Un Fantasma Femenino

  • October 2019
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UN FANTASMA FEMENINO

Sentirse despierta le proporcionó una grata sensación. Segura ya, sintió la necesidad de recomponer el feo sueño en que había estado envuelta. Dibujó en su mente una figura femenina bajo los pliegues de aquel fantasma asesino, pero su rostro, que en el sueño había reconocido perfectamente, era ahora un agujero negro que su memoria no conseguía llenar. Abandonó la pesadilla entre las sábanas y pasó al baño. Una vez enjabonada, se sumergió. Experimentó la caricia del calor en su cuerpo. Permaneció unos instantes relajada con su pensamiento en el día que le esperaba. Sintió frío en los hombros y dejó resbalar su cuerpo disfrutando en su piel del avance progresivo del calor. No cesó hasta notarlo en sus labios. Entonces sus ojos entreabiertos encaraban la perspectiva horizontal de la sinuosa superficie de espuma. Parecía nieve. La memoria de Nata revivió el día en que un manto, también blanco, cubría las sinuosas colinas que se divisaban desde el ropero. Aquel día conoció a Ramón. Con anterioridad, Sor Lucrecia les había comunicado su decisión de contratar a D. Ramón: un colegio concertado, y en consecuencia mixto, necesitaba forzosamente contar con la presencia de algún maestro. Le vio llegar desde la última ventana de la capilla. Más tarde, Sor Lucrecia le llamó a la salita. Su mera presencia y, más aún, su mirada le produjeron una extraña sensación de agradable inquietud. La directora hizo la presentación: D.Ramón, ésta es Sor Natividad. Don Ramón apretó su mano, intencionadamente inerte, que recibió una corriente abrasadora que ascendió por el antebrazo.

Es nuestra hermana mejor preparada, es pedagoga y está encargada del otro octavo. Esto quiere decir que deberán colaborar en el trabajo aseveró Sor Lucrecia. Ella, por su parte, temerosa de que el calor ascendente llegase a poner sus mejillas al rojo vivo, se mantuvo el resto de la entrevista con la mirada perdida en las tiernas florecillas del papel de la pared, sin que por ello lograra su objetivo. Se ruborizó ostensiblemente. Aquella mirada, aquel calor, aquel momento, no los iba a olvidar nunca.

Una vez fuera de la bañera, observó su cuerpo en el espejo. Lo consideró hermoso. No era el arquetipo vendido por los medios. Un poquitín más baja y mullidita, respondía más bien a la graciosa y cálida redondez cantada por los clásicos. Pensó que se gustaba... y mucho, aunque... le había costado treinta y tres años conseguirlo. Como el tiempo apremiaba, se apresuró a prepararse. Entre carrera y carrera, por cinco veces consecutivas, se enfrentó a su espejo, enfocando sucesivamente su figura, pelo, cutis, sombreado de ojos.... A la sexta, en un rebote, su mirada se encontró a sí misma y, preguntándose el por qué de una actitud tan poco habitual en ella, supuso que, sin más, estaría nerviosa. Salió. Caminó rápida. La primavera se hacía de rogar y hacía frío. Llegó pronto a su destino. Las gotas de aguanieve, sorteando las deshojadas ramas rematadas en yemas a punto de estallar, descendían realzando su húmeda blancura ante la sucia fachada del palacio neoclásico que albergaba la Audiencia Provincial. Atravesó el umbral y, cerrando el paraguas, lo sacudió hacia el exterior. Ascendió tres amplias gradas y fue a darse de bruces con un verde uniforme tocado de charol. ¿Dónde va Ud? preguntó él. Espero la llegada de un detenido contestó Nata. ¿A qué juzgado? inquirió nuevamente. No lo sé respondió ella.

