LA ADORACION EN ESPÍRITU Y EN VERDAD Presentación "Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y en verdad" Jn 4,24 ¿Quiénes somos? De modo muy sencillo, como vamos a intentar que sean nuestras páginas a pesar de la grandeza de su contenido, diremos que somos un grupo de cristianos, alcanzados por el amor de Dios y deseosos de hacer a otros partícipes no sólo de lo que nosotros hemos visto y oído, sino también de lo que hemos recibido y experimentado. ¿Qué pretendemos? Llamados por él a vivir y comunicar este amor de un modo muy concreto: mediante la adoración al Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Vivir la adoración: Porque en las cosas de Dios es una irresponsabilidad hablar de ellas cuando no se viven. Conocerlas sólo con la mente es un conocimiento muy pobre, que sólo nos capacita para dar conocimiento humano de las cosas de Dios; pero esto no sirve de mucho. El conocimiento que Dios espera de nosotros es también espiritual, porque está escrito: "la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios" (1 Co3,19). Comunicar la adoración: No se trata de ofrecer algo frío y académico, sino la experiencia que de la adoración hemos tenido a lo largo de muchos años y seguimos teniendo actualmente. El Señor nos ha bendecido con carismas extraordinarios, como profecía y palabra de conocimiento, que casi día a día se hacen presentes en nuestros tiempos de adoración. Lo que a través de ellos hemos recibido y conocido será también contenido de nuestras páginas, para presentar a un Dios vivo y presente entre nosotros, un Dios que ama al hombre y está abriendo sin cesar caminos de acercamiento por la fuerza de su amor. ¿A quiénes nos dirigimos? A cualquier hombre o mujer de buena voluntad; A quienes lo conocen y aman, para compartir con ellos lo que nos une. A quienes lo buscan, esperando dar pistas que les ayuden a encontrarlo. A quienes le odian, con la esperanza de ayudarles a ver su error. ¿Cuándo? Nuestra intención es, por ahora, hacerlo semanalmente. ¿Cómo? Queremos presentar nuestra colaboración en dos partes: "una parte primera", con algunas ideas que nos ayuden a entender la adoración o mejorar nuestro conocimiento y, en consecuencia, a ponerla en práctica o mejorarla; y "una segunda parte", en la que incluiremos palabra profética, visiones o palabras de conocimiento que se hayan recibido en tiempos de adoración. Información. Ofrecemos una página web a la que podrán dirigirse quienes lo deseen: http:// www.adoracion.com
CONTENIDO •Presentación. •Tema 1. ¿Qué es adoración? •Tema 2. Lo que no es adoración •Tema 3. La adoración ¿es para hoy? •Tema 4. ¿Mandato o amor? •Tema 5. ¡Fuera impedimentos •Tema 6. La adoración es necesaria •Tema 7. Problema de relación •Tema 8. Intuido en la creación •Tema 9. Conocido en la revelación •Tema 10. Visible en el Hijo •Tema 11. Presente por el Espíritu Santo •Tema 12. Padre nuestro, por el Espíritu •Tema 13. El hombre acoge a Dios •Tema 14. El camino del silencio •Tema 15. El camino de la escucha •Tema 16. El camino de la obediencia •Tema 17. Humildes para adorar •Tema 18. La adoración se debe a Dios •Tema 19. Adorar a Jesucristo •Tema 20. Adoración celestial •Tema 21. Adoración al Padre por Cristo •Tema 22. Obstáculos en el corazón •Tema 23. El impedimento del pecado •Tema 24. Adoración a los idolos •Tema 25. El orgullo •Tema 26. La mente doble •Tema 27. La rutina •Tema 28. El engaño •Tema 29. ¿Listos para la adoración? •Tema 30. Convertidos •Tema 31. Conciencia de pecadores •Tema 32. Conciencia de criaturas •Tema 33. Disponibilidad •Tema 34. En unidad (I) •Tema 35. En unidad (II) •Tema 36. Habiendo perdonado •Tema 37. Reconciliados •Tema 38. Adorar en espíritu (I) •Tema 39. Adorar en espíritu (II) •Tema 40. Adorar en verdad (I) •Tema 41. Adorar en verdad (II) •Tema 42. Adorar en fe (I) •Tema 43. Adorar en fe (II) •Tema 44. Adorar con esperanza (I) •Tema 45. Adorar con esperanza (II) •Tema 46. Adorar con amor (I) •Tema 47. Adorar con amor (II) •Tema 48. Adorar en santidad (I) •Tema 49. Adorar en santidad (II) •Tema 50. Adorar en humildad (I) •Tema 51. Adorar con humildad (II) •Tema 52. Adorar con humildad (III)
•Tema 53. La adoración es un don •Tema 54. La adoración es un privilegio •Tema 55. La adoración es un misterio •Tema 56. Adorar con la creación •Tema 57. Adorar con los justos de la tierra •Tema 58. Adorar con los bienaventurados del cielo •Tema 59. Adorar con los ángeles •Tema 60. Adorar al Creador •Tema 61. Adorar al Santo •Tema 62. Adorar al Eterno •Tema 63. Adorar al Omnipotente •Tema 64. Adorar al Omnipresente •Tema 65. Adorar a Jesucristo, Hijo de Dios •Tema 66. Adorar a Jesucristo, Cordero de Dios •Tema 67. Adorar a Jesucristo glorificado •Tema 68. Adorar a Jesucristo, Señor y Rey •Tema 69. Adorar a Jesucristo en la Eucaristía
`TEMA 1: ¿QUÉ ES ADORACIÓN? "Vi al Señor sentado en un trono alto y excelso. La orla de su manto llenaba el templo. De pie, junto a él había serafines... y se gritaban el uno al otro: 'Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso, toda la tierra está llena de su gloria' " (Is 1,1-3) 1. Reflexión La adoración es difícil de entender, difícil de practicar y difícil de definir. Pero hay que intentarlo, como Isaías intenta explicar su visión. Todo lo que tiene que ver con la relación entre el hombre y Dios nos resulta difícil, porque a Dios no podemos aprehenderlo por los sentidos, sino que "Dios es espíritu" (Jn 4,24) y tenemos que acercarnos a él también y sobre todo en espíritu. De la adoración se han dado, entre otras, las siguientes definiciones: •
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Es la expresión a la vez espontánea y consciente, impuesta y voluntaria, de la reacción compleja del hombre impresionado por la proximidad de Dios; conciencia aguda de su insignificancia y de su pecado, confusión silenciosa, veneración trepidante y agradecida, homenaje jubiloso de todo su ser (Sal 5,8). Esta reacción de fe, puesto que efectivamente invade todo el ser, se traduce en gestos exteriores, y apenas si hay adoración verdadera en que el cuerpo no traduzca de alguna manera la soberanía del Señor sobre su creación y el homenaje de la criatura conmovida. (L. Dufour). Adorar es reverenciar con sumo honor y respeto; rendir a la divinidad el culto que le es debido, amar en extremo (J. Cornwall). Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso (CEC 2096). Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la nada de la criatura, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo" (CEC nº 2097). Es la respuesta apropiada del hombre, con palabras y expresiones, a la revelación del amor de Dios, a través de Jesucristo, con él y en él (J.Custer). Adorar es expresar reverencia, tener un sentimiento de temor. Inclinarse delante del objeto de adoración. Rendir homenaje. Es la respuesta del ser humano a la revelación de Dios por Jesucristo. La adoración es la forma más alta de alabanza.
2. Dice el Señor: • •
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"Sitio de ángeles y santos os he reservado, no dudéis en ocuparlo, no os resistáis, permaneced en él. Pero no olvidéis que todo es gracia y todo es don. A este lugar sólo se llega por el camino del amor. Solo se puede llegar empujados por él". "Vuestros pies están en la tierra, pero quiero que viváis como embajadores del cielo en la tierra, como portadores de mi verdad y del gozo y la dicha que os dejo contemplar por medio de la adoración. No os quedéis lo que os estoy dando. Dad testimonio de lo que vivís en la adoración. Hablad a otros de la adoración". "Os hago partícipes de mi Gloria, os incluyo entre la multitud que postrada a mis pies me adora día y noche. Mi Hijo ha puesto sus ojos en vosotros, mi Hijo os ha elegido para una misión importante, estáis revestidos de mi Gloria, estáis revestidos de la Santidad que hay en mi Trono, cuando estáis ante mi Trono ya no sois vosotros, porque os envuelve mi presencia y mi santidad".
TEMA 2. LO QUE NO ES ADORACIÓN “ Dijo Jesús a la mujer samaritana: ‘Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos’” (Jn 4,22). 1. Reflexión Lo mismo que se dice que no es oro todo lo que parece, tampoco es adoración todo lo que parece. A continuación vamos a mencionar algunas interpretaciones incorrectas acerca de la adoración:
Creer que la adoración es algo añadido a las actividades religiosas normales de una persona, algo para momentos especiales, cuando la adoración debería ser el aire que respira un hijo de Dios. Creer que la adoración es algo que hacemos, cuando la adoración verdadera es, por el contrario, algo que vivimos. Creer que la adoración es un proceso que empieza en el exterior y nos lleva hacia las interioridades del corazón, cuando la adoración es un proceso que inicia el Espíritu Santo en nuestro corazón y que llega a alcanzar todo nuestro ser -espíritu, alma y cuerpo- a medida que le permitimos poseernos y colaboramos con él. Nos equivocamos cuando pedimos al Espíritu Santo su ayuda como si fuera un complemento a nuestra iniciativa. La parte más importante del hombre en la adoración es responder a la llamada interior del Espíritu. Él va delante, nos invita y nos capacita para la adoración. Creer que la adoración depende sobre todo de las expresiones. Mientras la adoración sólo se sostiene de la actividad de la mente y la colaboración del cuerpo, aún no hay adoración. Creer que la adoración es algo que podemos hacer sólo cuando no hay otra cosa que hacer o sentirnos satisfechos con participar de vez en cuando en algún tiempo de adoración. Mientras la adoración no sea espiritual, mientras no sea resultado de la comunión del Espíritu de Dios con el espíritu del hombre, no será verdadera adoración. Todos los elementos externos juntos, incluidos canto, música, aclamaciones, silencio, postración.... no producen adoración, sólo la acompañan, arropan y dan forma exterior. Pero, si no se corresponden con una adoración del corazón, son "como bronce que suena" (1 Co 13,1). No es adoración ponerse en presencia del Señor para reflexionar sobre textos de la Biblia, cosa que hay que hacer siempre que se pueda- o pasar el tiempo con otros rezos o prácticas religiosas.
2. Dice el Señor:
“Aquí es donde hago la obra que quiero hacer en cada uno de vosotros, aquí os lleno de mi fortaleza y mi poder, aquí es donde os capacito para todo lo que estoy esperando de vosotros”. “Os quiero en adoración permanente; no sólo en los tiempos dedicados a la adoración e intercesión. Quiero que vuestra vida sea una adoración permanente, que permanezcáis en espíritu a mis pies. Cuando hacéis esto, estáis dándome mucha gloria”, “Vuestra adoración calma el dolor de mi corazón, el sufrimiento que me produce tanto pecado y tanta incomprensión de los hombres. Adoradme en espíritu y verdad, postrados ante mí para mitigar el dolor de mi corazón”. “Cuando me adoráis en espíritu y en verdad, los abismos os temen, los enemigos tiemblan porque mi poder se desata”.
TEMA 3. LA ADORACIÓN ¿ES PARA HOY? “El Señor es el Dios verdadero, el Dios vivo, el Rey eterno” (Jr 10,10) 1. Reflexión La pregunta podrá parecer ridícula, innecesaria o improcedente. Cuando la humanidad avanza a pasos agigantados por los espacios cada vez más anchos de la ciencia y la tecnología, cuando los gobiernos están entregados al desarrollo social y humano de la humanidad, cuando los legisladores promulgan leyes, no sólo al margen de las leyes inmutables de Dios, sino contra ellas, cuando las cosas del espíritu son aparentemente menos necesarias cada día, cuando tenemos la sensación de que hemos querido darle vacaciones indefinidas a Dios... formular esta pregunta resulta, al menos, curioso. Sin embargo, tal vez nunca haya tenido tanto sentido, y tal vez nunca haya sido tan necesario contestarla. ¿Es la adoración para hoy? Hay muchos situaciones, leyes, modos de pensar o de actuar que van cambiando con el tiempo, a medida que se producen cambios importantes en los costumbre o criterios que los rigen, y los hombres vemos estos cambios no sólo como algo lógico, sino hasta necesario. Pero ¿podemos decir lo mismo de la adoración? ¿Hay que pensar en una evolución que nos lleve a cambiar su significado o incluso prescindir de ella?. La respuesta no es difícil de dar, si somos conscientes de que estamos tratando de una norma divina, que no tiene que ver mucho con las normas humanas. Mientras los hombres somos cambiantes y progresivos, Dios es inmutable y eterno, perfecto en todo, tanto que no necesita cambiar nada con la idea de mejorarlo. Si Dios no cambia la naturaleza del hombre, no va a cambiar los principios fundamentales que rigen las relaciones entre ambos. Por lo tanto, la adoración, que es forma fundamental en las relaciones entre el hombre y Dios, seguirá siendo necesaria. El Señor le da a entender a Satanás la vigencia de la adoración a Dios, cuando le dice; “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Mt 4,10). Más aún: la adoración es hoy tal vez más necesaria que nunca, si pensamos en la situación del mundo y conocemos los efectos que produce la verdadera adoración en el proceso de restauración del Reino de Dios. Usando un razonamiento sencillo, podemos decir que cuanto mayor sea la presencia de las tinieblas en el mundo más necesaria será la acción del poder de Dios: y como el poder se desata ante una adoración verdadera, ésta será por lo menos tan necesaria como lo haya sido en el pasado o tal vez más que nunca en el pasado. Esto no significa que el hombre en general y la Iglesia en particular estemos siendo consecuentes con esta realidad, pero necesitamos ser conscientes de ella. 2. Palabra profética •“Hijos míos, la adoración es lo más grande que podéis hacer. La adoración es lo más importante. Es el lugar más alto que podéis ocupar. Permaneced junto a mí, permaneced en adoración. No dejéis la adoración. ¡Si vierais todo lo que llevo a cabo en vosotros y en el mundo por medio de la adoración! Hablad de la adoración, extended la adoración, vivid la adoración, vividla continuamente, vividla noche y día, hablad a mi Iglesia de la adoración” . •Visión de un reclinatorio acompañada de estas palabras: ”Ocupad este lugar día y noche. ¿No sois capaces de permanecer día y noche al lado de un enfermo de gravedad? El mundo está enfermo de gravedad y vosotros sois los llamados a velar por él. Sólo desde la adoración podréis interceder por ese mundo en oscuridad y en tiniebla, sólo ocupando ese lugar podréis clamar al Padre que siga teniendo misericordia y derramándola sobre él”.
TEMA 04. ¿MANDATO O AMOR? "Inmediatamente Moisés cayó rostro a tierra" (Ex 34,8) 1. Reflexión ¿Qué había sucedido para que Moisés se postrara? Estaba en el Sinaí, "el Señor descendió sobre una nube y se quedó allí junto a él, y Moisés invocó el nombre del Señor. Entonces pasó el Señor delante de Moisés clamando: 'El Señor, el Señor; un Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor y fiel, que mantiene su amor eternamente'" (Ex 34.5-7). Dios se muestra a Moisés como amor y Moisés le adora. * Cuando los hombres nos relacionamos con Dios podemos encontrarnos con el gran dilema que se repite en tantos hombres: pensar en un Dios opresor o descubrir al Dios verdadero. El primer descubrimiento, o mejor dicho, el primer criterio que suele adquirir el hombre cuando recibe nociones acerca de Dios es el de que Dios quiere atarnos y obligarnos a hacer lo que a él le place, saltándose la libertad que él mismo ha concedido al hombre. Quien así piensa ve en Dios al dictador que quiere esclavizarlo. * Cuando el hombre busca de verdad a Dios, llega a descubrir que Dios "se complace en el amor" (Mi 7,18), que el amor y la misericordia de Dios hacia el hombre son al mismo tiempo un océano sin fondo y sin orillas y el móvil de sus mandatos al hombre, al que enseña los caminos de salvación que le conducen hacia la plenitud de vida y felicidad. El salmista lo dice con claridad: "Del amor de Yahvé está llena la tierra" (Sal 33,5). Y el autor del libro de la Sabiduría va más allá y busca las razones por las que hemos de confesar que Dios es amor y trata todo con amor: "Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho. Y ¿cómo habría permanecido algo que no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado? Mas tú con todas las cosas eres indulgente porque son tuyas, Señor que amas la vida" (Sb 11,23-26). * Si el hombre se queda con la perspectiva de un Dios tirano, verá en él a alguien de quien necesita huir; pero, si logra profundizar en la verdad y la grandeza de Dios, si llega a descubrir quién es y que su actitud en relación al hombre es sólo de amor, que su amor lo llena todo y que hasta es capaz de tratar nuestros pecados desde la perspectiva del amor y la misericordia, la adoración dejará de ser un mandato o una carga y pasará a ser un privilegio personal de Dios para él, porque la verá como una ocasión que el Dios de amor le ofrece para acercarse a él y gustar sus delicias. 2. Dice el Señor * "Es mi amor el que os permite estar en mi presencia. Es mi amor el que os coloca entre los ángeles y los santos para adorarme con ellos. Es mi amor el que, pasando por alto vuestro pecado, os sitúa entre ellos para adorarme con ellos. Es mi amor el que cubre vuestro pecado, el que os permite estar postrados ante mí". * Visión de una persona apaleada, con magulladuras, sucia, con heridas en los pies y de alguien que la está curando. Luego siguen estas palabras: "Así os trato yo cuando os postráis delante de mí; soy yo quien venda vuestras heridas, el que limpia vuestra cuerpo y purifica vuestra persona; ¿no es un privilegio poder acudir a Mí con vuestros pies doloridos? Aquí estáis compartiendo conmigo mi sufrimiento por la humanidad. Os he elegido para participar conmigo de mi cruz, pero tenéis el privilegio de que sea yo quien os limpie, quien vende vuestras heridas y quien os quite el polvo del camino. Vivid la llamada a la adoración como el gran regalo de amor que os quiero hacer a vosotros".
TEMA 05. ¡FUERA IMPEDIMENTOS! "Los que adoran ídolos vacíos abandonan al Dios que les ama" (Jon 2,9) 1. Reflexión Los últimos años han sido y están siendo una sorpresa del Espíritu. "Sin que sepamos cómo" (Mc 4,27) nos ha permitido ver y tocar el rostro de ciertas realidades espirituales que, aunque ya eran conocidas, estaban como aparcadas o cubiertas de polvo en la vida de la Iglesia. Unas han tenido carácter de novedad, como los carismas extraordinarios, otras nos han ofrecido una nueva profundidad, como es el caso de la alabanza y la adoración. Se podrá argumentar que la alabanza y la adoración han estado siempre presentes en la Iglesia y han ocupado un lugar significativo. Y es cierto. Pero creo que la novedad no está en su desaparición o aparición, sino en la toma de conciencia de que hay un diferencia abismal entre la rutina y el cumplimiento por una parte, y la vida por otra, y de que en las cosas de Dios -como la alabanza y la adoración- es la vida lo que les da calidad y autenticidad, lo que en definitiva las hace agradables a Dios. Lo que está sucediendo ahora con cierta amplitud es precisamente la toma de conciencia de la verdadera alabanza y la verdadera adoración, de la alabanza que se confiesa de los labios, pero sale del corazón, y de la adoración en espíritu y en verdad. Sin embargo, aunque ha cambiado mucho, aún estamos lejos de vivir la alabanza y la adoración como algo normal en la Iglesia, ¿Por qué será? Creo que podemos señalar como causas principales de esta carencia las siguientes: * falta de conocimiento verdadero sobre Dios, en concreto del Dios-Amor, del Dios que nos ama y quiere hacernos partícipes de su amor, sin que le importe el esfuerzo y el precio. * desconocimiento de la grandeza de la adoración y de los efectos que produce cuando nos postramos en adoración en condiciones adecuadas, * falta de comprensión de nuestro lugar en el Reino de Dios como hijos e hijas suyos, que es como decir ignorancia de la repercusión del amor de Dios en el hombre. * falta de enseñanza, corroborada por el ejemplo, acerca de lo que es la adoración y cómo adorar. Si la adoración está en sus horas bajas, entre otras razones ocupa un lugar importante aquello que dijo el profeta Oseas: "por falta de conocimiento" (Os 4,6). * Falta de esfuerzo para vencer todas las dificultades, naturales y espirituales que se oponen a nuestra entrega a la adoración , * En definitiva, se trata de la escasa calidad de nuestro ser cristiano debida al poco crecimiento de nuestra condición de hijos de Dios. 2. Dice el Señor "Si de verdad creyerais lo que tantas veces os he dicho que se lleva a cabo en la adoración, si llegarais a ver todo lo que realizo en vuestras vidas mientras vosotros estáis postrados ante mí, qué difícil sería que dejarais de adorarme". Visión: Al empezar la adoración, hemos sido llevados por diferentes estancias. En el primer lugar al que se nos ha llevado, se ha procedido a la purificación de nuestro orgullo, pues es el pecado que más nos aleja de Dios, y se nos ha recubierto de humildad. Hemos ido pasando por diferentes lugares, donde nuestros pecados iban siendo cubiertos y, a medida que íbamos pasando, íbamos perdiendo peso. Había algunas estancias que nos costaba atravesar, porque se nos veía muchas veces con el banderín de la fe en la mano y hacia abajo. Hay pecados que están tan incrustados en nosotros, que nos duele que sean arrancados. El pecado del orgullo es lo que más nos aparta. Se nos ve totalmente alejados cuando estamos bajo el poder del orgullo, y además tenemos el peligro de ser engañados por el enemigo, que nos hace creer que ya estamos en condiciones de pasar ante el Trono y adorar al Señor, cuando en verdad no es así.
TEMA 6. LA ADORACIÓN ES NECESARIA “Pedro le respondió: ‘Señor, ¿a quién vamos ir? Tus palabras dan vida eterna” (Jn 6,68).
1. Reflexión Dios no necesita nada del hombre, ni siquiera su adoración. Si Dios necesitara algo del hombre en términos absolutos, porque carecía de algo que el hombre podía darle, Dios no sería Dios. Sin embargo, Dios ha querido asociar al hombre a sus planes, Y siempre que esto ocurre es el hombre quien sale beneficiado. Dice Dios: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies, ¿cómo pretendéis construirme una casa o un lugar para que viva en él? Todo esto es obra de mis manos, todo es mío, oráculo del Señor” (Is 66,1-2). El hombre, creado por Dios para que tenga su plenitud en él, no puede pasar sin Dios. A veces podemos pensar lo contrario, cuando vemos tanta gente que parece prescindir de él. Sin embargo, nosotros -y tal vez ellos tampoco- no conocemos su verdadera situación. Lo mismo que hay enfermos que tienen externamente buen aspecto, hay mucha gente con ‘buena apariencia’ en sus vidas, pero con un gran vacío en su interior: es el vacío de Dios. Como el hambre se apaga con el alimento, la necesidad de Dios que todo hombre tiene por naturaleza, sólo Dios puede satisfacerla. En nuestra relación con Dios, el hombre es siempre el beneficiario de la misma, pues del hombre dice la Escritura: “¿Qué tienes que no hayas recibido?” (1 Co 4,7). Este principio es aplicable a la adoración por varias razones: ♦ ♦ ♦
porque la adoración nos relaciona con Dios de un modo profundo y cercano, para lo cual necesitamos que venga en nuestra ayuda y nos capacite para la adoración, ya que no somos capaces por nuestras propias fuerzas de presentarnos ante él dignamente; porque en nuestra adoración al Señor, cuando es correcta –en espíritu y verdad- él viene en nuestra ayuda y lleva a cabo su obra transformadora en nuestros corazones; porque la adoración es el momento más apropiado para presentarle nuestras necesidades, ya que la adoración es la plataforma ideal para la intercesión.
2. Palabra profética ♦
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"Si conocierais la transformación que hago en vosotros cuando os postráis a mis pies, como lobo hambriento que busca la comida o como pájaro que en el nido abre la boca para recibirla de su madre, así vendríais a la adoración. Aquí puedo transformaros, aquí se inicia la gran obra de amor que tengo que realizar para que podáis ser instrumentos en mis manos. Sin Mí no podéis hacer nada, sin Mí vuestras obras serán vacías. Yo os he elegido para que las obras que realicéis sean las obras del Padre, las obras que le den gloria. Postraos a mis pies, dejad que os transforme, no os resistáis, no ocultéis vuestro pecado, sacadlo a la luz para que mi sangre lo purifique; sólo mi sangre es capaz de borrar toda mancha; hasta aquella que os parece imborrable, hasta aquella que vosotros mismos no os perdonáis, mi sangre la limpia. Os he elegido, pero dejadme grabar en vuestro corazón esta llamada: postraos a mis pies". “Necesitáis estar postrados a mis pies, necesitáis permanecer junto a mí. Aquí os fortalezco, aquí os preparo, aquí os transformo. Mirad que las dificultades que os esperan son grandes, mirad que las batallas que vais a tener que enfrentar cada día son duras. Sólo resistirán los que permanezcan en mí, sólo resistirán los que, postrados a mis pies, sean revestidos de mi fuerza y de mi poder. Permaneced en pie. Velad y orad”. “Éste es el lugar que debéis ocupar, esto es lo que debéis hacer. No lo necesito yo, lo necesitáis vosotros”.
TEMA 7. PROBLEMA DE RELACIÓN "A ti acude todo mortal agobiado por el peso de sus culpas; nuestros delitos nos abruman, pero tú los perdonas" (Sal 65,3-4. 1. Reflexión La adoración es camino para un encuentro profundo con el Altísimo, deseable en sí mismo, pero al mismo tiempo difícil para el hombre que, a causa de su naturaleza pecadora, ve las dificultades y las experimenta en toda su crudeza. Parece lógico pensar que, cuando nos relacionamos con Dios, no deberíamos tener problemas, ya que no cabe esperar ningún impedimento por parte de él, que sólo es fuente de bien y sólo el bien puede proceder de él. Sin embargo, no es así. ¿Qué le sucede al hombre para caer en semejante error? La dificultad con que se encuentra consiste en que no puede controlar la situación ni puede tratar a Dios al mismo nivel que a los hombres, de tú a tú, como sucede entre seres de la misma especie: ♦ ♦
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Por una parte, Dios es para el hombre el inalcanzable y todopoderoso, "el que mira a la tierra y ella tiembla" (Sal 104,32). Como si esto no fuera suficiente, se añade el hecho de que al ser Dios espíritu, "a Dios nadie le ha visto jamás" (Jn 1,18), y escapa a las capacidades cognoscitivas normales del hombre, al que no le sirven los medios normales de comunicación; más aún, no tiene otros medios de comunicación con él que aquellos que Dios pone a su alcance. Además, el camino normal de encuentro que Dios ha dispuesto para el hombre pasa por la fe, pues "el que se acerca a Dios ha de creer que existe" (Hb 11,6), un método que tampoco está bajo su control y ante el cual solemos oponer resistencia.
El hombre está herido por el pecado. La presencia del pecado en nuestra naturaleza humana ha desestabilizado la primera creación del hombre y su relación clara con la verdad. La nueva situación, salpicada de tantas limitaciones, se ha convertido en fuente de problemas, bien porque no admitimos esta realidad superior en la que Dios es y está por encima de todo, bien porque el orgullo nos empuja a resistir ante la realidad que reconocemos, intentando dominarla como si de la naturaleza física se tratara. Por una parte, vemos en los demás y experimentamos en nosotros mismos que "toda carne es hierba y todo su esplendor como flor de campo" (Is 40,6), aunque nos resistimos a admitir esta verdad; por otra parte, Dios viene en nuestra ayuda y nos recuerda lo que necesitamos oír: "¿Es que no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? Que Dios desde siempre el Señor, creador de los confines de la tierra, que no se cansa ni se fatiga, y cuya inteligencia es inescrutable?" (Is 40,28). 2. Palabra profética ♦
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"Yo, vuestro Dios, conozco la disposición de vuestros corazones; yo, vuestro Dios, conozco también vuestras dificultades. Y os digo que os pongáis en pie, os digo que os pongáis en marcha, yo me ocupo de vuestras cosas. Dejaos llenar por mi Espíritu. Grandes cosas vais a ver, pero recordad: toda la gloria es mía. Abandonaos a mí. Confiad en mí". "Hijos míos, mis amados, conozco vuestro peregrinar por la vida, las polvaredas que se han levantado a lo largo de vuestro camino, el dolor que han producido los pinchos que se han clavado en vuestros pies, pero nada ha pasado sin mi permiso, todo era necesario. El polvo que ha cegado vuestros ojos os ha enseñado a caminar en fe; el dolor de las heridas que se han abierto en vuestros pies y en vuestro corazón os han empujado a venir a la cruz conmigo; pero ahora os pido más, ahora os pido entrega total, ahora vais a trabajar también para mi Reino como yo he dispuesto para vosotros. No podéis venir a mí con bagajes; tenéis que venir a mí libres, vacíos, ligeros. Yo os daré lo que necesitáis; no os entretengáis en naderías, y que vuestra mirada esté fija en la mía".
