay apagones de luz. Una vez satisfecha su curiosidad, pensó que era oportuno volver al trabajo y proseguir con su

29

novela. Echó un vistazo al reloj que tenía colocado al lado de la maquina de escribir y se sorprendió al comprobar que se le había pasado todo el día. La noche había caído deliberadamente sin avisar. Decidió, dada la hora que era, que cenaría algo antes de seguir con su trabajo ya que sentía inspiración y quería seguir escribiendo a pesar de que fuera ya tarde. Horas después, el reloj le marcó las tres en punto, había escrito un capítulo más, aunque empezaba a sentirse estancado al no encontrar una vía de escape para su protagonista. Por momentos se le había bloqueado la mente y pensó que sería mejor acostarse y mañana seguiría con un nuevo día lleno de nuevas ideas. Había instalado el dormitorio en la planta central del faro, el ecuador de su nuevo mundo durante los próximos días. Steve estaba ya durmiendo, el silencio solo era interrumpido por el embate de las olas contra la base del faro, oyéndose como un sonido lejano desde el interior, pues el sonido era estridente allí fuera. La noche estaba acompañada por una paz absoluta. La luz del faro iluminaba todo a su paso con su potente haz de luz, intensa señal luminosa donde las haya. Amaneció un día soleado y tranquilo, la mar estaba nuevamente en calma tras alterarse un poco la noche anterior sin llegar a ser nada serio. Le habían avisado que a pesar de la seguridad del faro de Bell Rock las tormentas eran muy violentas. Se pasó toda la mañana escribiendo sin descanso. Una vez terminó de comer, estaba dando un paseo con su taza de café en la mano, se encontraba en la segunda planta, tocando todo cuanto veía. Le llamó la atención un escritorio de madera oscura, de los que se cerraban con llave y cuando lo abrías la misma puerta era la mesa de trabajo. Lo abrió y dentro había un sinfín de revistas de navegación, libros varios, cuadernos de bitácoras y un paquete de un color marrón en el que se podía leer “NO ABRIR” igual que el que había encontrado en la penúltima planta. Lo desembaló ansioso por la curiosidad y nuevamente era un tablero de oui-ja, exacto al de la sexta planta que vio ayer. Demasiado exacto, pensó Steve. Lo volvió a colocar todo en su sitio y subió hasta la planta superior donde había encontrado la otra tabla de oui-ja. Abrió el armario donde encontró el tablero y cual fue su sorpresa al no encontrarlo. Allí solo había papeles y documentos varios, pero ningún tablero de oui-ja. Steve se puso un poco nervioso, no entendía nada. ¿Cómo era posible que el tablero que ayer estaba en este armario, hoy esté en un escritorio de la segunda planta? No daba crédito a sus dudas. Una sensación de frío recorrió su cuerpo desde los dedos de los pies hasta el último pelo de su cabeza. ¿O acaso no era el mismo tablero? Demasiado extraño para ser él el único habitante del faro de Bell Rock. Se dirigió a la planta superior para ponerse en su trabajo, miraba su teclado en busca de algo que le ayudara a empezar a escribir un nuevo capitulo. Oui-ja, oui-ja… se repetía constantemente en su cabeza, no podía apartar aquel tablero de su imaginación. Nunca había creído en esas cosas del mas allá, pero tal vez haciendo algo con aquel tablero lograría quitárselo de la cabeza o incluso hallar la inspiración que consideraba que había empezado a perder. Descartó totalmente la idea. ¿Cómo iba a hacer oui-ja si nunca había creído en aquello? Era una idea tan absurda que el mero hecho de pensar realmente en hacerlo le daba rubor. Volvió la mirada a su Olivetti y empezó a escribir. La luna había empezado a brillar en el cielo oscuro. Sus cráteres eran perfectamente visibles como manchas negras ensuciando un blanco lunar espectacular. Steve se llevó las manos a los ojos cansado de tanto escribir. Había pegado un buen empujón a su novela desde el medio día. Se levantó y se dobló hacia atrás para estirar los lumbares, le dolía horrores cuando estaba tantas horas sentado. Abrió la puerta y se asomó al balcón. Una

30

corriente de aire le tiró unos cuantos folios de su novela por los suelos, no le importó, ya los recogería luego, pensó. Se apoyó en la barandilla y contempló la luna, las estrellas, el mar iluminado por el reflejo de la luna. Recordó cuanto le gustaba a su mujer contemplar aquellos paisajes, lo mucho que le hubiera gustado estar allí con él. La echaba mucho de menos. Alice, mi dulce Alice. Solían salir muy a menudo a pasear juntos por las costas escocesas, eran unos enamorados de los paisajes salvajes de las HighLands. Disfrutaron mucho el uno del otro mientras ella vivía, siempre se llevaron muy bien y esa era la razón por la que ahora él lo llevaba muy mal lo de estar solo sin ella, siempre había sido un pilar en su vida. Sabía que Alice hubiera dado cualquier cosa por estar ahí y compartir aquel momento con él. A Steve le empezaron a brillar los ojos, se le humedecieron sin llegar a dejar caer ninguna lágrima. Alice, se repetía el nombre una y otra vez en su mente. Cenó algo ligero y se fue hacia su habitación, o lo que había adaptado como habitación en el faro de Bell Rock. Se acostó pero sus ojos se resistían a cerrarse a pesar del cansancio acumulado de tantas horas de escritura. Recordaba el tablero de oui-ja, se imaginaba a él mismo manipulándolo, no entendía por qué una cosa que nunca le había atraído lo mas mínimo ahora no desaparecía de su mente, era como si aquel tablero le transmitiera esa atracción que sentía, como una especie de reclamo. Dio media vuelta en la cama y obligó a sus ojos a descansar. Habían pasado ya unas horas y Steve había logrado dormirse. Se despertó con una aguda sensación de sed. Se levantó y se dirigió hacia la nevera que había instalado junto a una cómoda que había en la habitación, la nevera era pequeña pero suficiente para abastecer durante el mes que tenía previsto estar allí. Sació su sed y se disponía a meterse de nuevo en la cama cuando un paquete un tanto extraño le llamó la atención, estaba debajo de unos bocetos que él mismo había traído y colocado allí, la punta del paquete sobresalía dejándose ver con claridad y no resultaba de su propiedad. Steve extrajo el paquete y se sobresaltó al comprobar que era idénticamente igual a los dos paquetes que envolvían el tablero de oui-ja que había encontrado en dos lugares diferentes. Leyó apesadumbrado el cartel que anunciaba “NO ABRIR” y a pesar de la advertencia lo abrió. Su sorpresa fue a mayores cuando comprobó que se trataba del mismo tablero de las dos ocasiones anteriores, o en su caso de una réplica exacta. En un estado de ansiedad, bajó hasta la segunda planta para comprobar si el tablero que había encontrado la segunda vez todavía estaba o no. Abrió el pequeño escritorio que permanecía con la puerta cerrada tal y como el lo dejó y notó un sudor frío recorriéndole la frente al descubrir que allí no había paquete alguno. Nuevamente una sensación de sequedad en la garganta le dificultaba a la hora de tragar saliva. Subió sin vacilaciones hasta la sexta planta del faro para comprobar si el primer paquete de oui-ja se encontraba en el sitio donde lo encontró. No, allí tampoco había nada. Notaba que el aliento era algo escaso, su corazón se había acelerado de una forma desmesurada. Sabía que tenía que calmarse o aquello podía ir a peores. Regresó a la habitación adaptada y allí estaba el tablero esperándole. Dirigió su mirada hacia la cama deshecha que había abandonado hacía pocos minutos, seguro que ahora estaba fría. Se sentó en el borde de la cama, con los pies apoyados en el suelo y su mirada fija en aquella tabla. No podía evitarla. ¿Qué había de malo en probarla? Nunca había hecho nada parecido. ¿Qué podía pasarle? Decidido cogió el tablero de oui-ja y regresó a la cama, se lo puso encima de las piernas y empezó a examinarlo con detenimiento como no lo había hecho antes. Estaban todas las letras del abecedario y los números. Unos símbolos de sol y luna, una puerta abierta y otra cerrada dibujadas acompañaban a otros en forma de demonios en cada extremo del tablero. Agarró el indicador

