Articulo Ciencia Y Tecnica

  • November 2019
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TRIBUNA

Una brújula posible para hacer ciencia hoy en la Argentina La creación del nuevo Ministerio de Ciencia y Tecnología es un hito histórico. El momento es oportuno entonces para reflexionar sobre cómo el Estado, los científicos y la educación orientan de aquí en adelante sus diferentes compromisos con el tema. Por: Alberto Kornblihtt Fuente: BIOLOGO MOLECULAR. PROFESOR TITULAR, FCEN - UBA. INVESTIGADOR SUPERIOR, CONICET A la ciencia, piloto de la industria, conquistadora de enfermedades, multiplicadora de cosechas, exploradora del universo, reveladora de las leyes de la naturaleza y eterna guía hacia la verdad". Este lema, que fue acuñado el siglo pasado por el astrónomo G. E. Hale, en parte responde a una de las preguntas más polémicas sobre la actividad científica de nuestro país. ¿Debe la Argentina, un país con altos índices de pobreza pese a ser rico en recursos, fomentar la investigación básica? ¿Los científicos argentinos debemos investigar sólo guiados por el afán de descubrir o las investigaciones deben orientarse a resolver problemas acuciantes de nuestra sociedad? ¿Es la investigación científica una actividad cultural como las artes o una herramienta tecnológica cuyos resultados deben derivar en productos o servicios? Desde ya adelanto mi respuesta: la Argentina no puede darse el lujo de no hacer ciencia básica, justamente porque tiene aún muchos problemas que resolver. ¿Cómo es esto? Hay quienes defienden la investigación básica argumentando que la distinción entre básica y aplicada no existe, que hay una sola ciencia, que se divide en buena o mala según su calidad. Aunque a veces lo usé, nunca me convenció ese argumento. Prefiero reconocer la existencia de los dos tipos de ciencia y entender que están relacionadas dialécticamente, que no existe una sin la otra. Que la ciencia es a la vez piloto de la industria y camino a la verdad; multiplicadora de cosechas y reveladora de leyes naturales. Así como la luz es a la vez partícula y onda, la ciencia tiene esas dos caras. El motor de la curiosidad es tan poderoso como la necesidad de que lo que se busca tenga utilidad. Más aún, pienso que la propensión a develar misterios y descubrir es inherente a la condición humana. Quizás lo sea a la condición animal. No se la puede reprimir. ¿O es que vamos a reprimir estudiar los dinosaurios de la Patagonia, la tectónica de placas que forma los Andes, la historia medieval o el origen de los rayos cósmicos porque no parecen tener una aplicación inmediata ni resuelven problemas sociales? No podemos dejar que las leyes naturales las descubran los

