1830 Mi Esperanza Solo En Dios

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1830... 1831 ... 1834... "Mi esperanza... sólo en Dios" "El personal de la casa aumentaba diariamente; además se había admitido en los talleres mayor número de niñas pobres. Esperábamos que los días de nuestra peregrinación se deslizarían en la paz y en el trabajo. Un solo pensamiento y un solo deseo nos animaba: vivir como buenas religiosas, hacer el bien y procurar la gloria del Señor formando a estas pobres niñas en la práctica de las virtudes cristianas". Así se expresa una de las contemporáneas. Y sin embargo los años treinta no responden a esta esperanza. El 27 de septiembre de 1829, en una sesión del Consejo, presidida por el Rdo. Sr. Cattet, vicario general, se decide cerrar el externado y el pensionado de Belleville. Este establecimiento ofrecía sin embargo un futuro prometedor y las familias de las niñas estaban contentas. Las autoridades y la población en general se sentían orgullosos de tener en su ciudad un centro que respondía a las necesidades y aspiraciones de todos en lo que toca a la infancia y a la juventud. Pero parece que las antiguas directoras y el mismo párroco no estaban tan contentos. El Señor Cura llamó a dos Hermanas de San José para que abrieran una segunda escuela gratuita y se justificó ante la gente con esta metáfora: "Mi solicitud paterna y pastoral ha buscado únicamente proporcionar a Belleville el 'pan moreno' a los que no querían o no podían alimentarse con 'pan blanco' ". Incomprensiones y malentendidos enrarecen el clima: optan por retirarse. Una vez tomada la decisión, salen de Belleville, sencillamente, a pesar de la intervención del alcalde ante el arzobispado y ante la Prefectura. En julio de 1830 termina el reinado de Carlos X. Este rey había llevado una política considerada como restauradora del Antiguo Régimen. Y cuando por medio de ordenanzas limitó la libertad de prensa y modificó la ley electoral, el pueblo de París tomó las armas, y en tres días derribó la dinastía. No le reemplazó la República sino otro rey, Luis Felipe 1, que fue proclamado Rey de los franceses. Dieciseis meses más tarde siguieron las "Tres Gloriosas" de Lyon. Lyon, la segunda ciudad de Francia, y las comunidades autónomas de Vaise, la Guillotière y la Croix-Rousse cuentan con una población de ciento setenta y cinco mil a ciento ochenta mil habitantes de los que casi la mitad viven de la industria de la seda. La organización de este trabajo es muy precisa: el negociante fabricante proporciona la materia prima, el dibujo y los pedidos al jefe de taller a quien paga por piezas de tejido; el jefe de taller, propietario de los telares, trabaja con uno o varios compañeros y uno o varios aprendices que generalmente viven bajo el mismo techo que el amo, compartiendo su vida. Quince horas de trabajo al día, a veces más; un salario justo para cubrir los gastos de primera necesidad, a veces menos. Como los acontecimientos políticos disminuyeron la actividad económica y aumentaron el paro, los “canut” acogieron con gusto las ideas de los que hablaban de reformas económicas y sociales, y empezaron a organizarse. Deciden exigir un aumento de los salarios e imponer a los fabricantes "la tarifa" mínima para el pago de las piezas de seda. Las dificultades para la elaboración y la aceptación de esa tarifa provocan el que los obreros de la Croix-Rousse bajen a la ciudad y que durante tres días, el 21, 22 y 23 de noviembre, se hagan dueños de ella. El gobierno envía un ejercito de veinte mil hombres para desarmar al pueblo y establecer el orden. ¿Qué hace la Madre San Ignacio durante este período turbulento? No conoce detalladamente las diversas peripecias de la insurrección. Pero reflexiona mucho: porque ella también está formando obreras de la seda en la Providencia. Vuelve la calma, y el 8 de febrero de 1832 escribe a una de sus sobrinas: "la fábrica va mejor que nunca, esto me obliga a ir a menudo a la Providencia; tenemos dos nuevos almacenes que nos dan trabajo; nos hacen montar telares para trabajos de moda. Los trabajos se pagan bien, todos los telares funcionan". El 22 de julio de 1833, escribe a la misma: "la fábrica marcha siempre muy bien; ya debes saber que ha habido un pequeño movimiento entre los obreros; han hecho parar aproximadamente cuatro mil telares que trabajaban para fabricantes... que no pagaban bastante la mano de obra. Al día siguiente vinieron los obreros para informarse si teníamos trabajo para cuatro fabricantes que nos nombraron; contestamos negativamente; se retiraron; se presentaron muy cortésmente, los recibimos del mismo modo y todo fue bien". Pero los obreros lioneses est·n cada vez más convencidos de que sólo con un nuevo régimen, la República, podrán alcanzar su verdadera emancipación. Se reúnen en organizaciones que se politizan