El, muy cortés, adujo: Seguramente será conducido al Juzgado número tres, está de guardia. Y le aconsejó: Vaya hasta el fondo del pasillo y encontrará a la derecha el ascensor para la segunda planta donde le informarán. Nata tomó el camino indicado. A su derecha emergió una gran puerta. La manilla, redondeada, era similar a la del aula que ocupaba D.Ramón. Una manilla como aquella abrió la primera sintonía. Lo recordaba perfectamente. Aquel día la clase se le había escapado, la había desbordado y, como sucede en estos casos, la inseguridad propició el autoritarismo con un resultado aún más nefasto. Sin saber muy bien por qué, se dirigió hacia su puerta, acarició en una duda el pomo de blanca y redonda cerámica y llamó. Sabía sobradamente dónde había estado su error. En el fondo sólo buscaba alguien a quién comunicar su yerro. El, con sensibilidad exquisita, no sólo le escuchó, sino que le desveló qué era comunicarse. La amistad fue entretejiéndose. De las cuestiones puntuales pasaron a reflexionar sobre educación. Más tarde, sin proponérselo, sin darse cuenta si quiera, llegaron a comunicarse la vida. Finalmente a necesitarse.

Nata caminaba por el pasillo de techos elevados. Sus tacones resonaban sobre el lustroso pavimento de roble estableciendo una cadencia que medía el silencio amplio y oscuro. Algo más adelante, a la luz de un ventanal, un empleado fotocopiaba actas. Fue junto a la fotocopiadora. Había solicitado de D.Ramón la ampliación de un mapa del Golfo Pérsico. Mientras él tecleaba las órdenes precisas en el artilugio, ella, a su lado, sentía el teclear de su corazón a ritmo trepidante. Estaban solos. Cuando le tendió el mapa, no pudiendo más, le rodeó con sus brazos. El, desconcertado en un primer momento, dejó hacer y, como movidos por una fuerza sobrenatural, sus labios se aproximaron hasta fundirse en un beso. A partir de entonces la relación, aunque latente, apareció rota y los contactos fueron premeditadamente distantes. Ambos, más ella, parecían

querer ignorar el fuego que los abrasaba. Sólo en reuniones de ciclo o en claustros le dirigía la palabra. El respetó su actitud.

Una flecha sobre el ascensor anunciaba su inminente llegada. Al abrirse la puerta, se hizo a un lado para franquear el paso a dos señores enfrascados en agria discusión. El acalorado rostro del más bajito contrastaba con la frialdad de su interlocutor. Aquella expresión le transportó a unos ojos fríos también, los de Sor Lucrecia. Unos días antes de Navidad la directora había reunido el claustro para comunicarle que los resultados de la primera evaluación de los antiguos alumnos, ya en el instituto, habían dejado mucho que desear. Sor Lucrecia insistió en aquello de que la profesionalidad en educación no se mide en pedagogía, sino en resultados. En el primer claustro de Enero Sor Lucrecia fue mucho más precisa y contundente: La razón fundamental por la que el colegio ha llegado a ser el más prestigioso de la ciudad y contar en sus aulas con los hijos de la élite social, ha sido los buenos resultados obtenidos. Igualmente, merced a ellos, gozamos de un ventajoso concierto con la administración y hemos levantado nuevas instalaciones en los terrenos públicos cedidos por los ediles de la ciudad. Hizo una pausa que Ramón aprovechó para pedir la palabra, pero ella, ignorando la petición, fijó sus acerados ojos en los tutores de octavo de E.G.B.. No voy a permitir que el ensayo de dudosas teorías y prácticas educativas pongan en cuestión los resultados y, en consecuencia, pongan en peligro la selecta clientela de este colegio. La lectura de mis palabras es diáfana. Se acabaron Piagets, Ausubels y Vigotskys. Adiós a teorías genéticas, constructivismos y demás. Lo fundamental no son los aprendizajes significativos, sino los resultados. Unica y exclusivamente los resultados dicho esto, levantó la reunión sin consentir una palabra.

Nata se introdujo en el ascensor y alcanzó la segunda planta con rapidez. Con rapidez también los resultados de la segunda evaluación de sus exalumnos llegaron al ordenador de Sor Lucrecia. El diálogo con ésta había de quedar grabado en su mente ya que supuso un cambio fundamental en su vida.

