El caracol y el rosal (Hans Christian Andersen – Traducción: Julián S. D’Avila)
Alrededor del jardín había un cerco de avellanos, y afuera había campos y prados con vacas y ovejas, pero en el medio del jardín se erguía un rosal florido; debajo de él estaba sentado un caracol que tenía mucho dentro de sí, que se tenía a sí mismo. “¡Espere a que llegue mi hora!”, decía, “yo haré algo más que dar rosas, soportar el peso de las avellanas, o dar leche como las vacas y ovejas”. “Espero mucho, mucho de usted”, decía el rosal. “¿Puedo preguntar cuándo llegará esa hora?” “Me doy tiempo”, dijo el caracol. “¡Usted tiene tanto apuro ahora! Así no aumentan las expectativas”. Al año siguiente estaba echado el caracol casi en el mismo lugar, al brillo del sol, bajo el rosal, que daba pimpollos y abría sus rosas, siempre frescas, siempre nuevas. Y el caracol salió hasta la mitad, alargó sus cuernos hasta afuera y los llevó dentro de sí otra vez. “¡Todo se ve como el año pasado! No se ha hecho ningún progreso; el rosal sigue con las rosas, no llega más allá!” Pasó el verano, pasó el otoño, el rosal tuvo todavía flores y pimpollos hasta que cayó la nieve; el tiempo se volvió frío y húmedo, el rosal se inclinó hasta la tierra. El caracol se metió en la tierra. Ahora comenzaba un nuevo año, y las rosas salieron, y el caracol salió. “Usted ya es un viejo tallo de rosal”, dijo, “pronto deberá pensar en irse. Ha dado al mundo todo lo que tenía dentro de usted; si eso significó algo, es una pregunta sobre la cual no tengo tiempo para pensar; pero está claro que usted no ha hecho nada por su desarrollo interior, si no habría salido algo distinto de usted. ¿Puede defender eso? ¡Pronto se convertirá en nada más que astillas! ¿Puede entender lo que estoy diciendo?” “Usted me asusta”, dijo el rosal. “Nunca pensé en eso”. “No, ¡por lo visto usted nunca se puso mucho a pensar! ¿Ha reflexionado alguna vez sobre usted, por qué florecía y de qué manera iba su florecer? ¡De qué manera, y no de otra!” “¡No!”, dijo el rosal. “Yo florecía en medio de mi alegría, porque no podía hacer otra cosa. El sol era tan cálido, el aire tan refrescante, yo bebía el rocío claro y la lluvia fuerte, ¡respiraba, vivía! Subía en mí una fuerza desde la tierra, venía otra fuerza desde arriba, sentía una felicidad, siempre nueva, siempre grande, y por eso tenía que florecer siempre; ¡era mi vida, no podía hacer otra cosa!” “Usted ha llevado una vida muy cómoda”, dijo el caracol. “¡Puede ser! ¡Todo me ha sido dado!”, dijo el rosal, “¡pero a usted le ha sido dado todavía más! Usted es una de esas naturalezas pensantes, profundas, uno de los muy dotados, que sorprenderá al mundo”. “Eso yo no lo pienso de ninguna manera”, dijo el caracol. “¡El mundo no me importa! ¿Qué tengo yo que ver con el mundo? Tengo bastante conmigo mismo y bastante en mí mismo”. “¡Pero no deberíamos dar todos en la tierra nuestra mejor parte a los otros! ¡Traer lo que podamos! - ¡Sí, yo sólo di rosas! - ¿pero usted? Usted, que recibió tanto, ¿qué dio al mundo? ¿Qué le da?”
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“¿Qué di yo? ¡Qué doy yo! ¡Yo lo escupo! ¡No sirve! No me importa. ¡Dé usted rosas, no puede llegar más allá! ¡Deje que el avellano dé frutas! ¡Deje que las vacas y ovejas den leche!; ellos tienen cada uno su público, yo tengo el mío en mí mismo. Entro en mí mismo y ahí me quedo. ¡El mundo no me importa!” Y entonces entró el caracol en su casa y la revocó. “¡Es tan triste!”, dijo el rosal. “Por más que quiera, yo no puedo entrar en mí, siempre tengo que brotar, brotar con rosas. ¡Las hojas se caen, se vuelan con el viento! Sin embargo, vi que una de las rosas era puesta en el Libro de Salmos de la señora, otra de mis rosas tuvo su lugar en el pecho de una muchacha joven y linda, y otra fue besada por los labios de un niño con alegría desbordante. Eso me hizo tanto bien, fue una verdadera bendición. ¡Éstas son mis memorias, mi vida!” Y el rosal floreció con inocencia, y el caracol estaba perezoso en su casa, el mundo no le importaba. Y pasaron años. El caracol era tierra en la tierra, el rosal era tierra en la tierra; también había desaparecido la rosa del recuerdo en el Libro de Salmos, –pero en el jardín florecían nuevos rosales, en el jardín crecían nuevos caracoles; entraban en su casa, escupían –el mundo no les importaba. ¿Tenemos que leer la historia desde el principio otra vez? –No será diferente.
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