Ulises3

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Ulises y las Rocas Erráticas Ulises y sus hombres continuaron navegando hasta que se encontraron frente a unas rocas formidables, donde las olas del mar chocaban contra ellas hasta cubrirlas por completo. Se podía escuchar el rugido del mar al estrellarse y un enorme remolino arrojaba a la superficie restos de naufragios. Comprendió Ulises que se hallaba frente a otro de los numerosos peligros que Circe le había advertido: Las Rocas Erráticas. Los tripulantes estaban aterrorizados ante el peligro que los esperaba, pero el valiente Ulises los animó a seguir diciendo: - No se desanimen compañeros. Hemos atravesado muchos peligros. Recuerden a Polifemo. Pensamos que moriríamos y aquí estamos. Solo cumplan mis órdenes y verán que todo saldrá bien. Circe, la hechicera le había aconsejado: Cuando deban atravesar las Rocas Erráticas, deben hundir los remos en el agua a gran velocidad y al mismo tiempo controlar el timón para que la nave se mantenga en línea recta para no chocar contra las rocas. Esto fue lo que indicó Ulises y lograron sortear el peligro sin perder ni un solo hombre. Escila y Caribdis Ulises, que era muy prudente, luego de atravesar las Rocas Erráticas, guardó silencio sobre los nuevos peligros que los acecharían: Escila y Caribdis. Temía que si les contaba acerca de esos terribles monstruos, se aterrorizaran, dejaran sus remos y se arrojaran al mar. Así fue que mantuvo en secreto las advertencias de Circe. Luego de atravesar las Rocas Erráticas, la nave debía pasar por un lugar muy angosto. A cada lado del mismo se levantaban dos rocas altísimas. A la izquierda se elevaba una de ellas de color negro, brillante y resbaladiza como mármol pulido. Demás está decir que nadie podía treparla. Aún en los días más hermosos estaba cubierta por una nube negra. En esta roca y dentro de una cueva oculta vivía Escila. Un monstruo fantástico con doce patas y seis cabezas de cuyas bocas asomaban afilados colmillos. Ladraba día y noche sin parar como un perro rabioso. Devoraba

a cuanto animal pudiera acercarse y cada vez que un navío atravesaba el lugar se hacía un banquete, ya que cada una de sus cabezas podía engullir un marinero. Frente a la roca que servía de morada a Escila, se encontraba otra roca altísima a cuyo pie crecía un árbol frondoso. Entre sus raíces había una cueva y allí vivía Caribdis, otro terrible monstruo. Caribdis absorbía el agua del mar tres veces por día, haciéndola penetrar en su cueva. Luego lo devolvía otra vez al mar, pero todo lo que penetraba en la cueva, Caribdis lo despedazaba. Circe le había advertido: -Presta atención, Ulises. Escila no es mortal. Es inútil luchar contra ella. Lo único que puedes hacer es huir a todo remo, lo más rápido posible. Pero Ulises, al oír los ladridos de Escila, se calzó la armadura y se ubicó en la proa de la nave, esperando que asomara sus cabezas, con la intención de enfrentarla. Escila no se asomó y con esa distracción pronto se vio sorprendido por el remolino de Caribdis, que había comenzado a tragar el agua del mar. Los marineros, muertos de miedo, remaban con todas sus fuerzas para alejarse de Caribdis, y así, se acercaron sin percatarse a la roca de Escila. Escila, lanzó sus seis cabezas y con un solo movimiento arrebató a seis marineros del puente. Los hombres gritaban y lloraban extendiendo sus brazos, suplicando ayuda sin que sus compañeros pudieran hacer cosa alguna para liberarlos de tan fatídica muerte. Este triste espectáculo dejó a los marineros sumidos en la tristeza y la desolación, ya que tenían perfecta conciencia de que cualquiera de ellos podría haber sufrido esa desgracia. Ulises y los Ganados del Sol Se alejó finalmente la nave de aquél espantoso lugar. Los navegantes no podían olvidar las miradas de sus compañeros al ser atrapados por el monstruo Escila. Después de varios días de navegación, vieron una isla hermosísima, cubierta de verdes prados donde pastaban con tranquilidad rebaños de vacas y ovejas. Ulises reconoció que se hallaba ante la isla que guardaba los rebaños del Sol, de la cual la bella hechicera Circe le había hablado de esta manera:

- Ulises, si logras atravesar sano y salvo el peligro de los monstruos Escila y Caribdis, pronto encontrarás la isla del Sol. Pero, presta atención, porque si tú o tus hombres matan una sola de las vacas del sol, una maldición caerá sobre la nave y su tripulación y aunque logres salvar tu vida, tus compañeros morirán y si logras volver a Itaca, lo harás en un estado lamentable. Ulises, recordando estas palabras y la advertencia sobre la maldición, quiso seguir de largo, pero su cuñado Euriloco comenzó a protestar: - ¿Cómo pretendes que sigamos adelante? ¿No ves que estamos agotados? Ya se acerca la noche y estamos muertos de cansancio. ¿Qué pasará si se desata una tormenta? ¿Cómo podremos hacerle frente en este estado? El resto de los hombres se unió a la protesta y Ulises no tuvo más remedio que aceptar sus reclamos. Pero antes de desembarcar les hizo prometer que no tocarían ni una oveja ni una vaca del Sol. Los hombres le aseguraron que no tocarían los rebaños, ya que la hechicera Circe les había regalado abundantes provisiones para abastecerse durante mucho tiempo. Esa misma noche se desató un terrible tormenta que duró más de un mes. Con el correr del tiempo las provisiones comenzaron a escasear y comenzaron a padecer hambre. La isla era hermosa, pero ni la caza ni la pesca era suficiente como para satisfacerlos. Un día en que Ulises se internó en el bosque, Euriloco comenzó a instigar a los hombres diciendo: - Hemos sufrido toda clase de desgracias, pero no comprendo por qué tenemos que padecer hambre mientras pastan a nuestro alrededor todas estas magnificas vacas. Me pregunto si no podríamos sacrificar algunas terneras con la promesa de construirle un templo al Sol cuando lleguemos a Itaca. Los hombres, que ya venían arrastrando la escasez de alimento durante varios días se plegaron a la propuesta de Euriloco sin pestañear. Rápidamente prepararon el fuego algunos y otros sacrificaron unas terneras a las que asaron y luego se dieron un festín acompañado por el vino que les quedaba. Ulises, que se había quedado profundamente dormido, en medio del bosque, despertó sintiendo un fuerte olor a carne asada y corrió hasta donde acampaban sus hombres. Allí, horrorizado comprobó que el daño ya

estaba hecho y no había nada que pudiera hacer para remediar el mal. Todos fueron testigos del más horripilante acontecimiento. De la carne de las vacas asadas, surgían mugidos de dolor y los cueros que habían quedado, se contorneaban y retorcían, mientras por todas partes se escuchaban tristes lamentos de vacas. Al cabo de seis días, el tiempo mejoró y Ulises decidió que era el momento de zarpar y alejarse de la isla. Cuando se encontraron en alta mar, una nube negra se posó sobre la nave y parecía que la tempestad estaba dirigida exclusivamente a ella. Un rayo partió el mástil en dos y al caer arrastró al timonel hacia las aguas embravecidas del mar, al mismo tiempo comenzó a prenderse fuego, la nave giró hacía un costado y todos los hombres, excepto Ulises, cayeron al mar. El héroe de Troya se aferró con todas sus fuerzas a lo que quedaba de la nave, sin poder luchar, solo dejándose llevar por las enfurecidas aguas. Los vientos huracanados, hicieron retroceder la nave nuevamente, hasta donde se encontraban los peligrosos monstruos de Escila y Caribdis. Cuando Caribdis con su remolino, comenzó a tragar las aguas y a la destruida nave, Ulises, de un salto, se aferró a una rama del árbol que se hallaba a la entrada de la cueva de Caribdis, y, cuando el monstruo, devolvió la nave al mar, de un salto, se aferró a lo que quedaba del mástil, logrando sortear esa contingencia con éxito. Escila, por suerte, no salió de su cueva y pronto Ulises se vio liberado de esos dos peligros. Pronto se encontró Ulises, solo en alta mar a merced de los vientos, viendo más lejana la posibilidad de volver a su patria con vida. Ulises y Calipso Ulises aferrado a los restos de la nave, muy cansado se dejó llevar por el oleaje. Una brisa suave, empujó la nave hacia una hermosa isla cubierta de árboles frondosos. Después de descansar varias horas tendido en la arena de la playa, decidió explorarla. Después de caminar un largo trecho, llegó hasta la entrada de una gruta cavada en la roca, de donde se desprendían dulces aromas de cedro y sándalo. A su entrada se podían ver dos hermosas parras de las que colgaban jugosos racimos de uvas negras.

