Spanish Lit 20poemas Storni

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Selección de poemas de Alfonsina Storni

Así Hice el libro así: Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí. Mariposa triste, leona cruel, Di luces y sombra todo en una vez. Cuando fui leona nunca recordé Cómo pude un día mariposa ser. Cuando mariposa jamás me pensé Que pudiers un día zarpar o morder. Encogida a ratos y a saltos después Sangraron mi vida y a sangre maté. Sé que, ya paloma, pesado ciprés. O mata florida, lloré y más lloré. Ya probando sales, ya probando miel, Los ojos lloraron a más no poder. Da entonces lo mismo, que lo he visto bien, Ser rosa o espina, ser néctar o hiel. Así voy a curvas con mi mala sed Podando jardines de todo jaez. Tu me quieres blanca Tu me quieres alba, Me quieres de espumas, Me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada Ni un rayo de luna Filtrado me haya. Ni una margarita Se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea, Tú me quieres blanca, Tú me quieres alba. Tú que hubiste todas Las copas a mano, De frutos y mieles Los labios morados. Tú que en el banquete Cubierto de pámpanos Dejaste las carnes Festejando a Baco. Tú que en los jardines Negros del Engaño Vestido de rojo Corriste al Estrago. Tú que el esqueleto Conservas intacto No sé todavía Por cuáles milagros, Me pretendes blanca (Dios te lo perdone), Me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡Me pretendes alba! Huye hacia los bosques, Vete a la montaña; Límpiate la boca; Vive en las cabañas; Toca con las manos La tierra mojada; Alimenta el cuerpo Con raíz amarga; Bebe de las rocas; Duerme sobre escarcha;

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Renueva tejidos Con salitre y agua; Habla con los pájaros Y lévate al alba. Y cuando las carnes Te sean tornadas, Y cuando hayas puesto En ellas el alma Que por las alcobas Se quedó enredada, Entonces, buen hombre, Preténdeme blanca, Preténdeme nívea, Preténdeme casta. Piedra miserable Oh, piedra dura, miserable piedra, Yo te golpeo, te golpeo en vano, Y es inútil la fuerza de mi mano, Oh piedra dura, miserable piedra. Pero haces bien, oh miserable piedra, Deja que tiente un golpe sobrehumano, Deja golpear, deja golpear mi mano, Oh piedra dura, miserable piedra. No me des nada, miserable piedra, Guarda un silencio altivo y soberano, No te ablandes jamás entre mi mano; Oh piedra dura, miserable piedra. Con tu impiedad, oh miserable piedra, Recobro alientos y el deseo gano, No te dejes caer sobre mi mano, Mezquina, estulta, miserable piedra.

Si un día torpe, miserable piedra, Te venciera la fuerza del verano Y cayeras a gotas en mi mano Yo te odiaría, miserable piedra... Buenos Aires Buenos Aires es un hombre Que tiene grandes las piernas, Grandes los pies y las manos Y pequeña la cabeza. (Gigante que está sentado Con un río a su derecha, Los pies monstruosos movibles Y la mirada en pereza.) En sus dos ojos, mosaicos De colores, se reflejan Las cúpulas y las luces De ciudades europeas. Bajo sus pies, todavía Están calientes las huellas De los viejos querandíes De boleadoras y flechas. Por eso cuando los nervios Se le ponen en tormenta Siente que los muertos indios Se le suben por las piernas. Choca este soplo que sube Por sus pies, desde la tierra, Con el mosaico europeo Que en los grandes ojos lleva. Entonces sus duras manos Se crispan, vacilan, tiemblan, 2

¡A igual distancia tendidas De los pies y la cabeza! Sorda esta lucha por dentro Le está restando sus fuerzas, Por eso sus ojos miran Todavía con pereza. Pero tras ellos, velados, Rasguña la inteligencia Y ya se le agranda el cráneo Pujando de adentro afuera. Como de mujer encinta No fíes en la indolencia De este hombre que está sentado Con el Plata a su derecha. Mira que tiene en la boca Una sonrisa traviesa, Y abarca en dos golpes de ojo Toda la costa de América. Ponle muy cerca el oído: Golpeando están sus arterias: ¡Ay, si algún día le crece Como los pies, la cabeza! El sueño Máscara tibia de otra más helada sobre tu cara cae y si te borra naces para un paisaje de neblina en que tus muertos crecen, la flor corre. Allí el mito despliega sus arañas; y enflora la sospecha; y se deshace la cólera de ayer y el iris luce; y alguien que ya no es más besa tu boca;