cada vez más. Al bajar de nuevo los salarios, el Consejo ejecutivo de las agrupaciones de los "canuts" les propone el paro total de los telares. El viernes, 14 de febrero de 1834, veinticinco mil telares dejan de trabajar. Ante el temor de que falle y de sus consecuencias, se suspende la huelga, pero son arrestados trece miembros. En marzo del 34, los mutualistas redactan una protesta contra la ley de Asociaciones que amenaza el movimiento obrero; aumenta la agitación y se temen disturbios con motivo del proceso a los dirigentes de febrero que no pudo celebrarse el 5 de abril y se había retrasado. Las autoridades toman las precauciones necesarias. Las tropas dividen la ciudad siguiendo tres líneas paralelas y vigilan todos los puentes del Saona y del Ródano. Hay disparos; muere un gendarme; se improvisan barricadas a toda prisa. Llegamos al miércoles 9 de abril, hacia las once de la mañana; comienza el drama; será de sangre y fuego. Durante cinco días, la ciudad es teatro de combates encarnizados. Dos meses después de estos acontecimientos, la Madre San Ignacio escribe a su sobrina, evocando sobriamente aquellos días de desolación que, dice ella, han sido peores que los del asedio; "en nuestra colina ignorábamos lo que pasaba; veíamos fuego en distintos barrios y espesas humaredas; los cañones retumbaban en nuestros oídos de la mañana a la noche...: los obreros estaban constantemente a nuestra puerta para pedir pan, vino y otras muchas cosas que necesitaban...; me decían que les llegaban socorros de Saint-Ètienne, de Vienne... El domingo fue el día más terrible para nosotras, estábamos entre dos fuegos". La Historia de la Congregación escrita según los testimonios de los contemporáneos da más detalles: ocupación del santuario de la Virgen por los insurrectos; el P. Rey, capellán de la casa, retira el Santísimo Sacramento; una religiosa se encarga de recoger algunos objetos de culto; la inhumación de un capellán, retrasada cuatro días y llevada a cabo finalmente por el Padre Rey mientras daban escolta al cortejo fúnebre un grupo de obreros con las armas en la mano; nevadas tardías pero abundantes; sobre todo, la irrupción de las tropas en el jardÌn de la Providencia mientras las religiosas y las niñas cantaban vísperas en la capilla: el capellán parlamenta con el comandante persuadido de que se ha disparado contra tropas desde la casa; logra convencerle, pero el comandante se ha dado cuenta del emplazamiento estratégico de la casa. Hace entrar a sus hombres y coloca un grupo de soldados en cada ventana. Los amotinados no pudieron mantenerse mucho tiempo en sus puestos y se marcharon. Pero, durante tres semanas, la casa permaneció ocupada por el ejército que se estableció en el primer piso y en la planta baja. Nadie podÌa explicarse cómo la Providencia y los demás edificios de la colina, especialmente la iglesia de Fourvière y su campanario, estaban en pie. "Hemos tirado tanto contra esta plaza durante tres días, que no debería quedar en pie ni una sola casa", decía un oficial. Parece que durante estos momentos tan duros, las niñas y las jóvenes se mantuvieron tranquilas, sin el más mínimo pánico. Seguramente antes no podían darse cuenta de la situación, pero en cuanto empezaron los combates en Fourvière, era imposible seguir ignorando el peligro. Las religiosas conservaron su sangre fría animadas por la fortaleza y serenidad de Claudina. Es verdad que ella, en esta circunstancia, no recibía el bautismo de fuego. No era ésta la primera vez; procuraba que su exterior no dejara traslucir su propia angustia, puesto que debía sostener, animar, calmar a los demás y ocuparse de lo necesario. No era la primera vez que ponía en Dios su confianza, que contaba con la protección de la Virgen María. Había comprendido muy bien, hacía ya mucho tiempo, que "la Santísima Virgen no quiere que nada se haga sin Ella". Esta confianza se mantenía no sólo por la oración, sino por una disposición natural, y que Claudina había desarrollado, de hacer por su parte todo lo que dependía de ella. Cuando terminaron los combates, apareció otro peligro. "Te hubiera escrito antes, mi querida Emma, pero esperaba de un día a otro saber con certeza lo que se decidía acerca de nuestra casa; después de esas horribles jornadas de abril, no se hablaba más que de fortificar Fourvière; nos amenazaban con la expropiación si no queríamos llegar a un arreglo amistoso. El general del Cuerpo de Ingenieros subió a Fourvière el jueves pasado; lo visitó todo... Yo pongo mi esperanza sólo en Dios por intercesión de María". Tener confianza, sí. Pero, sin perder tiempo, buscar un lugar donde poder ir en caso de expropiación. Y Elisabeth Mayet escribe a su hija con fecha del 15 de junio del 34: "Ayer tuvimos a comer a mi hermana, al capellán de su casa y a las Madres Andrés y Motte que van de un lado para otro juntos para visitar diversas casas... Venían de ver una... de la que están encantadas, pero como no está decidido todavía, les conviene que no se hable de ello". El general del Cuerpo de Ingenieros renunció por fin a su proyecto de fortificación. Fue una gran alegría, no sólo para las religiosas sino también para todos los habitantes de la ciudad incluso los menos

religiosos, decían: "Si se destruye la iglesia de Fourvière, Lyon está perdido". El Padre Rey, el capellán de entonces, había sido también una valiosa ayuda durante el tiempo de la revolución. Había aceptado esta capellanía sin entusiasmo, sólo con resignación pues su estado de salud no le permitía ocuparse en otros puestos más duros. "No quiero estar en régimen de convaleciente", había objetado. Pero se encontró con unas mujeres generosas en las que pudo apreciar grandeza de miras, sencillez y humildad, y una labor abnegada y eficaz con las niñas pobres. Y se pregunta: ¿No habrá nadie que intente reformar a los miles de chiquillos perdidos por el contagio del vicio y la falta de educación cristiana, más que por la falta de cualidades de corazón y de inteligencia?" Entonces sueña con hacer lo mismo que había visto hacer, y un buen día se marchó, casi sin decir adiós, para abrir, en Oullins, una Providencia para niños. La Madre San Ignacio lo siente mucho, pero ¿cómo hubiera podido detenerlo?

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