31

en forma de corazón pequeño y alargado con un círculo transparente en medio, como una ventanita. Lo puso encima del tablero y apoyó sus dedos sobre éste. No ocurría nada. No sabía exactamente que es lo que esperaba, pero no hubo ningún movimiento ni nada extraño. De pronto un tremendo trueno sonó en el exterior, un trueno como nunca antes había oído Steve. Todo el faro de Bell Rock se estremeció. Steve soltó el tablero al suelo del susto y miró en todas direcciones, no sabía que esperaba encontrar, tan solo había sido un trueno, pero todavía llevaba el miedo en el cuerpo. Se asomó por un ventanal y comprobó que solo se veía oscuridad, ni un ápice de luz en el exterior. Simplemente, no se veía nada. Volvió hacia la cama, recogió el tablero y se quedó quieto, durante un instante. El indicador del tablero había quedado colocado de tal manera que a través de la ventanita podía verse claramente el dibujo de la puerta abierta. ¿Qué significaba aquel símbolo? Iba a mover el indicador a otra posición cuando comprobó que estaba pegado. Aquello comenzaba a ser realmente extraño. ¿Cómo podía haberse quedado pegado el indicador si hace escasos minutos estaba jugando con él? No forzó mucho la pieza y lo dejó tal cual. Al fin y al cabo no era de su propiedad y no quería estropear nada. Había saciado su curiosidad y nada más. Ya era hora de devolver aquel artículo a su lugar junto con los documentos o donde le diera la gana, total, había cambiado de sitio tres veces. Ya bastaba de hacer tonterías. Steve volvió a la cama. En pocos minutos notó como el sonido de la lluvia se hacía mas intenso. Recordaba que la agencia le había advertido de la aproximación de una tormenta, que no había de lo que preocuparse, pero una tormenta en el aislado faro de Bell Rock. Los suaves truenos que sonaban ahora no eran comparables con el de antes, aunque éstos iban acompañados por constantes relámpagos que hacían iluminar la oscuridad de la habitación de una forma intermitente. A Steve no le daba miedo la tormenta. Nunca se había asustado, de hecho, las tormentas eran unos fenómenos meteorológicos que siempre le había atraído y le parecían incluso románticos si la situación lo requería. Pero no era el caso. Ahora no. Nada de lo que allí sucedía podía contener el más mínimo indicio romántico. Una tenue y grisácea luz le indicó a Steve que había amanecido. Fue abriendo y cerrando poco a poco los ojos hasta que no le costara mantenerlos abiertos. Observó que aquella escasa luz que procedía del ventanuco le hacía presagiar que la lluvia seguía activa. Se levantó y lo comprobó con sus propios ojos, efectivamente, suaves pero constantes gotas de agua eran el parte meteorológico para el día de hoy. Tras acicalarse, con la taza de café todavía en la mano se dirigió a seguir con su proyecto. Miró hacia el exterior de las cristaleras y el día era tal y como pudo ver por el pequeño ventanal de más abajo. Apenas se podía distinguir nada en todo el horizonte. Nubes grises ocupando la totalidad del cielo, una espesa capa de niebla y un goteo sin fin. La tristeza pura y dura plasmada con agentes atmosféricos. Eso ya le pareció un poco más romántico. Sintió una pequeña fuente de inspiración y se dispuso a proseguir su trabajo. Se sentó frente a la máquina de escribir y se quedó atónito. La hoja que tenía la máquina estaba en blanco. Los folios que había acumulado al lado, supuestamente los que había escrito hasta ahora, estaban en blanco también. Un escalofrío invadió su cuerpo, repartiéndose por la totalidad de sus extremidades. Notó que un sudor frío apareció en su frente. Miró en todas direcciones, lugares donde posiblemente los hubiera dejado olvidados en un momento de despiste. Todos, absolutamente todos los folios que habían en aquella mesa estaban en blanco. Tomó uno de aquellos folios con sus manos, su pulso temblaba provocando que el folio vibrara, lo miró por delante y por detrás todavía con la duda de saber que era lo que estaba

32

sucediendo allí. No podía creerse lo que sus ojos veían. Bajó nuevamente hasta el dormitorio, apenas pudo bajar la totalidad de los escalones cuando se quedó paralizado del susto. Su mujer Alice estaba haciéndole la cama. Se quedó mudo observándola, como estiraba las sábanas igual que cuando vivía, dejándolas lisas como sólo ella sabía hacer, cambió de lado y de repente Alice le miró, regalándole una sonrisa sin dejar de hacer sus tareas. Steve permanecía inmóvil, absorto en la visión de su mujer, viva. Se aproximó a ella con paso lento, inseguro pero convencido de querer hacerlo, se puso detrás de ella y extendió su mano, su mujer se giró al verle aproximarse y le correspondió entrelazando sus dedos. Su tacto era cálido y suave, como siempre había sido. Llevaba el pelo recogido de la manera que Seteve siempre le había dicho que le gustaba más. Tenía la mano de su mujer y podía notarla, si aquello era un sueño no quería despertar. Se acercó y sin cerrar los ojos posó sus labios sobre los de ella, tan dulces como siempre, le devolvió el beso sin hablar, aferrándose a él al cuello como cuando eran unos adolescentes. Steve se fundió con ella en aquel beso y por unos segundos se olvidó de todo. Por fin, sin saber la razón, su mujer había vuelto y estaba allí junto a él. Aquello era lo mejor que le podía ocurrir. No cruzaron ninguna palabra, a Steve le bastaba con mirarla a los ojos para entenderla, siempre había sido así. Alice tenía una mirada muy expresiva que en muchas ocasiones a Steve no le hicieron falta palabras para entender sus pensamientos o deseos. Se miraron hasta que su mujer le condujo de la mano hasta un pequeño estante del cual le entregó una cantidad de folios parecida a la que él mismo había escrito hasta ahora. Steve no entendía nada. Cogió el montón de folios sin prestarle atención, estaba centrado en su mujer que la tenía delante y se sentía confuso. Su mujer le dedicó un último beso, como de despedida. Había brillo en su mirada, tristeza tal vez. Steve alargó todo cuanto pudo su brazo hasta que finalmente su mano y la de Alice se soltaron. Alice bajó por las escaleras que conducían a la planta inferior. Steve tardó unos segundos en reaccionar ante tanta sorpresa. Estaba preso en la duda. Siguió los pasos de su mujer, cuando comprobó al bajar que su mujer ya no estaba. Bajó otra y tampoco hasta que finalmente llegó a la planta baja del faro y allí no había ni rastro de Alice. Tan solo estaba él. Lloró desconsoladamente, una sensación agridulce latía por sus venas, triste de saber que había vuelto a la realidad y la mínima sensación de alegría la tenía por haber vuelto a sentir a Alice en carne y hueso. La dulzura de sus besos, el agradable tacto de su mano, el amor reflejado en aquellos ojos llenos de vida que siempre habían caracterizado a Alice. Pero aquello no podía haber sido un sueño, ni fruto de su imaginación. Steve tenía en su mano los folios que su mujer le había dado. Aquello si era real. Fuera la tormenta no hacía mas que crecer, lo que antes era una suave cortina de lluvia ahora era un fuerte aguacero. El cielo se había tornado de un gris mas oscuro, haciendo creer que estaba anocheciendo a pesar de tratarse de media mañana. El mar comenzaba a azotar la base de piedra del faro con relativa violencia, a pesar de no percibirlo Steve. Subió todas las plantas del faro hasta llegar a la azotea, donde tenía su Olivetti esperándole. Estaba en un estado aparentemente hipnótico, se sentó en su silla y apartando ligeramente la máquina de escribir se dispuso los folios encima del escritorio para leer el contenido.

