Tadeo Vaca

  • April 2020
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  • Words: 3,906
  • Pages: 16
Hoy estaba como todas las noches frente a una hoja en blanco tratando de escribir palabras que no sé si conozco. Imaginando y forzándome a sentir. Cada renglón que escribo me duele. Me duele porque en él se va una parte de mí que ya no sé si regresará, porque hay sentimientos que ya ni si quiera recuerdo si son míos, si existen o sí los he robado. Porque tengo miedo que la hoja de papel me reclame todo lo que es suyo y me quede sin nada. Porque he prometido renunciar a todo hasta quedarme completamente vacío sólo con la certeza de que todo lo que soy está en esa hoja que alguna vez estuvo en blanco. Escucho una canción que no entiendo pero me hace llorar. Regresó a Marías y buscó ese párrafo que ya he memorizado. Me gusta el final, supongo que es una frase de amor, a eso me suena, no sé tal vez Bach me ha puesto triste. Regresó a la hoja en blanco y mañana en la batalla piensa en mí. Sí debe ser una frase de amor...

Una tenue luz que anunciaba el inicio de la mañana se escapaba por los hoyos de las cortinas hechas de una tela dura que antes pudo haber sido cualquier cosa. Los sonidos que venían de afuera mataban lentamente el silencio y contaban la misma historia de todas las mañanas. Sus ojos se abrieron lentamente y su cuerpo se resistía a dejar la cama dura de sabanas tiesas y almohadas impregnadas de un sudor nocturno. Él miró el aparato negro y usado que estaba frente a sus ojos y espero hasta que las luces rojas delinearon un cinco imperfecto.

Hoy me desperté enojado. No sé si esa sea la palabra adecuada para describir lo que sentía. No estaba molesto por ninguna situación ni había tenido alguna discusión y aun así estaba profundamente irritable. Mi madre me despertó al medio día. No es usual que me levante tan tarde pero la noche pasada fue realmente extraña por alguna razón extraordinaria me quede dormido a las ocho PM cuando desperté era la media noche y no tenía sueño. Algo que me molesta de dormir a horas que no son las usuales es que me entra una especie de nostalgia. Una pesadez que complica todo y exagera los problemas que pueda tener. Debe haber un proceso químico o simplemente una razón que en mi provoca una tristeza melancólica. Una molestia silenciosa. Una especie de resistencia a la realidad. Al medio día me bañe y después me puse a esperar a mi madre mientras leía La Campaña de Carlos Fuentes. En el libro uno de los personajes Baltasar Bustos es un revolucionario argentino obsesionado con el concepto de la justicia y fiel seguidor de Rosseau. Su primera misión revolucionaria termina siendo un fracaso y huye a las tierras del sur de donde es originario. Allá se reencuentra con su padre, una especie de hacendado, y su hermana y sobre todo con sus orígenes. Sus orígenes rodeados de gauchos incultos y salvajes a los que desprecia por eso. No pude evitar sentirme Bustos hay mucho de iguales entre nosotros. Soy un poco cómo él. Con ideas. Buscando justicia. Haciendo mi revolución, la primera, la personal. Y después por alguna razón regresando a mis orígenes.

Esa tarde mi madre y yo iríamos a comer. Subimos en un taxi, el hombre que manejaba platicaba sobre un tema que no escuché. Mi mamá le contestaba y estaban teniendo una charla franca. Cosas que a mi no me interesaban. Por la

carretera iban pasando autos manejados por personas satisfechas. Charlas ociosas. Esa normalidad. Palabras toscas. Gestos brutos. El tonito ridículo. Una vida limitada. Y yo el Bustos revolucionario atrapado en medio de todo. Preguntándome porque estoy tan enojado. Y la gente pasa tan satisfecha. Tan conforme y yo no estoy enojado. Tengo miedo de convertirme en eso.

Dicen que mis ojos son tristes. Nunca le di importancia y siempre pensé que quién lo decía lo hacía por dar un adjetivo. Nada más. Hoy como siempre salí corriendo de mi casa, sigo teniendo ese insomnio extraño que me atormenta todos los martes de la semana. Sólo los martes no sé si sea predispocisión o es que ese día se trae algo contra mi. Todo iba normal. Me levante corriendo, apenas si me dio tiempo para lavarme la cara y comer algo de lo que sobraba en el refrigerador: una pieza de pollo medio mordida y medio dura y medio fría. Creo que llevaba en el refrigerador una semana. No sé como ha durado tanto si en estos meses lo que menos me puedo dar el lujo de almacenar es comida.

