1x01 Piloto

  • April 2020
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  • Words: 7,738
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PRIMERA PARTE

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CAPÍTULO 1 PILOTO

M

e llamo Mary Alice Young. Cuando lean el periódico de hoy puede que vean un artículo sobre el día tan raro que tuve la semana pasada. Normalmente no pasa nada interesante en mi vida, pero eso cambió el Jueves pasado. Al principio todo parecía muy normal: preparé el desayuno de mi familia, hice las tareas de la casa, terminé unos trabajillos pendientes e hice los recados. En realidad, pase el día como cualquier otra, sacándole brillo a la rutina de mi vida para que resplandeciera con toda perfección. Por eso me resultó tan asombroso que decidiera ir al armario del pasillo a coger un revolver que jamás se había usado y pegarme un tiro. Mi cadáver lo descubrió mi vecina, Martha Huber, que se había asustado al oír un ruido extraño. Acuciada por la curiosidad mi vecina buscó una excusa para presentarse en mi casa sin avisar. Después de pensárselo bien, decidió devolverme la batidora que yo le había prestado seis meses antes. Llamó con insistencia al timbre y, al ver que nadie respondía, bordeó con rapidez el patio hasta llegar a la ventana del salón y... emitió un gran alarido. -¡Es mi vecina! -exclamó a través del teléfono de su cocina-, creo que está muerta, hay mucha sangre. ¡Envíen una ambulancia! ¡Envíenla ahora mismo! ¡Rápido! Colgó el teléfono y por un momento mi vecina se quedó inmóvil en su cocina, paralizada por aquella tragedia sin sentido. Pero sólo por un momento. Si la señora Huber es famosa por algo es por su facilidad de ver el lado positivo de las cosas. Cogió mi batidora y la guardó en el mueble de su cocina; al menos alguien se había llegado algo con mi muerte, ¿no creen?

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Me dieron sepultura un Lunes. Después del funeral, todos los residentes de Wisteria Lane vinieron a presentar sus respetos y, tal y como hace la gente en esas situaciones, trajeron comida. Lynette Scavo trajo pollo frito. Ella tiene una receta familiar de pollo buenísima. En realidad, no cocinaba mucho mientras escalaba puestos en su empresa ya que, simplemente, no tenía tiempo. Pero cuando el médico le dijo que estaba embarazada a su marido Tom se le ocurrió una idea: -¿Por qué no dejas tu trabajo? Los niños están mejor con su madre en casa y así será mucho menos estresante. Sin embargo, ese no fue el caso. De hecho, la vida de Lynette se había vuelto tan frenética que ahora compraba el pollo frito en un restaurante de comida rápida. Le habría hecho gracia lo irónica que es la vida si hubiera pensado en ello, pero no podía, simplemente no tenía tiempo. Para la ocasión, llevaba un sencillo traje negro y el pelo, rubio como la miel, le caía suelto sobre los hombros. Llevaba en el carrito a su último retoño, Penny Scavo, mientras con la otra sujetaba a duras penas la bandeja llena de pollo. Sí, Penny era una niña muy tranquila, pero sus otros hijos podríamos decir que no lo eran tanto. -¡Basta! ¡Basta! ¡Estaos quietos! -les gritó poniéndose a su altura. -Pero mamá -dijo uno de los gemelos. -Hoy vais a portaros bien, no pienso dejar que me humilléis delante de todo el vecindario y para que sepáis que va en serio -continuó sacándose un papel del sujetador y mostrándoselo a los hijos. -¿Qué es eso? -preguntó uno de los gemelos. -El teléfono de Santa Claus. -¿Y de dónde lo has sacado? -Conozco a alguien que conoce a alguien que conoce a un elfo... y como alguno no me haga caso -respondió agitando el papel en el aire-, os prometo que llamaré a Santa Claus y le diré que queréis carbón para Navidad. ¿Queréis arriesgaros? Los tres negaron con la cabeza y ella se puso en pie y caminó con paso firme hasta mi casa. Gabrielle Solís, mi otra gran amiga, que vive al final de la manzana trajo una paella picante. Desde sus días de modelo en Nueva York ella le había cogido el gusto a la comida rica... y a los hombres ricos. Carlos, que trabajaba en fusiones y adquisiciones, se le declaró en la tercera cita. Gabrielle se emocionó cuando se le humedecieron los ojos a Carlos, lo que no sabía es que eso le pasaba siempre que cerraba un trato importante. A Gabrielle le gustaba la paella muy picante, al contrario que la relación de su marido, que era bastante sosa. -Si hablas con Mason ahí dentro -dijo él cogiendo la paella mientras caminaban hacia mi casa-, quiero que le dejes caer lo mucho que me ha costado tu collar. -¿Por qué no me pego la factura en el pecho? -ironizó ella. -Él me dijo lo que le había costado el descapotable de su mujer así que tú... 6