“ Ingenuo aquel que premeditado o ignorante abra la puerta a las fuerzas del mal permitiendo así el enlace entre los dos mundos, dejando que fluya la maldición por todos los rincones de su espacio ”

33

Steve no entendía muy bien el significado de aquel texto. Comprendía su significado literal pero no qué daba a entender. Era la primera hoja del montón que su difunta mujer le había facilitado. Estaba escrito con pluma y tintero, de eso no había duda. Pero la pregunta era ¿Qué hacía su mujer con estos escritos en su poder? ¿Por qué había aparecido y se los había entregado? Preguntas sin respuestas que Steve sabía que tendría que descifrar. Acontecimientos muy extraños le estaban sucediendo y quería averiguar por qué. Siguió leyendo.

“ Una vez que los dos paralelos estén unidos el responsable recibirá tres visitas. La primera será la de un ser amado. La segunda la de la muerte y la tercera y última la de un ser de la oscuridad. Cada una de estas apariciones tendrá un significado. El ser amado tendrá la misión de avisar de los acontecimientos, la muerte se encargará de marcar al ser elegido y el ser de la oscuridad será quien lo arrebate de la tierra y lo traiga al lugar de su destino ”

Seguía sin entender nada. Se le nubló la vista un instante intentado hallar una respuesta. Inconscientemente su vista se perdió por detrás de los cristales, en el horizonte infinito. De pronto vio una figura que le resultaba familiar reflejada en el cristal. Era Alice. Estaba llorando, sus ojos ya no emitían aquella vigorosidad de antaño, más bien eran el reflejo de la tristeza, del dolor. Steve se puso en pie y se giró en busca del cuerpo del reflejo, pero no hubo nada. Volvió su vista al cristal y el reflejo de su mujer había desaparecido. Tan solo las gotas de lluvia resbalando por los cristales se dejaron ver. Steve se sentó de nuevo. Apoyó los codos en la mesa y se llevó las manos a la cabeza, reconfortándose momentáneamente de tanto trajín. De pronto el montón de folios se elevó delante de Seteve, como si una mano invisible los suspendiera en el aire. Se barajaron rápidamente y volvieron a su posición inicial. El corazón de Steve latía lo más acelerado que le permitía su salud. Aquello ya superaba sus expectativas de miedo y sus creencias. Corrió a coger el móvil para avisar de que vinieran a buscarlo los de la compañía. No le avisaron de que en el faro de Bell Rock sucedían cosas extrañas. Quería marcharse de allí lo más pronto posible. Aquello ya era demasiado para él. Por fin encontró el teléfono entre sus ropas, marcó el número de la agencia pero no hubo respuesta. La señal de cobertura era mínima. Típico en las peores situaciones, pensó. Volvió a insistir una y otra vez, la respuesta era la misma. No había señal. En un acto de desesperación lanzó el móvil contra la pared, destrozándolo. Ya le daba igual todo. Había permanecido el resto del día escondido en las plantas inferiores del faro, cuanto más alejado mejor de aquellos manuscritos. La tormenta iba en aumento, lo notaba en el golpeteo de las gotas contra los cristales de los ventanales. La luz que entraba ya empezaba a ser escasa, pronto anochecería. No había comido nada, tampoco tenía hambre. Su cuerpo se alimentaba del miedo. Sigiloso, empezó a subir planta por planta, intentando en cada escalón hacer el mínimo ruido posible. No sabía muy bien de que se escondía, pero el miedo se había apoderado de todo su cuerpo. Al llegar arriba su máquina le estaba esperando, con el papel preparado y un texto breve asomaba por encima del rodillo, como si alguien hubiera utilizado la Olivetti.

34

“ Caput mortum, imperet tibi dominus per vivum et devotum serpenten ¡cherub, imperet tibi dominus per adam jot-chavah! Aquila errans, imperet tibi dominus per alas tauri. Serpens, imperet tibi dominus tetragra maton per angelum et leonem. Fluat udor per spiritum elohim. Meneat terra per adam jod-chavah fiat firmamentum per iahuvehu-tzebaot fiat judicium per ignem in virtute mikael ” Parecía una invocación o un ritual escrito en latín, la letra era indudablemente de su máquina, eran demasiados años utilizándola como para tener alguna duda, pero ¿Quién había escrito aquello? Desde luego que él no. De pronto, nuevamente un reflejo en el cristal de la cúpula. Esta vez no era su mujer. Era la muerte con su guadaña y su túnica cubriendo la totalidad de su cuerpo, tan sólo dejando ver una huesuda mano sosteniendo la afilada herramienta. Se volvió tan pronto como pudo, pero allí no había nada ni nadie. El reflejo también había desaparecido. Fue un alivio, aunque duró pocos segundos. Notó un olor extraño, una leve sensación punzante en la parte trasera de su cuello, frío, como si algo oscuro lo estuviera arropando. Miró temeroso el cristal, una gota de sudor cayó tímida desde su frente salpicando uno de los folios. La muerte estaba allí. Detrás de él. Podía sentirla, cada vez más. Aquel extraño olor, mezcla de humedad y putrefacción. La fría hoja de la guadaña era ahora más punzante, muy dolorosa. El miedo lo tenía inmovilizado, si no hacía algo pronto sería capaz de arrancarle la cabeza de cuajo y rodar por el suelo, tenía miedo de ver, desde su cabeza separada, el cuerpo decapitado en el que tantos años había habitado, hasta que no pudo más. Armándose de valor se zafó como pudo de aquella presencia. Cayó al suelo, se desplazó hasta pegar su espalda en la pared de cristal y miró en todas direcciones. No había nadie. No había nada. Se llevó la mano al cuello y miró las puntas de sus dedos. Extrañado comprobó que no había ni pizca de sangre, el dolor había sido tan intenso que creyó que había sido algo real. Notaba dolor en el pecho, un dolor agudo, punzante. Su respiración era un jadeo constante, casi una suplica de aire. Sus ojos se tornaron blancos, su boca emanaba una mínima cantidad de saliva. Steve cayó desmayado. Poco a poco sus ojos se fueron abriendo. El destello de la luz giraba repetidamente deslumbrándolo cada vez que pasaba por delante suyo. Podía oír el ruido de la lluvia golpeando intensamente contra los cristales, las gotas fluyendo como pequeños arroyos desapareciendo en el suelo exterior. Tuvo una visión. Estaba él tumbado en una cama y Alice estaba a su lado, acariciándole la frente. Le resultaba muy familiar, aquella cama donde estaba en su imaginación era su casa, su hogar, con su mujer al lado consolándolo. Alice no dejaba de llorar, estaba rota de dolor, podía oírla como si estuviera a su lado. Se miró, vio a un hombre mayor y castigado por la edad tumbado en aquella cama, su cama, con los ojos completamente cerrados. Alice le sostenía una mano mientras con la otra seguía acariciándolo. Tenía la piel pálida, grisácea. Se incorporó y poco a poco aquella visión se desvaneció en la nada, de donde había salido. Se sentía mareado. Miró el reloj y eran las tres en punto. ¡Las tres!. Recordó que el otro día casualmente también eran las tres cuando miró el reloj. Tres las visitas que tenía que recibir. Tres tableros de oui-ja encontrados. Empezaba a encajar piezas en un puzzle que él mismo se había creado, tratando de hallar una explicación a tantas misteriosas apariciones. Oyó un ruido procedente de la parte inferior del faro.