La última vez que vi a Tadeo Vaca yo sabía que estaba cerca de morir. Había algo en su rostro que no era normal. Una especie de resolución. Tenía una mirada que me resultaba desconocida. Se paseaba liviano como levitando, casi convencido de una superioridad que iba más allá de lo espiritual. Brincaba y hablaba con todos, se movía como el viento de una mesa a otra y para cada uno tenía una palabra o una cita o un poema, las mujeres lo veían con desden y los hombres lo querían lejos. A su rostro pleno lo coronaba una sonrisa creíble que parecía un adorno permanente. Lo vi durante media hora moviéndose en el burdel de putas maternales dónde los aspirantes a escritor como él y como yo gastábamos nuestro moribundo presupuesto cogiéndonos a mujeres gruesas de tetas deprimidas y vaginas sabias que por cincuenta pesos la mamaban mientras escuchaban conversaciones de Bukowski y de Bolaño. Se veía liviano, su devenir era tan armonioso que no me atrevía a interrumpirlo. Me habría sentido culpable de romper con lo único perfecto que tenía ese lugar de paredes que antes fueron blancas y ahora son del color del despecho y de la tristeza de media noche, trate de adivinar que era eso nuevo que se había apoderado de su rostro joven convirtiéndolo en un personaje totalmente nuevo, diferente al que yo había conocido hace tres años en esa fiesta a la que llegue por accidente. El último cigarro se terminó y estaba a punto de acercarme a Tadeo pero una sensación de melancolía casi me hace llorar. El verlo de nuevo provocó que toda la cerveza que había tomado desapareciera de mi cuerpo como si un calor mortal la evaporase y la volviera un manojo de emociones indecisas que se turnaban sin ninguna lógica el control de mis pensamientos. Me sentí abrumado, Le di un último vistazo y me fui. Camine por las calles más extrañas y mientras una lagrima helada iniciaba su recorrido en picada por mi

cuerpo pensé que esa era la última vez que lo vería. Me detuve y quise regresar pero mis ojos se nublaron por un caudal de lagrimas que brotaba agresivo sin que nada pudiera detenerlo poco a poco el llanto se fue transformando en un grito que se perdió entre la noche negra y esa luna media que era la misma que gobernaba el cielo cuando yo lo conocí.

Mis amigos, que en ese entonces era una composición extraña de personas, todos excéntricos, liberales y claro: atormentados, pasaron por mi e insistieron en darme ánimos y sacarme de esa situación en la que ya había destruido la mitad de mis escritos y llorado teatralmente mientras prometía buscarme una actividad más normal y mejor remunerada. Es normal, pero no te puedes rendir a la primera no seas maricón me dijo Julio, un poeta obsesionado con Rimbaud y fiel detractor de Paz mientras se prendía un cigarro que había encontrado en algún lugar de mi departamento. Tan rápido como terminó de hablar comenzó Almudena, la artista plástica medianamente conocida por sus obras hechas de residuos humanos: Vamos Eugenio: animo, velo con filosofía, tienes que mejorar para que dentro de un año esa beca sea tuya. Y antes de decir la última palabra puso sus ojos inclementes sobre la cara redonda y rojiza de Mario Lombardi un escritor que se dedicaba a narrar su vida a modo de diario creando historias llenas de prostitutas, travestís, rateros de colonia, alcohol y cocaína. Ya flaco deja de llorar cabrón. Mira vamonos a la fiesta de Cazares y ya después si quieres te ayudo a quemar tus textos y a buscar chamba de telemarker. La escena de papeles rotos y regados por el piso dejo de parecer tan deprimente y quise corresponder al esfuerzo de mis amigos por sacarme de aquella habitación gris y de un encierro que ya sumaba dos días. Tenían miedo

de que me cortara las venas o me diera un tiro pero no tenía cuchillos y mucho menos una pistola. Ellos no lo sabían y yo me reí mientras bajábamos las escaleras inclinadas y nos dirigíamos a una fiesta de viernes de la cual yo no sabía nada pero intuía algunas cosas que son propias de fiestas de escritores y poetas, artistas y bohemios que se escapan de su soledad y de su látigo y fuman y beben mientras hablan de Bolaño y de Marías, de Rimbaud y de Borges, mientras buscan en esas palabras dichas por desconocidos alguna que les tenga sentido o acaso una historia entre un repertorio de rostros nuevos e historias idílicas de callejones oscuros y héroes ignorados.

