ENTREVISTA A CHRIS MARKER - LA SECONDE VIE DE CHRIS MARKER
Chris Marker es uno de los grandes artistas del cine de los últimos cincuenta años, incluso cuando él rechaza este tipo de terminología, demasiado grandilocuente según él, y prefiere definirse como un artesano bricoleur. Es también un personaje público secreto, siempre protegido detrás de su seudónimo, pocas veces presente en los medios. Sus films nunca tuvieron un punto de encuentro con eso que llamamos "el gran público" pero son célebres en el mundo entero. Su bricolaje más famoso, La Jetée (1962), derivó en un remake de Terry Gilliam (Doce monos) y un bar con el mismo nombre en Tokio, frecuentado por todos los cinéfilos de paso. En sus comienzos, él formaba parte de una banda en la que encontrábamos a Resnais, Demy, Varda, Franju, de la cual se distanció para cumplir una obra solitaria, atenta a los grandes movimientos del mundo y de la historia, formulando hipótesis futuras, fundada principalmente en el arte del montaje, permeable a todos los avances tecnológicos, inventando sus propios retos formales separado de toda escuela. Sus fuertes compromisos políticos permitieron abrir siempre un espacio a la duda, a veces a una forma de humor, a la manera de su gato Guillaume, felino estilizado que prolifera desde hace algunos años en sus diversos trabajos. Desplazando su compromiso sobre el terreno de una poética de la melancolía y de una creatividad permanente, él supo dar una forma muy singular y contundente a la historia y a la política, transformando el mejor cine militante -y al cine sin más-. Hay que ver todos sus films, para ver la historia y el cine de otro modo. También hay que hablarle, recoger la palabra de este sabio que hoy tiene 87 años. Pero no es fácil, porque el hombre esquiva desde siempre las entrevistas y no tiene el gusto por las apariciones mediáticas. Como su última entrevista pactada con un diario francés databa de muchos años, él nos propuso la idea de un encuentro cuyas modalidades se ajustaban tanto a su elección de discreción como a sus preocupaciones de siempre. Este encuentro se desarrolló
en el universo virtual de Second Life[1], donde Chris Marker se hace llamar Sergei Murasaki (y nosotros Iggy Atlas). Dispone de una isla ahí, que él llamó Ouvroir en referencia a la Oulipo, "laOuvroir de la literatura potencial", y de una deslocalización por artistas vieneses de su actual exposición de fotografías, A Farewell to Movies (hasta el 29 de junio en el museo de Design de Zurich). Realizada a través de teclados y pantallas interpuestas, esta entrevista llamaba a una rapidez inhabitual, sin duda inédita, una velocidad que hará, quizás, parecer algunas respuestas un poco cortas, pero que produce la mayor parte del tiempo la cristalización casi instantánea de un pensamiento infinitamente alerta y malicioso. "Habría que arrasar la Sorbona y poner a Chris Marker en su lugar", decía Henri Michaux.
ENTREVISTA A CHRIS MARKER Iggy Atlas- ¿Por qué la elección de una entrevista por medio de SL (Second Life) más que una en RL (real life)? Sergei Murasaki - Espero que esta sea más rápida. Iggy Atlas - ¿Cómo llegó a exponer en SL? Sergei Murasaki- Al principio, por curiosidad. Luego, uno se hace adicto. Iggy Atlas - ¿En qué? Sergei Murasaki - ¿Usted leyó LA INVENCIÓN DE MOREL de Adolfo Bioy Casares? Iggy Atlas - No, ninguno de nosotros lo ha leído. ¿Debería darnos vergüenza? Sergei Murasaki - No hay de qué presumir... Bueno, es exactamente el mundo de esa obra maestra que encuentro en SL. Iggy Atlas - ¿Puede usted precisarnos en qué? Sergei Murasaki - Onirismo. Sentimiento de permeabilidad entre lo real y lo virtual. Iggy Atlas - ¿Qué práctica real tiene usted de ese mundo virtual? Sergei Murasaki - Un ejemplo: cuando Serge me dijo que ustedes serían dos, mi REFLEJO fue "necesitamos un tercer asiento". Es una estupidez en la realidad, pero no acá. Iggy Atlas - Esta isla, los objetos que se encuentran acá, el museo... ¿Usted es el creador y propietario? Sergei Murasaki - No, jamás fui propietario de nada. Son amigos vieneses que aseguraron la intendencia. Geniales, por otra parte. Sergei Murasaki - No demasiado, porque todavía tengo MUCHO trabajo en RL. Pero si pudiera... Iggy Atlas - ¿Si pudiera? Sergei Murasaki - Me retiraría en SL por completo. Como Brando a Tahití. Con menos preocupaciones por la entrevista. Iggy Atlas - ¿Cómo comprende la manera en la que este espacio virtual y sus usuarios se inventaron una Iggy Atlas - ¿Cuánto tiempo pasa en SL?
vida, una economía, un comercio virtual de cuerpos y de divisas? Sergei Murasaki - Todo lo referido al comercio me aburre tanto como en RL. Además, no comprendo nada. Pero como tampoco comprendo la economía del mundo real... Iggy Atlas - ¿Qué lugar tiene SL en sus preocupaciones artísticas de todos los días? Sergei Murasaki - No creo haber tenidos jamás "preocupaciones artísticas". Amo hacer bricolages. Esto es el super-bricolage. Iggy Atlas - Los bricolages que usted pudo hacer hasta ahora, su obra, ¿no profetizaban esas nuevas tecnologías al mismo tiempo que ella las invocaba? Sergei Murasaki - Habría que alivianar su vocabulario. "Artístico", "profetizar", todo eso no me parece (no es lo mío). Me contento con el bricolage, con lo que hay de honorable en la artesanía. Iggy Atlas - ¿Las nuevas prácticas de comunicación, en general, no permiten prolongar su amor por el disimulo y el misterio? Sergei Murasaki - Parece que cuando uno no se muestra todo el tiempo en la tele, le atribuyen amor por el misterio. Pero, bueno. Sin embargo, me gustó mucho que un crítico de la exposición de Zurich escribiera que había "nacido para ser un avatar". Iggy Atlas - Precisamente, la elección de un pseudónimo o su ausencia en los medios resuenan particularmente en esta nueva práctica del avatar virtual. Sergei Murasaki - ¿Hay avatares reales? Iggy Atlas - ¿Máscaras? Sergei Murasaki - Ah, eso es otra cosa. Max Jacob cuenta la historia de dos máscaras que se citan sin haberse visto, naturalmente. Y cuando ellos se quitan las máscaras, estupor: "No era ni uno ni el otro". Iggy Atlas - Un avatar o un pseudónimo, ¿es para usted una máscara? ¿Una manera de efectuar una división entre su bricolage y lo que el mundo llama "obra", "arte"...? Sergei Murasaki - Soy bastante más pragmático que eso. Elegí un pseudónimo, Chris Marker, pronunciable en la mayoría de los idiomas, porque tenía la intención de viajar. Nada más.
Iggy Atlas - Pero desde ese entonces, usted creó un personaje, universalmente considerado como un artista. Sergei Murasaki - Nunca me preocupé demasiado por la manera en la que me consideraban. Iggy Atlas - La exposición deslocalizada en SL se titula Farewell to the Movies, "Adiós a los films". ¿Cómo interpretar ese adiós? Sergei Murasaki - A Farewell TO Movies, please. Homenaje a Hemingway (autor de A Farewell to arms (1929), "Adiós a las armas" - ndlr). Una manera de decir "adiós al cine", sin duda, pero sin exagerar. El derecho de contradecirse está escrito por Baudelaire en su proyecto de Constitución. Iggy Atlas - Del adiós a las armas al adiós a los films, ¿se debe considerar que el film es un arma? Sergei Murasaki - De ninguna manera. Solo una correspondencia eufónica. No se debe prestarme demasiada atención. Iggy Atlas - ¿El cine pertenece entonces al pasado? Sergei Murasaki - Podemos jugar con esa idea. Godard lo hace muy bien. Pero él es un cineasta. Iggy Atlas - ¿Usted nunca se consideró a usted mismo como un cineasta? Sergei Murasaki - Nun-ca. Iggy Atlas - ¿Qué etiqueta prefiere usted en ese caso? ¿Bricoleur multimedia? Sergei Murasaki - Bricoleur seguramente. Multimedia... Bueno, eso pertenece a la jerga contemporánea. Iggy Atlas - Las nuevas tecnologías, ¿modificaron en algo su relación con las imágenes, los sonidos, su manera de usarlas? Sergei Murasaki - Poder hacer todo un film, Chats perchés (2004), con mis diez dedos, sin ningún apoyo ni intervención exterior... Y luego, ir a vender yo mismo el DVD que registré en el mercado de pulgas de Saint-Blaise.... Ahí, confieso que tuve un sentimiento de triunfo: de productor a consumidor, directo. Nada de plusvalía. Había cumplido el sueño de Marx. Iggy Atlas - A propósito, la exposición mezcla los retratos de artistas, las imágenes de manifestaciones antiguas y recientes, las fotos de personalidades políticas. ¿Cómo definiría usted las relaciones entre su bricolage y lo que se llama comúnmente ideología? Sergei Murasaki - Me temo que lo que comúnmente se llama "ideología" ya no tiene mucho que ver con su definición original, que era "astucia" para empezar. Ahora, es más bien un sustituto a una guerra que no existe. Pero eso nos llevaría un poco lejos... Sergei Murasaki -Eso se dijo. Para ser breve, siempre precisé que la política, arte del compromiso (y es mejor[i1] ), no me interesaba mucho. Lo que me interesa es la historia, y agregaba[i2] : "La política me interesa sólo en la medida en la que es una representación de la historia en el presente." Pero no me gusta repetirme. Iggy Atlas - En films como 2084 (1984), su trabajo dibujaba un futuro hipotético. Hoy, hablamos del fin de las ideologías, usted dice adiós a los films, Godard hablar de la muerte del cine, lo real ya no está más solo, ¿qué es lo que para usted se desdibuja mientras otras cosas nacen? Iggy Atlas - ¿Su trabajo no ha conllevado siempre una dimensión política?