-Carlos, no creo que pueda meter eso en la conversación -interrumpió Gabrielle. -En la fiesta de los Donahue todo el mundo hablaba de fondos de inversión y tú pudiste meter que te habías acostado con media plantilla de los Yanquis. -Te he dicho que surgió en el contexto de la situación -gritó. -Oye, baja la voz, la gente nos está mirando... -Por supuesto, no queremos que piensen que no somos felices -ironizó ella. ¡Y qué gran razón tenía! Vestía un precioso vestido negro que le hacía juego con sus ojos y su hermosa melena oscura. Todo en ella era hermoso, menos su vida. Bree Van de Kamp, mi vecina de al lado, trajo cestas con bollería hecha por ella misma. Bree era famosa por su cocina, y por hacerse su propia ropa, y por cuidar su propio jardín y por tapizar sus propios muebles. Sí, las capacidades de Bree son conocidas en el barrio y todos los vecinos de Wisteria Lane la consideran una esposa y una madre perfecta... es decir, todos excepto su propia familia. -Paul, Zachary... -dijo dirigiéndose a mi marido y a mi hijo con la cara compungida. -Señora Van de Kamp -respondió mi hijo. -No tenías que haberte molestado -dijo mi marido acercando sus manos a las dos cestas que llevaba en el brazo... y que ella retiró con prontitud. -No es ninguna molestia. La del lazo rojo lleva magdalenas para tus invitados pero la del lazo azul es sólo para vosotros; lleva roscos, croisants, cosas para desayunar... -Gracias -respondió mi marido. -Lo menos que podía hacer es asegurarme de que tengáis un desayuno decente por la mañana. Sé que estáis destrozados por el dolor. -Sí, lo estamos -respondió Paul agachando la cabeza. Hubo un silencio incómodo pero pronto lo llenó mi gran amiga con su hermosa sonrisa: -Devolvedme la cesta cuando hayáis terminado. Y ahora sí, mi marido pudo coger las cestas. Y el suyo pudo mirarla con una cara que decía: "Qué ha pasado con ella". Susan Mayer, que vive en la casa de enfrente, trajo macarrones con queso. Su marido Karl siempre se burlaba de ella y de sus macarrones. Decía que era lo único que sabía cocinar y que rara vez le salían bien. Estaban muy salados la noche en que se mudaron a su nueva casa. Muy aguados la noche en que vio carmín en la camisa de Karl y se le quemaron la noche en la que Karl le dijo que la dejaba por su secretaria. Había pasado un año desde el divorcio y ya empezaba a pensar que estaría bien tener a un hombre en su vida, pero sobre todo uno que no se burlase de su cocina. 7

-Mamá -dijo Julie, su hija, mientras caminaba junto a ella hasta mi casa-, ¿por qué se suicida la gente? -Bueno, a veces se siente tan desgraciada que cree que es la única forma de resolver sus problemas. -Pero la señora Young parecía feliz. -Sí, pero las personas pueden fingir ser de una manera por fuera y ser muy diferentes por dentro. -Sí, como cuando la novia de papá sonríe y dice cosas bonitas pero en el fondo sabes que es una zorra -respondió Julie. -No me gusta que utilices ese lenguaje Julie pero sí, es un buen ejemplo. Cruzaron el umbral de mi jardín, ambas de negro, parecían hermanas en vez de madre hija. La madre con el pelo negro y la hija castaño oscuro, ambas inseparables, soportaban las penalidades de la vida porque estaban juntas. Entraron en mi casa, aquella que me había servido de hogar durante tantos años, y se abrieron paso entre el gentío que se agolpaba en el salón. Susan dejó los macarrones con queso encima de la mesa y caminó con el papel de plata hasta la cocina, donde lo tiró a la basura. Y cerca de allí estaban todas, las amigas reunidas bajo una misma mesa... bueno, en realidad faltaba una de ellas, yo. Se saludaron sin atreverse a decir que ya no serían cinco porque yo las había dejado para siempre. Susan miró mi silla, vacía, sin poder creer que yo no estuviera allí reconfortándolas en este aciago momento. Cogió la cafetera y se echó el líquido oscuro que contenía en el interior de una pequeña taza; no pudo evitar que su mente divagara, no pudo... Las cuatro amigas estábamos sentadas en la mesa y yo le serví café a todas para tomar asiento y confortar a mi gran amiga. -¿Y qué dijo Karl cuando le contaste todo? -Os va a encantar, lo único que dijo fue que no significaba nada, que sólo era sexo. Todas respondimos con un gran ¡Oh! -Y después me dijo -continuó ella-, ¿sabes Susan? Muchos hombres llevamos una vida de silenciosa desesperación. -Por favor, dime que le pegaste -respondió Lynette. -No, le dije: ¿en serio? ¿Y las mujeres qué llevamos una vida de ruidosa satisfacción? Mierda, por qué tenía que tirarse a su secretaria, un día incluso la invité a comer. -Mi abuela decía -respondió Gabrielle-, un pene erecto no tiene conciencia -Y cascó una nuez. -Ni los impotentes son de fiar -dijo Lynette. -Por eso me metí en el club de tiro. Cuando Rex empezó a ir a esas convenciones médicas quería que tuviera presente que tenía a una amante esposa en casa con una pistola cargada -dijo Bree y todas reímos la ocurrencia. -Lynette -dije yo-, Tom siempre está en viajes de negocios, ¿no té preocupa qué...? No me dejó terminar. 8

-¡Oh, por Dios! Me ha dejado embarazada tres veces en cuatro años. Ojalá se acostase con otra. Todas miramos a Susan y Bree preguntó lo que todas queríamos saber: -Oye Susan, ¿va a dejar de ver a esa mujer? Pensó por un momento antes de responder, desde lo más recóndito de su corazón: -No lo sé. -Las lágrimas estuvieron a punto de brotar de sus ojos-. Lo siento chicas, es que no sé cómo voy a sobrevivir a esto. -Escúchame -dije yo cogiéndola de la mano-, todas tenemos momentos de desesperación pero si les plantamos cara entonces descubrimos lo fuertes que somos. -Susan, Susan... -Mi amiga volvió al presente. Era Bree la que hablaba-. Como te decía, Paul quiere que vengamos el viernes. Tiene que revisar el armario de Mary Alice y quiere que empaquetemos sus cosas, dice que él no puede hacerlo. ¿Estás bien? -Sí... sólo estoy furiosa. Si Mary Alice tenía problemas tenía que habérnoslo dicho, haber dejado que le ayudáramos. -¿Qué problemas podía tener? -explicó Gaby-, estaba sana, tenía una buena casa, una buena familia... su vida era... -Nuestra vida -respondió Lynette mientras Penny daba buena cuenta de su cuchara. -No, si Mary estaba pasando por alguna crisis lo habríamos sabido. Vivía a menos de veinte metros de nuestras casas. -Gaby, se ha suicidado -respondió Susan-, algo debía de ocurrirle. Sí que me ocurría algo. Y a mi marido no le agradaba demasiado que mis amigas hablaran de lo que él claramente sabía. Mientras escuchaba la conversación bebió un poco de su copa deseando que mis amigas jamás supieran nada. Susan caminó hasta la cocina y se encontró a un apuesto hombre sirviéndose un buen plato de sus no muy deliciosos macarrones. -Yo que tú no me comería eso -le dijo. -¿Por qué? -Lo he hecho yo, hazme caso. Él pinchó el tenedor en los macarrones y quiso llevárselos a la boca. -¿Es que quieres morirte? -No, pero me niego a creer que alguien pueda hacer mal los macarrones con queso -dijo antes de introducir la comida en la boca y desear no haberlo hecho-. Vaya, están crudos y quemados. -Sí, siempre me lo dicen, aquí tienes -respondió poniéndole una servilleta bajo los labios. Él expulsó la comida y se sintió mucho mejor. -Soy Mike Delfino, he alquilado la casa de los Sims. -Susan Mayer, vivo ahí enfrente. Y se estrecharon las manos, el principio de una gran amistad. -¡Oh, sí! La señora Huber me ha hablado de ti, dice que ilustras libros infantiles. 9

