-1Todos somos buscadores… Al Dr. Herminio Castellá
“La tierra tiene pensado tu camino y tu corazón sabe cuál es” Pensamiento aborigen
“Todo hombre tiene en su interior… un sonido bajito, su nota, que es la singularidad de su ser, su esencia Si el sonido de sus actos no coincide con esa nota, ese hombre no puede ser feliz” Sofía Prokoffieva
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odos en algún momento de nuestra vida nos ponemos a buscar algo, aunque no sabemos bien qué. Pocas cosas expresan mejor que esta simple idea el comienzo de la búsqueda del sentido profundo de la vida humana y sobre todo de la nuestra. Por eso, despertar a la búsqueda es descubrir que hay algo que no tenemos y, sin ser demasiado conscientes de ello, empezar a movernos para encontrarlo. Y este movimiento vital empieza siendo un poco torpe, con continuos choques, tropezones, a veces viendo y entendiendo, pero muchas otras veces a ciegas y confundidos, un poco perdidos y con cierta necesidad de guía, sostén y acompañamiento. Grandes tradiciones y religiones muestran, con mayor o menor claridad para el ojo vulgar o la mirada del principiante, esta especie de incompletud básica con la que comenzamos el camino de nuestra vida. Es físico, psíquico y espiritualmente verdadero que “nacer“ es ser expulsado del paraíso, es “caer” a una condición bien diferente. En el útero todos hemos experimentado la sensación de fusión, de ser uno con el todo de nuestra madre; allí no había separaciones, ni luchas para conseguir el alimento; todo estaba a nuestro alcance y sin mediaciones conflictivas ni esfuerzo alguno para obtener lo necesario. Estuvimos en una especie de “plenitud embrionaria original” que contenía, a la vez, toda nuestra existencia. Pero al salir al mundo, muchas cosas cambiaron, para la alegría de un entorno, que nos esperaba. Desde un punto de vista, nacer, es como morir; es pasar a un plano muy distinto, con realidades tangiblemente diferentes, donde reina lo separado, la materia…; un mundo de dualidades, concretas o abstractas, que nos parecerán por mucho tiempo, irreconciliables entre sí. Y es muy claro que 30
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para poder dar este paso, en el nacimiento, hay que saber y poder abrirse camino… como la semilla que debe romper primero la cáscara y luego agrietar la tierra para convertirse en brote externo y comenzar el maravilloso camino de ascenso hacia la luz del sol. Venimos de una unidad primordial1, que inevitable y dolorosamente tuvo que ser quebrada, y no puede ser de otra manera aunque parezca cruel decirlo de esta forma. Pero es gracias a esa experiencia de unidad originaria que posteriormente sentiremos que hay algo que debemos comenzar a restituir, que hay algo que debemos reconquistar viviendo. Late en algún lugar de nosotros, una fuerza que nos llama a no quedarnos dormidos o cruzados de brazos. Una “fuerza ambigua” que, por un lado nos mueve sutilmente hacia adelante (proyectiva o evolutivamente) y a trabajar para unirnos nuevamente y por otro nos lleva hacia atrás (regresiva e involutivamente) a la fusión primordial, como si no hubiera nada mejor que encontrar en esta vida que lo ya experimentado en el pasado embrionario. De cada uno depende la elección de caminar hacia la futura integración y unidad o, de dejarse arrastrar a formas regresivas, vividas subjetiva e inconscientemente como más seguras, y más cómodas. Puede ser importante que aclare aquí que la unidad primordial de la que partimos será una vaga impronta que nos impulsará, evolutiva y lentamente, hacia la Verdadera Unidad (más depende de nuestro caminar el hecho de que la desarrollemos o no), pero también ejercerá una magnética atracción involutiva que nos puede llevar a refugiarnos en forma atávica a aquel pasado vivido como mejor. Pasado en el que éramos cuidados y atendidos maternalmente por un entorno que estaba pendiente de nuestro crecimiento y desarrollo. Por esto subrayamos lo ambigua de esta experiencia en la vida de todo hombre: buscamos algo ya experimentado
existencialmente
y
que
no
podremos
conquistar
caminando hacia atrás, por tentadora y segura que resulte esta 1
Unidad primordial en sentido físico, pero también y fundamentalmente espiritual.