Sergei Murasaki - Malraux tenía una fórmula formidable, que curiosamente nadie ha retomado: "Lo que nace ahí donde los valores mueren y que no los reemplaza" La dificultad de estos tiempos es que antes de aportar ideas nuevas, se debería destruir todos los simulacros que el siglo, y su instrumento favorito, la TV, generan en lugar de lo que ha desaparecido. Es por eso que me interesa toda de esta nueva pantalla de informaciones, Internet, blogs, etc. Con sus inevitables escorias. Pero una nueva cultura nacerá de eso, ahí mismo. Iggy Atlas - ¿Y qué cultura ve usted nacer de ahí? Sergei Murasaki - Nuestros nietos lo dirán. Todo lo que podemos decir es que "algo" existe, que eso ya no está mal. Más allá, es cartomancia (o política). Iggy Atlas - Usted decía que encontraba en SL, La invención de Morel, ¿qué encuentra de sus propios films en Second Life? Sergei Murasaki - La presencia del gato Guillaume, en todo caso. ¿Usted vio como tomó posesión de los lugares? Iggy Atlas - ¿No es usted responsable? Sergei Murasaki - Es el error común. Difícil de explicar para quien no ha sido gato en una vida anterior (lo cual es mi caso). Guillaume tenía una personalidad de Guillaume era tal que se ha impuesto a mis cómplices vieneses sin que le haya pedido nada.Jj3] Usted puede corroborarlo con ellos. Los gatos tienen poderes, usted sabe. Iggy Atlas - Lo real ocupa un lugar preponderante en algunos films suyos, de Sans Soleil (1982) a Fond de l'air est rouge (1977). Cuando usted está acá, ¿no lo extraña? Sergei Murasaki - Yo no hubiera creído que Sans soleil estuviera tan sometida a lo real, pero si usted lo dice... Iggy Atlas - Nosotros no dijimos sometida.
Sergei Murasaki - Cuando lo real está realmente presente, tiene más bien tendencia a someter al resto.
Iggy Atlas - ¿Qué es lo que lo mantiene hoy ocupado en RL?
Sergei Murasaki - Si usted quiere decir "verdaderamente hoy", estoy fascinado con las aventuras de la antorcha olímpica. El sketch en San Francisco era la más magnífica slapstick comedy que vi desde hace mucho tiempo. Iggy Atlas - ¿Y más generalmente?
Sergei Murasaki - Bueno, cuando se aprende, al mismo tiempo, que un tipo, John Paulson, ganó 3 millones de dólares apostando en la Bolsa, y que a 4 horas de avión, en Haití, hay revueltas de hambre, eso te lleva nuevamente a una sobria realidad. Iggy Atlas - ¿Cómo se informa actualmente? Sergei Murasaki - Revista de prensa internacional en Internet, CNN y Al Jazeera en inglés, y mi canal favorito, el ruso, RTR Planeta, y mis informantes de por ahí y por allá - y también el mirlo del distrito XXe arrondissement, que me cuenta todos los chismes del vecindario a las cinco de la mañana. Iggy Atlas - ¿Qué es lo que mantiene tan despierto su interés por el curso de este mundo? Sergei Murasaki - La curiosidad, nada más. Nunca sentí otra cosa. Iggy Atlas - ¿Qué tipo de espectador de cine es usted hoy? Sergei Murasaki - Ay, ay, ay... Iggy Atlas - ¿Ay? Sergei Murasaki - Profesé siempre que el cine se mira en la sala, y que la TV sirve de ayuda de memoria. Perjuré vergonzosamente. Simplemente porque ya no tengo el tiempo. Iggy Atlas - ¿Qué films ve? Sergei Murasaki - Es bastante anárquico. Me gustan mucho las grandes series americanas. Usted decía: política. ¿No hemos nunca hecho algo mejor en este terreno que THE WEST WING (Á la maison Blanche - ndlr)? Iggy Atlas - ¿Y The Wire, por ejemplo? Sergei Murasaki - Iba a mencionarla a continuación. Pero ahí yo diría más bien: sociología. Aunque habría que agregar subtítulos en inglés. Iggy Atlas - ¿Qué es lo que, además de lo político y lo sociológico, lo fascina en la proliferación actual de las series? Sergei Murasaki -En principio, su calidad propiamente cinematográfica. Ahí está la invención y la innovación, sobre todos los planos, relato, montaje, casting, sonido. Están un paso adelante de Hollywood. Iggy Atlas - Parece que usted tiene esta pasión por las series en común con uno de sus amigos, Alain Resnais. ¿Es un tema del cual discuten? Sergei Murasaki -Supongo que eso se remonta a nuestra pasión por los comic-strips, en una época en la cual todo el mundo nos miraba como estúpidos.
Iggy Atlas - ¿Sigue atento al trabajo de estos viejos conocidos, como son Alain Resnais, pero también Agnès Varda, Jean-Luc Godard...? Sergei Murasaki - Por supuesto. Agnès está filmando una entrevista con Guillaume (ve lo que yo le decía). Iggy Atlas - ¿Cómo presentaría la obra de su vida, la suma de sus bricolages, a un joven que no conoce a Chris Marker? Sergei Murasaki - Le diría que lea La invención de Morel y que vaya al cine. Iggy Atlas - ¿Para ver qué? Sergei Murasaki - Al azar, olvidando todo lo que le dijimos que vea.
Julián Gester y Serge Kaganski. Artículo publicado inicialmente el 29/04/2008 en Les Inrockuptibles
- Textos del film de CHRIS MAKER
YOU DONT WAMT TO 8EIIEVE THE IMAGES TMAT CHOP UP
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L
A Chris
La primera imagen de la que me habló fue la de tres niños en una carretera en Islandia, en 1965. Dijo que para él ésa era la imagen de la felicidad y también que había tratado varias veces de unirla a otras imágenes, pero nunca funcionaba. Él me escribió: un día, tendré que ponerla sola, al comienzo de una película entre dos imágenes completamente negras; así, si no ven la felicidad de la imagen, al menos verán la parte más negra.
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Él escribió: Acabo de volver de Hokkaido, la Isla del Norte. Japoneses ricos y estresados. Unos cogen el avión, otros el ferry: espera, inmovilidad, porciones de sueño. Curiosamente, todo eso me hace pensar en una guerra, pasada o futura: trenes nocturnos, incursiones aéreas, refugios atómicos, fragmentos de guerra que se conservan intactos en la vida diaria. Le gustaba la fragilidad de esos momentos suspendidos en el tiempo. Esas memorias cuya única función es estar dejando atrás nada más que memorias. Él escribió: he estado alrededor del mundo varias veces y ahora, solamente la banalidad me interesa aún. En este viaje he ido siguiendo su rastro con la implacabilidad de un cazador de recompensas. Al amanecer estaremos en Tokio. Solía escribirme desde África. Comparaba el tiempo africano con el europeo, y también con el tiempo asiático. Decía q en el siglo XIX, la humanidad había aceptado el espacio, y que la gran cuestión del siglo XX era la coexistencia de diferentes conceptos de tiempo. Por cierto, ¿sabías que hay emús en La Isla de Francia? Me escribió que en Las Islas Bijagós son las jóvenes quienes eligen
a sus novios.