TEMA 8. INTUIDO EN LA CREACIÓN Él cuenta el número de estrellas, llama a cada una por su nombre; grande es nuestro Señor, y de gran fuerza, no tiene medida su saber (Sal 147,4). 1. Reflexión La relación con Dios es difícil, pero no imposible. Dios conoce las limitaciones del hombre y viene en nuestra ayuda para suplirlas de modo que podamos llevar a cabo lo que él espera de nosotros, como la adoración, por ejemplo. Moisés estaba deseoso de ver la gloria del Señor y así se lo dijo; pero Dios “le contestó: ‘Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre del Señor... pero mi rostro no podrás verlo, porque no puede verme el hombre y seguir viviendo’” (Ex 33,19-20). Moisés quería llegar al final, pero el Señor le hace saber dónde está el límite. En cualquier caso, nos da a entender que podemos acercarnos a él y tener cierto grado de conocimiento y experiencia y de él para que nuestra relación sea real. El secreto está en conocer estos medios y llevarlos a la práctica. El más elemental y accesible a todo hombre es la creación. A través de ella se puede descubrir a Dios principio y fin de todas las cosas, su poder creador que llena de seres los espacios inconmensurables que escapan al poder de nuestra imaginación, la sucesión de los tiempos medidos en millones y millones de años, la formación constante de vida en tantas y tantas especies en las que la ley natural les lleva a una reproducción uniforme y constante, los astros que guardan el orden en sus galaxias, la maravilla de los microbios o de las fuerzas físicas de la naturaleza en constante descubrimiento. El hombre está rodeado de misterios y maravillas que gritan que detrás de ellos hay un Creador del que todo procede. El problema está en la falta de ojos para ver tanta maravilla y de oídos para escuchar semejante clamor. El hombre, discapacitado por el pecado y aturdido por las falsas luces que le rodean o los ruidos que lo marean, se siente con frecuencia incapaz de encontrarse con la verdadera luz que le permite descubrir tanta grandeza y escuchar la sinfonía de las criaturas que hablan del Creador y lo alaban con sus formas, sus colores, sus encantos o su belleza. Y lo que es peor, no suele esforzarse por intentar a comprenderlo. Pero, cuando somos capaces de preguntarnos por la creación serenamente y buscamos la verdad, nos encontramos con la respuesta de un Dios presente en todo, dando el ser a las criaturas y conservándolas, mostrándonos su cualidades a través de ellas y hablándonos de sí mismo por ellas. Entonces podemos decir con el salmista: “¡Señor, Dios nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra!” (Sal 8,2). Y también: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche trasmite la noticia. No es un mensaje, no hay palabras, ni su voz se puede oír; mas por toda la tierra se adivinan los rasgos” (Sal 19 2-5). ¿No es una buena ocasión para descubrir a Dios que se hace presente en las criaturas y rendirle nuestra adoración ante su infinita majestad? 2. Palabra profética Visión: durante la adoración: el Señor pone en nuestras manos una llave, que es la fe. Al introducirla en la cerradura, un ángel descorre el cerrojo, abre la puerta y nos deja percibir lo que está ocurriendo en el Cielo: los ángeles y los bienaventurados, postrados ante el Trono, adoran al Dios vivo. Es un lugar lleno de paz y de gozo, donde no caben las preocupaciones; es un remanso infinito de amor. Y dice el Señor: "Mi santidad os envuelve y, en estos momentos de adoración, sois apartados del mundo y traídos hasta aquí. La adoración es para vosotros el refrigerio para poder luego hacer frente al mundo. Aquí lleno vuestros recipientes, aquí, a mis pies, es donde recibís todo y donde más gloria me dais".
TEMA 9 – CONOCIDO EN LA REVELACIÓN “La hierba se seca, la flor se marchita, mas la Palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Is 40,8). 1. Reflexión La palabra es el modo más directo y más usado por los seres humanos para comunicarnos. Dios todopoderoso ha creado un universo fascinante que da testimonio de él pero no ha querido quedarse ahí, sino que ha dado un paso más y ha decidido comunicarse verbalmente con el hombre. Ya que el hombre no es capaz de hablar el lenguaje de Dios, Dios ha querido hablar al hombre en lenguaje humano acerca de sí mismo y de sus planes. Dios todopoderoso y eterno se aproxima al hombre dirigiéndole su Palabra. En ella Dios revela muchos misterios incomprensibles para nosotros y hace posible que conozcamos las respuestas a muchas preguntas que de otro modo nunca podríamos conocer. Esta revelación se halla contenida en la Biblia. Por ella el Dios invisible, movido por su gran amor, habla a los hombres como amigos y mora con ellos para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en su compañía. Dios abre así el camino del amor y la comunicación entre él –Creador- y el hombre -criatura salida de sus manos-. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen en la Biblia, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. Y puesto que Dios es la Verdad y es eterno, su palabra no está expuesta a los cambios de criterios y valoración que los hombres aplicamos a la verdad en nuestras democracias, donde hoy se premia lo que ayer se castigaba o al contrario. El salmista escribe: “Todos tus mandamientos son verdad” (Sal 119,86). Y Jesús afirmaba: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24,35). Así pues, el hombre tiene la suerte de poder escuchar a Dios siempre que quiera, porque sus palabras, reveladas y escritas, están a su alcance, Y como la palabra de Dios es inseparable de Dios, en ellas encuentra al mismo Dios que le habla a su mente y a su corazón. A través de su palabra descubrimos a Dios y la cercanía de Dios que nos muestra sus cualidades, pero sobre todo su amor. Cuando se tiene un conocimiento real de la palabra de Dios a lo largo de toda la revelación, se deduce sin dificultad que son el amor y la misericordia de un Dios Padre los que la atraviesan de parte a parte, incluso cuando corrige, como él nos advierte: “No desdeñes, hijo mío, la instrucción del Señor, no te dé fastidio su reprensión, porque el Señor reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido” (Pr 3,11-12). Está claro que a través de su palabra, meditada y guardada en el corazón, podemos descubrir a Dios y, a partir de aquí, relacionarnos con él y tener acceso a la adoración que merece y espera del hombre. 2. Palabra profética ♦
Visión (personal): durante el tiempo de adoración: Hemos sido revestidos con vestiduras blancas; se nos ha cubierto con un manto sobre los hombros y se nos ha puesto una corona en la cabeza. Entre las manos se nos ha colocado una palma. Palabra: "Este es vuestro destino; que un día habitéis aquí conmigo por toda la eternidad. Seréis revestidos de mi santidad; se os colocará la diadema de la victoria; arrojaréis vuestras palmas a mis pies, y me adoraréis por siempre. Pero recordad que todavía estáis en la travesía de la cruz. Si os dejo ver esto, es para que no os desaniméis, para que pongáis los ojos en mí, para que toméis la cruz de cada día y me sigáis con decisión".
TEMA 10. VISIBLE EN EL HIJO "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,8), 1. Reflexión Dios se nos manifiesta a través de la creación y nos ha hablado mediante palabras inspiradas; pero ha ido a más hasta hacerse visible y palpable en la persona del Hijo: "A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Como escribe el evangelista Juan: "En el principio existía la Palabra, y la palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios" (Jn 1,1). Y luego "se hizo carne y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). La carta a los Hebreos pone énfasis en la importancia de este acontecimiento cuando dice: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (Hb 1,1-2). De este modo la presencia de Dios entre los hombres adquiere una nueva dimensión a través de Jesucristo, que aporta un testimonio desconocido antes de él y lleva a cabo obras que hasta entonces no eran más que promesas de Dios a los hombres. Testigo verdadero es aquel que aporta datos de primera mano, porque ha visto o ha oído aquello de que habla. Jesucristo, la Palabra encarnada, se convierte en testigo excepcional, único y perfecto de Dios en medio de los hombres. Juan Bautista dice refiriéndose a él: "El que viene del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído" (Jn 3,31-32). Algo que el Maestro confirma a Nicodemo con estas palabras: "En verdad en verdad te digo: Nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto" (Jn 3,11). Finalmente insiste en que es necesario atribuir al Padre todo lo que veamos en él, en función de su identificación con el Padre: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,8), El mensaje del Hijo, portavoz del Padre, es de misericordia, de perdón, de salvación y de vida para los hombres, y los caminos de relación que él establece para el hombre que se acerca a Dios pasan necesariamente por esta experiencia. La presencia de Jesús en el mundo es, sobre todo, la presencia del amor actuante del Padre que se manifiesta en él y actúa en él hasta el extremo de que la encarnación, la vida, la pasión y la muerte del Hijo son la manifestación más evidente y fantástica que pudiéramos imaginar del amor dinámico del Padre que, saliendo de sí mismo, viene a rescatar a la humanidad de su esclavitud, aunque tenga que pagar el más alto precio, pues como dice el Hijo acerca del Padre: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16). En definitiva: quien ve al Hijo ve al Padre y puede adorar al Padre, a quien no ve, por medio del Hijo a quien ve. 2. Palabra profética Visión del Trono de Dios Padre. Sentado a su diestra está el Señor en otro Trono, mientras el Espíritu aletea sobre ellos. Cerca hay una gran multitud, todos postrados en adoración. Hay una luz inmensa que lo cubre todo, que lo envuelve todo. Los tronos están por encima de todo, dominándolo todo; bajo sus pies está el mundo entero, nada hay por encima de ellos. Alrededor hay ángeles que, en cuanto ha empezado el canto en el espíritu, han venido a nuestro encuentro y nos han agregado a la multitud de adoradores. Allí somos envueltos por esa misma luz, por ese mismo resplandor. Se escuchaban estas palabras: "Os hago partícipes de mi Gloria, os incluyo entre la multitud que postrada a mis pies me adora día y noche. Mi Hijo ha puesto sus ojos en vosotros, mi Hijo os ha elegido para una misión; estáis revestidos de mi Gloria, estáis revestidos de la Santidad que hay en mi Trono. Cuando estáis aquí ya no sois vosotros, porque os envuelve mi presencia y mi santidad".
TEMA 11. PRESENTE POR EL ESPÍRITU SANTO “Por él (Cristo) unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu” (Ef 2,18). 1. Reflexión Dios se hace presente y actuante de modo cercano a través del Hijo; en una última fase penetra en el interior del hombre, hasta su propio corazón, donde le hace partícipe y beneficiario de la obra del Hijo por medio del Espíritu. El corazón humano es para Dios la meta del recorrido; a él llega, en él se aloja y en él actúa por medio del Espíritu Santo: • Hace presente el amor del Padre en los discípulos: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5,5). • Nos convierte en algo tan sagrado como templos de Dios: “¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?... El santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois ese santuario” (1 Co 3,16). • Nos da el conocimiento de las realidades espirituales que escapan a la capacidad de la mente humana: “Anunciamos lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó..., lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu... Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co 2,9-11). • Es el maestro de oración (de relación), ora e intercede en nosotros y por nosotros: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar cómo conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros” (Rm 8,26). • Nos ilumina la Palabra de Dios: “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). • Nos hace libres en el Hijo con la libertad de los hijos de Dios (2 Co 3,17). • Nosotros somos incapaces de cambiar nuestro corazón, pero el Espíritu nos va conduciendo hacia el “estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” ((Ef 4,13). • El Espíritu Santo es el que hace que dejemos de ser individuos aislados para formar una verdadera comunidad, miembros de un solo Cuerpo, que es la Iglesia (1 Co 12,12-13). • Nos llama a servir en el Cuerpo y nos capacita con carismas para un servicio efectivo: “A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1 Co 12,7). • Nos capacita para ser testigos de Jesús con fortaleza: “Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía” (Hch 4,31). En definitiva, el Dios que nos ama quiere convertir nuestra relación con él en una experiencia de vida y de amor en la que el hombre, -sin dejar de ser hombre- participe de las realidades celestiales que Dios pone a su alcance. 2. Dice el Señor • Visión durante la adoración: Estamos delante del Señor cubiertos por una especie de abrigo que nos cubre todo el cuerpo, y que agarramos fuertemente con nuestras manos, como se hace cuando uno tiene mucho frío y trata de arroparse bien y proteger su cuerpo. Luego se ve la mano del Señor que con una ternura infinita nos va quitando la prenda y aparece nuestro cuerpo recubierto de llagas repugnantes. Y dice el Señor: “Esto que veis es vuestro pecado; es lo que hay en vosotros. Esa prenda, de la que tanto os cuesta desprenderos, es vuestro orgullo. Dejad que mi mano os toque para que podáis quedar sanados. Si podéis estar aquí, es porque mi santidad os ha cubierto. Quiero que toméis conciencia de lo que en verdad sois; pero en mi misericordia me he compadecido de vosotros y hoy mi amor llega hasta vuestro corazón. Dejaos amar por mí. No tengáis miedo. Quiero que lleguéis a tener un conocimiento mayor de mi misericordia, pero esto sólo es posible si de verdad llegáis a conocer las consecuencias de vuestro pecado.
TEMA 12. PADRE NUESTRO, POR EL ESPÍRITU "El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8,16) 1. Reflexión Mucho es que Dios se haya manifestado al hombre, que se haya hecho presente en su Hijo, “en quien tuvo a bien hacer residir toda la plenitud” (Col 1,19), y que nos haya enviado el Espíritu “para que esté con nosotros para siempre” (Jn 14,16), según hemos visto en temas anteriores. Pero no se ha conformado con esto. Parece que el acercamiento de Dios al hombre no tiene límite. Su amor verdadero, infinito y eterno, le ha empujado a ir más allá, hasta hacernos partícipes de su misma naturaleza, a hacernos hijos en el Hijo: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos!" (1 Jn 3,1). Cuando un matrimonio adopta un hijo, éste no renace de los padres adoptivos ni participa de su ser, de su vida o de su espíritu. Sin embargo, el Espíritu de adopción que hemos recibido nos da no sólo el título, la dignidad y los derechos, sino también la realidad de hijos de Dios, como renacidos de él a imagen del Verbo eterno, por obra de su Espíritu de amor. Y es que el amor del Padre no se ha limitado a rescatamos y liberarnos de nuestra esclavitud, sino que ha querido hacernos verdaderos hijos, renaciendo realmente de él. La Escritura, al anunciarnos la manifestación de la Palabra eterna que viene al mundo, dice que "a todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1,12). Los cristianos somos verdaderamente hijos de Dios, partícipes de su naturaleza y animados por su Espíritu, si el Espíritu de Dios habita en nosotros, porque lo cierto es que renacemos del mismo Espíritu del que nació Jesucristo. El Espíritu nos hace hijos de Dios y herederos suyos. Al recibir el Espíritu en el bautismo, los que antes éramos simples criaturas somos elevados a la dignidad de hijos de Dios, lo que nos convierte en herederos de todos los tesoros de su Reino: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su hijo que clama, ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero” (Ga 4,6-7). En consecuencia, el cristiano pertenece a una raza nueva y celestial de hombres, a una estirpe divina. San Pablo dice: "Somos ciudadanos del cielo" (Flp 3,20). Y San Agustín pone de manifiesto este profundo misterio con estas palabras: "Si Dios se humilló hasta hacerse hombre, fue para engrandecer a los hombres hasta hacerlos dioses". ¡Hijos de Dios en su Hijo y por su Hijo! ¿Acaso puede el amor de Dios al hombre ir más lejos de lo que ha ido, y llegar al hombre con mayor fuerza de la que nos ha mostrado? 2. Dice el Señor • "No abráis ni siquiera el mínimo resquicio a la duda. Habéis elegido la mejor parte, que es estar postrados a mis pies. Nada podéis llevar a cabo con éxito, si no es desde aquí. Todos vuestros trabajos, el avance de mis tiempos y de mi Reino se potencian aquí. No dejéis de postraros a mis pies. Abridme vuestros corazones para que cada día ponga en vosotros más necesidad de estar aquí y de rendiros ante mí, para que sea yo el que pase a través de cada uno y el que realice las obras. No dejéis de adorar, no dejéis de llevar a otros esta llamada a la adoración. Postraos a mis pies. Un día más os recuerdo que os he llamado a estar a mis pies y que ésta es la mejor parte". • "Cuando estáis postrados ante mi presencia, cuando estáis con un corazón contrito y humillado, yo os elevo hasta mí, yo voy transformando vuestras vidas, yo voy quemando vuestras basuras, yo voy limpiando vuestras impurezas, yo os voy santificando con mi Espíritu. Es un tiempo cumbre en vuestras vidas, es un tiempo en el que yo me doy por entero, cuando la criatura se postra ante el Creador con todo su ser y con toda su humildad; entonces sobre todo yo derramo mis bendiciones sobre vosotros".
TEMA 13. EL HOMBRE ACOGE A DIOS “Me invocaréis y vendréis a rogarme y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me solicitéis de todo corazón” (Jr 29,13). 1. Reflexión Para que haya encuentro con Dios es necesario que el hombre dé también los pasos que le corresponden. Podemos esquivar a Dios, como Adán, que se escondió después de su pecado porque tuvo miedo (Gn 3,10) o podemos responder con una actitud receptiva y de apertura al Dios que viene a nuestro encuentro, como Pablo, que dice al Señor: “¿Qué he de hacer, Señor?” (Hch 22,10). El Dios que se acerca a los hombres es siempre el mismo y viene con las misma actitud de amor. Es el hombre quien, en uso de su libertad, puede abrirse a Dios o rechazarlo. Cuando el hombre acoge a Dios, empieza haciéndolo en fe, pero a medida que se acerca a él empieza a experimentar que en su relación con Dios no cabe el miedo sino la confianza, porque Dios es fiel, y sus bendiciones no tienen límite ya que él es la fuente de todo bien. Mientras el hombre sigue sus propios caminos sólo puede esperar la experiencia de David, que se ha alejado de Dios por el pecado y confiesa: "Cuando yo me callaba, se sumían mis huesos en mi rugir de cada día, mientras pesaba día y coche tu mano sobre mí; mi corazón se alteraba como un campo en los ardores del estío” (Sal 32,3-4). Pero cuando, saliendo de sí mismo, se deja encontrar por Dios, todo se transforma y cambia su confesión por esta otra: “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se cobija en él” (Sal 34,9). El esfuerzo del hombre se limita a querer acoger a Dios y dar los pasos que él le indica para conseguirlo. Parece sencillo, pero los problemas surgen por una de estas dos razones: porque el hombre no quiere relacionarse con su Dios o porque quiere hacerlo a su modo. A la falta de voluntad suele preceder la falta de conocimiento, aunque éste tampoco implica necesariamente una respuesta. La voluntad de conocerlo está al principio, todo lo demás viene después: ”Esforcémonos por conocer al Señor, su venida es tan segura como la aurora; como aguacero descenderá sobre nosotros, como lluvia primaveral que riega la tierra” (Os 6,3). El hombre que ha conocido a Dios hasta cierto grado suele tener experiencia de la otra clase de problemas: no estar dispuesto a hacer las cosas al modo de Dios, no aceptar la dinámica de su voluntad. Quienes buscan a Dios de corazón siempre tienen en sus labios preparada la respuesta: “Hágase tu voluntad” (Mt 6,10), sabiendo que esta expresión no sólo incluye el qué, sino también el cómo y el cuándo. A medida que el hombre hace la voluntad de Dios, su relación con Dios crece y se convierte en intimidad y comunión: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). 2. Palabra profética • “Habéis sido llamados a una misión especial. Por eso, sólo la podéis llevar a cabo viviendo en santidad. La fuerza os vendrá de mi amor, y el amor brotará de la cruz. Si vivís la santidad y sois fieles a la llamada, muchos frutos se recogerán. No os importe el tiempo de la recolección. A vosotros os toca trabajar y sembrar. Otros recogerán la cosecha". • "El mundo está reseco por falta de Amor. Levantad los ojos y mirad. A vosotros os he buscado para ser portadores de mi amor al mundo. La intercesión y la adoración, cuando vivís en santidad y camináis en fe, son los instrumentos por los cuales va llegando vida a la tierra". “Busco adoradores e intercesores que estén dispuestos a subir a la cruz conmigo. En mi cruz os espera el amor, la vida, el poder... Todo está en mi cruz”.
14. EL CAMINO DEL SILENCIO “Mas Yahvé está en su santo Templo: ¡silencio ante él, tierra entera!” (Ha 2,20)
1. Reflexión Es evidente que Dios ama al hombre y quiere relacionarse con el hombre para alcanzarlo con sus bendiciones. Pero el hecho de haber creado al hombre libre significa que no es suficiente que Dios quiera encontrarse con él, sino que es necesario que también lo desee el hombre. ¿Cómo puede hacerlo? Si Dios, su Creador, ha dispuesto unos modos concretos a través de los cuales quiere relacionarse con el hombre, lo que al hombre le queda es aceptar esos modos y adaptarse a ellos desde una actitud receptiva y sumisa. En definitiva se trata de poner en práctica la norma que Dios ha dado desde el principio a quienes están dispuestos a relacionarse con él. El Señor no puede entrar en discusión con el vasallo ni el Creador con la criatura hasta llegar a un acuerdo; Dios se limita a dar instrucciones, como hizo con su pueblo y lo hace siempre con sus servidores: “Calla y escucha, Israel. Hoy te has convertido en el pueblo de tu Dios. Obedecerás la voz de tu Dios y pondrás en práctica los mandamientos y preceptos que yo te prescribo hoy” (Dt 27,9-10). Al margen del modo como venga Dios al encuentro del hombre, la actitud de escucha es siempre necesaria, y la condición imprescindible de la escucha es el silencio. Sin un buen silencio no puede haber una buena escucha. El Señor no habló a Elías en el huracán ni en el temblor de tierra, sino en el “susurro de una brisa suave” (1 R 19,12). Y ¿cómo lo hubiera oído sin el silencio? Soledad y silencio fueron condiciones citadas por Jesús a sus discípulos para orar: “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto” (Mt 6,6). Es necesario cerrar la puerta de los sentidos. Pero no es suficiente; necesitamos también el silencio interior, porque es en el corazón donde Dios y el hombre se encuentran finalmente, donde el Espíritu de Dios y el espíritu de hombre se unen (Rm 8,16). Por tanto es necesario también acallar la mente y las emociones, para que nada ni nadie se interponga en el camino interior. Silencio no significa sólo ausencia de palabras, un estado de olvido y vacío, sino que ha de entenderse como una actitud positiva para escuchar a Dios y acoger su comunicación. El silencio es la atmósfera necesaria para todo encuentro íntimo con Dios. El silencio exterior se refiere a la palabra y la acción; el interior, a las potencias y aspiraciones más íntimas del alma. La convergencia de ambos sirve para que la persona entera “cuerpo, alma y espíritu” (1 Ts 5,23) entre en relación con Dios. 2. Palabra profética ♦
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"Abrid vuestro corazón a mis palabras. Guardad todo lo que ahora os estoy diciendo, pues a su tiempo tendrán cumplimiento mis palabras. No las echéis en saco roto. Los enemigos odian mi Palabra y ponen todo su empeño en impedir que ésta llegue a los hombres y, cuando llega, tratan de oponerse e impedir que entre en sus corazones, porque mi Palabra transforma al hombre. Luchad contra todas esas asechanzas que vienen a vosotros para impedir que acojáis mi palabras. Proclamad el poder de mi Palabra”. "En este lugar santo, mi Amor os calienta y mis manos os trabajan. Aquí os hago partícipes de mi luz y abro vuestras inteligencias. Al estar con mis ángeles en la adoración, participáis con ellos de todo lo que hay ante mi Trono. No dejéis de caminar en fe y en santidad. Estáis llamados a vivir permanentemente en ellas. Luchad con todas vuestras fuerzas para no perder este lugar".
TEMA 15. EL CAMINO DE LA ESCUCHA “Escucha, pueblo mío, que doy testimonio contra ti: ¡Ojalá me escucharas, Israel!” (Sal 81,9) 1. Reflexión La adoración no es posible sin escuchar la palabra de Dios, que es el modo normal de comunicarse Dios con el hombre. Al leerla, empezamos a acercarnos a ella; el paso siguiente, el más importante, es acogerla y guardarla en el corazón. Una vez hecho el silencio necesario, hemos de aprender a escuchar a Dios que nos habla a través de la Escritura e intentar por todos los medios que esas palabras de vida no caigan en saco roto. Para esto necesitamos seguir un proceso y no fallar en ninguno de sus pasos, ya que sería como romper un eslabón de la cadena. Dice el Señor a Israel: “Escucha los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos” (Dt 5,1). La verdadera escucha empieza con una actitud del corazón que desea recibir la palabra y está dispuesto a responder a ella en obediencia. Cuando no existe tal actitud, le estamos impidiendo a Dios que nos dé su palabra, ya que no tiene sentido que intente ponerla en nuestro corazón, cuando sabe que no estamos dispuestos a acogerla como se merece. La acogida es necesaria, pero no suficiente. La palabra de Dios no es algo para usar y tirar, sino para guardarla en el lugar apropiado, que es el corazón, porque es vida para quien la tiene: “Atiende, hijo mío, a mis palabras, inclina tu oído a mis razones. No las apartes de tus ojos, guárdalas dentro de tu corazón. Porque son vida para los que las encuentran” (Pr 4,20-22). Después de esta afirmación ya se entiende el consejo que le sigue: “Y por encima de todo cuidado guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida” (Pr 4,23). También es necesario protegerla de sus poderosos enemigos, que nos la quieren arrebatar, como nos enseña la parábola del sembrador y que son, como sabemos, el diablo, el mundo y la carne. El diablo se encarga de retirar la palabra que encuentra corazones cerrados, es decir, la semilla que cae en el camino; las seducciones del mundo tiran en sentido diferente a la palabra de Dios, porque sus criterios y estilos le son hostiles; y la carne, que “tiene apetencias contrarias al espíritu” (Ga 5,17), se opone también a la Palabra del Espíritu. El Señor dijo: “Los sembrados en terreno pedregoso... en cuanto se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumben en seguida. Los sembrados entre abrojos son los que han oído la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las demás concupiscencias les invaden y ahogan la Palabra, y queda sin fruto” (Mc 4,16-19). 2. Palabra profética ♦
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“Si obedecéis mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, os haré partícipes de mi Verdad, os haré libres y os quitaré las ataduras con que estáis atados al mundo. Mi Verdad os librará de la carne. Pero es preciso que obedezcáis mi Palabra en su totalidad. Mi Espíritu os quiere libres y ahora todavía estáis atados. No importa cuántas o cuán gruesas sean las cuerdas que os atan, os quiero totalmente libres. Aquí, a mis pies, os voy dando la libertad y os voy instruyendo en mi Palabra”. Visión de un padre que levantaba a su hijo pequeño hasta tocar la carita con la suya. Palabra: “Así hago yo con vosotros cuando os postráis en adoración delante de mí. Os atraigo hasta mi corazón; os acerco a mi rostro y os alimento con mi Amor. Mi corazón no puede prescindir de la ternura por vosotros y, aunque seguís siendo pecadores y rebeldes, por medio de la adoración cautiváis mi corazón y hacéis que me olvide de vuestro pecado”. “Por medio de la adoración, me dais mucha gloria. Cuando os veo postrados ante mi Hijo, mi corazón se estremece de amor hacia vosotros. Estad atentos a mi Espíritu y haced lo que él os diga”.
16. EL CAMINO DE LA OBEDIENCIA "¿Acaso se complace el Señor en los holocaustos y sacrificios como en la obediencia a la palabra del Señor?" (1 S 15,22). 1.Reflexión El primer fruto de la acogida a la palabra de Dios es la fe, que a su vez induce a la conversión, como está escrito: "La fe viene por la predicación; y la Predicación por la Palabra de Cristo" (Rm 10,17). La conversión es un cambio de mente, pero sobre todo es cambio de conducta que, en nuestro caso, se traduce en hacernos discípulos de Jesucristo y vivir en lo sucesivo como nos corresponde. Reconocer a Jesucristo como Señor y Salvador personal significa que aceptamos vivir bajo su señorío y autoridad, sometidos a él y dispuestos para su servicio. En definitiva. nuestra mente conoce la verdad de Dios y la admite, al tiempo que nuestra voluntad se somete a su voluntad. La obediencia es la palabra clave que acompaña la vida del discípulo, el certificado de garantía de que nuestro amor a Dios es verdadero. Las personas que se proponen ser buenos discípulos de Jesús suelen preguntar con frecuencia cómo saber si están caminando en la verdad o andan engañadas. No consta que le hicieran la misma pregunta al Maestro, pero él tal vez se adelantó y dijo "a los judíos que habían creído en él: ‘Si os mantenéis en mi palabra,, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres’" (Jn 8,31-32). Mantenerse en la palabra es vivir en actitud de obediencia a ella y ajustar nuestros comportamientos a ella. En otro momento les hizo ver que también el amor, que era la esencia de su mutua relación, era impensable sin la obediencia a su palabra: "Si guardáis mis mandamientos, permanecéis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor" (Jn 15,10). Sabemos por experiencia que una de las cosas que más nos cuesta es obedecer; por eso la obediencia es la mejor prueba que podemos aportar para demostrar que amamos a Dios; y puesto que la adoración es un misterio de amor entre Dios y el hombre, ¿cómo podría ser buen adorador quien no vive empeñado en obedecer la palabra de su Dios, sin hacer de ella distinción de ‘importante’ o ‘secundaria’, ‘obligatoria’ o ‘voluntaria’? Si la obediencia acerca a Dios y nos prepara para encontrarnos con él, ¿cómo no va a ser imprescindible para los hombres que quieren acercarse a Dios en adoración, cuando es éste un encuentro tan especial? 2. Palabra profética "Estoy a la puerta de tu corazón para pedirte que me entregues la ofrenda de tus rebeldías y de tus desobediencias. Fija tus ojos en Mí, yo te perdonaré y de tu culpa me olvidaré". Visión durante la adoración: Los ángeles nos conducen a una estancia llena de luz, y allí se nos muestra nuestra auténtica realidad. Nos vemos totalmente sucios, desmelenados, con vestidos harapientos, como el más miserable de los mendigos que andan por las calles. Ante esa luz, nos sentimos repugnantes y avergonzados. Palabra: "Antes de llegar hasta mi Trono, quiero que paséis por la experiencia de la humillación, viendo lo que realmente sois y conociendo la gracia que yo os hago al permitiros llegar ante mí". Luego los ángeles van cubriendo con túnicas blancas toda nuestra miseria y pecado, que quedan ocultos. El Señor nos hace comprender que delante del Trono sólo puede permanecer el verdaderamente humilde y santificado. "Permaneced postrados ante mí. Aquí cambio vuestro corazón en un corazón semejante al mío y hago de vuestra mente una mente semejante a la mía".