35

Steve ya se temía lo peor. Había aparecido su mujer, dejándole los folios para avisarle de cuanto acontecería, que de momento así estaba sucediendo. Posteriormente la presencia de la muerte, todavía sentía escalofríos cuando la recordaba, sintiendo aquella punzada en el cuello. ¡La marca! Claro, esa la marca que le había echo la muerte, la punzada del cuello. Se llevó la mano nuevamente a la nuca y esta vez notó un tacto líquido, sus dedos estaban manchados de sangre. Su sangre. Esa era la marca y ahora el ruido que escuchó era la del ser de la oscuridad que venía a llevárselo. Steve no podía creérselo, notaba la sangre resbalando por su espalda, seguro que aquel ser que emitía esos ruidos percibiría su olor a sangre y lo encontraría. No tenía lugar donde esconderse, el faro de Bell Rock no tenía rincones ocultos o habitaciones secretas en las que huir de aquel ser. No tenía ni idea de cómo era ni de que le iba a hacer. Tampoco quería saberlo. El ruido estaba cada vez más próximo, aquello estaba claro que subía las escaleras, lentamente. Tal vez su lentitud le diera una pequeña ayuda, pero… ¿Dónde iba a ir? No hay lugar donde escapar. Las salas eran muy pequeñas, era casi imposible esquivar nada y escapar. Notaba el sudor frío, el corazón queriendo escapar de su pecho, su respiración tratando de aspirar la mayor cantidad de aire posible, sus ojos a punto de salírsele de las órbitas, desencajados. Estaba lo más alejado posible de la entrada a la cúpula, junto a la puerta que conducía al exterior. Un pequeño balcón a más de 35 mts. sobre la gran roca en la que estaba construido el faro. Tirarse había sido una opción que había pasado por su mente. Antes de dejarse engullir por lo que Dios quisiera que fuese lo que estaba subiendo su única opción sería tirarse, probablemente aunque hubiera marea alta la velocidad de la caída provocaría un golpe brutal contra la roca. Si había bajamar la muerte era segura. Tan segura como quedarse allí esperando a que apareciera de un momento a otro aquel ser. De pronto la bombilla de su lámpara de trabajo explotó, dejando la sala en la más inmensa oscuridad, iluminada tan solo por el haz de luz del faro al rotar en el umbral cada pocos segundos. Elevó una mano en busca de la maneta de puerta, si aquello era real no lo dudaría. Saltaría. Una silueta, tremendamente gruesa pero no más alta que un hombre, apareció de las sombras de la planta anterior, su respiración era como la de un jabalí. Tenía unas pezuñas parecidas a las de una cabra, bastante mas gruesas y unos enormes brazos, uno de ellos en forma de maza y el otro terminado en dos aguijones más grandes que un cuchillo de carnicero. Notó que ese ser no tenía ojos, olfateó en todas direcciones emitiendo un sonido más suave que el anterior. Su dentadura quedaba descubierta por unos invisibles labios que dejaban entrever unos temibles y afilados colmillos. Babeante giró su enorme cabeza y clavó su olfato hacia Steve. El sonido porcino volvió a emitirse mientras dio un par de pasos hacia él, parecía lento, pesado, pero tremendamente enorme y peligroso. No tenía ningún pelo en su cuerpo, cubierto parcialmente por unas venas hinchadas de algo viscoso parecido a la sangre. Su aspecto era demoledor. No sabía si hubiera sido mejor verlo a plena luz o a destellos como lo estaba visualizando, en cada uno de ellos descubría algo nuevo de ese ser que se dirigía hacia Steve. Era como una secuencia de fotogramas terroríficos. Steve salió al balcón dispuesto a todo menos a dejarse llevar por aquella bestia salida de la peor de las pesadillas. Con cada vuelta de la luz del faro, podía comprobar que aquel ser estaba guiándose por su olfato hacia donde Steve huía. La herida de su cuello no dejaba de manar sangre como intentando ayudar a la bestia aquella a localizarlo. Debía haber perdido ya mucha sangre. El ser de la oscuridad intentó cruzar la puerta que salía al exterior, pero su gran envergadura se lo impidió. De un zarpazo al más puro estilo oso derribó gran parte del ventanal de la cúpula del

36

faro, pudiendo así salir fuera. A Steve se le acababa el tiempo, ya no tenía donde ir. Su tiempo se había terminado. Un pensamiento invadió su cabeza, si ahora moría en manos de aquel ser probablemente se reuniría con Alice y por fin podrían volver a estar juntos. No le separaba ni un metro de aquella cosa, alzó sus enormes brazos en busca del cuerpo de Steve para destrozarlo, pudo ver el brillo de la luz en las cuchillas, afiladas como dos catanas. Había llegado su fín. Mejor saltar con alguna posibilidad de sobrevivir por muy remota que fuera que quedarse y ser destripado por aquella bestia. Sin dudarlo, saltó al vacío.

El sonido del teléfono le despertó, mezclándose con un grito que había emitido mientras volvía a la realidad. Había tenido una pesadilla, la peor pesadilla de toda su vida. Todavía angustiado por aquel sueño, pero aliviado de comprobar que nada de aquello era real descolgó el auricular. La compañía de reservas del faro le comunicaba que en breve pasarían a recogerlo para trasladarlo al puerto y desde allí acompañarlo en barca hasta el faro de Bell Rock, donde permanecería durante un mes tal y como había estipulado en el contrato. Steve le colgó el teléfono tras anunciarle cualquier excusa que ni él mismo se creyó. Después de aquella pesadilla nunca se le ocurriría ir al faro. Ni loco. Desayunó tranquilamente en su cocina, mientras leía el periódico del día anterior. No hay nada como la tranquilidad del hogar, pensó Steve. Sonó el timbre de la puerta. Steve abrió y un simpático joven con un impecable uniforme de UPS le traía un paquete. Firmó y corrió a la sala para abrirlo. No tenía ni idea de lo que podía ser. Por la forma parecía un cuadro o algo por el estilo. Lo desembaló y dio un salto atrás, no podía ser. No tenía ningún sentido. Era un paquete aplanado de color marrón en el que se podía leer claramente: “NO ABRIR”.

FIN

37

EL JUEGO Historia V

Cleo no podía ni creérselo. De no ser porque tenía delante suyo la carta en la que claramente decía que había sido seleccionada para concursar en un juego tipo “ reality show” en el que el ganador se llevaba un suculento premio económico pensaría que se trataba de una broma. A sus 29 años nunca había concursado en nada público, nada que le diera la oportunidad de darse a conocer y la verdad es que aquella idea le resultaba muy tentadora. Siempre había deseado ser un personaje reconocido. Esta podía ser su gran oportunidad para salir del anonimato. Además, siempre le habían dicho que poseía una gran sonrisa, una sonrisa cautivadora, lo cual le daba puntos para triunfar. Vivía en Forfar, aunque nació en Dundee. Desde que se licenció en derecho se instaló independientemente para vivir su propia vida y ejercer la abogacía, es lo que siempre había deseado y nada más terminar la carrera pudo cumplir su sueño. Poseía un pequeño bufete de abogados que, a pesar de no estar abarrotados de trabajo, le permitía llevar un nivel de vida cómodo. Solía llevar vestidos caros y una coleta recogiendo su melena de color castaño, más que por dar un aire de cierto nivel lo hacía porque según ella se sentía más interesante vistiendo de aquella manera. Tenía que estar en pocos días en el pueblo de Carnoustie, a pocos kilómetros de Dundee. Allí cogería un helicóptero y junto con el resto de concursantes irían al faro de Bell Rock, donde se desarrollaría todo el programa. Tenían que convivir durante una semana y quien más votaran los telespectadores ganaría el concurso y consecuentemente el premio. La misma carta la acababa de leer Howard, empresario de 43 años cuyo carácter de superación no le permitía dejar pasar aquella oportunidad. Howard era el típico trabajador que si tenía que pisar a alguien para conseguir beneficios para su empresa o para sí mismo lo hacía, sin remordimientos. Era el director de la empresa Bentel, suministradora de equipos informáticos a nivel internacional. Había tenido que pisar a más de uno para llegar hasta donde estaba, pero el éxito obtenido no le hacía palidecer por los que habían quedado atrás, incluso amigos en alguna ocasión. Su espíritu competitivo era una baza para un concurso como aquel y al mismo tiempo un buen aporte económico para su bolsillo. Tampoco descartaba, según lo que se encontrara allí, echarse alguna novia. Era un ligón de primera. Su pelo engominado hacia atrás y la típica barbita de tres días a medio afeitar le daban un aire atractivo y muy masculino según su punto de vista. Tenía un rol importante en su empresa y sabía que si pedía permiso a los pocos superiores que tenía para acudir al concurso no se lo impedirían. Se sentía imprescindible. Vivía en Dundee, no podía vivir en otro lugar, era un hombre de ciudad. El faro de Bell Rock podía ser una experiencia interesante. Pamela estaba en su habitación escuchando música a todo volumen cuando sus padres le trajeron la carta del concurso. Al principio no daba crédito a lo que leía, pero finalmente accedió. Vivía en Montrose y a pesar de ser una buena estudiante era una chica muy mal educada y de mal carácter. A sus 22 años no había nadie que pudiera contradecirle nada sin que se alterara. Era tremendamente fácil hacerla explotar. Estudiaba para tener una base para 38