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forma regresiva de búsqueda, sino yendo integrativamente hacia delante, hacia el horizonte de la incertidumbre donde habita el sentido verdadero de nuestra vida. Atrapados e impregnados por las dualidades comienza, casi sin que nos demos cuenta, nuestro camino de libertad. Todo está separado en pares; y es esa “ontológica polaridad”, el principio del aprendizaje mismo, de la libertad y de la evolución de la vida. Vivir es ser desafiado continuamente por la lucha de los opuestos, que aparecen en forma de crisis, de conflictos, de contradicciones, de tensiones: luz - oscuridad, dar - recibir, caos - cosmos, deseo - rechazo, cuerpo - alma, tomar soltar, femenino - masculino, vida - muerte, si - no, amor - odio, yo - tú, mente - corazón, materia - espíritu, virtudes - defectos, conocido desconocido, soy - somos, arriba – abajo, adentro – afuera, visible – invisible, bien – mal, unidad – división, etc.2 Descubrir y superar las contradicciones es una cuestión esencial. Por ello debemos trabajar para integrarnos y no permitir que lo separado (que necesariamente es así por cuestiones cósmicas o divinas) quede dividido, como partes irreconciliables que se repelen y que no se pueden encontrar ni reunir. Toda la realidad parece estar constituida por elementos duales, separados entre sí. Elementos que a veces aparecen como complementarios y otras veces en guerra… como contradictorios. Y el trabajo de todos es, partiendo de esta base metafísica3 que nos
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La característica dual y polar de la realidad, es propia de la dimensión material de la misma. Y el sólo hecho de incluir el elemento espiritual agrega el tercer elemento que posibilitará la SÍNTESIS. En el “dos” no hay oportunidad de unión, a no ser que incorporemos una fuerza de transformación que nos permita realizar esto. Volveré a este punto en varios momentos de mi reflexión. 3 Por base metafísica quiero decir aquí que esta es una realidad que constituye la misma naturaleza de todas las cosas. Tal como lo había indicado el filósofo griego presocrático, Heráclito, la “fysis” o naturaleza está en su origen mismo formada por dualidades en oposición y lucha continua. De esta lucha surge el Movimiento y la Vida. Pienso que esto es verdadero pero desde el aspecto meramente horizontal de la vida, y que deja de serlo con la incorporación del aspecto vertical, el que trae el sentido de trascendencia y la posibilidad de transmutación y
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excede en posibilidad de entendimiento, superar la dualidad y resolver cada paradoja descubriendo la unidad oculta, realizando síntesis tras síntesis. Pero esto no se conquistará por azar (ni por fuerzas meramente humanas como veremos luego), será una decisión que en algún momento de la vida debemos tomar, porque es parte de nuestra potencial libertad la opción de armar o no el rompecabezas que somos, con las tantas piezas que tenemos…, las conozcamos o no. Será decisión de cada uno encontrar el dibujo de ese rompecabezas; eso que en el plano humano será el equivalente a develar nuestro ser, a conectarnos con nuestra identidad, con el sentido de nuestra vida, con el lugar que ocupamos en ese “todo” del que formamos parte. Pienso que este es nuestro éxodo personal, nuestro viaje del alma por el desierto en busca de certezas, para que nuestro corazón nos ayude a contestar esa difícil pregunta que es ¿Quién soy?. Y a descifrar el misterio que se oculta detrás del “Yo”, ese que en algún momento de la vida comienzo a percibir y que en otros momentos, se me escapa como la arena entre los dedos. La sentencia del Prontisficio del templo de Delfos en Grecia, nos ofrece una de las claves más simples: “Conócete a ti mismo y conocerás el Universo”. Es una opción trascendente y hasta osada la que hay que tener para comenzar a descubrirse a sí mismo. Aceptar y aprender a conocernos, aprender a mirarnos pacientemente en los tantos espejos que reflejan lo que soy, disponernos serenamente para ver y vernos, implica la valentía necesaria de aceptar que, no todo lo que encuentre será de nuestro agrado; que debemos descifrar el misterio de nuestra cara oculta, oscura e ingrata, tanto como el de nuestra cara, visible, clara y agradable. Será sencillo caminar en una noche de luna llena (que es el equivalente a conectarse con el lado más visible de nosotros mismos),
alquimia. En el plano vertical se resuelven las paradojas propias del plano horizontal de la existencia.
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pero también será necesario atreverse a hacerlo en una noche de luna nueva, en esa oscuridad espesa y cerrada que nos conectará, muy posiblemente, con lo que “no” queremos ver de nosotros… Pero vuelvo al buscador que somos, a aquel que, en algún momento partió o está por partir, y hoy se encuentra en alguna de las tantas etapas del camino hacia la identidad. Poder sentirnos internamente peregrinos no es poca cosa; ya que sería básicamente, asumir un papel fundamental, ese que tiene que ver con el protagonismo de nuestra vida, con asumir nuestra autoría. Es esencial poder sabernos y asumirnos como autores de nuestros actos, pensamientos, sentimientos, decisiones, palabras, etc. Tomar las riendas y no dejar que las circunstancias nos tomen, nos lleven y nos traigan como si fueran grandes olas que nos arrastran, que a veces nos