San Serafin Sarov

  • November 2019
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Las enseñanzas de San Serafín de Sarov Contenido: Sobre Dios. Las causas de la venida de Cristo. La fe. La esperanza. El amor a Dios. El amor al prójimo. La misericordia. No juzgar, perdonar las ofensas. La penitencia. El ayuno. La paciencia y la humildad. Las enfermedades. La paz del alma. Las hazañas espirituales. La pureza del corazón. Como reconocer los movimientos del corazón. La excesiva preocupación por lo mundano. La tristeza. La vida activa y la contemplativa. La luz de Cristo. La adquisición del Espíritu Santo. Sobre Dios Dios es el fuego que calienta e inflama a los corazones y las entrañas. Por eso si sentimos frío en nuestros corazones, éste proviene del diablo (porque El es frío); llamemos al Señor y El vendrá y calentará nuestro corazón con un amor perfecto, no solo hacia El, sino también hacia nuestros prójimos. Y por el calor de Su rostro huirá el frío del que odia el bien. Donde está Dios no hay mal. Todo lo que proviene de Dios es útil, trae paz y lleva al hombre a condenar sus defectos y a ser humilde. Dios demuestra Su amor a los hombres no solo cuando hacemos el bien, sino también cuando Lo ofendemos con nuestros pecados. ¡Con qué enorme paciencia soporta El nuestras faltas! Y cuando nos castiga, ¡con qué misericordia lo hace! El beato Isaac dice: "No llames Justo a Dios, porque en tus hechos no se ve Su justicia. Es verdad que David Lo llamaba justo y derecho, pero el Hijo de Dios nos hizo ver que Dios es aún más benigno y misericordioso. ¿Dónde esta Su justicia? Fuimos pecadores y Cristo murió por nosotros" (san Isaac el Sirio, discurso 90). Las causas de la venida de Cristo: el amor de Dios al género humano "De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo Unigénito" (Jn. 3:16). Restablecimiento en el hombre caído de la imagen y semejanza Divinas. La salvación de las almas humanas: "Porque no envió Dios a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El" (Jn. 3:17). Nosotros, en concordancia con los objetivos de Nuestro Salvador, debemos vivir de acuerdo a Su Divina enseñanza, para salvar con esto nuestras almas. La fe Según dice San Antíoco, la fe es el comienzo de nuestra unión con Dios: el creyente verdadero es una piedra del templo Divino, preparado para el edificio de Dios Padre, elevado a la altura con la fuerza de Jesucristo, o sea, con Su cruz y con la ayuda de la

Gracia del Espíritu Santo. "La fe sin obras es muerta" (Jac. 2:26). Obras de la fe son: el amor, la paz, la paciencia, la benevolencia, la humildad, llevar la cruz y vivir espiritualmente. La fe verdadera no puede quedar sin obras buenas. Quien cree sinceramente, invariablemente hace también obras de bien. La Esperanza Todos, los que tienen una firme esperanza en Dios, se elevan a El y se iluminan con el resplandor de la luz eterna. Si el hombre no se ocupa demasiado de sí mismo por el amor a Dios y para las obras de virtud sabiendo que Dios se ocupa de El, entonces su esperanza es verdadera y sabia. En cambio, si el hombre confía solamente en sí mismo y sus actos y se dirige a Dios solo cuando tiene grandes e inesperadas dificultades y solo cuando ve la insuficiencia de sus medios empieza a confiar en la ayuda de Dios, entonces tal esperanza es vana y falsa. La verdadera esperanza busca sólo al Reino de Dios y está segura de que todo lo necesario para la vida temporal le será dado siempre. El corazón no puede tener paz hasta que logre tal esperanza. Ella es la que lo apacigua totalmente y le da alegría. Sobre este tipo de esperanza dijo nuestro Salvador: "Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar" (Mt. 11:28). El amor a Dios Aquel que logra un perfecto amor a Dios vive esta existencia como si no perteneciera a este mundo. Ya que El se siente extraño para lo visible y espera con paciencia lo invisible. El se cambió por entero en el amor a Dios y dejó todos sus vínculos mundanos. El que ama realmente a Dios con todo su ser, se considera como peregrino y extranjero en esta tierra ya que ve sólo a Dios debido a su tendencia a buscarlo. La preocupación por el alma. El cuerpo del hombre se parece a una vela prendida. La vela debe quemarse y el hombre debe morir. Pero su alma es inmortal y por esto nuestra preocupación debe ser mayor por el alma que por el cuerpo: "¿Qué aprovechara al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiera su alma? O ¿qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mt. 16:26), por la cual nada en el mundo puede servir de recompensa. Si un alma, por sí sola, es más preciosa que todo el mundo y el reino terrenal, entonces, es sin duda más precioso el Reino de los Cielos. Consideramos el alma como lo más valioso porque como dice san Macario el Grande - Dios no se dignó a comunicarse ni a unirse con Su naturaleza espiritual a ninguna criatura visible, a excepción del hombre, al cual ama más que a todas Sus criaturas. Amor al prójimo.

A los prójimos hay que tratarlos amablemente, no hay que mostrar nunca ni siquiera disgusto, aún si nos ofenden. Si nos alejamos de alguien o lo ofendemos, sentimos como una piedra sobre nuestro corazón. Hay que animar el espíritu de un hombre triste o abatido con palabras de amor. Cuando vez a tu hermano pecando - cúbrelo, como aconseja san Isaac el sirio: "Extiende tu capa sobre el pecador y cúbrelo." Con respecto a nuestros prójimos, debemos ser puros de palabra y pensamiento y tratarlos a todos por igual; si no convertiremos nuestra vida en algo inútil. Hay que saber amar al prójimo no menos, que a nosotros mismos, según el mandamiento del Señor: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lc. 10:27). Pero no de manera tal que el amor al prójimo exceda los límites y nos aleje del cumplimiento del primer y más importante mandamiento: el de amar a Dios. El mismo Señor nos enseña: "El que ama a padre o madre mas que a mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija mas que a mí, no es digno de Mí" (Mt. 10:37). La misericordia. Hay que ser misericordioso hacia los pobres y los peregrinos; sobre esto se preocupaban mucho los Padres y las grandes luminarias de la Iglesia. Con respecto a esta virtud tenemos tratar, por todos los medios, de cumplir los siguientes mandamientos de Dios: "Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso" y "Misericordia quiero, y no sacrificio" (Lc. 6:36; Mt. 9:13). Los sabios escuchan estas palabras salvadoras y los necios no las escuchan; por eso la recompensa no será igual, como fue dicho: "El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará" (2 Cor. 9:6). Que el ejemplo de Pedro Dador de pan, quien por un pedazo de pan ofrecido a un mendigo, recibió el perdón de todos sus pecados (lo que le fue mostrado en una visión), nos inspire a ser misericordiosos con los prójimos, ya que incluso una pequeña limosna ayuda mucho a obtener el Reino de Dios. Hay que ofrecer la limosna con buena disposición del alma; como dice san Isaac el Sirio: "Si das algo a quien te lo pide, que la alegría de tu rostro preceda a tu dádiva y con palabras benignas consuela su pena." No juzgar y perdonar las ofensas. No se debe juzgar a nadie, incluso aunque hayas visto con tus propios ojos sus pecados y sus transgresiones a los mandamientos de Dios. Como dice la palabra Divina: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mt. 7:1). "¿Tu quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio Señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme" (Rom. 14:4). Es mucho mejor recordar las palabras del Apóstol: "El que piensa estar firme, mire que no caiga" (1 Cor. 10:12). No hay que sentir ni odio ni ira a una persona que está enemistada con nosotros, por el contrario hay que amarlo y tratar de hacerle tanto bien como nos sea posible, como Dios

nos enseña: "Amad a vuestros enemigos... haced bien a los que os aborrecen" (Mt. 5:44). Si tratamos con todas nuestras fuerzas de cumplir este mandamiento podemos tener la esperanza de que la luz Divina brille en nuestros corazones, que nos ilumine el camino hacia el Jerusalén Celestial. ¿Por qué acusamos a nuestros prójimos? Es porque no tratamos de conocernos a nosotros mismos. Quien está ocupado en conocerse a sí mismo no tiene tiempo para criticar las faltas de los demás. Júzgate a ti mismo - y dejarás a juzgar a los demás. Condena la mala acción, pero no a aquel que la comete. Asimismo hay que considerarse como el peor de los pecadores y perdonar cualquier acción mala del prójimo. Hay que odiar únicamente al diablo pues éste fue quien lo sedujo. Además una acción del prójimo puede parecernos mala pero ser en realidad una buena obra por sus buenas intenciones. Por otro lado la puerta de la penitencia está abierta para todos y no se puede saber quien entrará primero por ella: si tú, quien acusa o el juzgado por ti. La penitencia. El que desea salvarse, debe tener su corazón siempre dispuesto al arrepentimiento y la contrición: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tu, oh Dios" (Sal. 51:17). Con el espíritu humilde, el hombre puede evitar con facilidad todas las trampas astutas del diablo, quien se esfuerza a alterar el espíritu del hombre y sembrar sus cizañas, según las palabras Evangélicas: "¿Señor, no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña? El les dijo: Un enemigo ha hecho esto" (Mt. 13:27-28). Cuando el hombre trata de tener el corazón humilde y guarda paz en sus pensamientos, todas las maquinaciones del enemigo son vanas. Ya que donde hay paz en los pensamientos reposa el mismo Dios; se dijo: en la paz está Su lugar (Sal.76:2). Nosotros, durante toda la vida, ofendemos la grandeza Divina con nuestras caídas en pecado; por eso debemos pedirle con humildad perdón al Señor por nuestros pecados. El ayuno. Nuestro Señor Jesucristo, Jefe de las hazañas espirituales y Salvador Nuestro, antes de empezar la hazaña de la redención del género humano, se fortificó con un prolongado ayuno. Todos los ascetas antes de comenzar a trabajar para el Señor, se armaban con ayunos y sólo en ayuno empezaban el camino de la cruz. Sus progresos en el ascetismo medían con sus éxitos en el ayuno. Con todo esto, los santos ascetas sorprendían a todos al no conocer la debilidad, siempre permanecían briosos, fuertes y listos para la acción. Las enfermedades entre ellos eran muy raras y sus vidas eran muy prolongadas. Mientras el cuerpo del ayunante se vuelve ligero y más delgado, la vida espiritual se perfecciona y se muestra en fenómenos sobrenaturales. Entonces el espíritu actúa como en un cuerpo incorpóreo. Los sentidos externos se cierran y la mente, apartándose de lo

terrenal, se eleva hacia el cielo y se sumerge completamente en la contemplación del mundo espiritual. Pero no todos pueden seguir esta regla muy severa de contención en todo y de privación de todo lo que puede servir para aliviar las dolencias. "El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba" (Mt. 19:12). Se debe ingerir una cantidad de comida para que el cuerpo se fortifique y sea un ayudante y amigo del alma en hacer el bien; en caso contrario un cuerpo debilitado puede debilitar el alma. Los días miércoles y viernes, especialmente durante las cuatro abstinencias anuales, sigue el ejemplo de los Padres y come una sola vez por día y el Ángel del Señor estará siempre contigo. La paciencia y la humildad Siempre hay que soportar todo lo que pasa y recibirlo como enviado por Dios y con agradecimiento. Nuestra vida es un minuto en comparación con la eternidad. Por esto, como dice el apóstol: "las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Rom. 8:18). Soporta en silencio cuando te ofende un enemigo y sólo al Señor abre en ese caso tu corazón. Al que te humilla o denigra tu honor, trata por todos los medios de perdonarlo con todo tu corazón, según la palabra Evangélica: "Al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva" (Luc. 6:30). Cuando la gente nos insulta, debemos considerarnos indignos de halagos y debemos pensar que si fuéramos dignos, todos nos respetarían. Debemos siempre portarnos humildemente con todos los hombres, como nos dice san Isaac el Sirio: " Sé humilde y verás la Gloria de Dios en ti." Las enfermedades El cuerpo es el esclavo del alma, que es la reina. Por eso, ocurre a menudo que por la misericordia Divina nuestro cuerpo se debilita con enfermedades y con ellas nuestros vicios pierden fuerza y el hombre vuelve en sí. Además la misma enfermedad corporal puede ser consecuencia de nuestras pasiones y nuestros vicios. A quien soporta la enfermedad con paciencia y agradecimiento la enfermedad se le computa como una hazaña espiritual o incluso más que esto. Un monje anciano, que sufría de hidropesía, decía a los hermanos, que lo venían a curar: "Padres oren para que mi alma no sufra de semejante enfermedad. Ruego a Dios que no me libere de mi actual dolencia de repente ya que mientras mi persona externa se consume, el hombre interno se renueva" (2Cor 4:16). La paz del alma. La paz del alma se logra sufriendo penas. Las Escrituras dicen: "Pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste a abundancia" (Sal. 66:12). Para los que desean complacer a Dios, el camino transcurre a través de muchas penas. ¿Cómo podemos alabar a los

santos mártires por sus sufrimientos que pasaron por Dios si no sabemos siquiera aguantar una fiebre? Para lograr la paz interna nada es mejor a permanecer en silencio, preferentemente conversando consigo mismo y muy poco con los demás. Es señal de vida espiritual cuando una persona penetra en su mundo interior y trabaja secretamente en su corazón. Esta paz, como un tesoro invaluable, dejó nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos antes de Su muerte, diciendo: "La paz os dejo, Mi paz os doy" (Jn. 14:27). También el apóstol lo dice: "La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Filip. 4:7). "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (Heb. 12:14). Por ello debemos dirigir todos nuestros pensamientos, deseos y actos para el recibimiento de la paz Divina y siempre clamar con la Iglesia: "Señor Dios nuestro, Tu nos darás paz" (Is. 26:12). Es necesario, por todos los medios, tratar de conservar la paz del alma y no indignarse por las ofensas de otra gente. Para eso es menester evitar la ira y con atención proteger la mente y el corazón de vacilaciones incorrectas. Las ofensas hay que soportarlas con indulgencia y aprender a tomarlas como si no nos afectaran. Este ejercicio puede darle la calma a nuestro corazón y hacerlo morada del Mismo Dios. Vemos un ejemplo de tal ausencia de ira en la vida de san Gregorio el Milagroso. Una ramera le exigía públicamente que le pagara por un supuesto pecado cometido con ella. El no se enojó con ella y le dijo mansamente a su amigo:" Dale enseguida el precio que ella exige." La mujer, tan pronto recibió el pago injusto, se tornó poseída por un demonio. Entonces el Santo, con oraciones, expulsó al demonio de ella. Si es imposible evitar indignarse, como mínimo hay que detener la lengua, según la palabra del rey David: "Estaba yo quebrantado, y no hablaba" (Sal. 77:4). Podemos seguir en este caso los ejemplos de san Spiridón de Trimifun y de san Efremo el Sirio. El primero soportó una ofensa así: una vez, tras ser llamado por el rey de Grecia, quería entrar en el palacio y uno de los servidores, tomándolo por un mendigo, no lo dejaba entrar, se reía de él y hasta lo abofeteó. San Spiridón que era manso, le presentó la otra mejilla, como indica el Evangelio (Mt. 5:39). San Efremo, que vivía en el desierto, se quedó sin comida una vez cuando su discípulo rompió sin querer por el camino la vasija que la contenía. El santo, viéndolo muy triste, le dijo: "No te aflijas, hermano, si la comida no quiso llegar a nosotros, iremos hacia ella." Y el santo fue, se sentó al lado de la vasija rota y comió lo que se había caído. ¡Hasta tal punto era su mansedumbre y su falta de ira! Para mantener la paz del alma, hay que apartar de uno la tristeza y tratar de tener el espíritu alegre, según la palabra del sabio Sirah: "La tristeza mató a muchos y no hay utilidad en ella" (Sir. 30:25). Para conservar la paz del alma hay que evitar también criticar a la gente. Con el silencio

y la condescendencia hacia el hermano se conserva la paz del alma. Encontrándose en este estado es posible recibir revelaciones Divinas. Para no caer en la condenación de los prójimos, no hay que aceptar malos comentarios de nadie, estar como muerto para esos dichos y escuchar nuestro interior. Para la paz espiritual hay que entrar en sí mismo más a menudo y preguntarse: ¿Dónde estoy? Además hay que estar atento para que los sentidos corporales, sobre todo la vista, sirvan al hombre interno y no lo distraigan con objetos sensuales o sensoriales. Hay que recordar que los dones de gracia lo reciben solamente aquellos que trabajan internamente y cuidan sus almas. Las hazañas espirituales. A los discípulos que trataban de hacer hazañas excesivas, san Serafín les decía, que soportar mansamente y sin quejas las ofensas son nuestras pesadas cadenas y pesas y nuestra vestimenta pesada hecha de áspero material (que algunos monjes usaban para dominar su cuerpo). No hay que emprender hazañas desmedidas y hay que tratar de que nuestro cuerpo nos sea fiel y nos ayude en ser virtuosos. No hay que desviarse ni a la derecha, ni a la izquierda, tomando el camino del medio (Sabid. 4:27), dándole al espíritu lo espiritual y al cuerpo lo corporal, lo necesario para mantener nuestra vida temporal. Tampoco hay que negarle a la vida social lo que ella exige, como dicen las Sagradas Escrituras: "Dad al Cesar lo que es de Cesar, y a Dios lo que es de Dios" (Mt. 22:21). Hay que ser condescendiente con nuestra alma por sus debilidades e imperfecciones y soportar sus fallas, así como las de nuestros prójimos; pero no podemos tornarnos perezosos y debemos obligarnos permanentemente a mejorar. Si comiste de más o hiciste otra cosa por debilidad humana, no te turbes y no le agregues mal al mal, sino con empeño trata de corregirte y guardar la paz del alma, como dijo el apóstol: "Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba" (Rom. 14:22). El mismo sentido tienen las palabras del Salvador: "Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt. 18:3). Cualquier éxito lo debemos atribuir al Señor y decir con el profeta: "No a nosotros, no a nosotros Señor, si no a Tu nombre de la Gloria" (Sal. 115). La pureza del corazón. Tenemos que proteger siempre nuestro corazón de pensamientos e impresiones indecentes, como dice el autor de las Parábolas: "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida" (Prov. 4:23). De una larga protección del corazón, nace en éste la pureza, para la cual es accesible ver al Señor, según la afirmación de la Verdad eterna: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt. 5:8). Lo mejor que tenemos en el corazón no lo debemos mostrar sin necesidad, ya que lo obtenido sólo está a salvo de los enemigos visibles e invisibles cuando es conservado

