SOY HOMBRE: YO NO SOY EL PROBLEMA Desde hace unos seis años, mi equipo y yo, estamos tratando casos de Orientación y Terapia familiar derivados por las Unidades de Trabajo Social del Ayuntamiento de Molina de Segura (Murcia), altamente comprometido y sensibilizado con el tratamiento del bienestar de la pareja y la familia. En todo este tiempo nos ha sido difícil encontrar un número alto de hombres que reconocieran que formaban parte del problema que se suscitaba en la pareja, en la familia. Las estadísticas están muy claras: de las personas atendidas sobre un 20% son hombres y un 80 % mujeres. Ellas son más capaces de utilizar el hemisferio derecho del cerebro y nosotros (afortunadamente, no todos) más el hemisferio izquierdo. Ellas se permiten ser más niñas, más emocionales, más profundamente sentimentales, sin que esto signifique una merma en su igualdad en la diversidad. Somos distintos y tremendamente “más iguales” de lo que nos imaginamos y tal vez sea la educación machista la que ha hecho mucho daño en la forma de expresar las emociones y los sentimientos. Sin embargo, como digo, aunque pocos son, hemos tenido la suerte (más bien es la suya) de encontrarnos con hombres que han decidido pedir ayuda junto a sus parejas o solos dejando atrás eso de “yo soy el hombre, no soy el problema; ni los tengo ni los causo. Es ella, que es como es.” Esta actitud, este pensamiento claramente educacional, es contrario al sentido común y práctico de las relaciones humanas. Voy a comentaros en este artículo lo que hemos oído, lo que nos han contado los hombres a lo largo de nuestras sesiones y en diferentes estadios de las mismas. Para simplificar, todo este compendio de sensaciones voy a ponerlas en la boca, en la mente, de un solo protagonista, de un solo hombre, al que llamaremos JUAN. A veces os podrá parecer en sus expresiones un profesional de la Psicología, otras, una persona atormentada sin una sensación de saber lo que quiere expresar (ambos extremos han recibido tratamiento), pero lo que interesa exponeros es desde el momento en el que hemos logrado que se “abran” y son capaces, “casi solos”, de ir describiéndote sus estados de ánimo antes y después de nuestro concurso, antes y después de ser conscientes de la necesidad de efectuar el CAMBIO que no creían que necesitaban (cambio 2). Espero y deseo que os sirva tanto a profesionales de la Orientación Familiar como a profanos en la materia, pero actores y dueños, al fin y al cabo, cada uno de su vida y de su modo de vivirla. Allá vamos:
“Sí, ahora creo que va siendo el momento adecuado para poder decirte aquello de lo que tantas veces me he arrepentido y es en este momento cuando voy sintiendo que en mi interior se va alojando un cambio, que aún no entiendo, pero está tenido lugar. Podía leer y releer libros de autoayuda; salir de mí mismo para identificar mis problemas, pero todo seguía igual. Por mucho que quisiera convencerme del camino que necesitaba para ser feliz, no lograba encontrar mi sitio, o el de los demás. ¿Dónde estaba yo y dónde los otros, los demás; aquellos a los que quería pero sólo conseguía distanciar de mi lado? Mi pensamiento era un continuo bullir de ideas que no lograba quitarme de encima. Mi propia mente, mi amiga, mi mejor aliada, era el monstruo que se erguía entre la sensatez que podía dar a mi vida la relativa felicidad y esa otra parte de mí que no enfocaba adecuadamente ni mis ideas ni mis pensamientos. En definitiva era un yo que me hacía recordar a R. L. Stevenson y su Dr. Jekill y Mr. Hyde. Necesitaba salir de mi laberinto individual para obtener el gran premio de la convivencia descontaminada con los otros. Lo que tú llamas, creo, esa palabra tan rara que alguna vez me has dicho: homeostasis. Pero yo mismo me enredaba en mi propia red de emociones sin lograr desentrañar el punto de ruptura que necesitaba para que la noche y la niebla se disiparan en mi vida. No contaba con que los problemas desaparecieran, sino con que mi actitud, mis recursos, mi “caja de herramientas”, tuviera las necesarias y mi consciente lograra coger la adecuada para reparar “las roturas” que se me presentaran durante mis diferentes ciclos vitales. Ya no veía mi propio problema. Todo eran problemas y no conseguía comunicarme. Por mi boca salían pensamientos verbalizados de los que me arrepentía nada más oírmelos. Pero no podía parar; no lograba romper el círculo, ese lazo que me atenazaba y cuanto más me movía más se apretaba por sí solo ( o por lo menos eso creía yo) Me encontraba mal y ni me quería ni quería, o por lo menos, no era capaz de demostrar cuánto amaba a mi pareja, a los que me rodeaban. Tenía todos los ingredientes para ser feliz y no lo era. Estaba perdido, sin norte y a merced de lo puramente instintivo, de mis reacciones más primitivas... ¡Y creía que pensaba! Acudía a mi bagaje mental, a mis conocimientos, a mi experiencia de vida y nada me servía. Sólo podía cambiar si desechaba lo aprendido y lograba verme y ver los sucesos, mis