el futuro, ya que en realidad no le gustaba ninguna de las materias que daba y no sabía muy bien a qué dedicarse. Era rubia, bastante atractiva y muy narcisista. Le gustaba provocar por el mero hecho de sentirse observada, sin buscar nada, por el simple gusto de sentirse deseada. Era una rebelde, tenía todo lo que quería ya que sus padres se lo habían dado todo. No valoraba nada de la vida. El concurso era una vía de escape de aquella rutina, una forma de demostrar a sus amigas que ella había salido por la tele y las demás se morirían de envidia. Sería un personaje famoso y aquello sí que la motivaba, salir del anonimato y hacer callar muchas bocas. Había tenido broncas con todos los vecinos, aquejados del excesivo volumen de su música, pero todo le daba igual. Se reía, los ignoraba e incluso en ocasiones se burlaba de ellos. Pidió permiso a sus padres para acudir al concurso, aunque sabía de primera mano que le iban a decir que sí. Nunca le habían negado nada, era una mimada que tan solo tenía que pedir las cosas para tenerlas de inmediato. El Señor Sanders acababa de salir de una reunión cuando su secretaria le entregó la carta. Estuvo a puno de romperla en mil pedazos, pero finalmente pensó que sería una buena terapia para salir de la rutina del día a día en aquella sucursal bancaria. Era director de un banco en Montrose, llevaba ya casi una década trabajando allí y le quedaban ocho años para jubilarse. Ganar el concurso podría ser un buen sustento para su prejubilación. Estaba mal visto por ser el responsable de los embargos de las casas de la gente que no podía hacer frente a los pagos, no tenía remordimientos y siempre terminaba sus conversaciones con una hipócrita sonrisa que a más de uno provocó, estando a punto de recibir un merecido puñetazo. Iba perfectamente vestido aparentando aires de grandeza cuando realmente los trajes los compraba en supermercados, aunque a la hora de hablar decía que eran de grandes marcas desconocidas. Vivía solo en un lujoso ático, fruto de un embargo. Había conseguido viviendas a buen precio para muchos de sus amigos cerveceros, todos, incluyéndose a sí mismo, eran poseedores de grandes barrigas. Era como el distintivo de ser “alguien”, cuando para la mayoría de gente no era más que un cerdo baboso. Peter Sanders era el típico personaje que caía bien en su círculo de amigos o era odiado a muerte en el entorno que afectaba a su trabajo. No había un termino medio, o lo querías por lo que te había dado o lo odiabas por lo que te había arrebatado. Así era la vida del Señor Sanders. La doctora Sira Dykens estaba pasando consulta cuando su amiga y compañera de trabajo le dejó la carta sobre la mesa en un momento que no tenían gente. A pesar de sus 45 años se conservaba realmente bien, siempre se había cuidado desde joven y su cuerpo le demostraba aquellos años de esfuerzo ofreciéndole un físico estupendo para la edad que tenía. Tenía unos pequeños ojos azules que solían mirar por encima de las gafas a sus pacientes, dándole un aire de elegancia a pesar de llevar la bata blanca. Sira, como la conocían todos, siempre iba perfecta, le gustaba arreglarse incluso para ir al trabajo. Era muy coqueta, sin llegar a ser presumida. Pasaba consulta en el Hospital Ninewells de Dundee, donde recibía pacientes de todo el condado de Angus. Era una persona reconocida en su trabajo, si bien había tenido algún que otro disgusto, por lo general la gente salía satisfecha de su consulta y de su labor como doctora. La idea de acudir al concurso le vendría bien para, en el caso de ganar, abrir su propia consulta privada. Una idea que le rondaba desde hacía algún tiempo, pero que por los costes no se había decidido a hacerlo aún. Aquello podía ser el impulso que necesitaba.

39

Poco a poco fueron llegando todos y cada uno de los invitados al lugar de encuentro, Carnoustie. Junto al campo de golf que rodea la totalidad de la población, llegaron Cleo, Howard y la doctora Sira en sus respectivos vehículos. Un poco más tarde llegaron, en el mismo tren procedentes de Montrose, Sanders y Pamela. Una vez reunidos los cinco, el Señor Nevay les dirigió hacia su helicóptero. Era un hombre joven, de buena presencia aunque un tanto informal, sin ningún tipo de publicidad por tratarse supuestamente de un programa televisivo. Se esperaban haber tenido una especie de bienvenida con cámaras y público, pero la verdad es que aquel acto había trascendido en la más desapercibida de las situaciones. Por lo visto el anfitrión, según les fue contando Nevay, había pedido privacidad absoluta hasta su llegada al faro, donde tenía instalado un perfecto escenario con cámaras ocultas por todas partes. No quería publicidad, no por ahora. Nevay les iba comentando las bases del concurso para que se fueran haciendo una idea durante el trayecto en helicóptero. Una vez aterrizaran en la plataforma adyacente al faro, todos descenderían y allí recibirían las instrucciones a seguir. Estarían totalmente aislados, solos en medio del mar. Cinco personas conviviendo en un faro podía resultar menos agradable de lo que se empezaban a imaginar. Tendrían un teléfono a su disposición para llamar en caso de emergencia o de que decidieran abandonar el concurso, perdiendo así toda opción a llevarse el premio. Estarían las veinticuatro horas vigilados por cámaras, los telespectadores votarían al que quisieran y al final de la semana éste te llevaría el premio. Parecía fácil, tan solo había que tener un poco de paciencia y saber convivir. Una condición indispensable es que cada uno tenía que portar consigo un objeto personal que una vez instalados en el faro deberían colocar en un lugar destinado a tal fin. Tras unos minutos de explicación Nevay les señaló que ya estaban a punto de aterrizar en el helipuerto de Bell Rock, antes de descender les dio un paquete a cada uno con sus respectivos nombres y así como iban bajando Nevay se despedía de ellos con una amplia sonrisa. Una vez habían descendido todos, se dirigieron corriendo por la pasarela de madera hasta llegar a la puerta de entrada del faro. Allí seguía todo en la más absoluta privacidad, ni rastros de cámaras ni de publicidad ni de nada que les hiciera presagiar que aquello había sido una buena idea. Nevay había desaparecido ya en el cielo, tan solo era una mancha sin un color definido, el sonido del aleteo de las hélices era cada vez más lejano. Pamela sintió un pequeño escalofrío, una premonición de que algo no estaba saliendo como ella ni ninguno de los acompañantes se habían imaginado. Estaban solos en el faro de Bell Rock. Howard fue el primero en cruzar la puerta de acceso al interior del faro, acababa de llegar, no conocía ni había hecho nada por conocer a ninguno de sus acompañantes y ya estaba ejerciendo de líder, algo que sin lugar a dudas era lo que le gustaba hacer. Una vez que todos permanecían en el interior del faro, un pequeño cartel justo encima de las escaleras de acceso a la segunda planta les comunicaba que depositaran sus objetos personales en una pequeña estantería que había al otro lado del cartel. Cleo colocó su llavero de osito panda, Pamela un quemador de incienso en forma de corazón, Sanders a continuación colocó su pipa, que hacía años no empleaba, Sira dejó un muñeco de Nessy y finalmente Howard una medalla que había ganado en una maratón hacía ya algunos años. Una vez colocados todos los objetos, la nota de la pared decía que presionaran el botón de al lado y acto seguido una cámara de cristal se colocó justo sobre la estantería cubriendo la totalidad de los objetos haciéndolos inalcanzables para ninguno de sus propietarios. Los