alzan hacia lo alto de la cresta (allí donde nos sentimos anímicamente bien y hasta con cierta euforia y bienestar), y otras veces nos hunden hacia las profundidades abismales (allí donde nos sentimos anímicamente desanimados, enojados, ahogados, asfixiados, angustiados o deprimidos). Ser un buscador es: estar en marcha, despierto a la vida y no dormido; pero también se debe tener el suficiente cuidado como para descubrir que “no todo el que tiene los ojos abiertos y se mueve realmente camina, ni todo el que está quieto y con los ojos cerrados está dormido y no avanza”. No es tan fácil, no tiene que ver con las formas externas. Estar despierto y buscando es una actitud interior y existencial, es aceptar transitar desde lo concreto de las seguridades, a lo incierto de las certezas; de lo determinado a lo indeterminado; de lo material a lo sutil; de lo conocido a lo desconocido, de lo visible a lo invisible… El peregrino sabe y siente que el camino es largo, que los paisajes cambian, que a veces también cambian los acompañantes; pero asimismo sabe que si camina bien, hay algo que se desarrolla a cada paso, algo que se va armando en lo interno y va haciendo que aparezca, donde antes no 34
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estaba, una íntima sensación de contento, de estar descubriendo paulatinamente los bordes del ser, estar contenido en sí mismo por muchos límites y muchas posibilidades. Y, cuando esto empieza a suceder, es como si una luz tenue empezara a brillar entre los árboles y comenzara a mostrarnos el camino, una luz que se irá haciendo más intensa y que también se esconderá muchas veces para desafiarnos y probar nuestra confianza, sobre todo en momentos difíciles o de pruebas. Saberse buscador supone al menos una primera cuota de humildad, la suficiente como para aceptar que no tenemos todo lo que debemos tener, más aún, que no somos aun, todo lo que debemos ser. Desde la autosuficiencia no se es caminante; para serlo, hay que aceptar hasta una cierta cuota de angustia que nos acompañará en los primeros pasos y en muchas etapas del camino. Angustia que brota de la incomodidad de no tener respuestas, de no saber cómo o por dónde, con quién, cuándo y otras cuestiones que pondrán permanentemente en jaque a nuestra razón y al anhelo de tener cosas concretas a las que aferrarnos. Desde otro punto de vista, el caminante es esa fuerza interior que nos ayuda a desarrollarnos, a conquistarnos, a luchar, a comprendernos, a amarnos, a pelearnos o enojarnos y seguir igualmente adelante, marchando. Claro que esta fuerza por sí misma no alcanza; son muchas las cosas que nos van a conectar frecuentemente con una sensación de derrota, que nos van a sumergir en las nieblas de la confusión, que nos van a sacar del camino, incluso con la intención de que nos perdamos por ahí. Solos, sin ninguna duda, no podremos; por eso caminar es: hacerlo con otros buscadores, aprender a compartir, pedir, apoyarse, dejarse ayudar y guiar. Es también descubrir que hay un “Otro” que siempre está, lo vea o no, lo sienta o no, crea en Él o no, le ponga el nombre que le ponga. Esta fuente que nos trasciende y que nos invita a movernos, nos indicará continuamente (y de muchas maneras) el camino de retorno a casa, incluso nos ayudará a levantarnos cuando nos parezca que todo está perdido. Que 35
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sabio sería poder distinguir entre lo que tenemos que encontrar y hacer por nosotros mismos o con otros y lo que tenemos que poder pedir con humildad (y esperar con receptividad y calma) a ese Gran Sol que tantas culturas nombran y veneran de diversas maneras. Por lo general son muchas las formas de encontrar la actitud de peregrinos, y las experiencias que lo provocan, también. En la cultura occidental esto suele darse a través de una crisis, de una pérdida, de un golpe, de una enfermedad, de un accidente, etc. La vida nos susurra, nos habla y finalmente nos grita aquello que no siempre queremos oír4. El lenguaje del rigor y del límite suele ser un molesto despertador, más por lo general es el único que oímos. Incluso hay veces que por mucho que nos suceda, por dolorosas que sean las vivencias, no aprendemos, no despertamos y nos instalamos en la terrible actitud de estar muertos en vida. Es duro tener que decirlo, pero hay una manera de vivir no viviendo, que a pesar de todo, siempre tiene la posibilidad del milagro: la resurrección; que también es un símbolo del retorno a la vida de aquello que ya parecía definitivamente perdido. Cuando uno no se sabe buscador – de las muchas formas que es posible saberlo -, está dormido. Y nadie está totalmente despierto ni totalmente dormido. Hay partes de nosotros que están activas y en movimiento y otras que están adormecidas y latentes. No importa qué aspecto esté despierto y qué aspecto esté dormido, lo trascendente es aprender a diferenciar dichos aspectos y saber qué hacer con cada una de ellas. Son dos planos distinguibles, como lo son las artes del trabajo con cada una de ellos: el arte de despertar lo dormido y el arte de desplegar lo despierto.
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Debo esta idea y expresión al Dr. Carlos Menegazzo, quien emplea esta analogía para referirse particularmente al cuerpo y al lenguaje del mismo con respecto a la enfermedad. La utilizo aquí en un sentido mucho más amplio y con debido respeto y gratitud hacia su autor.