Me escribió que en los suburbios de Tokio hay un templo consagrado a los gatos. Desearía poder transmitirte la simplicidad, la falta de afectación,
de esta pareja que había venido al
cementerio de los gatos a colocar una placa de madera
inscrita para que su gata Toraesté
protegida. No, no había muerto, sólo se había escapado. Pero el día que muriese nadie sabría cómo rezar por ella, cómo interceder con la Muerte para que la llamase por su nombre verdadero. Así que tuvieron que venir aquí, los dos, bajo la lluvia, para llevar a cabo el ritual que cosería el tejido del tiempo por donde se había roto. Él me escribió: habría pasado toda mi vida tratando de comprender la función que tiene recordar, que no es lo contrario de olvidar, sino más bien su funda. Nosotros no recordamos, podemos reescribir la memoria como reescribimos la Historia. ¿Cómo puede uno recordar la sed? No le gustaba habitar entre la miseria, pero en todo lo que quería mostrar de Japón estaban también los apartados del modelo japonés. Un mundo lleno de vagabundos, de inútiles, de proscritos, de coreanos. Demasiado arruinados para permitirse drogas, se emborrachaban con cerveza, o con leche fermentada. Esta mañana, en Namidabashi, a 20 minutos de las glorias del centro de la ciudad, un individuo llevó a cabo su venganza contra la sociedad dirigiendo el tráfico en el cruce. Para ellos, el lujo sería esa enorme cantidad de lamentos embotellados que se derraman sobre las tumbas el día de la muerte. Pagué una ronda en un bar de Namidabashi. Es la clase de sitio que permite a la gente mirar a los demás con igualdad; el umbral bajo el que cualquier hombre es tan bueno como cualquier otro, y lo sabe. Me habló del Malecón de Fogo, en las islas de Cabo Verde. ¿Cuánto tiempo han estado allí esperando a la barca, pacientes como guijarros, pero listos para saltar? Es un pueblo de nómadas, de navegantes, de gente que viaja por el mundo. Se moldean a sí mismos mediante la reproducción cruzada, aquí, en estas rocas que los portugueses usaron como una estación de clasificación para sus colonias. Un pueblo de la nada, un pueblo del vacío, un pueblo vertical.
Francamente, ¿has oído algo más estúpido que decir a la gente al dar clase en escuelas de cine, que no miren a la cámara? Solía escribirme: el Sahel no es únicamente lo que se muestra de ello cuando es demasiado tarde; es una tierra en que la sequía rezuma, como el agua en una barca q se hunde. Los animales que resucitaron durante el carnaval de Bissau volverán a petrificarse de nuevo tan pronto como un nuevo ataque transforme la sabana en un desierto. Es un estado de supervivencia que los países ricos han olvidado, con una excepción: Japón. Mis constantes idas y venidas no son una búsqueda del contraste; son un viaje a los dos polos extremos de la supervivencia.
Él me habló de Sei Shonagon, señorita que esperaba convertirse en la princesa Sadako al comienzo del siglo XI, en el período Heian. ¿Conoceremos alguna vez dónde se hace realmente la Historia? Los soberanos gobernaban y usaban complicadas estrategias para luchar unos con otros. El poder estaba realmente en manos de una familia de regentes hereditarios; la corte del emperador se había convertido únicamente en un lugar de intrigas y juegos intelectuales. Pero esta banda de holgazanes dejó una marca mucho más profunda en la sensibilidad japonesa que las vociferaciones de los políticos, aprendiendo a extraer una especie de melancólico bienestar de la contemplación de las cosas pequeñas. Shonagon tenía pasión por las listas: la lista de "cosas elegantes", de "cosas angustiosas", incluso de "cosas que no merece la pena hacer".
Un día tuvo la idea de redactar una lista de "cosas que aceleran el corazón". No es un mal criterio, y me doy cuenta cuando estoy filmando; me inclino hacia el milagro económico, pero lo que quiero enseñaros son las celebraciones en los barrios. Él me escribió: cuando regresaba por la costa de Chiba, pensé en la lista de Shonagon, todas esas señales que uno sólo con nombrar para que se le acelere el corazón, sólo nombrar. Para nosotros, un sol no es un sol si no es radiante, y una primavera no es una primavera si no es límpida. Aquí, colocar adjetivos sería tan grosero como dejar las etiquetas con el precio en las compras. La poesía japonesa nunca se modifica. Hay una forma de decir barca, roca, bruma, rana, cuervo, granizo, garza, crisantemo, que incluye todo. Los periódicos han sido llenados recientemente con la historia de un hombre de Nagoya. La mujer que amaba murió el año pasado y él se sumergió en el trabajo al estilo japonés, como un loco. Parece ser que hasta hizo un importante descubrimiento en el campo electrónico. Y entonces, en el mes de mayo, se suicidó. Dicen que no podía soportar oir la palabra "primavera". Me describió cómo fue su reunión con Tokio: como un gato que vuelve a casa tras las vacaciones en su cesta, e inmediatamente empieza a inspeccionar los lugares familiares. Salió corriendo a ver si todo estaba donde debería estar: la lechuza de Ginza, la locomotora de Shimbashi, el Templo del Zorro en la planta alta del centro comercial Mitsukoshi, que encontró invadido por niñas pequeñas y cantantes de rock. Se le dijo que eran ahora las niñas pequeñas las que hacían y deshacían estrellas; que los productores se estremecían ante ellas. Se le dijo que una mujer desfigurada se quitaba su máscara frente a los transeúntes y les arañaba si no la encontraban hermosa. Todo le interesaba. Él, a quien le traía sin cuidado si "Los Tramposos" ganaban el banderín o los resultados del sorteo diario, preguntó febrilmente cómo le había ido a Chiyonofuji en el último torneo de sumo. Preguntó cosas sobre la familia imperial, sobre el príncipe de la corona,... sobre el gánster más viejo de Tokio, que aparece regularmente en la televisión para enseñar a los niños lo que es la bondad. Estas simples alegrías que nunca había sentido: de regresar a un país, una casa, un hogar. Pero 12 millones de anónimos habitantes se las podían proporcionar. Él escribió: Tokio es una ciudad enmarañada por trenes, atada con cables eléctricos. Ella muestra sus venas. Dicen que la televisión hace a la gente de aquí analfabeta; pero yo nunca he visto tanta gente leyendo en las calles. a lo mejor sólo leen en la calle, o sólo fingen leer, estos "amarillos". Yo suelo quedar en Kinokuniya, la mayor tienda de libros de Shinjuku. El genio gráfico que permitió a los japoneses inventar el Cinemascope diez siglos antes de que el cine compensara un poco el triste final de las heroínas de los cómics, víctimas de escritores de historias sin corazón, y de una censura castrante. A veces escapan, y te las vuelves a encontrar en las paredes. La ciudad entera es como una tira de cómic. Es el Planeta Manga. ¿Cómo no reconocer estas estatuas, que van desde la plasticidad del Barroco a la austeridad de Stalin?
Y estas caras gigantes con ojos que pesan sobre los lectores de cómics, imágenes mucho más grandes que ellos, mirando a los que las miran. Cuando cae la noche, la megalópolis se desglosa en pueblos, con sus cementerios de campo a la sombra de los bancos, con sus estaciones y templos. Cada distrito de Tokio se convierte en una ordenada e ingenua ciudad pequeñita, que se esconde entre los rascacielos. El pequeño bar en Shinjuku le recordaba a esa flauta india cuyo sonido sólo puede ser oído por áquel que la está tocando. Podría haber exclamado como en una película de Godard o en una obra de Shakespeare: "¿De dónde viene esta música?" Más tarde me dijo que había comido en el restaurante de Nishi-nippori, donde el señor Yamada practica el difícil arte de la "action cooking". Decía que observando con cuidado los gestos del señor Yamada y su manera de mezclar los ingredientes, uno podía meditar sobre ciertos conceptos fundamentales comunes a la pintura, la filosofía y el kárate. Reivindicaba que el señor Yamada poseía en sus maneras humildes la esencia del estilo, y, por lo tanto, era asunto suyo usar su invisible pincel para escribir sobre este primer día en Tokio la palabra "FIN". He pasado el día frente al televisor, esa caja de recuerdos. Estaba en Nara en compañía de los ciervos sagrados.
