Bautismo En Nombre De Jesus

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Bautismo en Nombre de Jesús 1 La palabra bautismo procede de la palabra griega baptisma, que significa ser sumergido, lavado o purificado. En Israel, el bautismo o inmersión en el agua cómo el que Juan administraba a sus seguidores, representaba para los que se consideraban pecadores, una purificación; sin embargo, el bautismo en el nombre de Jesús tiene para sus discípulos un profundo sentido, ya que representa una muerte y una resurrección simbólicas que abren el camino a la reconciliación con Dios, al Nuevo Pacto celebrado con él mediante Cristo, y a la justificación. Por este motivo el apóstol Pablo, comparándolo con la circuncisión practicada por los judíos, acceso material al Pacto celebrado mediante Moisés, llamaba al bautismo la circuncisión del Cristo, y escribe: “…vosotros participáis de su perfección al haber sido circuncidados en él, no por medio de una circuncisión que os priva de una parte del cuerpo y que se hace con las manos, si no con la circuncisión del Cristo, o sea, siendo sepultados con él mediante el bautismo, y resurgiendo con él, mediante la fe en el poder del Dios que lo ha resucitado de entre los muertos”. (Colosenses 2:10..12) El bautismo en el nombre de Jesús permite pues a quienes lo reciben, unirse simbólicamente a él en su muerte, para renacer a la vida nueva que Dios otorga; en armonía con esto, Pablo dice: “¿No sabéis que todos nosotros, al ser bautizados en Jesús Cristo, fuimos bautizados en su muerte? Entonces fuimos sepultados en su muerte mediante el bautismo, para que de la misma manera que Cristo fue resucitado de entre los muertos por su glorioso Padre, también nosotros seamos trasplantados a una vida nueva”. (Romanos 6:3..4) 2 De hecho, la base para que Dios considere libres del pecado heredado, y por tanto de la condena que este ocasiona, a los que mediante el bautismo se unen por fe a Jesús en su muerte, es la redención proporcionada a la humanidad mediante su rescate. Y gracias a él, cuando los discípulos resurgen del agua tras morir simbólicamente al ser sumergidos, ya no son considerados por Dios cómo descendencia de Adán, si no cómo renacidos mediante su espíritu; y por la fe que muestran en Cristo, les atribuye una rectitud que les abre las puertas a la vida sin muerte. Porque cómo dice Pablo, si “...la retribución por el pecado es la muerte…”, (Romanos 6:23) “...aquel que muere satisface la exigencia legal por el pecado...” (Romanos 6:7) y “...gracias al bautismo, hemos nacido de nuevo regenerados por el espíritu santo, que él (Dios) ha derramado abundantemente sobre nosotros por medio de nuestro salvador Jesús Cristo. Justificados entonces gracias a su generoso don, hemos llegado a ser herederos, en armonía con la esperanza de una vida perdurable”. (Tito 3:5..7) Porque “...si se nos ha unido a él en la semejanza de su muerte, es seguro que lo estamos también en la semejanza de su resurrección…” porque mediante el bautismo hemos “muerto junto con Cristo", y "también viviremos junto con él”. (Romanos 6:5..8) 3 El don de la justificación que Dios generosamente concede a los hombres, no se debe ni a sus méritos ni a sus obras, si no a su fe. Es pues un regalo que por la fe en Cristo, Dios nos hace, y nosotros debemos cuidarlo y conservarlo revistiendo una personalidad nueva que, cómo la de Cristo, esté fundamentada en la fe, la confianza y el amor de Dios. Pablo dice: “...en armonía con la verdad que está en Jesús, se os ha enseñado a despojaros de todo lo que tiene que ver con vuestra vida pasada, así cómo