Tadeo Vaca no me veía porque el círculo de personas que lo rodeaba se lo impedía. Él en medio con su camisa larga de cuellos gastados y sus pantalones ajustados a sus piernas largas y sus manos moviéndose como si fueran ellas mismas las que estuvieran hablando de cosas que el oído no entiende y sus ojos severos que se alojan en la cara del otro y lo cuestionan y lo intimidan y parecen decir

La última vez que vi a Tadeo Vaca sabía que estaba cerca de morir. La última vez que vi a Tadeo Vaca supe que estaba cerca de morir. Fue una noche de junio, yo necesitaba tomar una

I

Ha muerto. Tadeo Vaca ha muerto. Lo supe hoy a la hora del café mientras leía el periódico en ese lugar del que nunca puedo aprenderme el nombre. La nota no dice mucho. Al terminar de leerla me dio la impresión de que ha sido una noticia que algún editor publicó a última hora para poder llenar un espacio en el periódico. Un espacio que dejó vacío algún hecho que se esperaba y que aún así no llegó, como si aguardará por una tarde más calida o como si quisiera ceder su lugar en la última columna a la muerte de ese hombre del cuál ni siquiera hay una foto. Una que testifique lo que alguna vez fue su existencia y que nos ayude a recordar como eran sus ojos y como su boca y nos podamos sentar frente al registro de papel y tinta y decirle aquello que callamos quizás por olvido o tal vez por pensar que podría ser dicho en otra ocasión, una que hoy, a la hora del desayuno, se sabe que ya no vendrá porque él ya no podrá escuchar y todo eso que lo aguardaba ha muerto con él. Ha muerto su cuerpo de extremidades flacas y ojos preguntones y manos largas y sinceras y han muerto todos esos recuerdos que sólo él conocía y que se guardaba en el silencio de un momento a solas. Y me aferro a su imagen que se diluye como si fuera el último gramo que su cuerpo muerto exige para que se pueda sumergir en la pesadez de esa tiniebla que es la muerte que consume todo lo que no resiste a la ausencia del cuerpo. Y me concentro en la nota y releo su nombre una y otra vez como si intentará convencerme de que ese que conocí es el mismo del que ahora se anuncia su muerte en líneas mezquinas e indiferentes que definitivamente no fueron escritas pensando en él. Seguramente el que escribió esa

Seguramente el que escribió esa nota no lo conocía ni le interesó hacerlo, probablemente uso una escaleta que se usa para dar la noticia de la muerte de hombres medianamente conocidos que sólo se publican en ausencia de notas más importantes o a falta de muertos más famosos. El que la escribió sólo tuvo que poner el nombre: Tadeo Vaca y la fecha de su muerte: 14 de abril. Lo demás ya fue usado con otros que sólo comparten: la muerte.

Todo lo demás ya fue usado una y otra vez, igualando todas las muertes y todas las vidas. Haciendo esos personajes de vidas tan diferentes en el mismo

Y corro a mi casa mientras me aferro a su imagen que se diluye como si fuera el último gramo que su cuerpo muerto exige para que se pueda sumergir en la pesadez de esa tiniebla que se llama olvido.

II

El momento exacto en que lo conocí ya lo he olvidado o quizás estaba muy borracho como para recordarlo. Debió haber sido en una fiesta de esas que son de escritores y poetas, artistas y bohemios que se escapan de su soledad y de su látigo y fuman y beben mientras hablan de Bolaño y de Bukowski, de Rimbaud y de Baudelaire, mientras buscan en esas palabras dichas por desconocidos alguna que les tenga sentido o acaso una historia entre un repertorio de rostros nuevos e historias idílicas de callejones oscuros y héroes ignorados.

Y trato de dibujar su rostro con los retazos desordenados de mi memoria y todo me lleva a esa noche en ese burdel de putas maternales donde recitábamos juntos a Baudelaire y a Bukowski y al menos en ese instante dejas de estar muerto y le robas un instante a esa vida que ya te ha sido negada y al menos por un instante o al menos en un recuerdo...