Estaba haciendo una foto sin saber que en el siglo XV, Basho había escrito: "El sauce contempla al revés la imagen de la garza." Los anuncios publicitarios se convierten en una especie de haiku para los ojos, usado para atrocidades occidentales en este campo; como no se entiende obviamente se suma al placer. Por un momento, tengo la impresión, un poco alucinatoria, de entender el japonés, pero era un programa cultural en la NHK sobre Gérard de Nerval. 8:40, Camboya. De Jean Jacques Rousseau al Khmer Rouge: ¿coincidencia, o sentido de la Historia? En Apocalypse Now, Brando pronunció unas pocas frases definitivas e incomunicables:
"El Horror tiene un nombre y un rostro... y hay que hacer del Horror un aliado." Para echar fuera al horror con nombre y rostro, hay que darle otro nombre y otro rostro. Las películas de terror japonesas tienen la sutil belleza de algunos cadáveres. A veces uno se queda estupefacto de tanta crueldad. Y busca el origen en los pueblos de Asia, tan familiarizados con el sufrimiento, que exigen que hasta el dolor sea adornado. Y entonces viene la recompensa: la expulsión de los monstruos, y la llegada de Natsume Masako. La Belleza absoluta también tiene un nombre y un rostro. Pero cuanto más se ve la televisión japonesa... más se tiene la impresión de ser mirado por ella. De la función mágica del ojo en el centro de todas las cosas, hasta el telediario parece ser testigo. Es tiempo de elecciones: los candidatos ganadores pintan de negro el ojo vacío de Daruma, el espíritu de la suerte; mientras que los perdedores, con dignidad, se llevan su Daruma con un solo ojo. Las imágenes más indescifrables son las que llegan de Europa. Vi las imágenes de una película cuyo sonido sería añadido después. Para lo de Polonia me llevó 6 meses. Mientras, no tengo dificultad con los terremotos locales. Pero debo decir que el temblor de anoche me ayudó enormemente a comprender un problema. La Poesía nace de la inseguridad: judíos vagando, japoneses temblando. Por vivir sobre una alfombra de la que siempre está dispuesta a tirar la bromista Naturaleza; se han acostumbrado a moverse en un mundo de apariencias: frágil, efímero, revocable, de trenes volando de planeta en planeta, de samuráis luchando en un pasado inmutable. A esto se le llama "la impermanencia de las cosas." Lo hice todo. Hasta ver por la noche los llamados espectáculos para adultos. La misma hipocresía que en las tiras de cómic, pero ésta es una hipocresía codificada. La censura no es la mutilación del espectáculo, sino el espectáculo en sí mismo. El código es el mensaje. Apunta a lo absoluto, escondiéndolo. Esto es lo que la religión siempre ha hecho. Ese año, un nuevo rostro apareció entre los grandes que blasonan las calles de Tokio: el del Papa. Tesoros que nunca antes habían salido del vaticano, eran exhibidos en la séptima planta de los almacenes Sogo. Él me escribió: por supuesto curiosidad, y el brillo del espionaje industrial en los ojos; me los imagino sacando dentro de 2 años, una versión más eficiente y más económica del Catolicismo; pero también está la fascinación asociada con lo sagrado, incluso cuando es la de algún otro. ¿Cuándo albergará la tercera planta de Macy's una exposición de signos japoneses sagrados, como la que puede verse en Josen-kai, en la isla de Hokkaido? Al principio, uno sonríe en este lugar, que combina un museo, una capilla y un sex shop. Como siempre, en Japón, uno admira el hecho de que los muros entre los distintos reinos sean tan finos que se puede, en el mismo suspiro, contemplar una estatua, comprar una muñeca hinchable, y dar a la diosa de la fertilidad la pequeña ofrenda que siempre acompaña sus figuraciones. Figuraciones cuya honestidad harían incomprensibles las estratagemas de la televisión, si no dijeran al mismo tiempo que el sexo sólo se puede ver con la condición de estar separado de un cuerpo. A uno le gustaría creer en un mundo antes del final del día: inaccesible a las complicaciones de un Puritanismo, cuya falsa sombra ha sido proyectada por la ocupación americana; donde la gente que se reúne riendo alrededor de la fuente votiva, la mujer que la toca con un gesto amable, participan de la
misma inocencia cósmica. La 2§ parte del museo, con sus parejas de animales disecados sería el paraíso terrenal que siempre hemos soñado. No tan seguro... la inocencia animal podría ser un truco para así evitar la censura, pero puede que también el espejo de una reconciliación imposible. Y aún sin Pecado Original, este paraíso terrenal puede que sea un paraíso perdido. En el lustroso esplendor de los animales de Josen-kai, interpreté la fisura fundamental de la sociedad japonesa, la fisura que separa a los hombres de las mujeres. En la Vida parece que se muestra a sí misma solamente de dos maneras: el crimen sanguinario o una discreta melancolía, similar a la de Sei Shonagon, que los japoneses expresan en una única palabra que no se puede traducir. Este descender del hombre al nivel de las bestias, contra el cual se rebelan los Padres de La Iglesia, se convierte así en el desafío de las bestias a la intensidad de las cosas, a una melancolía cuyo tono puedo transmitiros citando unas pocas líneas de Samura Koichi: "¿Quién dijo que el tiempo cura todas las heridas? Sería mejor decir que el tiempo cura todo menos las heridas. Con el tiempo, el dolor de la separación pierde sus límites reales. Con el tiempo, el cuerpo deseado pronto desaparecerá, y si el cuerpo que desea ha dejado ya de existir para el otro, entonces, lo que queda es una herida, sin cuerpo." Él me escribió que el secreto japonés, lo que Lévi-Strauss había llamado "la intensidad de las cosas", suponía la facultad de comunión con las cosas, de entrar en ellas, de ser ellas por un momento. Lo normal era que al llegar su fin fuesen como nosotros: efímeros e inmortales. Él me escribió: el animismo es un concepto muy familiar en África, se aplica con bastante menos frecuencia en Japón. Entonces, ¿cómo llamaremos a esta creencia difusa, según la cual cada fragmento de la creación tiene su correspondiente parte invisible? Cuando se construye una fábrica o un rascacielos, se comienza con una ceremonia para calmar al dios que posee la tierra. Hay una ceremonia para pinceles, para ábacos, y hasta para agujas oxidadas.
El 25 de Septiembre, hay una para el descanso por el alma de las muñecas rotas. Las muñecas son
apiladas en el Templo de Kiyomitsu, consagrado a Kannon, diosa de la compasión, y son quemadas públicamente. Yo miraba a los participantes. Pienso que la gente que iba a despedir a los kamikazes tenía las mismas caras. Me escribió que las fotografías de Guinea-Bissau deberían ir acompañadas por música de las Islas de Cabo Verde. Ésa sería nuestra contribución a la unidad soñada por Amílcar Cabral. ¿Por qué debería un país tan pequeño y tan pobre interesar al resto del mundo? Hicieron todo lo que pudieron, se liberaron entre ellos, expulsaron a los portugueses; traumatizaron a la armada portuguesa hasta tal punto que dio lugar a un movimiento que derrocó la dictadura, y, por un momento, le llevó a uno a creer en una nueva revolución en Europa. ¿Quién se acuerda de todo aquello? La Historia tira por la ventana sus botellas vacías. Esta mañana estaba en el muelle de Pidjiguity, donde todo empezó en 1959, cuando las primeras víctimas de la guerra murieron. Puede que sea tan difícil reconocer África en esta plomiza niebla como lo es reconocer la lucha en la más bien lenta actividad de los estibadores tropicales. Existe el rumor de que todos los líderes del Tercer Mundo acuñan la misma frase la mañana siguiente a la independencia: "Ahora empiezan los problemas reales." Cabral nunca tuvo la oportunidad de decirlo: fue asesinado antes. Pero los problemas empezaron, y continuaron, y continúan. Problemas bastante poco excitantes para un romanticismo revolucionario: trabajar, producir, distribuir, superar el estado de agotamiento de la posguerra, las tentaciones del poder y de los privilegios. Pero bueno... después de todo, la Historia sólo es amarga para los que la esperaban azucarada. Mi problema personal era más específico: ¿cómo filmar a las mujeres de Bissau? Aparentemente la función mágica del ojo estaba trabajando ahí en mi contra. Fue en los mercados de Bissau y Cabo verde donde pude observarlas de nuevo con igualdad... Esta sucesión de figuras, tan cerca del ritual de la seducción: La veo a ella, ella me veía, ella sabe que yo la veo, y deja caer su mirada, justo hasta un ángulo en el que aún es posible actuar como si no fuera dirigida a mí y al final, la mirada real, sincera, que duró la veinticuatroava parte de un segundo, lo mismo que el fotograma de una película. Todas las mujeres tienen incorporada una semilla de indestructibilidad, y la tarea de los hombres ha sido siempre hacer que se dieran cuenta de ello lo más tarde posible. Los hombres africanos son tan buenos en esta tarea como los otros, pero después de una mirada cercana a las mujeres africanas, no necesariamente apostaría por los hombres. Él me contó la historia del perro Hachiko: Un perro esperaba cada día a su amo en la estación. El amo murió, y el perro nunca lo supo y continuó esperándole, durante toda su vida. La gente iba allí y le compraba comida. Después de su muerte, levantaron una estatua en su honor, frente a la cual aún colocan sushis y pasteles de arroz para que el alma fiel de Hachiko nunca tenga hambre. Tokio está lleno de estas pequeñas leyendas y de animales mediadores. El león Mitsukoshi está de pie guardando las fronteras de lo que fue el imperio del señor Okada, un