como tesoro en el fondo del corazón. No le descubras a todos los secretos de tu corazón. Como reconocer los movimientos del corazón. Cuando el hombre recibe algo Divino se alegra en su corazón; en cambio cuando recibe algo diabólico, se siente confundido y turbado. Cuando el corazón del cristiano recibe algo Divino no necesita confirmar por otro medio que esto proviene del Señor; se convence solo de que proviene del Señor ya que siente en sí los frutos espirituales: "amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza" (Gal. 5:22-23). En cambio el corazón por el diablo, aunque se disfrace de Ángel de luz (2 Cor. 11:14) o presente pensamientos de la mejor apariencia, siempre sentirá algo incierto, inquietud en los pensamientos y confusión de los sentidos. El diablo, que "como un león, se esconde en su cueva" (Sal. 10:9), en secreto pone sus redes de pensamientos sucios e indecentes. Apenas los notamos, debemos destruirlos con la oración y pensamientos piadosos. Necesitamos una gran atención y esfuerzos para que durante el canto de los salmos, nuestra mente esté de acuerdo con el corazón y la boca y para que en nuestra oración no se mezclen malos olores con el incienso. Dios rechaza al corazón con pensamientos impuros. Durante día y noche, siempre, con lagrimas, acudamos a la misericordia Divina, para que El purifique nuestros corazones de cualquier pensamiento malo, para poder ofrecerle dignamente los dones de nuestro servicio. Hacemos bien cuando no aceptamos pensamientos malos inducidos por el diablo. El espíritu impuro tiene influencia fuerte solo sobre los apasionados, a los purificados de pasiones los toca solo en forma parcial o externa. Una persona joven no puede no turbarse por pensamientos corporales. Pero él debe rezar al Señor Dios para que se apague el fuego de pasiones viciosas desde el principio. Entonces la llama no se fortalecerá. La excesiva preocupación por lo mundano. La preocupación excesiva por las cosas de la vida es característica para un hombre no creyente y pusilánime. ¡Y pobre de nosotros, si pensando en nosotros mismos, no depositamos la esperanza en Dios, que se preocupa de nosotros! Si los bienes visibles que usamos en el presente no se lo atribuimos a El, ¿cómo podemos esperar de El los bienes prometidos para el futuro? No seamos así poco creyentes y busquemos mejor en primer término al Reino de Dios y todas estas cosas nos serán añadidas, según la palabra del Salvador (Mt. 6:33). La tristeza. Cuando el espíritu malo de la tristeza se apodera del alma, la llena de amargura y desagrado, no le deja orar con la dedicación necesaria, dificulta la lectura de escritos

espirituales, la priva de bondad, mansedumbre y buen humor en las relaciones con la gente y rechaza toda conversación. Porque el alma, llena de tristeza, se vuelve como alienada y exaltada, no puede recibir con tranquilidad ningún consejo bueno, ni contestar mansamente a las preguntas. Ella huye de la gente, como si fueron ellos los causantes de su estado y no entiende que su enfermedad es interna. La tristeza es un gusano en el corazón, que roe a su propia madre. Quien venció a sus pasiones también venció a la tristeza. En cambio, el vencido por las pasiones no evitará la tristeza. Como un enfermo se distingue por el color de su rostro, el poseído por una pasión se manifiesta por la tristeza. Quien ama al mundo no puede evitar la tristeza. El que desprecia el mundo está alegre siempre. Así como el fuego purifica al oro, la tristeza por Dios (el arrepentimiento) purifica al corazón pecador. La vida activa y la contemplativa. El hombre consta de alma y cuerpo y por eso su camino de vida debe comprender las acciones corporales y las del alma, de vidas activa y contemplativa. La vida activa está compuesta por el ayuno, la contención, la vigilia, la oración, el arrodillamiento y otros esfuerzos corporales, que constituyen un camino estrecho y penoso de sacrificios, que lleva a la vida eterna, según el Evangelio (Mt. 7:14). La vida contemplativa incluye el direccionamiento de la mente hacia Dios, el corazón atento, la oración concentrada, con lo que se llega a la contemplación de objetos espirituales. El que desea tener una vida espiritual, debe empezar por la vida activa, porque sin la vida activa no podrá entrar en la vida contemplativa. La vida activa sirve para purificarnos de las pasiones viciosas y nos eleva a un escalón de una perfección de acción, que nos abre el camino a la vida contemplativa. Solamente los purificados de pasiones y perfectos pueden acercarse a esta otra vida(la contemplativa), como se ve de la Sagrada Escritura: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt. 5:8) y de las palabras de san Gregorio el Teólogo: "Hacia la contemplación pueden acercarse, sin peligro, solo los perfectos, por su experiencia." Si no tenemos un maestro para dirigirnos a la vida contemplativa, hay que guiarse por las Sagradas Escrituras, ya que el mismo Señor Jesucristo nos ordena aprender de Ellas: "Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros les parece que en ellas tenéis la vida eterna" (Jn. 5:39). No se debe dejar la vida activa ni siquiera después de haber tenido tanto éxito y haber llegado a la contemplativa porque ésta es ayudada y enaltecida por la vida activa. La luz de Cristo. Para recibir y sentir en el corazón la luz de Cristo, hay que alejarse lo más posible de las acciones visibles. Luego de purificar el alma con la penitencia y obras de bien, y con

una fe sincera en el Crucificado, cerrando los ojos, hay que sumergir la mente en el interior del corazón, clamar y llamar, sin cesar, el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Entonces, en la medida del esfuerzo y del ardor del espíritu hacia el Bienamado (Luc. 3:22), el hombre encuentra en el nombre invocado una dulzura que provoca sed de conocimiento superior. Cuando el hombre internamente ve la luz eterna su mente se torna limpia y libre de imágenes sensoriales. Estando todo concentrado en la admiración de la belleza no creada, olvida todo lo sensorial, no se quiere ver tampoco a sí mismo, quiere esconderse en el núcleo de la tierra, solo para no perder a este verdadero Bien: a Dios. La adquisición del Espíritu Santo. (Extraído de las conversaciones con Motovilov). La verdadera finalidad de nuestra vida cristiana consiste en la adquisición del Espíritu Santo de Dios. El ayuno, la vigilia, la oración, la limosna y toda obra de bien, hecha en nombre de Cristo, son medios para recibir el Divino Espíritu Santo. Sólo las obras de bien hechas por Cristo nos traen los frutos del Espíritu Santo. Algunos dicen que la escasez de aceite en las lámparas de las vírgenes insensatas hace referencia a la escasez de virtudes (parábola de las diez vírgenes, Mt. 25:1-12). Esta interpretación no es del todo correcta. ¿Tienen ellas falta de virtudes si, a pesar de ser nominadas insensatas, son llamadas vírgenes ? La virginidad es una virtud altísima, como un estado similar al angelical y podría por sí sola suplir a otras virtudes Yo pienso humildemente que les faltaba precisamente gracia del Santísimo Espíritu Santo. Ellas obraban bien pero creían, por errores espirituales, que en eso solo consiste el cristianismo. Cuando hicieron una obra de bien creyeron que hicieron también una obra Divina y no se preocuparon si recibieron la Gracia de Dios o si la alcanzaron. Justamente era la gracia del Espíritu Santo, simbolizada por el aceite, la que hacía falta a las Vírgenes necias. Ellas son llamadas "necias" porque se olvidaron del fruto necesario de la virtud, que es la gracia del Espíritu Santo, sin la cual nadie puede ni podrá salvarse ya que "toda alma es vivificada por el Espíritu Santo y elevada por la pureza y es iluminada por la Unidad de la Trinidad de manera sagrada y misteriosa" (Antífona antes del Evangelio en el servicio matutino). El Espíritu Santo Mismo viene a habitar en nuestras almas; y esta residencia y la coexistencia en nosotros del Todopoderoso, de su Unidad Trinitaria con nuestro espíritu, no nos son dadas más que a condición de trabajar, por todos los medios en nuestro poder, para la obtención del Espíritu Santo y esto prepara en nuestro cuerpo y nuestra alma una morada digna de este encuentro, un trono para la coexistencia del Dios que todo creó con nuestro espíritu. Como dice la palabra inmutable de Dios: "Habitaré y caminaré en medio de ellos; seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (2 Cor. 6:16; Lv. 26:1112; Ez. 37:27). Este es el aceite que las prudentes tenían en sus lámparas, que fue capaz de alumbrar por muchas horas y que les permitió a éstas vírgenes recibir la llegada del Esposo a

medianoche y entrar con El al castillo del goce eterno. Las Vírgenes necias, al ver que la luz de sus lámparas estaba por extinguirse, fueron al mercado en busca de aceite, pero no tuvieron tiempo de regresar pues la puerta se había cerrado. El mercado es nuestra vida. La puerta del palacio, cerrada e impidiendo el acceso al Esposo es nuestra muerte humana; las vírgenes prudentes y necias son las almas cristianas. El aceite no simboliza nuestras acciones buenas sino la gracia del Espíritu Santo que obtenemos por ellas, gracia que transforma lo perecedero en imperecedero, la muerte del alma en vida espiritual, las tinieblas en luz, el establo donde están encadenadas como bestias y animales nuestras pasiones, en templo de Dios, en un radiante castillo de alegría eterna por Jesucristo, Nuestro Señor, Creador y Salvador. Grande es la compasión que Dios tiene por nuestra desgracia, es decir por nuestra negligencia hacia Su solicitud cuando dijo: "Mira que estoy de pie junto a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (Ap. 3:20); por "puerta" debemos entender el curso de nuestra vida aún no detenido por la muerte. Holy Trinity Orthodox Mission 466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 901011 Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

«El Verdadero Objetivo de la Vida Cristiana» CONVERSACIÓN CON MOTOVILOV El verdadero objetivo de la vida cristiana En nombre de Cristo La adquisición del Espíritu Santo La parábola de las Vírgenes La plegaria Cuando la oración da lugar al Espíritu Santo Comercio espiritual Ver a Dios La Creación El árbol de la vida y el pecado original El Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento El Espíritu de Dios entre los paganos La llegada de Cristo revelada por el Espíritu Santo Renovación del "soplo de vida" perdido por Adán Pentecostés

El bautismo Arrepentimiento La sangre del Cordero da a cambio el fruto del árbol de la vida La Virgen María Diferencia entre la acción del Espíritu Santo y la del maligno La gracia del Espíritu Santo es luz Presencia del Espíritu Santo La Luz no creada Difusión del mensaje Monje y laico Legitimidad de los bienes terrenales Actividad misional Poder de la fe Introducción: Era un jueves. El cielo estaba gris y la tierra cubierta de nieve; espesos copos continuaban remolineando cuando el Padre Serafín inició nuestra conversación en un claro del bosque, cerca de su "Pequeña Ermita," frente al río Sarovka, que corre al pie de la colina. Me hizo sentar sobre el tronco de un árbol que acababa de talar y se puso en cuclillas frente a mí. - El Señor me reveló, dijo el gran staretz, que desde vuestra infancia deseáis saber cuál es el objetivo de la vida cristiana, y que infinidad de veces habéis interrogado sobre este problema a muchas personas, incluso a aquellas que están ubicadas en la más alta jerarquía de la Iglesia. Debo decir que, efectivamente, desde los doce años esta idea me perseguía y que infinidad de veces yo había planteado la cuestión a muchas personalidades eclesiásticas sin recibir jamás una respuesta satisfactoria. Pero nada de esto lo había contado jamás el staretz. Pero nadie, continuó el Padre Serafín, os dijo nada preciso. Se os aconsejaba ir a la iglesia, orar, vivir según las mandamientos de Dios, hacer el bien; tal –se decía– , era el objetivo de la vida cristiana. Incluso algunos desaprobaban vuestra curiosidad, encontrándola impropia e impía. Pero ellos estaban equivocados. En cuanto a mi, miserable Serafín, os explicaré ahora en qué consiste realmente ese objetivo. El verdadero objetivo de la vida cristiana La plegaria, el ayuno, las vigilias y las otras prácticas cristianas, son aparentemente buenas en sí mismas, pero no constituyen el objetivo de la vida cristiana. El verdadero objetivo de la vida cristiana consiste en la adquisición del Espíritu Santo de Dios. En cuanto a la plegaria, el ayuno, las vigilias, la limosna y toda buena acción hecha en nombre de Cristo, no son más que medios para alcanzar la adquisición del Espíritu Santo.

En nombre de Cristo Mientras que una sola buena acción hecha en nombre de Cristo puede procurarnos los frutos del Espíritu Santo, nada de lo que no fuera hecho en su Nombre, incluso el bien, podrá traernos recompensa alguna en el siglo futuro, ni en esta vida nos dará la gracia divina. Es por eso que el Señor Jesucristo decía: "El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama" (Lc. 11,23). Por lo tanto, estamos obligados a la buena acción, a la "acumulación" o cosecha, ya que, aún cuando ella no hubiera sido realizada en Nombre de Cristo, permanecerá como buena. La Escritura dice: "Sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia" (Hch. 10,35). El centurión Cornelio, que temía a Dios y actuaba según la justicia, fue visitado, mientras estaba orando, por un ángel del Señor que le dijo: "Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar, y cuando llegue, él te hablará" (Hch. 10,32). En consecuencia, se observa que el Señor emplea sus medios divinos para permitir al hombre no estar privado, en la eternidad, de la recompensa que se le debe. Pero para obtenerla es necesario que, desde aquí abajo, él comience por creer en Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, que descendió sobre la tierra para salvar a los pecadores, así como para adquirir la gracia del Espíritu Santo, que introduce en nuestros corazones el Reino de Dios y nos abre el camino de la beatitud del siglo futuro. Allí se detiene la satisfacción que procuran a Dios las buenas acciones que no son realizadas en el Nombre de Cristo. El Señor nos da los medios para perfeccionarlas. Al hombre corresponde aprovecharlos o no. Es por eso que el Señor dijo a los judíos: "Si fuerais ciegos, no tendríais, pecado; mas ahora, porque decís: '¡Vemos!' vuestro pecado permanece" (Jn. 9,41). Cuando un hombre como Cornelio, cuya obra no fue hecha en el Nombre de Cristo, pero que fue agradable a Dios, cree en Su Hijo, esta obra le es computada como hecha en Nombre de Cristo (Hechos cap. 10). En caso contrario, el hombre no tiene el derecho a quejarse de que el bien cumplido no le fue beneficioso. Esto no sucede jamás cuando una buena acción fue hecha en Nombre de Cristo, ya que el bien cumplido en Su Nombré aporta, no sólo una corona de gloria en el siglo futuro, sino que desde aquí abajo, lo llena al hombre de la gracia del Espíritu Santo, como se dijo: "Porque cuando habla aquel a quien Dios envió, es Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu. El Padre ama al Hijo y le ha confiado todo" (Jn. 3,34-35). La adquisición del Espíritu Santo En consecuencia, el verdadero objetivo de nuestra vida cristiana está en la adquisición de este Espíritu de Dios; en tanto que la plegaria, las vigilias, el ayuno, la limosna y las otras acciones virtuosas, hechas en Nombre de Cristo, no son sino medios para adquirirlo. –¿Cómo la adquisición? –pregunté al Padre Serafín– no comprendo muy bien.

– La adquisición, es la misma cosa que la obtención. ¿Sabes qué es adquirir dinero? En relación al Espíritu Santo se trata de algo semejante. Para el común de las gentes, el objetivo de la vida consiste en la adquisición de dinero, de ganancia. Los nobles, además, desean obtener honores, signos de distinción y demás recompensas acordadas por los servicios rendidos al Estado. Pues bien, la adquisición del Espíritu Santo es también un capital, pero un capital eterno, dispensador de gracias, muy semejante a los capitales temporales, y que se obtiene por los mismos procedimientos. Nuestro Señor Jesucristo, Dios Hombre, compara nuestra vida a un mercado y nuestra actividad sobre la tierra a un comercio. El nos recomendó a todos : "Hagan negocio mientras regreso" (Lc. 19,12-13). Además dijo: Apresuraos para obtener bienes celestiales negociando las mercancías terrenales. Estas mercancías terrenales no son otras que las acciones virtuosas hechas en Nombre de Cristo y que nos aportan la gracia del Espíritu Santo. La parábola de las Vírgenes En la parábola de las Vírgenes prudentes y las Vírgenes necias (Mt. 25,1-13) cuando estas últimas carecieron de aceite, se les dijo: "Id a comprarlo al mercado." Pero al regresar, ellas encontraron la puerta de la cámara nupcial cerrada y no pudieron entrar. Algunos estiman que la falta de aceite en las Vírgenes necias simboliza la insuficiencia de acciones virtuosas hechas en el curso de su vida. Tal interpretación no es enteramente justa. ¿Qué carencia de acciones virtuosas podía haber ya que ellas eran llamadas vírgenes, aunque necias? La virginidad es una gran virtud, un estado casi angélico, pudiendo reemplazar todas las otras virtudes. Yo, miserable, pienso que les faltaba justamente el Espíritu Santo de Dios. Practicando las virtudes, estas vírgenes, espiritualmente ignorantes, creían que la vida cristiana consistía en estas prácticas. Hemos actuado de una manera virtuosa, hicimos obras piadosas, pensaban ellas, sin inquietarse por haber recibido, o no, la gracia del Espíritu Santo. Sobre este género de vida, basado únicamente en la práctica de virtudes morales, que carece de un examen minucioso para saber si ellas nos aportan - y en qué cantidad - la gracia del Espíritu de Dios, se comentó ya en los libros patrísticos: "Algunos caminos que parecen buenos al principio, conducen al abismo infernal" (Proverbios 14,12). Hablando de estas vírgenes, Antonio el Grande escribió, en sus Epístolas a los Monjes: "Muchos monjes y vírgenes ignoran completamente la diferencia que existe entre las tres voluntades que actúan en el interior del hombre. La primera es la voluntad de Dios, perfecta y salvadora; la segunda es nuestra propia voluntad humana que, en si, no es ni funesta ni salvadora; en tanto que la tercera - diabólica - es totalmente nefasta. Esta tercera voluntad es la enemiga que obliga al hombre a no practicar la virtud totalmente, o a practicarla por vanidad, o únicamente por el "bien" y no por Cristo. La segunda, nuestra propia voluntad, nos incita a satisfacer nuestros malos instintos o, como la del enemigo, nos enseña a hacer el "bien" en nombre del bien, sin inquietarnos por la gracia que puede adquirirse. En cuanto a la primera voluntad, la de Dios, salvadora, consiste en enseñarnos

