Carta a Valdivia Santiago, 07 de Abril del 2016 Querida mía: Si hubiese querido hacer algún deporte, tal vez ese sería remo. Nunca se me pasó por la mente que podría haber sido bueno para ello, pero no. Ese empeño de querer ser bueno para la pelota cuando se tiene los pies planos es superior. Ja! Salí a mi madre, mala en deportes pero con el corazón lleno de palabras y decirle al mundo que lo veo desde afuera. El remo es un deporte no solo individual, sino también colectivo. Podría indicarse, al contrario de otros deportes colectivos que solo llenan los bolsillos de dirigentes con impunidad diplomática, es la fuerza física versus el río, su corriente traviesa, esa madre de vida, indómita y amable, arisca y eterna, que recoge en su lecho palabras y lágrimas ajenas. Tiene su manto vivo la agresividad de lo más bello. Como el seno de mi amada. Como la ambrosía de vida eterna. Que así como bella también fue indolente y no dudó en tragarse tanta vida cuando el cimiento hizo su impaciencia sentir. Llorose todo lo hecho. Todo lo civilizado. Toda vida en torno a ella, la río, la que abrió sus fauces y devoró consigo a Pedro, Juan y Diego. La que hoy te cruzan estos remeros enfrentándote, azotando sus palas al ritmo del corazón común que hay entre ellos, que les dice que podrán dominar esta masa de aguamadre que te da tanta belleza, mi amada Valdivia. Ciudad de verdes infinitos y lluvias dulces impronosticables. Por más lejos que me vaya, nada ha sido mejor pañuelo de lágrimas y sostenedor de esperanzas que tu paisaje sin más florituras que las que se puedan describir, porque no hay mayor adorno que supere tu hermosura, tu humedal y tu costanera, tus lomas y pantanos, tu selva…esa carnívora hembra que impone su deseo sobre quien se le antoje igual que tus mujeres que heredaron el fondo de tus ojos y encantan a los que quieren. Encantado de conocerte. Has sido lo mejor que me ha pasado en la vida, aunque suene cliché decirlo y aunque te lo hayan dicho millones de veces, nunca te había podido decir cuánto te echaba de menos. Hoy me doy cuenta del tiempo perdí contigo solo porque no me percaté que estabas ahí, para mí, en cada retorno, saludándome con tu llanto y tu atardecer carmesí. Siempre tuyo, amada amiga mía Tu hijo ingrato.