SERVIN ZEPEDA JESSICA G. GRUPO: 1555 ARTICULO DE EXPOSICIÓN
¿Se evitará la depresión? José Luis Calva 13 de noviembre de 2008
Desde la más reciente revisión a la baja de los pronósticos económicos del FMI (World Economic Outlook, 6/XI/08), la convicción de que estamos entrando en una recesión mundial de larga duración se ha reforzado, reavivando una inquietud: si la crisis no es manejada adecuadamente —por los bancos centrales, los ministerios de Finanzas y los organismos internacionales—, corremos el riesgo de caer en una nueva Gran Depresión. De manera específica, puesto que el epicentro del terremoto económico ha sido Estados Unidos, existe consenso acerca de que la carga principal de la reconstrucción corresponde a ese país. De allí el bullicio intelectual sobre los puntos oscuros y las alternativas de política económica, en cuya primera línea figura una pléyade de economistas —Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, Nouriel Roubini, Martin Feldstein y hasta el mismísimo Paul A. Samuelson, entre otros—, que han propuesto una robusta batería de acciones para sacar del hoyo a la economía estadounidense. Con la sana intención de que la clase política mexicana tome nota, conviene enumerar en este breve espacio al menos algunas de estas propuestas. En primer lugar, existe amplio consenso acerca de que la solución implica el saneamiento del sistema financiero. La inyección de liquidez y la capitalización del sistema bancario, incluso con recursos públicos bajo el compromiso inesquivable para las entidades bancarias de reemprender el otorgamiento de créditos, al tiempo que se realiza la reforma del régimen regulatorio y de las estructuras de supervisión del sistema financiero, se consideran acciones cruciales para restablecer la confianza. De manera complementaria, se ha sugerido inyectar liquidez directamente a las grandes corporaciones industriales solventes, como Ford y General Motors, a fin de apuntalar al aparato productivo y, también por esta vía, al sistema de pagos. En segundo lugar, se ha sugerido apoyar directamente a los hogares afectados por el estallido de la burbuja inmobiliaria, congelando las ejecuciones hipotecarias y asumiendo por parte del gobierno un segmento las pérdidas hipotecarias, lo que contribuiría también al saneamiento del sistema financiero. En tercer lugar, hay consenso sobre la urgente necesidad de
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realizar fuertes inversiones en infraestructura y en el desarrollo de energías renovables, como la mejor vía para reactivar la economía real. Aunque se reconoce que la inversión pública tarda tiempo en funcionar, Krugman y Feldstein han argumentado su pertinencia en función del inminente carácter prolongado de la contracción económica. Además, se estima indispensable otorgar apoyos fiscales a los gobiernos estatales y locales con problemas de caja, a fin de que puedan mantener el empleo y los servicios públicos esenciales. Desde luego, se ha insistido en la necesidad de ampliar los beneficios del seguro de desempleo y los apoyos alimenticios, a fin de auxiliar a la población más necesitada; además de poner inmediatamente en marcha las prometidas reformas de los sistemas de salud y educación. Ciertamente, se reconoce que un paquete integral de acciones de política económica costará mucho dinero, trayendo consigo una elevación temporal del déficit fiscal. Pero se recomienda pagar el costo de la emergencia, a fin de salvar a los estadounidenses de los sufrimientos de una nueva depresión. La sola enumeración —aun incompleta— de las necesarias medidas de política económica provoca escalofrío, porque refleja la dimensión del aprieto en que se encuentra la economía no sólo de Estados Unidos sino también del planeta. Sin embargo, la plena conciencia de la emergencia alimenta la esperanza de que el mundo logre escapar de una nueva Gran Depresión.