a hacer el bien únicamente con el objeto de adquirir el Espíritu Santo, tesoro eterno, inagotable al que nada en el mundo puede igualar. Justamente era la gracia del Espíritu Santo, simbolizada por el aceite, la que hacía falta a las Vírgenes necias. Ellas son llamadas "necias" porque no se inquietaban por el fruto esencial de la virtud, que es la gracia del Espíritu Santo, sin la cual nadie puede salvarse, ya que "toda alma será vivificada por el Espíritu Santo a fin de ser iluminada por el misterio sagrado de la Unidad Trina" (Antífona antes del Evangelio de los Maitines). El Espíritu Santo mismo viene a habitar en nuestras almas; y esta residencia y la coexistencia en nosotros del Todopoderoso, de su Unidad Trina con nuestro espíritu, no nos es dado más que a condición de trabajar, por todos los medios en nuestro poder, para la obtención del Espíritu Santo que prepara en nosotros una morada digna de este encuentro, de acuerdo con la palabra inmutable de Dios: "llegaré y habitaré en medio de ellos; y seré su Dios y ellos serán mi pueblo" (2 Cor. 6,16; Lv. 26,11-12; Ez. 37,27). Este es el aceite que las prudentes tenían en sus lámparas, aceite capaz de iluminar muchas horas, permitiendo esperar la llegada, a medianoche, del Esposo, y la entrada con El, en la cámara nupcial del goce eterno. En cuanto a las Vírgenes necias, viendo que la luz de sus lámparas estaba por extinguirse, fueron al mercado en busca de aceite, pero no tuvieron tiempo de regresar. La puerta estaba cerrada. El mercado es nuestra vida. La puerta de la cámara nupcial, cerrada e impidiendo el acceso al Esposo, es nuestra muerte humana; las vírgenes, las prudentes y las necias, son las almas cristianas. El aceite no simboliza nuestras acciones sino la gracia por medio de la cual el Espíritu Santo llena nuestro ser, transformando: lo corruptible en incorruptible, la muerte física en vida espiritual, las tinieblas en luz, el establo donde están encadenadas, como las bestias nuestras pasiones, en templo de Dios, en cámara nupcial donde reencontramos a Nuestro Señor, Creador y Salvador, Esposo de nuestras almas. Grande es la compasión que Dios tiene por nuestra desgracia, es decir por nuestra negligencia hacia Su solicitud. El dijo: " Estoy en la puerta y golpeo..." (Ap. 3,20), entendiendo por "puerta" el devenir de nuestra vida aún no detenido por la muerte. La plegaria Oh, cómo amaría, amigo de Dios, que en esta vida estéis siempre en el Espíritu Santo. "Yo os juzgaré en el estado en el que os encontrare, dijo el Señor" (Mt. 24,42; Mc.13,3337; Lc. 19, 12 y siguientes). Desgracia, gran desgracia si El nos encuentra angustiados por las preocupaciones y penas terrenales, ya que, ¿quién puede soportar Su cólera, y quién puede resistirlas? Es por eso que El dijo: "Vigilad y orad para no ser inducido a la tentación" (Mt. 25, 13-15). Dicho de otra manera, vigilad para no ser privado del Espíritu de Dios, ya que las vigilias y la plegaria nos dan Su gracia. Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del Espíritu Santo, pero la oración es la única práctica que está siempre a nuestra disposición.

¿Tenéis, por ejemplo, deseo de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o el oficio terminó? ¿Tenéis deseos de hacer limosna, pero no veis a un pobre, o carecéis de dinero? ¿Deseáis permanecer virgen, pero no tenéis bastante fuerza para esto por causa de vuestras inclinaciones o debido a las asechanzas del enemigo que por la debilidad de vuestra humanidad no os permite resistir? ¿Pretendéis, tal vez, encontrar una buena acción para practicarla en Nombre de Cristo, pero no tenéis bastante fuerza para esto, o la ocasión no se presenta? En cuanto a la oración, nada de todo esto la afecta: cada uno tiene siempre la posibilidad de orar, el rico como el pobre, el notable como el hombre común, el fuerte como el débil, el sano como el enfermo, el virtuoso como el pecador. Se puede juzgar el poder de la plegaria que brota de un corazón sincero, incluso siendo pecador, por el siguiente ejemplo narrado por la Tradición Santa: A pedido de una desolada madre que acababa de perder a su hijo único, una cortesana que la encuentra en su camino, afligida por la desesperación maternal, osa gritar al Señor, mancillada como estaba aún por sus propios pecados: "No es por mí, pues soy una horrible pecadora, sino por causa de las lágrimas de esta madre llorando a su hijo, y creyendo firmemente en Tu misericordia y en Tu Todo-poder, que te pido: resucítalo, Señor!" Y el Señor lo resucitó. Tal es, amigo de Dios, el poder de la oración. Más que ninguna otra cosa, ella nos da la gracia del Espíritu de Dios y, sobre todo, está siempre a nuestra disposición. Bienaventurados seremos cuando Dios nos encuentre vigilantes, en la plenitud de los dones de Su Espíritu Santo. Entonces podremos esperar gozosos el encuentro con Nuestro Señor, que riega revestido de poder y de gloria para juzgar a los vivos y a los muertos y para dar a cada uno su merecido. Cuando la oración da lugar al Espíritu Santo Estimáis, amigo de Dios, que es una gran dicha poder dialogar con el miserable Serafín, persuadido como estáis de que él no está desprovisto de gracia. ¿Qué diremos entonces de un diálogo con Dios mismo, fuente inagotable de gracias celestiales y terrenales? Por la oración nos tornamos dignos de conversar con él, que es nuestro vivificante y misericordioso Salvador. Pero es necesario orar hasta el momento en que el Espíritu Santo desciende sobre nosotros y nos otorga, en cierta medida conocida sólo por El, Su gracia celestial. Cuando El nos visita, es necesario dejar de orar. Qué bien hace al alma implorarle: "Ven, haz Tu morada en nosotros, purifícanos de toda mancha y salva nuestras almas, Tú que eres bondad" (Tropario ortodoxo recitado al principio de los oficios); y El llega, respondiendo a nuestras almas sedientas de su presencia. Os explicaré esto: supongamos que me habéis Mis invitado a vuestra casa, y que yo llego con toda la intención de conversar, pero que, pese a mi presencia, vos no cesáis de repetir: "¿Queréis entrar en mi casa?" Yo pensaría, ciertamente: "¿Qué tiene?" ¡Está demente! Estoy en su casa y él continúa invitándome." Lo mismo sucede con respecto al Espíritu Santo. Es por esto que se dijo: "Alejaos y comprended que soy Dios" (Sal. 46/45,11). Esto significa: Yo apareceré y continuaré apareciendo ante cada creyente

y conversaré con él como conversé con Adán en el paraíso, con Abraham y Jacob y mis otros servidores, Moisés, Job y sus semejantes. Muchos creen que este "alejamiento" debe interpretarse como el abandono de los asuntos de este mundo, es decir que, suplicando a Dios en la plegaria, es necesario alejarse de todo lo que es terrenal. Ciertamente. Pero yo, en Dios, os diré que, a pesar de que es preciso durante la plegaria apartar la mente de las cosas terrenales, cuando el Señor Dios, el Espíritu Santo nos visita y llega a nosotros en la plenitud de Su inefable bondad, es necesario, también, apartarse de la plegaria, suprimir la plegaria misma. El alma en oración habla y profiere palabras. Pero en el descenso del Espíritu Santo conviene estar absolutamente silencioso, a fin de que el alma pueda escuchar claramente y comprender las revelaciones acerca de la vida eterna que El se digne descubrirle. Alma y espíritu deben encontrarse en estado de sobriedad completa y el cuerpo en estado de castidad y pureza. Así ocurrió en el Monte Horeb, cuando Moisés ordenó a los israelitas abstenerse de mujeres por tres días, durante el descenso de Dios sobre el Sinaí, ya que Dios es "un fuego devorador" (Heb. 12,29), y nada impuro, física o espiritualmente, puede entrar en contacto con El. Comercio espiritual – ¿Pero, cómo practicar, Padre, en Nombre de Cristo, otras virtudes que permitirán la adquisición del Espíritu Santo? Vos no habláis más que de la oración. –Obtened la gracia del Espíritu Santo negociando en Nombre de Cristo todas las virtudes posibles, haced el comercio espiritualmente, negociad aquellas que os dan los mayores beneficios. El capital, finito de las bienaventuradas rentas de la misericordia divina, invertidlo en la caja de ahorro eterna de Dios a porcentajes inmateriales, no sólo al 30% ó 60%, sino al l00% e incluso infinitamente más. Por ejemplo, ¿las plegarias y las vigilias os aportan muchas gracias? Vigilad y orad. ¿El ayuno os aporta más? Ayunad. ¿La caridad os aporte más aún? Haced caridad. Considerad así cada buena acción hecha en Nombre de Cristo. Os hablaré de mí, miserable Serafín. Nací en una familia de comerciantes en la ciudad de Kursk. Antes de mi entrada en el monasterio, mi hermano y yo comerciábamos con diversas mercancías, especialmente aquellas que nos reportaban más beneficios. Haced lo mismo. Así como en el comercio el objetivo es alcanzar el mayor beneficio posible, así también en la vida cristiana el objetivo debe ser, no sólo orar y hacer el bien, sino obtener los mayores dones posibles. El apóstol dijo: "Orad sin cesar" (1 Tes. 5,17), y agregó: "Valen más cinco palabras que diga con el concurso de mi inteligencia que mil con la lengua solamente" (1 Cor. 14,19). Y el Señor nos previene: "No es aquél que me llama: ¡Señor! ¡Señor! Quién será salvado, sino el que cumple la voluntad de mi Padre (Mt. 7,21). En otros términos, aquél que hace la obra de Dios con celo (Jr. 48 10). ¿Y cuál es esta obra sino "creer en Dios y en Aquel que El envió, Jesucristo?" (Jn. 6,30) Si se reflexiona correctamente en los mandamientos de Cristo y en los de los Apóstoles, se ve que nuestra

actividad cristiana no debe consistir, únicamente, en acumular buenas acciones, que no son más que medios para llegar al objetivo, sino en extraer el mayor beneficio. O sea, obtener los dones superabundantes del Espíritu Santo. Como quisiera, amigo de Dios, que encontraréis esta fuente inagotable de gracia y os interrogaréis sin cesar: "¿Está el Espíritu Santo conmigo? "Si está conmigo, bendito sea Dios, no debe inquietarme siquiera el juicio final, pues estaré presto a comparecer." Ya que se dijo: "Yo os juzgaré en el estado en que os encuentre." Si, al contrario, no se tiene la certeza de estar en el Espíritu Santo, es necesario descubrir la causa por la cual El nos abandonó y buscarlo sin descanso, hasta haberlo encontrado nuevamente, a El y a Su gracia. Es necesario perseguir a los enemigos que nos impiden ir hacia El hasta su aniquilamiento completo. El profeta David dijo: "Yo persigo a mis enemigos y los alcanzo, no regreso hasta que ellos están exterminados; los golpeo, no pueden levantarse, caen, están bajo mis pies" (Sal. 18/17,38). Sí, es así. Haced el comercio espiritual con la virtud. Distribuid los dones de la gracia a quien los pida. Inspiraos en el siguiente ejemplo: un cirio encendido, sin perder su brillo, enciende a su vez a otros cirios que a su vez, iluminarán muchos lugares. Si tal es la propiedad del fuego terrenal, ¿qué decir del fuego de la gracia del Espíritu Santo? la riqueza terrenal distribuida, disminuye, en cambio la riqueza celestial de la gracia, aumenta en aquel que la expande. Así, el mismo Señor dijo a la Samaritana: "Aquel que beba de esta agua volverá a tener sed, pero aquel que bebiera del agua que yo le daré no tendrá jamás sed, ya que ella se convertirá en él en una fuente que brotará hasta en la vida eterna"(Jn. 4,13-14). Ver a Dios – Padre, le dije, vos habláis siempre de la adquisición de la gracia del Espíritu Santo como del objetivo de la vida cristiana. Pero ¿cómo puedo reconocerla? Las buenas acciones son visibles. Pero el Espíritu Santo ¿puede ser visto? ¿Cómo podría saber si está o no en mí? – Esta época en que vivimos, respondió el staretz, ha llegado a tal tibieza en la fe, a tal insensibilidad con respecto a la comunión con Dios, que se ha alejado casi totalmente de la verdadera vida cristiana. Los pasajes de la Santa Escritura hoy nos parecen extraños: por ejemplo, cuando leemos que el Espíritu Santo, por boca de Moisés dijo: "Adán veía a Dios paseándose en el paraíso" (Gn. 3,8); y, como este, hay muchos otros textos donde se hace referencia a la aparición de Dios ante los hombres. Entonces algunos dicen: "Estos pasajes son inexplicables. ¿Se puede admitir que los hombres pueden ver a Dios concretamente?." Esta incomprensión viene del hecho de que bajo el pretexto de la instrucción, de la ciencia, nos hemos sumido en la oscuridad de la ignorancia; que encontramos inconcebible, todo aquello que los antiguos tenían clara noción y que les permitía hablar de las manifestaciones de Dios como de algo conocido por todos. Así Job, cuando sus amigos le reprochan de blasfemar contra Dios, responde:

"¿Cómo puede ser así cuando siento el aliento del Todopoderoso en mis narices?" (Jb. 27,3). Dicho de otro modo, ¿cómo puedo blasfemar contra Dios cuándo el Espíritu Santo está conmigo? Si yo lo hiciera, el Espíritu Santo me abandonaría, pero siento Su respiración en mi nariz. Abraham y Jacob conversaron con Dios; Jacob incluso luchó con El. Moisés vio a Dios, y todo el pueblo con él, cuando recibió las Tablas de la Ley sobre el monte Sinaí. Una columna de nubes de fuego –la gracia visible del Espíritu Santo– sirvió de guía al pueblo hebreo en el desierto. Los hombres veían a Dios y Su Espíritu, no en sueños o en éxtasis –frutos de una imaginación enfermiza– sino en verdad. Torpes nos hemos tornado, comprendemos las palabras de la Escritura de otro modo, distinto del que se debería. Y todo esto sucede porque, en lugar de buscar la gracia, le impedimos, por falso orgullo intelectual, morar en nuestras almas e iluminarnos como están aquellos que de todo corazón buscan la verdad. La Creación Muchos, por ejemplo, interpretan las palabras de la Biblia: "Dios modeló al hombre con la arcilla de la tierra, insufló en sus narices un hálito de vida" (Gn. 2,7), como queriendo decir que hasta entonces no había en Adán ni alma ni espíritu humano, sino que era apenas una forma modelada en arcilla. Esta interpretación no es correcta, puesto que el Señor Dios cuando creó a Adán, lo hizo en el estado al que se refiere el Apóstol Pablo cuando dice: "Que vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sean perfectos con el advenimiento del Señor Jesucristo" (1 Tes. 5,23). Adán no fue creado como una forma inerte, sino como una criatura actuante, semejante a los otros seres que poblaban la tierra. Pero, he aquí lo importante, si Dios no hubiera insuflado en Adán aquel soplo de Vida, es decir, la gracia del Espíritu Santo, proveniente del Padre, que descansa en el Hijo, él hubiera sido igual a todas las demás criaturas, que tenían cuerpo, alma y espíritu conforme a su especie, pero que, interiormente, estaban privadas del Espíritu Santo. A partir del momento en que Dios le dio el soplo de vida, Adán se convirtió, según Moisés, "en un alma viviente," es decir totalmente semejante a Dios, eternamente inmortal. Adán fue creado invulnerable. Ninguno de los elementos tenía poder sobre él. El agua no podía ahogarlo, el fuego no podía quemarlo, la tierra no podía devorarlo y el aire no podía dañarlo. Todo le había sido dado al preferido de Dios, amo y señor de las criaturas. Era la perfección misma, la coronación de la obra de Dios y admirado como tal. El soplo de vida que Adán recibió del Creador lo colmó de omnisciencia al punto de que jamás existió sobre la tierra y probablemente jamás existirá, un hombre con tanto conocimiento y sabiduría como él. Cuando Dios le ordenó dar los nombres a todas las criaturas, él las llamó por las cualidades y las propiedades que, a cada una, le había conferido Dios. Este don de la gracia divina sobrenatural, proveniente del soplo de vida que había recibido, permitía a Adán ver a Dios paseándose en el paraíso y comprender Sus palabras, así como la conversación de los santos ángeles, el lenguaje de los pájaros y los

reptiles, y el de todos los seres vivientes sobre la tierra; todo lo cual se ocultó para nosotros, pecadores, después de la caída. Y la misma sabiduría, la misma fuerza y el mismo poder, así como todas las otras santas y buenas cualidades, le fueron otorgadas a Eva en el momento en que fue creada, no con arcilla, sino de una costilla de Adán, en el Edén de las delicias. El árbol de la vida y el pecado original A fin de que Adán y Eva pudiesen mantener siempre en ellos sus propiedades inmortales, perfectas y divinas, provenientes del soplo de vida, Dios plantó, en medio del paraíso, el árbol de la vida, en cuyos frutos El encerró toda la sustancia y la plenitud de los dones de Su divino aliento. Si Adán y Eva no hubieran pecado, habrían podido, ellos y sus descendientes, comer los frutos de este árbol y mantener en ellos la fuerza vivificante de la gracia divina, así como la plenitud inmortal, eternamente renovada, de las fuerzas corporales, psíquicas, y espirituales, perpetua juventud, un estado de beatitud que, actualmente, nuestra imaginación apenas puede representarse. Pero habiendo gustado el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, antes de la hora y contrariando los mandamientos de Dios, conocieron la diferencia entre el bien y el mal y se convirtieron en el blanco de los desastres que se abatieron sobre ellos después de su desobediencia. Perdieron el don precioso de la gracia del Espíritu Santo y, hasta el advenimiento a la tierra de Jesucristo, Dios Hombre, el Espíritu no estuvo en el mundo. El Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento Esto no significa que el Espíritu de Dios hubiera abandonado totalmente al mundo, pero su presencia no era tan manifiesta como en tiempos de Adán, o como lo es en nosotros, cristianos ortodoxos, sino que permanecía extraño, y los hombres lo sabían. Así por ejemplo, muchos secretos concernientes a la salvación futura de la humanidad fueron revelados a Adán y Eva después de la caída. Pese a su crimen, Caín pudo escuchar la voz divina profiriendo reproches. Noé conversó con Dios, Abraham vio a Dios y Su día y se regocijó de ello. La gracia del Espíritu Santo se manifestaba externamente en todos los viejos profetas testamentario y en los santos de Israel. Los Judíos tenían incluso escuelas especiales para aprender a discernir las señales de las apariciones de Dios o de los Ángeles y a diferenciar las acciones del Espíritu Santo de los acontecimientos de la vida cotidiana, privados de gracia, Simón, Joaquín y Ana, y numerosos otros servidores de Dios fueron gratificados con frecuencia por manifestaciones divinas. Ellos escuchaban voces, recibían revelaciones confirmadas a continuación por acontecimientos milagrosos, pero reales. El Espíritu de Dios entre los paganos El espíritu de Dios se manifestaba del mismo modo, aunque con menor fuerza, entre los paganos que no conocían al verdadero Dios, pero entre los cuales El encontraba también adeptos. Las vírgenes profetisas, por ejemplo, las sibilas, cuidaban su virginidad para un