-Sí, soy famosa entre los menores de cinco años -bromeó- ¿y tú qué haces? -Soy fontanero, si alguna vez tienes un tapón... ya sabes. Susan sonrió, y se quedó embelesada ante la belleza del hombre de ojos azules que se erguía ante ella. -Y ahora que todo el mundo ha visto que he traído algo debería de tirar esto a la basura -dijo ella cogiendo sus macarrones. Sonrieron de nuevo y mientras ella se alejaba los dos se dieron cuenta de que algo, algo diferente a lo normal, los unía. Se sentían extrañamente atraídos el uno por el otro. Mientras Susan flirteaba con el nuevo vecino, Lynette Scavo estaba ocupada en otros asuntos. Martha Huber entró en la habitación donde estaba amamantando a su hija y le hizo llegar una noticia poco grata: -¡Lynette! Te he buscado por todas partes, ¿tienes idea de lo que están haciendo tus hijos? -Y dicho esto sonrió con malicia, de esas sonrisas que te dicen: "Creo que deberías de meter a esos niños en cintura". Mi amiga cogió a su hija y se dirigió al lugar del que provenían los gritos de sus hijos. Sus ropas estaban en el borde de la piscina y ellos... bueno, digamos que estaban aprovechando el día. -¿Qué estáis haciendo? -preguntó Lynette a sus hijos, susurrando, avergonzada por la actitud de sus tres chicos- ¡Estamos en un funeral! -Cuando llegamos dijiste que podíamos jugar en la piscina -gritó uno de los gemelos. -Dije que podíais jugar junto a la piscina... ¿lleváis el bañador puesto? -preguntó, cuando la respuesta era más que evidente bajo el agua. -Sí, lo llevábamos puesto debajo de la ropa. -¡Lo habíais planeado todo! Está bien, se acabó, fuera -dijo recogiendo sus ropas. -¡No! -¿No? Soy vuestra madre y tenéis que hacer lo que yo mande. -Estamos dentro del agua y no podrás cogernos -le desafió. Y si hubieran conocido a su madre tanto como yo habrían sabido que a Lynette nunca se le desafía. Suspiró y dejó a Penny en el regazo de mi vecino antes de abalanzarse a por ellos. Sumergió sus zapatos de tacón negros en el agua y su vestido sin siquiera pensar que estaba haciendo el ridículo. Ellos nadaron hacia el fondo de la piscina, pero mi vecina era mucho más rápida que ellos y al final alcanzó a uno de los gemelos y después al otro. Parker se encontraba aún en la piscina pero una sola mirada de su airada madre le bastó para saber que el juego había terminado. Empapada, recogió a su hija, le dio el pésame de nuevo a mi marido y se fue dejándose la dignidad entre el agua de mi piscina. Lynette no tenía que haberse preocupado tanto por mi marido ya que Paul tenía otras cosas en mente, ocultas bajo la superficie. La mañana siguiente a mi funeral, mis amigas y vecinas volvieron rápidamente a sus ocupadísimas vidas. Mientras Lynette cocinaba, Bree se 10

dedicaba a limpiar, Gabrielle hacía yoga y la hija de mi amiga Susan hacía los deberes. Estaba jugando cerca de la casa del nuevo vecino al fútbol y, "accidentalmente", coló el balón en el patio de su casa. -Hola -saludó ella-, soy Julie y se me ha caído el balón en tu jardín. -Ahm, vale -respondió Mike cogiendo a Bongo, su fiel perro, del collar-, pues vamos a cogerlo. Y así lo hizo, sin embargo también recogió alguna información para transmitírsela a su madre. -Su mujer murió hace un año -explicó mientras daba vueltas por la habitación-, iba a quedarse en Los Ángeles pero le traía demasiados recuerdos. Alquila por tema de impuesto y aspira a comprar una casa pronto. -¿Cómo has podido ir a verle? -respondió Susan medio ofendida. -Os vi tonteando en el funeral, está claro que os gustáis. Ahora que sabes que está soltero invítalo a salir. -Julie, me gusta el señor Delfino aunque no sé si estoy preparada para salir con alguien. -Vamos, tienes que volver a salir, ¿cuándo fue la última vez que te acostaste con alguién? Susan se volvió de su mesa de estudio con el ceño fruncido. -¿Te molesta que te lo pregunte? -No, estoy intentado acordarme. No quiero hablarte de mi vida amorosa, me da vergüenza. -No te habría dicho nada, es sólo que oí a la novia de papá preguntarle si habías salido con alguien desde que lo dejasteis y papá le respondió que lo dudaba... -hizo un silencio, para acentuar las últimas palabras que sabía iban a hacer cambiar de opinión a su madre-, y se rieron los dos. Y así fue como Susan se vio con una maceta en la mano, cruzando la calle que le llevaba hasta la casa de Mike. Llamó al timbre y esperó pacientemente a que su nuevo vecino acudiera a su llamada. -Hola Susan -exclamó alegre mientras se frotaba las manos. -Hola Mike, te he traído un regalito de bienvenida. Tendría que haberte traído algo antes pero... -En realidad -la interrumpió Mike-, eres la primera vecina que viene a verme. -¿De veras? -preguntó con una gran sonrisa en los labios. Susan estaba de suerte. Un soltero codiciado se había mudado a Wisteria Lane y ella era la primera en saberlo. Pero ya se sabe que las buenas noticias vuelan. -¡Eh, hola! -gritó Edie Britt mientras corría hacia ellos con muy ligera de ropa. Ella era la depredadora más voraz en un radio de cinco manzanas. Sus conquistas eran numerosas, variadas y atrevidas. Incluso se dice que un día se lió con un cura. -Hola Susan. - Y se alzó las gafas de sol echándose para atrás su larga melena rubia. Y con sus grandes ojos azules le habló al hombre que se encontraba frente a ella-. Tú debes de ser Mike Delfino, yo soy Edie... Britt. -Y 11