Que un no ser, que es un más ser, doblado, prendido estás aquí y estás ausente por praderas de magias y de olvido. ¿Qué alentador sagaz, tras el reposo, creó este renacer de la mañana que es juventud del día volvedora? En una primavera Donde estará el amigo que me dijo, acariciando su nevada barba: -Pequeña de ojos claros, ten cuidado, tu corazón ampara. -Las primaveras al marcharse dejan las lloviznas de otoño preparadas... Pequeña, ve despacio, mucho juicio, no te quemen tus llamas. Estaba yo a sus pies humildemente, humildemente y toda yo temblaba -¡Cómo cantan los pájaros, le dije. cómo es de fresca el agua! Sobre mi frente, espejo de tormentas, se detuvieron sus dos manos mansas; se inclinó sobre mí con un susurro: -Pobrecita muchacha... El Obrero Mujer al fin y de mi pobre siglo, Bien arropada bajo pieles caras Iba por la ciudad, cuando un obrero Me arrojó como piedras, sus palabras. Me volví a él; sobre su hombro puse 3

La mano mía: dulce la mirada, Y la voz dulce, dije lentamente: -¿Por qué esa frase a mí? Yo soy tu hermana. Era fuerte el obrero, y por su boca Que se hubo puesto sin quererlo, blanda, Como una flor que vence las espinas Asomó, dulce y tímida, su alma. La gente que pasaba por las calles Nos vio a los dos las manos enlazadas En un solo perdón, en una sola Como infinita compresión humana. Van pasando mujeres Cada día que pasa, más dueña de mí misma, sobre mí misma cierro mi mirada interior; en medio de los seres la soledad me abisma. Ya ni domino esclavos ni tolero señor. Ahora van pasando mujeres a mi lado cuyos ojos trascienden la divina ilusión. El fácil paso llevan de un cuerpo aligerado: se ve que poco o nada les pesa el corazón. Algunas tienen ojos azules e inocentes; van soñando embriagadas, los pasos al azar; la claridad del cielo se aposenta en sus frentes y como son muy finas se les oye soñar. Sonrío a su belleza, tiemblo por sus sueños; el fino tul de su alma, ¿quien lo recogerá? Son pequeñas criaturas, mañana tendrán dueños, y ella pedirá flores..., y él no comprenderá. Les llevo una ventaja que place a mi conciencia: los sueños que ellas tejen no los supe tejer,

y en mis manos ignorantes no perdí mi inocencia. Como nunca la tuve, no la pude perder. Nací yo sin blancura; pequeña todavía el pequeño cerebro se puso a combinar; cuenta mi pobre madre que, como comprendía, yo aprendí temprano la ciencia de llorar. Y el llanto fue la llama que secó mi blancura en las raíces mismas del árbol sin brotar, y el alma está candente de aquella quemadura, ¡Hierro al rojo mi vida! ¿Cómo pude durar? Alma mía, la sola; tu limpieza, escondida con orgullo sombrío, nadie la arrullará; si en música divina fuera el alma dormida, el alma, comprendiendo, no despertará ya. Tengo sueño mujeres, tengo un sueño profundo. Oh, humanos, en puntillas el paso deslizad; mi corazón susurra: me haga silencio el mundo, y mi alma musita fatigada: ¡callad!... Dejad dormir a Cristo Dejad dormir a Cristo: desde el duro madero ha veinte siglos oye: "interceded por nos" de su pecho de palo, sensible lacrimero, ya extrajisteis, sobrado, lo que cabe de un dios. Dejad dormir a Cristo y si estáis en naufragio hacia otro calmo puerto desamarrad las velas que, obligado a dentista por el mayor sufragio, bastante os ha curado los dolores de muelas. Veneno le pedísteis para mojar la flecha, propicia sombra y viento para encender la mecha, 4

lo bajásteis al lecho que el diablo presidía. ¿Quién dijo que era un pzo jamás desagotado? huyendo de los hombres, que sobre algún tejado, habréis de verlo, en figa, dejar la cruz vacía. Y ya... porque es tarde y debo ir a dormir. Dibujos animados Delirantes lágrimas viajan sobre mis pálidas mejillas se confunden copiosamente con la lluvia que se precipita en el asfalto gris Los sonidos nocturnos semejan gritos callados palabras sin decir compañía sin presencia Los espejos en el agua reflejan lo que no se ve porque ya no está en cuerpo porque el alma a volado Caminantes mis pasos me regresan al lugar que te vio y sin embargo, tu, mi razón de ser lejos estás de mi. Hombres de la ciudad Arden los bosques del