coleccionista de pinturas francesas, el hombre que alquiló el Castillo de Versalles para celebrar el 100 aniversario de su cadena de establecimientos. En la sección informática, he visto jóvenes japoneses ejercitando los músculos del cerebro como jóvenes atenienses en la Palestra. Tienen una guerra que ganar. Los libros de Historia del futuro quizá pongan la "Batalla de Los circuitos Integrados" a la misma altura que Las Salaminas o Agincourt, pero deseando homenajear al desafortunado adversario dejándole otros campos para él. La moda masculina de esta temporada viene influenciada por el estilo de John Kennedy. Como una vieja tortuga votiva aparcada en la esquina de un campo, cada día él veía al señor Akao, Presidente del Partido Patriótico Japonés, berreando desde las alturas de su agitado balcón contra la trama del Comunismo Internacional. Él me escribió: los automóviles de la extrema derecha con sus banderas y megáfonos forman parte del paisaje de Tokio, el señor Akao es su punto focal. Creo que tendrá su estatua, como la del perro Hachiko, en este cruce desde el que sale sólo para ir y profetizar en los campos de batalla. Él estaba en Narita en los años 60. Los campesinos luchando contra la construcción de un aeropuerto en sus tierras, y el Señor Akao denunciando la mano de Moscú detrás de todo lo que se movía. Yurakucho es el espacio político de Tokio. Una vez vi aquí a bonzos rezar para la paz de Vietnam. Hoy, jóvenes activistas de derechas protestan contra la anexión de las Islas del Norte por los Rusos. Algunas veces se les responde que las relaciones comerciales de Japón con el abominable ocupante del Norte son mil veces mejores que con el aliado americano que está siempre lloriqueando por la agresión económica. Ay, nada es sencillo. En el otro lado, la Izquierda tiene el suelo. El líder de la Oposición Católica Coreana, Kim Dae Jung, secuestrado en Tokio en el 73 por la GESTAPO de Corea del Sur, es amenazado con sentencia de muerte. Un grupo ha empezado una huelga de hambre, algunos militantes muy jóvenes están tratando de reunir firmas en su ayuda. Regresé a Narita para el cumpleaños de una de las víctimas de la lucha. La demostración era irreal. Tuve la impresión de estar actuando en Brigadoon, de despertarme diez años más tarde en medio de los mismos actores, con las mismas langostas azules de la Policía, los mismos encasquetados adolescentes, las mismas pancartas, el mismo eslogan: "¡Abajo el aeropuerto!" Sólo se ha añadido una cosa: el aeropuerto, precisamente. Pero con su única pista y su alambrada de púas que lo ahoga, parece sitiado más que victorioso. Mi colega Hayao Yamanekoha encontrado una solución: si las imágenes del presente no cambian, entonces es que cambian las imágenes del pasado. Me mostró los conflictos de los años 60 tratados con su sintetizador. Imágenes que son menos engañosas -dice, con la convicción de un fanático- que ésas que ves en la televisión. Al menos, proclaman ser lo que son: imágenes, y no la forma portátil y compacta de una ya inaccesible realidad. Hayao llama al mundo de su máquina "La Zona", en homenaje a Tarkovsky. Lo que Narita me devolvió intacto, como un holograma hecho añicos, fue una imagen de la generación
de los 60. Si amar sin ilusiones sigue siendo amar, puedo decir que lo amé. Esta generación casi siempre me exasperaba. No compartí su utopía de unir en una lucha común a los que se revelaban contra la pobreza y a los que se revelaban contra la riqueza. Llamaba la atención que la reacción mundial, la que mejor se ajustó, no sabe o no se atreve ya a gritar. Allí me encontré campesinos, que habían venido a enterarse por sí mismos de cómo iba la lucha. Concretamente, había fracasado. Al mismo tiempo, todo lo que habían ganado en su interpretación del mundo sólo podía haber sido conseguido con la lucha. En cuanto a los estudiantes, algunos se masacraban entre sí en las montañas en nombre de la pureza de la revolución, mientras que otros habían estudiado tan a fondo el capitalismo para combatirlo, que ahora le proporcionan sus mejores ejecutivos. Como en cualquier otro lugar, el Movimiento tuvo sus posturas y sus arribistas, incluyendo, y hay algunos, a aquellos que estudiaron la carrera de Martirio. Pero fue soportado por todos aquellos que decían, como el Che Guevara, que "temblaban con indignación cada vez que una injusticia se cometía en el mundo". Querían dar un significado político a su generosidad, y su generosidad ha durado más tiempo que sus políticos. Esto es por lo que nunca permitiré que se diga que los jóvenes ya no tienen juventud. Los jóvenes que se reúnen cada fin de semana en Shinjuku, obviamente saben que no están en una plataforma de lanzamiento hacia la vida real; pero ellos son la Vida, para ser comidos al momento, como donuts frescos. Es un secreto muy simple. Los viejos tratan de esconderlo y no todos los jóvenes lo saben. La niña de 10 años que tiró a su amiga desde el piso 13 de un edificio tras haberle atado las manos, porque había hablado mal de su grupo de clase, no lo había descubierto aún. Los padres que piden un aumento de líneas de teléfono dedicadas a la prevención de suicidios en los niños descubren un poco tarde que lo habían guardado demasiado bien. El Rock es un lenguaje internacional para extender el secreto. Otra cosa que es peculiar en Tokio. Para los Takenoko, los 20 años es la edad de retirarse. Son niños marcianos. Voy a Yoyogi a verlos bailar cada domingo en el parque. Quieren que la gente les mire, pero no parecen darse cuenta de que la gente lo hace. Viven en una esfera de tiempo paralelo, una especie de pared invisible de acuario les separa de la multitud a la que atraen, y puedo estar toda una tarde contemplando a la pequeña niña takenoko que está aprendiendo, sin duda por vez primera, las costumbres de su planeta. Además de eso, visten tags de perro, obedecen un silbato, la mafia les atormenta, y a excepción de un pequeño grupo formado por niñas, es siempre un niño quien manda.
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Un día él me escribió: "Descripción de un sueño." Cada vez con más frecuencia, mis sueños tienen lugar en los centros comerciales de Tokio, los túneles subterráneos que los extienden y discurren paralelos a la ciudad. Una cara aparece, desaparece; un rastro es encontrado, perdido. Todo el folklore de los sueños está tan en su sitio que, al día siguiente cuando me despierto, me doy cuenta de que continúo buscando en la base del laberinto la presencia encubierta la noche anterior. Empiezo a preguntarme si esos sueños son realmente míos, o si forman parte de una totalidad, de un sueño colectivo gigante, del cual la ciudad entera podría ser la proyección. Debería bastar con coger cualquiera de los teléfonos que hay alrededor para oír una voz familiar, o el latido de un corazón, el de Sei Shonagon, por ejemplo. Todas las galerías conducen a estaciones; las mismas compañías las son propietarias de las tiendas y de vías férreas con su nombre, Keio, Odakyu, todos esos nombres de puertos. El tren habitado por gente durmiendo pone juntos todos los fragmentos de sueños, hace una única película con ellos, la última película. Los tickets del dispensador automático garantizan la
