All the best cowboys have daddy issues Se podría traducir como “hasta los mejores vaqueros tienen conflictos generacionales”. “El personaje solitario ya no tiene sentido. El mito de cowboy ya no tiene que ver con lo que somos y lo que hacemos. No hay frontera que conquistar, y como país estamos estancados. Ahora lo que cuenta es cómo convivimos entre nosotros y con el mundo” confiesa Javier Grillo-Marxuach coguionista de la serie Perdidos. El fin del mito de los sesenta, y tardíamente en España en los 70, nos ha dejado en las playas ariscas del siglo XXI. No hay sexo ni cócteles que aguanten los suspiros de la individualidad. Las series americanas dibujan un planeta cargado de protagonistas que se turnan en el ejercicio de su yo personal y áulico. Su fuerza nace de su propia indeterminación de futuro. Aparecen ante nosotros concubinas o amantes desparejos. ¡Da igual!, es el elixir del momento. La profesionalidad, el trabajo, les absorbe en un ritual que sólo encuentra descanso una vez cumplido con su objetivo. El regreso a casa les muestra tardíos. Una vez cenados, se dejan llevar por el ogro de las ilusiones, de un brillante aparato, instalado en la sala. El escupe los sueños de la gran maquina humana. ¡La huelga de guionistas en la fábrica de los sueños! Aquello fue un simple obstáculo. No supone más que un intermedio en esta realidad-ficción que nos habla de pasados que refieren a presentes. La neurosis de la gran pantalla nos incorpora dentro de un mundo sincopado y medido. Esta fantasía, a diferencia de la de Walt Disney de los años 50/60, es una nueva realidad pautada, con el fin de sostener el mito de la soledad consentida. ¿Es espasmo? ¿O saturación? ¿O Desaparecidos? Ante nosotros deambulan una multitud de héroes negativos, que sufren, pero no tienen más descanso que una jaula inmensa y fría. Una jaula que garantiza el castigo como sustancia, ante la cual las miserias se dan relevo en un desfile inacabado de sed de justicia. De estos seres desarraigados se compone una contracultura: La, de los deseos. No triunfan, ¡ni lo harán jamás! Expresan deseos que no sabemos de qué planeta provienen. El pecado cristiano ha desaparecido. La violencia, el exceso de odio, los osados criminales en serie. Cada vez más rebuscados. O las desvergüenzas de los reality dispuestas en el mercado de la imagen, casi tan parecidas a los diferentes sabores del helado en verano. Plenas, libres. Con tanta energía que sus propios protagonistas se ven superados por el ídolo salido de su interpretación. Sí. Amable lector, Tiempos Modernos y efímeros en los que la carne de salmón se opaca ante el atrevimiento de los héroes negativos que pueblan la galaxia.
¿Y dónde comenzó esto? Parece extraño decirlo de parte de un liberal. El divorcio rompió el eje familiar en los años 50. Desde allí, sólo contamos historias de una multitud de protagonistas que aún no han superado las náuseas de estar inmersos en un nuevo modelo de familia.