Sor Lucrecia, llamándole a su despacho, hizo aparecer en la coloreada pantalla los resultados. Le dijo: Como puede ver, Sor Natividad, los resultados son muy deficientes. Dejan mucho que desear. No llegan a alcanzar un media de 6'7. Tenga Ud. en cuenta que en mi clase se concentraban muchos alumnos con problemas de aprendizaje, bloqueo afectivo o, simplemente, repetidores. El pasado curso no se seleccionó y eliminó como se ha hecho en éste. Si a ello añadimos que la media general del instituto es de 4'7... aducía ella, cuando la directora le cortó. Ya, querida, pero ten en cuenta tú también que nosotros no educamos a niños vulgares, sino a la élite de la sociedad de esta ciudad y no podemos permitirnos estos resultados. Está en juego el prestigio del colegio. Estoy cansada de repetirlo. A los niños que no llegan es preciso invitarles a irse. Ya tienen la pública y algún colegio privado creo que aún los admite. No pudo aguantar más y dio rienda suelta a todo lo que había ido acumulando en su interior: Esta congregación fue fundada para educar pobres y con esa mira entré yo a formar parte de ella. En cambio, en este colegio educamos la elite pronunció la palabra silabeándola y la preocupación de Ud. se limita al prestigio del colegio, en definitiva a las ganancias. Una curiosa forma de aplicar el Evangelio. A sus palabras, del otro lado de las lentes inmaculadas, los fríos ojos de Sor Lucrecia habían ido aumentando de tamaño mientras la cólera teñía en rojo su rostro. Salida de sí, se puso en pie y señaló a su monjita la puerta mientras gritaba: ¡Niña impertinente! ¡Tú no eres quién para juzgar la Congregación, ni el Evangelio, y menos, a tu Directora! ¡De ahora en adelante haré que te ocupes de los servicios y la huerta! La monjita pensó que iban a flaquear sus fuerzas, pero no. Dominando la situación, contestó:

No iré a ningún lado. Tampoco voy a gastar mis energías en enriquecer una congregación, enseñando a niños bien. ya fuera de control. Por lo que a mi respecta, dentro de una hora le daré este hábito para que se lo meta Ud. por... la glotis en una acrobacia atrapó la palabra que no llegó a emitirse. Ella, aturdida por lo que había estado a punto de decir, se persignó y salió corriendo. Desde la puerta Sor Lucrecia, fuera de sus casillas, gritaba: ¡Blasfema! ¡Blasfema!

Aún le parecía escuchar aquellos gritos, cuando, al salir de ascensor se encontró ante un conserje. Le preguntó qué deseaba. Nata respondió que venía al Juzgado número tres. El, con toda la amabilidad, le indicó que lo encontraría al fondo del pasillo, a la derecha; pero si había de esperar, le recomendaba hacerlo en una salita contigua más caliente y acogedora. Nata se dirigió a la salita en cuestión. La amabilidad de aquel señor, un funcionario, llamó su atención. Ramón fue todo amabilidad. Enterado de su salida, inmediatamente se presentó a la directora, como supo ella más tarde, defendiéndola personal y profesionalmente. Le faltó tiempo para visitarla en casa de sus tíos, donde se había instalado momentáneamente, ofreciéndole dinero o cualquier cosa que pudiera necesitar. Igualmente, la puso en contacto con unos amigos suyos que acababan de abrir el "Colegio Acrata no Sexista", concertado y subvencionado por el Ministerio, donde acabaría por conseguir trabajo. Pero lo más importante que le brindó Ramón fue su amor, mas ella no lo supo tomar. O, tal vez, no se atrevió a tomarlo, a abrazar la dicha que en aquel momento le ofreció el destino. Ramón le llamó e insistió una y mil veces. No recibió más que negativas.

Nata entró en la salita y tomó asiento. Encendió un Lucky y, contemplando las volutas de humo, retomó la historia. Esta había ido desenvolviéndose con velocidad inusitada.

Después de abandonar el convento, en el primer claustro, la directora dio una versión tergiversada de su salida de la Congregación. Ramón le contradijo, Sor Lucrecia le ordenó callar y él abandonó la reunión. A los pocos días, en el rotativo más leído en la ciudad, aparecía una carta titulada "¿Educando para el respeto?". A su pie podía leerse la firma de Ramón. En ella se establecían los hechos acaecidos en el colegio. Por más que el nombre del colegio no era patente, todas las gentes de la ciudad lo leyeron entre líneas. Sor Lucrecia encrespada por la cólera, no permitió que Ramón volviese a pisar el colegio. Estando aún fresca la impresión, le esperó en la misma puerta del colegio. A su llegada le entregó una carta comunicándole el despido.