Dios Desconocido –pero no obstante un Dios– a quien se estimaba como el Creador del universo, el Todopoderoso gobernando el mundo. Los filósofos paganos, errando en las tinieblas de la ignorancia de Dios, pero buscando la verdad, podían, por esta búsqueda agradable al Creador, recibir, en cierta medida, el Espíritu Santo. Se dijo: "Las naciones ignorantes de Dios actuaron según la ley natural e hicieron lo que a El le placía" (Rom 2,14). La verdad es agradable a Dios a tal punto que El mismo proclamó por su Espíritu: "La justicia irradia de la tierra y la verdad se inclina desde los cielos" (Sal. 85/84,12). Así, el conocimiento de Dios se conservó en el pueblo elegido, amado por Dios, de la misma forma que entre los paganos, ignorantes de Dios, después de la caída de Adán y hasta la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo. La llegada de Cristo revelada por el Espíritu Santo Sin éste conocimiento, siempre conservado celosamente por el género humano ¿cómo habrían podido saber los hombres, con certeza y justicia, que había llegado Aquel que, según la promesa hecha a Adán y Eva, debía nacer de una virgen predestinada a destruir la cabeza de la serpiente? Así es como San Simeón, a quién le había sido revelado a la edad de sesenta y cinco años el misterio de la concepción y nacimiento virginal de Cristo, puede proclamar valientemente en el Templo, y refiriéndose a Jesús, que tenía ante sí la evidencia de lo que le había sido predicho por un Ángel hacía trescientos años (según una tradición apócrifa, el anciano Simeón habría vivido hasta la edad de 385 años). Y también Santa Ana, que en su viudez, a los ochenta años, servía a Dios en el Templo, anuncia que el Mesías, el verdadero Cristo, Dios y hombre, el Rey de Israel, vendría para salvar a Adán y a todo el género humano. Renovación del "soplo de vida" perdido por Adán Cuando Nuestro Señor Jesucristo, terminada su obra, resucita de entre los muertos, sopla sobre los apóstoles renovando el hálito de vida del que gozaba Adán, donándoles, nuevamente, la gracia perdida. El les dijo: "En verdad, vale más para vosotros que yo parta, pues si yo no lo hago, el Paráclito no vendrá; pero, partiendo, os lo enviaré. Y cuando venga el Espíritu, El os conducirá hacia toda verdad, a vosotros y a todos lcuantos creyeran en vuestra enseñanza, y os recordará todo cuanto dije mientras estaba con vosotros en este mundo" (Jn. 16,7 y 13,14, 26). Esta es la gracia que El les prometía: "Gracia sobre gracia" (Jn 1,16). Pentecostés Y he aquí que el día de Pentecostés, El les envió solamente al Espíritu Santo en un soplo de tempestad, bajo el aspecto de lenguas de fuego que se posaron sobre sus cabezas y los llenaron de la fuerza fulgurante de la gracia divina, rocío vivificante y goce para las almas que comulgan en su potencia y sus efectos.

El bautismo Esa gracia resplandeciente del Espíritu Santo nos fue concedido a todos nosotros, fieles de Cristo, en el sacramento del bautismo. Ella ha sido sellada a través de la unción efectuada con el santo aceite sobre las diversas partes de nuestro cuerpo según lo prescripto por la Santa Iglesia, depositaria eterna de esta gracia. Se dice: "El sello del don del Espíritu Santo." Ahora bien ¿sobre qué depositamos nuestros sellos si no sobre aquellos recipientes cuyo contenido nos es particularmente precioso? ¿Y qué hay más precioso en el mundo y más sagrado que los dones del Espíritu Santo enviados desde lo alto por el sacramento del bautismo? Esta gracia bautismal es tan excelsa, tan importante, tan vivificante para el hombre que incluso, si él se torna herético, ella no le es quitada hasta su muerte, es decir hasta el término de su vida temporal fijada por la Providencia, a fin de darle una oportunidad de corregirse. Si no pecáramos, permaneceríamos siempre como los servidores de Dios, santos e inmaculados, extraños a toda impureza del cuerpo y del espíritu. Lo desgraciado es que, avanzando en edad, no crecemos en sabiduría y gracia como lo hacía Nuestro Señor Jesucristo (Lc. 2,52), sino que, al contrario, nos pervertimos más y más y nos tornamos, privados del Espíritu Santo, en grandes y abominables pecadores. Arrepentimiento Cuando un hombre renace a la vida por la sabiduría divina, que siempre busca nuestra salvación, debe volver su mirada hacia Dios para escapar de la perdición, debe seguir el camino del arrepentimiento, practicar las virtudes contrarias a los pecados cometidos y esforzarse, actuando en Nombre de Cristo, para adquirir el Espíritu Santo que, en nuestro interior, prepara el Reino celestial. No es en vano que el Verbo dijo: "El reino de Dios está en vuestro interior. Se penetra a él por la violencia y el esfuerzo" (Lc. 7,21). Si bien los lazos del pecado mantienen al alma cautiva, impidiéndole con nuevas iniquidades volverse hacia el Salvador con perfecta contrición, todos aquellos que se hubieran esforzado por romper esos lazos, llegarán, finalmente, ante el Rostro de Dios, más blancos que la nieve, purificados por su gracia. "Venid, dijo el Señor, y si vuestros pecados son escarlatas, yo los tornaré blancos como nieve" (Is. 1,18). Revela el Apóstol San Juan el Teólogo en el Apocalipsis que vio a tales hombres vestidos de blanco, arrepentidos y perdonados, portando palmas en sus manos en señal de victoria y cantando Aleluyas. La belleza de su canto era incomparable. El Ángel del Señor dijo hablando de ellos: "Estos son los que vienen de la gran tribulación, lavaron sus ropas y las blanquearon en la sangre del Cordero" (Ap. 7,14). La sangre del Cordero da a cambio el fruto del árbol de la vida

"Lavados" por el sufrimiento, "blanqueados" al comulgar en los santos misterios de la Carne y de la Sangre del Cordero inmaculado, Cristo se ha inmolado voluntariamente por todos los siglos para la salvación del mundo, y se inmola aún hoy, fraccionado pero jamás consumido, a fin de hacernos participar en la vida eterna y permitirnos ser perdonados en el Juicio Final. Misterio dado a cambio –superando todo entendimiento– de este fruto del Árbol de la Vida del que quería privar al género humano el enemigo de la humanidad, Lucifer, expulsado de cielo. La Virgen María Pese al hecho de que Satán sedujo a Eva, arrastrando a Adán, Dios no sólo nos dio un Redentor que por Su muerte, venció a la muerte, sino que, además, nos dio a María, Madre de Dios, siempre virgen, quien destruyó, en Si misma y en todo el género humano, la cabeza de la serpiente, proporcionándonos también con ella, una abogada infatigable, una pleiteadora invencible en favor de los más endurecidos pecadores. Es a causa de esto que se la llama "El azote de los demonios," ya que le resulta imposible al enemigo hacer perecer a un hombre, en tanto éste no deje de recurrir a la ayuda de la Madre de Dios. Diferencia entre la acción del Espíritu Santo y la del maligno Debo aún, miserable Serafín, explicarle, amigo de Dios, cuál es la diferencia que existe entre la acción del Espíritu Santo –tomando, misteriosamente, posesión de los corazones que creen en Nuestro Señor Jesucristo– y la acción tenebrosa del pecado, que llega a nosotros como un ladrón en la noche, instigando al Demonio. El Espíritu Santo nos recuerda las palabras del Cristo y obra acorde con El, guiando nuestros pasos, solemne y gozosamente, por el camino de la paz. Contrariamente, las acciones del espíritu diabólico, opuestas a Cristo, nos incitan a la rebelión y nos tornan esclavos de la lujuria, de la vanidad y del orgullo. "En verdad, en verdad os digo, aquél que cree en mí no morirá jamás" (Jn. 6,47). Aquél, que por su fe en Cristo está en posesión del Espíritu Santo, incluso habiendo cometido por debilidad humana algún pecado causante de la muerte de su alma, no morirá para siempre, sino que será resucitado por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo que tomó sobre sí los pecados del mundo y otorga libremente gracia sobre gracia. Hablando de esta gracia manifestada, en el mundo entero y en nuestro género humano, por Dios Hombre, el Evangelio dice: "En El estaba la vida de todo ser, y la vida era la luz de los hombres" (Jn. 1, 4-5). Lo cual significa que la gracia del Espíritu Santo, recibida en el bautismo, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, pese a las caídas pecaminosas y a las tinieblas que rodean nuestra alma, continúa irradiando en nuestro corazón su eterna luz divina por los inestimables méritos de Cristo. Y luego, cuando el pecador se haya volcado hacia el arrepentimiento, esta misma luz eliminará completamente los rastros de los crímenes cometidos, cubriendo al antiguo pecador con

una vestimenta incorruptible tejida por la gracia del Espíritu Santo, acerca de cuya adquisición os hablo continuamente. La gracia del Espíritu Santo es luz Os diré qué es necesario entender por gracia divina, cómo se la puede reconocer, y cómo se manifiesta en el hombre iluminado, pues la Gracia del Espíritu Santo, es Luz. Toda la Santa Escritura habla de ella. David, dijo: "Una lámpara bajo mis pies, tu palabra, una luz sobre mi camino" (Sal. 119/118,105). En otros términos, la gracia del Espíritu Santo, que la ley revela bajo la forma de mandamientos divinos, es mi luminaria y mi luz, y, si no existiera esta gracia del Espíritu Santo, "que con tanto dolor me esfuerzo por adquirir, preguntándome siete veces por día con respecto a su verdad (Sal. 119/118,1647), ¿cómo podría encontrar en mí, entre las numerosas preocupaciones relativas a mi rango real, una sola chispa de luz para iluminar el camino de mi vida, oscurecido ahora por el odio de mis enemigos?". En efecto, el Señor mostró con frecuencia, en presencia de numerosos testigos, la acción de la gracia del Espíritu Santo sobre los hombres que iluminó, y lo hizo con manifestaciones grandiosas. Acordaos de Moisés después de su conversación con Dios sobre el Monte Sinaí (Ex. 34,30-35). Los hombres no podían mirarlo, su rostro brillaba con una luz extraordinaria. Incluso, estaba obligado a mostrarse al pueblo con la cara cubierta por un velo. Acordaos de la transfiguración del Señor sobre el Tabor. "El se transfiguró delante de ellos y sus vestimentas se tornaron blancas como nieve... Y Sus discípulos asustados cayeron con el rostro contra la tierra". Cuando Moisés y Elías aparecieron revestidos de la misma luz, una nube los cubrió a fin de que no fueran cegados (Mt. 12, 18; Mc. 9, 2-8; Lc. 17, 1-8). Así, aquellos sobre los cuales Dios manifiesta Su acción, aparecen envueltos en una luz inefable. Presencia del Espíritu Santo –¿Cómo entonces, pregunté al Padre Serafín, podría reconocer en mí la presencia de la gracia del Espíritu Santo? – Es muy simple, respondió él. Dios dijo: "Todo es simple para quien adquiere la Sabiduría" (Pr. 14,6). Nuestra desgracia es no buscar aquella Sabiduría que, por no ser de este mundo, no es presuntuosa. Plena de amor por Dios y por el prójimo, ella forma al hombre para su salvación. Hablando de esta Sabiduría el Señor dijo: "Dios quiere que todos se salven y alcancen la Sabiduría de la verdad" (1 Tim. 2,41). El dijo a sus Apóstoles, que carecían de esa sabiduría: "¡Cuanta sabiduría os falta! ¿No habéis leído las Escrituras?" (Lc. 24,25-27). Y el Evangelio dijo que El "les abrió la inteligencia, a fin de que pudieran comprender las Escrituras." Habiendo adquirido esta Sabiduría, los Apóstoles sabían siempre si el Espíritu de Dios estaba en ellos o no, y colmados de este Espíritu, afirmaban que su obra era santa y agradable a Dios. Es por eso, que en sus

Epístolas, ellos podían escribir: " El agradó al Espíritu Santo y a nosotros ..." (Ac. 15,28) y estaban persuadidos de que era Su presencia sensible, que enviaba sus mensajes. ¿Entonces, amigo de Dios, veis como es simple? Yo respondí: – Sin embargo, no comprendo cómo puedo estar absolutamente seguro de encontrarme en el Espíritu santo ¿Cómo puedo descubrir en mí mismo Su manifestación? El Padre Serafín respondió: –Ya os dije que era muy simple y os expliqué en detalle cómo se encontraban los hombres en el Espíritu Santo y cómo era necesario comprender Su manifestación en nosotros. ¿Qué os falta aún? La Luz no creada Entonces el Padre Serafín me tomó por los hombros y apretándolos muy fuerte dijo: - Los dos estamos, tú y yo, en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras? - No puedo, Padre, miraros. Rayos brotan de vuestros ojos. Vuestro rostro se tornó más luminoso que el sol. Tengo mal los ojos. El Padre Serafín dijo: No tengáis temor, amigo de Dios. También vos os habéis tornado luminoso como yo. También estáis presente en la plenitud del Espíritu Santo, de otro tundo no habríais podido verme. Inclinando su cabeza hacia mi, él me dijo al oído: Agradezcamos al Señor el habernos acordado esta gracia indecible, por la cual, como habéis visto, ni siquiera hice la señal de la cruz, sino, apenas oré, con mi pensamiento en el corazón: "Señor, hacedme digno de ver claramente, con los ojos de la carne, el descenso del Espíritu Santo, como Tus servidores selectos, cuando Te dignas aparecer ante ellos en la magnificencia de Tu gloria." E inmediatamente Dios acogió la humilde plegaria del miserable Serafín. ¿Cómo no agradecerle por este extraordinario don que nos acuerda a los dos? No siempre Dios manifiesta de este modo Su gracia a los grandes eremitas. Como una madre amante, esta gracia consuela vuestro corazón afligido, ante la plegaria de la misma Madre de Dios. ¿Pero por qué no me miráis a los ojos? Osad mirarme sin temor, Dios está con nosotros. Después de esas palabras, alcé mis ojos hacia él y, nuevamente, un gran temor se apoderó de mi. Imaginaos el rostro de un hombre que os habla envuelto por los rayos del sol del mediodía. Veis el movimiento de sus labios, la expresión cambiante de sus ojos, escucháis el sonido de su voz, sentís la presión de sus manos sobre vuestros hombros, pero al mismo tiempo no percibís sus manos, ni su cuerpo ni el vuestro, nada más que una brillante luz que se propaga alrededor, a una distancia de muchos metros, aclarando la nieve que recubre la pradera y cae sobre el gran staretz y sobre mí mismo. - ¿Qué sentís ahora? preguntó el Padre Serafín. - Me siento extraordinariamente bien. - ¿Cómo "bien"? ¿Qué queréis decir por "bien"? - Mi alma está llena de silencio y paz inexpresables.

- Esta es, amigo de Dios, la paz de la que el Señor hablaba cuando decía a sus discípulos "Os doy mi paz, que no es la de este mundo... Si fuerais de este mundo, este mundo os amaría. Pero os he elegido y el mundo os odia. Sin embargo estad sin temor ya que yo vencí al mundo (Jn. 14,27; 15,19 y33). A estos hombres, elegidos por Dios pero odiados por el mundo, El les dio la paz que sentís en el presente, "esta paz, dijo el Apóstol, que supera todo entendimiento" (F. 4,7). El Apóstol la llama así porque ninguna palabra puede expresar el bienestar espiritual que siente aquel corazón donde el Señor implantó Su paz (Jn. 14,27). Fruto de la generosidad de Cristo y no de este mundo, ningún bienestar terrenal puede darla. Enviada desde lo alto por Dios mismo, ella es la Paz de Dios... Y ahora, ¿qué sentís? - Una dulzura extraordinaria. - Es la dulzura de la que hablan las Escrituras. "Ellos beberán el brebaje de Tu casa y Tú los saciarás con los torrentes de Tu dulzura" (Sal. 36/35,9). Ella desborda nuestro corazón, se derrama en nuestras venas, procura una sensación de delicia inexpresable... ¿Qué sentís, ahora? - Un goce extraordinario en todo mi corazón. - Cuando el Espíritu Santo desciende sobre el hombre con la plenitud de Sus dones, el alma humana se llena de un goce indescriptible, el Espíritu Santo recrea en el goce todo lo que toca. De este goce habló el Señor en el Evangelio cuando dijo: "Una mujer que pare está en dolor, habiendo llegado su hora. Pero poniendo un niño en el mundo, ella no se acuerda más del dolor, tan grande es su goce. También vos habréis de sufrir en este mundo, pero cuando os visite, vuestros corazones estarán en el goce, nadie os lo podrá arrebatar" (Jn. 16,21-22). Por más grande y consolador que sea, el goce que sentís en este momento, no tiene comparación con aquel del cual el Señor dijo, por intermedio de Su Apóstol: "El goce que Dios reserva a los que lo aman, está más allá de todo lo que puede verse, escucharse y sentirse a través del corazón del hombre en este mundo" (1 Cor. 2,9). Lo que se nos acordó en el presente no es más que una cantidad a cuenta de este goce supremo. Y sí, desde ahora, sentimos dulzura, júbilo y bienestar, ¿qué decir de ese otro goce que nos está reservado en el cielo, después de haber llorado aquí abajo? Ahora, amigo de Dios, nos toca obrar con todas nuestras fuerzas para subir de gloria en gloria y "constituir ese Hombre perfecto, en la fuerza de la edad, que realiza la plenitud de Cristo" (Ef. 4,13). "A los que esperan en el Señor, les nacen alas como a las águilas, caminan sin cansancio y corren sin fatiga; ellos renuevan sus fuerzas. (Lc. 40, 31). "Ellos marcharán de altura en altura y Dios se les aparecerá en Sión" (Sal. 84/83, 8). Entonces nuestro goce actual, pequeño y breve, se manifestará en toda su plenitud y nadie podrá arrebatárnoslo, llenos como estaremos de indecibles voluptuosidades celestiales... ¿Aún sentís algo, amigo de Dios? - Un calor extraordinario. - ¿Cómo, un calor? ¿No estamos en el bosque, en pleno invierno? La nieve está bajo