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Por eso, en las diferentes fases de nuestro camino, aparecerán elementos, personas, circunstancias que actuarán como despertadores y otras que lo harán como estimuladores de desarrollo, como invitaciones a perfeccionar lo que ya tenemos activo. Se requiere de capacidad de espera y de atención para poder tener registro de las cosas que tenemos que hacer conscientes en la línea del descubrimiento de todo lo que somos. Quienes saben crear ámbitos de espera atenta harán visibles matices que para los demás permanecerán inaccesibles. Pero, más allá de cómo encontremos al buscador que somos, entiendo que es muy importante reflexionar acerca de las actitudes5 de la búsqueda. En nuestro camino suele haber fuerzas que nos entretienen y que no son fáciles de descubrir y, menos aún, de enfrentar. Para la caballería medieval y un sin fin de cuentos de hadas, estas fuerzas estaban representadas por dragones con los que había que aprender a luchar. Algunos de estos “dragones” podrían ser: ansiedad, acedía, desesperación,
impaciencia,
descorazonamiento,
intolerancia,
pesimismo,
orgullo,
rigidez, vanidad,
desesperanza, ira,
mentira,
desconfianza, escepticismo, y muchos otros. Y así como hay muchas y diversas actitudes que frenan u obstaculizan, hay también actitudes apropiadas para el desarrollo: serenidad, espera, astucia, capacidad de escucha, confianza, humildad, apertura, honestidad, etc.; pero de esto voy a ocuparme, en mayor detalle, en capítulos siguientes. No es fácil ser un caminante y no es cómodo ni seguro, ya que siempre está en potencia la posibilidad de lucha y de caída. Incluso, podemos llegar a sentir que, un poco más adelante, está agazapada y esperándonos, una prueba o un desafío; que lo inevitable está a la vuelta
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Es muy importante la idea de “actitud” en todo mi trabajo, porque quiero hacer énfasis en la trascendencia del “cómo” nos paramos frente a determinadas circunstancias y no sólo en la conducta. En muchos casos lo que define nuestro desarrollo no es lo que hacemos o decidimos, sino el “desde dónde” lo hacemos o decidimos. Por supuesto la actitud es la cara oculta de nuestros comportamientos y es muy difícil de observar sobre todo en nosotros mismos.
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de la esquina. Más aún, no siempre hay indicadores claros, incluso hay caminos funestos que pueden llevarnos a lugares maravillosos y caminos bellos que terminan en abismos. Sí, en cambio, hay señales; todo en algún sentido puede ser una señal, para el ojo que sabe ver. Pero es importante aclarar que todas ellas son ambiguas, hasta sutiles y confusas y cualquiera de nosotros puede leerlas, manipularlas y acomodarlas a su conveniencia. Es necesario saber que podemos falsear peligrosamente el significado de una señal a nuestro aparente beneficio y que es más sencilla la lectura del sentido cuando sabemos
hacia dónde
nos
dirigimos.
Difícilmente
comprendamos lo que encontramos si no sabemos bien lo que andamos buscando. Porque las señales son como una gran tela; tienen sentido si podemos aprehender a ésta en gran medida, y nos puede dejar atrapados en la parcialidad si nos quedamos sólo con una parte de la misma. Todo es símbolo para aquel que sabe ver la realidad como el tramado de un tapiz; nada es símbolo para aquel que maltrata y parcializa el rico crisol de colores y matices del entorno en el que estamos inmersos. Pero deseo seguir adelante intentando sumar algunos elementos simbólicos que pueden servirnos para clarificar un poco el sentido de nuestro caminar. Es conveniente aclarar que estos símbolos van a estar aquí acotados al contexto del peregrinar y de ninguna manera tengo la intención de empobrecer la multiplicidad de otros posibles y develadores significados. Un símbolo, como las señales que recién mencioné, no deja de ser jamás un misterio insondable que sólo nos deja aproximarnos, en parte mostrándonos y en otro escondiéndonos muchos sentidos, a algunos aspectos de su significado. Son vehículos de lo inefable6 (más aún los considerados símbolos sagrados), o sea, maneras de establecer puentes con lo innombrable y a veces con aquellas realidades que están más allá de
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Lo inefable es, para mi, la dimensión de la realidad que no puede ser apropiada por las capacidades “normales” del hombre (intelecto, sentidos físicos, etc.). Se requiere de la apertura de sentidos superiores para conectarse con ese mundo (ignorado y negado por muchos) invisible, luminoso, santo… Todos tenemos en potencia la posibilidad de abrir estos “canales”.