TEMA 17. HUMILDES PARA ADORAR "Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes" (St 4,6) 1. Reflexión La humildad es una actitud imprescindible en cualquier relación del hombre con Dios. Cuando ésta falta, no es posible una buena relación. Si esta norma es necesaria para cualquier nivel de trato personal, lo será más cuando se trata de la adoración, donde la aproximación del hombre a Dios llega a su límite. Decir algo de la humildad es decir también algo de la soberbia, que es lo contrario a la humildad. Si decimos que la soberbia está en el principio del pecado y de todo pecado, también podremos decir que la humildad está en la base de nuestra defensa contra él. Es difícil encontrar una expresión de soberbia como ésta atribuida a Lucifer, "el precipitado a los más hondo del pozo" (Is 14,15): "Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el monte de la reunión... Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo" (Is 14,13-14). Y es difícil encontrar una muestra de humildad mayor que la de Cristo, a quien "Dios exaltó y otorgó el nombre sobre todo nombre" (Flp 2,7), porque "siendo de condición divina... se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2,7.8). Entre ambos extremos nos movemos los hombres, con nuestra humildad o nuestra soberbia, de tal modo que estamos más cerca de Dios y somos más capaces de adorarle a medida que crece nuestra humildad y mengua nuestra soberbia. El salmista decía al Señor desde su experiencia: "un corazón contrito y humillado tú no lo desprecias" (Sal 51,19). Y el Espíritu inspiró estas palabras: "La soberbia precede a la ruina; el espíritu altivo a la caída (Pr 16,18); y al contrario: "Humillaos ante el Señor y él os ensalzará" (St 4,10). La humildad es el resultado de conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos, porque entonces descubrimos el abismo que existe entre Dios y el hombre, entre el Creador y la criatura, entre el Santo y los pecadores. En este sentido la humildad es consecuencia de la verdad acerca de Dios y de nosotros mismos, del contraste de nuestra pequeñez de criaturas con la inmensidad de Dios, de la inmundicia de nuestro pecado frente a la santidad de Dios, etc. Por eso, cuando alcanzamos este conocimiento por la fuerza de la Palabra y del Espíritu, que vienen en ayuda de nuestro esfuerzo, no tenemos más remedio que ser humildes. La humildad no excluye el reconocimiento ni la gratitud por lo que hemos recibido, sino que los valora en su verdad: "Si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo" (Ga 6,3). Necesitamos darnos cuenta de qué es lo nuestro y qué es lo que hemos recibido; el humilde reconoce que ha recibido de Dios todo lo que tiene (1 Co 4,7), que es siervo inútil (Lc 17,10, y que nada es por sí mismo (Ga 6,3), sino pecador. 2. Palabra profética ♦ ♦
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"Consideraos pequeños a mis pies; la humildad es algo que toca mi corazón. No os sobrevaloréis; si algo sois, lo sois en Mí. La humildad os sirve de protección. Buscad la humildad y no rechacéis nunca la humillación". Visión durante la adoración: El Señor nos va recubriendo con una capa de color débil. Es una tela de muy poca consistencia, fea y nada atractiva a los ojos del mundo. Palabra: "Es la capa de la humildad. Si no os la quitáis y permanecéis con ella dispuestos a ser humillados, los enemigos no podrán con vosotros. Esta capa de humildad os proporciona una fortaleza insospechada. Por eso insisto tantas veces en la necesidad de que seáis humildes y de que permanezcáis en la humildad". "No se engría vuestro corazón. ¿Qué tenéis que no hayáis recibido? Permaneced siempre mirando hacia abajo en humildad. Nada sois; es mi amor el que se ha fijado en vosotros".
TEMA 18. LA ADORACIÓN SE DEBE A DIOS "Está escrito: Adorarás al Señor tu Dios, y sólo a él darás culto" (Lc 4,8). 1. Reflexión El problema fundamental de la adoración no es si el hombre tiene que adorar, sino a quién tiene que adorar y sobre todo a quién adora. Cuando no se tiene conocimiento del Dios verdadero se adora a los ídolos; en realidad todos los pueblos antiguos adoraban a alguno: el sol, los astros en general, los dioses del Olimpo, los elementos de la naturaleza, imágenes fabricadas por el hombre... pero el hombre debe adorar sólo al Dios verdadero, como él mismo hizo saber a Israel: "No habrá para ti otros dioses delante de mí, no te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian" (Ex 20,3-5). Israel es el pueblo que Dios eligió para que fuera propiedad personal suya y su adorador, pero cometieron adulterio espiritual al convertirse en adoradores de otros dioses. Sus corazones estaban divididos: por una parte querían adorar sólo a su Dios, pero luego en la vida práctica adoraban a otros dioses, sobre todo a los dioses de los pueblos extranjeros. Por eso Dios se volvió contra ellos. El problema de Israel es común a todos los hombres, tan inclinados a vivir con el corazón partido. Sabemos que la adoración pertenece sólo a Dios, pero a la hora de la verdad casi todos solemos tener nuestros ídolos, que pueden ser grandes, pequeños o muy pequeños, y vivimos con ellos con cierta normalidad, sobre todo cuando no son muy llamativos, creyendo que podemos llevar esta doble vida y tener contento a Dios. Sin embargo, nuestra adoración a Dios se hace imposible o resulta falsa y rechazada por Dios, porque no podemos engañarle escondiendo los ídolos cuando nos presentamos ante él. La adoración debe ser para el Dios único, infinito, verdadero y eterno, creador del universo, principio y fin de todas lasa cosas, porque sólo él tiene derecho a recibirla. Cuando se adora a los ídolos se le está robando a Dios algo que sólo a él pertenece. La afirmación definitiva de la exclusividad de la adoración a Dios la proclama Jesús durante su tentación a manos de Satanás: "Al Señor tu Dios adorarás y sólo a él darás culto" (Mt 4,10). ¡Y los planes de Dios no han cambiado! 2. Palabra profética ♦ ♦
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"Quiero que seáis cada uno un adorador permanente ante el trono de mi Padre. ¡Si vierais como paliáis el dolor por el pecado del mundo! ¡Si conocierais de verdad la importancia de la adoración! Permaneced en adoración, permaneced postrados ante el trono de mi Padre". "Éste es el tesoro que cada día os reservo, el gran privilegio de poder uniros a la adoración que hay ante mi Trono, el gran privilegio de poder participar con los ángeles y los santos de la adoración que día y noche se me da ante el Trono de Gloria, ante el Trono en el que reino con majestad y con poder". "Mirad que todavía no ha llegado el tiempo de que gocéis con plenitud de mi gloria; duras batallas tenéis que afrontar contra el enemigo, que está rabioso contra vosotros, porque sabe que sois herederos de mi gloria, la que él ha perdido para siempre. Por eso intenta por todos los medios y sin descanso atraparos y haceros caer; si permanecéis en mí y mantenéis vuestra mirada en mi Cruz, la victoria de mi Cruz es vuestra, la victoria de mi Cruz le hará sucumbir a él y os mantendrá firmes. Pero sed fieles, hijos míos, no dejéis de ocupar el lugar que os he guardado, no dejéis de permanecer junto a mí; sólo desde mí podréis ganar las batallas, sólo permaneciendo en mí podréis manteneros en pie".
TEMA 19, ADORAR A JESUCRISTO “Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud” (Col 1,19) 1. Reflexión En la Antigua Alianza la adoración se dirige a Dios, cuya realidad trinitaria todavía se desconoce; pero la presencia del Verbo en el mundo abre las puertas de la adoración a Dios en la persona del Hijo desde el primer momento de su presencia en la tierra. Los magos de oriente preguntaron: ”¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle" (Mt 2,2). A lo largo de su vida pública, personas que recibían sus favores, se postraban ante él y le adoraban. Se adora a Jesús resucitado y exaltado, como lo hicieron los discípulos en el momento de la ascensión: "Después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo" (Lc 24,52). Lo mismo hicieron las mujeres cuando se les apareció Jesús después de resucitar: "Se asieron a sus pies y le adoraron" (Mt 28,9). ¿Hubiera permitido Jesús que le adoraran, si no tuviera derecho a la adoración? ♦ ♦
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La adoración reservada al Dios único es proclamada desde el primer día, con escándalo para los judíos, como debida a Jesucristo, porque “Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2,36). En el himno a Cristo recogido en la carta a los Filipenses, se dice que "Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua confiese que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Flp 2,9-10). Es la aplicación a Jesucristo de este otro texto de la Antigua Alianza: "Ante mí se doblará toda rodilla y toda lengua jurará diciendo: 'Sólo en el Señor hay fuerza y victoria’" (Is 45,23-24). En Dt 32,43 se dice: "Adórenle los hijos de Dios". Y la carta a Hebreos la aplica a Jesucristo al decir: "Al introducir a su Primogénito en el mundo dice: 'Adórenle todos los ángeles de Dios" (Hb 1,6). Si la adoración está dirigida a Dios por razón de su dignidad, Jesucristo es la dignidad y la autoridad de Dios que en él se hacen visibles y cercanas al hombre, porque el Padre quiere “que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef, 1,10). Y "él es Imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados y las Potestades, todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,15-17).
2. Palabra profética Visión durante la adoración: Según iba avanzando el canto en el espíritu daba la sensación de que íbamos quedando cada vez más ligeros de peso, mientras una especie de fuego abrasador, que era el amor del Señor, nos estaba fundiendo; al final solamente quedaba nuestra silueta bajo una vestidura blanca cada vez más resplandeciente; a medida que pasaba el tiempo de adoración nuestra presencia se iba desvaneciendo y quedaba sólo la presencia del Señor. Visión: Mientras estamos postrados a los pies del Señor en adoración, el enemigo intenta apartarnos de allí, porque no soporta que los hombres adoren a Dios. Nos molesta tratando de turbar la mente con todos los medios a su alcance para sacarnos de este lugar. Por un lado experimentamos la atracción del Trono de Gloria, pero por otra parte el enemigo quiere separarnos. Se nos invita a levantar la bandera de la fe, gracias a la cual podemos hacerle frente y vencerlo.
TEMA20. ADORACIÓN CELESTIAL "Y una voz decía desde el trono: 'Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios'" (Ap 21,3). 1. Reflexión La adoración que el hombre puede rendir a Dios durante su vida mortal será siempre limitada e imperfecta, porque el ser humano es criatura y pecador. Sin embargo, la adoración eterna de los redimidos a Dios y al Cordero, aunque siga siendo limitada por proceder de criaturas, no será imperfecta, porque los bienaventurados estarán libres de las restricciones que impone la naturaleza pecadora que ahora arrastramos. ¿Sabemos algo acerca de la adoración en el cielo? La palabra revelada nos deja conocer algunas particularidades de la misma: a) En la visión de Juan unas veces se pone énfasis en la adoración al Cordero (Ap 5,8), otras veces se refiere al que está sentado en el trono (Ap 4,10), y en ocasiones a ambos (Ap 7,9). b) La creación entera alaba y adora a Dios y al Cordero en la liturgia celestial c) La adoración celestial está al alcance de los que han sido purificados y santificados. En la primera visión en que Juan habla de la adoración al Cordero, 1) “los cuatro Vivientes y veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero” (Ap 5,8) y proclaman sus méritos. 2) luego “una multitud de ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos”... continúan con la proclamación: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (5,11-12). 3) finalmente la hace suya el resto de la creación: “Toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos oí que respondían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos. Y los cuatro Vivientes decían: ‘’Amén’; y los Ancianos se postraron para adorar” (Ap 5,13-14). Todos los seres participan de la adoración debida al Dios único y eterno. En otro lugar (Ap 7,9-12) se observa una liturgia conjunta, pero en sentido inverso: 1) La inicia una muchedumbre innumerable y respetuosa: “Había una muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, (Ap 7,9). 2) Están revestidos de santidad sin la cual no podrían estar en presencia del Señor, “vestidos de túnicas blancas y con palmas en las manos” (Ap 7,9) como resultado de una acción anterior: “han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero” (Ap 7,14), y proclaman al que está sentado en el trono y al Cordero como autores de la salvación, (Ap 7,10). 3) finalmente son los ángeles los que adoran y proclaman la gloria de Dios: “Y todos los ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: "Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén’" (Ap 7,9-12). 2. Palabra profética Visión durante la adoración: Estamos ante el trono del Rey, donde todo es luz. El Señor está de pie, vestido de Rey con un cetro en la mano. El mundo se ve insignificante, pequeñísimo ante él; parece imposible que el mundo se le rebele, porque no es nada ante su presencia. Todo está bajo la autoridad del Señor que tiene dominio sobre toda la creación; todo está en él y todo es baladí ante él. Parece imposible que podamos estar allí. El Señor dice que nos está mostrando grandes cosas que otros aún no conocen: los cielos abiertos y la gloria que hay en ellos, su realeza, su majestad, su poder. Sigue diciendo que el mundo lo rechaza como Rey. que incluso en su Iglesia muchos no le dejan ocupar el trono que a él le pertenece. Nos pide que lo mostremos a los demás como Rey. Y añade: “Os he mostrado mi trono altísimo, pero quiero mostraros también mi cruz, porque por ella alcancé este trono. No la desechéis, no la despreciéis ni huyáis de ella. Abrazaos a ella como yo la abracé. No tengáis miedo en consagrarme todo vuestro ser”.
TEMA 21. ADORACION AL PADRE POR CRISTO "Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1,3). 1, Reflexión La adoración de la Antigua Alianza está dirigida globalmente a Dios, no diferenciado todavía en tres personas: "Al Señor, tu Dios, adorarás" (Dt 6,13). En la Nueva Alianza se nos abren las puertas del conocimiento trinitario y de la relación del hombre con Dios-Padre, Dios-Hijo y DiosEspíritu Santo. A partir de aquí y de la presencia del "Verbo que se hizo carne y acampó entre nosotros" (Jn 1,14), la anterior adoración a Dios se convierte en adoración específica también a las personas de la Trinidad. En medio de este proceso encontramos al Hijo, que nos trae el conocimiento del Padre y nos envía el Espíritu Santo, que hace de intermediario para nuestro acercamiento y nuestra adoración a Dios. A partir de Cristo los hombres podemos adorar al Padre, porque él nos lo revela y porque en él y con él podemos llamarle ‘Padre’ y adorarle en espíritu y en verdad: "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18); y Dios “nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1,2), que al mismo tiempo es “resplandor de su gloria e imagen de su ser” (Hb 1,3), Jesús insiste en que él está dando a conocer al Padre y dice: "Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis visto... Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,7.9). Más aún: "las palabras que digo, no las digo por mi cuenta; el Padre, que permanece en mí, es el que realiza las obras" (Jn 14,10). El cristiano no sólo puede adorar al Padre desde fuera, como los antiguos adoradores, sino desde dentro. Jesús afirmó: "Creedme, yo estoy en el Padre; y el Padre está en mí" (Jn 14,11). Si a esto añadimos que los cristianos estamos injertados en Cristo por el bautismo, llegamos a la conclusión de que podemos adorar al Padre desde nuestra nueva posición en Cristo. Cristo es el camino, la verdad y la vida: “Nadie va al Padre, sino por mí" (Jn 14,6). Por eso "tenemos plena seguridad para entrar en el santuario, en virtud de la sangre de Jesús por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros a través del velo, es decir, de su propia carne" (Hb 10,19-21). Él es el camino para llegar al Padre y no hay otro; es camino para el conocimiento y camino para una relación con el Padre, donde la adoración ocupa el primer lugar. Con palabras de Pablo: "Por él unos y otros tenemos acceso al Padre" (Ef 2,18). Es una afirmación procedente de su experiencia: "Vivo, mas no yo; es Cristo quien vive en mí" (Ga 2,20). Ése es el secreto final: sólo si vivimos en Cristo estaremos en condiciones de conocer, amar, tratar y adorar al Padre como él espera de nosotros: algo que resulta posible con Cristo, pero imposible sin él. 2. Palabra profética Durante el tiempo de la adoración viene la visión de un camino no muy largo y una fuerte luz que lo está iluminando desde el final. Al principio de ese camino hay en el suelo ropas que se han caído, incluso sandalias que han quedado allí mientras que, atraídas por la luz, avanzan por el camino unas siluetas. Luego se escuchan estas palabras: “Cuando estáis postrados a mis pies, cuando todo vuestro ser queda rendido en mi presencia, es mi luz la que os ilumina y os muestra aquéllas áreas de vuestra vida que tienen que cambiar. Es mi verdad la que os ayuda a caminar por mis caminos y es mi fortaleza la que os ayuda a cambiar actitudes y comportamientos que tenéis que cambiar, porque os he llamado a la santidad; sólo cuando seáis santos, como yo soy santo, estaréis preparados para hacer todo lo que espero de vosotros. No olvidéis nunca la necesidad que tenéis de estar a mis pies, no dejéis nunca de postraros ante de mí”.
TEMA 22. OBSTÁCULOS EN EL CORAZÓN “Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios? (Sal 42,3). 1. Reflexión La Palabra de Dios nos advierte: “Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida” (Pr 4,23). Para el hombre, decir ‘corazón’ es llegar hasta la profundidad última del ser, al lugar del misterio y de la necesidad, del amor y del dolor... al lugar donde llega la pregunta más difícil y del que se espera salga la respuesta que necesitamos; y, entrando en el mundo de lo trascendente, es el lugar de encuentro del hombre con Dios, el lugar donde el vacío del hombre está clamando por la plenitud para la que fue creado, desde donde la criatura llama a la puerta de su Creador, el mendigo a la puerta de la riqueza, el enfermo a la puerta de la salvación o el moribundo a la puerta de la vida. Cuando nos vamos adentrando en el conocimiento de la adoración, se manifiesta en nuestro corazón una necesidad, latente hasta entonces, por encontrarnos con nuestro Dios y Señor, y rendirle la adoración que merece; se oye una voz que despierta y clama: “Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra reseca, agotada, sin agua (Sal 63,2). Y al mismo tiempo descubrimos cierta tensión que nos rompe el corazón, porque descubrimos algo que siempre ha estado allí, pero que no se ha manifestado hasta que ha surgido el hambre de Dios: la resistencia de nuestra naturaleza pecadora que no quiere ceder al dominio del espíritu sobre la carne. Entonces entendemos la confesión de Pablo cuando dice: “La ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco... Bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero, Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí” (Rm 7,14-5.18-20). Este descubrimiento debe conducirnos a conocer y llamar por su nombre a cada uno de los obstáculos que se interponen en nuestro intento de aproximación a Dios con el fin de hacerles frente y apartarlos del camino de la adoración. El intento de ser verdaderos adoradores es una declaración de guerra a los enemigos que quieren impedirlo y, a partir de aquí, hay que trabajar como los cargadores de Nehemías que con una mano cuidaba cada uno de su trabajo, con la otra empuñaban el arma. Los próximo temas tratarán de estos enemigos mortales de nuestra adoración a Dios. 2 Palabra profética ♦
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Palabra durante la adoración: “Quiero que remontéis vuestro vuelo por las alturas; quiero que dejéis de revolotear a ras del suelo. Dejaos llevar por mi Espíritu; él batirá vuestras alas, él os conducirá a mis alturas; estad atentos a las insinuaciones que mi Espíritu pondrá en vuestros corazones. Sólo a los que vuelan por mis alturas puedo encomendar misiones importantes. Para esto es necesario que antes hayáis dejado abajo todas vuestras cargas, todo el barro que hacen pesadas vuestras alas. Dejaos guiar, dejaos llevar por los aires de mi Espíritu. Os quiero santos como yo soy santo. Sólo desde la santidad se puede llevar a cabo con éxito las misiones que yo encomiendo. Postraos en adoración, permaneced en adoración. Aquí seréis santificados”. Durante la adoración: Visión de una inmensa multitud de ángeles y santos, todos postrados ante el Señor. Nos ha colocado con ellos para la adoración, pero se nos ve diferentes. Al pedir luz al Señor sobre el significado de la diferencia, vienen estas palabras: "Vosotros todavía estáis con la lacra del pecado; no habéis llegado a la transformación total. En vosotros todavía hay mezcla de santidad y de pecado. Esto que estáis viviendo es por gracia, pues aquí sólo puede permanecer lo verdaderamente santo y puro; vosotros habéis sido introducidos aquí por mi misericordia”
TEMA 23. EL IMPEDIMENTO DEL PECADO "Vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír" (Is 59,2). 1. Reflexión Los obstáculos para la adoración pueden resumirse en una palabra: ‘pecado’ porque es esto lo que nos aparta de Dios. El pecado, todo pecado, aun el más pequeño, es algo que se interpone entre el hombre y Dios, produciendo una separación o ruptura según su gravedad. Y puesto que la adoración es inseparable de la presencia de Dios y su santidad, el pecado es el enemigo final de la adoración. De aquí se deduce que cualquier persona que quiera entregarse a la adoración, deberá tener como objetivo prioritario en su vida luchar con todas sus fuerzas contra el pecado en todas sus formas, en palabras de la Escritura: "hasta llegar a la sangre" (Hb 12,4). La vida del cristiano es por definición la vida de un hijo de Dios, en la que su relación verdadera lleva el sello de la intimidad, de la comunión en el amor y de la presencia de la vida divina en él, cosa que no puede suceder cuando damos cabida al pecado. La naturaleza del hombre es pecadora, como nos recuerda Juan: "Si decimos: ‘No hemos pecado’ le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros" (1 Jn 1,10). Pero la obra de redención de Cristo y la nueva vida que recibimos por el Espíritu lo cambian todo hasta el punto de que Pablo dice: "Consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rm 6,11). Así pues, admitir su condición de pecador es el primer requisito para un adorador; el segundo, luchar contra el pecado con todas sus fuerzas. Cuando hemos admitido esta realidad, nos vemos a nosotros mismos como lo que somos – pecadores-, pero al mismo tiempo levantamos nuestros ojos a quien nos libera del poder del pecado –Cristo-, y nos acogemos a su misericordia y al poder redentor de la cruz y de la sangre con las que tenemos que tratar nuestro pecado. Por una parte, "Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1 Jn 2,2). Y por otra, su sangre "nos purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7). La actitud correcta de un adorador es acercarse a la adoración sin conciencia de pecado, pero con conciencia de pecador, levantar el corazón a Dios "rico en misericordia" (Ef 2,4) y decirle como David: "Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,3-6). Y luego esperar a que el Santo le revista con las vestiduras de su santidad y le permita adorarle. 2. Palabra profética Visión: Al empezar la adoración, un ángel ponía su mano sobre nuestros hombros y nos introducía por una puerta grande que se abría ante él. Al otro lado de la puerta había un pasillo ancho. Íbamos avanzando acompañados del ángel, y a medida que avanzábamos por el pasillo, iban cayendo nuestras vestiduras oscuras. En la pared estaban escritas estas palabras: humildad, pecado, alabanza. Al pedir luz al Señor sobre su significado, nos da a entender que sólo podíamos avanzar por ese pasillo en humildad, reconociéndonos pecadores, pequeños y pobres, y en alabanza, porque ésta nos empujaba hacia adelante. Luego éramos purificados por la sangre de Cristo mientras se escuchaban estas palabras: "Es el único camino, es la única manera de llegar hasta mí". A medida que avanzábamos, quedábamos despojados de todo lo nuestro, y el ángel ponía sobre nosotros vestiduras blancas antes de llegar ante el Trono de luz, de resplandor y de gloria del Padre. Había personas que, en lugar de hacer el recorrido por el pasillo, intentaban dirigirse directamente hacia el Trono, pero eran rechazados al llegar allí, porque no estaban vestidos adecuadamente y, como en la parábola del banquete, eran arrojados fuera por no ir vestidos con las vestiduras apropiadas.
TEMA 24. ADORACIÓN A LOS ÍDOLOS "Cuidad bien que no se pervierta vuestro corazón y os descarriéis a dar culto o otros dioses, y a postraros ante ellos" (Dt 11,16-17). 1. Reflexión Si sólo hablamos de 'pecado', nos quedamos con algo abstracto, que no sabemos bien por dónde coger; necesitamos enfrentarnos con los rostros diversos del pecado, llamar a cada uno por su nombre y tratarlos individualmente. Hay pecados que dominan al hombre con mayor facilidad o poder; uno de ellos es la idolatría, que consiste en la negativa del hombre a reconocer a Dios, adorando a la criatura en lugar del Creador. El hombre idólatra no acepta a Dios, sino que es él quien decide por Dios; intenta sentarse en el trono del Señor y ponerlo a su servicio. Sin embargo, cuando el hombre intenta sostenerse en su yo, se da cuenta de que no puede llegar lejos; necesita de algo diferente, superior, más fuerte, permanente, que compense su inseguridad de criatura; en definitiva necesita un sustituto del Dios al que ha rechazado. De este modo abre la puerta del culto a los ídolos, dioses secundarios y sustitutos del gran Dios en la dinámica del comportamiento humano. También puede suceder lo contrario: que no haya llegado a rechazar a Dios, porque ni siquiera lo ha conocido y ha crecido ya entre los ídolos a los que da culto. Jesús dijo: "Nadie puede servir a dos señores" (Mt 6,24). Pero con frecuencia los servidores de Dios caemos en la trampa de intentarlo. Servir a otros señores es tener ídolos, pero los ídolos se llevan en el corazón sobre todo; las expresiones externas de idolatría son secundarias y en general exteriorización de lo que tenemos en el corazón. Adorar a los ídolos es amar algo más que a Dios, tenerlo en la práctica por encima de Dios. La experiencia nos demuestra que nos es más fácil amar lo que vemos que lo que no vemos, y por tanto la idolatría es mucho más frecuente de lo que creemos. Sin embargo, es impensable la verdadera adoración mientras tenemos ídolos en el corazón. No podemos acercarnos a Dios escondiendo otros señores o con el corazón partido. El Señor rechaza a Israel por idólatra: "Si me ofrecéis holocaustos no me complazco en vuestras oblaciones, ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados. ¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones, no quiero oír la salmodia de tus arpas" (Am 5,22-23). La palabra de Dios nos advierte acerca del peligro de la idolatría: "No améis el mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Jn 2,15). Es lógico que si Dios nos ama infinitamente tenga derecho a pedirnos que le correspondamos. De hecho, la adoración es irreconciliable con los ídolos, porque es inseparable del amor al que Dios llama al hombre: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mc 12,30). 2. Palabra profética ♦
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"Pueblo de dura cerviz, ¿por qué sólo proclamáis con los labios lo que continuamente yo os llamo a vivir? ¿Por qué habéis ido en busca de otros dioses cuando yo soy el único Dios de la vida? ¿Por qué coméis de las migajas que caen de la mesa cuando yo os ofrezco manjares? ¡Cuánto dolor causa a mi corazón vuestra actitud! Os he llamado para vivir en la santidad. Una vez más os he llamado para haceros nuevos, pero postraos ante mí, convertíos, romped con todas las ataduras, luchad para extirpar todo pecado de vuestra vida, y aceptad la cruz que es el misterio de amor y de transformación que estoy utilizando en vuestras vidas. "Pueblo mío, en quien he puesto todas mis esperanzas, abre las puertas de tu corazón. ¡Estoy tan cerca de ti y aún no me dejas entrar!. Quiero que sientas el amor que yo tengo para todos y cada uno de vosotros. Mi corazón está lleno de amor para vosotros ¿Por qué no dejáis que entre mi amor en vuestros corazones? Dejadme amaros a mi modo, no como vosotros queréis que yo os ame. Yo os amaré como Dios ,mientras vosotros queréis que os ame como amáis vosotros, Sabed que mi amor está por encima de todos los amores, y quiero que aceptéis hoy ese amor, que os dejéis envolver y os dejéis transformar por él."
TEMA 25. EL ORGULLO “Desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio” (Lc 1,51) 1. Reflexión Si hay una actitud en el hombre, que lo excluya de la adoración, ésa es la soberbia, porque la criatura es indigna de permanecer en presencia de Dios y sólo la humildad le capacita para acercarse a él. El profeta Isaías, más que definirnos la soberbia, nos ofrece una reflexión de sus efectos a partir de las palabras atribuidas a Lucifer, que dice en su corazón: “Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono y me sentaré en el Monte de la Reunión en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo” (Is 14,13-14). Querer ser como Dios, ése es el afán supremo del primer pecador y de todos los pecadores. No tiene que sorprendernos que, al tentar a Jesús, el diablo pretendiera su adoración. La oferta de pagarle con todos los reinos de la tierra nos da a entender que para él la adoración está por encima de toda la gloria que puedan darle los hombres, y que busca en la adoración el honor máximo a que puede aspirar, porque recibir adoración es robarle a Dios lo que sólo a Dios pertenece, es un intento de sentarse de algún modo en el trono de Dios. Pero el final del soberbio es la caída: “Al seol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo” (Is 14,15). La soberbia incapacita para la adoración, porque produce siempre algún grado de enfrentamiento contra Dios. Quien se deja dominar por la soberbia lleva consigo una de las señales más claras de la reprobación, porque es como la raíz y madre de todos los desórdenes y de todos los pecados. La soberbia corta el acceso a las bendiciones de Dios, porque “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (1 P 5,5). El soberbio es rechazado por Dios, ya que es imposible que esté en su presencia con tal actitud: Dice el Señor al ángel de la Iglesia de Laodicea: “Voy a vomitarte de mi boca. ‘Tú dices: ‘Soy rico; me he enriquecido; nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo” (Ap 3,15-17). El profeta anuncia la exaltación del Señor junto con la caída de los soberbios: “Los ojos altivos del hombre serán abajados, se humillará la altanería humana, y será exaltado el Señor solo en aquel día” (Is 2,11). La verdadera adoración a Dios exige al hombre rendirse ante él, reconocerse criatura, pecador e indigno de participar en el más alto de los cultos, sentirse agraciado por poder permanecer en los atrios de la casa del Señor mientras se une, por la súplica del corazón, a la adoración de la creación en la tierra y en el cielo. 2. Palabra profética ♦
En adoración: “¿Creéis que estáis aquí porque habéis sido capaces de subir peldaños que otros no han podido subir y habéis llegado por vuestras fuerzas? ¿Creéis que habéis sabido luchar más que los demás y por eso ocupáis este lugar? Sólo mi misericordia os ha sacado de la oscuridad de abajo para traeros a la luz de mi presencia; sólo mi misericordia os ha traído hasta aquí. ¡Si vierais vuestra realidad como yo la veo! ¡Si vierais cómo cubro vuestra oscuridad con mi luz! ¡Si vierais cómo mi amor me empuja a traeros hasta mí para transformaros y santificaros! ¡Si vierais cuántas veces habéis estado al borde del precipicio y yo os he sostenido! ¡Si vierais cuántas veces habéis estado cubiertos de barro y yo os he lavado! Recordad que el poder es mío. que sólo yo puedo llevar a cabo las obras. En la medida en que permanezcáis en mí y seáis conscientes de vuestra realidad y de la mía. veréis mi poder. En la medida en que descubráis vuestra realidad. descubriréis también mi misericordia; pero que no se engría vuestro corazón".