nuestros pies, estamos casi cubiertos por ella y continúa cayendo... ¿De qué calor se trata? - De un calor comparable al de un baño de vapor. - ¿Y el olor es como el del baño? - ¡Oh no! Nada sobre la tierra puede compararse a este perfume. Recuerdo que, cuando mi madre vivía, yo amaba danzar; y siempre que iba a los bailes, ella me rociaba con perfumes que compraba en los mejores negocios de Kazán. Pero su aroma no era comparable al que ahora percibo. - El Padre Serafín sonrió. - Lo sé, mi amigo, tan bien como vos, y es por eso que os lo pregunto. Es verdad –ningún perfume terrenal puede compararse al lindo olor que respiramos en este momento– el buen olor del Espíritu Santo. ¿Qué puede ser semejante a él sobre la tierra? Dijisteis hace un instante que hacía calor, como en el baño. Pero mirad, la nieve que nos cubre, a vos y a mi, no se derrite, así como la que está bajo nuestros pies. Entonces, el calor no está en el aire sino en nuestro interior. Este calor es el que pedimos al Espíritu Santo en la plegaria: "¡Que tu Espíritu Santo nos caliente!" Este calor permitía a los eremitas, hombres y mujeres, no temer al invierno, envueltos como estaban, en un tapado de piel, en una vestimenta tejida por el Espíritu Santo. Así debería ser en realidad la gracia divina habitando en lo más profundo de nuestro ser, en nuestro corazón. El Señor dijo: "El Reino de los Cielos está en vuestro interior" (Lc 17,21). Por Reino de los Cielos, El entiende la gracia del Espíritu Santo. Este Reino de Dios ahora está en nosotros. El Espíritu Santo nos ilumina y nos abriga. El impregna el ambiente de variados perfumes, regocija nuestros sentidos y baña nuestros corazones de un gozo indecible. Nuestro estado actual es semejante a aquel del que dijo el Apóstol Pablo: "El Reino de Dios , no es el comer y el beber, sino la justicia, la paz y el goce, por el Espíritu Santo" (Rom. 14,17). Nuestra fe no se basa sobre palabras de sabiduría terrenal, sino sobre la manifestación del poder del Espíritu. Este es el estado en el que vivimos actualmente y que el Señor tenía en vista cuando decía: "Os lo digo en verdad, algunos de los que están aquí presentes no morirán hasta que no hayan visto el Reino de Dios llegar con poder" (Mc. 9,1). He aquí, amigo de Dios, el goce incomparable que el Señor se dignó en recordarnos: estar "en la plenitud del Espíritu Santo." Esto es lo que entendió San Macario el Egipcio cuando escribió: "Yo mismo estuve en la plenitud del Espíritu Santo." Humildes como somos, el Señor también nos llenó de la plenitud de Su Espíritu. Me parece que a partir de ahora no tendréis que interrogarme más sobre la manera en que se manifiesta en el hombre la presencia de la gracia del Espíritu Santo. ¿Permanecerá esta manifestación grabada para siempre en vuestra memoria? –

No sé, Padre, si Dios me hará digno de recordarla siempre, con tanta nitidez como ahora.

Difusión del mensaje Y yo, respondió el staretz, estimo que, al contrario, Dios os ayudará a guardar todas estas cosas para siempre en vuestra memoria. De otro modo no habría sido tocado tan rápidamente por la humilde plegaria del miserable Serafín y no habría acogido tan rápido su deseo. Además, no es a vos a quien se le otorgó ver la manifestación de esta gracia, sino por vuestro intermedio al mundo entero. Tened la seguridad de que seréis útil a otros. Monje y laico En cuanto a nuestro diferentes estados de monje y de laico, no os inquietéis. Dios busca, ante todo, un corazón lleno de fe, en El y en su único Hijo, el cual envía desde lo alto, como respuesta, la gracia del Espíritu Santo. El Señor busca un corazón lleno de amor por El y por el prójimo: hay allí un trono sobre el cual El ama sentarse y donde aparece en la plenitud de Su gloria. "Hijo, dame tu corazón, y el resto, yo te lo daré aumentado" (Pr. 23,26) El corazón del hombre es capaz de contener el Reino de los Cielos. "Buscad primero el Reino de los Cielos y su Verdad, dijo el Señor a sus discípulos, y el resto os será dado por añadidura, ya que Dios, vuestro Padre, sabe de qué tenéis mayor necesidad" (Mt. 6,33). Legitimidad de los bienes terrenales El Señor no nos reprocha el goce de los bienes terrenales. El dijo que, dada nuestra situación en la tierra, nosotros tenemos necesidad de ellos a fin de dar tranquilidad a nuestras existencias y tornar más cómodo y fácil el camino hacia nuestra patria celestial. Y el Apóstol Pedro estimó que no hay nada mejor en el mundo que la piedad unida a la alegría. La Santa Iglesia ora para que esto se nos dé. Pese al hecho de que las penas, las desgracias y las necesidades sean inseparables de nuestra vida en la tierra, el Señor no quiso jamás que las inquietudes y las miserias constituyan toda la trama. Es por eso que, por boca del Apóstol, El nos recomienda llevar la carga unos de los otros a fin de obedecer a Cristo, quien personalmente nos dio el precepto de amarnos mutuamente. Reconfortados en este amor, la marcha dolorosa sobre el camino estrecho que conduce hacia nuestra patria celestial nos será facilitado. No descendió el Señor del cielo para ser servido, sino para servir y dar Su vida por la redención de una multitud (Mt. 20,28; Mc. 10,45). Actuad de la misma forma, amigo de Dios y, consciente de la gracia de la que habéis sido visiblemente el objeto, comunicadla a todo hombre que desea su salvación. Actividad misional "La mies es mucha" dijo el Señor, "pero los obreros son pocos" (Mt. 9,37-38; Lc. 10,2). Habiendo recibido los dones de la gracia, somos llamados a trabajar cosechando las espigas de la salvación de nuestros prójimos para entrojarlos, numerosos, en el Reino de Dios, a fin de que reporten sus frutos, unos treinta, los otros sesenta y los otros cien. Estemos atentos a fin de no ser condenados con el servidor perezoso que sepultó la mina

confiada a él, sino que tratemos de imitar a los servidores fieles que rindieron al Maestro uno, en lugar de dos minas cuatro, y el otro, en lugar de cinco minas diez (Mt. 25,14-30; Lc. 19,12-27). En cuanto a la misericordia divina, no se debe dudar de ella: podéis ver, por vos mismo, que las palabras del Profeta: "Yo no soy un Dios lejano" (Jn. 23,23) se realizaron en nosotros. Poder de la fe Apenas yo, miserable, hice el signo de la cruz, apenas deseé, en mi corazón, que el Señor nos torne dignos de ver Su misericordia en toda su plenitud, inmediatamente El se apresuró en acoger mi deseo. No lo dije para glorificarme ni para mostraros mi importancia y volveros celoso, o para que penséis que es a causa de que soy monje, en tanto que vos sois laico. No, amigo de Dios, no. "El Señor está próximo a los que lo invocan. El Padre ama al Hijo y pone todo en sus manos, siempre que nosotros amemos a nuestro Padre celestial, verdaderamente como hijos." El Señor escucha igualmente a un monje y a un hombre, a un simple cristiano. Siempre que ambos sean ortodoxos (tengan la verdadera fe), amen a Dios desde del fondo de su corazón y posean una fe "grande como un grano de jenabe" (Mt. 13,31-33, Mc. 4,30-32; Lc. 13,16-19), los dos moverán montañas (Mc. 11,23). "Así es como un solo hombre pone a mil en huida, y cómo dos persiguen a diez mil" (Dt. 32,30). Dijo el mismo Señor: "Todo es posible para aquel que cree" (Mc. 9,23). Y el santo Apóstol Pablo afirmó: "Yo puedo todo con Cristo que me fortifica" (Fil. 4,13). Más maravillosas aún son las palabras del Señor concernientes a los que creen en El: "Aquel que cree en mí hará también las obras que hice, y las hará más grandes, por que yo voy hacia el Padre, y todo lo que pidáis en mi Nombre, lo haré, a fin de que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si vos pedís alguna cosa en mi Nombre, yo la haré" (Jn. 14,12-14). "Y oraré por vosotros a fin de que vuestro goce sea perfecto. Hasta el presente nada habéis pedido en mi Nombre, pedid ahora y recibiréis"(Jn. 16,24). Así es, amigo de Dios. Todo lo que pidáis a Dios, lo obtendréis, siempre que vuestro pedido sea para la gloria de Dios o por el bien de vuestro prójimo. Ya que Dios no separa el bien del prójimo de Su gloria: "Todo lo que hacéis al más pequeño entre vosotros, es a mí a quién lo hacéis" (Mt 25,40). En consecuencia estad seguros de que el Señor acogerá vuestras demandas; siempre que ellas sean hechas por la edificación y la utilidad de vuestro prójimo. Pero, incluso si es para vuestra propia necesidad, fruto o beneficio, que pedís alguna cosa, no tengáis ninguna duda de que Dios os la acordará si hay verdaderamente necesidad, ya que El ama a los que aman. El es bueno para todos. Si su misericordia se extiende, aún a los que no invocan Su Nombre, con mayor razón atenderá a los que le temen. El acogerá todas vuestras demandas. He aquí, amigo de Dios, que hasta ahora os dije y os mostré todo cuanto el Señor y Su Santa Madre quisieron mostraros por intermedio del miserable Serafín; entonces, en paz, y que el Señor y Su Santa Madre sean con vos ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén. Id en paz.

A lo largo de toda la conversación, y desde el momento en que había comenzado a resplandecer su rostro, la postura del Padre Serafín no se había modificado, no había dejado de ser visible la maravillosa luz que irradiaba. Todo esto no dejé de contemplarlo en ningún instante, cosa que estoy dispuesto a certificar bajo juramento. ( Extraído de: Conversación con Motovilov, editorial Lumen, colección Ichthys)

San Serafim de Sarov Contenido: El Hombre. El Desierto. El Novicio. La Herencia del Hesicasmo. La Enfermedad. Monje-Sacerdote. El Eremita. El "Desierto Lejano". Las Bestias. La Oración. El Recluso. A Plena Luz. El Staretz. El Objetivo de la Ascesis. La Clarividencia. Consejos. Las Mujeres. El Taumaturgo. El higúmeno Nifonte. Diveyevo. Las Iglesias. La Regla de la Comunidad. La Muerte. Tristes Presentimientos.

El Hombre El 19 de julio de 1759, un niño nació en la familia del mercader Isidoro Mochnine, en Kursk, y recibió el nombre de Prokhore. Kursk era una ciudad de provincia como había muchas en Rusia, con las casas bajas flanqueadas por empalizadas que bordeaban calles mal pavimentadas, pero a menudo sombreadas por bellos árboles. Isabel, hija de Pedro el Grande, reinaba entonces sobre un país que se recuperaba lentamente de las sacudidas terribles que le había infligido, a principios de siglo, su padre, implacable revolucionario imperial. En la corte se bailaba mucho. Pero en Moscú, se fundaba la Academia de Ciencias así como la de Bellas Artes. Los pabellones de caza, las "ermitas" románticas, los palacios con muros verde manzana, con pilares blancos y cornisas doradas, debidos a la imaginación desbordante del arquitecto italiano Rastrelli, salían de la tierra por orden de la gozosa Emperatriz. En sus horas de arrepentimiento - ya que las tenía - la devota soberana reclamaba iglesias y conventos. Fue, entonces, una iglesia, cuyo plano fue diseñado por el célebre Rastrelli, lo que la ciudad de Kursk decidió ofrecer. Los trabajos se confiaron a Isidoro Mochnine, padre del pequeño Prokhore, quien poseía una fábrica de ladrillos y tenía reputación de ser un empresario de la construcción, integro y consciente. Joven aún, murió antes de terminar su obra. Su viuda se encargó de ello.

¿Qué se sabe de esta mujer a la que Prokhore (él no tenia más de tres años a la muerte de su padre) deberá lo mejor de sí mismo? Careciendo de su retrato, uno se la imagina como una de esas matronas rusas, ligeramente obesa, los rasgos regulares, la frente serena, firme con dulzura, inteligente

sin

ostentación,

trabajadora sin ruido y sin descanso.

No

encontraba

el

sólo

tiempo

de

administrar su comercio y su casa, de enseñar a sus dos hijos, Alexis y Prokhore, de vigilar la construcción de la iglesia,

sino

que

además

gozaba con llevar a su casa, instruir,

dotar

convenientemente

y

casar a

las

huérfanas cuya suerte, en esos tiempos, era muy triste. Probablemente él heredó de su madre su amor por el trabajo bien realizado, su horror por la pereza y sus ojos de un azul muy puro. Prokhore tenía siete años cuando, por primera vez, lo "sobrenatural" lo toca en esta calma existencia provinciana. Durante una visita, en compañía de su madre, a la iglesia en construcción, cayó de lo alto del andamiaje que rodeaba el campanario y se levantó indemne. A los diez años - ya iba a la escuela - una enfermedad cuya naturaleza se ignora, amenazaba con llevarlo. Agata estaba preocupada por la vida de su hijo cuando éste la hizo partícipe de un hermoso sueño que acababa de tener: la Santa Virgen se le había aparecido para anunciarle que ella vendría a curarlo en persona. Ahora bien, algunos días más tarde, un icono de Nuestra Señora de Kursk, estimado como milagroso, fue llevado en procesión por las calles de la ciudad. Cuando se aproximaba a la casa de los Mochnine, estalló una tormenta, acompañada de una lluvia diluviana. Para proteger al icono, se la entra en el patio. Agata le lleva su hijo y el enfermo se cura. ¿Diversos hechos como se lee a veces en los periódicos? ¿Pequeños "milagros" anodinos con los que los creyentes son gratificados al menos una vez en su existencia? Pero había más.

"Eres feliz, viuda, dijo un día a la valiente Agata un "loco en Cristo" que tenía reputación, como muchos de ellos de conocer el porvenir, "eres feliz de tener un hijo que se tornará un poderoso intercesor delante de la Santa Trinidad, un hombre de oración para el mundo entero." Se sintió ella impresionada por su predicción. ¿Su hijo era un "niño predestinado"? El carácter de Prokhore se afirmaba. El pertenecía a una raza viril. La ciudad de Kursk está situada en la frontera de las estepas. Desde siempre, sus habitantes fueron llamados a luchar contra los invasores. Avido de heroísmo, sin embargo, no se entusiasmaba con las hazañas de los guerreros el joven Prokhore Mochnine. El soñaba con otras luchas. Lo atraían combates más peligrosos: las hazañas ascéticas de los santos oponiéndose a las fuerzas del demonio. ¿Se sorprendió Agata cuando él pide su bendición para ir, en compañía de otros cinco, en peregrinaje a Kiev, para orar en el monasterio de las Grutas a fin de conocer la voluntad de Dios sobre su porvenir? Probablemente no. ¿Sabía ella que aquel loco en Cristo del que su hijo se había hecho amigo, ejercía sobre él una influencia siempre creciente? Una cosa era clara: el comercio familiar del que se ocupaba el mayor de los Mochnine, no interesaba al menor. Kiev era una ciudad santa, "la madre de las ciudades rusas," donde, en 989, el Príncipe Vladimir bautizó a su pueblo en el Dnieper; donde un dependiente del Monte Athos fundó el célebre "Monasterio de las Grutas," matriz de la cultura cristiana de todo el país. Allí encontró Prokhore la respuesta que buscaba; se la dio un anciano "staretz" llamado Dositeo; quien aprobó su deseo de entrar en religión y lo orientó hacia un monasterio del que el joven había escuchado hablar ya: el "Desierto de Sarov." "Ve sin temor, habría dicho Dositeo, y permaneced. Allí es donde salvarás tu alma y terminarás tu peregrinaje terrenal. Familiarízate con el recuerdo constante de Dios. Apela a su Santo Nombre, y el Espíritu Santo vendrá a habitar en ti y guiará tu vida con toda santidad." Prokhore estaba gozoso. Precisamente se sentía atraído hacia el Desierto de Sarov. Muchos de sus conciudadanos se encontraban ya allí. Pero la separación de su madre fue dolorosa. El se arrojó a sus pies. Llorando ella le dio a besar los iconos familiares y pasó por su cuello una cruz de cobre de forma octogonal sobre la que estaba representado el Señor crucificado. Jamás dejó esta cruz el hijo de Agata. La llevo hasta su muerte sobre el pecho y pidió que después de ésta, la pusieran en su ataúd. Luego, el bastón de viajero en la mano, en compañía de dos de los cinco amigos con que había hecho el peregrinaje a Kiev, emprendió la ruta. Alrededor de seiscientos kilómetros separaban Sarov de Kursk. El Desierto La palabra "desierto" en hebreo significa algo o alguien abandonado - a la naturaleza a las bestias - una "tierra que no está sembrada" (Jr. 2:2). En ruso, "pustynia": desierto, viene de "pusto," "pustota": lo vacío. El sentido profundo de los dos términos es idéntico. En el desierto, se puede estar abandonado por Dios, o abandonar todo para Dios. En el vacío de todo, y particularmente de sí mismo, uno se aproxima a Dios después de haber

