013-ciudades_superpuestas_migraciones_y_violencia_betina_campuzano.pdf

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Ciudades superpuestas, migraciones y violencia en Radio Ciudad Perdida de Daniel Alarcón Betina Sandra Campuzano Universidad Nacional de Salta - CIUNSa

Introducción Los resultados devastadores que la guerra popular peruana produjo en las zonas serrana y selvática, durante las décadas de los ’80 y ’90, alcanzaron finalmente la capital del país andino. Queda así esbozada la cartografía de una Lima tan azotada por los ecos de la violencia y la corrupción, como alterada en su constitución por las migraciones internas. Las primeras oleadas migratorias pueden definirse entre los años ‘40 y ‘60 a causa de la irrupción de la modernidad y después, en los ‘80, como secuela de la violencia política. Y es justamente la urbe -exponente de la modernidad- una de esas figuras que, junto con otros conceptos y metáforas culturales, se producen para representar nuestra condición latinoamericana o, al menos, dar cuenta del proyecto al que suscribimos (Bueno Chávez, 2008). Basta con pensar en la ciudad letrada de Ángel Rama, la ciudad sumergida de Alberto Flores Galindo o la ciudad oral de Raúl Bueno Chávez. En este marco, y a partir del análisis del discurso, se verá en la novela Radio ciudad perdida (2007) de Daniel Alarcón, que escenifica los tiempos de postguerra civil en una ciudad cualquiera de este continente, pero con sugerentes referencias al caso peruano, cómo se configuran diferentes urbes que se superponen y el modo en que una sociedad quebrada por la violencia intenta recomponerse. El hollín y el chirriar de ruedas: las ciudades y sus metáforas Nadie sabe mejor que tú, sabio Kublai, que no se debe confundir nunca la ciudad con las palabras que la describen. Y sin embargo, entre la una y la otra hay una relación […] Tal vez no sabes esto: que para hablar de Olivia no podría pronunciar otras palabras. Si hubiera de verdad una Olivia de ajimeses y pavos reales, de talabarteros y tejedores de alfombras y canoas y estuarios, sería un mísero agujero negro de moscas, y para describírtelo tendría que recurrir a las metáforas del hollín, del chirriar de las ruedas, de los gestos repetidos, de los sarcasmos. Ítalo Calvino

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Ítalo Calvino en su fascinante libro Las ciudades invisibles (1997) nos habla de los múltiples diseños urbanos que coexisten en una metrópolis. No se trata de ciudades cuyos referentes concretos podamos identificar o reconocer con facilidad, pues todas ellas son “inventadas”, como sostiene su propio autor en la nota preliminar. Sí se trata, en cambio, de una yuxtaposición de diversas ciudades que, aun conviviendo en la misma urbe, no se conocen ni se tocan. La novela de Daniel Alarcón, Radio ciudad perdida (2007), narra las secuelas de la guerra interna en una ciudad y un país que podrían identificarse con cualquier territorio y cualquier tiempo de la historia reciente del continente latinoamericano. Se trata de la historia de cómo una sociedad, que ha sufrido vejámenes, procura reconstruir su memoria surcada por vacíos y ausencias. Desde su inicio, la narrativa de Alarcón se configura como deudora -así lo leemos en el epígrafe- de los relatos que el Marco Polo de Italo Calvino realiza a Kublai Kan. En ese sentido, pueden reconocerse en este mundo ficcional múltiples ciudades que están coexistiendo en un mismo espacio, al tiempo que recorremos las diversas regiones de un país: la serrana, la costera y la selvática, por ejemplo. No, no hay referencias explícitas al Perú, pero sí ciertos guiños al lector atento que recuperará rápidamente las problemáticas de estas regiones: esto es, las migraciones de los indígenas a las zonas urbanas desde mediados del siglo XX; el consecuente cambio arquitectónico de Lima a partir de la conformación de los cinturones de pobreza en las urbes costeras; los campesinos azotados por la violencia estatal y guerrillera; el anonimato de la selva y sus asociaciones con ciertas prácticas como el consumo de ayahuasca. Y siempre, la alusión a la población indígena huérfana e invisible en la ciudad. También, las referencias a un guía guerrillero y académico, marxista-maoísta, que fue encarcelado y que, cómo no hacerlo, podemos asociar rápidamente con la figura de Abimael Guzmán o Presidente Gonzalo, líder de Sendero Luminoso1. Asimismo, las menciones a los apagones, conocidas acciones del grupo guerrillero en la ciudad. Cierto es que la de Radio ciudad perdida puede ser la figura o la metáfora de cualquier ciudad latinoamericana, pero indudablemente la singular violencia desatada en Ayacucho durante los pasados años ’80 y ’90 entre SL y las FFAA puede configurarse como sinécdoque de la violencia continental. Si volvemos la mirada a otro epígrafe de Ítalo Calvino, el que inicia este apartado, recordaremos que no debemos confundir la ciudad como espacio físico con la palabra que la 1