horizonte; esquivando llamas, cruzan, veloces, los gamos azules del crepúsculo. Cabritos de oro emigran hacia la bóveda y se recuestan en los musgos azules. Se alza debajo, enorme, la rosa de cemento, la ciudad, inmóvil en su tronco de sótanos sombríos. Emergen —cúpulas, torres— sus negros pistilos a la espera de polen lunar. Ahogados por las llamas de la hoguera, y perdidos entre los pétalos de la rosa, invisible casi, de un lado al otro, 5

los hombres... Selva de mi ciudad En semicírculo se abre la selva de casas: unas al lado de otras, unas detrás de otras, unas encima de otras, unas delante de otras, todas lejos de todas. Moles grises que caminan hasta que los brazos se les secan en el aire frío del sur. Moles grises que caminan hasta que una bocanada de horno del norte les afloja las articulaciones. Siempre haciendo el signo de la cruz. Reproduciéndose por ángulos Con las mismas ventanas de juguetería. Las mismas azoteas rojizas Las mismas cúpulas pardas. Los mismos frentes desteñidos. Las mismas rejas sombrías. Los mismos buzones rojos. Las mismas columnas negras. Los mismos focos amarillos. Debajo de los techos, otra selva,

una selva humana, se mueve. Pero no en línea recta. Troncos extraños, de luminosas copas, se agitan movidos por un viento que no silba. Pero no alcanzo sus actitudes, ni oigo sus palabras, ni veo el resplandor de sus ojos. Son muy anchas las paredes; muy espesos los techos. Siglo XX Me estoy consumiendo en vida, Gastando sin hacer nada, Entre las cuatro paredes Simétricas de mi casa. ¡Eh, obreros! ¡Traed las picas! Paredes y techos caigan, Me mueva el aire la sangre, Me queme el sol las espaldas. Mujer soy del siglo XX; Paso el día recostada Mirando, desde mi cuarto, Cómo se mueve una rama. Se está quemando la Europa 6

Y estoy mirando sus llamas Con la misma indiferencia Con que contemplo esa rama. Tú, el que pasas; no me mires De arriba a abajo; mi alma Grita su crimen, la tuya Lo esconde bajo palabras. Golondrinas Las dulces mensajeras de la tristeza son... son avecillas negras, negras como la noche. ¡Negras como el dolor! ¡Las dulces golondrinas que en invierno se van y que dejan el nido abandonado y solo para cruzar el mar! Cada vez que las veo siento un frío sutil... ¡Oh! ¡Negras avecillas, inquietas avecillas amantes de abril! ¡Oh! ¡Pobres golondrinas que se van a buscar como los emigrantes, a las tierras extrañas, la migaja de pan! ¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid! ¡Venid primaverales, con las alas de luto llegaos hasta mí! Sostenedme en las alas... Sostenedme y cruzad de un volido tan sólo, eterno y más eterno la inmensidad del mar... ¿Sabéis cómo se viaja hasta el país del sol?... ¿Sabéis dónde se encuentra la eterna primavera, la fuente del amor?...

¡Llevadme, golondrinas! ¡Llevadme! ¡No temáis! Yo soy una bohemia, una pobre bohemia ¡Llevadme donde vais! ¿No sabéis, golondrinas errantes, no sabéis, que tengo el alma enferma porque no puedo irme volando yo también? ¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid! ¡Venid primaverales! ¡Con las alas de luto llegaos hasta mí! ¡Venid! ¡Llevadme pronto a correr el albur!... ¡Qué lástima, pequeñas, que no tengáis las alas tejidas en azul! Un lápiz Por diez centavos lo compré en la esquina y vendiómelo un ángel desgarbado; cuando a sacarle punta lo ponía lo vi como un cañón pequeño y fuerte. Saltó la mina que estallaba ideas y otra vez despuntólo el ángel triste. Salí con él y un rostro de alto bronce lo arrió de mi memoria. Distraída lo eché en el bolso entre pañuelos, cartas, resecas flores, tubos colorantes, billetes, papeletas y turrones. Iba hacia no sé dónde y con violencia me alzó cualquier vehículo, y golpeando iba mi bolso con su bomba adentro. Letanías de la tierra muerta