Nata abrió su bolso y extrajo un sobre con el membrete de la Congregación. Se lo había enviado Sor Elena, la portera, una mujer encantadora que con sus 77 años era la única capaz de tomar con humor a Sor Lucrecia. Había sustraído del despacho de la directora la copia de la carta y, fotocopiada, se la había enviado. Abajo había añadido con temblorosa caligrafía: Ni le miró. Le tendió la carta y le dijo: “Esto no es suficiente. Te aplastaré” Luego añadía: “Besos, Elena” Nata se dispuso a releerla por enésima vez. Cada vez que lo hacía sentía una especie de repulsión hacia su inspiradora. Pero, por otro lado.... No sabía..., sentía curiosas y variadas vibraciones, amén de enfrentarse a un cúmulo de interrogantes. ¿Por qué una carta tan extensa para un despido que estaba cantado? ¿A qué venía tanta justificación de su postura? Y esa chispa, ¿afectuosa?, del final, ¿qué significaba? La leyó nuevamente.

Como responsable de este colegio, mi misión primordial es velar por la buena marcha del centro y no puedo poner en juego mi selecta clientela. La toma del Palacio de Invierno o la Sorbona son historia. Ha pasado la era de revoluciones y reformas. La sensatez indica que nuevas teorías pedagógicas, nuevas didácticas y reformas son sólo majaderías. En otro orden de cosas, mi colegio no puede entrar de ninguna manera en el juego de la doble moral de unos adultos que viven unos valores y presumen desear otros. Que empiecen ellos por vivirlos. La educación no tiene

por qué solucionar el problema de toda una sociedad egoísta sumida en lo individual. Es más. Por más que lo callen, lo que en el fondo desean nuestros papás es que sus herederos aprendan a tener éxito en la vida. Que aprendan a trepar, a subir. Que suban, apoyándose en el de al lado, o aplastándolo, como sea. Que accedan al dinero y al poder. Tengo que reconocer que me es sentimentalmente muy doloroso. Desde el primer momento pensé que Ud. podía ser un hombre, un hombre con el que hubiese deseado entenderme, en el que hubiese deseado encontrar un apoyo. No ha podido ser. Por todo lo anterior me veo en el imperativo de comunicarle que queda Ud. despedido, ipso facto. La carta, por otro lado, no era más que la crónica de un despido anunciado. Pero lo que nunca hubiese imaginado Nata fue su efecto fulminante, el desmoronamiento de Ramón. No pudo digerir que ante una injusticia la legislación vigente no ofreciese ningún tipo de salida. A ello se unió su obligada presentación diaria en el INEM y, en mayor medida, el sentirse privado de la actividad que daba sentido a su vida, el desarrollo de sus alumnos. Todo ello le empujó a hundirse y degustar la depresión. Aunque..., no. ¿Para qué engañarse? El motivo fundamental no fue ése, sino no poder compartir sus horas amargas con alguien de quien estaba profundamente enamorado.

Nata introdujo nuevamente la carta en el bolso del que tomó un chicle que llevó a sus labios. Las vicisitudes de los últimos días se agolparon entonces en su mente. Hacía tres días D. Julián Berástegui, fiscal de la Audiencia cuyos dos hijos habían sido alumnos de Nata, le había llamado a su despacho. Ramón había sido detenido en una redada antidroga llevada a cabo por un equipo especial venido expresamente de la capital. Tanto la policía como él, estaban convencidos de la inocencia de Ramón y de que su detención había sido meramente casual. Sin embargo existía una dificultad. Ramón se negaba a presentar su coartada en relación a la noche anterior, precisamente en la que había tenido lugar la distribución de un alijo importante. A medio plazo todo