40

objetos habían quedado custodiados. Una vez comprobaron que allí ya no había nada más por hacer, ascendieron con Howard de nuevo al frente hasta la segunda planta. Allí se les comunicó mediante otro cartel que tendrían que instalarse en dos plantas, la quinta planta era sólo para las tres mujeres, y la cuarta planta para los dos hombres. Sanders no pudo evitar dejar salir por su boca la típica broma de cómo podrían hacer algo si los separaban. Todos reaccionaron mas bien de forma alegre ante la broma, Pamela por su parte esbozó un gesto desaprobador y de asco. La sexta planta sería el lugar de las comidas, lugar común para todos ellos. La segunda y la tercera estarían destinadas al ocio, para pasar el rato y convivir, hacer en pocas palabras todo o casi todo lo que se podía hacer dentro de un faro. Había una serie de sofás colocados pegados a las paredes, limpios y aparentemente cómodos. En cuanto a la primera planta, a parte de haber dejado los objetos no se les informó de nada más. Lo primero que hicieron fue instalarse tal y como habían ordenado en las notas. Howard y Sanders, mientras se ubicaban en su correspondiente lugar, hablaban sobre que ninguno de los dos había visto todavía ninguna cámara instalada, una de dos, o estaban tremendamente bien ocultas o allí no había cámara alguna. Las mujeres por su parte no prestaron atención a semejante detalle, no hasta que Pamela se colocó los auriculares y eso hizo pensar en las cámaras de video a Sira, que tras echar un vistazo muy superficial no encontró ninguna. Habían tres camas colocadas en línea bordeando la redondez de la pared, entre una cama y otra había una pequeña mesita. Un espejo adornaba la otra pared. Una vez que habían colocado todo y estuvieran listos, debían ir a la tercera planta y abrir los sobres que tenían dentro del paquete que habían recibido en manos de Nevay cuando bajaron del helicóptero. Todos tenían un sobre con su nombre. Se sentaron en los sofás a medida que iban llegando. En medio de ellos una mesa de centro baja, se miraban los unos a los otros, miradas de dudas, miradas que reflejaban muchas preguntas. Abrieron y leyeron cada uno sus respectivos sobres. Cleo no podía creerse lo que leía. La carta hablaba de que aquello había sido una trampa de Howard, con la idea de estar con ella. Adjunto en el sobre había un par de fotografías de ella desnuda, aparentemente sin su consentimiento, queriéndole hacer entender que Howard era un obseso sexual con malas intenciones. Por su parte, Howard leyó en la carta que Cleo quería mantener una relación esporádica con él, que todo esto lo había organizado con el fin de poder tener alguna ocasión de estar juntos. Howard alzó la vista en busca de Cleo, ella se percató un tanto asustada del gesto y cuando cruzaron sus miradas Howard le dedicó una sonrisa con ojos libidinosos. Cleo apenas se inmutó, no quería que nadie sospechara nada de aquella atrocidad, pero ya no tenía ninguna duda, Howard era un depravado. En la carta de Sanders decía que Pamela buscaba un préstamo, algo de dinero a escondidas de sus padres y que estaba dispuesta a todo para conseguirlo. A todo. Decía que le encantaban los hombres mayores y que era una ninfómana. Sanders no podía creérselo, pero una sonrisa se dibujó en su rostro, notó como se excitaba solo de pensar en Pam haciéndole proposiciones. En la carta de Pamela, decía que la doctora Sira estaba enamorada perdidamente del Sr. Sanders, que ella tenía que ayudarlos a juntarse para ganar votos en el juego. Parecía una misión fácil. Sanders y Pam cruzaron sus miradas, ingenuas a lo que decían sus cartas, Pam le

41

sonrió pensando que él ya sabía que ella los ayudaría a estar juntos. Sanders por su parte, interpretó que Pam ya le estaba haciendo proposiciones deshonestas. Sira, en la carta que llevaba escrito su nombre, leyó que Pam estaba siendo acosada por el Sr. Sanders y que ella era quien debía ayudarla, que se hiciera amiga suya para que le contara sus problemas. En todas las cartas terminaba diciendo que bajo ningún concepto debían comentar el contenido de sus respectivas cartas con otro compañero de juego. Todo debía llevarse en la más absoluta discreción, para evitar conflictos innecesarios entre ellos. El juego acababa de empezar. Cleo, a pesar de mostrarse serena por fuera, estaba tan asustada como indignada por dentro, ansiosa por saber como había conseguido fotos suyas desnudas Howard. No se atrevía a pedirle nada por temor a la reacción de éste, normalmente este tipo de personas se tornan violentas cuando se sienten acosados. Cleo no quería provocar una situación incómoda ni peligrosa. También desde que leyeron las cartas notó que Howard la miraba de una forma diferente, constantemente la buscaba con la mirada, cosa que no había hecho antes de leer su carta. Cuando lograba cruzar su mirada con la de él, éste le regalaba una sonrisa picarona salpicada por unos ojos brillantes de deseo. Aquello incomodaba mucho a Cleo. La cena transcurrió tranquila, animada únicamente por temas habituales en cualquier reunión de desconocidos. Howard se seguía mostrando como líder del grupo intentando imponer siempre sus ideas cuando éstas eran contradichas por alguno de sus compañeros, sin faltar nunca al respeto, pero siempre imponiéndose. Pamela permanecía en muchos momentos de la conversación un poco distraída, como si aquello no fuera con ella. No mostraba mucho interés por los temas expuestos y apenas colaboró en las conversaciones. Se sentía un poco fuera de lugar. En un momento de mutismo, Sanders aprovechó para subir a la cúpula del faro y asomarse por el balcón. La noche era tranquila. Un número infinito de estrellas iluminaban el cielo, acompañando a una solitaria luna. El único sonido perceptible era el de las olas golpeando abajo del todo, en la base del faro, un sonido suave como suave estaba la mar. Así era la noche en el faro de Bell Rock. Al poco tiempo de salir, Pamela acompañó a Sanders para intentar su misión de unir a Sanders y Sira. Se asomó al balcón y se acercó al director de banco intentando entablar conversación. La carente sociabilidad de Pam quedó retratada al no saber como exponerle el tema a Sanders, el cual lo interpretó como un estado nervioso por querer pedirle el dinero a cambio de algún favor. Sanders le dijo que entendía perfectamente lo que quería, que esta noche podían verse en la tercera planta cuando todos durmieran y así sería mas sencillo. Pam reaccionó violentamente ante la equivocada proposición de Sanders. Los gritos llegaron hasta la mesa donde estaban los demás cenando y se apresuraron a ayudar. El banquero no entendía nada, en la nota decía que Pamela estaba dispuesta a “todo” para conseguir el dinero y cuando él se lo propone de una manera fácil ella reacciona como una histérica. Aquella situación incomodó mucho a Sanders, quien para evitar reprimendas se retiró a su habitación. Pam no dio muchas explicaciones de lo ocurrido, tan sólo que Sanders la había ofendido con una propuesta inmoral. No quería quedar como la quejica del grupo, pero tampoco entendía