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Llegará un día en que la raza humana Se habrá secado como planta vana, Y el viejo sol en el espacio sea Carbón inútil de apagada tea. Llegará un día en que el enfriado mundo Será un silencio lúgubre y profundo: Una gran sombra rodeará la esfera Donde no volverá la primavera; La tierra muerta, como un ojo ciego, Seguirá andando siempre sin sosiego, Pero en la sombra, a tientas, solitaria, Sin un canto, ni un ¡ay!, ni una plegaria. Sola, con sus criaturas preferidas En el seno cansadas y dormidas. (Madre que marcha aún con el veneno de los hijos ya muertos en el seno.) Ni una ciudad de pie... Ruinas y escombros Soportará sobre los muertos hombros. Desde allí arriba, negra la montaña La mirará con expresión huraña. Acaso el mar no será más que un duro Bloque de hielo, como todo oscuro. Y así, angustiado en su dureza, a solas Soñará con sus buques y sus olas, Y pasará los años en acecho De un solo barco que le surque el pecho. Y allá, donde la tierra se le aduna, Ensoñará la playa con la luna, Y ya nada tendrá más que el deseo, Pues la luna será otro mausoleo. En vano querrá el bloque mover bocas Para tragar los hombres, y las rocas

Oír sobre ellas el horrendo grito Del náufrago clamando al infinito: Ya nada quedará; de polo a polo Lo habrá barrido todo un viento solo: Voluptuosas moradas de latinos Y míseros refugios de beduinos; Oscuras cuevas de los esquimales Y finas y lujosas catedrales; Y negros, y amarillos y cobrizos, Y blancos y malayos y mestizos Se mirarán entonces bajo tierra Pidiéndose perdón por tanta guerra. De las manos tomados, la redonda Tierra, circundarán en una ronda. Y gemirán en coro de lamentos: ¡Oh cuántos vanos, torpes sufrimientos! —La tierra era un jardín lleno de rosas Y lleno de ciudades primorosas; —Se recostaban sobre ríos unas, Otras sobre los bosques y lagunas. —Entre ellas se tendían finos rieles, Que eran a modo de esperanzas fieles, —Y florecía el campo, y todo era Risueño y fresco como una pradera; —Y en vez de comprender, puñal en mano Estábamos, hermano contra hermano; —Calumniábanse entre ellas las mujeres Y poblaban el mundo mercaderes; —Íbamos todos contra el que era bueno A cargarlo de lodo y de veneno... —Y ahora, blancos huesos, la redonda Tierra rodeamos en hermana ronda. 8

—Y de la humana, nuestra llamarada, Pero quién sabe si una estatua muda De pie no quede aún sola y desnuda. Y así, surcando por las sombras, sea El último refugio de la idea. El último refugio de la forma Que quiso definir de Dios la norma Y que, aplastada por su sutileza, Sin entenderla, dio con la belleza. Y alguna dulce, cariñosa estrella, Preguntará tal vez: ¿Quién es aquélla? ¿Quién es esa mujer que así se atreve, Sola, en el mundo muerto que se mueve? Y la amará por celestial instinto Hasta que caiga al fin desde su plinto. Y acaso un día, por piedad sin nombre Hacia esta pobre tierra y hacia el hombre, La luz de un sol que viaje pasajero Vuelva a incendiarla en su fulgor primero, Y le insinúe: Oh fatigada esfera: ¡Sueña un momento con la primavera! —Absórbeme un instante: soy el alma Universal que muda y no se calma... ¡Cómo se moverán bajo la tierra Aquellos muertos que su seno encierra! ¡Cómo pujando hacia la luz divina Querrán volar al que los ilumina! Mas será en vano que los muertos ojos Pretendan alcanzar los rayos rojos. ¡En vano! ¡En vano!... ¡Demasiado espesas Serán las capas, ay, sobre sus huesas!...