quedaría resuelto, pero de momento se encontraba en prisión preventiva y sólo la coartada podía agilizar su libertad. Ella, de entrada, había pretendido visitar a Ramón con la esperanza de convencerle o, al menos, llegar a conocer la razón de su obstinada actitud, pero ante el supuesto carácter secreto dado a la operación, se lo habían impedido. Incansable recorrió las amistades todas de Ramón sin que nadie le proporcionara la más mínima pista. Finalmente Fernando, un íntimo de Ramón, le confío que en ocasiones solía visitar a una prostituta que atendía por Vicky. No fue fácil dar con ella. Por suerte una camarera de un pub, conocida de Fernando también, le proporcionó la dirección. Nadie dio señales de vida durante el día. A eso de las nueve de la noche, una voz, ronca pero redonda, contestó a la pulsión del portero automático. Ante la insistencia, éste le franqueó el paso. Por un amplio hueco de escalera rematado en una luminosa claraboya, protegido por una baranda modernista en forja, un antiguo ascensor coqueto y luminoso, le abrazó entre sus espejos y la elevó renqueante hasta el cuarto piso. Allí estaba ella, esperándole. Tras un frío recibimiento accedieron al interior. En tono seco Vicky se dirigió a ella: No sé a qué vienes y tengo poco tiempo. Pero pasa a mi cuarto, estaremos más calientes. Accedieron a una habitación acogedora iluminada con luces fucsia y con el suelo enmoquetado en violeta salpicado de cojines de pluma que, en todos los tamaños, parecían llovidos de un cielo abuhardillado. La mera mención del nombre de Ramón hizo que Vicky se diera perfecta cuenta de ante quién se encontraba. No solo Vicky, ambas fueron conscientes de enfrentarse a su rival. Pero Vicky entró a matar desde el primer momento. Conocía a Ramón y sus relaciones mucho mejor que el confesor o psiquiatra más asiduamente frecuentado. Apoyada en ello intentó herir y herir de muerte. Vicky echó en cara a su interlocutora toda su actuación con respecto a Ramón analizándola en detalles mil. Ella no podía más. Era cierto lo que afirmaba su rival. Estaba a punto de llorar. Vicky no cejaba en su empeño. Como

golpe de efecto de su diatriba le escupió al rostro el intento frustrado de suicidio por parte de Ramón. Desconocedora de tal evento, sintió que se desvanecía. Sólo la clara conciencia de la necesidad del testimonio de aquella mujer logró mantenerla firme. Y se lanzó a romper el hilo del monólogo, planteando decididamente el objeto de su visita. Vicky que no estaba al corriente de los hechos, al ser solicitada su declaración para obtener la libertad de Ramón, quedó pensativa. En aquel momento, se desvelaron a Nata unos ojos llenos de ternura que se humedecían por momentos. Vicky repetía para sí en voz baja: Ramón... Ramón..., un hombre legal. El único. Es por mí. De repente Vicky dio un bote y, con una agresividad insospechable un instante antes, se abalanzó sobre ella golpeándole y arañándole mientras le gritaba: ¡Fuera¡ ¡Fuera de mi casa! ¡No me lo arrebatarás! ¡Es el único hombre! ¿Entiendes? ¡El único! El torbellino de violencia y celos heridos hizo que en cuestión de segundos se viese corriendo escaleras abajo y envuelta en la noche fría de la calle. Se introdujo en el coche que había aparcado enfrente. Antes de arrancar, miró a lo alto y descubrió una mujer que, recostada en los barrotes de su balcón y coloreada en rojo intermitente por el neón anunciador de una casa de masaje, lloraba hacia una luna pálida. La noche anterior D. Julián, el fiscal, le había telefoneado para comunicarle, con exquisita discreción, que había quedado demostrada la inocencia de Ramón. Igualmente le confió su propósito de agilizar los trámites para que ese mismo día Ramón fuese conducido al juzgado y puesto en libertad.

Tan intensamente estaba viviendo los frescos recuerdos que casi no llega a darse cuenta de que, por el pasillo exterior, Ramón, flanqueado por cuatro policías, era conducido ante el Juez. A la vez llegó Fernando con otros amigos que habían estado apostados en la puerta de la cárcel. Ramón fue