países del Norte y que nuestro papel quede relegado a la búsqueda de lo aplicado, o peor, a la mera aplicación de lo ya conocido. Si lo hiciéramos, fracasaríamos estrepitosamente por haber desdeñado el poder de la investigación básica de generar una forma de pensar crítica, rigurosa, donde no cabe el dogma, la fe ni el principio de autoridad para sustentar un argumento. La ciencia básica nos entrena para resolver problemas y no para aplicar recetas. Las características mencionadas están en las raíces profundas comunes a las ciencias "naturales" y a las "sociales". Ambas se nutren de la observación y el análisis crítico de una fracción recortada de lo que nos rodea. En ambas debemos reconocer la presencia de nuestra subjetividad (deseos, prejuicios, afectos, ideología) y cuidarnos de que no influya desmedidamente sobre nuestras conclusiones. Pero sobre todo debemos celebrar la capacidad de nuestra especie de razonar encadenando argumentos y llegar a conclusiones fundamentadas, en lugar de librar una estéril batalla entre las ciencias sociales y las naturales como la desatada recientemente frente a un comentario del flamante ministro de Ciencia y Tecnología Lino Barañao. Este había dicho con ironía en un medio que algunas investigaciones en ciencias sociales le parecían "teología". Esto llevó a prestigiosos investigadores sociales a manifestar su enojo a través de decenas de artículos en distintos medios. Desde el lado de las naturales, quiero decirles a mis colegas de las sociales que algunas investigaciones en nuestras disciplinas también parecen teología, que en todas partes se cuecen habas, y que en todo caso la primera en ofenderse debería haber sido la Iglesia, por el uso peyorativo del término teología. Ningún investigador "duro" dejará de reconocer el carácter científico ni la validez de las propias metodologías de las ciencias sociales. Sobre lo que naturales y sociales debemos estar conjuntamente alertas es sobre el avance de la pseudociencia, la superchería y el dogma disfrazado de razón. Gracias a la ciencia básica los científicos argentinos sabemos hacer vacunas, medicamentos, organismos transgénicos, reactores nucleares, biosensores, software de computadoras. Sabemos estimar contaminaciones e impacto ambiental. Evaluar el estado de los suelos y de la atmósfera, medir la riqueza biológica y mineral de nuestros ríos, mares y montañas. Podemos conocer el impacto socioeconómico del monocultivo de soja así como las raíces histórico-económicas de nuestra injusticia social. Tenemos expertos en casi todas la áreas. Lo hemos aprendido en las universidades nacionales públicas de magros presupuestos y en los centros de investigación estatales del CONICET, INTA, CONEA. El problema es si la aplicación de todo este conocimiento va a estar únicamente orientada hacia la industria privada, o si el Estado decidirá utilizarlo para asumir un papel independiente del mercado que genere bienes y servicios a bajos costos para los sectores más necesitados. Entonces el problema saldrá del área de la decisión individual del investigador entre hacer ciencia básica o aplicada y se ubicará en el terreno de las decisiones políticas del Gobierno. Un ejemplo de esto último sería impulsar la producción pública de medicamentos y la fabricación de las vacunas obligatorias que hoy se importan.

La creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología es un hito positivo en la historia de la ciencia local que puede ser comparado con la creación del CONICET hace medio siglo. Entre las tareas del nuevo ministerio estará la de llegar al ansiado 1% del PBI (hoy nos encontramos en un 0,4%) para el presupuesto de CyT. Para ello el Gobierno deberá aumentar el presupuesto genuino del área ya que hoy la mayoría de los fondos destinados a la promoción no provienen del presupuesto nacional sino de un crédito del Banco Interamericano de Desarrollo. Estos créditos imponen condiciones y además hay que devolverlos. El actual 0,4% no sólo nos ubica debajo del porcentual asignado por EE.UU., Unión Europea, China y Japón, sino también a la zaga de algunos de nuestros vecinos latinoamericanos. Pero quizás lo más importante es que nos ubica muy por debajo de nuestras capacidades reales y de la excelente preparación de nuestros jóvenes. En efecto, pese a las medidas de jerarquización de los últimos 4 años, los montos de nuestros salarios y becas siguen siendo bajos tanto a nivel internacional como interno. Una manera de generar fondos estatales específicos debería ser un impuesto especial a las empresas farmacéuticas multinacionales que no invierten en investigación en nuestro país, pero se llevan la parte del león por la venta de medicamentos importados. Por último, una reflexión referida a la enseñanza de las ciencias. Por sugerencia de una comisión nacional convocada por el Ministerio de Educación, 2008 ha sido declarado el año de la enseñanza de las ciencias. Para que no quede en lo meramente declarativo, la comisión recomendó destinar presupuestos para mejorar la enseñanza de las ciencias en las educaciones inicial, primaria y secundaria y fortalecer los institutos de formación docente. El fundamento es que la enseñanza de las ciencias no sólo sirve para despertar inquietudes de futuros investigadores, sino que es importante para la formación ciudadana, para la adquisición de una opinión pública informada y para fomentar el pensamiento crítico. Los científicos podemos hacer mucho en este sentido. Quizás sea una de las mejores maneras de ser útiles a nuestra sociedad, saliendo de nuestra torre de marfil. Después de todo, debo confesarlo, me importa más el compromiso social del científico que la importancia social de su tema de investigación.

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