propios sucesos, desde fuera, como espectador, sin juzgar. “Simplemente” observarme y ver con formas distintas un yo mismo desde fuera de mí. Debía salir del círculo vicioso con planteamientos nuevos. Dejar mi mente para que mi mente me dejara. Cuando duele el alma se anestesia la razón y solo se ve ese túnel en el que uno se encuentra y que además parece que coinciden todos los problemas en él, afectando a uno de manera que mire a donde mire, no ve salidas. La razón y la ayuda externa son los únicos aliados para encontrar de nuevo el rumbo adecuado que te sitúe en el punto de equilibrio personal que todo ser viviente necesita (y anhela). Es ahora cuando voy conociendo un remedio para que los problemas, las discusiones, los enfados, las crisis, no tengan necesariamente que proyectarse en el otro, en mi pareja, en mis hijos. Sí, voy conociendo, pero hay que ver lo que cuesta, que la problemática propia se transfiere a la persona con la que estás, generalmente, a la que amas mucho y sin embargo se le “agrede” y culpabiliza de nuestros propios miedos, frustraciones y/o incapacidades para el autocambio. Creo que es común pensar (ya no sé a veces lo que creo, me haces dudar mucho) que uno hace las cosas bien, las piensa y actúa correctamente, pero la incapacidad de nuestro verdadero deseo (ver conseguidos nuestros objetivos a medio-largo plazo) nos hace sacar de nuestro interior una fuerza negativa y por no ser capaces de autocriticarnos, mirar en nuestros “adentros” y autoculpabilizarnos (perdóna, autorresponsabilizarnos) huimos de esa responsabilidad y atacamos: “¡anda que tú! Siempre estás con lo mismo, mírate tú y déjame a mí” Tú, tú, tú; el eterno soniquete que predispone las situaciones más simples y carentes de verdadera importancia hasta convertirlas en discusiones serias; en verdaderas batallas campales en las que los daños directos y colaterales van deteriorando hasta la más profunda y bella relación. Mi mente, mi ser, mi yo. Estos han de ser los principales protagonistas del verdadero cambio. El cambio verdadero y fructífero es desde dentro hacia fuera (¡qué equivocado estaba antes de darme cuenta de esto!) y no al revés, como comúnmente se cree, por lo que si elegimos la mala opción (no se tiene a veces la capacidad para verlo), desde fuera hacia dentro, lamentaremos toda la vida el querer cambiar al otro, al resto del mundo. No vemos que es más conveniente, y el verdadero reto, cambiar las propias actitudes. Si me es complicado retocar mi interior sería obvio pensar que más difícil es remodelar a la fuerza la forma de ser de otra persona distinta a mí. Y sin embargo luchamos hasta la extenuación y nos empeñamos en no trabajarnos (es un proceso y una elaboración) y
conocer nuestras carencias, empecinándonos en que es el otro el que hace que yo no vea las cosas como quiero. ¡Qué difícil es autoculparnos y responsabilizarnos de nuestros propios actos! Vivir debería ser el acto bello que todos queremos. Vivir es sentir que somos el ser que nuestra propia libertad responsable nos hacer ver, sin contar con que la propia vida es dura y más se hace si las riendas de nuestro propio existir están en manos de otro que no sea yo mismo. Siendo esto así, esta responsabilidad propia ha de llevarnos a vivirnos como los autores y actores de lo que hacemos, sentimos y pensamos, con la premisa importante e ineludible de aquel dicho griego: Gnoszi seauton (Conócete a ti mismo) Ahora es cuando puede ser que empiece a sentir cosas que antes ni me las planteaba. Ahora es cuando vivo. Lo vivido es un bagaje que me forma pero no me construye totalmente. Mi sitio es mi ahora y lo pasado son vidas, momentos conscientes o inconscientes que intentan crear un yo presente distinto al que realmente debo ser. Si quiero ser con futuro, preciso construir un ahora profundo, cambiando los errores en experiencias de mi conciencia que me hacen sentir cada momento del día con el objetivo prioritario de convertirme en buena persona. Pero no me pises porque soy un yo renovado por mi conciencia del pasado que reaccionará de forma asertiva ante cualquier hecho que me remolque a verme en situaciones pasadas. Mis recursos de antaño no me sirven. He de llenarme de nuevas estrategias para afrontar situaciones distintas que me son nuevas y por lo tanto debo aprender a enfrentarme a ellas. He de hacerlo porque el mero conocimiento de los problemas (que es un paso importante y principal) no supone la solución de los mismos; si no me pongo en marcha, actúo, interiorizo y dejo de moverme en el maldito mundo de las ideas inmóviles, no avanzaré en mi primera P (Persona, Pareja, Padre) Sí, ahora estoy aprendiendo que para ser en ti, en los demás, tengo la necesidad imperiosa de ser completamente en mí. Amarme para poder amar, comprenderme para comprender, aceptarme para aceptar y respetarme para poder respetar. Cada vez que me pones enfrente del papel a escribir, es como si tuviera que analizarme y de hecho estoy sacando cosas de mí que jamás creí que pudiera sacar, ¡y eso que soy un hombre!”
JUAN JOSE LOPEZ NICOLAS. Orientador Familiar. Asociación Convivencia Familiar. http://www.terapiayfamilia.blogspot.com