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todo entendimiento humano. Y tanto en sueños como en rituales, son imprescindibles mediadores entre mundos diferentes que quizás no se unirían de no ser a través del juego y la danza de lo simbólico. Los símbolos son un puente entre lo visible y lo oculto e insondable. Voy a asociar, entonces, a nuestro “buscador”, con la imagen simbólica del camino, como lo vengo haciendo, y también con otros cinco elementos: el cayado, la espada, la cruz, el mapa y la mochila. Cada uno de nosotros debe aprender a ver, en el transitar del camino personal, si está o no conectado con ellos (y con las realidades a las que ellos remiten), si los hemos tenido alguna vez o nunca los hemos encontrado, e incluso si pensamos que alguno no es necesario en nuestras vidas…
El cayado, el báculo, el bastón, suele ser un compañero de camino interesante, un punto de apoyo, una tercera fuerza, que sumada a nuestras piernas nos ayuda a estar en equilibrio, nos puede hacer más fácil las subidas y menos peligrosas las bajadas. Puede parecernos un estorbo al comienzo del viaje, en la juventud, cuando sentimos (casi con cierta arrogancia y omnipotencia) que con las fuerzas propias alcanza; y quizás sea una bendición al final, cuando, como ancianos, valoremos el sentido de la ayuda y del apoyo en los momentos donde uno flaquea y se debilita. Muchas veces pensamos que no íbamos a lastimarnos, que a nosotros no nos iba a tocar caminar heridos y sin embargo nos equivocamos y tarde o temprano, buscamos ese algo o alguien en quien confiar, en quien apoyarnos. El bastón no es un objeto para débiles, como puede pensar un temerario, es para los que tienen la fortaleza y la humildad de dejarse ayudar, de poder decir “solo no voy a poder”. El cayado es, además de un punto de apoyo, un indicador de algo que en general olvidamos en el transitar. Con su horqueta en “V”, en la parte alta, nos invita a no dejar de tener en cuenta que todo camino, tarde o temprano, se bifurca en al menos dos 39
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posibles direcciones; que las decisiones son inevitables y, nos cueste o no tomarlas, allí están esperándonos. En este sentido es símbolo de la dualidad, recordándonos que no debemos caer en la ingenuidad, en posturas cerradas y unilaterales; que, quizás cuando solo vemos la luz de algo, se nos está escondiendo la sombra…; que, quizás cuando solo vemos la sombra, no estamos pudiendo ver la luz…. En este sentido, el optimismo y el pesimismo son dos formas de ilusión que tienen sus riesgos. El primero porque sólo ve los aspectos favorables de la realidad, el segundo porque sólo ve los desfavorables. No hay buenas o malas direcciones, más bien depende de cómo tomamos las decisiones (o desde dónde lo hacemos), sin necesitar centrarnos tanto en el problema moral de qué camino vamos a tomar. Caminar y decidir, es como transitar entre senderos, algunos de los cuales nos llevan a la unidad y otros a la división. De todas maneras también estos últimos son válidos si podemos capitalizarlos como posibilidad de aprendizaje. Es útil recordar la frase de Confucio: “el camino es la meta” y desde este punto de vista, es más importante antes de pensar cuál es nuestro camino (como si hubiera uno correcto y el otro no), el estar caminando con la actitud apropiada; tratando de no negar ni reprimir: los fracasos, las decisiones mal tomadas, apresuradas o tardías, tratando de aprender para no volver a cometer similares errores, incluso intentando ser comprensivos, compasivos y amorosos con nuestro andar, por más torpe y errado que este nos parezca.
La espada es tan útil como peligrosa. Nos remite a la fuerza, al coraje, a la valentía, a la osadía. Hace de nosotros un luchador, un guerrero que sabe que tiene que estar preparado para pelear con situaciones, pensamientos confusos, fantasías, prejuicios, falsas creencias, emociones efímeras y pasiones turbulentas, entre otras
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tantas posibilidades. En un sentido amplio la espada tiene que ver con: la voluntad, el querer, el osar y la capacidad de tomar decisiones. Con su doble filo en la hoja metálica, nos plantea que “la firmeza”, forma que el amor tiene de sostener nuestra evolución, reside en saber decir Sí y decir No7. También será necesaria en todas las ocasiones donde nos sentimos débiles, cada vez que la modorra nos invita a dormir la siesta al costado del camino y se nos haga difícil volver a retomar, ella nos recordará lo imprescindible de la perseverancia, y hasta de la tozudez en ciertos momentos y frente a determinadas circunstancias. Alguna vez alguien me dijo que había dos tipos de estúpidos en el mundo, los que rechazaban todo por considerarlo falso (escepticismo o criticismo absoluto) y los que aceptaban todo por considerarlo verdadero (credulidad ingenua). El discernimiento de la espada (realismo verdadero) nos ayuda a no caer en estas extremas
estupideces,
nos
ayuda
a
distinguir,
a
observar
cuidadosamente qué es qué. Algo así como una sana duda que busca la verdad, que se abre paso entre zarzas sabiendo que las mismas se parecen demasiado al trigo8, y que trata de separar continuamente lo uno de lo otro avanzando con prudencia, sin prisa pero sin pausa. El gran riesgo de la espada es que sea desenvainada con obstinación, rencor, deseo de venganza, ceguera o fanatismo…; la humanidad ya conoció las consecuencias de esto en varios momentos de su devenir, espero que no siga siendo necesario tanto dolor para “darnos cuenta” finalmente de lo que nos está ocurriendo.
