¡VISIONES MINOTAURICAS!
Iba encantada de la mano de Fermín bajo un sol tórrido que caía a pedazos. Siguiendo el perfumado rastro de unas coquetas mulillas de lustrosa grupa, llegamos a un edificio circular. Antes de entrar Fermín me miró y dijo: ¿Te apetece experimentar otra de tus cualidades? ¿Cuál? pregunté llena de intriga. ¡Volcar la realidad! Asentí y, siguiendo su indicación, tapé mis oídos hasta escuchar un estallido interior. Inmediatamente nos vimos envueltos en señoras en dirección a la puerta siete. Junto al puesto de las almohadillas una vaca deslenguada con delantal de cuadros rojos de mantelería vascongada anunciaba: ¡Rabo! ¡Rabo de caballero! ¡A 1200! ¡Una ganga, señora! !Y aún mayor chollo! ¡Seso y pelotas! ¡Con la escasez existente! ¡Por 2.000 pesetas, señora! ¡La dos cosas, señora, oiga! ¡Seso y pelotas, señora! gritaba la bóvida. Al ver a Fermín, le marcó un pícaro guiño y anunció con voz de mezzosoprano: ¡Barato! ¡Barato! La riada femenina nos arrastró hasta el interior de una inmensa olla de culo amarillo. En los costados, al igual que en un circo romano, se apilaba el respetable, mayoritariamente mujeres, pues, al ser después de comer, los hombres en su gran mayoría habían quedado en sus casas recogiendo la cocina y lavando o planchando faldas y blusas sanfermineras. Un sol descarnado asaba ancianas al sol mientras a la sombra las jóvenes retozaban o bailaban enloquecidas. En enmoquetado recinto el presidente y alcalde, casual y extrañamente en esta legislatura varón y lector empedernido, devoraba libros y más libros pasando de la fiesta. En un momento el coso entero se puso en pie e inició un canto gregoriano aderezado con rítmico e insinuante contoneo esquelético. Se trataba de la llegada a la presidencia de la arzobispa de la ciudad que acudía a su estrado con toda su parafernalia y flanqueada por dos filas de canónigas sin cara de preservativo. Sonó un clarín, se abrió una puerta e invadió el ruedo una hembra de quinientos kilos a la que una mulata chorreada vestida de luces citaba desde el otro lado de la arena con un trapo encarnado. ¡Estoy alucinada! ¡No entiendo nada! chillé a la oreja de Fermín.
La música próxima distorsionaba la comunicación. El masculló algo que no llegué a entender. Fue entonces cuando un bombo descargó su estruendo a mi lado. Me tapé los oídos. Sentí un orgasmo cerebral que, partiendo del tallo encefálico, invadió el cuerpo calloso, sacudió mi lóbulo occipital y me precipitó a la realidad. Abrí los ojos y busqué en vano a un Fermín se había esfumado. A penas había mujeres e igualmente había desaparecido la mofletuda arzobispa. El alcalde, ahora con aspecto equívoco entre simio y melífluo abencerraje, no parecía saber leer y el sol se había cambiado de lado. Todo era más feo. Eso sí, en el ruedo un enorme morlaco de 600 Kg acababa de recibir un puyazo que había dado origen a un reguero de sangre que abrillantaba en rojo el resplandeciente lomo de un morlaco de estúpida casta. Paulatinamente el fanático fervor fue empapando de violencia el tendido primero y la totalidad de la olla después. La tortura fue en aumento, mientras el aire se iba impregnando de un acre olor a muerte. Un relámpago hincó su fulgor en el morrillo del astado y un atronador estertor anunció un vómito infinito. La arena empezó a girar a creciente velocidad que en unos segundos fue vertiginosa. El tauro impulsado por la fuerza centrífuga buscó las tablas con su trasero al tiempo que sucesivas sacudidas espasmódicas acabaron por generar la descomunal arcada que originó una catarata sanguínea que inmediatamente empapó la arena. En seguida el viscoso elemento, rebasando la barrera, ascendió a los tendidos y poco después el rojo oleaje golpeaba la grada salpicando hasta andanada. Dando gracias por ser bruja y haber podido despegar, pude sobrevolar el mar encrespado del que pugnaban por emerger seis descomunales toros pintando largos retazos negros sobre el oleaje rojo. Mas los seis acabaron ahogados en sangre. Al final, como arrastrados por una descomunal menstruación, gradas y tendidos resbalaron a la arena. A una con el crepúsculo, el magma incandescente encontró su salida por la misma puerta que había dado paso a los astados a la mañana. La lava fue incendiando una a una las calles de la ciudad. Txana (12 de julio)
Publicado en Gara 12 de julio de 1999