26. LA MENTE DOBLE "¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?" (Lc 6,46) 1. Reflexión Una de las mayores dificultades que suele haber en la persona para llegar a ser un buen adorador está relacionada con su mente. Sabemos que podemos hablar de tres niveles o situaciones de mente: la carnal, la renovada y la doble. La mente carnal está ocupada por los criterios del mundo, contrarios en su mayor parte a los criterios de Dios o indiferentes en algunos casos; la mente renovada se rige por los criterios de la palabra revelada y los propone a la voluntad para que sus decisiones sean de acuerdo con ellos; la mente doble se caracteriza por un estado intermedio, donde se hallan mezclados los criterios de Dios con los del mundo y, en consecuencia, la conducta es también una mezcla de comportamientos mundanos al lado de otros que tienen el signo de la vida en el Espíritu. Como la renovación de la mente implica transformación del hombre viejo en el Hombre nuevo, lenta por naturaleza y obstaculizada por los enemigos del espíritu, la mayor parte de las personas que se han convertido a Cristo están caminando desde la posición de mente doble, al menos durante mucho tiempo. Esto es normal y no es obstáculo para la adoración con tal que estemos trabajando con todas nuestras fuerzas en esa renovación de la mente. El problema surge cuando nos detenemos es esa posición intermedia, con una actitud más o menos evidente de querer acomodarnos a la situación y establecer una armonía imposible entre los criterios del mundo y los criterios de Dios, con el fin de llevar una doble vida, en la que hemos renunciado al pecado en sus formas más ostensibles, pero no estamos dispuestos a esforzarnos para erradicar toda huella de pecado y dejar que el Espíritu lleve a cabo la obra de santificación y transformación que quiere hacer en nosotros. Esta situación se corresponde con aquello que dijo el Señor: "No se puede servir a dos señores" (Mt 6,24). Llevada la expresión al terreno de la adoración, podemos decir: No se puede adorar a dos señores, no se puede adorar a Dios por la mañana y al mundo y la carne por la tarde. No se puede, aunque seamos tan necios que lo intentemos una y otra vez. La gravedad y el peligro de esta situación derivan del hecho de que, para quedarnos tranquilos, solemos engañarnos a nosotros mismos, lo cual es una de las mayores necedades que puede cometer un cristiano. La palabra de Dios rechaza la permanencia de los hijos de Dios en la mente doble cuando nos dice: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto" (Rm 12,2). La meta es llegar a decir como Pablo: "Nosotros tenemos la mente de Cristo" (1 Co 2,16). Mientras tanto, todo lo que haya en nosotros que no sea mente de Cristo será un obstáculo para la adoración, porque sólo lo puro y santificado, sólo lo transformado en Cristo puede postrarse en adoración ante el Trono de santidad, de gloria y de majestad. 2. Palabra profética En adoración: Visión de un hombre que, provisto de martillo y cincel, golpea una piedra muy dura. Cada golpe que da hace saltar al cincel y se ve al hombre sudoroso. Palabra: "Así es vuestra mente con sus criterios, es lo más costoso de moldear; pero, cuando venís a la adoración, esa piedra se ablanda con mi amor; yo os voy moldeando sin que os deis cuenta. En la adoración vuestra mente es renovada y vuestros criterios sometidos a los míos. Aquí os vais transformando a mi imagen; aquí mi santidad os alcanza y sois santificados". Visión de un cofre repleto de monedas de oro y joyas. Hay unas manos repartiéndolas a personas que pasaban por allí; pero algunos ni siquiera acercan sus manos para recibir esos tesoros; y el que los reparte se queda con las manos llenas mientras esas personas se van con las manos vacías. Palabra: "Así sucede en la adoración: mis manos derraman bendiciones que no se acaban ni pasan porque son bendiciones de vida eterna, pero a veces quedan en mis manos, porque no acercáis las vuestras. ¿Cómo puedo convenceros de la importancia de la adoración? Venís con el corazón y la mente tan embotados y tan repletos que muchas veces ni siquiera tenéis fuerzas para levantar las manos y recibir mis bendiciones mientras yo, vuestro Dios, sigo esperando".FINAL
TEMA 27. LA RUTINA “Sabios son para lo malo, ignorantes para el bien” (Jr 4,22) 1. Reflexión La rutina es uno de los peores enemigos de la vida del cristiano, ya que convierte su relación con Dios y las obras que hace en carentes de valor, mientras intenta hacer pasar como lleno de vida lo que está muerto, como verdadero lo que es falso, y como virtud lo que es pecado. Es decir, cuando nos movemos en la rutina estamos haciendo algo tan terrible como tratar de engañar a Dios, aunque sólo él sabe con qué grado de consciencia lo hacemos. Ninguna persona puede aspirar a una relación correcta con Dios desde tal situación y actitud, y mucho menos puede ir a adorarle, ya que la adoración supone un estado de santificación que está muy lejos del engaño y de la mentira. La rutina es el hábito de hacer las cosas porque hay que hacerlas, de hacerlas mecánicamente, sin motivación, sin poner en ellas el corazón, por obligación, por miedo o por cualquier otra motivación externa. Referida a las cosas de Dios, la rutina se caracteriza por mantener la relación con Dios en cualquiera de sus formas –oración, predicación, culto, servicio- a lo humano, con las fuerzas humanas y por razones humanas, pero careciendo de la fuerza del corazón y la presencia del Espíritu que debe vivificar la relación del cristiano con Dios y con los hombres. De algún modo la palabra ‘rutina’ es sinónimo de tibieza, término que etimológicamente nos relaciona con el calor y el frío, y significa posición intermedia entre los dos estados. Pues bien, la rutina y la tibieza indican una posición de las peores que podemos vivir, tanto que tiene un tratamiento especialmente severo por parte de Dios. Cuando el Señor trata con los pecadores los llama a la conversión y está dispuesto a acogerlos, si se convierten; cuando trata con los que le buscan de corazón, es su amor y su misericordia los que se derraman sobre ellos; pero cuando mira a los que viven en la rutina y la tibieza les dice lo mismo que al Ángel de la Iglesia de Laodicea: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca . Tú dices: 'Soy rico, me he enriquecido, nada me falta'. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo”. (Ap 3,15-17). La rutina espiritual –tibieza, pasividad, desgana, apatía, desinterés por falta del fuego del Espíritu en el corazón- es una enfermedad grave que ataca el espíritu y acaba con la vida en el Espíritu , si no se reacciona a tiempo. ¿Remedios? Pasar por el fuego de la conversión –oro acrisolado-, escapar al engaño para recobrar la verdad –colirio-, y caminar en docilidad a la Palabra y al Espíritu que santifica –vestiduras blancas-. Entonces estaremos de nuevo en condiciones de postrarnos y adorar al Altísimo, y esta adoración será grata a nuestro Dios. 2. Palabra profética En adoración: visión de un grupo de personas con aspecto famélico frente a otro grupo de personas con aspecto de estar bien alimentadas y con buena salud. Interpretación: cuando somos fieles a la adoración y permanecemos a los pies del Señor, recibimos un alimento espiritual muy especial, que perdemos cuando no adoramos. Palabra: “Atraed a mis discípulos a la adoración, muchos están moribundos porque no tienen experiencia del fuego de mi amor, ayudadles a postrarse delante de mí”. Durante la adoración: el Señor nos hace entender que la adoración tiene una gran fuerza y por eso el enemigo lucha para que no haya adoradores y utiliza todos los medios a su alcance para impedir la adoración. Cada vez que uno se postra a adorar al Señor sale fortalecido, renovado, santificado y con una fuerza nueva. El enemigo sabe que quienes son fieles a la adoración son difíciles de vencer. Por eso teme a la adoración y teme a los adoradores.
28. EL ENGAÑO “Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero al cabo son caminos de muerte” (Pr 14,12) 1. Reflexión El engaño es un obstáculo importante para la adoración. Así como el pecado no puede estar en presencia del Santo, la persona que vive en el engaño no puede presentarse ante el Verdadero, si tiene algún grado de culpa por la situación. Quien está involuntariamente engañado recibirá en la adoración luz para conocer su situación y poder para salir de ella; pero quien conozca su situación de engaño y se mantenga en ella será rechazado de la presencia de Dios. Dios está abierto al pecador arrepentido, pero rechaza al que quiere hacerse pasar por justo siendo pecador o simplemente quiere disimular su verdadera condición. Engaño significa falta de verdad en lo que se dice, se hace, se cree o se piensa, Estar engañado o vivir engañado es mantenerse en situación de engaño parcial o total respecto de una verdad y, en el caso del cristiano, respecto de Dios y de sus criterios, que son verdaderos; en definitiva es estar equivocado cuando se cree que se está en lo cierto, llamar verdad a la mentira o mentira a la verdad. Las posibilidades de vivir en el engaño son muchas, pues cualquier comportamiento o criterio están amenazados por este peligro, que tiene más posibilidad de atraparnos cuanto más sutil es la verdad con que tratamos. No es fácil llegar a aceptar que matar no tiene importancia, pero es fácil, por ejemplo, caer en el engaño de que podemos hacer ciertas cosas porque ‘todo el mundo las hace’ o ‘porque las leyes lo permiten’, como es el caso del aborto. Dos fuentes posibles en relación al engaño: a) otros nos engañan, b) nosotros nos engañamos. El engaño es un peligro cercano, que amenaza sin cesar, porque el mundo de donde procede es enemigo de la Verdad y “yace en poder del Maligno” (1 Jn 5,19), que es “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). Pero ¿cómo es posible que nos engañemos a nosotros mismos, cuando nos enojamos si vemos que otros quieren engañarnos y cuando el autoengaño es uno de los mayores absurdos a los que puede enfrentarse el hombre? Cuando nos engañamos a nosotros mismos, manifestamos de hecho que hemos optado por dar satisfacción a la carne a costa del espíritu, siendo el engaño el truco que empleamos para intentar tranquilizar la conciencia, es decir, para intentar engañarnos a nosotros mismos y al mismo tiempo a Dios. Dos actitudes pueden darse por parte nuestra: a) O bien nos conformamos con vivir en el engaño. b) O bien nos esforzamos por saber si estamos engañados y luchamos para liberarnos de él. Un adorador debe luchar contra toda clase y grado de engaño, sabiendo que, si no lo hace, no puede ser buen adorador, porque Dios nos capacita para luchar contra el engaño y escapar a su poder: “El Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al verdadero” (1 Jn 5,20); y además nos da “el Espíritu de la verdad que nos guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13). 2. Palabra profética En adoración: Visión de ángeles que extienden sobre nosotros una red para impedir que caigan los dardos que lanzan los enemigos. Palabra: “La adoración es una protección para los lugares donde tiene lugar. detiene el castigo de mi Padre y defiende contra los ataques de los enemigos. Aunque vosotros no lo veáis, creedlo así y sed consecuentes con lo que os digo. No dejéis de postraros a mis pies; grandes obras se llevan a cabo durante la adoración. Si sois verdaderos adoradores, no temáis las pruebas ni las persecuciones, no temáis a los enemigos. La adoración levanta un cerco de protección en torno a vosotros. No apartéis los ojos de mí, no abandonéis la adoración y los enemigos no podrán destruir vuestra tienda”. "Al enemigo le irritan la adoración; por eso trama sin cesar planes diferentes para impedirla. Aunque estéis cansados y fatigados, no la dejéis; yo os daré nuevas fuerzas cada día”.
TEMA 29. ¿LISTOS PARA LA ADORACION? “Tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne” (Sal 63,2). 1. Reflexión En los temas anteriores hemos reflexionado sobre algunos obstáculos que nos separan de la adoración o disminuyen su calidad. En los próximos trataremos de ciertas cualidades o estados que debe tener un buen adorador, que facilitarán su participación en la adoración y la harán más grata a Dios. De hecho, cuando pensamos acercarnos a Dios para adorarle, la primera pregunta que deberíamos hacernos es ésta: ¿Estoy en condiciones de aproximarme a Dios para adorarle? Si alguna vez tenemos una entrevista con una persona importante en la tierra, ¿no nos preocupamos de presentarnos ante ella con las mejores galas? Y ¿no es cierto que en ningún momento ni a nadie se le ocurriría ir a medio vestir, aunque los ropajes que llevara puestos fueran los mejores del mundo? ¿Por qué no ponemos al menos el mismo interés cuando se trata de encontrarnos con el Rey eterno de cielos y tierra, cuya majestad es infinita y cuya visión es tan grandiosa que no podemos experimentarla so pena de morir? (Ex 33,20). Dios no sólo quiere que sus hijos se presenten ante él libres del pecado que los convierte en rechazables e indignos ante él, sino vestidos -y totalmente- con el traje apropiado para tal ocasión. El Maestro nos enseñó en la parábola del banquete nupcial cuánta importancia tiene llevar el traje apropiado para las circunstancias especiales. “Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’ El se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera’” (Mt 22,11-13). ¿Razón? No es que estuviera desnudo o llevara ropas sencillas; el problema fue que no llevaba el traje que la ocasión requería. En la parábola del hijo pródigo, las primeras palabras que dice el padre a la vuelta de su hijo se refieren al vestido: “Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies” (Lc 15,22). El cambio de actitud de aquel hijo rebelde que ha entrado por el camino de la conversión recibe la aprobación del padre –figura de Dios- que la hace patente en el cambio de vestiduras. Él había llegado sucio y harapiento, como era su corazón al marchar; pero ahora su corazón ya está limpio por el arrepentimiento y es necesario proclamarlo poniéndole el mejor traje. Lo que sucede después es sencillamente la celebración del acontecimiento: “Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta” (Lc 15,23), Finalmente, si hacemos un recorrido por la adoración que los ángeles y bienaventurados llevan a cabo en el cielo, observaremos la alusión permanente a la santidad, simbolizada en las vestiduras blancas con que están siempre cubiertos los adoradores celestiales: “Vi veinticuatro tronos alrededor del trono, y sentados en los tronos, a veinticuatro Ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre sus cabezas” (Ap 4,4). A todo adorador en el cielo y en la tierra se le pide estar en condiciones de adorar antes de proceder a hacerlo. 2. Palabra profética ♦
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“Aquí, a mis pies, recibís mis bendiciones; cuando estáis postrados ante mi presencia recibís fuerza para la lucha, recibís luz para caminar. Aquí, a mis pies, es donde os hago ver vuestra pobreza; aquí es donde os hago ver que sin mí no sois nada, que sin mí no podéis nada. Vuestra adoración es grata a mi corazón y mi amor se derrama sobre vosotros”. “Mis amados y predilectos, ¿por qué os resistís al fuego de mi amor y a que os revista de las vestiduras de santidad que tengo preparadas para vosotros? Postraos delante de mí; dejadme hacer de vuestra vida una vida de adoradores. Aquí es donde caen todas las ataduras y las cargas que vais arrastrando. No resistáis a mi amor; dejadme hacer esta obra de amor en vosotros; quiero que experimentéis la gran transformación que realizo cuando os postráis en adoración delante de mí. Necesitáis la adoración más que el alimento de cada día. Dejad que haga mi obra de amor en vosotros”.
TEMA 30. CONVERTIDOS “Desgarrad vuestro corazón y no vuestros vestidos” (Jl 2,13) 1. Reflexión Si hay una palabra especial, una palabra de la que ningún hombre que quiera acercarse a Dios puede prescindir, ésa palabra es ‘conversión’. Al margen de que hoy se hable poco o a la ligera de conversión, ésta sigue siendo la llave que abre la puerta principal para entrar en la casa del Señor; no importa que no resulte agradable a los oídos de los hombres, pero la palabra revelada sigue hablando de conversión, aunque muchos cristianos de nuestros días estén tratando de buscar otros métodos más sofisticados y menos incómodos o tratemos de lavar el corazón haciendo obras sociales, Dios sigue diciendo: “¡Conversión!”. Debería hacernos pensar más el ejemplo de aquellos a quienes debemos imitar y la enseñanza de la Escritura, que nunca pasa, aunque pasemos los hombres y los tiempos. ♦ ♦ ♦ ♦ ♦
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¿No nos dice nada el hecho de que en la antigua Alianza Dios hable a su pueblo por los profetas y les diga: “Convertíos, convertíos de vuestra mala conducta” (Ez 33,11)? ¿No nos llama la atención el hecho de que Juan Bautista, el precursor del Mesías, proclame en el desierto de Judea: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos” (Mt 3,2)? ¿No quiere decir nada el principio de la vida pública del Maestro, cuando se supone que se anuncia el programa que va a llevar a cabo durante su misión en la tierra? Pues empezó “Jesús a predicar y decir: ‘Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado’” (Mt 4.17). ¿Tampoco nos dice nada el hecho de que el Maestro enviara a sus discípulos a predicar y que ellos “predicaron que se convirtieran” (Mc 6,12)? ¿Será pura anécdota que antes de volver al Padre, el Maestro volviera a hablar de la conversión? Esto es lo que dijo: “Está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (Lc 24,46-47). ¿Será casualidad que los primeros discípulos predicaran a Jesucristo y enseñaran que el modo de acercarse a él pasaba necesariamente por la conversión? Así lo hizo Pedro el día de Pentecostés, pues los que escuchaban, al oír el anuncio de la Buena Nueva, “dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: ‘¿Qué hemos de hacer, hermanos?’ Pedro les contestó: ‘Convertíos’” (Hch 2,37-38). Y volvió a decir cuando predicaba al pueblo: “Arrepentíos y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados” (Hch 3,19).
Es posible que el primer fallo a la hora de tratar con la conversión sea que no le damos la importancia que tiene. Luego, ya no nos esforzamos demasiado por vivirla, ni por predicarla cuando debemos, ni por llevar la gente a la conversión más que atraerla hacia nosotros o llevarla a nuestro redil. Si así obramos, la adoración no pasará de ser una ilusión o una meta a la que no acabamos de llegar. porque nos está faltando algo tan importante como la conversión. 2. Palabra profética Adoración acompañada de largo canto en el espíritu. Palabra: “Me complazco en vuestra adoración. Sois como bálsamo suave para el dolor de mi corazón; esto es lo que quiero de vosotros. Aquí está lo que tenéis que llevar a los demás; aquí os lleno de mi sabiduría para acercarla a tantos necesitados de mi Palabra; aquí os doy mi amor para llenar tantos corazones vacíos; aquí os unjo con mi Espíritu para que podáis caminar por medio de las zarzas; aquí os doy mi poder y os capacito para levantar mi cruz y detener al enemigo; aquí os lleno de mis aguas para que calméis la sed de tanto sediento. No hagáis nada sin postraros antes a mis pies; aquí está el aceite que abre con suavidad todas las puertas; aquí os entrego la espada que derrota al enemigo; aquí están mis ángeles para acompañaros en vuestra misión; aquí están la gloria que os espera y la cruz que tenéis que abrazar”.
TEMA 31. CONCIENCIA DE PECADORES “Cierto es que no hay ningún justo en la tierra que haga el bien sin nunca pecar” (Qo 7,20). 1. Reflexión No podemos perder de vista que la adoración es un encuentro en el que convergen por una parte el hombre pecador y por la otra el Dios infinitamente santo. Un encuentro que parece imposible, y sería imposible si no fuera porque ”lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18,27). El pecado y la adoración son incompatibles por su naturaleza, pero el pecador puede encontrarse con Dios; y no sólo eso, sino que Dios quiere y espera que el pecador vaya siempre a su encuentro, porque Dios ama al pecador, pero odia el pecado. En definitiva, todo depende de la actitud del hombre que quiere acercarse a Dios, actitud que puede dar lugar a tres situaciones diferentes, en las que es necesario tener conciencia de pecador y conocer la verdadera situación para actuar en consecuencia: 1) El hombre que se acerca a Dios, pero permanece en su pecado porque o tiene conciencia clara de pecado, es rechazado por Dios, como sucedió a Israel, que se atrevió a acercarse a Dios con su pecado: “Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas” (Is 1,15). ¿Razón? “Mirad, no es demasiado corta la mano de Yahveh para salvar, ni es duro su oído para oír, sino que vuestras faltas os separaron a vosotros de vuestro Dios, y vuestros pecados le hicieron esconder su rostro de vosotros para no oír.” (Is 59,1-2). 2) Quien se acerca a Dios con conciencia de pecado, ha de hacerlo desde el reconocimiento del pecado y arrepentido por el mismo en busca de su perdón, para que Dios elimine la barrera que separa al hombre de él y pueda restablecerse la relación. Así oraba David:“Tenme piedad, oh Dios, según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí” (Sal 51,3-5). El Padre de las misericordias purificará su corazón por Cristo, pues “a quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él” (2 Co 5,21). Una vez perdonado, podrá adorar a Dios con “puro corazón y espíritu firme” (Sal 51,12). 3) Cuando el pecado no nos separa de Dios, porque tratamos con todas nuestras fuerzas de vivir en amistad con él, todavía necesitamos recordar quiénes somos –pecadores- y que ningún mérito hay en nosotros para poder acercarnos ante el Trono del Altísimo, ya que lo único realmente nuestro es la naturaleza pecadora, a la que también estaría vetado acercarse a la presencia de Dios, si no fuera porque hemos sido “elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre” (1 P 1,1-2). Recordar siempre que todo es gracia y que somos revestidos de santidad cada vez que nos acercamos al Trono del tres veces Santo, nos ayudará a ponernos en nuestro sitio y a presentarnos ante él en humildad y con corazón agradecido. “¿Quién puede decir: ‘Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado?’” (Pr 20,9). Por eso, tener conciencia de pecadores es un don precioso de Dios, que tendríamos que desear y pedir, porque nos ayuda a ver nuestra realidad y nos empuja a buscarle a él como único médico que puede y quiere sanar esta enfermedad. 2. Palabra profética ♦
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Visión de un recipiente que contiene un líquido espeso en su interior; parece un metal fundido del que hay que retirar las impurezas. lnterpretaci6n: el Señor nos hace ver que para poder participar en la adoración necesitamos ser purificados de la suciedad de nuestro corazón y ser revestidos de su santidad. Palabra: “En la medida en que estéis purificados y permanezcáis en mí, vuestras obras tendrán poder, vuestro amor será mi amor, vuestras palabras serán mis palabras, vuestros sentimientos serán mis sentimientos y vuestra mirada será la mía”. “Venid con el corazón quebrantado y no os rechazaré. Cuando venís a mí con corazón contrito y humillado, mi amor infinito os envuelve; os he rescatado de las tinieblas y os he traído a mi luz. Cada vez que os doblegáis delante de mí, me dais gloria con vuestra humildad”.
TEMA 32. CONCIENCIA DE CRIATURA “Grande es el Señor y muy digno de alabanza, insondable su grandeza” (Sal 145,3). 1. Reflexión La actitud correcta del hombre que adora a Dios pasa, entre otras cosas, por tener conciencia de quién es quién. Sabemos que hemos sido creados por Dios y que este hecho establece una diferencia infinita entre Dios y el hombre, de tal modo que no admite comparación la pequeñez de uno con la grandeza del otro. Ahora bien, una cosa es saberlo, conocer el dato, y otra muy distinta tener conocimiento íntimo de esta realidad por medio del Espíritu Santo. Una cosa es admitir que somos criaturas y otra muy distinta tener experiencia profunda de criaturas, sin la cual la adoración dejará bastante que desear, porque no seremos capaces de establecer una relación justa con Dios. Al preguntarnos qué es el hombre, podemos hacerlo con dos enfoques distintos: el hombre en relación a la creación, y el hombre comparado con Dios. En el primer caso descubrimos la grandeza y la pequeñez del hombre: grandeza, porque en él encontramos facultades –la inteligencia, voluntad, libertad, capacidad de amar libremente- que no hay en ninguna otra criatura visible; entonces vemos al hombre como el rey de la creación, sentimos la tentación de levantarlo y de exclamar con el salmista: “Apenas inferior a un dios le hiciste, coronándole de gloria y de esplendor; le hiciste señor de las obras de tus manos, todo fue puesto por ti bajo sus pies” (Sal 8,6-7). Si luego pensamos en las limitaciones del hombre, en su vida, enfermedades, esclavitudes, riesgos, etc, nos apropiamos de aquellas otras palabras: “Señor, ¿qué es el hombre para que le conozcas, el hijo de hombre para que en él pienses? El hombre es semejante a un soplo; sus días, como sombra que pasa” Sal 144,3-4. Y hacemos nuestras las palabras de Job que pregunta: “¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra? ¿no son jornadas de mercenario sus jornadas?” (Jb 7,1). Las dos situaciones son verdaderas, pero se limitan a ver al hombre en su posición de criatura y en relación con la creación. El otro enfoque nos lleva a mirarnos en el espejo del Creador y a preguntar: ¿Qué es el hombre en relación a su Dios? Y aquí es donde se nos rompen todos los instrumentos de medida, porque la respuesta se escapa a nuestra capacidad para entender, si bien la falta de entendimiento no elimina la verdad de la situación. Escuchamos al profeta que dice: “El está sentado sobre el orbe terrestre, cuyos habitantes son como saltamontes; él expande los cielos como un tul, y los ha desplegado como una tienda que se habita” (Is 40,22). Y escuchamos también al Señor que pregona: “¿Con quién me asemejaréis y seré igualado?, dice el Santo. Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿quién ha hecho esto? El que hace salir por orden al ejército celeste, y a cada estrella por su nombre llama” (Is 40,25-26). A partir de aquí, o bien olvidamos la pregunta, puesto que no podemos contestárnosla, o levantamos el corazón a Dios suplicándole que nos dé la sabiduría de su Espíritu, “que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1 Co 2,10) y nos permita conocer en el corazón quién es el hombre y quién es Dios, quién el que adora y quién el que recibe adoración. 2. Palabra profética ♦
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Sólo la sencillez, sólo la pequeñez y la humildad tocan mi corazón, que se estremece de amor por los sencillos y humildes. Mis ojos no se detienen en los que tienen grandes dones, sino en los sencillos y humildes que están dispuestos a dejarse utilizar por mí. Os quiero sencillos, humildes y sólo para mí. Os quiero en santidad”. Quebrantad vuestro corazón, postraos ante mí en humildad y derramaré mi Espíritu sobre vosotros. Él os quitará el corazón de piedra y os dará un corazón de carne. Mi Padre necesita intercesores, pero habéis de tener un corazón limpio, compasivo y misericordioso. Yo os lo quiero dar, pero os necesito realmente quebrantados y humillados a mis pies”.
TEMA 33. DISPONIBILIDAD “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38) 1. Reflexión Dios es Dios y el hombre es hombre. ¡Ya lo sabemos! Pero lo que realmente nos importa y beneficia no es que lo sepamos, sino que seamos consecuentes con esta verdad, que vivamos bajo su iluminación y su dirección. El hombre es obra de Dios, salido de sus manos por la fuerza del soplo de su amor, para participar de su vida y de su gloria eternamente. Y esto proporciona al hombre gran dignidad, pero -¡cuidado!- esta dignidad no la tiene por méritos propios, sino porque la ha recibido gratuitamente. En otras palabras: el hombre será siempre criatura mientras Dios será siempre Dios. Y esto, queramos o no, implica una comparación y una diferencia permanente entre ambos. Porque es criatura de Dios, el hombre es siempre propiedad de Dios. Aunque goce de libertad, se debe a Dios y debe pilotar el barco de su vida por las aguas de la voluntad de Dios, debe estar siempre abierto a la voluntad de Dios y deseoso de llevarla a la práctica. Esto es ante todo una actitud del corazón, que se pone de manifiesto cuando llega el momento de decir ‘sí’ a Dios. “El Señor dijo a Abrán: ‘Sal de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo te indicaré’... Partió Abrán como lo había dicho el Señor” (Gn 12,1.4). ¿Hubiera obedecido Abrán sin protestar ante tan arriesgada propuesta del Señor, si en su corazón no hubiera una actitud de disponibilidad total para Dios? ¿Hubiera aceptado María la propuesta del ángel, tan ‘irracional’ desde el punto de vista humano, sin una disponibilidad total para hacer la voluntad de Dios? Del mismo modo, sólo el hombre que tiene escrito para Dios en su corazón y con letras de fuego su ‘heme aquí’ particular y lo pronuncia cuando Dios lo llama para algo, sea grande o pequeño, está en plenas condiciones para postrarse delante del Señor; sólo la adoración de hombres y mujeres así es plenamente grata para él, porque no hay en ellos doblez, permanecen en la verdad y están disponibles y atentos a la voz de Dios, que no tiene problema para hablarles y que escuchen, para enviarlos y que vayan. El verdadero adorador trata de ser perfecto imitador del Maestro y está tan disponible como él, que durante toda su vida tuvo como objetivo principal estar pronto para hacer la voluntad del Padre, según dijo: “No busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 5,30). El verdadero adorador, además de estar disponible, ora desde su postración buscando sin cesar la ayuda y la dirección de Dios, como el salmista: “Enséñame a cumplir tu voluntad, porque tú eres mi Dios, tu espíritu que es bueno, me guíe por tierra llana” (Sal 143,10). Y al final es posible que sea testigo de que también en él se cumple lo que está escrito, que Dios le responde a él del mismo modo: “Entonces clamarás, y el Señor te responderá, pedirás socorro, y dirá: ‘’Aquí estoy’” (Is 58,9), porque Dios se ha complacido antes en la disponibilidad con que se ha presentado para adorarle. 2. Palabra profética “Mi elección está sobre vosotros, os he apartado para grabar en vuestros corazones el sello de la adoración, estoy derramando sobre vosotros una experiencia de adoración, porque necesito que extendáis la adoración dentro de mi Iglesia. La adoración y la intercesión van a levantar mi Iglesia. Extended la adoración, compartid lo que os estoy dejando experimentar. Aquí es donde os hago fuertes, porque dejáis que sea yo el que dirija vuestra vida; así quiero dirigir mi Iglesia, así quiero restaurar mi Iglesia. Propagad la adoración, extended la intercesión; mi Iglesia necesita savia nueva. No desestiméis mi llamada, no olvidéis la misión que os encomendé. Contáis con mi fuerza y mi poder, vosotros no sabéis ni podéis; cuando vuestras seguridades han caído, entonces yo soy vuestra fuerza”.
