2 La Fortaleza Del Conquistador

  • November 2019
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View 2 La Fortaleza Del Conquistador as PDF for free.

More details

  • Words: 2,261
  • Pages: 2
La fortaleza del conquistador: Francisco de Montejo Jueves, 6 de Julio de 2006

Alejandro

Rosas

/

Historiador.

La llamaron Mérida. Edificada sobre los restos de T-ho --“lugar de los cinco cerros”, abandonado por los mayas tiempo atrás--, la ciudad española fue bautizada así por “la extrañeza y grandeza de los edificios” que evocó en los españoles el recuerdo de su Mérida, la de Extremadura, en España, donde los romanos habían dejado rastros de su grandeza. La nueva ciudad --en que se asentaría el gobierno español de la provincia de Yucatán-- fue fundada solemnemente el 6 de enero de 1542 por Francisco de Montejo, “el Mozo”, mientras su padre --iniciador de la conquista de aquella región-- se encontraba ocupando el cargo de alcalde mayor en Ciudad Real (Chiapas). Con toda justicia, al repartir los solares el joven Montejo dispuso para sí uno de los mejores, que limitaba con la plaza mayor. No había mejor recompensa luego de tantos años en pie de guerra tratando de someter a los indios de Yucatán. Don Francisco el Mozo estaba dispuesto a construir la casa de su padre compartiendo el espacio con los símbolos del poder, de acuerdo con la usanza española: al norte de la plaza de armas se edificarían las Casas Reales; al poniente las Casas Consistoriales y la cárcel; el lado oriente estaba destinado a la primera iglesia, que con el tiempo cedería su lugar a la catedral. En el lado sur comenzaría a construirse la casa Montejo, con su acceso principal orientado hacia la plaza. Y para dejar constancia de que sobre esas tierras se encontraba la espada del conquistador, el joven Montejo improvisó un humilde jacal --que compartió con su esposa-- en tanto iniciaba la edificación definitiva de la soberbia quinta de Mérida. Más que un acto de conquista, era la reivindicación de su apellido. Los planes originales de su padre no habían salido de acuerdo con lo previsto, y lo que parecía inicialmente el camino hacia la gloria se tornó una larga, costosa y devastadora guerra de conquista. Caballero

medieval

Como todos los compañeros del conquistador de México, algo de gallardía medieval y caballeresca, de locura e hidalguía, asomaban en la persona de don Francisco de Montejo, nacido en Salamanca pocos años antes del descubrimiento de América. El Nuevo Mundo se le mostró soberbio en 1514, y luego de algunas aventuras en la conquista de tierra firme, estableció su residencia en la isla de Cuba, donde fue reconocido como rico estanciero. La fortuna, sin embargo, todavía no se presentaba a plenitud; al unirse a las expediciones de Juan de Grijalva y Hernán Cortés, Montejo amarró su destino a la conquista de México. Sin saberlo formaría parte, en 1519, del primer ayuntamiento de la futura Nueva España al ser nombrado alcalde ordinario de la Villa Rica de la Veracruz. Antes de internarse en los dominios del imperio azteca, Cortés envió a Francisco de Montejo y a Alonso Hernández Portocarrero a España como procuradores ante su majestad Carlos V, para entregarle personalmente una muestra de las riquezas que Cortés había encontrado tan sólo en las costas de aquel extenso territorio continental. En sus cartas y memoriales el conquistador solicitaba el reconocimiento de sus derechos sobre lo conquistado y por conquistar. La misión ante el rey alejó a Montejo de las grandes proezas militares libradas durante la conquista de Tenochtitlan, pero la batalla legal peleada en España, frente a la corte, fue su gran victoria en favor de Cortés. Don Francisco regresó a México y fue recibido con gusto por don Hernando. Se llenó de historias: la matanza del templo mayor, la Noche Triste, el sitio de Tenochtitlan; y encontró una ciudad en plena reconstrucción: junto a los escombros de los edificios prehispánicos y acequias anegadas, comenzaba a dibujarse la española ciudad capital de la Nueva España. Montejo fue bien recompensado por sus servicios. Recibió varios solares y encomiendas e incluso formó parte del cabildo de la ciudad de México en 1526. Pero estaba hecho para las armas, lo motivaban la fama y la gloria, el reconocimiento que acompaña a todo conquistador. Deseaba dirigir batallas y contar sus propias hazañas, razones suficientes para dejar atrás la capital novohispana y cruzar de nuevo el Atlántico en busca de la venia del rey, concedida en la forma de una capitulación que lo autorizaba --con sus propios recursos y el título de adelantado-- para conquistar y colonizar Yucatán. El orgulloso don Francisco de Montejo partió en 1527 hacia la península con una fuerza perfectamente armada y pertrechada, “la mejor que hubiese salido de Castilla”. Su posición en la Nueva España era inmejorable. Había logrado que su hijo fuera nombrado paje de Hernán Cortés --a quien este hijo acompañó en la expedición a las Higueras--, y con el título de adelantado los vientos de la fortuna soplaban a su favor. Pero Montejo no era Cortés y a las primeras de cambio fue derrotado en Chichén Itzá --el auxilio táctico prestado a la tropa indígena por Gonzalo Guerrero, el náufrago español que adoptó los usos y costumbres de los indios, fue determinante--. Con su enaltecido ejército aniquilado casi por completo, don Francisco se vio obligado a regresar a la capital novohispana. Tenaz en la esperanza de alcanzar el éxito, a cualquier precio, levantó otra fuerza armada y marchó por segunda vez a la región de los mayas, donde los indios de nuevo le hicieron ver su suerte. Triste y frustrado, en 1535 entregó el mando a su hijo Francisco de Montejo el Mozo, quien demoró once años antes de anunciar en 1546 la conquista definitiva de Yucatán. Con una vida de claroscuros y “el santo de espaldas”, don Francisco de Montejo padre dejó el gobierno de Chiapas y regresó a Yucatán en 1547, provincia entonces gobernada por su hijo. El Mozo le entregó el poder, al tiempo que la casa de la plaza mayor comenzaba a tomar forma. En 1549 el adelantado recibió un último y definitivo revés: fue sometido a juicio de residencia y despojado de todos los derechos concedidos por el rey. Marchó a la ciudad de México e intentó defenderse, sin éxito. En 1551 embarcó en el galeón San Miguel rumbo a España, comisionado para llevar a la corte oro y plata, encargo del virrey Antonio de Mendoza. El viajero tenía como propósito fundamental continuar su defensa, para procurar que le fuera restituido el mando de Yucatán, pero sus esfuerzos fueron infructuosos. Sin fortuna, y asolado por el recuerdo de sus derrotas, don Francisco murió pobre y olvidado el 8 de septiembre de 1553, en Salamanca, lugar de donde partió años atrás queriendo realizar sus sueños de conquista. Joya