admisión al espectáculo. Me habló de la luz de enero sobre las escaleras de la estación. Me decía que esta ciudad debería ser descifrada como una partitura musical; uno se podía perder entre las grandes masas orquestales y la acumulación de detalles. Y eso creaba la imagen más vulgar de Tokio: superpoblada, megalómana, inhumana. Él creía haber visto allí los secretos más sutiles, los ritmos, grupos de caras divisadas al pasar, -como grupos específicos de instrumentos diferentes. Algunas veces, la comparación musical coincidía plenamente con la realidad: la escalera Sony, en Ginza era por sí sola un instrumento, cada peldaño una nota. Todos ellos se juntaban como las voces de una fuga algo complicada, pero bastaba con coger uno de ellos y permanecer sobre él. Las pantallas de televisión, por ejemplo; ellas solas dibujaban un itinerario que a veces terminaban en inesperadas curvas. Era la temporada de sumo, y los admiradores que venían a ver los combates a las habitaciones tan monas de Ginza eran "justamente" los más pobres de Tokio. Tan pobres que ni siquiera tenían televisión. Los veía llegar, como almas muertas de Namida-Bashi, a esos que habían desayunado un sake en un soleado amanecer. ¿Cuántas temporadas hace ahora que fue eso? Él me escribió: hasta en los puestos donde venden partes de objetos electrónicos, con los que algunos extravagantes hacen joyas, dentro de la partitura que es Tokio, existe un pentagrama singular cuya rareza en Europa me condena a un verdadero exilio acústico. Es la música de los videojuegos. Están incrustados en las mesas. Se puede beber, se puede comer, y seguir jugando. Están abiertos hacia la calle; escuchándolos puedes jugar de memoria. Vi nacer todos estos juegos en Japón y aunque después me los volví a encontrar por todo el mundo, un detalle era distinto. Al principio era un juego conocido: una especie de paliza antiecológica, donde la idea era matar tan pronto como aparecían, criaturas que nunca llegué a determinar si eran castores o bebés foca. Y ahora he aquí la variación japonesa. En vez de animales, hay unas cabezas humanas identificadas por etiquetas: en cabeza, el Presidente Director General, en frente suyo, el vicepresidente y los directores, en la primera fila, los jefes de sección y el jefe de personal. El tipo al que filmé, el que estaba golpeando a toda la jerarquía con una energía envidiable, me confesó que para él el juego no era en absoluto alegórico, que él pensaba muy concretamente en sus superiores. Es por eso por lo que el muñeco que representa al jefe de personal ha sido aporreado tanto y tan fuerte, que está inservible, y por lo que ha tenido que ser remplazado de nuevo por un bebé foca. Hayao Yamaneko inventa videojuegos con su máquina. Para complacerme, incluye mis animales más queridos: el gato y la lechuza. Reivindica que la textura electrónica es la única que puede tratar con el sentimiento, la memoria y la imaginación. El Arsène Lupin de Mizoguchi por ejemplo, o el no menos imaginario burakumin. ¿Cómo puede alguien exigir que se muestre una categoría de japoneses que no existe? Sí, están allí; los vi en Osaka, alquilándose durante el día, durmiendo en el suelo. Siempre, desde la Edad Media han estado condenados a trabajos sucios y agotadores, pero desde la Era Meiji, oficialmente nada los discrimina, y su nombre real, etas, es una palabra tabú que no debe ser pronunciada. Son no-personas. ¿Cómo pueden ser mostradas sino es como no-imágenes? Los videojuegos son el primer paso en un plan en que las máquinas ayudarán a la raza humana, el único plan que ofrece un futuro para la inteligencia. Por el momento, la inseparable filosofía de nuestro tiempo está contenida en el Pack-Man. No sabía, mientras estaba sacrificando todas mis monedas de 100 yenes en él, que iba a conquistar el mundo. Quizás porque él es la más perfecta metáfora gráfica
del destino del hombre. Pone en una perspectiva verdadera el equilibrio de poder entre el individuo y el entorno, y nos dice con soberbia que, aunque pueda haber honor en realizar el mayor número de ataques victoriosos, siempre uno se da un batacazo. Él estaba encantado de que los mismos crisantemos aparecieran en los funerales para los hombres y para los animales. Me describió la ceremonia celebrada en el zoo de Ueno, en memoria de los animales que murieron durante el año. Durante dos años seguidos, este día de luto, ha tenido un velo echado por encima debido a la muerte de un panda, algo más irreparable, según los periódicos, que la muerte del primer ministro que tuvo lugar al mismo tiempo. El año pasado la gente lloró realmente. Ahora parece que se van acostumbrando, aceptando que cada año la muerte se lleve a un panda, como los dragones hacen con las niñas en los cuentos. He oído esta frase: "La división que separa la vida y la muerte no aparece tan ancha para nosotros como para un Occidental." La mayor parte de las veces, lo que he visto en los ojos de la gente acerca de la muerte es sorpresa. Lo que veo ahora en los ojos de los niños japoneses es curiosidad. Como si estuvieran tratando, para comprender la muerte de un animal, de mirar a través de esa división. He vuelto de un país donde la muerte no es una división que cruzar, sino un camino que seguir. Los Gran Anciano del archipiélago Bijago nos ha descrito para nosotros el itinerario de la muerte, y como se mueven de isla en isla siguiendo un riguroso protocolo hasta que llegan a la última playa, donde esperan al barco que les llevará al otro mundo. Si por accidente, alguien se les encontrara, está por encima de todo imperativo no reconocerlos. Los Bijagós son parte de Guinea-Bissau. En una vieja grabación, Amilcar Cabral hace un gesto de despedida hacia la orilla; tiene razón, nunca más la volverá a ver. Luis Cabral hizo el mismo gesto 15 años después, en la canoa que nos traía de vuelta. Guinea, en ese tiempo, se había convertido en una nación y Luis en su presidente. Todos los que recuerdan la guerra se acuerdan de él. Él es el mediohermano de Amilcar, nacido como él de sangre mitad guineana y mitad caboverdiana, y como él, miembro fundador de un partido inusual, el PAIGC, que uniendo los dos países colonizados en una única lucha desea ser el predecesor de una federación de los 2 estados. He escuchado historias de antiguos guerrilleros, que habían luchado en condiciones tan inhumanas que sentían pena por los soldados portugueses por tener que aguantar lo que ellos mismos sufrían. Eso oí. Y muchas más cosas que le hacen sentir vergüenza a uno por haber usado ligeramente, incluso de manera inadvertida, la palabra "guerrilla" para describir una determinada manera de hacer cine. Una palabra que, al mismo tiempo, estaba unida a muchos debates teóricos, pero también a sangrientos fracasos en la tierra. Amilcar Cabral fue el único en dirigir, y no sólo en términos de conquista militar. Conocía a su gente, los había estudiado durante mucho tiempo, quería que cada región liberada fuera también precursora de un nuevo tipo de sociedad. Los países socialistas envían armas para los combatientes. Las democracias sociales abastecen los almacenes de la gente. La Extrema Izquierda puede olvidar su historia pero si las guerrillas están como pez en el agua es un poco gracias a Suecia. Amilcar no tenía miedo de las ambigüedades, conocía las trampas. Él escribió: "Es como si estuviéramos en la orilla de un gran río lleno de olas y tormentas, con gente que
está tratando de cruzarlo y se ahoga, pero que no tiene otro camino y deben atravesarlo." Y
ahora, el escenario se desplaza a Cassaque: el 17 de febrero de 1980. Pero para entenderlo
correctamente hay que adelantarse un poco en el tiempo. En un año Luis Cabral, el presidente, estará en la cárcel, y el hombre lloroso que al que acaba de condecorar, el General Nino, habrá tomado el poder. El partido se habrá dividido: guineanos y caboverdianos, separados, lucharán sobre el legado de Amilcar. Detrás de esta ceremonia de ascensos, que perpetuaba a ojos de los visitantes, la fraternidad de la lucha, yace un pozo de amargura tras la victoria, y las lágrimas de Nino no expresan la emoción de un ex-guerillero, sino el orgullo herido de un héroe que se sentía no lo suficientemente distinguido de los otros. Y
debajo de cada una de esos rostros, una memoria. Y en lugar de lo que se nos dijo que había
forjado una memoria colectiva, había un millar de memorias de hombres que mostraban su personal laceración dentro de la gran herida de la historia. En Portugal, alzándose a favor del cambio tras la separación de Bissau, Miguel Torga, que había luchado toda su vida contra la dictadura, escribió: "Cada uno de los protagonistas que se encuentran solamente se representan a ellos mismos; en lugar de una modificación del panorama social, buscan simplemente en el acto revolucionario la sublimación de su propia imagen." Es así generalmente como las grandes olas se retiran; y de una manera tan predecible, que uno tiene que creer en una especie de amnesia del futuro que la historia distribuye bien por misericordia o bien calculadamente a aquellos a los que recluta. Amilcar asesinado por los miembros de su propio partido, las áreas liberadas cayeron bajo el yugo de pequeños tiranos sanguinarios, el cambio aniquilidado por un poder central, al que todo el mundo tenía que rendir homenaje, hasta al golpe militar. Así es como avanza la Historia, taponando su memoria de la misma forma que uno tapona sus oídos. Luis exiliado en Cuba, Nino descubriendo tramas urdidas contra él, pueden ser citados de manera recíproca para comparecer ante el Tribunal de la Historia. A Ella nada le importa. Ella no comprende nada. Sólo tiene un amigo, el que decía Brando en Apocalypse: el Horror. Que tiene un nombre y un rostro.