rechazado las tentaciones propuestas por el Adversario. En este sentido, el desierto no es obligatoriamente una extensión de arena como el Sahara. El bosque de Sarov, situado al norte de la Gobernación de Tambov y al sur de aquel de Nizhni-Novgorod, en el centro de Rusia, poseía todo lo que se requiere para servir de "desierto." El bosque se cierra sobre sí mismo, sirviendo de protección a los ladrones y a los fuera de la ley. Sólo en el siglo XVII un monje de nombre Teodosio osó levantar una cabaña sobre el terraplén del viejo campamento. Asolado por malhechores, debió partir. Otro, Gerósimo, tomó su lugar. Fue un tercero, Isaac, quien, a principios del reinado de Pedro el Grande, fundó un monasterio, al que dotó con una severa regla. El permiso de construir una iglesia lo dio el último Patriarca de Moscú. Entusiasmados, los monjes lo erigieron en cincuenta días. Se cuenta que durante su consagración, alegres repiques sacudieron el bosque. ¿De donde venían? Ni en el nuevo monasterio, ni en los alrededores, había una sola campana. El Novicio Una fría tarde de noviembre, - el 20 de noviembre de 1778 -, Prokhore y sus compañeros percibieron finalmente, a través de los grandes abetos negros, los muros blancos del monasterio. En la iglesia, se cantaban las vísperas. En la dulce penumbra, los cirios se quemaban frente a los iconos. Al día siguiente, día de la Presentación en el Templo, el joven se presenta al higúmeno. Tenía diecinueve años y era hermoso: alto, ancho de hombros, la tez clara, los pómulos ligeramente salientes, la nariz afilada, los ojos muy azules. Todo su ser presentaba algo de sano, de virginal y de fuerte. Originario como él de la ciudad de Kursk, el Padre lo recibió con bondad. Seducido por la franqueza del joven, por la claridad de su mirada, le tomó afecto desde el principio. Como novicio, Prokhore fue nombrado, en primer lugar, sirviente de la celda del Padre ecónomo. Luego, fue asignado a diferentes trabajos, a los que, en los monasterios de Oriente, se llama "obediencias." Alternativamente fue panadero, carpintero y sacristán. Como san Sergio, prefería el oficio de carpintero, el de Cristo en Nazaret. Por su habilidad se lo apodó "Prokhore el Carpintero." Artesano de alma, como muchos rusos, fabricaba con amor pequeñas cruces de madera de ciprés que los peregrinos compraban gustosamente. Dotado de una fuerza física poco común, ayudaba a los monjes en la tala y transporte de los abetos por el río. "El trabajo físico y el estudio de las Santas Escrituras contribuyen a guardar la pureza," decía, siguiendo a san Isaac el Sirio, uno de sus autores preferidos. Se lo amaba en el monasterio por su entusiasmo y su buen humor. "¡Entonces yo era alegre!.. dirá más tarde a una religiosa. La alegría no es un pecado, Madrecita, al contrario, Ella aleja la fatiga; y ya que de la fatiga proviene el desaliento, ¡nada peor que ella para el alma!" "Cuando yo entré en el monasterio, cantaba en el coro. Sucedía, a veces, que los

hermanos estaban muy fatigados, entonces el canto se resentía. Algunos ni siquiera acudían. En cuanto a mí, mi goce, como estaba siempre tan alegre, cuando ellos se reunían, yo les decía algo gracioso, y ellos olvidaban su cansancio. En la casa de Dios, es desagradable hablar o hacer algo inconveniente, no es correcto, pero una palabra afable, divertida, animosa, no es un pecado, Madrecita. Ayuda al espíritu del hombre a mantenerse en el goce delante del rostro de Dios." Estas descripciones nos muestran una reproducción casi fiel del futuro Padre Serafín: su hablar tan característico, intencionalmente popular; su hábito de tutear a sus interlocutores llamándolos "mi alegría," (lo que en ruso suena bien), horror por el desaliento y el pesimismo. No se debe creer que el noviciado de este joven desbordante de vida, amante del canto, sensible a la belleza, se desarrollaba sin choques. "Hasta los treinta y cinco años, es decir hasta la mitad de nuestra vida terrenal, confesará más tarde, grande es el esfuerzo que se necesita realizar para defenderse, del mal. Muchos no lo logran y se alejan del camino recto para seguir sus propias inclinaciones." Qué hacer para perseverar? Una serie de consejos prodigados a un postulante, arrojan cierta luz sobre los años jóvenes de Prokhore el Carpintero. Helos aquí: "Sea cual fuera la manera por la que has entrado a este monasterio, no pierdas valor: Dios está aquí. La vida monástica no es fácil. A la primer decepción, es necesario no desear dejar el monasterio. El novicio debe tener la voluntad de perseverar. "Viviendo en esta santa casa, haz esto: permanece atento en la iglesia, familiarízate con los oficios, vísperas, completas, vigilias nocturnas, maitines, lecturas de las horas. Durante la Liturgia, permanece de pie, los ojos fijos sobre un icono o un cirio. Que la hediondez de tus distracciones no se mezcle con el incienso de la salmodia. En tu celda, aplícate a la lectura, sobre todo del Salterio. Relee cada versículo muchas veces, a fin de grabarlo en tu memoria. Si tienes trabajo, hazlo. Si se te llama para una obediencia, ve. Trabajando, repite continuamente la plegaria: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador." Orando, escúchate a ti mismo, es decir, une tu espíritu al corazón. Al principio, un día o dos, o más, ora con tu razón, pronunciando separadamente cada palabra. Luego, cuando el Señor haya reconfortado tu corazón, por su gracia, en unión con el Espíritu, tu plegaria fluirá sin interrupción y estará siempre contigo, regocijándote y alimentándote. Cuando obtengas este alimento espiritual, es decir el diálogo con el mismo Señor, ¿para qué ir a las celdas de los hermanos aun cuando te inviten? En verdad os digo: el amor por la charlatanería es también el amor de la pereza. Si no te comprendes a ti mismo, ¿dé qué puedes discutir con los otros? ¿qué puedes aprender de ellos? Calla. Calla todo el tiempo, recuerda siempre la presencia de Dios y de su Nombre. No entres en conversación con nadie, cuídate de criticar a los burlones y a los parlanchines. Sé sordo y mudo. "En el refectorio, no mires lo que comen los demás y no juzgues, presta, en cambio,

atención a ti mismo, alimentando tu alma con la plegaria. Al mediodía, come según tu apetito. A la noche, abstenete. La glotonería no es para el monje. Miércoles y viernes, si es posible, no tomes más que una sola comida, y el Angel del Señor se acercará a ti. Es necesario, sin embargo, alimentarse lo suficiente para que el cuerpo, reconfortado, sea un auxiliar para el hombre en el cumplimiento de su deber. De lo contrario, puede pasar que, estando debilitado el cuerpo, el alma flaquee. El ayuno no consiste solamente en comer raramente, sino en comer poco. No es razonable ayunar para quien, habiendo esperado con impaciencia la hora de la comida, se vuelca con voracidad - corporal y mental - al consumo del alimento. El verdadero ayuno, por otra parte no consiste sólo en domar el propio cuerpo, sino en privarse, a fin de dar pan a quien no lo tiene." "Todas las noches no duermas menos de cuatro horas: la décima, la undécima, la duodécima y una hora después de medianoche. Si te sientes fatigado, puedes, después del mediodía, hacer una siesta... Es lo que hice desde mi juventud. Conduciéndote así, no estarás triste sino en buena salud y alegre. Y permanecerás en el monasterio hasta el fin de tus días." "La primera virtud del novicio será la obediencia; ella es el mejor remedio para el enojo, enfermedad peligrosa y difícil de evitar si no se siguen estrictamente las disposiciones del superior. Al mismo tiempo que la obediencia, el joven monje ha de practicar la paciencia. Sin murmurar, debe soportar vejaciones e injurias." "El hábito monástico es la aceptación de las ofensas y las calumnias. Un monje debe ser semejante a una vieja chancleta, utilizada hasta la cuerda." "Sin pruebas, no hay salvación. No se convierte uno en monje sin la plegaria y la paciencia, como no se va a la guerra sin llevar armas." Un escollo: las mujeres. "Huye como del fuego de estas cornejas pintadas. Con frecuencia, ellas transforman a un guerrero del rey en esclavo de Satanás. Las virtuosas deben evitarse tanto como las otras." El corazón del monje se debilita siempre por el trato con el sexo femenino. "Desde la entrada al monasterio, y hasta su muerte, la vida del monje no es más que una lucha terrible contra lo mundano, la carne y el diablo. No es monje aquel que en tiempo de guerra cae a tierra y se rinde sin combatir." Estos consejos son los de un hombre maduro. Pero reflejan los problemas de los jóvenes religiosos de todos los tiempos. Viniendo del fondo de las edades, una voz parece responder: "Es monje aquel que guarda su corazón y aspira a amoldar lo Incorporal en una morada de carne." Quien habla es san Juan Clímaco, higúmeno del siglo VII del monasterio de Santa Catalina en el Sinaí. Los años no cambiaron en nada los preceptos de la ascesis, al menos en la ortodoxia. La Herencia del Hesicasmo Trabajando, repite continuamente la plegaria: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad

de mi, pecador..." "Acuérdate siempre de la presencia de Dios y de su santo Nombre." En Kiev, el "Anciano" Dositeo, ¿no había pronunciado las mismas palabras? El recuerdo constante de la presencia divina y la invocación del santo Nombre de Dios remonta a la más alta antigüedad bíblica. En la oración enseñada por Cristo a sus discípulos, la primera invocación es: "Que tu Nombre sea santificado." Los Apóstoles, desde el principio de su predicación, habían puesto el acento sobre el nombre de Jesús, a1 que invocaban para curar a los enfermos y representaba tanto una fuerza como una fuente de salvación. Al Nombre de Jesús, expresando su gloria, pertenece una fuerza salvadora y vivificante, de allí la difusión progresiva entre los monjes, luego entre todos los cristianos, de la "oración de Jesús." El Nombre de Jesús implica su presencia. "Entre el Nombre y aquel que el Nombre invoca no se podría introducir una navaja de afeitar" dijo un teólogo ruso contemporáneo. Se habla con alguien que está presente. Hablar a Dios es Orar. "Orad sin cesar," dijo san Pablo. Felizmente, "Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles" (Ro. 8:26). No se puede separar a Jesús y al Espíritu Santo. Pero, ¿el Espíritu haría Su morada en un ser de pensamientos dispersos, con vestimentas mancilladas por el pecado? Seguramente no. Para comenzar, es necesario arrepentirse. A continuación, poner en guardia al corazón para defenderlo del ataque de las tentaciones, de los pensamientos perjudiciales, y de esa loca de la casa, la imaginación, de la que se sirve el enemigo para engañar a los inexpertos con visiones seudo-celestiales. Es por eso que los consejos dados al postulante dicen: "Orando, escúchate a ti mismo, es decir une tu espíritu a tu corazón" (la unión de la inteligencia al corazón, considerado como centro, es indispensable). "Luego, cuando el Señor haya avivado tu corazón con su gracia, en unión con el Espíritu, tu plegaria fluirá sin cesar..." Este modo de plegaria nacido en el desierto, elaborado en los monasterios de Oriente a través de los siglos, convertido en una verdadera doctrina aprobada por la Iglesia, recibe el nombre de Hesicasmo, del griego, paz interior, calma, tranquilidad, quietud, silencio. Ella tiene dos cimas. Una se alcanza cuando la plegaria convertida en parte integrante del hombre deja de ser algo que el hombre dice, para transformarse en algo que se dice en él. Cuando el Espíritu establece su morada en el hombre, este no puede dejar de orar, ya que el Espíritu no cesa de orar en él... En lo sucesivo, él no domina la plegaria durante períodos de tiempo determinados, sino en todo tiempo. Incluso cuando descansa, la plegaria está en él secretamente, ya que "El silencio de la impasibilidad es plegaria" dijo Isaac el Sirio. "Sus pensamientos son mociones divinas, los movimientos del intelecto purificado, son voces mudas que cantan en el secreto esta salmodia a lo invisible." Pero el Sirio se apresura a agregar: "Difícilmente se encontraría en toda una generación un hombre que se haya aproximado a este conocimiento de la gloria de Dios."

La segunda cima está inundada por una luz que la ortodoxia califica como no creada. Pese a la prohibición que se les hizo de "meditar" sobre algunos episodios de la vida de Cristo, de tomarse imágenes en sus espíritus, los adeptos a la "oración de Jesús," se beneficiaban, a veces, con visiones luminosas que no eran, ni efecto de su imaginación, ni el efecto de una luz meteorológica simbólicamente interpretada, sino una teofania - una revelación divina - tan real como la del Monte Tabor prefigurando la gloria del Resucitado, tal como la luz sin fin que iluminará a la Jerusalén Celestial y cuya luminaria será el Cordero (Ap. 2:23). ¿Estaban los monjes de Sarov al corriente de la doctrina y las prácticas hesicastas? De acuerdo con los consejos prodigados al postulante, y que acabamos de citar, la respuesta es afirmativa. Desde principios del siglo XIV, los escritos sobre el hesicasmo se propagaron a través de los países eslavos y ganaron Rusia. San Sergio de Radonez tenía conocimientos de ellos. La experiencia de luz no creada no le era extraña. En el siglo XV, un Nil de la Sora, eremita de la "Tebaida del Norte" allende el Volga, erudito que hablaba corrientemente el griego, habiendo permanecido largo tiempo en el Monte Athos, dejó a sus descendientes espirituales una Regla inspirada por los grandes maestros de la doctrina hesicasta: Juan Clímaco, Isaac de Nínive, Simeón el Nuevo Teólogo. Los textos que restan "constituyen a la vez un ejemplo importante de fidelidad absoluta a la tradición hesicasta bizantina y de una remarcable simplicidad espiritual que caracterizaba a la persona misma de Nil y que constituirá el rasgo más destacado de los santos rusos posteriores." Esto se debe recordar. Los santos rusos restando interés a la especulación teológica, contribuyeron con frecuencia, por un cierto lirismo cósmico, a humanizar la mística hesicasta; ellos acentuaron, mucho más que los griegos, las implicaciones sociales del monaquismo eremita. Las dificultades, y las persecuciones que la Iglesia rusa conoció en el curso del siglo XVIII, no lograron vaciar el alma rusa de su deseo de Dios. Más numerosos que nunca, los peregrinos surcaron el imperio a la búsqueda de esta Verdad-Justicia que la vida sobre la tierra parecía negar. Y he aquí, que algunos de entre ellos se dedicaron a traer de Moldavia excelentes noticias: había allí, en los confines de Rumania, un monje ruso, un verdadero "staretz," Paissy Velitchkovsky, alrededor del cual la vida monástica, conforme a las más auténticas tradiciones, se reorganizó. Millares de monjes se habían reunido ya en su monasterio. En cuanto a Paissy mismo, hablando muchas lenguas, él traducía incansablemente del griego las obras de la literatura patrística y sobre todo, las obras de los santos hesicastas con los cuales se había familiarizado durante una prolongada permanencia en el Monte Athos. El único retrato que se tiene de él lo representa frágil bajo los amplios pliegues de un manto monacal, su dulce rostro absorbido por un par de ojos enormes. Se decía que con frecuencia estaba enfermo. Encogido sobre su lecho como un niño, pero rodeado de diccionarios, él dictaba a numerosos secretarios sus traducciones. Su influencia en Rusia fue enorme. Por todas partes a fines del siglo XVIII, a principios del XIV, se encuentran a sus discípulos, o los discípulos de estos últimos. Dositeo de Kiev,

quien orientó a Prokhore Mochnine hacia el Desierto de Sarov, fue uno. Pero nada de lo que Paissy tradujo tuvo un éxito comparable al de la Filocalia - en griego "amor a lo Bello" en ruso "Dobrotolubiye"; "Amor al Bien" - recopilación de adagios patrísticos, publicada en 1782 en Venecia por un obispo griego en estado de rebelión contra las autoridades otomanas de su diócesis, Macario de Corinto (1731-1805), en colaboración con un monje de la Montaña Santa, Nicodemo el Hagiorita (1749-1809). Sin preocuparse por las repeticiones, esta recopilación reunía una entidad de textos cuyos autores fueron los grandes contemplativos. Comenzaba por los Padres del Desierto del silgo IV y llegaba hasta los restauradores del siglo 14 una larga cadena de autores. La traducción rusa apareció en San Petersburgo en 1793, a fines del reinado de Catalina II, gracias a los esfuerzos del eminente metropolitano Gabriel. Pero se sabe que dieciséis años antes de su aparición oficial, Dositeo de Kiev estaba ya familiarizado con el espíritu de su contenido. La oración hesicasta que el eremita de Sarov practicaba incansablemente se convierte, en, "una llave que abre el mundo, un instrumento de ofrenda secreta, una aplicación del sello divino sobre todo lo que existe." "La invocación del Nombre de Jesús es un método de transfiguración del universo." Aquel que ora sin cesar adquiere el conocimiento del lenguaje de la creación. El escucha la alabanza de las criaturas y comprende cómo es posible conversar con ellas. La Enfermedad Hesicasta consciente o no, el celo que Prokhore el Carpintero desplegó en el Desierto de Sarov casi termina por conducirlo a la tumba. Se piensa que su enfermedad era una hidropesía; la sufre durante tres años y ella termina por postrarlo en cama. El recurrir a la medicina no existe en la tradición monástica. No hay doctores en el Monte Athos. Pero desesperado por la vida de su preferido, el Padre Abad que no dejaba nunca su celda, estaba dispuesto a enviar por un médico, cuando, ante el asombro de todos, el enfermo curó. ¿Qué habrá pasado? Se supo mucho más tarde. La Santa Virgen que en Kursk había llegado bajo el aspecto de un icono, para salvar al niño enfermo, regresaba, esta vez en Persona para salvar al joven novicio del Desierto de Sarov. Llegó en compañía de los Apóstoles Pedro y Juan. Volviéndose hacia ellos, ella pronunció extrañas palabras: "El es de nuestra raza" dijo, refiriéndose al moribundo. Cosas así no se inventan. ¿Cómo habrían llegado el espíritu de un aspirante a la humildad? "Ella posó sobre mi frente su mano derecha, contaba en su vejez; en su mano izquierda llevaba un cetro con el cual, tocó al pobre Serafín. En este jugar - sobre mi cadera derecha - se formó un hueco. Por allí corrió el agua. Y es así como la Reina del Cielo salvó al humilde Serafín." Una profunda cicatriz en la cadera testimoniaba el milagro. Monje-Sacerdote Serafín... Ocho años después de su entrada al Desierto de Sarov, Prokhore, de veintisiete