42

la reacción que el banquero había tenido con ella, aquella proposición la desorientó. Cuando la calma se apoderó nuevamente del faro, todos los integrantes del juego se dirigieron a sus respectivos dormitorios, a ver si el nuevo día amanecía con un mejor humor. Cuando Howard llegó a su habitación, Sanders ya estaba en la cama y no vio buen momento de pedir explicaciones, mejor dejar que las cosas se calmasen y ya hablarían en otra ocasión. Además, apenas lo conocía y no quería parecer un metomentodo. La noche transcurría tranquila, todos dormían cuando Pam se despertó y subió sigilosamente hasta la cúpula. Salió al balcón, una brisa fresca hizo que su piel se erizara, pero el cielo estrellado era un auténtico fondo de ensueño. Era algo habitual en Pam contemplar el cielo desde cualquier lugar, le encantaba hacerlo, se sentía libre y relajada. Admiraba embobada aquel oscuro paisaje, recordando a Sean, un chico de su instituto con el que no hacía mucho tiempo había terminado su relación. Sean siempre se quejaba del fuerte carácter de Pamela, ella sabía que el chico tenía razón, fueron muchos y muy buenos momentos vividos. A veces, se maldecía a sí misma por su mal genio. Escuchó un ruido a sus espaldas, rápidamente alguien la agarró con mucha fuerza y violencia, Pam no tuvo tiempo de reaccionar, quien fuera que la estaba sujetando tenía más fuerza que ella, notó un leve pinchazo en el brazo, después, todo fue silencio. Llegó la mañana y Sira fue la primera en despertarse. Se percató de la ausencia de Pamela en su cama, pero no le dio mayor importancia ya que probablemente estuviera en algún lugar, todos habían notado que Pam era una chica bastante independiente y aislada de todos, Sira también se dio cuenta de ello. Subió hasta la sexta planta para empezar a preparar el desayuno mientras los demás iban llegando, a la doctora no le importaba preparar café para todos, pero tampoco quería que los demás se acostumbraran pues a ella le gustaría también despertarse algún día y encontrarse todo listo. Aparecieron con ojos de sueño Sanders, Howard y la última en llegar fue Cleo. Todos preguntaron por Pam, pero nadie se atrevió a pensar nada extraño. Decidieron desayunar y cuando la joven quisiera aparecer ya daría señales de vida. Habían terminado el desayuno y Pam seguía sin aparecer, la duda inicial ahora se había tornado preocupación. Tras agradecer a Sira su gesto preparando el desayuno, decidieron vestirse y salir a buscar a Pamela, planta por planta. En el exterior, desde el balcón no se veía nada extraño, la pasarela de madera estaba vacía. Ni rastro de Pam. La preocupación iba en aumento, las horas pasaban y la chica no aparecía, sus ropas, su maleta, sus cosas más personales. Todo estaba allí, todo excepto ella. No podía haberse marchado a ningún sitio. Pronto se oyó una voz en la planta de abajo que reclamaba la atención de los demás. Era Howard, llamó a todos para informarles de que en la vitrina donde habían puesto sus objetos personales, había un espacio vacío. Faltaba el quemador de incienso de Pam. Ninguno del grupo entendía nada. Sin llegar a pronunciar palabras algunas miradas acusaron a Sanders, él tenía que saber algo pues lo de anoche fue un tanto extraño. Llegaron a la conclusión unánime de que Pam había abandonado el faro de Bell Rock a voluntad, seguramente utilizando el teléfono que tenían de emergencia y la vinieron a buscar cuando todos dormían. No había otra explicación. Sira no opinaba lo mismo, a pesar de haber seguido la corriente a los demás ella sabía que

43

Sanders había intentado acosarla. Tenía la prueba de la carta que le entregó Nevay. Había muchos cabos sueltos, pero no fue decisión de Pamela irse sin decir adiós. La mañana transcurrió sin más sobresaltos. Todos excepto Sanders estaban en la pasarela del faro, relajándose al aire libre. El día era soleado y la temperatura muy agradable. Sanders los contemplaba desde lo alto del faro, se sentía desplazado a pesar de que ninguno lo llegó a acosar formalmente. Sira le confesó a Cleo lo que ponía en su nota, a lo que no pudo dar crédito. Ahora también tenía sus dudas sobre la desaparición de Pam. Intentaron llevar el secreto lo mas disimuladamente posible, no querían que los demás supieran algo, iba contra las normas. Cleo fue hacia el faro, dejando a los demás miembros descansando y hablando entre ellos. Subió a tomar algo, pues notó la garganta seca. Sira la siguió con la mirada hasta que desapareció por la puerta de entrada al faro. Sanders ya no estaba arriba. La puerta del faro se cerró de un portazo, probablemente culpa de alguna corriente. Sira no le dio mayor importancia. Cleo cogió un zumo de la nevera y bajó hasta la segunda planta, allí se sentó un rato a leer. Se acomodó en el sofá. Le pusieron violentamente un cojín sobre la cara, al tiempo que con el resto del cuerpo le hacía de contrapeso para evitar que se moviera, Cleo intentaba de cualquier manera coger aire, pues la presión que ejercía el cojín sobre su cara era muy fuerte. Al instante notó un pequeño pinchazo en el brazo, dejó de intentar zafarse, había perdido todas sus fuerzas. Cleo cayó dormida. A los pocos minutos la puerta del faro volvió a abrirse. Sira se percató de ello, parecía que alguien desde atrás la había abierto poco a poco. Minutos más tarde Sanders salió por aquella puerta uniéndose a la conversación que mantenían Howard y Sira. Tras un rato de conversación, Sira empezó a notar la ausencia de Cleo, decidieron entrar para preparar la comida cuando Howard se detuvo sobresaltado nuevamente nada más cruzar la puerta señalando con el dedo la estantería donde había un nuevo hueco junto al del desaparecido quemador de incienso de Pam, ahora faltaba el llavero de Cleo. Ya había dos huecos en el estante supuestamente clausurado. Todo empezaba a resultar muy extraño. Corrieron planta por planta llamando a Cleo, sus temores comenzaban a coger forma cuando no hubo respuesta alguna, tan solo un brick de zumo empezado sobre la mesa de la segunda planta. Decididamente Cleo había desaparecido también. Los nervios se empezaron a apoderar de Howard cuando, de un modo violento, acusó a Sanders de ser el responsable, casualmente había sido el único que estuvo con Pam antes de su desaparición y el único que había estado dentro del faro con lo de Cleo. Siempre él, alterado e incontrolado comenzó a empujarlo y a golpearlo. Claramente Sanders no tenía nada que hacer con Howard, su estado físico era lamentable. Howard lo golpeó una y otra vez mientras Sanders gritaba su inocencia. Un fuerte puñetazo hizo que el banquero cayera contra la barandilla de la pasarela rompiéndola y precipitándose al mar, con la mala fortuna que golpeó su cabeza contra las rocas que emergían en ese momento por la bajamar. Howard se asustó, aquello se le había ido de las manos. Sira pidió que le ayudara a rescatarlo para auxiliarlo cuando una ola se lo llevó mar adentro, flotando a la deriva empujado por las

44

corrientes. La herida de la cabeza era profunda, por lo que ninguno de los dos optó por lanzarse al mar a intentar ayudarlo. El grueso cuerpo de Sanders se mantenía en el agua rodeado por una mancha de sangre que cada vez se hacía más amplia. Vieron como se alejaba. Decidieron que lo mejor sería llamar y cancelar todo, un hombre había muerto y dos mujeres habían desaparecido. Aquello había dejado de ser un juego. El teléfono no les dio señal, nadie se había preocupado de comprobarlo desde el principio y aquel aparato ni siquiera funcionaba. Sira y Howard dudaban de la veracidad del juego, ninguno había visto cámara alguna, no había publicidad ni la había habido desde el comienzo, las desapariciones de Pamela y Cleo así como la de sus objetos personales. Demasiadas emociones en apenas 48 horas. Aquello no tenía aspecto de juego, o tal vez sí, y ahora es cuando realmente había empezado. Mientras reponían energías, hablando en la sexta planta, decidieron contarse el contenido de sus cartas, comprobando que la situación era todavía más inexplicable, cogieron las cartas de sus compañeros desaparecidos y nada de todo aquello tenía sentido. Cierto que parecía un juego, un rompecabezas, pero… ¿Quién quería jugar de aquella manera con ellos? ¿Cuál era la finalidad? Buscaron por todos los rincones del faro de Bell Rock, tenía que haber algo que se les escapara, algo que les diera una pista del porqué de todo. Esta vez fue Sira la que se alarmó al ver que en la estantería de la primera planta faltaba el objeto de Sanders, ya eran tres huecos, tan solo quedaban el de Howard y el de la doctora. ¿Quién se había llevado la pipa de Sanders? Ahora tan solo estaban ellos dos en el faro. La tarde iba pasando, las horas se acumulaban en el escenario del faro de Bell Rock. Howard y Sira permanecían en los sofás de la segunda planta, no sabían muy bien que hacer, no tenían modo alguno de escapar. No habían hallado nada que les hiciera pensar que aquello había sido un reality show ni por un solo instante. Desde el principio habían sido engañados. La cuestión ahora era saber por quien y porqué. No tardó en llegar la noche y, con ella, la oscuridad. Se acostaron cada uno en su cama, a pesar de lo sucedido Sira prefirió la intimidad a la compañía de Howard. No se fiaba del todo de él, tampoco desconfiaba, pero algo no le cuadraba en todo aquel asunto. La noche los envolvió con su manto y el silencio invadió el faro de Bell Rock. Horas mas tarde la doctora despertó sobresaltada, había tenido una pesadilla. Se levantó y cogió de la nevera de la planta de arriba un vaso de agua. Bajó de nuevo tras saciar su sed, asomándose a la cuarta planta para comprobar que Howard permaneciera allí, en su cama, pero no fue así. La cama del empresario estaba deshecha, un tanto alborotada y vacía. Abrió la luz en busca de una respuesta, Howard no aparecía por ningún sitio. Corrió escaleras abajo con una sospecha en su cabeza y, efectivamente, en la estantería tan solo estaba su objeto, su muñequito de Nessy, también había desaparecido la medalla de Howard. Subió de nuevo a la sexta planta, aquello no podía ser cierto, cogió un cuchillo de un cajón, por lo menos así, se sentiría más segura. Revisó planta a planta todo el faro, de arriba a abajo y no encontró indicio alguno del paradero de Howard. Nuevamente llegó hasta la primera planta, pero esta vez había algo más extraño a parte de la estantería, ahora casi vacía. El asa de una pequeña compuerta asomaba en el suelo junto a un pequeño mueble medio carcomido.