El lugar era un paraíso. Se escuchaba el rumor de del agua proveniente de varias fuentes de agua cristalina. En la gruta, una bellísima mujer con trenzas doradas y ricamente vestida, tejía afanosamente. Era la diosa Calipso. A pesar de su mala fama con los hombres, Calipso recibió a Ulises con cariño, prodigándole toda clase de cuidados que lo ayudaron a recobrar la salud, bastante deteriorada por las desdichadas aventuras que padeció. Después de haber perdido a su nave y a sus hombres, Ulises no podía hacer otra cosa que permanecer al cuidado de la diosa. Pero a pesar de que la isla era un paraíso y que la diosa lo cuidaba con esmero, Ulises no podía ocultar su tristeza y pasaba largas horas del día con la vista perdida en el horizonte, añorando su patria. Calipso al verlo tan apenado le preguntaba una y otra vez: -¿Qué te ocurre, Ulises? Bien sabes que si te quedas conmigo no deberás temer ni a las enfermedades ni a la muerte. Pero Ulises, sin querer ser grosero con la diosa le respondía: -No le tengo miedo ni a las enfermedades ni a la muerte. Lo que yo deseo, es volver a ver aunque sea una sola vez más la isla de Itaca. Así permanecieron ocho largos años. Este era el castigo que envió el dios Poseidón a Ulises, por haber cegado a su hijo el cíclope Polifemo. Para suerte de Ulises, Atenea, la diosa de la sabiduría, que veía por un lado la tristeza de Ulises y por el otro, los pesares de su esposa Penélope y de su hijo Telémaco, deseó ayudarlo. Entonces, Atenea se dirigió al monte Olimpo y en una asamblea relató al resto de los dioses las desventuras del héroe de Troya y la tristeza que lo embargaba. Los dioses se apiadaron de Ulises y su familia y enviaron a Hermes a la isla de Calipso para solucionar el problema. Hermes se encontró con Calipso, la diosa de las trenzas doradas, que lo agasajó con toda clase de manjares exquisitos. Después de disfrutar de un regio festín, Hermes le transmitió a Calipso el deseo de los dioses; que le permitiera a Ulises regresar a su patria. Calipso pensó que el pedido era injusto y le respondió: -¿Ahora se acuerdan los dioses de Ulises? ¿Acaso ellos no permitieron que sufriera toda clase de penurias?, Además yo no poseo nave alguna. ¿Cómo puedo mandarlo de regreso?

Pero Hermes, respondió con firmeza: -Si no envías a Ulises de regreso a Itaca, los dioses te castigaran duramente. Calipso, rápidamente, buscó a Ulises, que como todos los días se hallaba llorando en la playa con los ojos puestos en el horizonte y le dijo: - No llores más, Ulises. Voy a permitirte regresar a tu patria. Ulises desconfiaba de las palabras de la diosa, pero ella lo condujo a un bosque donde crecían árboles fuertes y alcanzándole un hacha de dos filos y otras herramientas lo animó a construir una nave para llegar a su ansiado destino. Mientras tanto, Calipso se puso a tejer una tela grande y fuerte para que usara de velas. Ulises recobró la alegría perdida y prontamente se puso a trabajar para construir una balsa lo suficientemente resistente como para alcanzar a su patria. Después de varios días de trabajar sin descanso la balsa estaba concluida y la botó a la mar cargada de ricas provisiones que la diosa Calipso, temerosa de la venganza de los dioses, le regaló para despedirse. Después de dieciocho días de navegación en calma, divisó una isla dorada en el horizonte que flotaba como un escudo de bronce y se dirigió a ella. Pero lo que Ulises no sabía es que Poseidón, al regresar de un largo viaje, pasó por la isla de Calipso, y al ver que el héroe de Troya se había liberado de su destino, montó en cólera. y enfurecido, bramó: - ¡Ulises! ¿Pensaste que todos tus problemas habían terminado?, pues, ¡Ya verás! Y en pocos minutos, convocó a las nubes para que desencadenaran un huracán sobre la precaria balsa, que presa de las fuerzas indomables del mar, la hacían tambalear como si fuera un barquito de papel. Ulises no podía creer lo que ocurría. Una vez más la angustia se apoderó de él. Llorando gritó: - Hubiera sido mucho mejor morir en la ciudad de Troya antes que pasar por todos estos sufrimientos.