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Les estoy escribiendo todo esto desde otro mundo, un mundo de apariencias. En una cierta manera, estos dos mundos se comunican. La Memoria es para uno, lo que la Historia es para el otro: una imposibilidad. Las leyendas nacen de la necesidad de descifrar lo indescifrable. Las memorias deben arreglárselas con su delirio, su deriva. Un momento detenido ardería como un fotograma bloqueado delante del horno de un proyector. La locura protege, como la fiebre. Envidio a Hayao en su 'zona,' juega con los signos de su memoria. Él los sujeta y los decora como a insectos que han volado más allá del tiempo, y a los que puede contemplar desde un punto de vista fuera del tiempo: la única Eternidad que dejamos. Miro sus máquinas. Yo creo en un mundo donde cada memoria pueda crear su propia leyenda. Él me escribió que sólo una película había retratado la memoria imposible, la memoria loca: Una película de Alfred Hitchcock, "Vértigo". En la espiral de los títulos él veía al tiempo cubrir un campo más y más grande a medida que se alejaba, un ciclón cuyo momento presente contiene al ojo sin movimiento. En San Francisco había hecho su peregrinaje a todas las localizaciones de la película: la floristería Podesta Baldocchi, donde James Stewart espía a Kim Novak; él, el cazador; ella, la presa. ¿O era justo al revés? Las baldosas no han cambiado. Había recorrido de arriba a abajo las colinas de San Francisco por donde Jimmy Stewart, Scotty, sigue a Kim Novak, Madeline. Parece que consiste en seguir el rastro del enigma, del asesinato, pero en realidad es una cuestión de poder y libertad, de melancolía y aturdimiento. Tan cuidadosamente codificada dentro de la espiral que puedes no darte cuenta, y no descubrir inmediatamente que este vértigo espacial en realidad representa un vértigo temporal. Él había ido siguiendo todas las huellas, hasta el cementerio en Mission Dolores, donde Madeline iba a rezar a la tumba de una mujer muerta desde hace mucho, a la que nunca habría conocido. Él siguió a Madeline —como Scotty había hecho— hasta el Museo de la Legión del Honor, ante el retrato de una mujer muerta a la que nunca habría conocido. Y en el retrato, como en el pelo de Madeline, la espiral del tiempo. El pequeño hotel victoriano donde Madeline desapareció había desaparecido también; el hormigón lo había remplazado, en la esquina de Eddy & Gough. Por otro lado, el corte en la sequoia estaba aún en los Bosques de Muir. Allí, Madeline señaló la corta distancia entre dos de esas líneas concéntricas que medían la edad del árbol y dijo: "Aquí nací... y aquí me morí." Él se acordó de otra película en la que se mencionaba este pasaje. La sequoia era la que está en el Jardín de las Plantas de París, y la mano apuntaba a un lugar fuera del árbol, al exterior del tiempo. El caballo pintado en San Juan Bautista, su ojo se parecía al de Madeline: Hitchcock no había inventado nada, todo estaba ya allí. Él había corrido bajo los arcos del paseo en la Misión, como Madeline había corrido hacia su muerte. Pero, ¿era la suya? Desde esta falsa torre, la única cosa que Hitchcock había añadido, se imaginó a Scotty como un enamorado engañado por el tiempo con la imposibilidad vivir con la memoria sin
falsificarla. Inventando una doble Madeline en otra dimensión temporal, en una "zona" que sólo le pertenecía a él, y desde la que podía descifrar la indescifrable historia que había comenzado en el Golden Gate, cuando había alejado a Madeline de la Bahía de San Francisco, cuando la había salvado de la muerte antes de volver a arrojarla. ¿O era al revés? En San Francisco hice la peregrinación de una película que había visto 19 veces. En Islandia, puse la primera piedra de una película imaginaria. Aquel verano me había encontrado tres niños en una carretera y un volcán había emergido del mar. A lo mejor fue un golpe de ¿...? [Encore un coup de ¿...?] Los astronautas americanos vinieron entrenarse antes de ir a la luna, a este rincón de la Tierra que se le parece. Lo vi inmediatamente como un escenario de ciencia ficción: el paisaje de otro planeta. O mejor no, dejemos que sea el del nuestro para alguien que viene de algún otro lugar, de muy lejos. Me los imagino moviéndose lenta y pesadamente, sobre esas tierras volcánicas que se pegan a las suelas. De repente, él se tropieza, y el paso siguiente es un año después. Está caminando por un pequeño sendero cerca de la frontera holandesa, a lo largo de un refugio de aves marinas. Bueno, es un punto de partida. ¿Y por qué este salto en el tiempo, esta conexión de memorias? Sencillamente él no puede entenderlo. No ha venido de otro planeta, ha llegado de nuestro futuro. Año 4001: el año en el que el cerebro humano, ha alcanzado el estado del pleno empleo. Todo funciona a la perfección, así que dejamos que todo esté dormido, incluida la memoria. Consecuencia lógica: una memoria total es una memoria anestesiada. Después de tantas historias de hombres que habían perdido su memoria, he aquí la de uno que ha perdido el olvido, y que, por una particularidad de su forma de ser, en vez de vanagloriarse de los hechos y despreciar a la Humanidad del pasado y sus sombras, vuelve a ellos, primero con curiosidad y después con compasión. En el mundo del que procede, suscitar un recuerdo, ser conmovido por un retrato, temblar al sonido de la música, sólo pueden ser signos de una larga y dolorosa pre-historia. Quiere comprender. Estas faltas de firmeza del tiempo las siente como una injusticia, y reacciona a esta injusticia como el Che Guevara, como la juventud en los años 60, con indignación. Es un tercermundista del Tiempo. La idea de que la infelicidad había existido en el pasado de su planeta es tan insoportable para él, como la existencia de pobreza en su presente. Naturalmente, se equivocará. La infelicidad que descubre es tan inaccesible para él, como la miseria de un país pobre para los niños de uno rico. Ha elegido abandonar sus privilegios, pero no puede hacer nada con el privilegio que le ha permitido elegir. Su único recurso es el mismo que le lanzó a esta búsqueda absurda: un ciclo de melodía de Mussorgsky. Todavía se cantan en el siglo cuarenta. Su significado se ha perdido, pero fue entonces cuando, por primera vez, percibió la presencia de aquella cosa que no comprendía y que tenía que ver con la tristeza y la memoria, que hacía a todos rezar para tratar de comprenderla, y hacia la cual, lenta y pesadamente, se puso en camino. Desde luego nunca haré esa película. Por lo tanto, estoy coleccionando los emplazamientos, inventando la trama, incluyendo a mis criaturas favoritas. Hasta le he dado un título, el mismo que esas canciones de Mussorgsky: "Sin Sol".
El 15 de Mayo de 1945, a las 7 de la mañana, los 380 regimientos de la 2§ Infantería Americana atacaron una colina en Okinawa que habían bautizado como "Dick Hill". Supongo que los americanos pensaban que tan sólo estaban conquistando terreno japonés, y que no sabían nada de la civilización de Ryukyu. Yo tampoco sabía nada, sólo que las caras de las mujeres del mercado de Itoman me hablaban antes de Gaugin que de Utamaro. Durante siglos de vasallaje difuso, el tiempo no se había movido en el archipiélago. Entonces llegó la ruptura. ¿Es una característica de las islas hacer a las mujeres depositarias de la memoria? Aprendí que, como en las Islas Bijagós, es gracias a las mujeres que se transmite el conocimiento mágico. Cada comunidad tiene su sacerdotisa, una "Noro", que preside todos los ritos, exceptuando los funerales. Los japoneses defendieron su posición palmo a palmo. Al final del día, los dos medios pelotones formados a partir de la L compañía, sólo habían llegado a la mitad de la colina. Una colina parecida a aquélla a la que seguí a un grupo de campesinos en su camino hacia la ceremonia de purificación. La Noro se comunica con los dioses del Mar, de la Lluvia, de la Tierra, del Fuego. Ella habla como de miembros de la familia Todos se inclina ante la deidad hermana, que es el reflejo, en lo absoluto, de una relación privilegiada entre el hermano y la hermana. Incluso, después su muerte, la hermana Al amanecer, los americanos se retiraron. Hizo falta un mes más de lucha para que la isla se rindiera, y se vino abajo frente el mundo moderno.
Veintisiete años de ocupación americana, y luego, el restablecimiento de una controvertida soberanía japonesa: a dos millas de las boleras y las estaciones de gas, la Noro continúa su diálogo con los dioses. Después de ella, el diálogo se habrá terminado. Los hermanos nunca más sabrán que su hermana muerta está velando por ellos. Mientras filmaba esta ceremonia, supe que estaba presenciando el final de algo. Las culturas mágicas que desaparecen dejan huellas en aquellas que las suceden. Esta no dejará ninguna; la ruptura en la historia ha sido demasiado violenta. Toqué esa ruptura en la cumbre de la colina, de igual manera que la toqué en el borde del foso donde 200 chicas habían usado granadas para suicidarse en 1945 para no caer vivas en manos de los americanos. La gente tiene sus fotografías, tomadas frente al foso. Justo enfrente, se venden suvenires con forma de granadas. En la máquina de Hayao, la guerra se asemeja a cartas siendo quemadas, que se hacen trizas en un fotograma de fuego. La contraseña en Pearl Harbor era Tora, Tora, Tora; el nombre del gato por el que rezaba aquella pareja de Gokokuji. Así que, todo esto habrá empezado con el nombre de un gato pronunciado 3 veces. Los kamikazes de Okinawa bajando en picado contra la flota americana, se convertirían en leyenda. Evidentemente eran material más apropiado que las unidades especiales que expusieron a sus prisioneros primero a las amargas heladas de Manchuria y luego a agua caliente para ver a qué velocidad se separaba la carne de los huesos. Uno debería leer sus últimas cartas para saber que los kamikazes no eran todos voluntarios, ni eran todos samuráis fanáticos. Antes de beber su última taza de saké, Ryoji Uebara había escrito "Siempre he pensado que Japón debe vivir libre para vivir eternamente. Puede parecer idiota decir eso hoy, bajo un régimen totalitario. Nosotros, los pilotos kamikazes, somos máquinas. No tenemos nada que decir, salvo pedir a nuestros compatriotas que conviertan a Japón en el gran país de nuestros sueños. En el avión soy una máquina, un cacho de metal imantado que se empotrará contra un portaaviones. Pero una vez en la tierra soy un ser humano con sentimientos y pasiones. Perdonadme estos pensamientos desordenados. Os estoy dejando una imagen bastante melancólica, pero en el fondo estoy feliz. He hablado con sinceridad, perdonadme."