TEMA 34. EN UNIDAD (I) “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Jn 17,11). 1. Reflexión Si alguien ha conocido a los padres de una familia numerosa en la que todos los hijos se quieren y viven en armonía, habrá podido observar el gozo que hay en el corazón de esos padres al ver a sus hijos unidos. Al contrario, cuando en una familia los hijos están enfrentados unos con otros, ¡qué dolor hay en el corazón de los padres! Algo así debe pasar en el corazón de Dios, nuestro Padre común, cuando contempla a sus hijos enfrentados: iglesias contra iglesias, grupos contra grupos, personas contra personas... mientras todos le llamamos Padre y decimos que le amamos. Y posiblemente es verdad. Pero hay otra verdad oculta que ensombrece nuestra relación con Dios y los hermanos: nos amamos más a nosotros mismos y hacemos que prevalezcan nuestros egoísmos y nuestras verdades por encima de la gloria de Dios cuando no somos capaces de humillarnos, de reconocer nuestro pecado y clamar ante el Señor juntos para que destruya nuestra división y nos una en su amor. ¿No es ése un pecado del que participamos en mayor o menor grado una gran parte de los que nos llamamos discípulos de Jesús? Porque la división y el enfrentamiento solemos tenerlos con los que están cerca de nosotros, en nuestra familia, en nuestro grupo, en nuestro trabajo, en nuestra comunidad, en nuestra iglesia... pero también con los que están lejos cuando los juzgamos o condenamos sin haberlos conocido ni tratado. Dios, que nos ama, quiere que nos acerquemos a él desde la unidad porque esto significa que estamos en él y vivimos en él. Cuando estamos divididos nos salimos fuera del lugar de la unidad, que es el corazón y el amor de Dios, porque la división significa rechazo, juicio, condena y ruptura con el otro, es decir, significa pecado, y ya sabemos lo que Dios piensa y hace con el pecado: lo odia, aunque siga manteniendo su amor hacia el pecador. ¿Hasta qué punto puede ser agradable a Dios la adoración en estas circunstancias? Dios es uno y creó al hombre para que se mantuviera en unidad de amor y vida con él. Quien deja espacio en su corazón para la división, en la misma medida rechaza amar al prójimo y por lo mismo a Dios, ya que “si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). El clima de la adoración es el amor y en ella hay una comunicación de amor con el que Dios quiere penetrar todo nuestro ser para sanarnos, renovarnos, fortalecernos, vivificarnos... Pero, cuando hay división en nosotros, se encuentra con puertas cerradas por las que no pueden entrar sus bendiciones, porque detrás de ellas está la oscuridad que procede del pecado, en este caso de la división. Y hasta cierto punto es lógico que, cuando estamos en estas condiciones, ni siquiera sintamos ninguna necesidad de adoración, porque se cumple en nosotros lo que dice la Palabra: “quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1 Jn 2,11). ¡Y hay tantos modos y grados de rechazo y aborrecimiento! 2. Palabra profética ♦ ♦ ♦
“No olvidéis que sois miembros de mi cuerpo, no podéis vivir aislados los unos de los otros. Todos los miembros sois necesarios en mi Cuerpo, todos tenéis que caminar unidos”. “Vivid y permaneced en la unidad. La unidad verdadera sólo se encuentra en mí”. Durante la adoración: visión de una multitud de adoradores rodeados de ángeles y delante del Trono. Todos están postrados ante el Altísimo. Allí todo es luz, todo es paz, todo es quietud; hay un silencio absoluto y, sin embargo, existe comunicación perfecta y unidad perfecta de todos estos seres con el que está sentado en el Trono.
TEMA 35. EN UNIDAD (II) “Un solo Cuerpo y un solo Espíritu como una es la esperanza a la que habéis sido llamados” (Ef 4.5) 1. Reflexión La unidad con Dios es la que debemos tener cuando queremos adorar, pero ésta es inseparable de la unidad con los hermanos. Tal vez la primera medida que deberíamos tomar los cristianos sea la de examinarnos acerca de nuestra unidad fraterna, pero con la luz del Espíritu, dejando a un lado nuestros prejuicios (juicios formados previamente), pidiendo al Señor con corazón sincero su luz y su verdad (Sal 43,3). Tampoco estaría mal reflexionar una y otra vez sobre las palabras del Señor, cuando próximo a la pasión oraba al Padre diciendo: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí! “ (Jn 17,21-23). ¿No es motivo suficiente para rompernos el corazón la ya tan vieja existencia de divisiones entre los cristianos, cuando el Maestro condicionaba la fe del mundo a la unidad de sus discípulos? Estamos preocupados de muchos modos y con muchos proyectos en la evangelización del mundo, pensamos mucho, nos esforzamos mucho, pero tal vez tendríamos que acusarnos ante el Señor de hacer las cosas a nuestro modo en vez de seguir sus instrucciones, porque mientras él relacionó nuestra unidad con el éxito de la evangelización, nosotros casi hemos hecho caso omiso de lo que para él era tan importante y hemos minusvalorado su consejo. ¿Qué pasaría si respondiéramos de corazón a la palabra que nos pide que vivamos “de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ef 4,1-3)? ¿Y si viviéramos el mandato de Pablo cuando dice: “Os conjuro, hermanos, por el nombre de vuestro Señor Jesucristo, a que tengáis todos un mismo hablar, y no haya entre vosotros divisiones; antes bien, estéis unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio” (1 Co 1,10)? ¿Qué pasaría si siguiéramos el consejo del apóstol Pedro cuando nos exhorta diciendo:“ Tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición” (1 P 3,8-9)? Sí, sería algo muy hermoso, una presencia viva del Reino de Dios entre los hombres, una fuente de glorificación permanente a nuestro Dios, y al mismo tiempo el testimonio de amor y presencia de Dios que tal vez está esperando de nosotros esta Humanidad que busca sin saber qué, mientras camina envuelta en tinieblas, reales en parte porque los cristianos llamados a ser luz no hemos sabido encenderla con la chispa de la unidad y el amor mutuo al que estamos llamados. ¿No es una buena razón para clamar e interceder por la unidad antes de postramos ante nuestro Dios para adorarle y mientras le adoramos? 2. Palabra profética “En la adoración se realiza la unidad, permanecéis unidos a mí y yo os uno entre vosotros. ¡Si mi Iglesia me adorara y se postrara ante mí en humildad y arrepentimiento, yo derramaría sobre ella el don de la unidad...! “Sólo desde la unidad con mi Hijo y desde la unidad entre vosotros podréis salir a luchar y enfrentaros a los enemigos. Sólo en unidad les podréis vencer. Si vais divididos, quedaréis derrotados en el campo de batalla. En la adoración se acrecienta la unidad con mi Hijo y entre vosotros”. “En vuestra común adoración e intercesión tenéis el camino más directo para llegar juntos hasta mí y el mejor medio para permanecer unidos”.
TEMA 36. HABIENDO PERDONADO “ No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados” (Lc 6,37). 1. Reflexión Siendo la adoración una expresión de la relación entre el hombre y Dios, en la que tiene mucho que ver la presencia de Dios y la santificación del hombre, cualquier impedimento que rompa o debilite la relación entre ambos, debilitará o romperá la capacidad de adoración. Entre estos impedimentos la falta de perdón es uno de los más destructores. Jesús enseñó sobre la importancia que tiene acercarnos a Dios después de haber perdonado: ♦
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Cuando los discípulos le pidieron que les enseñara a orar, el Señor les enseñó el Padrenuestro y les dijo: “Vosotros orad así: Padre... perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores” (Mt 6,12). Y una vez terminada la enseñanza sobre la oración, insistió en un punto, el que seguramente consideró más importante o más difícil, o las dos cosas, y añadió: “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15). Si no perdonamos a los hombres, Dios no nos perdona; ¿no es eso lo que le planteamos cuando le decimos: “perdona como perdonamos”? ¿No le estamos diciendo que no nos perdone si no perdonamos, que nos perdone poco si perdonamos poco, y que no nos perdone nada si no perdonamos nada? En otra ocasión volvió a hablar del perdón como condición para el encuentro con Dios, cuando les dijo: “Cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas” (Mc 11,25). ). Es evidente que la falta de perdón es una carga tan pesada que con ella no podemos acercarnos a Dios. Y si tan necesario es el ejercicio del perdón para la oración, ¿cómo no va a serlo para la adoración, mediante la cual nos acercamos al Trono mismo de la gloria de nuestro Dios? El proceso completo del perdón pasa por dos fases: en primer lugar toma cuerpo como una decisión interior de perdonar, que hace suya la voluntad; en segundo lugar, y siempre que sea posible, es manifestación de esta decisión ante el destinatario de nuestro perdón. El ejercicio del perdón puede moverse también en dos sentidos: perdonando a quien nos ha ofendido y pidiendo perdón a quien hemos ofendido. Por eso decía el Señor: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24) San Pablo insiste en que el final del perdón es siempre el reencuentro en el amor, cuando dice: “Revestíos, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col, 3,12-15); es decir: perdonar como el Señor nos perdona y amar como el Señor nos ama. Así hay que acercase a la adoración.
2. Palabra profética ♦
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“Mi corazón sufre por el dolor que hay en el vuestro a causa de la falta de perdón y de amor. Venid a mí, no tengáis miedo a la cruz. En ella aprenderéis a crecer y seréis purificados. No os entretengáis en las cosas de abajo; yo os daré el ciento por uno, pero confiad en mí. No tratéis de esquivar la cruz. Abrazadla y levantad los ojos a mí. Ella os fortalecerá y os dará la sabiduría. Tomadla aunque os duela. Yo os daré el amor que necesitáis para abrazarla”. “Yo quiero llenar vuestro corazón y vuestra vida. Quiero apartar de vosotros la tristeza, la angustia y el miedo, pero no me dejáis. Ante la oferta de mi cruz, ponéis los ojos en las cosas de abajo.. y la rechazáis. Así frenáis las bendiciones que os quiero dar”.
TEMA 37. RECONCILIADOS “Por nuestro Señor Jesucristo... hemos obtenido ahora la reconciliación” (Rm 5,11). 1. Reflexión La verdadera adoración a Dios exige que no nos acerquemos a él mientras tenemos cuentas pendientes con el prójimo o con Dios, mientras necesitemos perdonar o pedir perdón. Pero esto no es bastante. En el orden cronológico, al perdón le sigue la reconciliación; aquél elimina las barreras que el pecado ha levantado entre el hombre y Dios o entre los mismos hombres, mientras ésta restaura la situación previa a la ofensa o la ruptura de la relación. Bueno es que nada nos separe, pero no es suficiente; es necesario entrar a participar activamente en las corrientes del amor de Dios que se derrama mediante el Espíritu en nuestros corazones (Rm 5,5) y encontrarnos en Cristo que ha hecho posible la reconciliación de los hombres con Dios y entre unos y otros, como dice Pablo: “A vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él” (Col 1,21-22). La verdadera reconciliación es encuentro con el prójimo, pero al mismo tiempo es encuentro con Dios por Cristo, que es el punto de encuentro de los hombres que se reconcilian. La reconciliación cristiana tiene poder para provocar el encuentro del hombre con Dios y con el prójimo al mismo tiempo. La reconciliación que no pasa por Cristo, no tiene el sello de Cristo; puede tener el sello de la ley y hasta el sello del amor natural, pero sólo cuando es encuentro en Cristo puede haber pleno perdón y plena reconciliación, porque Dios nos “reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Co 5,18-19). La reconciliación lleva más allá de lo que en principio podríamos pretender desde nuestra limitación para entender a Dios y sus planes, pues produce frutos de salvación y de participación de la vida de Dios por Cristo, como nos recuerda Pablo: “Si siendo enemigos, Dios os reconcilió consigo por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, nos salvará para hacernos partícipes de su vida. Y no sólo esto, sino que nos sentimos también orgullosos de un Dios que ya desde ahora nos ha concedido la reconciliación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rm 5,10-11). La verdadera adoración nos pide posición de reconciliados, de comunión de amor con Dios y de unos con otros en el centro de distribución del amor divino, que es Cristo. Así es como los adoradores de la tierra, desde su permanencia en Cristo, participan también a su modo de la adoración que los bienaventurados presentan ante el que está sentado en el Trono y el Cordero; y es así como la adoración verdadera se convierte en única y universal, y de ella participamos los que estamos en la tierra y los que están en el cielo. 2. Palabra profética ♦
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Visión de algo fino y muy luminoso que cae sobre los adoradores. Palabra: “Son las bendiciones que derramo sobre los que se postran a mis pies; por eso mi corazón se encoge de dolor al ver el rechazo que hay a la adoración, al ver cómo mis hijos pierden tanta bendición, tanta transformación y tanta santificación que yo llevaría a cabo sobre ellos si me adoraran”. “Los bienaventurados que hay ante mi Trono participan de mi gloria por toda la eternidad. A vosotros todavía no os ha llegado el momento, solamente vislumbráis destellos de mi gloria. Os necesito para trabajar en mi Reino. Tenéis que ser antorchas encendidas en medio de las tinieblas del mundo, pero los vientos huracanados quieren apagar vuestra llama. Permaneced en pie. Vigilad y orad continuamente. Lo tenéis todo en contra, pero yo, el Señor, estoy con vosotros.” .
TEMA 38. ADORAR EN ESPIRITU (I) "Los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,23-24). 1. Reflexión El hombre está llamado a la adoración a Dios por naturaleza, porque la adoración es algo inseparable de su condición de criatura. Así como Dios no puede ser nunca adorador de nada ni de nadie porque es Dios, del mismo modo el hombre debe adorar a Dios porque es hombre. Podrá hacerse preguntas acerca de cómo adorar, dónde adorar o cuándo adorar, pero nunca si debe adorar. Los descendientes de Abraham sabían que debían adorar a Dios, pero no estaban de acuerdo sobre dónde hacerlo. Para los samaritanos el monte Garizim era el lugar en que Dios debía ser adorado; los judíos creían que el templo de Jerusalén era el único sitio apto (Jn 4,20). Interviene el Señor y dice: "Viene la hora, y ya es llegada, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad" (Jn 4,23-24). Lo que viene a decir es que antes de él se daba toda la importancia a los sitios donde se adoraba, pero a partir de él lo realmente importante es que se adore en espíritu –o en Espíritu- y en verdad. La primera regla es adorar en espíritu. Si todos estamos llamados a la adoración y de modo particular los discípulos de Jesús, se supone que deberíamos saber qué es adorar en espíritu y tener experiencia de esta calidad de adoración. ¿Pero es así? El nuevo estilo no significa que haya que desechar los conocimientos antiguos de la adoración, ni que sea una novedad el aspecto espiritual, del que ya hablaron los profetas al escribir estas palabras inspiradas por el Señor: "Ese pueblo se me ha allegado con su boca y me han honrado con sus labios, mientras que su corazón está lejos de mí y el temor que me tiene son preceptos enseñados por hombres" (Is 29,13). El Maestro nos da a entender que el lugar es lo menos importante para adorar, y en ningún caso es una condición esencial, sino que la adoración debe estar al alcance de cualquiera y en cualquier parte, porque es para "toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9) Habrá lugares que inviten más que otros a la adoración, pero es necesario echar fuera la idea de que la adoración depende de un lugar físico concreto. Lo que sucede es que adoración de la Nueva Alianza supera en todo a la antigua. El conocimiento, la cercanía y sobre todo la comunión con el Espíritu Santo que los nuevos tiempos ponen al alcance del hombre nos colocan en situación de adorar desde dentro, porque el cristiano es una nueva criatura que “está en Cristo” (2 Co 5,17) porque "tiene el Espíritu de Cristo" (Rm 8,9), algo que tal vez jamás sospecharon los profetas, a pesar de que fueron ellos los que anunciaron los tiempos del Espíritu cuando dijeron: “Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne.. Hasta en los siervos y las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Jl 3,1-2). 2. Palabra profética ♦
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"Cuando reconocéis vuestra debilidad, yo os hago fuertes. Vuestra fuerza no está en vuestras seguridades, ni en vuestra inteligencia, ni siquiera en las obras de poder; os hago fuertes cuando os postráis ante mí y dejáis que mi Espíritu se una al vuestro. Una vez más os quiero recordar que nada os pertenece, que todo es don y que todo lo habéis recibido gratis. Dejad que mi Espíritu actúe a través de vosotros en todo, dejad que se una a vuestro espíritu y os capacite para trabajar con efectividad en mi Reino. Aprended a doblegar vuestro espíritu a mis pies. Buscad tiempos de estar postrados, si queréis dar fruto" . “¡Cuántas situaciones cambiarían, si mis hijos pasaran más tiempo postrados a mis pies!”
TEMA 39. ADORAR EN ESPIRITU (II) "Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,7). 1. Reflexión A partir de Cristo no sólo tenemos un nuevo conocimiento del Espíritu Santo, -lo cual sería muchosino que tenemos nueva experiencia del Espíritu y somos testigos de la obra que él realiza en nosotros en nombre del Señor Jesús, que prometió pedirlo al Padre para los discípulos con el fin de que estuviera con nosotros para siempre. Él es el que nos capacita para la nueva adoración. •La adoración cristiana está integrada en las nuevas corrientes de agua viva de que Jesús hablaba a sus discípulos: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que crea en mí, como dice la Escritura: `De su seno correrán ríos de agua viva'. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn 7,37-39). El Espíritu Santo hace de nuestro corazón un templo interior donde podemos dar culto a Dios y rendirnos en adoración a él. •Porque el Espíritu nos hace hijos de Dios, pues "se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8.16), podemos adorar a Dios no sólo como criaturas, sino como hijos, desde la nueva naturaleza, la nueva vida, la nueva dignidad y el nuevo gozo que supone ser y sabernos hijos suyos. Y como el Espíritu nos injerta en Cristo por el bautismo, Cristo es también nuestra plataforma de adoración al Padre mientras permanecemos fieles a él, porque se ha hecho realidad aquella palabra de Jesús que decía: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). •Nuestra adoración, como toda nuestra relación con Cristo y con el Padre siempre que vivamos en docilidad a él, está dirigida y orientada por el Espíritu, que clama: "¡Abbá, Padre!" (Ga 4,6). •Nuestras relaciones con Dios están gobernadas por el mismo principio: "Por él (Cristo) unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18). Algo que referido a la adoración podría enunciarse así: Por él (Cristo) unos y otros podemos adorar al Padre "en espíritu" (Jn 4,24) y en "un mismo Espíritu" (Ef 2,18), porque el Espíritu Santo "se une a nuestro espíritu" (Rm 8,16). El grado de unidad entre nuestro espíritu y el Espíritu de Dios es determinante a la hora de rendir a Dios nuestra adoración. A medida que nuestro espíritu esté más sometido al Espíritu de Dios, la adoración crecerá en calidad, porque será más en espíritu, más desde el corazón. La verdadera calidad de la adoración se mide en el espíritu, más allá de las expresiones físicas y de la participación intelectual. La verdadera adoración cristiana no sigue el esquema desde fuera hacia dentro sino que parte desde lo más profundo de nuestro ser, desde la comunión de nuestro espíritu con el Espíritu de Dios. Esto significa que es imposible la adoración verdadera, si nuestro espíritu no tiene la vida que le da el Espíritu de Dios, a la cual tenemos acceso por la conversión y el nuevo nacimiento, y que mantenemos después mediante nuestra lucha contra el pecado y nuestra vida bajo el señorío de Jesús. 2. Palabra profética •Visión durante la adoración: un grupo de personas caminando hacia una montaña de la que sale una luz muy potente. Entre ellos algunos llevaban grandes cargas y ropajes muy gruesos y oscuros. Había momentos en que se postraban en tierra para adorar. Cuando se levantaban avanzaban mejor, porque habían dejado algo de su carga y se sentían más ligeros. Palabra: "Cuando mi pueblo se postra delante de mí, cuando me adora en espíritu y verdad, llevo a cabo mi transformación en él. Compartid esta experiencia a otros. Y si en algún momento dudáis de la utilidad del tiempo que pasáis a mis pies, recordad que es aquí donde tomáis fuerzas para caminar y donde dejáis vuestras cargas con más facilidad".
TEMA 40. ADORAR EN VERDAD (I) Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad” (Jn 17,17). 1. Reflexión La experiencia nos demuestra que la Humanidad navega por el océano de la vida azotada sin cesar por las turbulencias del engaño y la mentira. ¡Qué difícil es saber dónde está la verdad, quién habla con verdad o hasta dónde es verdadera una noticia! La mayoría de las personas no están entregadas precisamente a la búsqueda de la verdad, sino que están movidas más bien por el interés. Y cuando del interés se trata, en opinión de muchos sólo hay que ser respetuoso con algunas verdades fundamentales mientras se puede pasar olímpicamente de las que en su opinión son pequeñas mentiras, que usan sin rubor en beneficio propio siempre que pueden. El mundo es un campo de batalla donde se enfrentan la verdad y la luz contra la mentira y las tinieblas, el Verdadero y sus seguidores contra el Mentiroso y sus esclavos. Sabemos que las palabras de Dios “son verdad” (2 S 7,28) y que la verdad se ha encarnado y manifestado en Jesucristo. El mal entró en el mundo como consecuencia de una victoria del Mentiroso y sus mentiras. Desde entonces la guerra entre la verdad y la mentira está declarada y se mantendrá activa hasta el final de los tiempos. Al hombre sólo le queda decidirse de parte de quién está y ser consecuente con su decisión. Dios es la verdad por naturaleza; ni hay engaño en él ni puede engañarnos. La revelación nos re cuerda con frecuencia esta realidad. El salmista confiesa: “Todos tus mandamientos son verdad ” (Sal 119,86); proclama su grandeza cuando exclama: “Hasta las nubes tu verdad” (Sal 36,6); y la pide a Dios consciente de su necesidad: “Envía tu luz y tu verdad, ellas me guíen, y me conduzcan a tu monte santo, donde tus Moradas” (Sal 43,3). Juan da un paso adelante y nos habla de la verdad que se manifiesta en Cristo: "La ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Jn 1,17), al que reconoce como “Hijo único, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). Jesús ya advirtió en relación a este tema dos realidades de gran importancia: a) que “el mundo entero yace en poder del Maligno” (1 Jn 5,19), que es “el Príncipe de este mundo” (Jn 12,31), b) y que ”no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44). El Maestro, sin embargo, dice de sí mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí" (Jn 14,6). Con esta expresión tan breve nos dice claramente que no podemos ser verdaderos adoradores sino estamos en él, que es la verdad, ni podemos acercarnos al adorar al Padre más que por él que es el Camino. Si queremos una razón más, recordemos que son inseparables el Espíritu y la verdad, porque el Paráclito es “el Espíritu de la verdad” (Jn 14,17). 2. Palabra profética ♦
“Escucha, pueblo mío: De nuevo quiero hablarte al corazón. Ponte a mis pies y escucha mi voz. Cuando te postres ante mi presencia en espíritu y en verdad, verás el amor que te envuelve y la paz que pongo en tu corazón, sentirás mi presencia y te gozarás ante mí. Yo te llamo a adorarme en el silencio. Póstrate a mis pies y adórame como a tu único Dios, como a tu único Señor. Entonces recibirás bendiciones que nunca has imaginado, consuelos que nunca has soñado, respuestas que nunca has esperado; porque cuando estás cerca de mi corazón es cuando yo te puedo hablar, bendecir y comunicar de corazón a corazón. No tengas miedo ni pienses que esto no es para ti; mi llamada es para todos, especialmente para los sencillos y para los humildes. Has de saber que al tiempo que yo te llamo, también te capacito para que respondas, porque mío es el poder, mía es la gloria y todo es mío.
TEMA 41. ADORACIÓN EN VERDAD (II) “Tu Palabra es verdad”. (Jn 17,17) 1. Reflexión La adoración tiene que ver con la presencia de Dios, el Verdadero, donde sólo hay lugar para la verdad. Sabemos que la verdad no está en nosotros cuando estamos en el engaño o la mentira territorio enemigo- o cuando estamos ciegos: Pilato tuvo la Verdad ante él y dialogó con el Verdadero, pero su ceguera y su falta de interés por conocer la verdad, le privaron de descubrirla. Por eso se limitó a pronunciar la más necia de las preguntas en esa circunstancia: “¿Qué es la verdad?” (Jn 18,38). ¿Qué significa o cómo interpretar la afirmación de Jesús de que a partir de él hay que adorar ‘en verdad’? La respuesta es doble: una de ellas tiene que ver con el hombre y la otra con el mismo Jesucristo; la convergencia de ambas nos dará este resultado: adora en verdad aquel adorador que lo hace desde una posición de total y auténtica integración y permanencia en Cristo. En oposición a ‘en Espíritu’, que viene a significar el lugar de la adoración, con la expresión ‘en verdad’ Juan viene a afirmar que ese lugar se ha hecho realidad en Jesucristo. En definitiva, la adoración en espíritu y en verdad significa la adoración de Dios tal como se ha hecho posible por la revelación de Jesucristo. Él es el nuevo templo, en el que Dios puede ser adorado de la forma que le corresponde. Adorar en Espíritu y en verdad requiere por parte del adorador una búsqueda activa de la verdad. No sentirse bajo la acusación de una mentira real no es suficiente; es importante, pero es sólo la primera parte. Nuestra impresión tiene que ser subjetiva y objetiva: pensamos que no estamos en la mentira o el engaño, pero esta impresión tiene que ser cierta. ¿Hasta qué punto somos capaces de saber si estamos en la verdad? Conocemos el principio: permanecer en el Verdadero es garantía de permanecer en la verdad; pero tenemos dos problemas: a) no se trata sólo de permanecer o no permanecer, sino del grado de permanencia, b) la dificultad para conocerlo por tratarse de una realidad espiritual que no se puede medir ni pesar experimentalmente. Además existe en el hombre una tendencia a construir cierta mentira en torno a ti mismo o, en el mejor de los casos, a no buscar con interés la verdad. Como en tantas situaciones de nuestra relación con Dios, la actitud de nuestra voluntad está en el principio de todo. Tendríamos que empezar siendo conscientes de la importancia que tiene la verdad ante Dios, -y no sólo para el caso de la adoración-, y preguntarnos luego cómo valoramos la verdad. ¿Podríamos hacer nuestra, por haberla experimentado, la afirmación del salmista cuando dice: “Tú amas la verdad en lo íntimo del ser” (Sal 51,8)? ¿Hemos tomado en serio la Palabra del Señor cuando dice: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad” (Jn 8,32)? ¿Qué responderíamos si nos preguntaran si hemos aprendido a renovar el espíritu de nuestra mente y a revestirnos del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y la santidad de la verdad (Ef 4,23-24)? Nuestra colaboración y nuestro esfuerzo para estar en la verdad pasan por amar la verdad, buscarla de corazón, pedirla a Dios con todas nuestras fuerzas, guardarla y defenderla como un gran tesoro, y alimentarnos de la Palabra que nos trae la verdad de Dios y nos acerca al Verdadero. 2. Palabra profética ♦
“Os estoy confirmando como verdaderos adoradores, pero no para que os quedéis aquí, no para que os gocéis solamente vosotros en la adoración, sino para fortaleceros, para que vayáis a hablar a mi Iglesia, para que desde la experiencia que os estoy dando vayáis a hablar a los que han cambiado la adoración por otras cosas, y se han dejado invadir por la oscuridad del mundo, a los que han cambiado el estar postrados a mis pies por hacer otras cosas que cada vez los alejan más de mí. No olvidéis que hoy os estoy confirmando en la adoración, que hoy os estoy haciendo unos verdaderos adoradores para que salgáis y mostréis a otros lo que yo os he dado”.
TEMA 42. ADORAR EN FE (I) “Acerquémonos con confianza al trono de gracia" (Hb 4,16). 1. Reflexión La Escritura dice: "Sin fe es imposible agradarle, pues el que se acerca a Dios, ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan" (Hb 11,6). Creo que esta afirmación también es válida cambiando una sola palabra: sin fe es imposible adorarle, pues el que se acerca a Dios, ha de creer que existe y que recompensa a los que le buscan. La adoración no tiene sentido al margen de la presencia de Dios, pero no podemos percibirla mediante los sentidos; por eso resulta imprescindible la fe, que es el vínculo de enlace de las realidades espirituales con el hombre según su definición: “prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11,1). No basta que aceptemos como verdades las realidades que no se ven, sino que es necesario que las traslademos a la experiencia de la vida y hacerlas vida desde la fe. Y aquí está la dificultad. Si decimos que la adoración tiene que ver con la presencia de Dios, el primer problema que hemos de tratar es cómo acercarnos en fe a esa presencia de Dios, cómo alcanzar una relación suficiente que pueda provocar en nosotros la adoración. El hombre de fe responde a la palabra del Señor obedeciendo y poniéndose en marcha, como Abraham que no hizo preguntas cuando Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12.1). En el caso de la adoración creemos y respondemos a aquella palabra que dijo el Señor: “Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (MT 6,6). Porque creemos en la presencia del Señor, le adoramos; y porque le adoramos, el Señor responde luego a su modo. Durante nuestro paso por la tierra la adoración tiene que hacerse desde la fe y esto supone un esfuerzo constante para nosotros; en la adoración de los bienaventurados la fe ha dado paso a la visión, que elimina todo esfuerzo y da carácter de continuidad a la adoración por la fuerza de la presencia de Dios en su gloria, su majestad, su santidad. Sin fe no sería posible la adoración en la tierra, porque es ella la que en definitiva nos acerca al Dios que queremos adorar. La fe es el fundamento de la vida cristiana, como nos da a entender la Palabra revelada cuando dice: “Mi justo vivirá por la fe; mas si es cobarde, mi alma no se complacerá en él” (Hb 10,38). No puede ser de otro modo en el caso de la adoración, en la que tampoco podemos esperar que el Señor se complazca en nosotros si no vamos con fe y adoramos con fe, siguiendo el ejemplo de Moisés, que “se mantuvo firme como si viera al invisible” (Hb 11,27). 2. Palabra profética Visión durante la adoración: un grupo numeroso de personas que van caminando, cantando y llevando en alto una bandera. Su paso es firme y seguro; no se detienen ante nada, porque van a la lucha. Un inmenso ejército de ángeles acampa cerca de ellos. La primera línea de ese grupo está formada por los intercesores, que son la avanzadilla de la expedición. Se oyen cánticos de alabanza, expresados con gran armonía y unidad, que dicen: “Nuestro Dios es fuerte, la victoria es de nuestro Dios, gloria a nuestro Dios...” Los enemigos están esperando el enfrentamiento. Cuando han visto que los combatientes caminan hacia ellos con paso firme y en fe, han empezado a lanzar una especie de dardos con la intención de tocar sus mentes para distraerlos y apartarlos de ese lugar, pero algunos ángeles se han adelantado, los han ungido y han hecho en su frente la señal de la cruz. Palabra: “Aquí en la adoración os preparo para la lucha. Los intercesores vais a la cabeza. Si vosotros os detenéis mis ángeles se detendrán; y si avanzáis mis ángeles os acompañarán. Lo que vosotros hagáis hecho quedará, pero lo que no lleguéis a realizar, se quedará sin realizar. Aunque no lo entendáis, caminad en fe. Vuestro grito de guerra será la alabanza, y mi Palabra será vuestra espada”
TEMA 43. ADORAR CON FE (II) “El justo vivirá por la fe” (Ga 3,11), 1. Reflexión La máxima facilidad para la adoración sería sin duda la visión, el encuentro en plenitud de nuestra realidad personal con la presencia de Dios. Y por la misma razón, la máxima dificultad es la ausencia de visión. El hecho es que “mientras habitamos en el cuerpo, vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión” (2 Co 5,6-7). La fe es la respuesta al problema. Donde hay visión no es necesaria le fe; donde no hay visión, la fe es imprescindible. La adoración requiere fe en la presencia de Dios, en sus atributos, en su deseo de encontrase con los hombres y recibir su adoración, en su deseo de bendecirnos mientras adoramos, en su deseo de hacernos partícipes de su gloria... En cierto modo la fe pone a nuestro alcance la presencia de Dios. Hay un paralelismo entre fe y adoración cuando pensamos en el crecimiento cristiano, de tal manera que ambas crecen a la vez: a poca fe, adoración pobre; a más fe, mejor adoración. Esto nos lleva a una conclusión: si queremos saber cómo es nuestra adoración, examinemos nuestra fe; si queremos que nuestra adoración crezca en calidad, tendremos que esforzarnos también para que crezca nuestra fe. Pero ¿qué podemos hacer para que crezca? - Actitud de fe. La actitud nos lleva a caminar con los ojos puestos ininterrumpidamente en el Señor, “de fe en fe” (Rm 1,17). La carta a Hebreos nos da una respuesta firme: “Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hb 12,1-2), Apartar la mirada de él puede llevarnos, como a Pedro andando sobre las aguas (Mt 14,27-31), a hundirnos. - Pedir la fe. La fe es el cimiento de todo proceso espiritual. Un cimiento pequeño sostiene un edificio pequeño, mientras para un rascacielos. hará falta un gran cimiento. Si no tenemos fe, pidamos la fe; si tenemos fe, pidamos el aumento de fe. Si creyéramos que la fe es “más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego” (1 P 1,7), la desearíamos de todo corazón y la pediríamos sin cesar. ¿Tendremos que empezar pidiendo fe en la fe? - Practicar la fe. Todos los hombres de Dios han sido practicantes de la fe. Abraham confió en el Señor cuando le dijo que saliera de su casa “sin saber a dónde iba” (Hb 11,8) y su fe fue creciendo hasta llegar a aceptar el sacrificio de su hijo, porque “pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos” (Hb 11,19). - Profundizar la fe. Hay mucha diferencia entre la fe de un recién convertido y la de San Pablo, por ejemplo. El primero apenas puede confesar su fe, mientras Pablo puede decir: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga 2,20). El conocimiento de la Palabra y la oración, entre otros medios, nos ayudarán a profundizar nuestra fe. - Confesar la fe. Sabemos que cuando repetimos insistentemente algo en lo que no creíamos, terminamos por creerlo; y si lo creíamos, lo creemos más. Cuanto más confesamos y repetimos nuestra fe en las verdades reveladas, más creemos en ellas. - Defender la fe. Cuando nuestra fe es puesta a prueba y superamos la prueba, crece. El apóstol Santiago dice: “Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por toda clase de pruebas, sabiendo que la calidad probada de vuestra fe produce la paciencia en el sufrimiento” (St 1,2-3). 2. Palabra profética. "Recordad que no es lo mismo caminar en la oscuridad de la fe que bajo la oscuridad del pecado. Cuando estabais en las tinieblas os faltaba la paz, el gozo, la vida. Y ahora, aunque tengáis que caminar apoyados en la fe y en mi Palabra, aunque no veáis nada ni entendáis, tenéis la paz de mi Espíritu. Mirad qué grande es la diferencia”.