Cuando terminó de decir estas palabras una ola gigantesca hizo girar la balsa destruyendo el mástil, lanzando al pobre Ulises al mar. Ulises y la diosa Atenea Ulises, arrastrado al fondo del mar por una ola gigantesca, tuvo que luchar con todas sus fuerzas para llegar a la superficie. Una vez allí, pudo ver los restos que quedaban de la nave. Nadó hasta aferrarse a esos troncos que eran su única salvación. Poseidón, el dios del mar, no perdonaba a Ulises y se había propuesto maltratarlo con todos los elementos a su disposición. En ese momento, una Ninfa que vagaba por los mares, sintió pena al ver sufrir de esa manera al héroe de Troya y posándose como una mariposa sobre la balsa le dijo: -Poseidón te ha hecho blanco de su venganza pero debes saber que su poder no alcanza para llevarte a la muerte. Debes hacer exactamente lo que te digo y te salvarás: Desnúdate, ajusta a tu cintura este velo que te entrego y arrójate al mar. Deja que la balsa sea arrastrada a la deriva, y tú, nada hacia tierra y cuando llegues a ella, vuelve a arrojar mi velo al mar. Él solo irá directamente a mi encuentro. Luego de alcanzarle el velo, la Ninfa se hundió en el mar sin dejar rastro. Ulises, temiendo que esta fuera una nueva trampa de los dioses no obedeció los consejos de la Ninfa y continuó agarrado a los troncos de la balsa. La saña de Poseidón no le daba respiro y otra ola enorme terminó por dispersar los troncos de la precaria balsa. Otra vez en al agua, Ulises volvió a encaramarse a caballo de uno de los troncos y en la desesperación, decidió seguir los consejos de la Ninfa del mar. Se despojó de sus ropas, ajustó el velo a su cintura y se arrojó al mar nadando con todas las fuerzas disponibles. Poseidón sonreía feliz al ver consumada su venganza y se retiró a su palacio en el fondo del mar. Ulises continuó nadando enérgicamente durante dos días y dos noches. La diosa Atenea, que veía las penurias de Ulises, le ordenó al viento del norte: - Sopla con fuerza para allanar el camino de Ulises hasta depositarlo en el país de los feacios.

El viento norte siguió las órdenes de la diosa, mientras Ulises nadaba sin descanso. Así pasaron tres días y tres noches, hasta que el mar se calmó y a lo lejos pudo divisar tierra. El entusiasmo lo llevó a doblegar sus fuerzas para llegar a la isla. Triste fue su decepción al ver que la isla estaba rodeada de arrecifes. El mar golpeaba sobre las rocas con un estruendo inusitado y era prácticamente imposible vencer esa barrera. Una ola lo empujó sobre una roca y estuvo a punto de perder la vida si no se hubiera aferrado a ella con sus manos lastimadas por el roce contra el filo de la roca. Atenea, lo inspiró a seguir nadando rodeando la isla en busca de un lugar adecuado para tocar tierra. Pero encontró un río que desembocaba en el mar. Ulises, agotado pidió ayuda al río, y éste ordenó a sus aguas que corrieran mansas hasta depositarlo en tierra. Ulises, muy débil, después de tantos días de nadar sin descanso, se acercó a la playa y se desprendió del velo para luego arrojarlo al mar. El velo flotó suavemente sobre la corriente, y pronto las aguas se abrieron para dejar paso a la ninfa del mar, ella recogió el velo y volvió a desaparecer bajo las aguas. Ulises lloró de alegría. Luego se dirigió a un monte cubierto de árboles, armó con hojas una cama mullida y se recostó. Atenea, su protectora le ordenó al Sueño que lo ayudara a dormir para reponer sus fuerzas luego de tantas penurias. Y Ulises se durmió placidamente.

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