de

la

península

La casa Montejo fue construida entre 1543 y 1549. Edificada en estilo plateresco --que combinaba tres corrientes artísticas: gótica, renacentista y musulmana--, la quinta del conquistador requirió de las piedras del antiguo templo maya que coronaba el mayor de los cerros de la ciudad de T-ho. Resultó una fortaleza salpicada con el arte y la estética de dos culturas que silenciosamente se fusionaron en sus muros, corredores y columnas. “Independientemente de la influencia europea --escribió don Manuel Toussaint-- se ha visto en la casa de Montejo influencia indígena: la forma en que está edificado el balcón, fuera de todas las reglas que se usaban para el despiezo de la piedra, con bloques irregulares y con un dintel monolítico a la manera como cerraban los mayas las puertas de sus templos… La técnica del tallado en la parte alta no alcanza la finura de los monumentos platerescos; si a esto se agrega que la piedra es la misma con que fueron construidos los monumentos mayas… tenemos allí una emoción más cercana a la realidad del indígena que labraba con su propia sangre la casa de sus conquistadores”.

Don Francisco, el adelantado, buscó a todas luces vivir con tranquilidad en la quinta que mandó construir. Después de los avatares de la guerra de conquista, se veía así mismo como parte integrante de aquellos muros que ordenó levantar. Su espíritu y su propia historia se podía leer entre las paredes y las habitaciones. En los corredores se escuchaba su voz sonora. Y sin embargo, no pudo gozar los últimos años de vida en el magnífico caserón. Se vio obligado a dejar Mérida para enfrentar el juicio de residencia, no sin antes ver cómo los indígenas tallaban sobre la roca prehispánica de la fachada el escudo de su familia, en medio de símbolos que mostraban escenas de la conquista española. En la piedra quedaba plasmada su alma. A pesar de que el conquistador perdió todas sus encomiendas, la familia Montejo logró conservar la quinta de Mérida. Don Francisco el Mozo heredó la mansión solariega en 1560 --luego del fallecimiento de doña Beatriz de Herrera, esposa de su padre--. El fundador de la ciudad vivió en aquella casa el resto de sus días. Al establecerse en Mérida cambió la fuerza de las armas por la fuerza de la cruz. Se acercó a la caridad cristiana, el amor y la bondad. Trataba por igual a españoles e indios y pronto ganó la fama de ser un hombre con “corazón de oro, buen caballero, leal vasallo de su rey y buen servidor de Dios”. Don Francisco gustoso recibía en su casa a los visitantes que se aventuraban a viajar a Mérida. En ocasiones los hospedaba hasta encontrar residencia o mientras terminaban de edificar. Su ánimo era contagioso, mostraba la casona con alegría, invitando a los visitantes a establecerse en la ciudad por él fundada. Quería verla crecer, que floreciera su comercio e industria. Como anfitrión siempre gozó de buena reputación. No reparaba en gastos para atender comedidamente a sus huéspedes. Fue solícito con los franciscanos, a quienes dio alojamiento en 1554, en tanto construían su convento. En 1562 recibió a fray Francisco de Toral, primer obispo de Yucatán, luego de un distanciamiento del religioso con sus hermanos de la orden franciscana por la causa seguida contra fray Diego de Landa con motivo del maltrato que daba a los indios idólatras. La casa Montejo se convirtió en punto de reunión social en los años inmediatamente posteriores a la conquista de Yucatán. Por mucho, llegó