Amontonados todos y vencidos, Ya no podrán dejar los viejos nidos, Y al llamado del astro pasajero, Ningún hombre podrá gritar: ¡Yo quiero!... El cisne enfermo Hay un cisne que muere cercado en un palacio. Un cisne misterioso de ropaje de seda que en vez de deslizarse en la corriente leda se estanca fatigado de mirar el espacio. El cisne es un enfermo que adora al dios de oro; el sol, padre de razas, fecunda su agonía. por eso su tristeza es una sinfonía de flores que se entreabren en las sombras del lloro. Tiene el pecho cruzado por un loco puñal, gota a gota su sangre se diluye en el lago y las aguas azules se encantarán bajo el mago poder de los rubíes que destila su mal. El alma de este cisne es una sensitiva... no levantéis la voz al lado del estanque si no queréis que el cisne con el pico se arranque el puñal que sostiene su existencia furtiva. Cuentan viejas leyendas que está enfermo de amor. Que el corazón enorme se le ha centuplicado y que tiene en la entraña como El Crucificado un dolor que cobija todo humano dolor. Y cuentan las leyendas que es un cisne-poeta... 9

Que la magia del ritmo le ha ungido la garganta y canta porque sí, como el arroyo canta la rima cristalina de su corriente inquieta. Yo he soñado una noche que el viejo palacio era el cisne cansado de mirar el espacio. Morir sobre los campos Ya quiero que me dejen morir sobre los campos tendido el cuerpo enfermo. Me traiga el sol sus lampos y abriéndose las venas a su calor bendito vengan a mí caricias de todo el infinito. Que no escuche en la hora solemne de mi muerte la palabra del hombre que oraciones me advierte. que me den al olvido los recuerdos humanos. Que me dejen tendida, solita en la llanura, y sólo el sol se vuelque portador de blancura sobre mi cuerpo pobre, sobre mi cuerpo enfermo como un pájaro helado que aún palpitara yermo. Porque así moriré sabiendo que, el pecado no es tal: que si en las flores del jardín he libado, ¡ eran mías sus flores y arranqué las corolas como el mar ha el derecho de sacudir sus olas! Porque así será buena: olvidaré ambiciones; Justísima, serena, perdonaré traiciones, y borracha de sol en la hora postrera tendré un beso en los labios lleno de primavera.

Moré en la verdad. ¡Sabré que mis errores, mis bondades, mis sueños, sólo son los señores que del castillo erguido en mi alma de atea saliéronle a la vida recabando pelea! Pero que no me tiendan sobre el lecho mezquino para morir. No pongan el tono vespertino en mi cuarto pequeño donde se oiga silente el llanto de la madre que despide al muriente. Porque acaso mi alma, libre hoy de cobardía, se haga como mi cuerpo, pobre, sin energía, y demande perdón por el dulce pecado de haber libado miel en el huerto sagrado. O acaso, sin derecho, ya que la vida acuesta si me brindó su acíbar me dio toda su fiesta, va me sienta rebelde y maldiga la hora en que bebí dolor en la copa traidora... ¡ Oh! ¡No! Toda la paz para morir deseo; mi sentimiento asceta que el pesar hizo ateo quiere serenidad:.. ¡Morir sobre los campos tendida y en mi cuerpo deshaga el sol sus lampos! Rebeldía Amo todas las auroras y odio todos los crepúsculos. que no tienen fin!. . . ¡Qué hermosos los días que no tienen noche! i Qué hermosas las cosas que 10

nunca se hicieron! ... los vasos trizados, las líneas no rectas... ¡Lo que no se rige por orden expreso!. . . Ir como las barcas que no tienen remos... ¡Ir como las aves que no tienen nido! ¡Ser algún capullo que no se adivina! ¡Poder algún día quebrar con la marcha de las cosas hechas!... ¡Detener la tierra! Dos y dos son cuatro... ¿ Y eso quién lo sabe? Y...¿ si se me ocurre que uno no es uno? Medianoche Es medianoche; andamos a plena luna blanca muy cercanos al río que muere en la barranca, cuyas matas semejan, bajo el viento que barre, acurrucadas brujas en nefasto aquelarre. Pero solo hay un ruido que nos mueve a terrores: mi corazón que salta, perdido de temblores; mi corazón, que ahoga tu mirada -su hiedray que de pronto queda quieto, como de piedra. Y mientras el acaso vagamos por la orilla