le estrechó la mano con fuerza mientras Susan veía que sus posibilidades iban mermando-. Vivo al otro lado. Bienvenido a Wisteria Lane. -Y le entregó una fuente. Susan se había topado con el enemigo y era una furcia. -Vaya gracias, ¿qué es esto? -Salchichas a la putanesca, las he preparado en un momentillo. -Ahm, pues gracias Edie, muchas gracias. Os invitaría a pasar pero es que estoy un poco liado. Las dos chicas dijeron que sólo querían saludarle y en aquel momento la carrera por Mike Delfino dio comienzo. Y por un momento Susan se preguntó si su rivalidad con Edie sería amistosa. -¡Oh! Mike, me han dicho que eras fontanero. -Pero Edie enseguida la recordó que en cuestión de hombres las mujeres no tienen amigas-, ¿crees que podrías pasarte esta noche a revisarme las tuberías? -Claro -respondió Mike. Las dos se alejaron de la casa de Mike. Y Edie miró a Susan diciéndole: "Uno a cero chica". En la casa de los Solís se podía observar una gran pelea, una pelea de esas de quién domina a quién. -¡No puedes darme órdenes como si fuera una niña! -gritó Gabrielle-, no pienso ir. -Son negocios -explicó pacientemente Carlos-, Tanaka espera que todos vayamos con nuestras mujeres. -Siempre que estoy con ese hombre intenta tocarme el culo. Carlos, trajeado, caminó hacia ella a lo largo del gran salón y le dijo: -El año pasado gané más de doscientos mil haciendo negocios con él. Si quiere tocarte el culo, déjale. Carlos dejó a su mujer y abandonó la inmensa y lujosa casa amarilla en la que vivían. Miró al jardinero, John Rowland, de reojo y le gritó. -¡John! Éste se pinchó con una espina y lo miró asustado. -Señor Solís, me ha asustado. -¿Qué hace esa planta ahí? Tenías que haberla arrancado la semana pasada. -No tuve tiempo de hacerlo -se excusó. -No quiero excusas, arráncala ya. John, un joven moreno que haría las delicias de cualquier jovencita, se chupó el dedo succionando la sangre. Gabrielle salió en ese momento de la casa y le dijo a su marido: -Carlos, no soporto que me hables así. -Y yo no soporto gastarme quince mil dólares en un collar de diamantes que te morías por tener. Pero he aprendido a aguantarme. Gabrielle se acarició el collar aludido. -Entonces qué, ¿le digo a Tanaka que vamos a su fiesta? -John -dijo ella ignorando a su marido-, tenemos tiritas en la estantería de la cocina. 12

-Gracias señora Solís -dijo antes de entrar en la casa. -Vale, iré -continuó ella cuando el jardinero desapareció-. Pero tendré la espalda pegada a la pared todo el tiempo. -¿Ves? En eso consiste un matrimonio, en ceder -dijo su marido antes de ir a trabajar en su lujoso coche. Sí, todo era lujoso en su vida, menos la relación entre su marido y ella. Gabrielle entró a la casa y vio al jardinero poniéndose la tirita en el dedo. -¿Tienes el dedo bien? -Sí, es un corte de nada. Ella se acercó a él, cogió su brazo con delicadeza y le besó el dedo. Le besó de nuevo, una y otra vez, y él sintió ese cosquilleo interior que le decía que no estaba bien. Pero ella continuó con los besos, esta vez en la boca, y empezó a quitarle la camiseta. Sin embargo, él la apartó de sí. -Señora Solís -explicó con voz entrecortada-, me encanta que nos liemos pero tengo trabajo que hacer y... -Gabrielle se quitó la camisa blanca y dejó al descubierto su hermoso cuerpo dejándole mudo- no puedo perder este trabajo. Ella se echó sobre la mesa del comedor y le dijo: -Esta mesa fue tallada a mano, Carlos la importó de Italia. Le costó veintitrés mil dólares. -¿Quiere hacerlo en la mesa esta vez? -Por supuesto -pudo decir antes de que él se tirara sobre ella. Y sí, lo hicieron. Los Van de Kamp disfrutaban de una agradable cena familiar. Rex presidía la mesa y a su lado estaba su hijo Andrew mientras que en el otro lado estaba su esposa Bree y su hija Danielle. La mesa estaba preparada con exquisito gusto y los platos que allí se cocinaban os puedo decir que no eran los que podía cenar cualquier americano de clase burguesa. -¿Por qué no podemos tomar una sopa normal? -preguntó Danielle a su madre. -Danielle, el puré de albahaca no tiene nada de anormal. -¿No podríamos tomar una sopa que la gente conozca, como de cebolla o de fideos? -En primer lugar tu padre no puede tomar cebolla, es alérgico, y ni voy a dignarme a tomar en cuenta tu sugerencia de los fideos. -Y el silencio se apoderó de la sala hasta que ella misma lo rompió-. Y bien, ¿qué tal el osobuco? -No está mal -respondió su hijo. -¿No está mal? Andrew, me he pasado tres horas cocinando, ¿cómo te crees que me siento cuando dices no está mal con ese tono de desprecio? -¿Quién te ha pedido que te pases tres horas cocinando? Rex miró a su hijo, y a su mujer, pero no se atrevió a intervenir. Bree tragó saliva y asombrada le preguntó a su hijo: -¿Qué has dicho? 13