TEMA 44. ADORAR CON ESPERANZA (I) Una es la esperanza a la que habéis sido llamados (Ef 4,4) 1. Reflexión ¿Puede tener la esperanza relación con la adoración que los cristianos hacemos en la tierra? Creo que podemos aducir al menos dos razones para dar una respuesta afirmativa. En primer lugar, la vida del cristiano, -incluida la adoración- está toda ella marcada por la limitación y animada por la esperanza, que nos hace ver y entender el ahora como tiempo de preparación y de camino hacia una posesión en plenitud de los bienes eternos; en segundo lugar, nuestra propia experiencia nos muestra cómo la adoración en la tierra está fundada en la fe y sostenida por la esperanza, porque nuestra relación actual con el Dios santo es sólo una “sombra de lo venidero” (Col 2,17), mantenida por "la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente" (Tt 1,2). La esperanza se manifiesta en una espera concreta y personal que, a pesar del "todavía no" de la realización de la salvación, mira hacia adelante con confianza e impaciencia. El que espera, confía que Dios, por razón de su fidelidad, no defraudará la espera que suscitó por medio de su palabra. Por eso, quien vive en esperanza puede animarse a sí mismo diciendo como el salmista: "¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios" (Sal 42,6). En la adoración, como en todo el proceso de la salvación, el "ahora" se junta el "todavía no"; como dice el apóstol Juan: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es" (1 Jn 3,2). Ése es el secreto final de la adoración: verle tal cual es. Ahora, sin embargo, al mismo tiempo que "tenemos" a Cristo y "estamos en él", la experiencia nos muestra que no podemos dejar de esperarlo y aguardarlo. Así, mientras estamos viviendo la experiencia de caminar hacia la muerte. se puede afirmar algo aparentemente contradictorio, como aquella afirmación de la Palabra que dice: "Habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" (Col 3,3). Algo así sucede con la adoración: la estamos viviendo realmente, pero aún no se ha manifestado como será. Apoyándonos en el texto anterior de Juan, podríamos afirmar también: “Ahora somos adoradores, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos”. Y entretanto, nos mantenemos en nuestro sitio apoyados en la fe y confortados por la esperanza. Además, mediante la confianza y la humildad la esperanza se convierte en espera paciente, perseverante, capaz de sobrellevar las dificultades. El adorador se postra ante la presencia de Dios por la fuerza de la fe; luego, la esperanza le hace sentirse cada día un poco más cerca de la meta hacia la que camina, mientras el Señor responde a sus esfuerzos y le hace experimentar lo que dijo el profeta: "A los que esperan en el Señor, él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse" (Is 40,31). También los verdaderos adoradores, por la fuerza de la fe y la esperanza, se acercan al Trono con alas como de águilas, corren sin fatigarse y adoran sin cansarse. 2. Palabra profética ♦
Durante el tiempo de adoración: “Os estoy conduciendo hacia la tierra prometida. La duración de este camino dependerá de vuestra fidelidad a la adoración y la intercesión. Os saldrán enemigos y obstáculos que tratarán de haceros regresar atrás, hacia las seguridades. Recordad que yo os he dado mi Palabra y que mi Cruz los ha vencido y los ha derrotado. Por eso, todos los obstáculos que os salgan tenéis que vencerlos con mi Cruz y mi Palabra, pero siempre ocupando este lugar. No vayáis por vuestra cuenta. La fuerza os la doy yo aquí. Tiempos esplendorosos veréis, si camináis en santidad y fidelidad".
TEMA 45. ADORAR CON ESPERANZA (II) "Nuestra salvación es objeto de esperanza" (Rm 8,24). 1. Reflexión La plenitud de la adoración es en esperanza. Ahora adoramos parcialmente apoyados en la fe y la esperanza, pero la adoración perfecta será desde la visión y la posesión de Dios, porque la fe y la esperanza ya habrán pasado. La adoración absoluta y eterna, sin trabas ni limitaciones, ya no será adoración en esperanza, porque ya no habrá nada que alcanzar ni esperar. Nuestra adoración puede ser ahora real y verdadera, pero no deja de ser imperfecta y limitada, pues también a ella se puede aplicar la palabra que dice: “cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo imperfecto” (1 Co 13,10). Por eso la esperanza de la adoración celestial es a la vez garantía de llegar a alcanzar lo que aún no poseemos y estímulo que nos anima a caminar hacia una plenitud en la que creemos, pero que todavía no hemos alcanzado. El cristiano es caminante hacia una morada fuera de este mundo, y durante su andadura se encuentra con dificultades de toda clase. Por eso necesita también recursos que lo capaciten para vencer tantas dificultades; uno de estos recursos es la esperanza. ¿Nos imaginamos qué sería el cristianismo sin esperanza? ¡Sensación de caminar hacia el vacío! Por eso, Pablo proclama: “Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres” (1 Co 15,19). Y, al pesar en la balanza de la verdad las carencias que tenemos frente a la oferta de la esperanza, la contemplación en espíritu de lo que nos espera cierra el paso a cualquier grado de desánimo, porque vivir en esperanza es el modo de abandonar la tristeza, como nos recuerda también el apóstol Pablo: "No os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza" (1 Ts 4,13). Esta esperanza es firme porque tiene su raíz en la persona de Jesucristo. El Apóstol Pedro bendice a Dios porque la verdadera esperanza está fundada en él: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien... mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible... reservada en los cielos para vosotros" (1 Pe 1,3-4). Su garantía es “el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,5), y "nos mueve a aguardar por la fe los bienes esperados por la justicia" (Gal 5,5). Nuestra adoración en la tierra se construye en el ahora limitado que tenemos a nuestro alcance, donde la adoración se sostiene en la voluntad fortalecida por la fe, y se alimenta de la esperanza en la adoración celestial a partir del día en que, purificados por la sangre de Jesús “que nos purifica de todo pecado” (1 Jn 1,7), nos unamos a la muchedumbre inmensa de adoradores “de toda nación, razas, pueblos y lenguas que están delante del Trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (Ap 7,9). Entretanto nos sería muy útil seguir el consejo de la palabra revelada y asirnos “a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como sólida y segura ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo” (Hb 6,18-19). 2. Palabra profética ♦
Visión durante la adoración: Un taller de herrería. Al fondo está la fragua donde se calienta el hierro para ser trabajado, así como el yunque y el martillo donde se modela. El Señor nos dice que mucho amor demuestra quien se deja meter al fuego y se deja modelar. Y eso es lo que nos pide a sus discípulos: que nos dejemos modelar por él. En este tiempo de adoración el Señor adelanta su trabajo en nosotros, porque estamos en situación de que nos modele. El fuego de la adoración es el que nos resulta menos incómodo, porque no es doloroso; pero aun así, pocas veces nos dejamos modelar por el Señor en él, porque pocas veces venimos con todo el amor que el Señor está esperando de nosotros.
TEMA 46. ADORAR CON AMOR (I) “En las palmas de mis manos te tengo tatuada, tus muros están ante mí perpetuamente” (Is 49,16) 1. Reflexión Si “Dios es amor” (1 Jn 4,8) y, por añadidura, nos ama infinitamente, es inconcebible que Dios pueda querer con el hombre una relación fría y carente de amor. Para que esto fuera posible, Dios debería ser capaz de dejar de lado su amor por un tiempo; pero entonces dejaría de ser Dios. Por la misma razón Dios quiere que todo acercamiento del hombre hacia él sea en amor. Conoce las dificultades que tenemos, conoce nuestras limitaciones y carencias, pero no por eso deja de querer que nos acerquemos a él con todo el amor que podamos. Tan cierto es esto que no ha dudado en hacernos partícipes de su amor, derramándolo en nuestros corazones (Rm 5,5), para que podamos acercarnos por la fuerza de su amor, que suple la debilidad del nuestro. El Señor dijo a la mujer samaritana: “Los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Jn 4,23). Sería suficiente esta enseñanza del Maestro para comprender que el amor es inseparable de la adoración y que donde no hay amor no puede haber adoración, aunque haya muchos y significativos signos externos, porque el Espíritu y el amor son inseparables. Y si pensamos que adoración y amor son dos fuerzas poderosas que nos empujan hacia Dios, es normal pensar que aúnen sus esfuerzos y no cesen de estimularnos hasta que la adoración sea encuentro imprescindible cada día entre Dios y el hombre en clima de amor, donde la criatura vierte su pequeño amor a los pies de su Creador, y el Creador introduzca a la criatura en la nube de su amor infinito. Si amamos a Dios, la adoración será expresión y respuesta de amor; pero, si no lo amamos o nuestro amor es muy débil, la adoración es prácticamente imposible, porque es vista como una carga y una obligación con la que no hay más remedio que cumplir. Si hay adoración en amor -y si no es así no es verdadera- el adorador no puede pensar nunca en la adoración como en una carga, sino como en un don de Dios, en un favor divino que no podrá nunca agradecer lo suficiente. Y visto así, ¿qué importa que la llamada a la adoración sea a una hora o a otra, en un lugar o en otro, que nos cueste más o menos esfuerzo? El verdadero cristiano es alguien que ama de verdad, es decir, que ama a Dios en primer lugar y sobre todas las cosas. Cuando esto sucede, la adoración es tan necesaria para él como el alimento para el cuerpo o el agua para los peces, porque la adoración es necesidad de presencia y comunión entre el Dios que ama y el hombre, que es quemado en su amor. El amor con que se empieza no será el mismo que el amor posterior, porque el amor crece con la relación y el conocimiento, sobre todo cuando el otro es tan digno de amor como Dios. A medida que el amor crezca, crecerá la calidad de la adoración, porque el adorador se encuentra con Dios más interiormente, más en el corazón del amor. 2. Palabra profética ♦ ♦
Palabra durante la adoración: "Mi Padre -vuestro Padre- os mira con ternura, os mira a cada uno con amor cuando os ve postrados en adoración a mis pies. Entonces el amor de mi Padre os está envolviendo y el silencio de vuestro corazón os invita a oír mi voz dentro de él. Visión de unos vasos comunicantes durante la adoración. El Señor nos da a entender que durante la adoración nos comunica su amor, su paz, su gozo. Somos invadidos por su presencia. Todo lo nuestro es asumido y transformado por él. Por eso nos hace ver que la adoración es el taller de la transformación. Sólo desde aquí, al ser invadidos por su amor y su presencia, podemos interceder, y sólo la intercesión hecha en él y desde él es válida, porque ésa es la que escucha el Padre.
TEMA 47. ADORAR CON AMOR (II) “Dad gracias al Dios de los cielos, porque es eterno su amor” (Sal 136,26) 1. Reflexión El amor no es una cualidad de la que Dios pueda prescindir o disponer a su antojo, como quien se pone o se quita una prenda de vestir, sino algo esencial y permanente, que le hace ser como es. Algo parecido podemos decir del hombre al que Dios ha creado a su imagen. Creado por amor y para vivir en comunión de amor con Dios, necesita vivir en amor y comunicarse con su creador en clima de amor siempre que se relacione con él, como en el caso de la adoración. Su problema es que no siempre está en condiciones de comunicarse con Dios en amor porque, para desgracia suya, tiene posibilidad de estar o no estar viviendo en amor y, si no tiene amor, no puede acercarse a Dios empujado por él ni ser sostenido por él. Esto es aplicable a cualquier encuentro del hombre con Dios, pero en especial a los que tengan el carácter de íntimos como es el caso de la adoración. Por eso, en un adorador tiene que ser motivo de atención constante el nivel de su amor a Dios, ya que de él depende la calidad de todas sus relaciones. El primer defecto podemos encontrarlo en la base del amor, en no tomarnos en serio la Palabra de Dios que nos dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu fuerza” (Dt 6,5). El engaño en la aceptación y cumplimiento de este mandato echaría por tierra cualquier intento de verdadera adoración. Podemos faltar a este mandato bien porque no lo acogemos como es, en su plena realidad, o bien porque no nos esforzamos en llevarlo a la práctica como nos pide, a pesar de que no negamos su contenido ni tratamos de atemperarlo. Recordemos que amar es en primer lugar querer amar, es decir, el amor se mide ante todo por la actitud de la voluntad en relación a la aceptación y esfuerzo para poner en práctica el mandato del amor. Si queremos amar con todas nuestras fuerzas, no dudemos que tendremos fallos a la hora de la verdad; pero si queremos amar a nuestro modo y medida, es probable que nunca lleguemos a amar de verdad. Ahí está el problema principal de la adoración del cristiano. Y si alguien tiene duda que escuche la palabra de Dios, que insiste sobre lo mismo en numerosas ocasiones. ¿Hemos aceptado que amar a Dios es, ante todo, obedecer a Dios? Escuchemos al Maestro: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14,15). No sólo eso. Amar a Dios sin engaño abre la puerta a la comunión en el amor de Dios: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Y el apóstol Juan insiste: “En esto sabemos que le conocemos (que tenemos una relación correcta con él y permanecemos en él): en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él” (1 Jn 2,3-5). Los hombres tenemos a veces la manía de intentar ajustar la Palabra de Dios a nuestra conveniencia, como si se tratara de un traje, y caemos en el error gravísimo de creer que podemos hacerlo impunemente y que todo va a seguir igual; por añadidura, no somos conscientes de la situación de engaño en que voluntariamente nos hemos metido y de la que nos va a ser difícil salir porque la hemos aceptado libremente y porque nos encontramos a gusto en ella. Y, por supuesto, una adoración en estas condiciones no pasará de ser una representación espiritual carente de verdad y de amor. 2. Palabra profética ♦
“Es aquí, a mis pies, en adoración, cuando yo puedo moldear vuestro barro, puedo ir haciendo de vosotros las filigranas que quiero que seáis. Aquí, mi amor os hace suaves como la cera, y mi mano os va dando la forma. No dejéis de estar a mis pies. Aquí hago de vosotros criaturas nuevas. Muchos lugares he preparado para mis elegidos, pero están vacíos porque están ocupados en otras cosas. No hagáis vosotros lo mismo. Venid y mitigad el dolor de mi corazón por tanto pecado, por tanto sufrimiento, por tanta injusticia” .
TEMA 48. ADORAR EN SANTIDAD (I) “Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti” (Ap 15,4) 1. Reflexión Dios es santo, pero el hombre es pecador. La perfección es propia y exclusiva de Dios, la santidad y Dios son inseparables; por eso, cuando Dios se hace presente al hombre, lo hace en su santidad y puede presentarse a sí mismo diciendo: "En medio de ti soy el Santo" (Os 11,9). El salmista confiesa: "La santidad es el adorno de tu casa" (Sal 93,5). Y en la visión de Juan “los cuatro Ancianos... repiten sin descanso día y noche: ‘Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a venir" (Ap 4,8). Por el contrario, el hombre es pecador y su morada natural es el pecado. Las palabras de Juan no dejan lugar para la duda: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1,8). ¡El Santo y su santidad frente al pecador y su pecado! Sin santidad no hay intimidad con Dios. Sabemos que Dios quiere tener relación con el hombre; más aún, quiere una relación profunda, íntima, en el plano trascendente de la vida, donde no haya nada que pueda interponerse entre él y el hombre. Pero surge un problema de inmediato: ¿Cómo es posible ninguna armonía, ni siquiera superficial entre el Santo y el pecador, entre Dios y el hombre, si el pecado se interpone entre ellos? El salmista se formula la misma pregunta: "¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién podrá estar en su recinto sacro?” Y luego responde: “El hombre de manos inocentes y puro corazón" (Sal 24,3-4). Sólo puede permanecer ante él quien está santificado. Por eso, al elegir a un pueblo para que sea suyo, Dios le da también el mandato de la santidad y les dice: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lv 19,2). ¿Es posible la santidad? Si Dios es santo, si sólo en santidad podemos acercarnos a él para adorarle y tener comunión con él, y si Dios nos llama a esa relación, será porque el hombre pecador podrá adquirir de algún modo la santidad que no tiene y necesita; en caso contrario Dios no podría darnos el mandato de la santidad. El mandato que Dios da a Israel en la antigua alianza se renueva con mayor exigencia en los nuevos tiempos. Zacarías habla de un futuro en que “podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de él todos nuestros días” (Lc 1,75); y el apóstol Pedro nos hace saber que sigue en vigor el antiguo mandato de la santidad: “Así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo” (1 P 1,15-16). Dios llama a la santidad; llama a todos a la plena santidad, a una santidad propia de sus hijos; con todos desea comunicarse de una manera íntima y cordial; y se comunicaría con nosotros, si le correspondiésemos y no ofreciéramos resistencia; en todos quiere tener sus delicias y a todos nos haría capaces de gustarlas, si no se lo impidiésemos con nuestra rebeldía, nuestra desobediencia y nuestras infidelidades. Pablo nos recuerda que Dios nos llamó a la santidad ( (1 Ts 4,7), que “ésta es la voluntad de Dios vuestra santificación” (1 Ts 4,3), y finalmente que “nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1,4). 2. Palabra profética ♦
“Practicad cada día vuestra fe. Abrazad mi cruz y caminad. Yo os acompaño. Abrid los ojos de la fe y veréis que caminar conmigo en la cruz, es un privilegio que yo hago a los que amo, es una manifestación de mi amor hacia vosotros. Poned vuestra fe en marcha. Mi cruz sirve para humillaros y santificaros. Recordad que la misión que os he encomendado, sólo se puede llevar a cabo desde la santidad, y no es posible la santidad sin pasar por la humillación. La humillación de la cruz conduce a la vida. ¿Estáis dispuestos a recorrer ese camino? Lo que hoy es dolor y muerte, mañana será vida y gozo”.
TEMA 49. ADORAR EN SANTIDAD (II) “Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hb 12,14) 1. Reflexión. Tal vez nos asusta un poco el término ‘santidad’, porque acostumbramos a pensar en ella como en algo difícil o inalcanzable; es posible que, si no hay más cristianos que aspiren a la santidad, tal vez sea porque tienen un concepto erróneo acerca de ella. La ‘santidad’ es propia de Dios y le pertenece sólo a él; no es uno de tantos atributos divinos, sino que caracteriza a Dios mismo. Por eso, Dios es fuente de santidad y toda santidad deriva de él; el hombre es santificado. La verdadera santidad, que es lo mismo que la perfección cristiana, implica la imitación de nuestro Maestro y Salvador Jesucristo, partiendo de una perfecta pureza de corazón y de alma, una íntima unión, comunicación y familiaridad con Dios y una completa docilidad a la continua inspiración y dirección del Espíritu Santo. El hombre recibe la santidad por Cristo y el Espíritu. El sacrificio de Cristo, a diferencia de las víctimas y del culto del AT, que sólo purificaban exteriormente, santifica a los creyentes en la verdad (Jn 17,19), comunicándoles la santidad. Los cristianos participan de la vida de Cristo resucitado por la fe y por el bautismo que les da la unción venida del Santo: “A vosotros, que en otro tiempo fuisteis extraños y enemigos, por vuestros pensamientos y malas obras, os ha reconciliado ahora, por medio de la muerte en su cuerpo de carne, para presentaros santos, inmaculados e irreprensibles delante de él” (Col 1,21-22). Pero también son “santificados en Cristo, llamados a ser santos” (1 Co 1,2) por la presencia en ellos del Espíritu Santo, que es el agente principal de la santificación del cristiano. Pedro habla de “la acción santificadora del Espíritu” (1 P 1,2), y Pablo recuerda a los cristianos de Tesalónica que Dios los “ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu Santo y la fe en la verdad” (2 Ts 2,13). La afirmación que resume la obra entera y conjunta de Cristo y el Espíritu puede ser esta frase de Pablo: “Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co 6,11). Hay que trabajarla. La santidad que recibimos es un puro don de Dios, pero el hombre tiene que hacer su parte partiendo de la conversión: “si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9). La santidad exige a los cristianos un esfuerzo en dos frentes: por un parte la ruptura con el pecado y con las costumbres paganas: “que cada uno de vosotros sepa poseer su propio cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión...” ((1 Ts 4,4s); por otra parte, deben obrar según “la santidad y la sinceridad que vienen de Dios, y no con la sabiduría carnal, sino con la gracia de Dios” (2 Co 1,12). El Espíritu lleva a cabo la obra de santificación, pero necesita la colaboración del hombre, un esfuerzo continuado y suficiente, El signo del amor. El signo definitivo de la santificación, obra del Espíritu que es Amor, será también el amor que él derrama en nuestros corazones (Rm 5,5). Pablo lo relaciona con la santidad en su carta a los Tesalonicenses: “Que el Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros y en el amor para con todos ... para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios nuestro Padre” (1 Ts 3,12-13). 2. Palabra profética Visión de una mano manejando unas herramientas muy finas con las que trabaja algo muy delicado. Palabra: “Es la obra que estoy haciendo en vuestras vidas, en vuestros corazones. Cuanto más delicada vaya a ser la obra, más veces hay que meterla al horno, más trabajo hace falta para terminarla, Lo único que os pido es que confiéis plenamente en mí, que os abandonéis totalmente en mí, que permanezcáis postrados ante mí, y yo llevaré a cabo la obra.
TEMA 50. ADORAR EN HUMILDAD (I) “El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo” (Sal 113,7-8). 1. Reflexión La verdadera adoración es inseparable de la verdadera humildad, porque ésta nos sitúa a cada uno en nuestro sitio, sacándonos de los tronos de soberbia en los que nos gustaría mantenernos, para ser antagonistas de Dios y recibir la gloria que sólo a él se debe. Por eso necesitamos saber cuanto podamos acerca de la humildad y tratar de vivirla con todas nuestras fuerzas, sabiendo que la raíz de la soberbia que hay en nuestra naturaleza humana está siempre dispuesta a ocupar el trono con que sueña. Pero ¿qué es la humildad? Se han dado muchas y muy variadas definiciones, pero nos interesa más entender qué es la humildad que tener una buena definición. Así pues diremos: ♦ ♦ ♦
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Humildad es reconocer la propia pequeñez. No se trata de despreciarse a sí mismo, sino de la sencilla actitud de quien reconoce sus límites y no se sobrevalora ante Dios, ni ante el prójimo, ni ante sí mismo. La humildad del hombre está en la verdad: en la verdad sobre su naturaleza, sobre lo que es suyo y lo que ha recibido, en la verdad sobre su peso específico de criatura, particularmente en relación a su Creador. La verdadera humildad se funda sobre todo en dos cosas: la verdad y la justicia. La primera –la verdad- nos da el conocimiento real de nosotros mismos, haciéndonos saber que todo lo que tenemos, sean dones naturales o sobrenaturales, lo hemos recibido de Dios; la segunda –la justicia- nos exige darle a Dios todo el honor y la gloria, porque sólo a él pertenecen. La verdadera humildad nos lleva a admitir con toda la naturalidad y a confesar sin ningún esfuerzo, porque creemos que realmente es así, lo que dijo el Maestro: “Después de haber hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer’” (Lc 171,10). Las dos razones para la humildad son la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. La humildad que se opone a la soberbia se halla a nivel profundo: es la actitud apropiada de la criatura ante el creador omnipotente y tres veces santo.
Se puede hablar de la humildad antes y después de Cristo, porque sólo con su enseñanza y su ejemplo llegamos a conocer la verdadera humildad. La humildad bíblica es ante todo la modestia que se opone a la vanidad; el modesto, no se fía de su propio juicio y dice: “No está inflado mi corazón, ni mis ojos subidos. No he tomado un camino de grandezas ni de prodigios que me vienen anchos” (Sal 131,1). A partir de Cristo, la humildad perfecta es la de Cristo. Él nos enseña que no consiste en ser pequeños ni en sentirse pequeños, sino en hacerse pequeños; y la Palabra nos hace ver que ser humildes implica una verdadera imitación del Maestro: “Tened los mismos sentimientos de Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,5-8). Y algo que no solemos aprender casi nunca: la obediencia es el catalizador de la humildad. 2. Palabra profética "No os asustéis de vuestro barro; es a partir de él cuando yo puedo hacer una obra maestra; son mis manos las que hacen la obra, no es el barro. Pero necesito que dejéis mis manos libres para trabajar en vosotros; dejadme trabajar vuestro barro y veréis la obra maestra que puedo sacar de él. Es mi misericordia la que lo hace; es mi amor y sólo mi amor. Nada sois, nada valéis. Reconocedlo: todo es obra mía".
TEMA 51. ADORAR CON HUMILDAD (II) “Que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios” (1 Co 1,29) 1. Reflexión El apóstol Santiago nos recuerda este principio: “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (St 4,6). Es una norma constante e invariable en toda relación del hombre con Dios. La morada propia del hombre es la humildad; cuando se sale de ahí, se constituye en rival de Dios, se levanta contra Dios e intenta de algún modo ocupar el sitio de Dios y arrebatarle la gloria que sólo a él corresponde. El resultado inmediato es que Dios arroja de su presencia al insurgente. Cuando el hombre no se presenta ante Dios en humildad nada de lo que diga o haga será grato a Dios; si su presencia ante el Altísimo no es humildad, ninguna forma de adoración, de postrarnos ante él, de entregarnos a él o de confesarle le será grata, porque estamos impresentables y no tenemos acceso a su presencia. Se cumple en definitiva lo que dijo el Señor: “El que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado” (Mt 23,12). Pero ¿quién es humilde y cómo saberlo? Nada mejor que escuchar lo que dicen el Espíritu y la Palabra para reconocer dónde está o dónde falta la humildad: ♦ Humilde es el que acepta que no es nada por sí mismo, según la palabra revelada que dice: “Si alguno se imagina ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo” (Ga 6,3); y al mismo tiempo reconoce que ha recibido de Dios todo lo que en él tiene algún valor: “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?” (1 Co 4,7). ♦ El humilde se comporta según aquella norma del Maestro cuando dijo: “Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: ‘Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer’” (Lc 17,10). ♦ Humilde es el que, reconociéndose pecador ante Dios, se estremece y anonada ante su presencia como Isaías que, al contemplar su gloria, exclama: “¡Ay de mí, que estoy perdido... que al Rey y Señor todopoderoso han visto mis ojos!” (Is 6,5); o como Pedro, que al tomar conciencia de quién es Jesús, “cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: ‘Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador’” (Lc 5,8). ♦ Humilde es aquel que se ha mirado en el espejo de Dios, es capaz de admitir que la visión de sí mismo se refleja en tal espejo y camina a partir de entonces ante Dios, ante los hombres y ante sí mismo de la mano de la verdad que se le ha mostrado, con los pies en el suelo y alabando la misericordia de Dios con el vocabulario completo de la alabanza. La humildad es la credencial que necesitamos presentar ante el Señor si queremos acercarnos a él y el pilar fundamental que sostiene nuestra relación con Dios. Dice el Espíritu: “Se te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno, lo que el señor reclama de ti: tan sólo respetar el derecho, amar la fidelidad y obedecer humildemente a tu Dios” (Mi 6,8). Y de cómo valora Dios la humildad nos dan idea estas promesas: ♦ “Premio de la humildad, el temor del Señor, la riqueza, el honor y la vida” (Pr 22,4). ♦ “El Señor concede a los humildes la victoria” (Sal 149,4). ♦ “En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu, para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados” (Is 57,15). ♦ “Humillaos ante el Señor y él os ensalzará” (St 4,10). ¡Y muchas más! 2. Palabra profética Visión: Se ha colocado sobre los adoradores una especie de túnica que les cubre de la cabeza a los pies. Es de un tejido de apariencia frágil y de poca consistencia, pero hace que la persona casi desaparezca. Palabra: "Es la túnica de la humildad, que os hace resistentes frente a los enemigos. Sólo con esta túnica podréis rechazar los dardos de soberbia que el enemigo quiere lanzar contra vosotros. No os la quitéis por nada. Sólo bajo esta túnica de humildad podréis resistir. Aunque seáis humillados, no os la quitéis. Pedid insistentemente que os recubra. Esta túnica os da poder para pasar por encima de los enemigos. Pero recordad que sólo se alcanza con la humillación y la cruz" .