Esa noche

y su voz que se consume y busco esa foto que hace mucho no veo pero que sé que sigue en el mismo lugar dónde hace tres años la guarde. Hace tres años cuando esa foto era joven.

y después podernos sentar frente al registro de papel en blanco y negro y decirle aquello que no le dijeron quizás por olvido o tal vez porque pensaron que podría ser dicho en otra ocasión, una que hoy, a la hora del desayuno, se sabe que ya no vendrá porque él ya no puede escuchar y eso que no fue dicho morirá con él. Porque sólo en él

esas palabras que no fueron dichas habrán muerto con él porque aunque se digan sólo tendrían sentido si él las escuchará y si pudiera de alguna manera responder.

porque no podrá decir su respuesta ni con palabras o con sus ojos o con sus manos que hoy ya están frías e insensibles en un lugar

que tú ni siquiera sabes. Y ni una foto a la cual decirle esas palabras que son promesas y que son ni un lugar al cual

y porque ni siquiera existe una foto a la cual decirle de frente esas palabras y mirarlos a los ojos, esos ojos mudos que ya no son los que tu conociste y los que miraste.

dejar su lugar en la última columna a ese hombre de cuya muerte habría quedado en silencio

que se dice fue escritor y vivió en un departamento en la Colonia Guerrero hasta que una causa que se dice natural le paró el corazón y le quitó

otra muerte que se esperaba y que fue alargada por el pacto de última hora que atrasa lo que ya ha sido anunciado como si quisiera dejar

el pacto de última hora que prolonga la vida y aumenta la espera y la ausencia de un hecho que hoy quiso guardarse como si quisiera dejar su lugar en ese rincón del periódico que todos saltan adivinando que lo que ha sido escrito no les interesa o

la ausencia de una muerte que hoy no fue y se prolongo la vida en la protección del tiempo , ausencia de un hecho que hoy se quedo protegido en el silencio de la inexistencia

y las mesas tambaleantes de mil historias de borrachos y bohemios y escritores de callejón y putas de descuento. Lejos de eso seguía como siempre: borracho, recitando poemas, memorizando prostitutas y exprimiendo la vida. Tuve que abrirme paso para llegar a donde él estaba y cuando le hablé tardó en reconocerme. Estaba demasiado ebrio, se

tambaleaba y tuvo que tocarme la cara para poder reconocerme pero en cuanto lo hizo se dibujó en su rostro una sonrisa devota y me dijo unas palabras que no entendí porque había demasiado ruido y una puta lo jalaba del brazo hacía uno de los cuartos dónde los aspirantes a escritor como él y como yo gastábamos nuestro moribundo presupuesto cogiéndonos a mujeres gruesas de tetas deprimidas y vaginas sabias que por cincuenta pesos la mamaban mientras escuchaban conversaciones de Bukowski y de Bolaño. El verlo de nuevo provocó que toda la cerveza que había tomado esa noche desapareciera de mi cuerpo como si un calor mortal la evaporase y la volviera un manojo de emociones indecisas que se turnaban sin ninguna lógica el control de mis pensamientos. Trato de recordar su rostro pero se me esfuma, se desvanece en una nube de recuerdos y vuelvo a ver su cara como era cuando yo lo conocí. Muy diferente. Una diferencia casi imperceptible que sólo pude notar porque tenía memorizado su rostro, cada centímetro, cada gesto y esa noche había algo más

Dime que soy exagerado pero la última noche que vi a Roberto Vaca yo sabía que estaba cerca de morir.

se desaparecieron en las calles largas y mientras se alejaban yo prendía un cigarro y al dar el último s

ellas se reían y pensaban que esos hombres no existían y les gustaba escuchar como Bukowski dedicaba cuentos a sus prostitutas y nos hacían

prometerles que algún día les escribiríamos su historia y en sus ojos se veía la malicia ilusionada y pensaban en frases que usaríamos para hablar de su cuerpo y Tadeo les hacía poemas a sus tetas y a sus vaginas y en ese burdel de 50 pesos los hombres no acostumbraban esas expresiones y luego ellas se peleaban por el muchacho flaco, de pelos exaltados y ojos resueltos que decía esas palabras y les hacía esos poemas.

