Texto Los Infiernos

  • June 2020
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LOS INFIERNOS, EL REINO DE HADES Para los griegos, los Infiernos no eran el lugar donde moraban aquellos que habían merecido un castigo para toda la eternidad, sino el lugar donde residían todos los muertos. Ahora bien, no todos iban al mismo sitio dentro de los Infiernos: los condenados iban a lo que era, digamos, el Infierno propiamente dicho, mientras que las almas nobles y generosas disfrutaban de los placeres de los Campos Elíseos, una especie de paraíso cuajado de verdor, coloridas flores y apetitosos frutos. En este reino se encontraba también el Tártaro, tenebroso lugar donde habían sido encerrados los Cíclopes y los Titanes por haber apoyado a Crono. Junto a este lugar estaban los condenados a sufrir torturas eternas. Sobre este reino de sombras gobernaba Hades, hermano de Zeus. Fue la parte que le correspondió en el reparto del Universo cuando vencieron a Cronos. Hades, a quien los romanos llamaron Plutón, era un dios oscuro y más bien poco sociable, pero eso no significaba que fuera un dios siniestro o malvado: lo que ocurría, simplemente, era que sus dominios, llenos de difuntos, no se prestaban demasiado a la alegría. Para llegar hasta los Infiernos (que también eran llamados Hades, como el dios), era necesario atravesar un brazo de la laguna Estige que en ese lugar formaba un río. Cuando los muertos llegaban allí, eran recogidos por un barquero, Caronte, que les cruzaba hasta la otra orilla cobrándoles una moneda de oro. Por eso los griegos y romanos enterraban a sus muertos con una moneda dentro de la boca, que les serviría para pagar este pasaje. Después de cruzar el río, aparecía la puerta del Hades. Se trataba de un portón custodiado por un terrible guardián: el Can Cerbero, un perro que tenía tres cabezas, cada una con una gran boca llena de afilados dientes. Por si esto no fuera suficiente para hacer de Cerbero un animal pavoroso, una maraña de serpientes de pérfido veneno le cubría el lomo. Cerbero controlaba la entrada a los Infiernos, impidiendo la entrada de los vivos y no dejando escapar a nadie de su interior. Una vez dentro, el recién llegado era juzgado por un tribunal de tres jueces: o bien se le condenaba a vagar en las tinieblas infernales como una sombra triste y olvidada, o bien disfrutaba de una eterna primavera en los Campos Elíseos. Cerca del Tártaro solían vagar las Erinias, llamadas Furias por los romanos, terribles seres encargados de hacer cumplir los castigos de los condenados. También se hallaban aquí las Parcas, tres hermanas cuyo trabajo era hilar, en una rueca, los hilos del destino de los hombres, cortándolos cuando llegaba su hora. La condena a sufrir tormentos estaba reservada exclusivamente para quienes habían provocado la ira de Zeus. Entre estos condenados «especiales» había algunos muy famosos, como Tántalo, Sísifo, Ixión y las Danaides. Tántalo se había atrevido a robar el néctar y la ambrosía, el alimento de los dioses: por eso fue condenado a pasar la eternidad rodeado de agua y de frutos pero sin saciar nunca su hambre ni su sed, porque cuando alargaba la mano para coger una fruta, las ramas se retiraban lejos de su alcance, e igualmente con el agua, que se alejaba de su boca cada vez que Tántalo intentaba beber. Sísifo, por su parte, cometió el error de delatar a Zeus en una ocasión en que éste había raptado a una ninfa de la que se había enamorado y además volvió con engaño de los Infiernos y secuestró a la muerte. Zeus se encolerizó de tal forma con él que lo condenó a subir una enorme roca hasta la cima de una montaña para que cuando la tuviera arriba, tras el penoso esfuerzo de subirla, la roca cayera de nuevo hasta abajo, de forma que Sísifo tuviera que volver a subirla una y otra vez. Ixión, el padre de los centauros, fue condenado por el dios supremo a girar eternamente encadenado a una rueda ardiente, por haber osado buscar los amores de Hera, la esposa del propio Zeus. Las Danaides son cincuenta hermanas que se esfuerzan inútilmente en llenar con agua una crátera sin fondo, castigadas porque habían matado a sus maridos en la noche de bodas, instigadas por su padre, el rey Dánao.

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