En adelante, se emplearán las siglas SL para referirnos a Sendero Luminoso y FFAA para las Fuerzas Armadas. Página 175

refiere, aunque entre ellas exista una indudable vinculación. Es difícil hablar de Olivia o de cualquier otra ciudad sino es por medio de las figuras o los conceptos que intentan interpretar la diversa y quebrada realidad de América Latina, al decir de Antonio Cornejo Polar. Raúl Bueno Chávez, en “La falacia de las metáforas de cultura en la literatura latinoamericana” (2008), propone considerar aquellas simbolizaciones (imágenes, metáforas, alegorías y otras figuraciones) que forman parte de un variado espectro de nociones culturales como identidad, raza, civilización, independencia, gestadas a partir del siglo XIX. El crítico peruano plantea que muchas de estas metáforas o simbolizaciones, que se produjeron para representarnos o para dar cuenta del proyecto sociopolítico al que adscribíamos, muchas veces terminaron revelando sus falencias o sus imposturas. La idea agrícola del

transplante de Bello, la antropofagia de De Andrade, el bosque y el gigante de Martí pueden ser sólo algunos ejemplos de estas figuras que, incluso, pueden rastrearse como partes de un sistema dinámico. Atendiendo a estos postulados, podría trazarse la cartografía de una figura que resulta ser el exponente de la modernidad: la urbe. No debemos confundir, claro está, la ciudad física con las representaciones que, por medio del discurso, de ella se van construyendo en diversas narrativas. Así, a partir del debate en torno a la modernidad y la posmodernidad, en los años ’90 Néstor García Canclini, desde la perspectiva antropológica, se interesa por los vínculos entre el consumo y la ciudadanía2 planteando, entre otras cuestiones, cómo las modificaciones socioculturales configuran una nueva escena cuya representación resulta la vida urbana3. Para el autor del concepto de hibridez, la vida en los centros metropolitanos no permite habitar los lugares propios, por lo que los significados referidos a la pertenencia y la identidad precisan redefinirse desde nuevos ámbitos menos locales y nacionales, y sí más trasnacionales. La reestructuración de estas comunidades implica, en medio de la heterogeneidad que las constituye, la búsqueda de códigos unificadores que no pertenecen necesariamente a la etnia, la clase, la nación, menos aún, responden a los límites territoriales

2

Cfr. García Canclini, Néstor (1995) Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. Grijalbo, México. 3 García Canclini sintetiza en cinco procesos tales modificaciones. Entre ellos, menciona: “La reformulación de los patrones de asentamiento y convivencia urbanos: del barrio a los condominios, de las interacciones próximas a la diseminación policéntrica de la mancha urbana, sobre todo en las grandes ciudades, donde las actividades básicas (trabajar, estudiar, consumir) se realizan a menudo lejos de los lugares de residencia y donde el tiempo empleado para desplazarse por lugares desconocidos de la ciudad reduce el disponible para habitar el propio”. (1995, 24) Página 176

o la historia política. Tales códigos, más bien, enfatizan en el modo de relacionarse con los objetos y la información de manera global. Así, los individuos-consumidores configuran una memoria fragmentaria que, aunque nacional, reconoce los signos de una sociedad multilocalizada. En este marco, García Canclini cuando menciona la urbe lo hace en términos de la ciudad sin