Esa noche en el burdel yo te esperé. Fumando un cigarro que se consumía en la helada noche de cielo negro y vientos tristes, uno a uno fueron saliendo los escritores de poemas breves e historias inconclusas con sus mujeres que les recordaban su virilidad con los olores de la cama todavía en sus pieles y con la prisa de escribir un párrafo con sabor a

Esa noche de cervezas, tequila barato y orgía de besos, música de rockola que es de burdel con Juan Gabriel y Chucho Gatica y conversaciones que sólo se transforman y cigarros de marihuana con filosofías perfectas y proclamas revolucionarias y citas de Nietzsche con llantos de borrachos bohemios y poemas de Rimbaud con la letra de Lara. Noche de escritores condenados que se reconocen en la calle anónima con musas en desgracia

La madrugada del jueves a eso de las tres de la mañana estaba por terminar Putas Asesinas y me detuve porque se me ocurrió una buena idea: leería el último cuento sentado en una mesa del Café Habana de Bucarelli. Bolaño se reunía en ese lugar con los infrarrealistas y seguramente fue ahí donde empezó a escribir alguno de los cuentos que ahora yo estaba leyendo. Quizás en alguna de esas mesas estando solo frente a una de las ventanas que dan a la Avenida pensó en una idea al principio borrosa y la escribió en una servilleta y luego la maduró mientras caminaba por una calle del centro o mientras platicaba con Santiago. Esa noche tuve un sueño que en la mañana intente recordar pero no pude. Mientras me preparaba para salir me convencí de que había soñado con Bolaño. Seguro me había dicho algo y ahora yo no lo podía recordar. Quizás no era nada importante y sólo me recomendaba algún libro o quizás me reprochaba mi cínica ignorancia sobre poesía. Cualquiera que haya sido su mensaje debí recordarlo, no todas las noches se te presenta Bolaño con una recomendación literaria o con un regaño bien merecido. Mientras caminaba hacía al Café de la Habana pensé que era un gran idiota. Sólo yo podía ser tan distraído como para olvidar palabras que Bolaño mismo me había dictado. Me sentí avergonzado y prometí que después de desayunar iría a Donceles y compraría un libro de Rimbaud. Sólo de esa manera Roberto perdonaría mi falta y quizás en otra ocasión se me presentaría con un nuevo mensaje que está vez grabaría bien profundo en mi memoria. Al llegar al Café me senté en una mesa que tenía como vista panorámica a Bucarelli atascada de autos que iban lentos y desesperados, como sumergidos en un río compacto de aguas turbias y perezosas. Escribí unas palabras sueltas en mi libreta y después mire el sitio de techos altos y un rojo predominante, con

mesas y sillas llenas de personas que asistían ahí con la misma devoción con la que los religiosos van al templo. Pensé que si entre ellos habría alguno que haya visto a Bolaño. ¿Habrán sabido quién era? o simplemente lo veían y pensaban que era un tipo raro con acento extraño, mirada preguntona y un cuerpo flaco que se exaltaba hablando de cosas que no entendían. Un mesero viejo que daba la apariencia de llevar toda una vida sirviendo llegó y me dijo unas palabras que ya le salían por inercia. No entendí y le pregunte qué cuánto tiempo llevaba trabajando en el local. Se quedó callado y me miró como reclamándome el haber roto su rutina impuesta por los años, luego suspiró y miró las paredes como si viera en ellas pistas que lo ayudarán a contestar la cifra más exacta: 35 años me dijo con voz incrédula y yo le contesté: entonces algún día habrá visto a Roberto Bolaño. Un escritor. Se reunía aquí con otros hombres, también escritores: Mario Santiago, Edgar Altamirano, Ramón Méndez... se hacían llamar los infrarrealistas. Eran poetas. El hombre me clavó sus ojos que ahora hablaban un lenguaje tosco y manteniendo su misma postura me contestó que si era el mismo que hacía de Chespirito. Me quede callado y le respondí con una orden de chilaquiles verdes. El hombre que ahora me parecía grosero y despreciable anotó en su libretita y salió corriendo como si supiera la ofensa que había cometido. Ahora sí que Bolaño no me perdonaría. Eran muchas ofensas en un sólo día. Lo visualice sentado junto a mí reprochándome a gritos la vergonzosa comparación. Estuve a punto de salir del lugar y perderme entre las calles largas del centro pero decidí terminar con mi homenaje a Bolaño que en ese momento era más bien un insulto a su memoria. Mientras esperaba abrí el libro en las primeras páginas y leí la dedicatoria escrita con pluma azul que dibujaba unos garabatos difíciles de

leer: Para mi querido amigo Federico Fuentes. Firma Mateo Vaca. Cambie la hoja rápidamente y trate de ignorar las preguntas y los recuerdos que se amontonaban como exigiendo un poco de aten

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