Tenemos que erradicar de nuestro pensamiento la creencia de que l@s niñ@s ven el mundo de la misma manera que nosotros los adultos, que sólo les diferencia su tamaño y que en todo lo demás un niño es un adulto, pero pequeñito. Deberíamos poder disponer de unas gafas especiales cuando nace nuestr@ primer hij@, unas gafas –digo- que tuvieran el poder de hacernos ver la realidad tal y como la ve y vivencia un niño. Probablemente sufriríamos un shock, y admiraríamos más a nuestros “pequeños”, de la misma manera –y perdonen la comparación- que admiramos la forma en que una hormiga carga con un peso infinitamente mayor que ella. El ser humano desarrolla y aprende durante sus siete primeros años mucho más que en el resto de su vida. Dentro de esa visión particular que tienen los niños, los padres son Dioses, y por su naturaleza imitativa quieren ser como nosotros, hacerlo que hacemos, decir lo que decimos, comer lo que comemos, etc. Ser conscientes de esa responsabilidad nos facilitará mucho nuestro trabajo. Todo lo que decimos, hacemos e incluso pensamos delante de un niño es recibido por ellos como lo “único”. Todavía no tienen la capacidad de poner una barrera entre ellos y el mundo, no tienen juicio. Todo lo que le rodea entra directamente en su psique-alma y le configura o desconfigura. No educamos para hoy, educamos para el futuro. Lo que hago o dejo de hacer en mi hij@ configura su futuro de adult@. La autoestima es la maleta con la que mi hij@ saldrá al mundo, puede estar llena de cosas inútiles y tan cargada que no pueda moverse o pueda ser ligera llevando lo esencial. MINAN LA AUTOESTIMA DE L@S NIÑ@S: * Las críticas constantes. La mayoría de las veces son coletillas inconscientes, pero repetidas hasta la saciedad. Ejemplos: “ponte derecho”, “anda bien”, “no hables como un bebé”, “come con la boca cerrada”, “eres un pesado”, “eres un patoso”, “no llores, se van a reir de ti”, “quejica”… Son etiquetas que les colgamos y que al cabo de los años asume como parte de su ser. Todos tenemos una autocrítica más o menos saludable. Que se convierte en un censor que nos impida actuar dependerá de haber vivenciado cuando niños que nunca hacíamos nada bien a los ojos de nuestros padres. Alternativa: Potencia lo positivo, todo niño sabe hacer bien muchísimas cosas, es importante decirle lo bien que lo hace, destacar sus cualidades positivas. * Las comparaciones con otros hermanos Ejemplos, “mira Isabel, qué ordenada tiene su mochila, en cambio la tuya, hija, parece un nido de ratones” “¿No podrías aprender de Juan y concentrarte un pocomás?” “Es más pequeño que tú y no llora” “Tu hermana siempre arregladita y tú mirate”… Los niños necesitan vivenciar que son únicos para sus padres y que éstos les quieren tal y como son. Esto o quiere decir que me gusten ciertas actitudes o acciones de mi hij@, pero es importante diferenciar entre la acción que hay que corregir y el niño. Por ejemplo: María ha entrado con las botas llenas de barro a la cocina y ha dejado el suelo como un lodazal. Mi reacción: “¡Eres una cochina, límpiate los pies antes de entrar. Cómo se te ocurre, mira que eres sucia!”. Alternativa: “María, lo que has hecho, entrar con las botas llenas de barro es una cochinada, anda quítatelas”. Separo el hecho del sujeto, y no caigo en ofender ni en insultar.
Para educar no hace falta insultar ni humillar. Otro ejemplo: un niño coge un vaso de cristal lleno de agua. Mi reacción: “¡cuidado, se te va a caer!, ¡mira que eres patoso!”. Alternativa: “agarralo con fuerza y vé con cuidado”. Al comparar nos olvidamos de las cualidades valiosísimas que tiene el niño y que por no ser tan llamativas quedan eclipsadas. Pero seguro que su oído musical, su coordinación, su capacidad de entrega son iguales o más importantes que la capacidad de concentración de su hermano Juan. * Ignoramos su presencia Es algo que hacemos muy a menudo, hablamos a otra persona de nuestr@ hij@ delante de él sin hacerle partícipe, como si no se enterase de lo que decimos. Aunque es pequeño, su capacidad de percepción es más aguda que la nuestra. ¿Cómo nos sentiríamos si los adultos hablan de mí en mi presencia como si no estuviese? No deberíamos hablar de un problema por pequeño que nos parezca delante de nuestros hijos como si no estuvieran; en primer lugar, se entera, y además sus sentimientos merecen nuestro respeto. * Intervenciones continuas en lo que hace Muchas veces caemos en el error de ayudarles sin que nos lo hayan pedido. El niño necesita retos a su medida para crecer, para sentirse capaz. Si continuamente lo hacemos por él, o le decimos cómo es mejor que lo haga, provocaremos un rechazo a comenzar cualquier tarea, y a la larga el miedo a que salga mal. Ejemplo: A los niños les encanta hacer las cosas por sí mismos, aunque pare ello empleen toda una mañana. Cuando un niño está aprendiendo a atarse los zapatos gastará buena parte de su tiempo intentándolo. A menudo los adultos acabamos atándoselos de forma automática todos los días, hasta que el niño lo único que hace es alargar el pié para que mamá le ponga el zapato. Lo paradójico es que a los 9 años le diremos: “parece mentira que no te sepas poner los zapatos tú solo”. La autoestima no es un autoengaño, ni una falsa seguridad, es la facultad que nos hace crecer y mejorar como seres humanos, con confianza en nosotros mismos y sin depender de la opinión de los demás, pero que nos abre a escuchar y tolerar las diferentes opiniones. La clave es hacer sentir a mi hij@ y verbalizar que le quiero tal y como es. Elena Martín-Artajo - Pedagoga y maestra Waldorf