mapa: esto es, un lugar “que invade al desierto, el bosque, la montaña, todo lo que [lo] rodea y [lo] abraza” y, en esa invasión, “disgrega, pierde el sentido del espacio y el desafío” (72). Así, la imagen del desierto opuesta a la ciudad es proyectada en las salidas al campo de los fines de semana, pero también es recuperada e interpretada en numerosos textos que recorren, describen e imaginan la urbe. De ahí, el interés por textos tales como las fotos, las crónicas literarias y policiales, los discursos de la radio, la televisión y la música. Cabe preguntarnos entonces: ¿qué ciudades se describen, se interpretan y se superponen en la novela de Daniel Alarcón? Su voz recorriendo la ciudad: nombrar a los desaparecidos Adónde van los desaparecidos, busca en el agua y en los matorrales. Y porqué es que desaparecen, porque no todos somos iguales. Y cuándo vuelve el desaparecido, cada vez que lo trae el pensamiento. Cómo se llama al desaparecido, una emoción apretando por dentro. Los Fabulosos Cadillacs En De los medios a las mediaciones (2003) Jesús Martín Barbero, enfocado en el estudio de las culturas populares, se preocupa por las experiencias de radio, pues ésta posee “la especial capacidad […] para mediar lo popular tanto técnica como discursivamente” (325). Esta referencia no es menor si repasamos la novela que nos ocupa. La historia narra la llegada de Víctor, un huérfano de la selva, quien arriba a la ciudad con un mandato de su pueblo, comunidad que al carecer de nombre propio es identificada por el número 1797. El mandato consiste en lograr que Norma, una carismática conductora de radio, dé a conocer, durante la emisión del popular programa que conduce, un listado con los nombres de los desaparecidos de 1797 en la guerra interna, para lograr de ese modo dar con el paradero de alguno de ellos. Una estrategia para vender el programa, según los productores del programa, y una experiencia vital para la conductora quien también ha perdido a Rey, su pareja, durante la cruenta guerra. En cualquier caso, la radio y su alcance adquieren Página 177

dimensiones casi heroicas, son depositarios de las esperanzas de una comunidad sin nombre poblada sólo por ausencias: Eran tantos desconocidos, la mayoría jóvenes que se marcharon para nunca más volver. ¿Acaso creían ellos que Víctor podría traerlos de vuelta? Que se leyeran los nombres de los desaparecidos ya era suficiente. Bastaría con que la voz de Víctor resonara en la concurrida cantina. Las viejas solteronas, los hombres que se quedaron, sus compañeros de clase, todos celebrarán por él como si hubiera hecho algo extraordinario: conquistar una tierra extraña, cruzar una frontera o subyugar un monstruo. Él se encargaría de leer, eso sería todo; leería los nombres y pediría a los oyentes que recen por su madre, que se había ahogado y cuyo cuerpo había sido arrastrado por el río hacia el mar. (44) La cita seleccionada nos permite atender ciertos aspectos relacionados con el signo de los “desaparecidos”: leer los nombres por la radio puede ser un hecho extraordinario, casi mágico, como si el nombrarlos trajera la presencia de los ausentes. El gesto no es un hecho aislado en este contexto ni meramente ficcional: en el testimonio Chungui. Violencia y trazos

de memoria (2005) del antropólogo y retablista Edilberto Jiménez y en el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación4 pueden hallarse extensos listados con los nombres de los desaparecidos quienes, de esta forma, parecieran no sólo perder el anonimato sino también actualizar su presencia en la memoria colectiva. Pilar Calveiro en Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina (2004), al referirse a experiencias artísticas propias de la posdictadura en Argentina o el Holocausto en Alemania, nos explica que, del mismo modo que sucede con los monumentos, cualquier acto de memoria no debe fijar ni clausurar la historia. Al contrario, mantener la presencia del drama (en nuestro caso, a partir del listado de nombres) permite procesarlo, reelaborarlo, comprenderlo. Estos actos reabren incesantemente la mirada sobre la desaparición dando de este modo un valor de reparación que puede ser sanador, apunta Calveiro. La ausencia es imposible de narrar. El cuerpo del desaparecido no puede ser invocado, no se le puede hablar porque no responderá. El desaparecido en la historia peruana reciente, como sucede también con la argentina o la latinoamericana, puede entenderse en términos de

ideologema, en el sentido propuesto por Julia Kristeva y reformulado luego por Roland Barthes5. Sabemos que no es posible recordar la totalidad del pasado y que la memoria es el 4

Cfr. http://idehpucp.pucp.edu.pe/images/publicaciones/hatun_willakuy.pdf A propósito, resulta interesante la propuesta de Ignacio Scerbo en Leer al desaparecido en la literatura argentina para la infancia (2014), quien desarrolla con claridad el signo del desaparecido como un ideologema atendiendo a la lectura de un corpus de literatura infantil que incluye a Laura Alcoba, Esteban Valentino, Graciela Montes, entre otros. 5