La cruz es el símbolo más universal que haya encontrado el hombre de todas las culturas y de todos los tiempos para expresar en forma
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Recuerdo la máxima evangélica: “Sea vuestro lenguaje “si, si”, “no, no”, que lo que pasa de ahí viene del maligno” – Mt. 3, 37 – 8 Utilizo aquí la analogía planteada en la rica y bellísima parábola cristiana conocida como “La parábola del trigo y la cizaña” – Mt. 13, 24-30 –
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visible algunos matices del Gran Misterio9. Vamos a acotar aquí la cruz a un sentido más bien específico, ese que nos conecta con las dos grandes leyes esenciales de la evolución humana: la sugerida por la línea horizontal, que nos plantea la primer analogía: “Como es adentro es afuera”, ley a partir de la cual se sugiere, que todo lo que es exterior a nosotros, nos facilita el acceso a lo interior, y nos ayuda, como un espejo, a vernos; y viceversa, todo proceso interior trae aparejado una materialización externa, visible o no. Por otro lado, la sugerida por la línea vertical, que plantea la segunda y más conocida analogía expresada claramente por el hermetismo: “Como es arriba es abajo”10, ley a partir de la cual, se vincula la inmensidad del macrocosmos con la del microcosmos y también el mundo superior de lo espiritual con el inferior de lo material. Probablemente no sea posible descifrar señales sin tener en cuenta ambas leyes de analogía: la que nos permite el acceso al mundo interior profundo e invisible y la que nos remite al mundo de las esferas, cósmico y también invisible. El hábil peregrino intentará unir ambos mundos, el visible y el invisible, porque está atento a los símbolos, al lenguaje de la naturaleza, e incluso al de su propio cuerpo. Unir y mantener abierto ese puente es una tarea difícil que en general debe ser acompañada (al menos en los pasos iniciales) por algún instructor versado en tales cuestiones. Los ancianos, como veremos más
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La expresión “Gran Misterio” pertenece a las tradiciones nativas propias de América del Norte. Las diversas naciones aborígenes de esta zona designan de esta manera a lo innombrable, a lo superior. No sería desacertado establecer una relación con lo divino en general y con Dios en particular, más esta posible relación excede el propósito de esta reflexión. Para mi son diferentes formas de remitirse a las esferas que trascienden lo humano, más no ajenas a este. Este el sentido con el que la utilizo en esta y en siguientes ocasiones. 10 Este principio, que conforma los conocimientos propios de la filosofía hermética, ha sido enunciado por Hermes Trimegisto en la conocida Tabla Esmeralda. Se lo ha planteado de distintas maneras según la fuente de la que se lo tome, y de alguna manera está presente (explícita o implícitamente) en la sabiduría milenaria de las grandes culturas y religiones. Este principio, considerado metafísico por muchas tradiciones, es más abarcativo y subsume (engloba) al enunciado con anterioridad.
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adelante, en las comunidades primordiales11, tenían la tarea de acompañar a los aprendices a tomar contacto con esa especie de tela de araña universal de sincronicidades. No es tarea de principiantes, a nuestro entender, el hacer por sí solo las conexiones y el descubrir la trama sutil que interconecta todas las cosas. Esto en general ocurre, más que como finalidad, como consecuencia de un correcto caminar y cuando estamos preparados para asimilarlo, siempre paso por paso, construyendo sobre fuertes cimientos y no sobre arena. El camino nos tiene preparados aprendizajes para cada momento, quizás nos convenga estar atentos y respetarlos. Puede que tenga un precio demasiado alto el ver muy pronto verdades más grandes que lo que nuestra posibilidad de asimilación nos permite; muchas veces, fue nada menos que la locura, el precio que algunos conocidos caminantes debieron pagar por ello….
El mapa en nuestro bolsillo de caminantes, suele ser un símbolo que en la actualidad es susceptible de controversias y polémicas. Nos recuerda viejas rutas para llegar a la unidad; nos anticipa, a través de misteriosos
símbolos,
metáforas,
parábolas,
cuentos,
cantos
milenarios y sagrados, mitos, leyendas, épicas y viajes de héroes, algunos de los sucesos importantes de toda la vida humana. Las grandes religiones, las tradiciones antiguas milenarias, la biografía de grandes hombres y mujeres de la humanidad, los mitos e historias de un pueblo, pueden ser consideradas como mapas para un peregrino. Mapas que muestran, sugieren e incluso señalan rutas posibles y obstáculos a tener que sortear. El gran inconveniente acerca de la
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Tal como mencionaré en el capítulo 3, para mi no es lo mismo lo “primordial” que lo “primitivo”. Rechazo la expresión “primitivo” por considerarla cargada se un sentido peyorativo. Prefiero hablar de lo primordial porque deja abierta la posibilidad de rescatar de ello algo valioso y no sugiere únicamente lo perimido y definitivamente superado, como es el caso de lo considerado primitivo.
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actitud con que leer un mapa es el riesgo de caer en fanatismos, o de leerlo con la vehemencia de todo dogmático y fundamentalista que puede terminar por sostener, no sólo que hay un único mapa para caminar, sino que hay que destruir todos los restantes. Un mapa es como una barca que sirve para cruzar un río, una doctrina también es como una barca; un vehículo sagrado para buscar la fuente, la totalidad, el absoluto; una forma, un “cómo” que me precipita a un fondo, a un “qué”. Es estéril la discusión acerca del tipo de barca o mapa a utilizar, todas le plantean al buscador un compromiso difícil de asumir, están llenos de misteriosas sentencias que en general llevan a diversas interpretaciones y luchas doctrinales. Sólo una lectura profunda, permite descubrir que, muchas veces, detrás de las diferencias juega a las escondidas la unidad. Una mirada limpia ve en cualquier mapa legítimo el rumbo a lo absoluto (incluso sabe distinguir los que son verdaderos de los que no lo son), pero no tenemos mirada limpia al comienzo sino, más bien, nublada y turbia. No vemos las cosas como realmente son, aunque defendamos con ahínco que sí, sino como nosotros somos12. Todos observamos el mundo que nos rodea desde el propio horizonte de entendimiento y hasta no hacerlo consciente, es muy difícil intentar ir más allá. Más aún, no es posible ver claro sin desobstruir la visión, sin abrirnos a una mirada espiritual, sin abrir el ojo del corazón13, y esto es igualmente un enorme desafío sigamos el mapa que sigamos. Pienso que no es un problema de qué mapa es más claro, sino de cómo y con qué actitud tenemos que caminar para que nuestro ser se transforme y nuestra mirada sea cada vez más limpia y transparente. En China tienen un 12
Debo esta maravillosa idea al Dr. Roberto Pérez, con quien compartí parte del camino como peregrino, investigando y confrontando experiencias y material de trabajo. No se si es o no de su autoría, pero no quería dejar pasar la oportunidad de mencionarlo con profunda gratitud. 13 El “Ojo del corazón” se refiere, en diversas tradiciones, a la mirada espiritual, al ojo que es capaz de ver lo que está más allá de lo concreto y material, lo que pertenece a la trama invisible de la realidad. Es un sentido superior que se desarrolla y, como otros tantos, abre y expande el umbral de percepción de aquel hombre que lo conquiste.