años de edad, considerado digno de llevar el hábito monástico, fue recibido el 13 de agosto de 1786 en la comunidad del Desierto. Sin pedir su aprobación se le impuso el nombre de Serafín que, en hebreo, quiere decir: "Reluciente." Muy tempranamente sería ordenado diácono. Pero, antes, tenia que pagar una deuda de gratitud: con la bendición de sus superiores partió a recaudar fondos para construir una pequeña iglesia, testimonio de sus sufrimientos, en el lugar donde fue visitado y curado. Demás está decir que en el curso de este fatigante viaje a través del país, había ido hasta Kursk, abrazado una última vez a su madre y predicho a su hermano Alexis que lo seguiría de cerca a la tumba, lo que, pasado el tiempo, sucedió. Pero no se pensó jamás en la impresión que esta larga caminata a través de la tierra rusa pudo dejar en un hombre joven marcado por el sufrimiento, y, de hecho, particularmente receptivo. Más tarde fue ordenado diácono. Nuevamente, desplegó su celo; demasiado, pensaban algunos monjes. No se había visto jamás a un diácono prepararse para la Liturgia dominical orando toda la noche en la iglesia. Terminado el oficio, aún dudaba en partir. ¿Habría amado, como un puro de espíritu, servir continuamente al Señor olvidándose de comer y beber? Mientras cantaba el coro, le sucedía, decía, ver pasar a los ángeles; vestidos con ropas blancas, brillantes como relámpagos, ellos atravesaban la iglesia cantando mejor que los monjes. En verdad, pensaban estos últimos, los ángeles toman parte en la celebración de la eucaristía. Durante la Gran Cuaresma, en las liturgias de los presantificados, ¿no se proclama: "Hoy las fuerzas celestiales concelebran invisiblemente con nosotros"? Pero el Padre Serafín ¿no exageraba pretendiendo verlos? Este hombre calmo, sólido, equilibrado, este buen obrero que había sido Prokhore el Carpintero, ¿se transformaba en uno de esos "místicos" de los que desconfía, como de la peste, la severa sobriedad tradicional del monaquismo oriental? Un día, durante la solemne liturgia del Jueves Santo, después de haber bendecido a la asistencia y pronunciado las palabras: "y por los siglos de los siglos," en lugar de retirarse, como lo exigía el desarrollo del oficio, el Padre Serafín permaneció fijo en su lugar, inmóvil, ausente de todo. Comprendiendo que le había pasado algo insólito, dos jerodiáconos lo tomaron de los brazos y lo condujeron detrás del altar. Su inmovilidad duró tres horas. "Estaba deslumbrado como por un rayo de sol, explicó a su confesor y al Padre Pacomio. Volviendo los ojos hacia esa luz vi a Nuestro Señor y Dios, Jesucristo, con el aspecto del Hijo del Hombre en su Gloria, brillando con una luz inefable y rodeado por los ejércitos celestiales: ángeles, arcángeles, querubines y serafines. Viniendo de la puerta oeste, caminando en los aires, El bendijo a los celebrantes y a los asistentes. Luego, entrando en su icono cerca de la puerta real, El cambió de aspecto, siempre rodeado por las órdenes celestiales que con su brillo iluminaban toda la iglesia. En cuanto a mí, tierra y ceniza, fui objeto de una bendición especial." Los viejos monjes escuchaban atentamente. Después, sabios y experimentados como eran, lo pusieron severamente en guardia contra las visiones en general y las tentaciones del orgullo en particular. Pero el Padre Serafín ya no era un novicio. El sabía que la humildad es el cimiento que sostiene el edificio de la

perfección espiritual. Pero sabía también que una vez comprometido en el camino de la unión con Dios, el hombre no puede detenerse más. El Padre Serafín había entrado en ese mundo invisible al que pocos hombres tienen acceso. Pero él no decía: soy rico. Al contrario, su sed de contemplación no hacía más que crecer. Ordenado sacerdote, no se sentía menos atraído por la gran soledad del desierto verdadero. La contemplación de un anacoreta es más preciosa de "lo que fue jamás el sacerdocio, según la orden de Melquisedec." Allí hay un misterio. El higúmeno Pacomio murió. Su enfermedad retuvo al Padre Serafín en el monasterio. Una vez desaparecido el anciano al que había cuidado como a un hijo, pidió a su sucesor, el Padre Isaías, permiso para retirarse al bosque y dejó el monasterio con una dispensa oficial. Se conoce la fecha de su partida: el 20 de noviembre de 1794, vísperas de la Presentación en el Templo de la Santa Virgen, exactamente dieciséis años después de su entrada. Tenía treinta y cinco años, etapa importante, según sus propias palabras, en la vida de un hombre. El Eremita Existe una carta escrita a un amigo por el staretz Paissy Velichkovsky con respecto a la vida eremítica de la que dijo: "Debes saber, amigo muy querido, que el Espíritu Santo dividió la vida monástica en tres categorías: la vida eremítica; la vida en compañía de dos o tres hermanos en un skit y la vida cenobítica. La vida eremítica debe comprenderse como una existencia lejos de los hombres, en el desierto. El eremita se remite sólo a Dios, a El le concierne la salvación de su alma, el alimento, la vestimenta, y toda necesidad terrenal. El no espera más que en El en todos los combates del alma y del cuerpo, sólo El es su ayuda y su esperanza en este mundo. Pero esta existencia es posible para los maduros espiritualmente, los que viven en paz consigo mismos. En cuanto a los novicios que no se comprometen: si 1o hacen frívolamente, cuidado con ellos, si caen en la apatía, la distracción o la duda; ningún hombre se encontrará cerca de ellos para levantarlos." El Padre Serafín hizo la experiencia. "Los que viven en los monasterios, dirá, luchan con los enemigos del género humano como si lo hicieran con palomas; los anacoretas - como si lo hicieran con leones y leopardos." Pero ¿quiénes son estos "enemigos del género humano"? ¿Contra quién se entabla esta lucha en el vacío? El hombre del siglo XX sabe todavía que su destino, en gran parte, depende de ella. En la opinión de los antiguos, el Universo estaba administrado por espíritus que gobernaban los astros y residían "en los cielos" o "en los aires." Ellos coincidían en parte con lo que San Pablo llamó "los rudimentos del mundo" (Gá. 4:3). Infieles a Dios, quisieron - y lo lograron - sojuzgar al hombre en el Pecado. Pero Cristo vino a liberar a la humanidad de su esclavitud, a arrancarla del imperio de las tinieblas. "El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean

dominios, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz" (Col. 1:15-20). En consecuencia he aquí el trabajo para un místico, para un anacoreta. La salvación del mundo depende de él. Volviéndose sobre sí mismo, él se encerrará en la "celda interior" de su corazón, para encontrar allí, "más profundamente que el pecado," el comienzo de un ascenso en el curso del cual, el universo se le aparecerá más y más unido, más y más coherente, impregnado por fuerzas espirituales, tomando un todo en la mano de Dios. El "Desierto Lejano" El bosque que sirvió de "desierto" al Padre Serafín era inmenso y sombrío. Los abetos se levantaban como mástiles de navíos. Algunos tenían muchos metros de circunferencia. En una modesta "isba" situada sobre una orilla escarpada del río Sarovca, a seis kilómetros aproximadamente del monasterio, tenía lugar su eremita. Un icono en un rincón, una sartén en el otro, un pedazo de tronco a manera de silla - era todo. ¿Un lecho? Inútil. El bautizó el conjunto "Monte Athos." Un eremita, para preservarse del tedio, tiene necesidad de un estricto empleo del tiempo. La jornada del Padre Serafín comenzaba a medianoche; seguía la regla de San Pacomio el Grande, en vigor entre los Padres del Desierto. Para comenzar, recitaba el Oficio, los maitines y las alabanzas. A las nueve, era el momento del tercio, la sexta y la novena. Finalmente, después del mediodía, cantaba las vísperas y las completas. A la caída de la noche, recitaba las oraciones preludiando el sueño, acompañadas de numerosas prosternaciones como habitualmente hacen los monjes orientales. En cl intermedio, la oración del corazón, ininterrumpida, rimaba sus actividades. En su inmenso deseo de vincular todo a Jesús, él había dado a los alrededores nombres bíblicos. En "Nazaret," cantaba los himnos "akathistes" a la Virgen; recitaba la sexta y la novena en el "Gólgota"; leía el evangelio de la Transfiguración en el "Monte Tabor, y entonaba en "Belén" la "Gloria a Dios en lo más alto de los cielos." El Padre Serafín cultivaba una huerta. Como abono, utilizaba el musgo húmedo que, con el torso desnudo, iba a buscar a los pantanos, ofreciendo "la carne rebelde" a las picaduras de los tábanos y los mosquitos. Así pasaba el invierno y llegaba la primavera, con el aire tibio trayendo el olor de la nieve que se funde, de 1a savia que sube. Era la primavera - la Resurrección - Pascuas: Abandonando su ermita, el Padre Serafín pasaba la primer semana de Gran Cuaresma en el monasterio, privándose completamente de alimento, repitiendo con sus hermanos la plegaria de penitencia de San Efrén el Sirio. "La plegaria y el ayuno, la soledad y la abstinencia, forman el cuarteto que conduce al alma hacia el Reino de Dios" decía el habitante del "Pequeño Desierto Lejano." La lectura

era una de las ocupaciones favoritas de este hombre de aire libre. El Evangelio que llevaba en un bolso, detrás de su espalda, lo acompañaba a todas partes. Cada día leía algunos capítulos, "aprovisionando" de este modo su alma. Ya que el alma debe alimentarse con la palabra de Dios." "Es necesario habituar al espíritu a que se sumerja en la ley de Dios," enseñará. Su conversación, en efecto, no será a menudo más que una serie de paráfrasis de textos bíblicos libremente aplicados a situaciones dadas. La soledad de un ermita llama y facilita la llegada del Espíritu. "Para el descenso del Espíritu, dirá Serafín de Sarov, conviene estar escuchando el absoluto silencio. Como la lectura se toma superflua, una vez que el Espíritu se posesionó del hombre, la plegaria no necesita más de palabras." ¿Había llegado al estado señalado por Isaac el Sino, donde "el silencio de la impasibilidad es plegaria"? Las Bestias "A medianoche, cuenta el Padre José, un testigo ocular, los osos, los lobos, las liebres y los zorros, los lagartos y los reptiles de todo tipo, rodeaban la ermita. Habiendo terminado sus plegarias, el asceta salía de su celda y se dedicaba a alimentarlas." Otro testigo, el Padre Alejandro, intrigado, había preguntado una vez cómo el poco pan seco contenido en su bolsa podía ser suficiente al Padre Serafín para satisfacer a tal cantidad de animales. "Hay siempre bastante" fue la tranquila respuesta. Un gran oso, en particular, gozaba de la intimidad del santo hombre. Los relatos referidos a su encuentro, a primera vista poco tranquilizante, con este habitante de los bosques, fueron dejados por el Padre Alejandro así como por otras personas. Lo que los asombraba sobre todo, era el goce, que el Padre Serafín irradiaba entonces. Sonriendo, enviaba al oso con un encargo, y el animal regresaba, caminando sobre sus patas traseras, portador de un panal de miel que el anacoreta ofrecía amablemente a sus visitantes. Entre las representaciones póstumas de Serafín de Sarov, las más populares fueron aquellas en las que se lo ve sentado bajo un abeto, dando un pedazo de pan a un oso. "¿Qué es un corazón caritativo? se preguntó san Isaac el Sirio. Es un corazón que se inflama de caridad por la creación entera, por los hombres, por los pájaros, por las bestias, por los demonios, por todas las criaturas. Es por eso que tal hombre no cesa de orar, tanto por los animales y los enemigos de la Verdad, como por quienes le hacen mal, a fin de que sean conservados y purificados. Incluso ora por los reptiles, movido por esa piedad que se despierta en el corazón de los que se asimilan a Dios." Después de Macario de Egipto, de san Francisco de Asís, de Sergio de Radonez, Serafín de Sarov actualizaba este magnífico texto. La Oración Cuando era tentado por el demonio él ayunaba y oraba sin cesar durante mil días y mil noches, de pie o arrodillado sobre una gruesa piedra plana, o en una cueva cavada bajo su isba, Serafín de Sarov exclamó, como el publicano del Evangelio: "¡Señor Jesús, ten

piedad de mí, pecador!" Nadie sabrá jamás a qué imágenes horribles, a qué tentaciones, tan sutiles como atroces, respondía ese grito de alarma. Pero Cristo estaba allí. "¿Quién nos separará del amor de Cristo? exclamó san Pablo, ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?.. Por la cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni los príncipes, ni potestades, ni el presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 8-35-38). El Recluso "La obediencia, para el monje, es más importante que el ayuno y la plegaria." El Padre Serafín lo había afirmado y actuaba en consecuencia. Por obediencia, este hombre que había pasado los cincuenta años, asceta brioso, dejaba su retiro forestal donde durante dieciséis años se había complacido en alabar a su Señor y su Dios. Sin embargo, el período de silencio que el Espíritu le había impuesto no había terminado todavía. ¿Cómo perseverar en un monasterio en plena actividad, ruidoso, lleno de visitantes y peregrinos? El pidió al higúmeno la bendición para enclaustrarse en su antigua celda y recibir allí los sacramentos. Así pasaron cinco años. Un día, el recluso abrió su puerta, sin salir de su celda. Los que querían verlo podían entrar. Siempre mudo, se ocupaba en sus actividades cotidianas. Cinco años después comenzó a responder preguntas, a dar consejos. Al principio, sólo los monjes lo visitaban. Rápidamente fueron seguidos por los laicos. La Virgen misma había dado la orden al recluso de recibirlos. Su carisma no se agotaba más. Pero él, no dejaba su sombrío reducto. La falta de aire y de ejercicio le causaba dolores de cabeza insoportables. El salía a la noche, ocultamente. Una o dos veces se lo vio así, cerca del cementerio, transportando algo pesado y murmurando la plegaria de Jesús. "Soy yo, soy yo, el pobre Serafín... ¡Cállate, mi goce!" decía. Sintiendo que sus fuerzas se debilitaban, él pidió a Dios el permiso para terminar su reclusión. Y el permiso llegó. La noche del 25 de noviembre, fecha que conmemora a los Santos Clemente de Roma y Pedro de Alejandría, la Virgen María se le apareció mientras dormía y lo autorizó a dirigirse a su ermita. Habiendo obtenido la bendición del higúmeno, el recluso, después de dieciséis años de prisión voluntaria, salió y se dirigió hacia el bosque. A Plena Luz "Viene tanta gente a ver al Padre Serafín" decía, no sin humor, el higúmeno Nifonte, "que no se cierran las puertas del monasterio, antes de medianoche." A partir del momento en que Serafín de Sarov dividió su tiempo entre el bosque y su celda monástica dejó de pertenecerse. De ahora en adelante pertenecía a las multitudes. Tenía sesenta y seis años. Los primeros dieciséis años de su vida religiosa los había pasado en el monasterio. El hombre maduro -a partir de los treinta y cinco años - se había ocultado en el bosque, había elegido enclaustrarse durante dieciséis años en su celda monacal. Un

medio siglo casi de preparación para un ministerio que debía durar ocho años. ¿Había vivido fuera del tiempo ese medio siglo? Nada indica, en las pocas informaciones que se posee al respecto, la menor influencia de los acontecimientos contemporáneos sobre la formación espiritual de Serafín de Sarov. Era 1825, año en el que Serafín de Sarov daba fin a su reclusión. Un monje que, más tarde, debía contar la historia a un oficial de marina que ingresó en la religión en el Desierto de Sarov, vio, cierta vez, que al caer la tarde, una "troica" se detenía frente a la escalinata. Llegando a su encuentro, el staretz saludó, inclinándose, al oficial que descendió del carruaje. Los dos se retiraron luego a la celda del Padre y permanecieron allí encerrados durante casi tres horas. Era de noche cuando el desconocido salió para retomar su lugar en el carruaje. El staretz que lo acompañaba pronunció, desde lo alto de la escalinata, a manera de adiós, estas misteriosas palabras: "Recuerda, Señor, lo que te dije, y hazlo." El monje que, intrigado, se habría ocultado para escuchar: vio que se trataba del Emperador. El "humilde" Serafín, en posesión de la paz de Cristo, había prodigado sus consejos y dado su bendición al soberano, dueño de una sexta parte del globo; desde la cima de su gloria ¿habría visto el abismo de todas las vanidades? El Staretz "Staretz" - así se llamaría en lo sucesivo al eremita de Sarov. Literalmente, "staretz" quiere decir "anciano," "gerontes" en griego. Tomado en sentido monástico es un padre espiritual, un Maestro. En los monasterios orientales, los "ancianos" dirigían a los novicios. Grandes santos fueron formados por los "staretz." Simeón el Nuevo Teólogo proclamaba deber todo a su staretz, Simeón el Piadoso. Pero en Rusia, el "starchestvo" - el ministerio del staretz puesto en vigor nuevamente por Paissy Velichkovsky a fines del siglo XVIII, se convirtió en una verdadera institución que jugó en la historia del país un papel considerable. Serafín de Sarov fue el primero, el más grande de estos hombres de Dios. Después de su muerte, el carisma del "starchestvo" - bajo cuya forma "la santidad de los tiempos pasados regresó a la vida en la santidad moderna de manera tan tradicional, y a la vez tan sorprendente por su novedad" - pasó al "Desierto" de Optina donde, convertida en "hereditaria," se manifestó en muchas generaciones de "startzi" que se sucedieron hasta la Revolución. Como se sabe, Tolstoi y Dostoievsky fueron a Optina a buscar la sabiduría. Y, convertido por su mujer, el filósofo Kireyevsky escribió: "Todos los libros, todas las obras del espíritu no valen a mis ojos tanto como el ejemplo de un santo staretz." El ejemplo, sí. Ya que es por el ejemplo que predicaban estos elegidos del Espíritu. Ellos mismos debían haber hecho sus experiencias y así demostrar dignamente los dones logrados. Un guía inexperto es peligroso. "El Señor no bendice a los que se limitan a enseñar, sino más bien a los que por la práctica interior de los mandamientos merecieron ver y contemplar en sí mismos la luz brillante y rutilante del Espíritu y que, en esta visión, en este conocimiento y este influjo, conocieron por el Espíritu lo que deben decir y lo que

