Judaísmo - 03/04/2008 PARASHAT HASHAVUA
``Tazría'' Interpretación y comentario El libro de Levítico presenta la enfermedad de la lepra en términos de pureza e impureza, y como un asunto a ser juzgado y tratado por el cohén. Pero en otros lugares de la Biblía se relaciona esta enfermedad con el pecado. Las palabras de Miriam (Números 12) y las acciones de Uziahu sobre los cohanim (Crónicas 2, cap. 26), se presentan como causas directas de la enfermedad de la lepra. Pero es un tanto diferente el caso de Naamán -el jefe del Éjército de Aram- sobre el cual se relata en la haftará. Según lo relatado en Reyes 2, cap. 5:1, Naamán es una historia de éxito: un gran hombre, muy valiente, pero con lepra. El relato no nos cuenta la razón de la enfermedad, pero del mismo se puede entender que ella es consecuencia directa de su personalidad arrogante. Naamán está lleno de sí mismo y espera que todos los que lo rodean lo aprecien tanto como él se aprecia a sí mismo. Con la esperanza de ser curado de su enfermedad, Naamán llega a la casa del profeta Elisha, acompañado de su gente. Se para frente a la entrada de la casa y espera que el profeta en persona salga a su encuentro para que él mismo realice una ceremonia de curación que lo cure de la enfermedad. A ojos de Naamán, el honor y respeto que acompañan a la ceremonia no son menos importantes que la curación en sí misma. Pero el profeta Elisha lo sorprende dos veces: primero, él no sale al encuentro de Naamán sino que le envía instrucciones mediante un enviado anónimo, y más aún, las instrucciones son muy inferiores a lo que esperaba Naamán: ``Irás y te sumergirás siete veces en el río Jordán''. Naamán se enfurece: ¿cómo se atreve el profeta a quedarse en su casa en lugar de salir para ofrecerle un tratamiento personal? ¡Y todavía le dice que tiene que sumergirse en el río Jordán! ¿Acaso no hay otros ríos mayores y mejores que el Jordán en Aram? Naamán ya estaba por darse vuelta y volver a su tierra pero sus allegados lo convencieron para que, de todas maneras, se sumerja en el río, pues no tenía nada que perder. Por supuesto, las palabras del profeta se cumplen. Naamán se sumerge en el río siete veces ``y quedó su carne como la de un niño pequeño y se purificó''. No esperábamos menos de un relato sobre un profeta hacedor de milagros. La sorpresa viene después, cuando somos testigos del cambio que ocurre en la personalidad de Naamán como consecuencia de su curación. Naamán ahora demuestra humildad, consideración para con los demás, amabilidad y hasta jura que no volverá a adorar a otros dioses fuera de Adonai. La curación de la piel refleja un cambio más profundo en la personalidad de Naamán: quien era el símbolo claro del ``otro'' -idólatra, enemigo de Israel, leproso- acepta al Dios de Israel y es aceptado por el profeta. El final del relato trae otro cambio, y esta vez, quien estaba adentro se encuentra afuera: Elisha se niega a recibir cualquier regalo de manos de Naamán, pero su ayudante Gijazi entiende que su jefe está perdiendo la oportunidad de recibir una recompensa de manos del arameo. Por lo tanto, él sale detrás de Naamán y le cuenta un relato sobre dos jóvenes necesitados para conseguir un presente de sus manos. Pero el profeta descubre la acción de Gijazi, y la enfermedad de Naamán le es transmitida a Gijazi: si Gijazi iba a tomar un presente de manos de Naamán, también iba a recibir su enfermedad. Lo más resaltante de este relato no son los milagros descriptos en él sino la agudeza visual de Elisha, que revela una habilidad fuera de lo común para entender el corazón de la persona e identificar lo bueno y lo malo que hay en él. Esta capacidad lo distingue de otras personalidades carismáticas, las cuales a pesar de poseer también características fuera de lo común, no tienen el talento de entender la naturaleza de la pesona y juzgar cuál es la recompensa que merece. Pero Elisha es más que un psicoterapeuta: es un profeta. Su clara posición moral lo caracteriza y le permite traer al extranjero a su propia congregación y alejar de su cercanía a quien no merece estar ahí. Así, Naamán -el ``otro''- es recibido adentro, mientras que Gijazi -la mano derecha del profeta- es expulsado afuera. Elisha tiene la capacidad de ver la naturaleza de la persona más allá de su imagen visible puesto que ``las apariencias engañan'', y saber que hay que buscar la verdad más allá de la misma. Estudio y análisis Rabino Dr. Alexander Even-Jen Profesor de Pensamiento Judío, Instituto Schechter de Estudios Judaicos Jerusalem ``Habla a los hijos de Israel diciendo: Una mujer cuando engendrare y diere a luz un varón, habrá de permanecer impura siete días, como en los días de sus dolores menstruales habrá de permanecer impura. Y el día octavo habrá de ser circuncidada la sangre de su prepucio. Pero si una mujer diera a luz, habrá de permanecer impura por dos semanas como en su estado menstrual; y sesenta y seis días permanecerá en
sangre de purificación'' (Levítico 12:2-3, 5). En la parashá de esta semana se determina la cantidad de días durante los cuales una mujer está impura después de dar a luz. Si dio a luz un varón, los días de impureza son siete, y si dio a luz una mujer, los días de impureza son catorce. ¿Por qué? ¿Hay aquí discriminación? ¿Acaso se trata de uno de los símbolos que perpetúan la imagen negativa de las mujeres? Explicaciones místicas se dieron en este caso. Por ejemplo, Rabenu Bejaié dice que la ``simiente'' del varón es ``blanca'', mientras que la ``simiente'' de la mujer es ``roja''. Estos colores son muy significativos para los místicos. Ellos ``simbolizan'' fuerzas diferentes y opuestas. Sólo en su unión, el mundo puede existir. La unión de la simiente blanca del hombre y de la simiente roja de la mujer son la fuente de la vida. *Jefe de la Cátedra de Biblia del Instituto Schechter de Estudios Judaicos, Jerusalén Editado por el Instituto Schechter de Estudios Judaicos, la Asamblea Rabínica de Israel, el Movimiento Conservador y la Unión Mundial de Sinagogas Conservadoras. Traducción: rabina Sandra Kochmann. Por el rabino Dr. Geoge Savrán*