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refrán que afirma que “cuando el ojo no está obstruido, el resultado es la visión”. A mi criterio las grandes tradiciones muestran claves, revelan parte del secreto, ayudan al aprendiz a dar los pasos por sí mismo, guían en forma de estrella que, en lo alto, nos indica por dónde; más de todas formas están los que se niegan a llevar mapa, como así también los que arman el propio tomando lo que les gusta de cada uno y rechazando lo que les disgusta, algo así como lo que hacemos con la carta de un restaurante. Cada uno asume las responsabilidades de las decisiones que toma. Probablemente sólo los frutos que den nuestras acciones, nos ayudarán a reconocer lo correcto y a sentir un mayor nivel de certeza en nuestro caminar.
Por último, he dejado a la mochila, símbolo de todo lo que interiormente traemos para valernos mejor en nuestra vida14. Quizás la misma sea insondable en su totalidad y tenga en su interior más de lo que podríamos llegar a descubrir en nuestro breve paso por esta vida. Allí hay tesoros escondidos y custodiados por horribles guardianes, están nuestros talentos, virtudes y dones, impedimentos, debilidades,
limitaciones,
defectos
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miedos,
preocupaciones,
creencias, nuestros gustos y disgustos, necesidades, deseos, dolores, sufrimientos,
sueños,
aspiraciones,
heridas,
valores,
ideales,
proyectos, instintos, tendencias e impulsos, errores, enojos y frustraciones, angustias, alegrías, ilusiones, tristezas, expectativas, prejuicios, culpas, zonas oscuras, capacidades dormidas, experiencias recordables y olvidadas. En otras palabras, ella es un microuniverso tan vasto como el mismo cosmos. Sin embargo y a pesar de que es una especie de mundo que nos acompaña a todas partes, de que a veces 14
Lo “heredado” puede manifestarse en tres niveles claramente distinguibles, en lo físico tal como lo muestran las leyes de la genética; en el alma, donde se heredan los aspectos culturales de la vida; y en lo espiritual, donde se expresan las conquistas y las tareas pendientes que traemos a esta tierra como aprendizajes posibles…
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algunas cosas se desacomodan y nos molestan al caminar, o de que se siente más pesada que de costumbre, “nuestro yo”, no es la mochila, “no soy la mochila que llevo”, la misma sólo está a nuestra disposición, como un viejo baúl de cosas guardadas desde remotos pasados y al servicio de actuales o futuros acontecimientos en donde poder ser útiles. Un inmenso bagaje que a veces nos ayudará a caminar y que otras nos frenará o nos hará huir frente a peligros y riesgos. Pero decidamos o no conocerla, igualmente está a nuestra disposición. Lo repito, tenemos una mochila, más no somos ella, porque nuestro ser está mucho más allá y apenas puede ser develado, nombrado y mucho menos poseído… Retomaré este punto en capítulos siguientes y después de haber desarrollado otras cuestiones. Me parece interesante aclararle al lector que bien podría incluirse un sexto elemento simbólico: un instrumento musical (podría ser una flauta, una quena, un arpa, una guitarra, una cítara, etc., según la cultura y la tradición a la queramos referirnos). El sentido simbólico de la música está en directa oposición al que le hemos dado a la “espada”. Si esta última representaba el discernimiento, como facultad del intelecto, la música tendrá que ver con la fluidez de las capacidades afectivas. En el camino habrá momentos para utilizar la “espada” y otros para utilizar la “música”, porque será tan necesario saber separar, como saber “encantar” y “entretener”. El “instrumento musical” es la conexión directa con las “musas inspiradoras” que movilizan el anhelo de creación de todo hombre. Un poco de cabeza y un poco de corazón no vendrán nada mal y nos propondrán el desafío de la búsqueda del equilibrio y la destreza de saber cuándo es el momento del “pensar” y cuándo el del “sentir”, cuándo comprometer las funciones racionales y cuándo dejarse tomar por la “intuición” y las capacidades mal llamadas “irracionales”. Como tan bien se