de la vieja personalidad que se corrompe tras las pasiones engañosas, para que podáis ser renovados mediante el espíritu que hace actuar vuestra mente, y revistáis una personalidad nueva, creada en verdadera justicia y santidad, a la imagen de Dios”. (Efesios 4:21..24) Dios había creado al hombre a su imagen, por este motivo el abandonar la vieja personalidad con sus hábitos no es suficiente; es necesario además revestir una personalidad nueva que cómo la de Cristo, refleje la imagen de la de Dios. Juan escribe que "...quien afirme que está en unión con él, (Cristo) debe caminar cómo caminó él". (1Juan 2:6) Así pues, todos los que tras unirse a Cristo en su muerte mediante el bautismo, se esfuerzan en caminar cómo lo hizo él, verdaderamente disfrutan del don de una vida perdurable; y aún si muriesen, la muerte sería para ellos solamente un dormir, mientras están esperando el momento de volver a la vida, resucitados cómo él. 4 Jesús aseguró a sus seguidores: “...esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que reconozca al Hijo y crea en él, tenga vida eterna, y que yo lo resucite en el último día”. (Juan 6:40) Pues: “Yo soy la vía, la verdad y la vida, y nadie llega al Padre si no es a través de mí”. (Juan 14:6) Él es pues la única vía que conduce a la salvación de los hombres, porque él es quien los reconcilió con Dios, entregando su vida en favor de la de ellos. Por esto Pablo escribe a los discípulos: “...habéis sido llamados a una única esperanza, pues hay un solo Señor, (Cristo) una sola fe, (su enseñanza) un solo bautismo, (el que en su nombre, los une simbólicamente con él en su muerte) y un solo Dios, que es el Padre de todos…” (Efesios 4:4..6) Existe entonces un solo bautismo para los seguidores de Jesús, el que sus apóstoles y discípulos administraban en su nombre. Juan dice: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque en el nombre de Jesús se os han perdonado los pecados”; (1Juan 2:12) y Lucas relata que Pedro, exhortando a quienes le preguntaban lo que debían hacer para alcanzar la salvación, decía: “Convertíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesús Cristo, para el perdón de vuestros pecados...”; (Hechos 2:38) dando también mandato a los discípulos, de que quienes aceptasen a Jesús, fuesen “bautizados en el nombre de Jesús Cristo”. (Hechos 10:48) 5 Aún así, y en contraste con las palabras de Pedro, de Pablo, de Lucas y de Juan, en las versiones del evangelio de Mateo que han llegado hasta nosotros, se menciona un bautismo en el nombre ‘del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’. Algunos traductores reconocen explícitamente que esta expresión no está en armonía con las Escrituras, donde solo se habla del bautismo en el nombre de Jesús, y por esto, en una de las versiones de la Biblia de Jerusalén, encontramos una nota que copiamos en parte, y que dice: ‘Es posible que esta fórmula se resienta en su precisión del uso litúrgico establecido más tarde en la comunidad primitiva. Es sabido que los Hechos hablan de bautizar 'en el nombre de Jesús'. Más tarde se habrá hecho explícita la vinculación del bautizado con las tres personas de la Trinidad...’ Con esta enmienda se admite, aunque con cautela, que estas palabras responden a una temprana interpolación en el texto. Lo más probable es que este versículo simplemente dijese: “Poreuthentes mathêteusate panta ta ethnê en to onomati mou”, o sea: ”Id y haced discípulos de todas las naciones en el nombre mío”, (Mateo 28:19) ya que así es cómo lo cita Eusebio de Cesárea (263,339) a finales del tercer siglo, en su Historia Eclesiástica, Libro III, capítulo 5:2.

6 En toda circunstancia debemos tener presente que la verdadera y única fuente del cristianismo es la enseñanza de Jesús, que fue registrada por sus apóstoles, y también por algunos de sus primeros discípulos, bajo la supervisión apostólica. Recordemos que Pablo escribió: aprended “de nosotros el principio de no ir más allá de lo que está escrito, para que ninguno se sienta superior a los demás…” (1Corintios 4:6) y que además advirtió: “…si nosotros mismos, o un ángel del cielo, os declarase una buena nueva diferente de la que nosotros os hemos anunciado ¡Rechazadla! Y lo que decimos lo repito de nuevo, si alguno os anuncia una buena nueva diferente de la que ya habéis recibido ¡Rechazadla!” (Gálatas 1:8..9) 7 En repetidas ocasiones, las Escrituras advierten del peligro de aceptar cualquier enseñanza ajena a la impartida por los apóstoles. Es por tanto imprescindible, que el bautismo de los discípulos de Jesús sea en su nombre, cómo los apóstoles enseñaron y practicaron, puesto que Cristo, mediante su sacrificio de expiación, es el único que puede reconciliarnos con Dios y anular la pena de muerte del pecado heredado, y también el único que nos abre el camino a la justificación y la vida perdurable. Por todas estas cosas, el bautismo en Cristo debe responder por su trascendencia, a una decisión personal, madura y basada en la fe.

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