Cuando uno deja de ser controlado sexualmente por la conciencia de los padres y pasa a gobernarse según su propia conciencia, tiene que hacer innumerables opciones, diversas elecciones. Su impulso deseo con su enamorada, pero la conciencia de del joven será la que le permite realizarlo o no. Ese diálogo cotidiano entre la conciencia y el impulso sexual se puede intensificar de tal manera, la conciencia se puede armar de tal hostilidad, de tal obsesión, de tal violencia, de tal enemistad contra la naturaleza, que se transforme de diálogo en polémica, de polémica en duelo y de duelo en pelea. Acostumbro a llamar a esta lucha, pelea de águila con toro. Y si se trata de un joven de naturaleza ardiente, la lucha se transforma en una batalla ciclópea, de la que miramos los destrozos, a veces demasiado tarde. Y si esa conciencia tiránica y sin piedad lo es con
todos los impulsos, entonces el joven deja de ser tal y se convierte en un flagelo espiritual lamentablemente. Dentro de él ya no se da una lucha de águila contra toro, sino alucinación de un águila contra un “manada” entera. Porque el estado generado en el joven por esa batalla de águila contra toro o por la alucinación del águila contra la “manada”, los psicoanalistas no lo llaman “flagelo”, como yo, sino neurosis. ¿Y qué es lo que en su opinión es causa de la neurosis? La neurosis es una enfermedad de la personalidad, n de un impulso aislado. Es una personalidad integral la que entra en juego en la neurosis. Tanto los componentes instintivos de la personalidad, como los racionales, como los componentes afectivos. Toda esa máquina se articula o se desarticula y, fustigada por la realidad hostil, desencadena la enfermedad, queda minada por dentro. Cuando se dice que la neurosis es una enfermedad de la personalidad, se quiere expresar que ante la realidad, el joven integral queda perplejo, en estado de conflicto, de tensión. Es él como personalidad total quién se siente impotente, incapaz,
menor, frágil para enfrentar la problemática que le impone la vida, para saltar las barreras creadas por el ambiente. Acontece la mayoría de las veces que el joven tiene 20 años cronológicos, pero en realidad se siente interiormente y s comporta externamente como un adolescente, como un niño, muestra en la realidad 15 años mentales o 14 años emocionales. La personalidad no maduro en proporción al tiempo transcurrido, de una vez, sino que continuó verde. Y los familiares y vecinos y los conocidos y los amigos y los enemigos, que llevan conviviendo con él 20 años, alimentan su problema sin querer. Lo invitan a fiesta y él no va. O cuando va, muestra una inseguridad tan penosa que no lo vuelven a invitar. Lo invitan a dar una opinión en público pero el se convierte en una estatua de cer5a y no interviene. O si lo hace, parece que solo posee una cuerda vocal. Si está en una mesa redonda, se le ve contra hecho, artificial, no encuentra el momento de salir corriendo. En las dificultades cotidianas, busca instintivamente las muletas de la autoridad y, muchas veces, el regazo materno. Es el “Hijo de Mamá”, el niño grande, la orquídea de la familia. He ahí una personalidad preneurótica. Y solo cayendo en el suelo de la vida, comenzará a germinar.
Construyendo la conciencia de un joven, estamos poniendo en él los dos polos de una maravillosa tensión. El polo de la conciencia y el polo de los impulsos. Del juego sano entre estos dos polos nace el hombre dentro del joven, y nace el joven dentro del niño. Hoy, a la luz de la psicología dinámica, constituye un mecanismo propulsor de la personalidad la lúcida tensión originada en nuestros impulsos por una conciencia que los ponga en acción con sabiduría. Los impulsos ya nacen con nosotros. Si fuera sólo por ellos, nos realizaríamos siempre en la línea del animal, dentro de una cerrada técnica del vivir. Pero a la vista de la conciencia, aparece en nosotros el reactor de la evolución, la condición indispensable del dinamismo que nos madura. Abolir la conciencia sería lo mismo que abolir la evolución, impedir el progreso interno, comprometer la personalidad, condenarla al infantilismo psíquico.