Tuve una experiencia interesante cuando daba clases en el Instituto del Servicio Exterior, en Washington D.C., a grupos de funcionarios que se embarcaban para el Oriente o el Sudeste Asiático. En uno de los grupos estaba este hombre negro, muy elegante, que acababa de venir de Viena y se iba a la India. Los caballeros en estos grupos siempre me invitaban a almorzar a un restaurante muy fino en el Hotel Watergate, y esta vez le pidieron a este hombre que me llevara. Tenía un auto deportivo aerodinámico, y era de esa clase de tipo. Cuando estábamos a la mesa, el primer tema que sacó fue el de ser negro y las cosas que estaban contra él. Pensé: "Bueno, no lo dejaré salirse con la suya. Me enferma esta clase de quejas". Así que le dije: "En términos de la gente que conozco, usted es muy favorecido. Usted tiene una buena vida. Todos tienen algo en contra. Algunos son poco atractivos, y eso se alza contra ellos. Algunos son protestantes en un país católico; otros son católicos en un medio protestante. Si va a culpar de todo lo que es negativo en su vida al hecho de ser negro, se está negando el privilegio de volverse humano. Usted es un hombre negro nada más. Todavía no es un hombre". En ese momento llegaron los demás, y él se quedó callado el resto del almuerzo. Cuando volví al mes siguiente para mi clase, fui a reportarme, y el funcionario a cargo me dijo: "Oye, Joe, ¿qué le dijiste a ese tipo la vez pasada?". Le dije: "Oh, no sé. ¿Por qué?". Me dijo: "Bueno, se compró todos tus libros y está ahí abajo y quiere que se los firmes. Cuando le pregunté por qué, me dijo: “El profesor Campbell me hizo un hombre”. Esa fue la gran lección para mí, y es algo que va en contra de todo este sentimentalismo del corazón que sangra.
Quedé orgulloso, ese hombre había estado atascado en su infierno. No había sido capaz de ver más allá de su propia idea de su limitación. De cualquier modo, bajé, y ahí estaba con todos los libros, y yo se los fírmé y le dije: "Bueno, espero que esto lo ayude a recordarme". Y me dijo: "Oh, nunca lo olvidaré". Cada vez que uno hace algo así, encuentra que era lo que debía hacer, siempre que le haya dado a esa persona algo a partir de lo cual saltar. Si uno realmente no está interesado en la persona, puede limitarse a estar de acuerdo: "Ah, pobre de usted, lo comprendo. Es duro”.