45

El mueble había sido desplazado dejando el asa a la vista, probablemente con alguna intención. Estiró del asa y unas escaleras muy empinadas conducían hacia la oscuridad más absoluta. El sótano del faro. Fue a buscar una linterna que tenía en sus pertenencias, pequeña pero suficiente para iluminar algo. Descendió un par de escalones, y su corazón se aceleró violentamente dentro de su pecho. Allí estaban, sentados en el suelo Cleo, Pamela y Howard. Pudo ver que cada uno tenía su objeto personal delante de sus pies. Todos permanecían con los ojos abiertos, pero inmóviles. Los llamó en voz baja, sin querer alterar demasiado el silencio. Algo duro golpeó su cabeza desde arriba. Sira cayó al suelo. Despertó dolorida, podía ver delante suyo lo que parecía el resto de compañeros, todos menos Sanders, no podía moverse, estaba sin atar, pero su cuerpo no respondía a las órdenes de su cerebro. La humedad era muy fuerte allí abajo, una tenue luz procedente de la pared le dejaba vislumbrar mínimamente algo, pero todavía tenía la vista nublada. Un hombre vestido completamente de negro, con un pasamontañas cubriendo su rostro, estaba contemplándolos bajo la luz. El anfitrión se acercó a cada uno de ellos, dándole unas palmaditas en la cara a Cleo, cuando comprobó que todos le dirigían la vista, se quitó el pasamontañas. Ninguno de ellos pudo pronunciar palabra alguna, realizar gesto alguno, pero aquella cara les era muy conocida. Se aproximó a Pam, su primera víctima. Le hizo recordar todos y cada uno de los días en los que ella ponía la música en su habitación a todo volumen, todas y cada una de las veces que él le pidió por favor que la bajara y lo único que obtuvo fue una burla por parte de la chica. Todos los insultos, las malas palabras que tuvo con él. La ignorancia de sus padres. Ahora, iba a pagar por todo ello. Dejó a Pam y se acercó a Cleo, su ex novia. Le recordó lo bonito que había sido su amor hasta que ella decidió marcharse con otro, justo en el momento que a él lo habían despedido, cuando todo se le empezaba a complicar, ella optó por abandonarlo. Estaban a punto de casarse, pero ella prefirió cambiar de aires. Ahora iba a darle el premio que se merecía. A su infidelidad, a su falta de comprensión, a todo el daño que le había causado. La besó en los labios a modo de despedida, aprovechando la inmovilidad de ésta. Se encaró ahora con Howard, su ex jefe. Él fue quien le despidió acusado por un compañero al que ascendieron poco tiempo después. A pesar de las pruebas que le aportó demostrando su inocencia, Howard prefirió creer al chupatintas de Richard porque eran amigos, porque quería su puesto, su sueldo, dejándole en la calle, sin trabajo. Le agradeció el detalle de matar a Sanders, el director del banco que le embargó su casa cuando no pudo hacer frente a los pagos, quien no tuvo compasión y al poco tiempo su casa fue a para a manos de un cerdo engreído amigo suyo por un precio que no alcanzaba ni el valor del inmueble. Aquello lo hundió más aún, sin trabajo, sin mujer y sin casa. No tuvo más remedio que depender de las ayudas sociales, las cuales duraron poco tiempo, para finalmente vagabundear por las calles de Montrose. Todo el mundo le dio la espalda hasta que para colmo de sus males, la doctora Sira le diagnosticó una enfermedad irreversible, un cáncer terminal que detectó un poco tarde, demasiado quizás, ya que éste te había extendido ya por todo el cuerpo. Sira no le dio mayor importancia ya que se trataba de un vagabundo, un hombre de la calle sin hogar y sin familia al que no valía la pena curar, nadie lo echaría de menos al morir. El anfitrión le dedicó una falsa sonrisa antes de incorporarse y dirigirse a todos en voz alta. Gracias a Nevay estáis todos aquí, él es el único que me ha ayudado con todo esto, él es el encargado del mantenimiento del faro y a modo de agradecimiento me permitió llevar a cabo mi venganza antes de mi fin. Ahora que todos sabéis ya quien soy, os daré una buena y una

46

mala noticia, dijo el anfitrión. La buena es que estáis vivos, inmovilizados con un veneno que os he inyectado para manteneros con vida mientras cumplo mi venganza, deciros que yo me estoy muriendo, no me queda mucho tiempo de vida. La mala es que solo yo tengo el antídoto y sólo yo os lo puedo administrar para salvaros. Pero eso es algo que no voy a hacer, dijo. Si yo muero, vosotros moriréis conmigo. Les mostró un pequeño bote con un líquido amarillento en su interior, haciéndoles saber que aquello era su única solución. Acto seguido cogió una jeringuilla y se preparó una inyección con otro líquido de una probeta que había en una mesa debajo de la luz, se inyectó aquel líquido y se colocó delante de ellos. En pocos segundos empezó a convulsionar, a retorcerse y a gemir de dolor, el líquido que se había inyectado era letal. Sira, Cleo, Howard y Pam permanecían allí sentados apoyados en la pared, contemplando inmóviles como aquel desgraciado se estaba quitando la vida, estremeciéndose de tan solo pensar en el dolor que debía producir aquella mezcla en su organismo. El anfitrión poco a poco cayó al suelo, primero de rodillas y finalmente se desplomó por completo. Una pequeña cantidad de espuma escapó por su boca, quedando tendido en el suelo con los ojos abiertos y una expresión de angustia grabada en su rostro. El bote que mantuvo en la mano en todo momento con el antídoto del veneno que era la única salvación para ellos cayó con él, vertiéndose todo el contenido por el suelo, siendo absorbido rápidamente por los poros del cemento, desapareciendo a los pocos segundos dejando una simple mancha de humedad. Allí se evaporaron todas sus esperanzas de vida. El anfitrión murió y la doctora Sira, el empresario Howard, la joven Pamela y la abogada Cleo permanecieron en un estado de coma mientras sus constantes vitales permanecieron activas, las cuales, en cuestión de inacabables horas, fueron apagándose y con ellas, sus vidas.

FIN

47

Related Documents

Bell Rock
May 2020 10
Jingle Bell Rock
June 2020 5
Jingle Bell Rock Bun
November 2019 22
Jingle Bell Rock
June 2020 7
Bell
November 2019 66
Bell
May 2020 21