TEMA 52. ADORAR CON HUMILDAD (III) "Delante de la gloria va la humildad" (Pr 15,33). 1. Reflexión Para adorar con humildad es necesario que antes seamos humildes, porque la humildad no se improvisa. La cualidad de humilde se corresponde con la virtud de la humildad y es mucho más que hacer una acto de humildad. La virtud significa hábito y continuidad, mientras que un acto de humildad es algo esporádico y circunstancial, que puede no proceder de un corazón humilde. •
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Adorar con humildad es estar como criaturas ante el Señor, es abrirle el corazón para recibir el calor de su amor, conscientes de que lo necesitamos y de que sólo él nos lo puede dar; pero al mismo tiempo, y porque reconocemos nuestra indignidad, nos postramos con agradecimiento de pobres, porque no tenemos que pagar para participar en el gran don de la adoración. Estar en humildad ante Dios es estar disponibles, con el corazón en paz y en disponibilidad para hacer en todo la voluntad de Dios, mientras estamos a la espera de conocerla, o reconociendo que somos indignos hasta de que el Dios Altísimo se acuerde de nosotros para hacernos objeto de su voluntad en algo. Adorar al Señor en humildad es buscarlo con los ojos del corazón, abiertos por la fuerza de la fe, sostenidos por la esperanza de los bienes que nos aguardan e iluminados por el amor con que él nos está amando. Adorar en humildad es saberse indignos como pecadores y, al mismo tiempo, dignos por la dignidad que el Padre nos ha concedido al hacernos hijos por su Espíritu y amados en el Hijo. Adorar con humildad es estremecerse con estremecimiento de amor al no poder corresponder dignamente a la misericordia con que somos admitidos ante el Trono de gloria y de majestad del Altísimo. Adorar con humildad es perderse en la adoración universal de la creación, ofrecida por los cuatro Vivientes al que "está sentado en el trono" (Ap 4,2), y proclamar a una voz con ellos: "Santo, Santo, Santo, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a venir" (Ap 4,8); y postrarse luego con los Ancianos "ante el que vive por los siglos de los siglos" (Ap 4,10) repitiendo también con temor y temblor de criatura sus palabras: "Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder" (Ap 4,11). Adorar con humildad es estar postrados ante el trono de gloria y de majestad sin mirar, sin hablar y sin pensar, mientras se derrama el corazón ante el Todopoderoso que está en su gloria y la vida se inflama en la llama de amor con que el Señor de la gloria nos envuelve y penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. Adorar con humildad es permanecer ante el Santo con la paz que dan estas palabras que su Espíritu nos sugiere: "Un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias" (Sal 51,19). Adorar con humildad es confesarse indigno ante el Altísimo y postrar todo el ser, "espíritu, alma y cuerpo" (1 Ts 5,23) mientras el corazón se sale del tiempo intentando abrazar la eternidad para no dejar nunca ya de adorar "al que vive por los siglos de los siglos" (Ap 4,9).
2. Palabra profética Palabra durante la adoración: "Cuando vivís la verdadera humildad, mi gloria se refleja en vosotros". Visión: Personas a la entrada de un túnel a las que se invita a entrar. En él hay mucha gente dispuesta a apedrearlas, escupirlas, insultarlas y hasta matarlas en cuanto entren. Las personas se resisten a entrar. Al final del túnel hay una gran luz, y allí está el Señor con los brazos extendidos, esperándolas y llamándolas. Y les dice: "Ésta es la verdadera humildad: estar disponibles para recorrer ese tramo del camino aun a costa de dejar vuestra propia vida. ¿Estáis dispuestos para recorrerlo? Yo os espero al final."
TEMA 53. LA ADORACIÓN ES UN DON “Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia" (Hb 4,16) 1. Reflexión Si alguien quisiera hacer un viaje al sol, difícilmente conseguiría los medios para salvar esa distancia; y aunque el gobierno de una superpotencia pusiese a su disposición un transbordador espacial capaz de recorrer todo ese trayecto, habría una dificultad insalvable: nadie sobreviviría cuando se acercase lo suficiente al astro rey. Algo así nos sucede con la adoración. La adoración resulta imposible para el hombre, que es a la vez criatura y pecador; todos sus bríos, sus fuerzas, sus iniciativas no sirven de nada. El millón de grados de temperatura o las explosivas nubes de hidrógeno que hay alrededor del Sol no son tan inaccesibles para nuestros frágiles cuerpos como lo es la infinita santidad de Dios para el hombre marcado por el pecado. El Señor le dice a Moisés: "No puede verme el hombre y seguir viviendo" (Ex 33,20). Sin embargo, Dios nos llama a la adoración. ¿Cómo es posible, si no hay capacidad en nosotros para acercarnos al trono de su santidad? El Maestro nos recordó que “lo imposible para los hombres es posible para Dios” (Lc 18,27). Y esto también sucede en la adoración: lo imposible para el hombre pecador, es posible para Dios. Y lo hace otorgándonos el don de la adoración por Cristo: • San Pablo nos recuerda el problema, pero al mismo tiempo nos habla de la solución del problema cuando dice: "Así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos" (Rm 5,19). Acercarse a adorar a Dios revestidos de justicia es imprescindible. • La capacitación de Dios para la adoración no es una improvisación, algo que se le ocurre a Dios que no sabe que hacer con el hombre, sino que arranca del corazón mismo de Dios que, antes de crearnos, "nos ha elegido en él (en Cristo) antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor" (Ef 1,4). • Finalmente el don no es algo así como una limosna que Dios pone en la mano del hombre, sino un tesoro fabricado con dos materiales tan extraordinarios como son la vida y la sangre de su Hijo, pues “la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Hb 9, 12-14). • El resultado final es que “por él (por Cristo) unos y otros tenemos libre acceso al Padre" (Ef 2,18) para todo, incluida la adoración. Pero también es cierto que con la adoración pasa lo mismo que con todo lo que es don: que el hombre, haciendo uso de su libertad, puede acogerla o rechazarla, algo que hacemos cuando acogemos o rechazamos a Cristo, por quien nos llega el don de la adoración. 2. Palabra profética Visión: los cielos se abren sobre un grupo de adoradores, rodeados de multitud de ángeles que los llevan ante la presencia de Dios, hasta el Trono de Gloria donde todo es resplandor, donde todo es luz, donde todo es gozo y paz. Palabra: “Ya estáis aquí los que yo he llamado desde la eternidad para ser mis adoradores. Hoy derramo sobre cada uno de vosotros el don de la adoración. Pero mirad, no podéis compaginar la adoración con las corrientes del mundo; no podéis estar a bien con el mundo y adorarme a mí. Os quiero en totalidad. Hijos míos, os hago un gran regalo, os concedo un don precioso: el don de la adoración. De vosotros depende aceptarlo o rechazarlo. Yo pongo mi tesoro en vuestras manos” (8/29/99).
TEMA 54. LA ADORACIÓN ES UN PRIVILEGIO "Los cielos son mi trono y la tierra el estrado de mis pies" (Is 66,1) 1. Reflexión ‘Privilegio’ es en el mundo una palabra poderosa y seductora que hace que muchos hombres vayan detrás de lo que ella ofrece. No son muchas las personas que saben o quieren librarse de su seducción, si algún día llama a su puerta. Tan poderosa es que no hay espacio que no esté a su alcance: sea político, social, económico e incluso eclesial; y es tan seductora que con frecuencia los hombres llegan a someterse a grados impensables de esclavitud, o al menos de humillación, con tal de alcanzar ventajas y prerrogativas que les sitúen por encima de los demás; son los ‘ascensoristas’ y ‘trepadores’ de la sociedad, cuyo objetivo es situarse lo más alto posible en su carrera hacia el poder, la fama, la autoridad o las riquezas y, como consecuencia, a las ventajas, los honores, la inmunidad y los derechos que las situaciones de privilegio suelen otorgar a quienes la alcanzan. En el Reino de Dios se pueden alcanzar privilegios magníficos –uno muy importante es el de la adoración- que Dios pone al alcance de todos los que le buscan por caminos de justicia y de verdad, porque “todas las sendas del Señor son amor y verdad para quien guarda su alianza y sus dictámenes” (Sal 25,10); las metas son mucho más altas y los logros que se pueden alcanzar introducen al hombre en moradas donde encuentra “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co 2,9). El privilegio de la adoración hace que quede atrás nuestra realidad, que seamos revestidos de santidad e introducidos en espíritu entre los ángeles y los santos en los lugares celestiales, colocados "en los cielos en Cristo" (Ef 2,6), disfrutando de una porción de eternidad en la sobrecogedora presencia de "Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso" (Ap 1,8). Pero, eso sí, todo es privilegio y gracia, como reconoce el salmista, que dice: “Por la abundancia de tu amor, entro en tu Casa; en tu santo Templo me prosterno” (Sal 5,8). Fijando la atención en el Reino de Dios, ¿qué comparación puede hacerse entre los privilegios de la tierra y los que Dios otorga, cuando los primeros pueden perderse en cuanto aparece alguien más fuerte o el protector desaparece de escena, mientras que los que proceden Dios tienen carácter de eternidad, nos relacionan con el Todopoderoso y nos dan acceso libre hasta su Trono, que es fuente de toda clase de bendiciones y bienes?. No hay comparación posible; sin embargo ¿por qué los hombres –incluidos muchos hombres de Iglesia- se preocupan tanto de los privilegios terrenos y tan poco del privilegio de la adoración?. La búsqueda de privilegios produce resultados de acuerdo con el camino por el que se buscan. Así, mientras “los justos se alegran y exultan ante la faz de Dios, y saltan de alegría” (Sal 68,3-4), el resultado opuesto es que “se hundieron los gentiles en la fosa que hicieron, en la red que ocultaron, su pie quedó prendido” (Sal 9,16). 2. Palabra profética Visión durante la adoración: Aguas sucias iban saliendo de cada uno de los adoradores. Un gran resplandor los iba envolviendo y al mismo tiempo ellos iban desapareciendo. Luego eran revestidos de túnicas blancas. La fuerte presencia del Señor lo llenaba todo, lo penetraba todo. Ante su presencia todo lo demás resultaba insignificante. Era tan sublime la experiencia de estar ante su Trono de gloria y santidad, que por un momento de éstos merece la pena sufrirlo todo. Luego los ángeles se colocaban al lado de los adoradores, los revestían para el combate y colocaban en sus manos las armas necesarias para la lucha. Y se escuchaban unas palabras que decían: “Todavía es necesario bajar del Tabor”.
TEMA 55. LA ADORACIÓN ES UN MISTERIO "Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla" (Sal 139,6) 1. Reflexión El misterio nos coloca frente a una realidad que no comprendemos y que no conseguiremos comprender por más que nos esforcemos, ya que es incomprensible o inexplicable para el hombre. En algunas realidades como la vida, el amor, el tiempo, la eternidad y otras, aunque intentemos abarcarlas parece que siempre queda un resto que se nos escapa, que no alcanzamos a aprehender, que permanece oculto y fuera de nuestro alcance. Esto ocurre porque estas realidades nos relacionan con el mundo sobrenatural, más allá de nuestra capacidad de comprensión. Entre ellas ocupa un lugar destacado la adoración. No es de extrañar que cuando nos relacionamos directamente con realidades sobrenaturales entremos de lleno en el misterio, ya que "el hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas" (1 Co 2,14). Cuando esto sucede entramos en un terreno en el que somos completamente dependientes de la gracia de Dios, pues sólo podremos conocer lo que él quiera revelarnos. Como dice la Escritura: "no se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia" (Rm 9,16). Por eso, las cosas de Dios siempre permanecerán para nosotros envueltas en misterio mientras nos encontremos en esta tienda: "Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial... Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara" (1 Co 13,10.12). En consecuencia, nuestra actitud ante las realidades espirituales debe ser la de asomarnos siempre a las puertas del misterio inagotable de Dios con asombro tembloroso y respetuoso, pero también gozoso, por un doble motivo: • Porque el misterio nos abre a la esperanza de un futuro en el que caerá el velo y nos serán desvelados esos tesoros inagotables que no alcanzamos ahora: "Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido" (1 Co 13,12); • y porque el hecho de que muchas verdades permanezcan por ahora incomprensibles para nosotros no impide que podamos aproximarnos a ellas, conocerlas en parte, disfrutarlas ya en cierto modo y decir con Pablo que "a nosotros nos las reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1 Co 2,10). Todo lo dicho hasta aquí es plenamente aplicable a la adoración. ¿Cómo es posible que el pecador llegue a la presencia del Santo, que la criatura tenga acceso hasta su Creador, que un hombre mortal pueda dar culto al Dios eterno? No alcanzamos a comprenderlo, pero la adoración nos permite vivirlo. Gran misterio es el hecho de que el hombre pueda encontrarse ante Dios en adoración, que pueda llegar a ser adorador ante el Dios vivo y ante Cristo, el “Misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,2-3). 2. Palabra profética “Cuando de verdad permanezcáis en mí, no tendréis que hacer ningún esfuerzo para venir a la adoración, porque será una necesidad que brotará en vuestro corazón. Pero, para llegar a ese punto es necesario que rompáis totalmente con el mundo, que carguéis sobre vuestros hombros la cruz de cada día y que caminéis sin interrupción por el camino estrecho y difícil de la santidad”.
TEMA 56. ADORAR CON LA CREACIÓN ”Todas las obras del Señor, bendecid al Señor, alabadlo y ensalzadlo por los siglos” (Dn 3,57). 1. Reflexión Solemos reconocer que las obras pertenecen a su autor, y los inventos al que los hizo y posee la patente. Sabemos que Dios es el Creador de todo lo que existe, pero nos cuesta reconocer que todo es suyo, que todo le pertenece. La verdad –si es que queremos aproximarnos a la verdad- es ésta: “¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras? ¿Cómo se conservaría, si no lo hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida, pues tu aliento incorruptible está en todas ellas” (Sb 11,25-12,1). No es sólo que todas las cosas sean del Señor y le deban a él la existencia; le deben mucho más, pues Dios hizo descansar su amor sobre la Creación. La Creación entera es fruto del amor de Dios, como nos hace saber el libro de la Sabiduría: “Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si algo odiases, no lo habrías creado” (Sb 11,24). ¿No le deberemos, consecuentemente, una respuesta de amor a Dios? La Creación entera se debe a Dios por medio de Cristo, pues “todo fue creado por él y para él” (Col 1,16). El sentido de la existencia de las criaturas es glorificar al Creador. Los animales, las plantas, las montañas, los valles, los mares, los ríos, los astros, el cosmos entero, todo, con sus movimientos, formas, colores, entona un himno de alabanza y culto a Dios. El hombre, en medio de la Creación, se encuentra como una criatura más, movido a unirse a este coro de glorificación al Dios de todas las cosas. En este homenaje armonioso a Dios, las criaturas espirituales como el hombre son invitadas a ofrecer, como se espera de ellas, el culto de su espíritu por medio de la adoración. Es la imagen que nos revela el Apocalipsis: “Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos’. Y los cuatro Vivientes decían: ‘Amén’; y los Ancianos se postraron para adorar” (Ap 5,13-14). El hombre no sólo se encuentra en medio del culto de la Creación, sino que también la Creación conduce al hombre hacia Dios. “porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios” (Rm 1,20-21). Cuando conocemos la sabiduría, el poder, la providencia, la belleza, la perfección y todas las cualidades de Dios que se reflejan en su Creación, el corazón del hombre se siente empujado hacia arriba, para glorificar a Dios como quien es. El peligro es negar a Dios el culto que merece, quedarse en las cosas y practicar entonces idolatría. En la visión de Juan, Dios es adorado por la Creación: “Los veinticuatro ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas delante del trono diciendo: ‘Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú has creado el universo; por tu voluntad, existe y fue creado’” (Ap 4,9-11). Palabra profética. ♦
Visión durante la adoración: una gran oscuridad cubre la tierra, pero en los lugares donde hay adoradores se ven grandes claros. Palabra: “Estáis llamados a ser intercesores y adoradores que disipen las tinieblas de la tierra , pero solo podréis conseguirlo en la medida de vuestra santidad. No desperdiciéis nada, pues al que mucho se le dio, mucho se le pedirá.”
TEMA 57. ADORAR CON LOS JUSTOS DE LA TIERRA “Adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua” (Ap 14.7) 1. Reflexión Los cristianos no somos islas ni francotiradores. Todo lo contrario: “nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte, los unos miembros de los otros” (Rm 12,5). Cristo es “la Cabeza, de la cual todo el cuerpo, por medio de junturas y ligamentos, recibe nutrición y cohesión, para realizar su crecimiento en Dios” (Col 2,19). De aquí sacamos dos ideas importantes: ♦ ♦
Hay –o debe haber- una comunicación espiritual de alimento, de vida, de sabiduría, de dones entre los miembros del Cuerpo de Cristo. Esta comunicación alcanza a todo el cuerpo. Un cuerpo es una unidad: dividir o separar en partes un cuerpo es destruir el cuerpo. Hay junturas y ligamentos espirituales que unen todo el Cuerpo de Cristo, de modo que no podemos pretender vivir en unidad con el Cuerpo entero de Cristo mientras no vivimos en unidad con nuestros hermanos, a quienes vemos y conocemos, de la misma manera que “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20). Este principio tiene efectos importantes para la adoración.
Es un error pensar que podemos adorar al Señor Dios como si la adoración fuera sólo resultado de una iniciativa personal y una actividad privada que llevamos a cabo como si no existieran otros adoradores. La realidad es que el Señor nos llama a un lugar ante su trono, reservado personalmente para nosotros y para adorarle sólo a él, pero participando de la única adoración que él recibe sin cesar. Nuestra adoración se une así y fluye junto con la incesante adoración de muchos santos en la tierra, de todos los adoradores a los que el Señor ha regalado el inefable don de la adoración y le rinden culto en espíritu y verdad. El adorador nunca está solo. Elías se quejó en una ocasión: “¡Señor!, han dado muerte a tus profetas; han derribado tus altares; y he quedado yo solo, y acechan contra mi vida” (Rm 11,3). Pero Dios le responde: “Me he reservado siete mil hombres que no han doblado la rodilla ante Baal” (Rm 11,4). ¡Con cuánta frecuencia pensamos que las cosas son como nosotros las vemos, cuando sólo Dios conoce la verdad de todas las situaciones! Conviene grabar bien la respuesta que Dios le dio a Elías. Tal vez los adoradores no seamos más que puntos dispersos de luz en medio de un mar de impiedad y de idolatría. Pero por todo el mundo –en medio de cada mar- el Señor tiene encendidos más puntos de luz que mantienen viva la llama de la adoración, mientras va poniendo en el corazón de otros la llamada a participar, como privilegiados, en el insondable y grandioso misterio de la adoración, como sucede en el cielo, donde “los cuatro Vivientes... repiten sin descanso día y noche: ‘Santo, Santo, Santo, Señor, Dios Todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a venir’. Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas delante del trono” (Ap 4,8-10) 2. Palabra profética. Visión durante la adoración: El Señor está mostrando a los adoradores su corazón sangrante y con gran dolor por todo el pecado el mundo. Palabra: “Cada mañana os espero para que por medio de la adoración y la intercesión mitiguéis el dolor que hay en mi corazón por el pecado del mundo y sobre todo por el pecado de los míos. Quiero compartir mi cruz con vosotros. No la rechacéis” .
TEMA 58. ADORAR CON LOS BIENAVENTURADOS “Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (Ap 7,9). 1. Reflexión La llamada a la adoración que nos hace Dios no es para un tiempo, ni siquiera para mucho tiempo. Dios nos llama a adorarle ahora, pero quiere que seamos sus adoradores ahora y por la eternidad. El servicio de la adoración no debe terminar, porque Dios –objeto de nuestra adoraciónes eterno y porque los adoradores tenemos prometida vida eterna en él por medio de Cristo. Los que ya disfrutan de la presencia del Señor “cara a cara” (1 Co 13,12), ¿no adorarán al Dios vivo? La respuesta es sí, y además de forma necesaria. Mientras para nosotros la adoración es libre ahora -podemos adorar pero también podemos no adorar-, para ellos la adoración es ineludible, irresistible. En la presencia misma del Santo, del Amor, del Todopoderoso y Todo-Bien, los bienaventurados no podrían desviar ya la mirada a otro lado aunque quisieran; pero es que tampoco quieren otra cosa, porque ellos son los que han elegido “la parte buena, que no les será quitada” (Lc 10,42). Para nosotros resulta inimaginable la adoración que los bienaventurados ofrecen a Dios en la eternidad, pero en el Apocalipsis encontramos alguna revelación de esta adoración sobrecogedora, En el capítulo 7 del Apocalipsis, Juan trata de describir con palabras e imágenes una visión en la que presencia la adoración conjunta de todos los seres celestiales, los ángeles y los bienaventurados que han llegado de la tierra. Dice así: “Miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: ‘La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero’. Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: ‘‘Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén’” (Ap 7,9-12).. La referencia a “toda nación, razas, pueblos y lenguas” dice claramente cuál es su origen, pero luego se matiza la razón por la que están allí y el camino que han tenido que recorrer hasta alcanzar la presencia del Altísimo y obtener el privilegio de llegar a ser eternos adoradores del tres veces Santo: “Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: ‘’Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?’ Yo le respondí: ‘Señor mío, tú lo sabrás’. Me respondió: ‘Ésos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario” (Ap 7,14-15). Ellos fueron admitidos ya a las bodas del Cordero (Ap 19,9) y entraron con el novio al banquete de boda (Mt 25,10). Nosotros estamos en una situación diferente, aún no definitiva y plena, pero ya podemos gustar en cierto modo de la presencia de Dios y participar de aquella adoración en espíritu y en verdad. Ellos son los que blanquearon sus vestiduras, nosotros debemos ser revestidos cada vez por vestiduras de santidad que oculten nuestra realidad pecadora; pero a nosotros se nos concede también cierto grado de presencia entre los bienaventurados y los ángeles para adorar con ellos al Dios único y verdadero. 2. Palabra profética Visión durante la adoración: Hay una postración total ante el Altísimo; toda la inmensa muchedumbre que hay allí está postrada ante el Trono; todos los seres -también los adoradores de la tierra- están envueltos en una gran luz. Palabra: “Os hago partícipes de mi gloria para que también podáis participar de mi cruz; pero no temáis, yo estoy con vosotros; el enemigo quiere zarandearos y el mundo os odia, pero seguid caminando; permaneced en mí y ocupad este lugar. Así os mantendréis firmes, así os mantendréis en pie y así saldréis victoriosos”.
TEMA 59. ADORAR CON LOS ÁNGELES "En presencia de los ángeles tañeré en tu honor, me postraré en dirección a tu santo Templo" 1. Reflexión Estamos acostumbrados a pensar que somos la cima de la creación, y es cierto, pero de la creación física. El hombre participa de la creación física y al mismo tiempo de la creación espiritual, pues tiene una naturaleza espiritual que le capacita para relacionarse con Dios. Dentro de la creación espiritual no estamos solos, Dios también creó a los ángeles, que son espíritus puros. En la Biblia se nos dice que los ángeles llevan la Palabra de Dios a los hombres, son ejecutores de la voluntad de Dios y encargados de cumplir sus órdenes, ayudan a los hombres de Dios ofreciéndoles protección, ánimo y auxilio, sirven a Jesucristo en el desierto o en Getsemaní, están empeñados en combates espirituales contra los Príncipes del Mal..., pero, si hay una misión que destaque en ellos, es la de adorar a Dios. Los ángeles, sobre todo y antes que otra cosa, son adoradores de Dios. El Padre, "al introducir a su Primogénito en el mundo dice: 'Y adórenle todos los ángeles de Dios'" (Hb 1,6). En la visión de Juan muchas veces es la iniciativa de los ángeles la que da comienzo a la adoración. Así sucede, por ejemplo, en esta grandiosa escena que narra tan expresivamente: "En la visión oí la voz de una multitud de ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: 'Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza'. Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: 'Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos'. Y los cuatro Vivientes decían: 'Amén', y los Ancianos se postraron para adorar" (Ap 5,11-14). Tan impresionado está Juan por la presencia y el aspecto de los ángeles, que siente deseos de adorarlos, y entonces es corregido: "Yo, Juan, fui el que vi y oí esto. Y cuando lo oí y vi, caí a los pies del ángel que me había mostrado todo esto para adorarle. Pero él me dijo: 'No, cuidado; yo soy un siervo como tú y tus hermanos los profetas y los que guardan las palabras de este libro. A Dios tienes que adorar'" (Ap 22,8-9). ¿Pensamos que estas revelaciones no tienen nada que ver con nosotros? El adorador participa. aunque sea de modo parcial e imperfecto todavía, de la única y perfecta adoración. Si al adorar a Dios nos acercamos al Trono de gracia, ¿qué tiene de sorprendente que lo hagamos junto con miríadas de ángeles, con los bienaventurados y con los que en la tierra dan culto al Señor en sus corazones? A los adoradores de la Nueva Alianza es aplicable aquella palabra que dice:"Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, reunión solemne, y a la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, y a Dios, juez universal, y a los espíritus de los justos llegados ya a su perfección, y a Jesús, mediador de una nueva alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre que habla más fuerte que la de Abel" (Hb 12,22-24). 2. Palabra profética •Visión durante la adoración: Todos los adoradores se unen a un cortejo triunfal que está proclamando la gloria de Dios. Los ángeles están al frente de ese cortejo y van proclamando la Gloria de Dios por todo lugar en los cielos y en la tierra. Por todas partes y a la vez los ángeles la proclaman con gran poder. Al mismo tiempo los enemigos se esconden porque no puede resistir la fuerza de esta proclamación y por el tormento que significa para ellos saber que nunca podrán participar de ese culto.
TEMA 60. ADORAR AL CREADOR “Adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua” (Ap 14,7). 1. Reflexión El hombre no se ha dado el ser a sí mismo. Sería absurdo pensar lo contrario. Todos hemos recibido la vida en un acto creador en el que nuestros progenitores colaboraron con Dios. Es así para todos los seres, pues todo cuanto existe recibe su existencia de Dios, único Creador de todas las cosas. Ahora bien, con el hombre ocurre algo especial: Dios crea directamente el alma de cada criatura humana: ♦ ♦ ♦
En la profecía de Zacarías leemos que el Señor, “despliega los cielos, pone los cimientos de la tierra y forma el espíritu del hombre en su interior” (Za 12,1). Jeremías dice de Dios: “desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre” (Jr 1,4). Y David confiesa: “Porque tú has formado mis riñones, me has tejido en el vientre de mi madre; te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios tus obras. Mi aliento conocías cabalmente, mis huesos no se te ocultaban, cuando era formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra” (Sal 139,13-15).
Un primera aproximación a Dios implica reconocerlo como Creador, es decir, dueño y dador de la existencia, dueño y dador de la vida de todo cuanto existe y alienta. Toda criatura, y de una forma especial los hombres, es fruto de su acto creador y depositario de sus beneficios, Hay por tanto dos formas radicales de ser: el ser de Dios, -eterno y existente por sí mismo, Creador, donante de la existencia y digno de adoración-, y el ser de las criaturas, de los seres creados, beneficiarios, receptores, dependientes, deudores, en situación de adoradores, pues “todo fue creado por él y para él” (Col 1,16). La adoración implica relacionarnos con Dios desde la realidad: desde nuestra condición de criaturas y en relación con su realidad de Creador. Por tanto, conlleva desarrollar la relación apropiada entre la criatura y el Creador: de nuestra parte sólo podemos devolver gratitud, respeto, veneración, amor, postración, entrega, confianza, abandono, homenaje completo de todo nuestro ser... es decir, adoración verdadera. Tomar conciencia de nuestra condición de criaturas es razón suficiente para convertirnos necesariamente en adoradores de Dios. Pero además debemos añadir que no podemos entrar en la presencia de Dios de otra manera, no podemos olvidar esta realidad: que él es el Creador, y nosotros somos las criaturas; que a nosotros nos corresponde adorarle, y a él recibir nuestra adoración. En caso contrario seríamos tan culpables como aquellos que “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos” (Rm 1,25). Ahora bien, debido a la distancia infinita que nos separa a las criaturas del Creador, tengamos presentes aquellas palabras de la Escritura: “No se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia” (Rm 9,16). Por eso, necesitamos –además de nuestra voluntad- que el Espíritu nos capacite para adorar al Creador del único modo que desea ser adorado: en espíritu y en verdad. 2. Palabra profética “Yo pongo mis ojos en los humildes y sencillos y los llamo para el servicio de la adoración y la intercesión. La adoración unida a la intercesión y a la Cruz, sólo puede ser llevada a cabo desde la humildad, la pobreza y la pequeñez, desde el reconocimiento sincero de que sois siervos inútiles y que la obra es del Señor. No se engría vuestro corazón. Sólo desde la humildad y la sencillez, sólo siendo como niños y viniendo a mí como niños podréis darme gloria. Permaneced humillados a mis pies. Mi corazón tiene predilección por los sencillos y humildes” .