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campo de batalla en el que se disputan el triunfo de las decisiones ideológicas en torno a tal pasado. El ideologema es “un concepto que permite articular el texto con el intertexto, y ‘pensarlo en los textos de la sociedad y de la historia’” (2012, 85). Es una forma determinada de enunciado que condensa las visiones de mundo y toma una posición: en el caso argentino, los treinta mil desaparecidos es el enunciado que ha estructurado una gran parte de los discursos sobre la dictadura y la posdictadura, como podemos leer en la canción de Los Fabulosos Cadillacs. El ideologema del desaparecido, advierte Ignacio Scerbo, se convierte en el núcleo discursivo en el que sucede el tenso diálogo entre la Junta Militar, las Abuelas de Plaza de Mayo y el periodismo internacional: el enunciado se va transformando del pedido de aparición con vida al reclamo de verdad y justicia por parte de los familiares. Otro tanto sucede en países como Chile y las desapariciones durante la Dictadura de Pinochet o, más cercano en el tiempo y con otras particularidades geopolíticas, la desaparición de los cuarenta y tres normalistas en México. En resumen, el ideologema del

desaparecido da cuenta de las luchas que suceden en la memoria y condensa la perspectiva hegemónica de un momento sociohistórico. Si regresamos a la cita de la novela de Alarcón, observaremos que se desliza otra arista en relación con el ideologema de los desaparecidos: “la mayoría son jóvenes que se marcharon para no volver”. Claro, la primera suposición nos remite indudablemente a la extensa lista de desaparecidos durante la guerra interna que, inferimos, han sido masacrados ya sea por SL o por las FFAA. Pero también cabe otro tipo de desaparición: los que migraron desde la zona serrana o selvática a la urbana a causa de la violencia política. Así puede leerse en numerosas oportunidades: (…) Norma atendía llamadas de personas convencidas de que ella tenía poderes especiales, que era adivina o clarividente, capaz de rescatar a los desaparecidos, separados y perdidos en la asfixiante y podrida ciudad. Desconocidos la llamaban por su nombre de pila y le suplicaban que los escuchara. Mi hermano, le decían, se marchó del pueblo hace años para ir a buscar trabajo en la ciudad. Su nombre es… Vive en el distrito de… Tenía la costumbre de escribirnos cartas, pero luego empezó la guerra. (22) “Para nadie es novedad que la ciudad está creciendo. No hace falta que sociólogos o demógrafos nos digan lo que podemos ver con nuestros propios ojos. Lo que sabemos es que este crecimiento está ocurriendo con rapidez – demasiado rápido, según algunos-, y que nos ha abrumado. ¿Ha venido usted a la ciudad? ¿Está usted solo o más solo de lo que esperaba? ¿Ha perdido el rastro de aquellos a quienes pensaba encontrar aquí? Si es así, este programa, amigo mío, es para usted. Llámenos ahora y cuéntenos a quién está buscando. A quién podemos ayudarle a buscar”. (332)

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Sobre la vinculación entre los procesos migratorios y las prácticas de radio, Martín Barbero considera: (…) nos hace posible indagar cómo en la radio el obrero encontró pautas para moverse en la ciudad, el emigrado modos de mantenerse unido a su terruño y el ama de casa un acceso a las emociones que le estaban vedadas. Y cómo eso sucede porque la radio habla básicamente su idioma –la oralidad no es únicamente resaca del analfabetismo ni del sentimiento subproducto de la vida para pobres- y puede servir de puente entre la racionalidad expresivo-simbólica y la informativo-instrumental, puede y es algo más que un mero espacio de sublimación: aquel medio que para las clases populares “está llenando el vacío que dejan los aparatos tradicionales en la construcción del sentido” (325) De allí que este intelectual recupere las experiencias de radio por parte de migrantes en Lima como formas que dan cuenta de un mestizaje urbano: a través de un lenguaje que lleva no fortuitamente la fonética, el vocabulario y la sintaxis de la calle al espacio de radio, y a través de una participación expresada en llamadas, cartas y visitas a la emisora (tal como sucede en la novela de Daniel Alarcón), se apela a un “nosotros” andino y provinciano6. Un proceso similar acontece con la chicha que, en la ciudad, se fusiona con otros ritmos dando lugar a la chicha electrónica, por ejemplo. La radio y la música, entre otros casos, evocan entonces tanto una memoria común como reproducen experiencias de solidaridad, hechos que permiten que el migrante andino se identifique con sus otros pares en la gran urbe. Pero nos detengamos en uno de los puntos planteados por Martín Barbero que no puede pasar desapercibido: la oralidad no es resaca del analfabetismo ni subproducto de la vida para pobres. Quizá, uno de los riesgos de la crítica literaria ha sido el de reducir el sentido propuesto por Ángel Rama a la noción de ciudad letrada, pensada puntualmente para la sociedad colonial. De allí, y tal como lo señala Carlos Monsiváis en el prólogo al texto de Rama, hemos cristalizado este concepto identificándolo con la actividad académica. Reducimos entonces estas problemáticas a dicotomías irreconciliables: oralidad vs. escritura, analfabetos vs. letrados, por ejemplo, sin atender a eso que Antonio Cornejo Polar llamó “el flujo de interacciones entre oralidad y escritura”, refiriéndose al episodio del “diálogo” de Cajamarca. Por eso, tal vez, pueden resultar sumamente interesantes otros conceptos construidos en torno a la figura de la ciudad, conceptos que pueden constituir el sistema dinámico o la genealogía que estamos tratando de cartografiar: nos referimos a la ciudad