-La madre de Tim llega tarde del trabajo, abre una lata de judías y pum, comen y todos contentos. -¿Quieres que ponga cerdo con judías? -preguntó su madre temiéndose la respuesta. -Pide disculpas Andrew -rogó Danielle. -Sólo digo que siempre sirves alta cocina, ¿no podemos cenar comida? -¿Estás tomando drogas? Los cambios de carácter son una señal y tú llevas seis meses siento un insolente. Y eso explicaría por qué pasas tanto tiempo en el baño -explicó ella tomando un poco de vino. -Créeme, no es eso lo que hace -respondió Danielle. -¡Cállate! Mamá, no soy yo el que tiene un problema, eres tú la que parece que se presenta a madre del año. -Rex, dado que tú eres el cabeza de familia agradecería mucho que dijeses algo. Rex lo pensó por un momento, tenía que decidir si intervenir o no y al final dijo: -¿Pásame la sal? Por supuesto, esa no era la intervención que Bree esperaba pero al menos sirvió para calmar los ánimos. Tres días después de mi funeral, Lynette cambió el dolor por un sentimiento mucho más útil, la indignación. -Tom, este es mi quinto mensaje -dijo mientras cogía las cosas de los estantes del supermercado y los echaba en el carro; además de intentar controlar a sus hijos y sostener el teléfono móvil-. Sé que estás divirtiéndote mucho en tu viaje de negocios pero adivina qué, los niños y yo también queremos divertirnos, así que si no me has llamado a las doce cogeremos un avión para ir a verte. -¡Mamá! -dijo Parker. -Ahora no, cielo, mamá está amenazando a papi. Yo... -y se giró hacia su hijo- ¡y tus hermanos! Sus hermanos estaban recorriendo el supermercado y echando cosas que a ellos "les hacía falta". Los buscó por el supermercado pero se encontró con una vieja amiga; una vieja amiga a la que intentó evitar. -¡Lynette! -Mierda -dijo para sí-, ¡Natalie! No me lo puedo creer. Aquella mujer representaba todo lo que ella había sido. Estaba bien peinada, bien arreglada y sonreía a cada segundo porque era feliz, sí, todo lo que ella había perdido para siempre. -¿Cómo estás? ¿Qué tal la empresa? -Bien, pero te echan de menos. Todos decimos que de no haberte ido tú serías la gran jefa ahora. -Justo lo que mi amiga necesitaba escuchar-. Y qué tal la vida casada, ¿no te encanta ser madre? Y ahí estaba la pregunta que Lynette siempre temía. Para los que lo hacían sólo había una respuesta aceptable, así que respondió como siempre, mintiendo: -Es el mejor trabajo que he tenido. 14

Y como si fuera un castigo de Dios por mentir, sus hijos, detrás de ella, estrellaron el carrito de la compra contra una anciana que cayó al suelo. Y ella suspiró. Gabrielle y John habían terminado de hacer el amor y se tumbaron en la cama a charlar un rato, como si de dos buenos amigos se tratasen. -No lo entiendo. -Qué. -¿Por qué te casaste con el señor Solís? -Porque prometió darme todo lo que yo quisiera -dijo acercando sus labios de nuevo hacia aquel joven menor de edad que sabía comprenderla. -¿Y lo ha hecho? -Sí. -¿Y por qué no eres feliz? -Porque no sabía lo que quería. -Entonces, ¿le quieres? -Claro. -¿Y por qué estamos aquí, por qué hacemos esto? -Porque no quiero levantarme una mañana cualquiera con ganas de volarme los sesos. Y yo creía que era feliz. -¿Te importaría que me gaste tu pensión de manutención para hacerme la cirugía estética? -le preguntó Susan a su hija mientras esta hacía un trabajo de manualidades en la mesa de la cocina. -No estés tan nerviosa, sólo le vas a invitar a cenar, no es para tanto. -Es cierto. -Dejó de mirarse al espejo y se centró en el caballo de madera que su hija estaba haciendo-. Oye, ¿es un trabajo de clase? Cuando yo estaba en tu curso hice La Casa Blanca con terrones de azúcar. -No le des más vueltas y vete antes de que se busque otra mejor. Susan bordeó la mesa y se acercó a su hija. -Recuérdame por qué me peleé por tu custodia. -Porque querías fastidiar a papá. -Uhm, es verdad. Susan besó a su hija en la cabeza y salió decidida a conquistar al hombre que vivía en la casa de enfrente. Llamó a su puerta y Mike abrió enseguida. -¡Hola Susan! -¿Estás ocupado? -No, que va, qué pasa. -Bueno yo... me estaba preguntando si... podíamos... si sería posible que tú y yo... sólo quería preguntarte si... Y en ese momento la rubia entró en escena. Edie ya estaba en casa de Mike y a Susan se le demudó el rostro al verla. -¿Qué tal Susan? He preparado macedonia y me ha sobrado así que le he traído un poco a Mike, ¿qué ocurre? Susan dudó y al final dijo: -Tengo un tapón. 15