esquivando los árboles que nos fingen sombrilla para la luz nocturna de una rara pureza me dices: - Niña mía, ¡tengo tanta tristeza! Yo te apresto las manos con el fervor, desde el cielo bajan los rayos tan tenues, que tu cara es un velo de humana forma. Digo: - Si esta noche yo pudiera te palparía el alma. Yo no sé cuál quimera. Me advierte que tienes a flor de piel. El alma, - repito a tus oídos-, dame a besar el alma. Los ojos se te cierran sin querer. -Niña mía, mustias gravemente, quiebra tu fantasía; No pidas lo imposible, cabecita liviana. Mas allá de los ojos hallarás carne vana. Pero yo te escucho: prendida de tus manos siento sacudimientos que adivino ultra humanos. ¡Dios! digo con un grito que me asusta a mí misma: En tus ojos que se abren mi pupila se abisma y te pones tan blanco que pareces de cera. El alma, el alma, el alma...¡Dámela, así muriera! Te aguzas de improviso como si un milagro te sacudiera el cuerpo mezquinamente margo, como si te tornaras en materia impalpable; una materia nueva, sagrada, invulnerable. ¡Oh, el milagro del alma! Por tus ojos se asoma: ¿Negra como los cuervos? ¿Blanca como la paloma? ¿Roja como la dalia? ¿Como el mar azulada? No lo sé... ya la veo, la veo y no sé nada. 11

Me quedo quieta, inmóvil, tiempo que ya no mido... Tengo dentro del pecho un gran carmen florido cuyas raíces sorben, nutridas las venas, y la sangre roja como licuación de verbenas. No soy yo... No eres tú... ya no veo tu boca, ya no veo tus ojos... mi vida se equivoca, mi vida siente una potencia que la arranca... Y en tanto va la luna cadavérica y blanca. Me atreveré a besarte Mírame aquí a tu lado tirada dulcemente; soy un lirio caído al pie de una montaña... Mírame aquí a tu lado...Esa luz que me baña me viene de tus ojos como de un sol naciente. Cómo envidio tus uñas insertas en tus dedos, y tus dedos insertos de tu mano en la palma, y tu ser todo inserto en el molde de mi alma! Cómo envidio tus uñas insertas en tus dedos. Acoge mi pedido: oye mi voz sumisa, vuélvete a donde quedo postrada y sin aliento. Celosa de tus penas, esclava de tu risa, sobra de tus anhelos y de tu pensamiento. Te miraré a los ojos cuando la tarde abroche tu boca bien amada que no he besado nunca... Fiero amor

Oh, fiero amor, llegaste como la mariposa. Cuando comienza Octubre se aproxima a la rosa; era silencio todo, era silencio abierto a sombras misteriosas como el ojo de un muerto. Yo era la misma sombra, yo era menos, yo era una cosa durmiente que ni sueña ni espera, cuando el vuelo de aquella mariposa celeste me hizo gorjear de pronto como un pájaro agreste. Oh, cien soles se alzaron por el lado de oriente, oh, cien ríos corrieron por la misma pendiente, oh, cien lunas de plata brillaron en el cielo y cien altas montañas emprendieron el vuelo. Abrí los brazos: tuve la divina locura de tocar con mis dedos las cosas de la altura. Abrí los ojos: tuve la divina tristeza de beber con los ojos la celeste belleza. Lloré, lloré sin tregua; grité: Corazón mío, detente en el camino que lleva al desvarío; pero el corazón mío fue una gota de cera... Dios, ¿qué pudo esa gota contra la primavera?... Fiero amor: en tus manos yo he soltado mi vida; acógela: Paloma que se posa rendida en las garras sangrientas, ya no bate las alas: muere de lo que vive; vive de lo que exhalas. Bien sé que no hay cien soles que nazcan en oriente, bien sé que no hay cien ríos por la misma pendiente, bien sé que no hay cien lunas que brillen en el cielo, 12

bien sé que no hay montañas que se alarguen al vuelo. Bien sé que las palomas ciegan sus ojos, dejan en el nido las plumas, las auroras se alejan, caen las hojas, viene el otoño, la muerte, y se agrisan los días, y se agrisa la suerte. Pero soy una esclava del dolor y lo adoro como adora el avaro el sonido del oro: oh, terrible tormenta de relámpago y rayo, en tu fuego revivo, en tu fuego desmayo. Fiero amor: soy pequeña como un copo de nieve, fiero amor: soy pequeña como un pájaro breve, triste como el gemido de un niño moribundo, fiero amor, no hallarías mejor presa en el mundo. Ninguna moriría más ligero en tus garras, ninguna moriría más pronto en tus amarras. Alumbra, sol naciente... Naturaleza, crece: sobre la vida oscura la muerte resplandece.

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