oral de Bueno Chávez y la ciudad sumergida de Flores Galindo.

6

“La primera llamada fue de una mujer. Su acento marcado indicaba que provenía de la sierra”. (332) Página 180

Ciudades sobre ciudades Hay que guardarse de decirles que a veces ciudades diferentes se suceden sobre el mismo suelo y bajo el mismo nombre, que nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí. Italo Calvino De acuerdo con Bueno Chávez, mientras la ciudad letrada alude a la constitución de un orden social en una realidad física, orden perteneciente a la cultura occidental y escrituraria que avanza hacia el “progreso”, la ciudad oral se presenta como su contrapartida7. Se trata de una metrópolis premoderna y mitológica, que emerge de los márgenes y se expande hasta los límites del país, que está parcialmente alfabetizada y sospecha de la ciudad letrada, por lo que la ignora e, incluso, se le opone. Se trata de la ciudad migrante, del desborde

popular del que habla José Matos Mar o de Lima, la horrible (1964) de Sebastián Salazar Bondi. Así puede leerse en los siguientes fragmentos: Radio Ciudad Perdida se había convertido en el programa más popular del país. Tres o cuatro veces al mes había grandes reencuentros que eran grabados y celebrados con gran fanfarria. Las emociones eran auténticas: las familias que se reunían viajaban desde sus estrechos hogares en la periferia de la ciudad y llegaban a la emisora con pollos chillones y abultados sacos de arroz –regalos para la señorita Norma-. En el estacionamiento de la radio, bailaban, bebían y cantaban hasta la madrugada… (22-23) Norma y Élmer fueron hasta la cárcel en la camioneta de doble tracción de la emisora, atravesando barrios de diseño caótico, casas con sus números garabateados con tiza sobre las paredes, habitaciones hechas de cartón y calamina. […] Norma apenas si podía distinguir a lo lejos desde la emisora en días despejados, donde empezaban a aparecer las montañas y la ciudad parecía llegar a su fin –aunque, en realidad, nunca terminaba-. La ciudad era infinita. Cada día llegaba más gente, a medida que la sierra y la selva se iban despoblando. Aquí levantaban sus hogares los nuevos pobladores de la capital, en los inhóspitos y secos pliegues de los cerros más bajos. (68-69) La primera cita no sólo esboza el espacio marginal donde se hallan los Pueblos Jóvenes sino que, junto con el tono festivo y familiar, da cuenta de cómo los migrantes serranos trasladan sus tradiciones y las redes de solidaridad propias del ayllu a la urbe. La segunda ahonda en los procesos migratorios como resultado del vaciamiento de las zonas serrana y selvática, al tiempo que subraya el caos de la nueva arquitectura urbana, tan opuesta a la ciudad ordenada, aquella de la que nos hablara Rama en La ciudad letrada: “Con esa luz, las barriadas de la ciudad no parecían tan pobres. Norma y Rey podían entrecerrar los ojos e imaginarse que era una ciudad ordenada, como ciento de otras en el mundo” (269). 7

De hecho, las mujeres de su pueblo le dicen a Víctor: “tu padre era de la ciudad; era un hombre culto”. (42) Página 181