-¿Disculpa? -Y tú eres fontanero así qué... está en la tubería. -Sí, es donde suelen estar. -Pues tengo uno. -Vale, cogeré las herramientas. -¿Ahora? -Susan vio como su peor pesadilla se iba haciendo realidad-. ¿Quieres venir ahora? Tienes visita. -No importa -dijo Edie, sonriendo, consciente de que no había ningún tapón en la tubería de Susan. Le sonrió con malicia y entró de nuevo en la casa. Ella corrió hasta su casa para solucionar, o más bien provocar, el problema. Metió pelos, crema de cacahuete con la ayuda de su hija Julie. -No basta para atascarlo mamá, ¿qué hacemos? -¿Susan? -Mike ya estaba en la casa. Las dos se miraron fijamente, sin saber qué hacer, y como si un pensamiento se hubiera cruzado entre ellas dos miraron con malicia el caballito de madera que Julie tenía sobre la mesa. -Bueno, aquí está el problema -dijo Mike mirando en el interior de la tubería-, alguien ha metido un montón de palos de polo por aquí. -Le he dicho a Julie un millón de veces que no juegue en la cocina, niños, ya sabes. Mike rio. Julie, desde las escaleras, miró a su madre muy enfadada pero esta le pidió perdón con la mirada. Al fin y al cabo, la idea de salir con Mike había sido idea suya. En el Saddle Ranch una familia poco habituada a este tipo de locales estaba sentada alrededor de la mesa para disfrutar de una comida normal. -Pediré su comida -dijo el camarero- y su bebida además de los platos para el buffet de ensaladas. -Andrew, Danielle, servilletas -dijo Bree haciendo también lo propio. -Tienen... videojuegos, ¿podemos ir a jugar hasta que llegue la comida? -preguntó Andrew. -Andrew, estamos en familia, podríamos... -Podéis ir -le interrumpió Rex. Los niños abandonaron la mesa y Bree, con su sonrisa radiante de "no me pasa nada y soy la más feliz del mundo", empezó a limpiar los cubiertos con una servilleta. -Sé que crees que estoy enfadada por haber venido aquí, pero no, los chicos y tú queríais un cambio de aires, lo entiendo. Probablemente mañana queramos algo más sano, había pensado en pollo a la... -Quiero el divorcio -interrumpió Rex. Bree no cambió su rostro, pero en su mente algo se rompió, algo que ella creía eterno y que sabía que le iba a acompañar para siempre; ahora ya no era así. -No quiero seguir viviendo en este anuncio de detergente. 16

-El buffet de ensaladas está por ahí -dijo el camarero-, cojan lo que quieran. -Gracias -dijo Rex incómodo. -Yo te traeré la ensalada -dijo Bree. Cogió el plato de su marido y se dirigió al buffet con su eterna sonrisa como compañera. La señora Huber, que por casualidad estaba cenando allí, se dirigió hacia donde estaba ella y le saludó. -¡Bree Van de Kamp! -gritó sacándola de su ensimismamiento. -Hola. -No tuvimos oportunidad de hablar en el funeral de Mary Alice, ¿cómo te encuentras? Bree se moría por contar la verdad sobre la dolorosa traición de su marido pero, por desgracia para ella, admitir el fracaso no era una opción. -Genial, estoy estupendamente -mintió, y esa sonrisa de nuevo le inundó el rostro, esa sonrisa que ocultaba dolor, mucho dolor. Terminó de servirle la ensalada a su marido y se la llevó a la mesa. -Te he puesto la salsa de mostaza dulce, la tejana parecía sospechosa -le dijo a su marido. Rex pinchó un poco de ensalada y la deglutió airado. Bree cortó el pan en pequeños trozos y no dijo nada, de hecho, es como si no hubiera pasado nada en su vida, como si todos los días se divorciara de su marido. -¿No vamos a hablar de lo que te he dicho? -Si crees que voy a discutir la disolución de mi matrimonio en un sitio donde en los baños pone tías y tíos... ¡has perdido el juicio! Rex empezó a sentirse mal. No podía respirar y sintió que algo en su interior no funcionaba como debería. -¿Qué tiene esto? -pudo decir señalando a la ensalada. -¿Que qué tiene?, es ensalada. Rex empezó a toser y dijo: -Con cebolla, me has puesto cebolla en la ensalada. -No lo he hecho. Pero era demasiado tarde, Rex ya no podía escucharla. Cayó a un lado de la mesa y se llevó consigo el mantel y todos los platos que había servidos. Mi hijo dormía plácidamente cuando un ruido lo sobresaltó. Cogió las gafas que tenía en la mesita de noche y se acercó a la ventana. Ese sonido era algo que sólo había escuchado una vez antes, hace muchos años, cuando era muy pequeño. Pero lo reconoció al instante. Se acercó a la piscina, que no contenía agua alguno, y vio a mi marido cavando un pequeño agujero. Era el sonido de un secreto familiar. Paul miró a nuestro hijo, se quedó mirándolo fijamente por un momento, antes de hundirse de nuevo en la tarea que se había encomendado; sí, los recuerdos son algo que muchas veces no podemos dejar atrás. Siete días después de mi funeral la vida en Wisteria Lane por fin volvió a la normalidad. Lo que para Lynette fue toda una desgracia. 17