TEMA 61. ADORAR AL SANTO “Postraos ante el estrado de sus pies: Él es santo” (Sal 99,5). 1. Reflexión Dios es Santo. Lo sabemos; pero, ¿somos conscientes de lo que decimos con esta frase? La santidad implica ausencia total de cualquier defecto, mancha, imperfección, deficiencia o maldad; pero no sólo eso, sino que al mismo tiempo conlleva plenitud de perfección, infinita pureza, suma bondad, absoluta virtud. De hecho, la santidad identifica a Dios, porque él es el único santo por naturaleza. La santidad, que sólo se encuentra en Dios, es motivo de adoración. De hecho, en las expresiones de adoración que encontramos a lo largo de la Escritura encontramos con frecuencia el reconocimiento de la santidad de Dios como motivo más que sobrado para ese culto espiritual. Ejemplos: ♦ ♦
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En la revelación de Isaías, los serafines “se gritaban el uno al otro: ‘Santo, santo, santo, Señor todopoderoso: llena está toda la tierra de su gloria»” (Is 6,3). En la visión que Juan narra en el Apocalipsis encontramos una escena semejante: “Los cuatro Vivientes tienen cada uno seis alas, están llenos de ojos todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche: «Santo, Santo, Santo Señor, Dios Todopoderoso, `Aquel que era, que es y que va a venir'” (Ap 4,8). La santidad de Dios aparece claramente como motivo para la adoración en el cántico que entonan “los que habían triunfado de la Bestia” (Ap 15,2)... “diciendo: ‘¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre? Porque sólo tú eres santo y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti” (Ap 15,4).
Dios es Santo. Así se presenta él mismo a lo largo de toda la revelación. Pero cuando se escoge un pueblo para que sea su pueblo, su heredad, y se relacione con su Dios, el Santo, está haciendo una llamada a la santidad: “Porque yo soy el Señor, vuestro Dios; santificaos y sed santos, pues yo soy santo. No os haréis impuros […]. Pues yo soy el Señor, el que os he subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed, pues, santos porque yo soy santo” (Lv 11,44-45). Nadie puede tener comunión con el Santo sino en la santidad y desde la santidad. En el antiguo Templo de los judíos el lugar de la adoración se llamaba “Santo de los Santos” (Hb 9,3). Esto da una idea de lo que quiere decir adorar: penetrar en el Santuario de Dios hasta el lugar de la santidad, hasta el mismo Trono del Santo. Y como nada impuro puede estar en su presencia, si queremos aproximarnos al Santo precisamos ser santificados. Dios es el único Santo, nosotros necesitamos ser hechos santos o santificados por él. Los adoradores de Jesucristo, “el Santo de Dios” (Jn 6,69), tienen la actitud del salmista, que confiesa: “Pero yo, por lo mucho que nos quieres, me atrevo a entrar en tu Casa, a postrarme ante tu santo Templo, lleno de respeto hacia ti” (Sal 5,8). 2. Palabra profética Durante la adoración: visión del Trono del Señor. En torno a él todo es luz. No hay ninguna huella de pecado por ningún sitio. La santidad que emana de allí todo lo santifica, todo lo ilumina. El Señor está cerca y santifica a todos los adoradores que se postran ante él. Lo que está lejos de él es muerte, oscuridad, vacío. Los adoradores no son santos por sí mismos, sino que cuando se aproximan a él, él los santifica. A medida que alguien se aleja de él empieza a tomar cuerpo la sombra, la oscuridad se le acerca y las tinieblas que cubren el mundo lo envuelven. La única solución para un adorador es permanecer en él y hacerlo todo en él y desde él; así es como todo se lleva a cabo desde la santidad y la luz.
TEMA 62. ADORAR AL ETERNO “El Señor es el Dios verdadero; es el Dios vivo y el Rey eterno” (Jr 10,10). 1. Reflexión Al adorar a Dios, le adoramos globalmente en todo lo que él es; pero nuestra reflexión sobre la adoración puede detenerse en cada uno de los atributos esenciales de Dios, porque podemos adorarle mejor al descubrir y contemplar cada uno de ellos. Lo mismo que adoramos al Dios santo, atraídos y movidos por su santidad, podemos adorar al Dios eterno, asombrados y hasta cierto punto confundidos por esa realidad tan inexplicable que no acertamos a comprender, como es el carecer de principio y fin. Cuando pensamos que Dios no tiene principio ni fin, tal vez intentemos lanzar hacia atrás o hacia delante nuestra imaginación, pero a continuación experimentamos la imposibilidad de entender ese misterio del Dios eterno, nos sentimos de nuevo insignificantes ante él y movidos a postrarnos ante él. Profundizar en el conocimiento de la eternidad de Dios, por vía natural y sobrenatural, nos ayuda también a acercarnos más a Dios y a rendirnos ante él con mayor facilidad. Dios es eterno. Esto quiere decir que en él no hay principio ni fin, pero más que eso, en Dios no se da una sucesión indefinida de momentos, Dios no está constreñido, limitado por el tiempo, ni sometido a él. En Dios “no hay cambio ni fase de sombra” (St 1,17). Nada le puede abarcar, tampoco el tiempo. En la revelación encontramos referencias a las cualidades de Dios que no terminan y afirman de este modo la eternidad de su poseedor y referencia a su propia eternidad: ♦ ♦ ♦ ♦ ♦
Es eterno su amor: “¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!” (Sal 118,1). Es eterno su poder: “Su poder es eterno y nunca pasará, y su reino no será destruido” (Dn 7,14). Es eterno su trono: “Tu trono es eterno” (Sal 45,7). Es eterna su soberanía “El Señor se sienta como rey eterno” (Sal 29,10). Y es eterno como creador de todo: “Dios eterno, creador de la tierra hasta sus bordes” (Is 40,28).
Lo mismo podemos decir del Hijo de Dios que, naciendo de mujer se hizo hombre y asumió nuestra naturaleza. La encarnación de Jesucristo implica que una persona de la Trinidad se somete a la limitación del tiempo, naciendo, viviendo y muriendo en un tiempo determinado. Pero el Hijo es eterno como el Padre y el Espíritu. El evangelio de Juan nos lo recuerda: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada” (Jn 1,1-3). Si el Hijo eterno de Dios, la Palabra, se hizo hombre y entró en el tiempo, no fue sino para hacer que los que estamos en el tiempo podamos penetrar la eternidad. De hecho, relacionarnos con Dios es relacionarnos con la eternidad, pues Dios es eterno. Así lo confiesa Pedro: “Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69). Adorar a Dios en su eternidad nos da acceso a realidades eternas, y nos permite unirnos en espíritu a los que en la gloria adoran ya al Dios eterno, como contempló Juan: “Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos” (Ap 4, 9-10). 2. Palabra profética "En la medida en que os estoy acercando a mí, os estoy haciendo participes de todo lo mío. Por eso tenéis una mayor participación de mi cruz y de mi Amor. La cruz es un signo de crecimiento, un lugar de preparación. En ella sois pulidos, porque el fuego de mi cruz es el que purifica y quita de vosotros todo rastro de pecado".
TEMA 63. ADORAR AL OMNIPOTENTE “¡Buscad al Señor y su poder, id tras su rostro sin tregua, recordad todas sus maravillas, sus prodigios y los juicios de su boca!” (1 Cr 16,11-12) 1. Reflexión Cuando tenemos que relacionarnos con alguien que tiene mucho poder junto con otras buenas cualidades, fácilmente nos sentimos indefensos e inferiores ante esa persona, y tenemos tendencia a reaccionar en su presencia en actitud de humildad, respeto, reverencia, etc. ¿Cómo deberíamos reaccionar si ese poder es infinito y quien lo ostenta es además perfecto en todo? Tal es el caso de nuestro Dios. Uno de los atributos de Dios, ante el cual el hombre no puede compararse, es su poder. Por eso es normal que, cuando contemplamos a nuestro Dios como todopoderoso, nos veamos ante él indignos e insignificantes y, en consecuencia, necesitemos rendirnos ante él en adoración. Toda la creación es manifestación del poder de Dios; toda la revelación está llena de obras de poder con las que Dios interviene ante los hombres; toda la creación nos invita a rendirnos ante Dios, porque toda ella es demostración de su poder: ♦ ♦ ♦ ♦
La creación es testigo fiel del poder de Dios, como recuerda el salmista: “Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan; que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos” (Sal 24,1-2). Nada hay que escape a su poder en el cielo ni en la tierra: “Bien sé yo que es grande el Señor, nuestro Señor más que todos los dioses. Todo cuanto agrada al Señor, lo hace en el cielo y en la tierra, en los mares y en todos los abismos." (Sal 135,5-6). Jeremías reconoce ante Dios que nada le es imposible: “He aquí que tú hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo: nada es extraordinario para ti” (Jr 32,17) Mardoqueo confiesa asombrado el poder de Dios ante toda criatura al decir: “Señor, Señor, Rey Omnipotente, todo está sometido a tu poder, y no hay quien pueda resistir tu voluntad si has decidido salvar a Israel. Tú hiciste el cielo y la tierra y cuantas maravillas existen bajo el cielo. Eres Señor de todo, y nadie puede oponerse a ti, Señor” (Est 4,17).
La admiración que causa contemplar el poder de Dios en sus obras se convierte en estupor y consternación cuando se le relaciona con el pecador; el verdadero adorador en cambio va más allá y es consciente del poder de Dios y de cuán terrible es, pero no huye del Señor, sino que se rinde ante el Dios todopoderoso, se somete al “Dios de toda fuerza y poder” (Jdt 9,14) y se humilla “bajo la poderosa mano de Dios” (1 P 5,6), con temor y temblor, pero también con confianza, pues “el amor pleno expulsa el temor” (1 Jn 4,18). El verdadero adorador encuentra en el poder de Dios un estímulo para adorarle, porque “el Señor hizo los cielos; gloria y majestad están ante él, poder y esplendor en su santuario” (Sal 96,56). Y responde con la adoración a las palabras del salmista, que grita: “Tributad al Señor, familias de los pueblos, tributad al Señor gloria y poder, tributad al Señor la gloria de su nombre. Traed ofrendas, entrad en sus atrios, postraos ante el Señor en el atrio sagrado, ¡tiemble ante su rostro toda la tierra!” (Sal 96,7-9). 2. Palabra profética “Quiero liberaros de todas vuestras cargas, quiero sanar vuestras heridas, quiero liberaros de todo lo que os frena y os impide avanzar por mis caminos, pero no me dais ocasión para hacerlo: os falta tiempo para estar a mis pies. Me lo entregáis con los labios, pero no con el corazón. Por eso estáis tan agobiados y cansados, y os pesan tanto las cargas, porque no las queréis soltar, no me las queréis entregar a mí. Os falta tiempo de permanencia a mis pies, os falta tiempo de adoración".
TEMA 64. ADORAR AL DIOS OMNIPRESENTE “Seol y Perdición están ante el Señor: ¡cuánto más los corazones de los hombres! (Pr 15,11) 1. Reflexión La presencia de Dios es inseparable de la adoración, porque ¿cómo adorar a alguien que no estuviera presente o cómo adorar en el vacío? Cierto que “a Dios nadie le ha visto jamás” (1 Jn 4,12), pero la fe cristiana es “la prueba de las realidades que no se ven” (Hb 11,2). Así pues, cuando el hombre quiere acercarse a Dios no necesita hacer muchos kilómetros, sino recorrer un camino más especial, y en cierto modo hasta más corto: el camino del espíritu. Descubrir la presencia de Dios, imprescindible para la adoración, es una experiencia que podemos vivir en cualquier lugar. Es lo que experimentó el salmista cuando dijo: “¿Adónde iré lejos de tu espíritu, adónde podré huir de tu presencia? Si subo hasta el cielo, allí estás tú, si me acuesto en el Seol, allí estás. Si me remonto con las alas de la aurora, si me instalo en los confines del mar, también allí tu mano me conduce, también allí me alcanza tu diestra. Si digo: ‘Que me cubra la tiniebla, que la noche me rodee como un ceñidor’, no es tenebrosa la tiniebla para ti, y la noche es luminosa como el día” (Sal 139,7-12). Realmente nada ni nadie puede abarcar a Dios: él lo hizo todo, y lo penetra todo, él es quien “trazó un cerco sobre la faz de las aguas, en los confines de la luz y las tinieblas” (Jb 26,10). Él es el omnipresente, pues este atributo le corresponde y le define sólo a él. Por este motivo podemos adorar al Señor aquí, donde estamos, porque él también está enteramente en este lugar. E incluso podemos adorar al Señor en un lugar donde nosotros no estamos, porque él sí que está, uniéndonos de esta forma a otros adoradores o proclamando adoración al Dios verdadero en lugares dedicados a idolatría. Siempre preocupó al hombre buscar lugares especiales para encontrarse con Dios. Éste es el asunto de la conversación que la samaritana entabla con Jesús: “Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Jn 4,20). Pero el Señor Jesús lleva la conversación adonde le interesa; el lugar no es obstáculo, la adoración depende más bien de la actitud del corazón: “Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.’” (Jn 4,21-24). El espacio puede ayudar a la adoración, pero no la condiciona. La ignorancia sobre este punto daña a muchos que creen que no pueden adorar si no van al templo y, como lo tienen difícil, el resultado es que nunca tienen ocasión para la adoración. Dijo el Señor por medio de Isaías: “Los cielos son mi trono y la tierra la alfombra de mis pies. Pues ¿qué casa me vais a edificar, o qué lugar de reposo si el universo lo hizo mi mano y todo vino al ser? -Oráculo del Señor-. Pues en esto he de fijarme: en el mísero, pobre de espíritu, y en el que tiembla a mi palabra” (Is 66,1-2). No es necesario buscar mucho dónde adorar al Señor, lo que importa es buscar de corazón al Señor. Los hombres solemos comenzar por lo accesorio y dejar lo importante a la improvisación. Dios nos dice que no hay que comenzar por edificar templos, sino por ser templos de Dios. De este modo podremos permanecer sin interrupción en el lugar de la adoración. 2. Palabra profética "Hoy vengo hasta vosotros con fuego devorador para abrasar todo el hombre viejo que hay en vosotros; dejaos quemar por él para que de las cenizas brote el hombre nuevo que alabe y bendiga al Padre, el hombre nuevo que sirva a mi Padre, el hombre nuevo que adore y evangelice, que proclame sin cesar la gloria de mí Padre. Dejaos abrasar por este fuego en el que os quiero consumir hasta hacer de vosotros verdaderos adoradores de mi Padre".
TEMA 65. ADORAR A JESUCRISTO, HIJO DE DIOS “A Dios tienes que adorar” (Ap 19,10) 1. Reflexión Las democracias y los sistemas de gobierno no totalitarios admiten que las personas merecemos un tratamiento igual en cuanto seres humanos, porque tenemos una dignidad común; pero también vemos que, a la hora de la verdad, hay tratos diferenciales, porque intervienen otros factores que en la sociedad suelen considerarse importantes; tales son la cultura, la posición social o laboral, el grado de autoridad, el nivel económico, la influencia, etc. Pues bien, en escala ascendente nos encontramos con Dios, infinitamente más digno que el hombre y ocupando el máximo grado y posición en todos los órdenes en el tiempo y en la eternidad. Y puesto que la diferencia de trato que damos a las personas según su posición en la sociedad es diferente, cuando nos situamos ante Dios, el infinito, el eterno, el omnipotente... es normal que el trato que le debemos sea también diferente al que nos corresponde a los seres humanos, porque la diferencia entre él y nosotros es sencillamente abismal. En este nivel de trato máximo y exclusivo se sitúa la adoración. Por eso Jesús le recordó a Satán, que estaba haciendo piruetas para que lo trataran como dios, que sólo a Dios hay que adorar (Mt 6,10).
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Al decir esto, estamos diciendo de algún modo que, si Jesucristo sólo es hombre, merece ser tratado como hombre, aunque sea con mucho honor y respeto; pero es Hijo de Dios, merece la adoración de Dios. Como la verdad es que en Jesucristo hay dos naturalezas, una humana y otra divina, afirmamos que merece recibir la adoración que sólo a Dios corresponde. Así nos lo enseña la palabra revelada, la que sale de la boca de Dios. La carta a los Hebreos empieza haciendo una presentación del Hijo y una afirmación acerca de su presencia entre los hombres, de la obra que ha llevado a cabo y de su posición final a la diestra de Dios diciendo: “Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hb 1,1-3). A continuación afirma su dignidad por encima de toda la creación, al recordar que a nadie ha tratado como a él, porque nadie puede igualarse con él, que goza de “una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mi Hijo?” (Hb 1,4-5). Otra razón convincente consiste en el mandato que da a los ángeles –las criaturas más excelsas de la creación- para que le adoren: “Al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios” (Hb 1-6). Por si acaso quedara alguna duda, sigue una comparación final entre los ángeles y el Hijo: “De los ángeles dice: El que hace a sus ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego. Pero del Hijo: Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos; y [...] te ungió, oh Dios, tu Dios con óleo de alegría con preferencia a tus compañeros” (Hb 1,7-9). La diferencia es evidente y el honor que en consecuencia le corresponde también lo es. Si la adoración está dirigida a Dios por ser quien es, Jesucristo tiene la dignidad y la autoridad de Dios, que en él se hacen visibles y cercanas al hombre, pues como nos recuerda San Pablo: "Él es Imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados y las Potestades, todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,15-17). Por tanto, la persona de Jesucristo –Hijo de Dios e hijo de hombremerece la misma adoración que otorgamos a Dios, porque él es igualmente Dios. 2. Palabra profética “No olvidéis que estáis en una guerra, y que en esta guerra no hay tregua ni descanso. Vigilad día y noche; no perdáis de vista al enemigo. Sólo si camináis en humildad y santidad, seréis preservados del enemigo que se disfraza de ángel de luz para confundiros. Sólo la humildad y la santidad os pueden mantener en la Verdad”.FINAL
TEMA 66. ADORAR A JESUCRISTO, CORDERO DE DIOS “Nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado” (1 Co 5,7). 1. Reflexión
Adorar a Jesucristo implica adorarle en su persona, sus atributos, sus obras... todo lo que de algún modo pertenece a su naturaleza y manifiesta su presencia. A veces, debido a nuestra dificultad para tratar con las realidades espirituales, nos ayuda centrar nuestra mente o nuestro corazón en aspectos concretos que apoyen nuestra adoración o que nos ayuden a sentirnos más motivados para postrarnos ante él. Una de estas situaciones es la pasión y muerte de Jesucristo. Nuestra adoración sería inmediata, si fuéramos capaces de comprender en nuestro corazón, con conocimiento espiritual, la profundidad de los misterios de la redención. Y a falta de éste, necesitamos el empuje de la fe que nos anime a postrarnos ante él. ♦ Poco tendríamos que esforzarnos para adorar a nuestro Redentor, si fuéramos capaces de aceptar y creer en profundidad estas palabras de San Pedro, aplicándolas a nosotros mismos: “Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1 P 1,18-19). ♦ Tampoco tendríamos que esforzarnos mucho para adorarle desde el convencimiento profundo de que el profeta habla de Jesucristo cuando dice del Siervo: “Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca” (Is 537), por la única razón de que “eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros” (Is 53,4-6). ♦ La adoración motivada por la contemplación de la pasión y muerte del Cordero no se puede confundir con una reacción psíquica traducida en sentimientos de compasión o dolor ante el sufrimiento humano, aunque sean importantes y no deban excluirse a priori. Pero, si no alcanzamos a ver detrás de estos acontecimientos el amor infinito de Dios, capaz de llegar a tal extremo, no nos resultará difícil postrarnos en adoración. La adoración a Jesucristo “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) va más allá de su pasión y muerte, ya que ocupa un lugar especial en la liturgia celestial que presenció Juan en visión y que nos describe en el Apocalipsis. De ella participan todos los seres celestiales que proclaman la grandeza de la obra del Cordero y su derecho a la adoración y terminan postrándose ante él para adorarle como merece: “Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; [...] Los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero [...]. Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: ‘Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza’. Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: ‘Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos. Y los cuatro Vivientes decían: ‘Amén’; y los Ancianos se postraron para adorar” (Ap 5,6.8.11-14). El que está sentado en el trono y el Cordero reciben por igual la adoración que tributan los seres celestiales, signo evidente de su igual dignidad y derecho a recibirla. 2. Palabra profética “Os he sacado del estercolero de vuestro pecado y os he llamado a vivir en mi santidad. Quiero vuestra vida vivida en agradecimiento, santidad y adoración”.
TEMA 67. ADORAR A JESUCRISTO GLORIFICADO “El Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús” (Hch 3,13) 1. Reflexión La visión de la gloria de Dios suscita una inmediata reacción en las criaturas celestiales, que se postran y adoran “al que está sentado en el trono y al Cordero” (Ap 5,13). Esta situación es de máxima adoración, porque es encuentro con Dios en plenitud de conocimiento y experiencia, y porque ya no existe otra posibilidad de visión más profunda. Antes de llegar a ese grado hay otras oportunidades para la adoración a la persona de Jesucristo, que provoca la reacción humana de quien descubre la divinidad en él. Así sucedió en su resurrección y exaltación, que motivaron la adoración de quienes le habían conocido antes de su muerte y que, al verlo resucitado y ensalzado, se sintieron ante él de un modo diferente, con más respeto, más veneración, más reverencia y más amor. ♦
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El ángel había anunciado a las mujeres que Jesús había resucitado y les mostró la tumba vacía; ellas marcharon a dar la noticia a los discípulos. Entonces “Jesús les salió al encuentro y les dijo: ‘Dios os guarde’. Ellas acercándose se asieron a sus pies y le adoraron” (Mt 28,9). Algo nuevo y diferente debieron ver en Jesús las mujeres que, conociéndole como le conocía, se arrojaron a sus pies de modo tan espontáneo e inmediato. Era sin duda su aparición en el nuevo estado de resucitado. Parecida debió ser la reacción de María de Magdala, que al oír la voz del Señor llamándola por su nombre, lo reconoció y debió arrojarse a los pies de Jesús para abrazarlos, puesto que el Señor le dijo: ”Déjame, que todavía no he subido al Padre” (Jn 20,17). Al comenzar Juan la visión del Apocalipsis, se encuentra frente a un Hijo de hombre, que le causa tal impresión que cae a sus pies como muerto; pero él se presenta diciendo: “No temas, soy yo, el Primero y el Último, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades” (Ap 1,17). No es menor la fuerza que empuja a la adoración de Jesucristo constituido “Señor y Cristo” (Hch 2,36). Los relatos que tenemos acerca de su exaltación están rodeados de adoración en cada momento. Se adora a Jesús resucitado y exaltado, como lo hicieron los discípulos en el momento de la ascensión: "Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo" (Lc 24,52). La narración de la ascensión de Jesús pone énfasis en la imposibilidad de los discípulos para reaccionar ante lo que estaban contemplando cuando “fue levantado en presencia de ellos y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: ‘Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?’” (Hch 1,9-11) San Pablo, que ve en la exaltación de Jesús una especie de compensación a su humillación ante los hombres, considera necesario que “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Flp 2,10). Como él, deberíamos pedir también al Padre que nos capacite para conocer “la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero” (Ef 1,19-21). Sería una buena razón para adorarle unidos a los ángeles y bienaventurados que le adoran en plenitud de visión.
2. Palabra profética “Si en mi Iglesia hubiera más adoradores, el mundo no estaría como está. Buscad la adoración, anhelad la adoración, vivid la adoración”.
TEMA 68. ADORAR A JESUCRISTO, SEÑOR Y REY “Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud” (Col 1,19) 1. Reflexión Jesucristo, el Hijo de Dios, tiene derecho a recibir adoración por ser Dios como el Padre y el Espíritu. Pero, al hacerse Hijo de hombre y llevar a cabo una misión específica entre los hombres, tenemos una relación añadida con él en función de sus obras y de los designios del Padre, que quiso colocarlo al frente de toda la creación como soberano, para que recibiera el honor que le corresponde, según él dijo de sí mismo al presentarse a Juan en visión: “Soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades” (Ap 1,18) . ♦ Debemos adoración a Jesucristo como Señor y Rey, porque el Padre ha querido ensalzar al que se ha humillado hasta lo más profundo y colocarlo en lo más alto para que reciba el honor que le corresponde mediante la postración de las criaturas. Quiere que ante él “toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre” (Flp 2,9-11). ♦ Debemos adorar a Jesucristo en su señorío universal porque el Padre ha querido que él sea la referencia final de todos los seres: “que todo tenga a Cristo por cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef, 1,10). ♦ Debemos adorarle en su señorío desde nuestra naturaleza de criaturas contingentes y llenas de limitaciones porque “en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia “ (Col 1,16-17). ♦ Debemos adorarle como señor de vivos y muertos porque él es “el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud” (Col 1,18-19; y “porque Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos” (Rm 14,9). ♦ El Apóstol Pedro nos recuerda que “Jesucristo... habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios, y le están sometidos los Ángeles, las Dominaciones y las Potestades” (1 P 3,22). Si los seres celestiales le están sometidos y le adoran, cuánto más tendremos que hacerlo los hombres que, además de no estar a su altura, hemos sido especialmente favorecidos por él y rescatados por él. ♦ Con nuestra adoración a Jesucristo Señor reconocemos que el Padre desplegó su fuerza poderosa en Cristo, “resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo” (Ef 1,19-23). ♦ Una ayuda para adorar a Jesucristo como Señor del universo es participar en espíritu de la visión que Juan describe en el Apocalipsis con estas palabras: “Vi el cielo abierto, y había un caballo blanco: el que lo monta se llama ‘Fiel’ y ‘Veraz’; y juzga y combate con justicia. Sus ojos, llama de fuego; sobre su cabeza, muchas diademas; lleva escrito un nombre que sólo él conoce; viste un manto empapado en sangre y su nombre es: La Palabra de Dios. [...] Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores” (Ap 19,11-16). 2. Palabra profética "Misión de ángeles os he encomendado. Misión de santos es la adoración. Cuando estáis en adoración ante mi trono, el Reino de mi Padre se va restaurando, los enfermos son sanados, el pecado perdonado, los hombres salvados. Mirad qué misión tan importante, obra de mi misericordia, que sólo desde la santidad podréis llevar a cabo".
TEMA 69. ADORAR A JESUCRISTO EN LA EUCARISTÍA “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1) 1. Reflexión Hemos hablado hasta aquí de la adoración a Dios en general y de la adoración específica a Jesucristo. Hemos reflexionado sobre distintas razones y modos de adorar a nuestro Salvador, y hemos dejado para el final el modo más sencillo y más cercano para adorarle: nos referimos a la adoración que tributamos a Jesús sacramentado. De hecho, si dijéramos que adorar a Jesucristo en el sacramento de la Eucaristía es el modo normal de adorarle, creo que los católicos estaríamos todos de acuerdo, pues la verdad es que, cuando se habla de adoración entre nosotros, lo que cualquier católico entiende de entrada, a no ser que se diga otra cosa, es adoración a Jesucristo presente en el pan y el vino consagrados. Como nos recuerda el nuevo Catecismo: “Expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. La Iglesia católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración” (CEC 1378), ♦
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Jesús se queda para siempre en la Eucaristía con una presencia personal y sustancial. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario. En la Sagrada Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad de Jesucristo. “Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y sustancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” (Pablo VI, Mysterium Fidei, 3.IX.1965) El Cristo eucarístico se identifica con el Cristo de la historia y de la eternidad. No hay dos Cristos, sino uno solo. Nosotros poseemos en la Hostia al Cristo de todos los misterios de la Redención: al Cristo de la Magdalena, del hijo pródigo, de la samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos, sentado a la diestra del Padre [...] Esta maravillosa presencia de Cristo entre nosotros debería revolucionar nuestra vida [...]; está aquí con nosotros, en cada ciudad, en cada pueblo (M. M. Philipon, Los sacramentos en la vida cristiana, p. 116) La adoración eucarística es adoración al Cristo del amor: “Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros” (CEC 1380).
Adorar a Jesucristo presente en la Eucaristía implica también adorarlo en fe... “Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas” (CEC 1379). Como decía Santo Tomás: “La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este sacramento, no se conoce por los sentidos, sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios”. El que está a la derecha del Padre y es adorado en los cielos está igualmente cercano a nosotros en la tierra y nos concede el privilegio de poder adorarle ya en fe como los bienaventurados lo hacen en visión, hasta que llegue el día en que por su misericordia podamos integrarnos en la adoración única y eterna al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Queridos amigos: Hace casi año y medio empezamos a ofreceros estos breves temas sobre adoración con el deseo de compartir lo que creímos que el Señor nos estaba mostrando y con el propósito de estimularnos mutuamente en la llamada a la adoración que Dios espera de los hombres y particularmente de quienes hemos sido injertados en Cristo y ungidos por su Espíritu. Esperamos que os hayan ayudado a conocer algo más la adoración y, sobre todo, a tomar conciencia de la grandeza de la adoración y de la necesidad que el mundo de hoy tiene de verdaderos adoradores que adoren al Padre en Espíritu y en verdad. Os damos las gracias por vuestra atención. Con este tema os decimos ‘adiós’ por ahora en lo que a nuevos temas se refiere, porque creemos que hemos terminado con la primera parte del plan -sólo con la primera parte-, ya que estamos convencidos de que hay algo que viene a continuación. Estamos orando para que el Señor nos muestre cuál es su voluntad para la próxima etapa y, aunque ya nos ha mostrado algo, todavía nos falta concretar el modo como hemos de llevarlo a la práctica. Estamos convencidos de que el mes de Setiembre será el momento de iniciar los nuevos trabajos y de encontrarnos de nuevo en Internet. Mientras tanto pedimos al Padre que os bendiga con toda clase de bendiciones en Cristo y aumente en todos nosotros la necesidad de ofrecerle la adoración que merece y espera de nosotros. Que el Señor bendiga a todos.
Grupo de adoradores (MTS. España) Adoracion.com
ADORA Y CONFIA No te inquietes por las dificultades de la vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más o menos sombrío. Quiere lo que Dios quiere. Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo, acepta los designios de su providencia. Poco importa que te consideres un frustrado si Dios te considera plenamente realizado; a su gusto. Piérdete confiado ciegamente en ese Dios que te quiere para sí. Y que llegará hasta ti, aunque jamás le veas. Piensa que estás en sus manos, tanto más fuertemente cogido, cuanto más decaído y triste te encuentres. Vive feliz. Te lo suplico. Vive en paz. Que nada te altere. Que nada sea capaz de quitarte tu paz. Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales. Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor continuamente te dirige. Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada, como fuente de energía y criterio de verdad, todo aquello que te llene de la paz de Dios. Recuerda: cuanto te reprima e inquiete es falso. Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida y de las promesas de Dios. Por eso, cuando te sientas apesadumbrado, triste, adora y confía...
P. TEILHARD DE CHARDIN