Pero resulta interesante observar que los procesos migratorios no sólo acontecen desde los espacios periféricos a los centrales sino también suceden de modo inverso: se invierte el modelo radial civilizatorio del que nos habla Raúl Bueno Chávez. Esto sucede, por ejemplo, con la llegada de los hombres de letras a la selva: primero, durante el conflicto, Rey, quien tiene un particular interés por las sustancias psicoactivas y por prácticas rituales como el

tadek; luego, durante el periodo de posguerra, el arribo de Manau, el joven docente que, al igual que Rey tiempo antes, mantiene una relación amorosa con la madre de Víctor. Los movimientos centrífugos y centrípetos intrínsecos a los procesos migratorios quedan visibles en los siguientes momentos: Manau pensó que ya no extrañaba la ciudad y que nunca más lo haría. Pensó entonces que moriría viejo, en aquel reducto de la selva. (216) La gente huía de la selva. Era solo cuestión de tiempo, decía Rey, para que todos huyera hacia ella: cuando las ciudades se vieran sobresaturadas de gente, demasiado asfixiadas por el humo y el ruido , cuando llegara la paz y les diera una vez más la posibilidad de transitar libremente por todo el territorio del país. (360) Puede ser relevante detenerse brevemente en la práctica del tadek, prohibida en la ciudad, y siempre actual en la selva: se trata de una forma de justicia comunitaria que se impartía mediante la narcotización de un niño escogido por los ancianos del pueblo, quien se encargaba de identificar al culpable del crimen que se estuviera tratando. Una vez reconocido, el delincuente era sometido a un cruento castigo como la mutilación o el asesinato. Rey, lejos de condenar esta práctica, la reivindica. La historia sugiere que el tadek es efectivo al identificar a Zahir, un integrante de 1797 que trabajaba secretamente para las FFAA. Lo cierto es que se trata de una práctica antiquísima que, revestida de ritualidad, se actualiza en el presente dando cuenta así de la pervivencia de una comunidad que creía extinguirse y reciclándose, además, en el pensamiento moderno de Rey8. Además, como bien sabemos, los senderistas adoptaron estas formas de justicia comunitaria en un principio, estrategia por la que lograron la adhesión inicial de los campesinos, aunque luego éstos, 8

“Sostuvo que aunque el tadek había estado a punto de extinguirse, pasaba ahora por una suerte de renacimiento. Además, no lo condenó, no lo llamó barbarismo ni empleó ningún giro peyorativo al describir su crueldad. En opinión de Rey, el tadek era un antiguo predecesor del moderno sistema de justicia empleado por entonces en la nación. La justicia de guerra, la justicia arbitraria, argumentaba, tenía una validez tanto ética (era imposible saber qué crímenes se ocultaban en los corazones y las mentes de los hombres) como práctica (castigos rápidos y violentos, si se aplicaban al azar, podían promover la paz, asustando a subversivos en potencia antes de que tomaran las armas).” (177) “La presencia del tadek en la selva no era la expresión arcaica de una tradición arcaica agónica, sino una reinterpretación de justicia contemporánea vista a través del prisma del folclor. En tiempos de guerra, el Estado-nación había finalmente logrado llegar con éxito a las masas aisladas: condenarlos ahora por recrear nuestras instituciones en sus propias comunidades no era nada más ni nada menos que hipocresía” (178) Página 182

