Un exorcismo… Apenas anoche desgarré el último jirón de tí, sin suavidad alguna, dejando la mente en completo blanco, tiré secamente de mi corazón y desgarré tu último jirón. Fumé el centésimo cigarrillo y dejé a mis pies sin rumbo. Respiré hondo, sequé un lágrima caprichosa que erraba por mi mejilla y en los canábicos vientos del Bajo, simplemente, fluí. “¿Duele?”, pregunté. “¿Qué duele?”, repregunté. “Nada, nada en mí, ya hay que duela”, descerrajé entre dientes y olvidé sonreír más rápido de lo que supe que es lo que hay… o lo que queda de mí. Pero, sin embargo… Siempre, sin embargo, no obstante y empero, la noche se apodera certera de un costado del olvido y deambula, empeñada, en demostrar que esos labios no saben a esos labios que no recuerdo, ni esa cadera se ajusta tan perfectamente a mi vientre como aquella que ya ni sé si conocí. “¿Existe?”, pregunté. “¿Existí?”, repregunté. Nada respondió, tan sólo un silencio y las mareas se encargaron de esto que es lo que hay… o lo que queda de mí.