Cada vez que volvía de África, se paraba en la isla de Sal, que de hecho es una roca salada en medio del Atlántico. Al final de la isla, más allá del pueblo de Santa María y de su cementerio con tumbas pintadas; basta con caminar todo recto para encontrarse el desierto. Él me escribió: he comprendido las visiones. De repente estás en el desierto como en medio de la noche; lo que no es desierto, ya no existe más. No quieres creer las imágenes que surgen. ¿Te conté que hay emús en la Isla de Francia? Este nombre, Isla de Francia, suena de una forma extraña en la isla de Sal. Mi memoria superpone 2 torres: la que hay en el castillo del pueblo de Montpilloy que sirvió como campamento a Juana de Arco, y la torre del faro en la punta sur de Sal, probablemente uno de los últimos faros que funcionan con petróleo. La presencia de un faro en el Sahel parece un collage hasta que no ves el mar, junto a la arena y la sal. Las tripulaciones de los vuelos transcontinentales hacen su rotación en la Isla de Sal. Su club aporta a esta frontera vacía un toque bañista lo que hace el descanso aún más irreal. Alimentan a los perros extraviados que viven en la playa. Encontré a mis perros muy nerviosos esa noche; jugaban con el mar como si nunca antes lo hubieran visto. Más tarde al oír Radio Hong Kong, lo comprendí: hoy era el primer día del año nuevo lunar, y por primera vez en 60 años, el signo del perro se cruzaba con el signo del agua. Fuera, a once mil millas, una sombra solitaria permanece inmóvil en medio de las largas sombras móviles que la luz de Enero proyecta sobre el suelo de Tokio: la sombra del bonzo de Asakusa. También en Japón está empezando el año del perro. Los templos se llenan de visitantes que van a lanzar sus monedas y a rezar, al estilo japonés, una oración que se introduce en la vida sin interrumpirla. Perdido en el fin del mundo, en mi Isla de Sal, en compañía de mis juguetones perros, recuerdo aquel mes de enero en Tokio, o más bien, recuerdo las imágenes que filmé del mes de enero en Tokio. Se han sustituido a sí mismas en mi memoria. Ellas son mi memoria. Me pregunto cómo la gente puede recordar las cosas que no filman, no fotografían, no graban. ¿Cómo se las arregla la Humanidad para recordar? Ya lo sé: escribió la Biblia. La nueva Biblia será una eterna cinta magnética de un tiempo que tendrá que releerse a sí mismo constantemente sólo para saber que existió. Mientras esperamos el año 4001 y su memoria total, he aquí lo que pueden prometernos los horóscopos que sacamos en Año Nuevo de esas cajas hexagonales: un poco más de poder sobre esta memoria, que va de campamento en campamento, como Juana de Arco; que un aviso de onda corta desde Radio Hong Kong recibido en una isla de Cabo Verde se proyecta hacia Tokio, y que el recuerdo de un determinado color en la calle repercute sobre otro país, sobre otra distancia, otra música, y no acaba nunca. Al final del sendero de la memoria, los ideogramas de la Isla de France no son menos enigmáticos que el kanji de Tokio en la milagrosa luz del Año Nuevo. Es el invierno de la India, como si el aire fuera el primer elemento en salir purificado de las incontables ceremonias mediante las que los japoneses se desprenden de un año para entrar en el siguiente. Un mes entero es sólo suficiente para cumplir con todas las obligaciones que educación contrae con el tiempo, siendo sin duda, la más interesante, la adquisición en el Templo de Tenjin del Pájaro Uso, que según con una tradición se come todas tus mentiras del año que va a venir, y que según otra las convierte en verdades.
Pero, ¿qué da a la calle su color en enero? Lo que la hace de repente diferente, es la aparición del kimono. En la calle, en las tiendas, en las oficinas, en la Bolsa mismamente, al aire libre, las chicas sacan sus kimonos de invierno con cuellos de piel. En ese momento del año, los otros japoneses pueden estar perfectamente inventando la televisión extraplana, suicidándose con una sierra, o acaparando dos tercios del mercado mundial de semiconductores. Bien por ellos; pero sólo se las ve a ellas. El 15 de enero es el día de Los Veinte Años: una celebración obligatoria en la vida de una joven japonesa. Los gobiernos distribuyen pequeñas bolsas llenas con regalos, citas de libros, consejos: cómo ser una buena ciudadana, una buena madre, una buena esposa. Ese día, todas las chicas de 20 años pueden telefonear gratis a su familia, no importa a qué parte de Japón. Trabajo, familia y patria: ésta es la antesala de la madurez. El mundo de los takenoko y de los cantantes de rock se aleja como un cohete. Los oradores les explican lo que la sociedad espera de ellas. Speakers explain what society expects of them. ¿Cuánto tiempo hará falta para olvidar el secreto? Y
cuando todas las celebraciones se acaban, sólo queda recoger todos los adornos todos los
accesorios de la fiesta y quemándolos, hacer otra fiesta. Esto es el dondo-yaki, una bendición Shinto sobre los escombros que tienen derecho a la inmortalidad, como las muñecas en Ueno. El último estado, antes de la desaparición, de la realidad de las cosas. Daruma, el espíritu con un sólo ojo, reina supremo en la cumbre de la hoguera. El abandono debe ser una fiesta; la laceración debe ser una fiesta. Y la despedida de todo aquello que alguien ha perdido, roto, usado, debe ser ennoblecida mediante una ceremonia. Es Japón quien pudo cumplir el deseo de ese escritor francés que quería que el divorcio fuese un sacramento. La única parte desconcertante de este ritual era el corro de niños que golpean el suelo con largos palos. Sólo me dieron la explicación, bastante singular, —aunque para mí pudiera tomar la forma de un pequeño servicio íntimo— de que era para ahuyentar a los topos. Y
aquí, es donde, por sí solos, van y se insertan mis tres niños de Islandia.
He retomado el plano completo, añadiendo este final algo indeciso, la temblorosa toma bajo la fuerza del viento que nos golpeaba en el acantilado: todo lo que había seleccionado para ordenar, y que reflejaba mejor lo que veía en ese momento; ¿por qué la mantenía al extremo de los brazos, al extremo del zoom, hasta su último veinticuatroavo de segundo? La ciudad de Heimaey se extendía bajo nosotros. Y
cuando 5 años más tarde, Haroun Tazieff me envió lo que había grabado justo en el mismo
lugar, sólo eché de menos el nombre para aprender que la naturaleza hace su propio dondo- yaki. El volcán de la isla se había despertado. Miré aquellas imágenes, y fue como si el año 1965 por completo hubiera sido cubierto con cenizas. Así que, es suficiente esperar y el planeta, por sí solo, ya pone en escena el trabajo del tiempo. Volví a Ver lo que había sido mi ventana; vi emerger tejados y balcones familiares; las marcas de caminos que tomaba cada día a través de la ciudad, hasta el acantilado, donde me había encontrado a los niños; el gato con calcetines blancos que Haroun había tenido la delicadeza de filmar para mí, a encontrado de forma natural su lugar.
Y
pensé que de todos los rezos que habían salpicado este viaje, el más justo fue el de la mujer de
Gotokuji, quien simplimente dijo a su gato Tora: "Querido gato, dondequiera que estés, que la paz sea contigo" Y
entonces, al viaje le tocó el turno de entrar en la "Zona". Hayao me enseñó mis imágenes, ya
afectadas por los líquenes del tiempo, liberadas de la mentira que había prolongado la existencia de aquellos momentos engullidos por la espiral. Cuando llegó la primavera, cuando cada cuervo anunciaba su llegada elevando su graznido medio tono, tomé el tren verde de la Yamanote Line y me bajé en la estación de Tokio, cerca de la Central de Correos. Incluso si la calle estaba vacía, esperaba con la luz roja, al estilo japonés, para dejar espacio a los espíritus de los coches rotos. Incluso si no estaba esperando ninguna carta, me paraba delante de la ventanilla de recogida, para honrar a los espíritus de las cartas hechas pedazos, y frente a la ventanilla de los envíos, para saludar a los espíritus de las cartas aún no enviadas. Aprecié la magnitud de la insoportable vanidad de Occidente, que nunca ha parado de privilegiar el Ser frente al no-Ser, lo dicho frente a lo no-dicho. Caminé a lo largo de los pequeños almacenes de comerciantes de ropa. Oí en la distancia la voz del Sr. Akao reverberando por los altavoces que había subido medio tono más. Entonces, descendí a la parte baja donde mi amigo, el maniático, está ocupado con su graffiti electrónico. Al final su lenguaje me toca, porque habla de esa parte de nosotros, empeñada en hacer dibujos en las paredes de las prisiones. Un cacho de tiza para seguir los contornos de lo que no es, o no es nunca más, o no es aún. Una escritura de la que cada uno se servirá para componer su propia lista de "cosas que aceleran el corazón", para ofrecerlas, o para borrarlas. En ese momento, la poesía será hecha por todos, y habrá emús en la "Zona". Él me escribe desde Japón. Él me escribe desde África. Él me escribe que ahora ya puede evocar la mirada de la mujer del mercado de Praia, que sólo había durado lo que un fotograma. ¿Habrá algún día una última carta?
FIN