Amistad en llamas La noche tardaba en llegar, una mezcla de ansiedad y de apatía lo envolvía junto con el vapor del ambiente, haciéndole parecer quizás un poco mas viejo. Era evidente que la espera había sido larga, un cenicero lleno y varias tazas de café sobre la mesa eran mudos testigos del desencuentro. ¿Como llegué hasta este punto? Se preguntó y no encontró respuesta sino en el recuerdo que se presentó tan nítido que le produjo escalofríos. Era temprano, y ese día había asistido sin mucho convencimiento al rito monótono que la escasa Fé impone a quienes ya poco piensan en Él. Había tomado sin apuro la última banca, con el propósito de que si, como había ocurrido otras veces, se retiraba antes del final de la Misa, nadie se diese cuenta. Al notar que no estaba solo, se sobresaltó e hizo un ademán de sorpresa; fue allí que ella le hablo por primera vez. -Por favor! No se incomode ¡! y acompañó esas palabras con un gesto suave que de inmediato lo relajó y le permitió observarla con detenimiento. Tendría unos treinta años, delgada y de apariencia frágil y aspecto delicado, con una belleza un tanto anacrónica que le recordó a esas fotos sepias que de niño veía en casa de sus abuelos. Ese día no tuvo apuro en irse, el tiempo había tomado la velocidad de las cosas buenas, y hasta le pareció que el viejo sacerdote había sido más breve en su lacónico sermón. Nunca en su mas de medio siglo de vida, había sentido un estremecimiento tan íntimo por la cercanía de otra persona; lejos se encontraba, una adolescencia tímida y solitaria, un seminario frustrado, y una vocación caída, que habían terminado recluyéndolo en un empleo rutinario y una soltería que se había convertido en una prisión invisible de la que nadie tenía llave. A salir la vio alejarse y sintió que no podía dejar de mirarla. Esa sensación lo inquietó todo la semana y el domingo siguiente fue él quien la buscó para tratar de recrear un coqueteo intimo que solo el percibiría. Había algo de profano en su actitud, aunque alejado de Dios, aun enfrentaba ese temor que tantas veces lo torturó por sus pecados inexistentes. Estaba allí, la misma ropa humilde pero pulcra, lo recibió con una sonrisa transparente y una mirada que lo reconocía y que a el le pareció una sugerencia al dialogo. Ese día rompió el silencio y al salir se ofreció a acompañarla ; largas conversaciones desde la Parroquia hasta la estación, se sucedieron entonces Domingo a Domingo, en donde ella lo despedía con un beso en la mejilla y un -hasta pronto!- que se convirtió en promesa de esa felicidad que siempre anheló y que se obstinaba en evitarlo. Poco sabía de ella, solo su nombre, María, esta era la única confidencia que se mezclaba entre conversaciones de temas religiosos, muchas veces basados en el sermón del día y que ella con habilidad y una aguzada inteligencia marcaba como único tema válido. Una amistad, si, esa fue la palabra que ella usó, para colocar nuevamente ese velo que el intentó correr el día que la invitó a tomar un café en ese bar de la esquina que el frecuentaba desde hacía un largo tiempo, una amistad…solo eso.
A los paseos se sumaron estos encuentros matutinos, levemente eróticos en donde el soñaba en tomarle la mano o quizás mas arriesgado aún, besarla apasionadamente y declararle su amor sobre el que ya no tenía dudas. ¿Como llegué hasta este punto?, volvió a preguntarse….si hoy lo haría, hoy le diría, pensó, que esa amistad ya no era simple, no era pura , que ardía en las llamas de su corazón y que la necesitaba como hombre para dedicarle sus últimos sueños, sus últimos años. Si hoy le diría…… Los de barra lo miraron con pena, era un buen tipo, pero últimamente…dicen que estaba loco, pobre viejo, era posible, todos los domingos después de misa se sentaba en esa mesa fumando, hablando solo y mirando una vieja foto color sepia.