Aurora Digital - Matot Masei 2003

  • November 2019
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  • Words: 951
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Parashá - 18/07/2003 PARASHAT HASHAVUA

Matot/Mas´ei (Tribus/Marchas) Con estas dos parashot concluye la lectura del cuarto libro de la Torá, Bemidbar o Números, y la semana que viene comenzará la lectura de Devarim o Deuteronomio. Dos aspectos llaman poderosamente la atención en nuestra parashá y hasta parecen contradictorios. Uno es la orden de matar al enemigo sin piedad, hasta a aquellos que no representan aparentemente ningún peligro. El otro es el cuidado que se pone en salvar la vida y la integridad de quien haya quitado la vida a alguien sin intención de hacerlo. Los hijos de Israel salen a guerrear contra los midianitas y, tal como se les ha ordenado, matan a todo varón y queman todas sus ciudades. Al volver con todo el botín, incluidos ganado, mujeres y niños, Moshé y Elazar salen a recibirlos fuera del campamento y el primero se encoleriza: dirigiéndose a los jefes los reprende por haber dejado vivas a las mujeres, que ``fueron las que indujeron a los hijos de Israel, por consejo de Bilam, al culto del Báal´´. Moshé ordena entonces dar muerte a todos los niños varones y a todas las mujeres ``que se hayan acostado con hombre´´. Quedarán con vida sólo las doncellas vírgenes. Para agregar al horror, téngase en cuenta la explicación de Rashi: serán matadas todas las mujeres que por edad podrían haberse acostado con un hombre, aunque no lo hayan hecho. Suena razonable, ya que le harían a cada una una revisación ginecológica, y ello significa que quedarían con vida sólo las niñas. ¿Con qué propósito? Para repartirlas como botín de guerra. Es la primera pero no la última vez que sucede. En realidad es de esa manera que Yehoshúa (Josué) conquistará la Tierra Prometida y la orden es matar a todos. La sensación es de crueldad, de un genocidio injusto. Como entre los lectores es probable que haya quienes vean en esa reflexión una herejía, es bueno mencionar que los herejes, en este caso, son los propios sabios del Talmud, quienes también se sienten incómodos ante la situación. De modo que apelando a otro versículo en otro lugar (Deut.20:11), sostienen que la conquista de Canaán se llevó a cabo de otra manera: los hijos de Israel llegaban a las ciudades y ofrecían la paz. Sólo si la rechazaban, entraban en combate y en la guerra como en la guerra. Una vez más, el Talmud reescribe el texto y ello no debe sorprender. Porque los valores que existían y se imponían en una época anterior, la de la Biblia, estaban superados en la época del Talmud, quien se permitía acomodar el pasado mitológico a los valores vigentes de la época. De manera que aunque quizás la verdad histórica haya sido de genocidio, el ethos judío que se desarrolló después, no lo es. El segundo episodio, en contraste con el primero, es el de las ciudades de refugio, ``arei miklat´´, a los cuales podrá huir para cobijarse quien haya matado a una persona sin intención. La importancia que la Biblia concede a estas ciudades es grande, como se desprende del hecho de que las menciona no menos de cuatro veces (Ex. 21:13, Núm. 35:9-34, Deut. 4:41-44 y 19:1-13) en la Torá y otra vez en Jos. 20:1-9. Esas ciudades existen para evitar la ejecución de la venganza de sangre, común en todos los pueblos de la antigüedad y hasta la Edad Media, y en práctica en el Oriente hasta el día de hoy. Según Casuto, la Biblia se manifiesta decididamente en contra de esa venganza, pero entiende que no se la puede erradicar de un plumazo, y por eso crea estas ciudades. La venganza es un instinto humano primario. Lo es más en sociedades tribales, en las cuales constituye un elemento de defensa por disuasión: todos deben saber que no conviene matar a alguien de la tribu, porque ésta reaccionará vengando la sangre derramada. La Torá se diferencia en este sentido, dice Casuto, del código de Hamurabi, porque se opone a la costumbre de la venganza de sangre. Lo hace en su estudio del primer crimen de la humanidad, el de Caín, quien no sabía, porque no había experiencia anterior, que su hermano moriría, y Dios determina (Gén. 4:15) que ``quienquiera que mate a Caín será siete veces castigado´´. Si la Torá se opone a la venganza de sangre, ¿por qué entonces es el vengador de la sangre del muerto quien ejecuta al matador, si éste sí es declarado culpable por los jueces? Shmuel David Luzatto tiene una explicación acorde con la de Casuto y muy convincente: la venganza de sangre estaba muy arraigada y la Torá, que se opone a ella porque establece el sistema judicial, trata de hacerlo de manera que la gente se someta a la ley y no se subleve contra ella. Suficiente es que se le haya quitado al deudo el derecho de matar sin juicio al matador, pasando éste a ser juzgado por instancias ajenas, es decir, el tribunal. Pero si ese tribunal llega a la conclusión de que hubo intención de matar y que al asesino

le corresponde la pena capital, el encargado de hacerlo será el vengador. Paralelamente y para el caso de que sea decretado que mató sin intención, la Torá no confía en que el vengador aceptará no actuar y el matador deberá cobijarse en una de las ciudades de refugio, sin salir de ella, donde quedará seguro. No es aventurado afirmar que el pueblo de Israel fue el primero de la antigüedad en abandonar la costumbre de la venganza de sangre y de adoptar el veredicto del tribunal incluso en casos de muerte. Después de todo, a la sociedad le alcanza con un muerto, no necesita dos. M.W.

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