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narra en la historia de “Parsifal”15, hay veces que no nos salva la vida la espada, sino la “flauta”, con todas las implicancias y analogías que esto nos propone como imagen meditativa… Finalmente, y en ese continuo caminar que se genera, como ya dije al comienzo, a partir de nuestra expulsión del paraíso original, puede haber una ligera sensación muy incómoda con la que lucharemos continuamente: el desamparo o la intemperie. Como caminantes vamos a vernos tentados a diario a abandonar el riesgo del camino y a quedarnos instalados en seguridades y comodidades, en la más absoluta actitud sedentaria. Aceptar la condición de intemperie permanente es parte de la vida16 y vencer esos momentos donde uno se ve atrapado por la seguridad es parte de los combates cotidianos que como guerreros debemos superar. Detrás de la aparente seguridad muchas veces se esconde una fuerza disgregadora que nos invita a la inercia, la pereza, la inacción, a evitar avanzar hacia la conquista de nosotros mismos. Nos hace incluso sospechar que ya hicimos demasiado, que podemos descansar un rato; rato que tiene el peligro de convertirse en largo período de vida. Por eso, en lo referente a los tiempos y los ritmos de la vida, es importante distinguir entre las dos extremas maneras que tenemos de ir hacia adelante, de estar quietos y de ir hacia atrás. La forma enferma de ir hacia adelante es atacar, agredir, avasallar, atropellar, la sana es crecer, avanzar, arriesgar con prudencia, aceptar los nuevos desafíos. La forma enferma de estar quieto es la parálisis, el bloqueo, el estar invadido por el miedo, la pereza, el dejarse estar, la somnolencia, la 15
En la historia de “Parsifal” se encuentra, como mito moderno, gran parte del trabajo que el hombre actual tiene que realizar… 16 Los pueblos nómades, en contraste con los sedentarios, son un claro ejemplo de esta actitud y lo evidencian su cultura y cosmovisión. Es interesante observar en ellos, la conjunción entre la permanencia de las tradiciones y el continuo movimiento en pos de lo nuevo. El nómade es peregrino y se sabe como tal, por eso ha aceptado el desafío cíclico que la vida le trae, más allá del deseo de lo seguro, de la posibilidad de quedarse instalado para siempre en algún lugar. Pensamos que el hombre como tal, es nómade, porque está siempre “de paso” hacia nuevas esferas de evolución, aunque viva toda su vida en un mismo lugar físico-geográfico.
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complacencia, en cambio, la forma sana es la espera, el descanso, el estar atento, el observar, el recuperar fuerzas para luego continuar. Por último la forma enferma de ir hacia atrás es la huida, el retroceder por cobardía, el buscar el pasado como evasión del presente, como refugio o por miedo al futuro, la forma sana nos invita a la revisión, la recapitulación, el recordar para comprender, el retroceder para tomar empuje para saltar, la valoración de lo vivido, el retomar situaciones que deben ser curadas o sanadas….17. Quede esto último como ejemplo sobre la relevancia que tienen las actitudes con respecto a las formas externas y los comportamientos. Dejemos entonces planteadas, como corolario de esta reflexión sobre el ser buscadores, caminantes o peregrinos, algunas preguntas que nos ayuden, quizás, a ver nuestra situación actual con respecto a este punto bastante crucial para nuestra vida…
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Esta posibilidad de distinguir entre “las dos formas de…”, la he tomado y reformulado de una conferencia del Dr. Gabriel Castellá. Pienso que es una valiosa herramienta para distinguir las diferentes actitudes con la que hacemos las cosas. Actitudes que se hace difícil observar desde una mirada precipitada y superficial.
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Haciéndonos Preguntas...
¿Realmente me siento buscando, caminando o simplemente viviendo? ¿He reunido los elementos para descubrir quién verdaderamente soy?, ¿Estoy buscando reunirlos? ¿Vivo las diferentes dualidades como posibilidad de crecimiento? ¿Decidí hacer una opción por conquistar mi unidad y luchar con esa fuerza que me divide interiormente? ¿Acepto el camino de la verdad aunque esto ponga en riesgo mis seguridades? ¿Acepto la condición de intemperie y desamparo como inevitable para caminar en mi vida? ¿Cuál es mi propio mapa y cuánto se de él? ¿Cuánto y qué conozco de mi mochila? ¿En qué condiciones se encuentra mi espada hoy? ¿Cómo me siento con respecto a las leyes surgidas de la simbología de la cruz? ¿Quién, quiénes o qué es parte de mi cayado, si es que lo tengo? ¿Puedo distinguir en mi andar las dos maneras de ir hacia adelante, las dos maneras de estar quieto y de ir hacia atrás? ¿Estoy lo suficientemente atento a las señales del camino? ¿Asumo el protagonismo de mi vida? ¿Me siento dando los pasos por mi mismo, con autoría? ¿Qué relación tiene mi búsqueda con la de Siddharta, el personaje del libro que lleva ese nombre, de Herman Hesse? ¿Qué relación tiene “el camino” con las peripecias de Santiago, el personaje del libro “El Alquimista”, de Paulo Coelho?
Para meditar… “Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza…” - Mt. 8,20 –
Recomiendo leer, después de haber trabajado este primer capítulo y a la manera de profundización: “Siddharta”, de Hermann Hesse o “El caballero de la armadura oxidada”, de Robert Fisher, Obelisco o “El alquimista”, de Paulo Coelho (en el género novela, en los tres casos)
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