Le estaba dando de comer a su hija, sentada en la trona, cuando esta decidió que quizás a su madre le iría bien un poco de potito en la cara. Y eso es lo que hizo antes siquiera de que Lynette se diera cuenta. -Mami, Mami -dijo uno de los gemelos desde la puerta-, ¡papá ha vuelto! Estaba ilusionado y Lynette, en cierta medida, también. Tom Scavo entró rodeado de niños. Seguía siendo el apuesto hombre rubio que ella había conocido. Venía a rescatarla de la rutina como si de un caballero medieval se tratase. -¿Hay alguien en casa? -preguntó éste. -¡Hola! -exclamó ella levantándose de la silla, perdida de potito-. No te esperaba hasta dentro de una semana. -Tengo que volver a San Francisco mañana pero recibí tu llamada y parecía que estabas un poco desquiciada. -Sí, ha sido un poco duro. Tom la besó y después se quitó los restos de potito que se le habían quedado pegados a la boca. -Papá, ¿nos has traído algún regalo? -preguntó Parker. -Oh, vaya, a ver si hay algo por aquí. -Rebuscó en su bolsa y sacó un balón de rugbi-. Sólo os lo daré si me prometéis que saldréis fuera a jugar y no vendréis al menos hasta dentro de veinte minutos, ¿de acuerdo? -Sí -dijeron los tres al unísono y salieron con el balón a jugar, como había dicho su padre, al menos veinte minutos. Tom subió arriba junto con su mujer. Estaba falto de amor y Lynette lo notó por su efusiva conducta. Entraron en el dormitorio dándose besos apasionados, sintiendo la necesidad el uno del otro. -Tom, estoy agotada, déjalo -dijo ella mientras él la posaba sobre la cama y se ponía encima. -Lynette, te deseo. -Y siguió explorando su cuerpo. -¿Te da igual que no me mueva? -Claro que no. Siguieron con el ritual de besos y caricias hasta que llegaron al momento deseado. -Te quiero. -Yo te quiero más -respondió Tom. Se abrió la bragueta pero antes de que pudiera usar lo que contenía su mujer le dijo: -Espera, estaba muy hinchada, así que fue al médico y me ha quitado la píldora. Tendrás que ponerte un condón. -¿Un condón? -preguntó poco convencido-, da igual, nos arriesgaremos. Y continuó... sin ella. Lynette le dio un puñetazo en la mandíbula que lo dejó tirado en la cama. Tom se quedó de nuevo sin lo que tanto esperaba, pero al menos tenía la bragueta abierta. En el hospital Memorial de Fairview el matrimonio Van de Kamp esperaba en una de las habitaciones. Rex no se podía creer lo que había hecho su mujer y Bree no se podía creer lo que su marido le había hecho. -No puedo creer que hayas intentado matarme -dijo él mirando a su esposa que se encontraba en una silla al lado de su cama. 18

-Sí, bueno, pero me siento fatal. La señora Huber me estaba hablando y me distraje. Cometí un error. -¿Y desde cuándo cometes errores? -¿Qué quieres decir con eso? -preguntó con una falsa sonrisa. -Pues que estoy harto de que seas siempre tan asquerosamente perfecta. Harto de esa forma tan rara que tiene su pelo de no moverse. Harto de que hagas la cama por la mañana antes incluso de que llegue al baño. Eres una ama de casa burguesa y artificial con sus perlas y sus flores que dice cosas como "Le debemos a los Henderson una cena". ¡Dónde está la mujer de la que me enamoré! A la que se le quemaban las tostadas, bebía la leche de la botella y que reía. La necesito -dijo cayendo rendido en la almohada-, no a esta cosa fría y perfecta que eres ahora. Bree meditó por un sólo segundo. Tenía las lágrimas a punto de brotar de sus ojos pero no quería llorar delante de su marido, no quería llorar delante de nadie. No podía mostrar sus sentimientos ante los demás, ni siquiera ante las personas que la querían. Por eso cogió las flores que había en la mesita de al lado y simplemente dijo: -Les falta agua. Y se dirigió al baño con rapidez, pestañeando varias veces para contener el llanto. Abrió el grifo y llenó el pequeño jarrón de agua límpida y fría. Junto al agua llegaron sus lágrimas. Se miró al espejo y lloró en silencio durante cinco minutos, pero su marido nunca lo supo porque cuando Bree salió por fin... estaba perfecta. Gabrielle salió de su casa con un vestido de fiesta rosa con un bolso plateado a juego. Oh, os puedo asegurar que mi amiga estaba radiante y que brillaba como la más hermosa de las estrellas. -Ya tengo los pendientes, podemos irnos -dijo a su marido que se encontraba a ras del suelo midiendo el césped. -¿Ha venido hoy John? -Pues... sí. -No ha cortado el césped. Se acabó, cambiamos de jardinero. -¿Por qué? -¿Estás sorda? Te he dicho que no está haciendo su trabajo. -Está oscuro, no se ve si el césped está cortado. -No lo está, toca la hierba. -No pienso tocar la hierba, vámonos ya, es tarde. Y en la lujosa fiesta de la lujosa mansión que había organizado el lujoso Tanaka Gabrielle vio peligrar su relación con su jardinero. Mientras iba cogida del brazo de Carlos tramaba un plan del que dependía su futuro, y el de John. Dejó a su marido junto a Tanaka y los demás ricachones y le pidió a un camarero que la copa de su marido jamás se quedara vacía. Cogió su coche y se dirigió a su casa donde estoy segura que jamás podríais descubrir qué pretendía hacer. Lo aparcó en el garaje y... sacó la máquina cortacésped. ¿Habéis cortado alguna vez un césped con un vestido de más de dos mil dólares? Pues mi amiga sí y me siento orgullosa de ella. 19

