A LAS RECOMPENSAS Como un príapo e clausura, escucho los sueños de los cuerpos y las letanías de las alcobas, para acallar al escepticismo, que desvirga a los capullos, antes de florecer en la primavera. Cargo el peso de la fatiga y los remordimientos del cuerpo lloroso, que evade a las tormentas y huye de las catástrofes; pero siempre termino atrapado, en la red que tejen las víboras; ponzoñosas como las vaginas murtes de los pecados capitales. Idolatro imágenes e intento comprar con limosnas, un lote o un puesto, en la platea del cielo. Me han saqueado las alimañas murtes con su fuego, la oportunidad para que los versos, me empujaran sobre la tapia de la gloria y poder disfrutar en vida, de las satisfacciones de la perfección y de los sabores de los platos, con los que nos recompensa la vida. La tecnología va tan desbocada, que me siento como una tortuga, corriendo los 100 metros planos. La noche nos recompensa, con una almohada debajo de las nalgas o como la lengua que nos estremece, hasta las cuerdas vocales de nuestros sexos; así como el frío hace tiritar a nuestros huesos, cuando el miedo pasa de ronda, blandiendo una guadaña. Los suicidas, siempre se responsabilizan de los errores del pensamiento. Vivimos peleando a muerte, por los intereses de terceros; la muerte silencia hasta a las lenguas más viperinas, pero la razón termina transformando, a los juicios del absurdo.
Ahora las hembritas se putean, desnudadas por las uñas de los espejos o las cartas de los hoteles, como postres de sus restaurantes; arrancarte de mi vida, sería la mejor recompensa, para este perro vagabundo. Héctor “El Perro Vagabundo” Cediel
[email protected] 2008-02-06