a ser la fuente alrededor de la cual nació y creció Mérida. No era extraño observar a los vecinos del fundador de la noble ciudad, reunirse a conversar y a jugar a los naipes en los maravillosos patios de la casa Montejo. Durante varios años los asuntos políticos y religiosos, las tertulias y fiestas se desarrollaron dentro de la casa. En una ocasión, durante una partida de baraja, el sobrino de don Francisco fue favorecido por la diosa fortuna. En tono de broma, don Diego Lucero, uno de los jugadores, le dijo: —Juro a Dios que puede vuestra merced ir al infierno a jugar con el diablo. Juan Vela, otro de los participantes, molesto por haber perdido en casi todas las manos, agregó: -Conmigo puede jugar, que soy el diablo; e ya no sé qué hacer, que ya llamo a Dios, e rediablo e no puedo ganar. Estas

palabras

fueron

suficientes

para

que

don

Juan

fuera

procesado

por

el

tribunal

del

Santo

Oficio.

El 8 de febrero de 1565 falleció Montejo el Mozo, a la edad de 57 años. La sociedad de Mérida lamentó su fallecimiento. En buena medida, su casa y hospitalidad habían influido en el paulatino crecimiento de la ciudad. Pero las voluntades y simpatías ganadas a lo largo de los años fueron insuficientes para cubrir las enormes deudas dejadas por don Francisco. Ni tardos ni perezosos, los acreedores intentaron arrebatar la quinta solariega a la familia. Doña Andrea del Castillo, la viuda, tuvo que pelear con la misma fiereza de los conquistadores para conservar la casa y la pensión de 350 pesos en oro otorgada por los méritos de su marido, que los oficiales de la Real Hacienda intentaron quitarle en más de una ocasión. La defensa de su patrimonio fue una de las primeras páginas de feminismo, escrita desde los aposentos de la casa Montejo. Doña Adriana sostenía con justicia que, si bien no había tomado las armas en la campaña de Yucatán, su participación en la conquista era evidente: “Porque no menos conquistadora puedo yo decir que soy que los conquistadores, pues entré en estas provincias por mando del dicho mi marido en el mayor hervor de la conquista; cuarenta y más años hay antes que esta dicha ciudad se poblase, y con mi venida se comenzó de propósito la población de ella. Porque muchas veces las mujeres principales y de mi calidad, cuando se hallaban presentes en las conquistas y guerras, los caballeros y soldados, con su vista se esfuerzan y animan a señalarse y bien obrar y a servir a sus Reyes y Señores con más ánimo y valor, y más si saben que pueden ser parte con los capitanes generales para que gratifiquen sus servicios como yo lo podía ser con el dicho mi marido, encareciéndole lo bien hecho y vituperándole lo contrario”. A sangre y fuego, doña Andrea del Castillo logró conservar la casa, y mediante su testamento estableció que el predio no podría ser vendido sino transferido a su descendencia. Se instituyó así sobre la mansión el mayorazgo de los Montejo, que logró extenderse hasta 1832. Joya de la arquitectura civil del siglo XVI, la casa del conquistador de Yucatán sobrevivió a los caprichos del tiempo para contar su propia historia. De los sueños y anhelos de don Francisco Montejo, materializados en las paredes de su quinta, nació también la Mérida mexicana. Correo electrónico: [email protected] Última modificación:

Related Documents

Fortaleza
June 2020 18
Fortaleza
October 2019 34
Conquistador Macedonio
October 2019 6
La Fortaleza De Narihual
November 2019 8
La Serenidad Es Fortaleza
November 2019 10