SOLEDAD “¡Eso no se aprende; se trae!”. Así contestaba su tía La Momi, a su otra tía, La Pijota, que preguntaba a Soledad, siendo una niña, que de dónde había aprendido lo que acababa de cantar. La Momi, hija de Alonso el de Cepillo, con eso, estaba formulando toda una teoría de la tradicionalidad, con más enjundia, si cabe, que cuando la formuló Don Ramón Menéndez Pidal. Porque Soledad la del Cepillo, que ha adoptado el mismo nombre que su tatarabuela, tiene veinte años, pero lleva a sus espaldas, la tradición de siete siglos en los romances o corridos, en las bulerías de “Papagayos, ruiseñores”..., que ya canta Melibea en La Celestina, en las nanas de la adúltera, en las soleares de su tatarabuela, o en las soleares corridas y paralelísticas, en las siguiriyas de su bisabuelo Luis el Viejo del Cepillo, en los tangos de la Catalina que ya circulaban en la tradición en 1562, las gilianas de su tía abuela Jeroma la del Planchero, en las tonás de su familia fragüera... Soledad, a base de sacrificios, ha cursado sus estudios medios, estudios de piano, de canto lírico, de flauta travesera, lleva por delante su trabajo y no ha renunciado a ser lo que es: gitana y sacar adelante, como un último eslabón de una estirpe gloriosa, todo lo que se ha ido amasando en su casa, a costa de siglos. Tiene conciencia de descender de aquel Pedro Bermúdez, portuense, preso, en la noche aciaga del 30 de julio de 1749, por el hecho de ser gitano, y condenado a las minas del azogue y, por eso canta, en primera persona, la toná de “Los gitanitos de El Puerto...” heredada como una crónica de familiares desventuras. Está anunciada para el 29 de mayo en el Teatro P. Muñoz Seca, en un recital, en solitario, para dar cuenta de los cantes de su casa. El pasado día 16, Soledad actuó en Cádiz, en el auditorio del Mercado de la Merced, en un espectáculo ideado por Antonio Barberán. Ha sido su primera salida a un escenario. Y, en verdad que se hizo notar, por su aplomo, su figura, su temple... como si hubiera sido su medio natural desde la cuna o desde antes. Cuando le tocó hacer sus tonás, sola en el escenario, lo llenaba. Llenar un escenario, en soledad, con majestad, porte y hechuras, es ya, de por sí, difícil. El repertorio de Soledad no procede del mimetismo discográfico, sino de su casa, de la tradición repetida, inculcada con reiterados actos inconscientes, que dejan su poso, que rediviven los siglos. Porque, como decía su tía La Momi, eso no se aprende; se trae. En la masa de la sangre, añado yo. Luis Suárez Ávila