renuentes al dogma maoísta y fieles a su cosmovisión andina, eligieron retirar sus fidelidades a los guerrilleros. También podemos encontrar las huellas de una ciudad sumergida, en términos de Flores Galindo, caracterizada por pertenecer a la orilla, por la carencia y la ilegalidad y por estar relegada a los basurales o al acantilado. Así puede leerse en el siguiente fragmento: Pero en esos largos paseos, bajo las luces amarillentas de las calles de la ciudad, todo era más fácil, más simple. Los niños lustrabotas y los ladrones se congregaban en uno de los extremos de la plaza, a contar sus ganancias del día. A lo largo del callejón, en el lado norte de la catedral, media docena de mujeres instalaban puestos en los que vendían pan fresco y revistas viejas, tapas de botellas y fósforos de los hoteles más elegantes de la ciudad. Había también un grupo de malabaristas, al parecer preparando un espectáculo, y, por todas partes, la industriosa ciudad parecía estarse alistando para el descanso y la distracción. (226) Vendedores, lustrabotas, bandidos, actores y cómicos ambulantes se maceran en la ciudad sumergida, mientras que, al apropiarse de ella, “afean” aquella gloriosa Lima del pasado. Salazar Bondi, en su consabido ensayo, enfrenta dos Limas: la “arcadia colonial” se contrapone a “la horrible”, tal como podemos vislumbrar en estos ejemplos: (…) una ciudad de glamorosa decadencia, un lugar de luces de neón y diamantes, de armas y dinero, un lugar a la vez reluciente y sucio. (84) No le interesaba ver la ciudad, al menos no esta parte, no la parte fea. Estaba cansada, le dolían los pies, y del otro lado de la ciudad había cafés, restaurantes y parques en los que la gente no robaba. (105) Era fácil olvidar que la ciudad alguna vez había sido hermosa, que esta elegante plaza había sido el corazón de la capital. (292) Estas urbes –la letrada, la oral, la sumergida, la colonial, la horrible- conviven en los mismos espacios y, muchas veces, sus habitantes conocen unas y desconocen otras, como sucede cuando Rey, desafiante, le muestra a Norma, pese a ser ésta una citadina “originaria”, lugares ignotos para ella: -¿Por qué me traes a estos lugares? –susurró Norma. - Porque existen. ¿No eres curiosa? La película se proyectaba en funciones continuas y las luces nunca se encendían. -En este lugar ocurren todo tipo de cosas –le dijo Rey- y viene todo tipo de gente –se había propuesto educar a Norma sobre su ciudad-. Tú vives demasiado bien –le dijo un día, dándose aires-. No sabes cómo es este lugar en realidad. Yo te lo voy a mostrar.

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-Muy simpático, provincianito. Te informo que yo nací aquí. (102) En definitiva, se trata de ciudades que se superponen, coexisten en el mismo espacio, se desconocen entre sí, se ocultan, se repelen y, al mismo tiempo, esbozan una urbe infinita. A modo de conclusión o los agujeros de la memoria Un último punto a considerar en esta oportunidad es, indudablemente, la cuestión de una memoria deshilvanada que se quiebra y se cohesiona simultáneamente en el sujeto marcado por la violencia o aquel signado por los procesos migratorios: Aquellas veladas permitieron a Víctor darse cuenta de lo peligroso que era recordar. […] Él también planeaba marcharse a la ciudad algún día; lo sabía desde muy pequeño. Había llegado a la conclusión de que la felicidad era una forma de amnesia. (40) Amnesia, vacíos, ausencias, desaparecidos. Beatriz Sarlo en Tiempo pasado. Cultura de la

memoria y giro subjetivo (2005) problematiza la noción de la posmemoria: se trata de aquellos discursos “agujereados”, más evidentes por los vacíos que por los plenos, que se alejan de lo totalizante y se definen, más bien, desde el fragmento. Quizá, la novela de Daniel Alarcón se propone en estos términos desde la manera misma en la que se construye el relato, esto es, a partir de la estrategia narrativa de yuxtaponer diferentes tiempos, superposición que permite al lector unir el rompecabezas. Por ejemplo, enterarnos que Rey, la pareja desaparecida de Norma en la ciudad, y el padre de Víctor, el guerrillero de la selva, son la misma persona. La doble vida, de otra parte, supo ser una de las formas que adoptaron los sujetos que participaron –voluntaria o involuntariamente- del conflicto armado (Stern, 1998). Hasta aquí, a partir de la lectura de una novela que da cuenta de la historia reciente de un país andino, hemos recorrido un itinerario de figuras y representaciones sobre la urbe y su compleja arquitectura: la ciudad sin mapa o el avance sobre el desierto de García Canclini, la

ciudad letrada u occidental de Rama, la ciudad oral o alternativa de Bueno Chávez, la ciudad sumergida de Flores Galindo, la ciudad desbordada o el desborde popular de Matos Mar, las ciudades invisibles de Italo Calvino, la arcadia colonial y Lima, la horrible de Salazar Bondy. Cualquiera sean las palabras que describan la urbe, ya sea el hollín o el chirriar de ruedas, una cosa es indudable: todas ellas dan cuenta del carácter histórico, político y móvil de espacios que se yuxtaponen en un mismo lugar, se hallan atravesados por diferentes temporalidad, se alejan de las visiones totalizadoras y, más bien, nos invitan a reconstruir memorias incompletas o ausentes.

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