A la mañana siguiente su marido tuvo que reconocer que el césped le había engañado la noche anterior y que su mujer tenía razón, por la noche no se podía ver bien. Pero lo que estaba en penumbra no era su jardín, sino su razonamiento. Pero al menos, mi amiga Gabrielle salvó el pellejo y también su gran amigo John Rowland. Susan hacía la compra en su supermercado habitual cuando se encontró con su vecina, Martha Huber, a la que intentó eludir sin éxito alguno. -¡Susan! ¡Susan! Ella aparcó al lado de su vecina y le dijo educadamente: -¡Oh, señora Huber! ¿Cómo está? -No muy bien, me temo. Busco algo que me alivie el dolor de estómago. -¿Le duele mucho? -Sí, tomé unos macarrones con queso horribles en el funeral y desde entonces tengo retortijones. -¡Oh, vaya! -Y tengo que ponerme bien. El hijo de Edie Britt pasará la noche en mi casa. -¿Dormirá en su casa? -Al parecer Edie ha invitado a un apuesto caballero a cenar y creo que piensa entretenerle hasta altas horas de la madrugada, tú ya me entiendes. Susan abandonó el supermercado pero su vecina no se dio cuenta: -¡Oh! Aquí hay un antiácido, ¿has probado esto? Una vez en casa, cuando la noche se cernió sobre Wisteria Lane, Susan se desahogó con su hija: -No puedo creerlo, esto no puede estar pasando, Mike prefiere a Edie antes que a mí, no lo entiendo. -¡No sabes lo que está ocurriendo! Puede que estén cenando. Susan dejó de caminar de un lado para otro de la habitación y miró a su hija Julie con incredulidad. -Tienes razón, están liados. Así, Susan buscó una excusa para entrar en la casa de Edie. Iba con un vaso de medidas y dio la vuelta a la casa para colarse en el interior. Una vez dentro vio lo que ella ya se temía. Música sexy, la ropa interior tirada por los suelos, bombones, velas... el escenario perfecto para un buen crimen sexual. Entonces Edie emitió un quejido de placer. De repente, la posibilidad a la que Susan se había aferrado, el proyecto Mike Delfino, se esfumó para siempre. Se sentó abatida en el sofá blanco del salón y tiró el vaso de medidas al suelo. Pero, a pesar de lo comprometido de su situación, se tomó un momento para llorar su pérdida. Tiró el sujetador de Edie hacia atrás y cogió un bombón para calmar con chocolate su alma herida. Entonces se percató, demasiado tarde por cierto, de que había prendido un gran fuego en el salón, y no era precisamente la llama del amor. La pobre no tardó mucho en comprender que no era su noche. -¿Hay alguien ahí? -preguntó Edie desde su habitación. Susan se fue corriendo. -¡Dios mío, ayuda! -fue lo último que escuchó. 20

Y las sirenas anunciaron el dolor y la tragedia que se habían cernido atrozmente contra Edie Britt. La casa era una gran antorcha que iluminaba todo Wisteria Lane. Los bomberos intentaron sofocar el fuego, pero ya era demasiado tarde. Edie lloró mientras veía como todo su hugar, sus recuerdos y su propia vida ardían en aquel fuego infinito. -Había unas velas encendidas en el salón -comentaba Martha a una vecina-, dicen que ha tenido suerte, podría haber muerto. Susan se acercó a sus amigas y las escuchó hablar de que estaba con un tío que ahora se encontraba en el hospital por haber inhalado humo. Se sintió fatal por Edie y por Mike, sobre todo por este último. -¿Te pasa algo Susan? -le preguntó Bree. -No, es sólo que me siento mal por Edie. -No te preocupes por Edie, es una mujer fuerte -dijo Gaby. -Sí, encontrará la forma de sobrevivir -continuó Lynette. -Como todas -dijo Bree. Y miró fijamente al fuego ya que al igual que Edie había perdido la casa ella había perdido su hogar. Las tres se reunieron con sus maridos y Susan se quedó sola. Caminó hasta un coche que estaba aparcado en la calle y se apoyó sobre él. Y entonces una voz, muy familiar por cierto, la despertó de su letargo: -¡Vaya! ¿Qué ha pasado? Y de repente, ahí estaba Mike, como el ave Fénix que resurge de sus cenizas. -¡Mike! Yol creía que estabas... ¿dónde estabas? -Acabo de salir del cine. Edie ha tenido un incendio. -Sí... sí, pero ya está bien. Todo está muy bien. Y sin más, Susan era feliz y la vida estaba llena de posibilidades por no hablar de algunas sorpresas inesperadas. Mike entró en su casa y cogió el teléfono como si su vida dependiese de ello. Marcó unos números y dijo: -Soy yo. -¿Tienes algo? -No, todavía no, pero no te preocupes, me estoy acercando. Mike sacó la pistola de su pantalón y la posó sobre la mesilla auxiliar. Sí, todo estaba lleno de sorpresas. Al día siguiente mis amigas vinieron a empaquetar mi ropa, mis cosas y lo quedaba de mi vida. -He traído champán -dijo Susan reuniéndolas a todas bajo mi entradita del jardín-, he pensado que deberíamos brindar. Le dio una copa a cada una y dijo: -Bien chicas, un brindis por Mary Alice, buena amiga y vecina. Esperamos que hayas encontrado la paz. Todas hicieron lo propio y se quedaron calladas un segundo, pensando en lo mucho que había significado yo para todas ellas y los recuerdos que aún conservaban de nuestra amistad. -Acabemos de una vez -dijo Lynette. 21

Gabrielle, como siempre muy perspicaz, sacó un pantalón de la única caja que les quedaba por guardar: -¿Os habéis fijado en la ropa de Mary Alice? Una treinta y seis, y me decía que era una treinta y cuatro. Hemos encontrado su secreto en el armario. No del todo Gabrielle, no del todo. Bree fue la primera en darse cuenta del sobre que se había desprendido de la caja. Era un sobre simple, blanco, pero el secreto que contenía era peor que una letra escarlata. -¿Qué es eso? -Una carta dirigida a Mary Alice -dijo Bree pasándoselo a su amiga. ¡Qué ironía! Intento mantener algo en secreto desesperadamente y lo tratan como si nada. Gabrielle empezó a abrir la carta y Lynette la reprendió. -Está abierta, ¿qué más da? -se excusó ella. Todas asintieron y leyeron el mensaje que ocultaba la carta. "SÉ LO QUE HAS HECHO Y ME DA NAUSEAS, LO VOY A CONTAR" -¿Qué significa esto? -preguntó Susan con la carta en la mano. -No lo sé, pero fíjate en el matasellos -dijo Lynette. -¡Dios mío, la recibió el día en que se suicidó! -exclamó Bree. -¿Creéis que por esto...? -reflexionó Gabrielle. Lo siento chicas, no quería cargaros con este muerto. -Mary Alice, qué es lo que hiciste -preguntó Susan. Y todas se quedaron en silencio.

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