introducido directamente a la sala del juzgado. El resto se reunió con ella. Besos emocionados y espera. Nata envuelta en aquel nervioso silencio dejó resbalar su mirada por la expectante salita. Fue contemplando los presentes uno a uno hasta que sus ojos deslizantes chocaron con un enorme espejo que, pendiendo de la pared, le devolvió su expresión. Sí. Era claro. Estaba enamorada. Locamente enamorada. Amaba a Ramón. Lo amaba con todas sus fuerzas. El salió. Besó a todos, muy emocionado. Fue junto a Nata y la besó también. Todos callaron. Iba a decir algo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y un nudo agarrotó su garganta. Únicamente le salió un imperceptible "¡Gracias!". Un cuarto de hora más tarde el utilitario de Fernando se detenía junto al domicilio de Nata. Ella y Ramón descendieron. En el hall, sin cerrar la puerta si quiera, se abrazaron y se aproximaron sus labios fundiéndose en un beso. Nata dijo: Vamos a cenar algo, lo he preparado para ti -y añadió con tonillo de película americana: !Ponte cómodo querido! ¡Sírvete algo de beber! Así se dice, ¿no? y rió dirigiéndose a la cocina. Empezaron a cenar. Lo hicieron pausadamente saboreando la comida a la vez que intentaban hacer coincidir sus historias de los últimos tiempos y las últimas jornadas. Tras el postre, quedó servido un champán seco que propulsaba sus burbujas al infinito. Brindaron por su amor. El clinn del brindis trajo algo a la memoria de Nata. Se levantó como quien ha olvidado algo importante. Voy a poner música dijo e inmediatamente la aguja iniciaba su redonda danza por el círculo extremo de un LP de Paco Ibañez en el Olimpia rescatado de una antigua tienda de música. Ramón vigilaba las evoluciones del humo de su cigarrillo recordando momentos jóvenes en el tiempo. De pronto, su interior se sintió sacudido por la voz de Paco que, rasgando su guitarra, vestía de música a Gabriel: "Cuando ya nada se espera personalmente exaltante...." Ramón vibraba. Nata le miraba

enamorada. Paco, rasgando las cuerdas de su guitarra chillaba ahora: "Estamos tocando el fondo, Estamos tocando el fondo." Los ojos de ambos coincidieron mientras su interior pugnaba por galopar hacia el otro. Atraídos por un imán irresistible se abrazaron. Un idéntico e intenso fuego ardía en los dos. Rodaron por la alfombra. Primero los zapatos y luego prendas de vestir de progresiva intimidad saltaron al aire en huida centrífuga del centro magnético de una hoguera de amor. Sonaron dos secos disparos. Un fantasma femenino se deslizó escaleras abajo. Aún en tinieblas, una anciana repartidora enfundada en un viejo anorak ha hecho deslizar, bajo la puerta del colegio, la letra impresa local recien escupida por la rotativa. Una noticia encabeza la primera página: PAREJA ASESINADA EN UN APARTAMENTO Se trata del profesor D. Ramón Alústiza y la Señorita Natividad Moreno. Se da la circunstancia de que precisamente en el día de ayer el citado profesor, encausado en el sumario 92/487, quedó en libertad tras ser sobreseído. También es de señalar que ambos habían formado parte del profesorado del prestigioso Colegio de Santa Esther de esta ciudad. La policía por el momento carece de pistas.

Tras ser recogida por unas manos blancas, es recorrida por unas lentes inmaculadas, al otro lado de las cuales se desborda una cascada de lágrimas mientras unos labios contraídos, dirigiéndose a un Cristo muerto, gritan: ¡Merecía vivir! ¡Dios mío! En la parte vieja de la ciudad, bajo el filtro azul del alba recien estrenada, una puta camina hacia su casa. Su rostro ojeroso sostiene un

cigarrillo entre los labios. Sus manos toman las letras impresas con la misma tinta y en la misma rotativa. Su cara se rompe en una mueca de espanto. Los tacones de sus altas botas de negro terciopelo marcan sobre los adoquines la seca percusión a unos húmedos sollozos que acaban empapando y haciendo ilegible la noticia. Ella pretende inútilmente encontrar la pálida luna en quien acostumbra a depositar sus lágrimas. En su lugar superpuestos nubarrones de gris azulado, casi negro, se persiguen. Por un momento se rasgan dejando a la vista un trocito de cielo. La puta lo mira y, llorando de rabia, grita: ¡Merecía vivir! ¡Mierda!

JAVIER MINA, Pamplona octubre de 1990 Publicado en “Antojos de Luna” 12-1995

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