deben enseñar a los otros," escribió Simeón el Nuevo Teólogo. Con su bondad acostumbrada, muy rusa, Serafín de Sarov confirmaba las palabras del gran bizantino. "Ejecutar lo que se enseña es tan difícil como subir piedras a la cima del campanario. Tal es la diferencia entre la enseñanza y la práctica." Como la reputación del staretz Serafín crecía día a día, las multitudes invadían el Desierto de Sarov. ¿Por qué viajaban allí? Buscaban un auténtico staretz, un Maestro espiritual. Un pequeño viejo, todo blanco, todo encogido, todo seco con los ojos azules y una sonrisa incomprensiblemente radiante. Su acogida para todos, en la misma. "¡Buenos días, mi alegría!" y también: "¡Cristo resucitó!" - Saludo pascual, dado a sus compatriotas. Resueltamente optimista decía: "No seguimos el camino del desaliento - proclamaba golpeando alegremente el piso - Cristo todo lo vence. El resucitó a Adán. Restauró a Eva en su dignidad. ¡El dio muerte a la muerte!" El Objetivo de la Ascesis La coronación de las hazañas ascéticas es el amor. Encerrado en el silencio perfecto, el recluso intercede con su plegaria por el mundo entero. "Pero aquél, dijo Isaac el Sirio, que entra en relación con los hombres e ignora sus miserias, creyendo ser más fiel de este modo a las austeridades de su regla, no es misericordioso, sino cruel. Quien no visita a un enfermo no verá la luz. Quien aleje su rostro de un afligido, verá entenebrecerse su jornada. Y los hijos que no escuchan la voz del sufrimiento irán, ciegos, tanteando, a buscar sus moradas... Llega para cada existencia su hora, su lugar y su particularidad." Hubo un tiempo en que el Padre Serafín hacía barricadas con troncos de árboles en el camino del Pequeño Desierto lejano, rehusaba hablar con sus semejantes y velaba su rostro delante de ellos. Ahora, había llegado a un estado de participación, de ofrenda y de renuncia a sí mismo. - Admitamos, decía, que yo cierre la puerta de mi celda. Los que vendrán, esperarán una palabra de aliento, me implorarán, en nombre de Dios, que abra. Al no recibir respuesta, ellos se irán tristes. ¿Qué excusa podría darle a Dios, el día de su Terrible Juicio? Su paciencia era inagotable. Escuchaba a cada uno con atención y dulzura. Pero no abría a todos por igual los tesoros de sus carismas. - No se debe, decía, abrir sin necesidad el corazón a otros. Entre mil habrá tal vez uno sólo, capaz de entrar en su misterio. Con un hombre natural, se debe hablar de cosas humanas. Pero con aquel que tiene la inteligencia abierta a lo sobrenatural, se debe hablar de cosas celestiales. La Clarividencia "¡Yo sé!" decía el staretz. Pero, ¿cómo lo sabia? Uno de sus amigos, el Padre Antonio, higúmeno del monasterio de Visokogorsk y asiduo visitante de Sarov, fue un día testigo de la conversación entre el santo hombre y un negociante de Vladimir. Lo veía por primera vez, pero leía su alma como en un libro abierto. El Padre Antonio le preguntó a

continuación cómo lograba penetrar en lo más íntimo de cada conciencia sin preguntas, sin esperar confidencias. La respuesta del staretz nos abre los ojos. "El venta hacia mí, respondió, refiriéndose al mercader, viendo en mí a un servidor de Dios; y como yo, indigno Serafín, me considero un pobre siervo de Dios, lo que Dios ordena a su servidor, yo lo transmito. El primer pensamiento que me llega, estimo que es Dios quien lo envía, y hablo sin saber lo que pasa en el alma de mi interlocutor, pero creyendo que es la voluntad de Dios y que e para su bien. A veces, confiándome en mi propia razón, yo respondía, pensando que era fácil. En ese caso, se producían errores. Como el hierro se da al yunque, yo doy mi voluntad a Dios. Actúo como El quiere. No tengo voluntad propia." "Pero el Padre Antonio afirmó entonces que el staretz, veía el alma de un hombre, como un rostro en un espejo, a causa de la pureza de su espíritu. El Padre Serafín puso su mano derecha sobre la boca del higúmeno." "No, mi goce, no se debe hablar así. El corazón humano no está abierto más que para Dios. Si el hombre se acerca, El ve cuán profundo es el corazón del otro" El staretz no iba del hombre a Dios, sino de Dios al hombre. El no hacía psicoanálisis, sino que escuchaba la voz del Espíritu. Consejos Entre los visitantes que recibía, había, naturalmente, muchos monjes y clérigos. Uno de ellos, nuestro higúmeno de Visokogork, Antonio, el que había planteado al staretz preguntas concernientes a su clarividencia, corrió un día a hacerlo participe de la angustia que lo inquietaba. Creyendo próxima su muerte, él se despedía de todos en su monasterio. "Tú no entiendes como debieras, mi goce, le dijo afectuosamente el staretz. Tú dejarás tu monasterio, pero no morirás. Serás ubicado a la cabeza de otro gran Monasterio." La predicción no tardó en realizarse. El Padre Antonio fue designado por el Metropolit Filaret de Moscú para representarlo como vicario en la abadía de La Trinidad de San Sergio. Las recomendaciones que le hizo el Padre Serafín en esa ocasión, fueron sobre el comportamiento de los superiores: "Sé, para tus monjes, una madre antes que un padre. Todo superior debe ser - y permanecer - para sus ovejas como una madre razonable. Una madre amante no vive para ella, sino para sus hijos, sufre sus enfermedades con amor; ella purifica a los que están mancillados, los lava dulcemente, apaciblemente, los viste con ropas limpias y nuevas; los calza, los conforta, los alimenta, los consuela. Y trata de cuidarlos de manera de no escuchar jamás la menor queja de su parte. Tales niños están ligados a su madre. Así, cada superior debe vivir no para él, sino para sus ovejas. Debe ser indulgente con sus debilidades; soportar con amor sus enfermedades; recubrir los males de los pecadores con emplastos de misericordia; levantar con dulzura a los que caen; purificar a los que están mancillados por el vicio, imponiéndoles una penitencia suplementaria de oración y ayuno; vestirlos con la virtud por la enseñanza y el ejemplo; ocuparse constantemente de ellos y salvaguardar su paz interior para no escuchar jamás de su parte ni grito, ni queja. Entonces, ellos harán lo

posible para procurar al superior la tranquilidad y la paz." Las recomendaciones hechas por San Francisco de Asís a los Superiores de sus fundaciones son extrañamente similares. El también empleó el término de "madre." Las Mujeres En esta celda tan frecuentemente visitada, Serafín recibía también muchas mujeres. ¿No había dicho un día que era necesario desconfiar, como de la peste, de "estas cornejas pintadas"? Envejecido, lleno como estaba de fuerza espiritual, su actitud hacia ellas había cambiado. Primero entre los santos rusos, él debía ocuparse de su muerte, prever el papel, que, en el futuro, les estaba reservado. "No olvidaré jamás, mientras una de ellas, que, habiendo él orado conmigo delante del icono de la Madre de Dios, puso sobre mi cabeza sus manos calientes; yo sentí de pronto una fuerza vivificante expandirse a través de mi cuerpo entero. Levanté los ojos sobre el Padre y vi que lloraba. Una de sus lágrimas cayó sobre mi frente. ¿Lloraba por mí? No osé preguntarle... ¿Lloraba por la suerte de tantas mujeres, esclavas de dueños inhumanos, de maridos cuya brutalidad asesinaba sus almas y sus cuerpos, de los huérfanos sin dote y sin sostén de los que se ocupaba su madre, Agata Mochnine, de santa memoria? Es lo más probable. Hablando a las personas casadas, el staretz no entraba en los detalles de 1a vida conyugal. Se contentaba con pedir a los esposos la fidelidad recíproca y el amor que aseguran a la familia la estabilidad y la paz. El Taumaturgo El Padre Serafín discernía los espíritus, predecía el futuro, mantenía relaciones telepáticas con los ermitaños que vivían a millares de kilómetros de distancia, respondía las cartas sin abrirlas jamás. Tenía el don de la levitación y de la bilocación y he aquí que se le acordó el don de hacer milagros y curar a los enfermos. ¿Se regocijó por ello? "Los verdaderos santos no solamente no desean hacer milagros, sino que, cuando este don les es conferido, lo rehusan. No es sólo delante de los hombres que no quieren este don, sino en lo secreto de su corazón. Si algunos aceptaban este don, era por necesidad... otros por orden del Espíritu Santo que actuaba en ellos, ninguno por azar, sin necesidad." El primero tocado por el milagro se llamaba Miguel Mansurov. Propietario territorial del poblado de Noutch en la provincia de Nizhni-Novgorod, joven, alegre, de un físico agradable, la vida le sonreía cuando una extraña enfermedad lo postró. Perdió el uso de sus piernas, pedazos de huesos caían de sus pies. Desalentado por tratamientos médicos ineficaces, se hizo transportar a Sarov y, con lágrimas en los ojos, suplicó al staretz que lo curara. "¿Crees en Dios?" preguntó por tres veces el santo hombre. "Si tú crees, mi goce, todo es posible a aquel que cree."

Habiendo obtenido una respuesta afirmativa, entró en celda, y regresó portando un poco de aceite proveniente de la lámpara que quemaba delante del icono de la Virgen. Con este aceite, friccionó los pies y las piernas del enfermo repitiendo: "Por la gracia recibida de Dios, yo te curo." A continuación, colocó en los pies de Mansurov medias de tela; trajo de su celda una cantidad de pequeños trozos de pan seco, llenó con ellos los bolsillos de la levita del joven hombre, y le ordenó entrar a pie en la hostería. Mansurov no se sentía seguro. Por largo tiempo había perdido el uso de sus piernas. Pero una vez puesto de pie, sintió que tenía fuerzas para mantenerse. Lleno de gozo, se prosternó delante del staretz Serafín. Este lo levantó y, severamente, le dijo que no era a él, sino a Dios a quien debía agradecer. Feliz, Mansurov regresó a su casa, hacia su joven mujer alemana que había desposado durante su servicio militar en las Provincias Bálticas. Pero al poco tiempo él se puso a reflexionar: ¿Agradecer a Dios? ¿Cómo? Regresó a Sarov y le planteó su inquietud al staretz Serafín. El "anciano" lo miraba con amor infinito. Pero la respuesta que dio llenó a Mansurov de consternación. -He aquí, mi goce, dijo alegremente, tú darás todo lo que posees a Dios y guardarás para ti la mendicidad voluntaria. ¿Era aquella "la terrible dulzura del Evangelio"? Miguel pensó en su joven mujer, habituada a una vida fácil, amante del lujo. El precio exigido por su cura, ¿no era excesivo? -No tengas miedo, agregaba el staretz. El Señor no te abandonará jamás, ni en esta vida, ni en la otra. Ora. Reflexiona. Y regresa a verme. Contrariamente al joven hombre rico del Evangelio, Miguel Mansurov aceptó. Habiéndose propagado la cura del joven propietario territorial, los enfermos afluyeron a Sarov, tanto más cuanto la misma Santa Virgen parecía bendecir e impulsar esta nueva actividad de su elegido. El día en que abandonó su prisión voluntaria para dirigirse al bosque, Ella le apareció en el camino acompañada por San Juan, golpeó el suelo con su cetro y "una fuente de agua clara brotó." El agua de esta fuente sería más curativa que la de la piscina de Bethesda, dijo Ella. El Padre Serafín cercó esta fuente con un muro, e hizo allí un pozo. Más tarde, se construyó encima de este pozo, una capilla y se canalizó el agua en dos pabellones diferentes, uno para uso de los hombres y otro para las mujeres. La semejanza con Lourdes (donde la Virgen apareció veintitrés años más tarde) es sorprendente. El agua de Sarov tenía todas las propiedades del agua de Lourdes, pero era aun más fría, su temperatura no pasaba de los 4 grados. Sin embargo, como en Lourdes, no se registró jamás un caso de enfriamiento, y los bañistas, al salir, proclamaban experimentar un bienestar extraordinario. El higúmeno Nifonte "Nadie es profeta en su tierra," dice la Biblia. Cuando más se abría al mundo el Padre Serafín, más milagros hacía; pero los monjes del Desierto de Sarov lo miraban con

suspicacia y animosidad. El Padre Abad, sobre todos, desaprobaba a este Anciano noconformista, cuya presencia modificaba la marcha normal de la vida monástica. Una "instantánea," cuyo autor es el Padre Antonio, higúmeno del monasterio de Visokogorsk, asiduo visitante del Desierto, es reveladora en este sentido. "Llegué una vez a Sarov, comenta, a visitar al higúmeno Nifonte al que se consideraba seriamente enfermo. Grande fue mi asombro, cuando lo encontré con perfecta salud. Viendo mi sorpresa, me hizo el siguiente relato : El Padre Serafín vino a buscarme y trajo con él un pedazo de pan negro que me tendió diciendo: "Tú estás enfermo, Padre. Ordena que te preparen una sopa de pescado y bébela comiendo este pan; esto te dará fuerzas y, con la ayuda de Dios, te curarás" - ¡Que dices, staretz! Hace ya bastante tiempo que no como nada, que no puedo comer nada, y el pan negro me fue prohibido por los doctores."Tus doctores no leen el salterio. Y en el salterio está escrito: el pan fortificará el corazón del hombre. Entonces come un poco de este pan." E insistió de tal modo que no pude rehusar. Se procuró un poco de pescado y se hizo una sopa con él. Yo comencé a sorberla comiendo el pan que trajo el Padre Serafín; él vigilaba para que comiera todo. Cuando hube terminado, dijo: "Ahora está bien, con la ayuda de Dios, recobrarás tu salud." Apenas hubo partido, sentí un fuerte deseo de dormir, y yo, que desde hacía tiempo estaba privado del sueño, dormí profundamente. Cuando desperté, estaba bañado en sudor. La enfermedad había desaparecido. Ahora, me siento bien. –

Qué piensas, Padre Antonio, concluyó el higúmeno de Sarov ¿ será realmente un taumaturgo nuestro Padre Serafín?



Diveyevo Pero nada de lo que hizo o dijo el staretz exasperó tanto a los monjes del Desierto de Sarov, como la fundación de un convento de mujeres. Sin embargo, él ¡lo había actuado por su propia voluntad!. "En Diveyevo, dirá, no di un paso, ni clavé un clavo sin la voluntad de la Madre de Dios, la muy Santa Virgen María." Todo comenzó cuando aun era Diácono. Dirigiéndose una vez al entierro de un rico benefactor del monasterio, junto con el Padre Pacomio, éste último se detuvo en Diveyevo procurando noticias de una enferma, la piadosa viuda Agata Melgunov quien, durante años, había vivido en ese pobre poblado, convirtiéndose en su benefactora. Ella había construido una iglesia para sus habitantes y, con la bendición del higúmeno de Sarov, había fundado allí una pequeña comunidad. Sintiendo la proximidad de su muerte, Agata pidió la extrema unción y envió al Superior del Desierto tres pequeños bolsos - uno lleno de oro, otro de plata, y el tercero con monedas de cobre - todo lo que quedaba de su fortuna. Confiándole su pequeño peculio, la moribunda suplicó al Padre Pacomio no abandonar a sus "huerfanitas," las hermanas de su joven comunidad. "Madre mía, habría respondido el viejo hombre, yo no pido más que hacer tu voluntad... Pero soy viejo y sólo Dios sabe cuánto tiempo me resta para vivir. En tanto que el jerodiácono Serafín, que está aquí, es joven y vivirá el tiempo necesario para ver crecer y

desarrollarse tu comunidad. A él debes confiarla. La misma Santa Virgen lo instruirá y le mostrará lo que se debe hacer." Pasando por Diveyevo dos días más tarde, los Padres encontraron a la santa mujer en su ataúd. Era el 13 de junio de 1789. Llovía muchísimo. Pero antes de compartir, después del entierro, una comida con las mujeres, el joven jerodiácono Serafín, aún misógino, partió bajo el chaparrón para recorrer a pie los doce kilómetros que separaban Diveyevo de Sarov, y, sin preocuparse, aparentemente por las monjas se retiró al bosque y se enclaustró. Pero he aquí que un día - era en 1823 - el Padre Serafín, de sesenta y cuatro años, envió a buscar a Miguel Mansurov que acababa de curarse. Miguel había vendido todos sus bienes y, dejando de lado el dinero como lo deseaba el staretz, se instaló, en compañía de su mujer alemana, en una casita comprada en Diveyevo, soportando pacientemente las burlas de sus amigos y el mal humor de su esposa. Habiéndose presentado el joven hombre, el staretz, tomó una pequeña estaca, hizo el signo de la cruz, bajó la estaca y pidió a Mansurov que hiciera lo mismo. Luego saludó y dijo: "Ve, batiushka, a Diveyevo. Al llegar, te pondrás frente a la ventana del ábside central de la iglesia de Nuestra Señora de Kazán (construida por la Madre Agata). Luego darás 10 pasos (el número exacto fue olvidado), te encontrarás en un sendero-límite; de allí, contarás 10 pasos y 1legarás a un campo; darás aún 10 pasos y te encontrarás en un prado; allí, en el centro - bien en el centro - plantarás esta estaca. He aquí, batiushka, lo que te pido que hagas." Mansurov partió y, llegado a Diveyevo, se sorprendió al encontrar, todo exactamente como el staretz le indicó. Plantó la estaca y regresó a Sarov, donde el Padre Serafín lo recibió exultante de gozo. Pasó un año. Como el staretz, no hablaba de la pequeña estaca, Miguel Mansurov concluyó que la había olvidado. Pero un hermoso día el Padre Serafín lo llamó y, esta vez, le confió cuatro pequeñas estacas. - Acércate, batiushka. "Ve de nuevo a Diveyevo y allí, alrededor de la pequeña estaca plantada el último año, clava, a igual distancia, estas cuatro estacas. Y para mayor seguridad - a fin de que quede bien marcado el emplazamiento - reúne piedras y rodea cada estaca con un montón de ellas." Cuando Mansurov regresó, el staretz, sin una palabra, lo saludó. Nuevamente, la extraordinaria luminosidad de su rostro asombró al joven hombre. ¿Qué significaba esta extraña pantomima? ¿Cómo el Padre Serafín, que no había puesto los pies en Diveyevo desde el entierro de la Madre Agata en 1789, podía conocer, treinta y cuatro años más tarde, la distancia exacta entre los campos y los prados detrás de la iglesia? En todo caso, es a partir de este momento que comenzó todo. Nació una nueva comunidad. La "Comunidad Molinera" (llamada a causa del molino "alimentador de las huérfana," que se construyó sobre el emplazamiento marcado por las pequeñas estacas), debía diferenciarse netamente de la antigua comunidad de la Madre

Agata. Sólo las vírgenes podrían formar parte de ella, y la Misma Virgen María sería la Superiora. Las reclutas del Padre Serafín no estaban tan entusiasmadas. Las penurias de la comunidad donde estarían llamadas a vivir atemorizaban su buen sentido campesino. ¿A qué aventura las empujaba el staretz? - ¡No, Batiushka, no! ¡Yo no quiero, no puedo! exclamaba Xenia Poutkov, hija de cultivadores ricos, comprometida con un joven al que amaba, y a la que el staretz pedía que tomara el velo. - Escucha, mi alegría. Yo te diré un secreto. Por el momento, no lo reveles a nadie: es la misma Madre de Dios la que eligió el lugar para esta comunidad. Todo lo que Ella quiera darnos, lo tendremos: un molino, luego una iglesia... -Y, en su vejez contaba Xenia, convertida en Madre Capitolina, que al poco tiempo llegó una señorita - Elena Mansurov, la hermana de Miguel. Niña mimada de grandes ojos negros - alegre, viva, agradable - prometida a los diecisiete años, que había roto sin razón su compromiso. Al regreso del entierro de su abuelo, una visión aterrorizante la orientó hacia la vida religiosa: le pareció ver un enorme dragón negro arrojarse sobre ella, escupiendo llamas. Es verdad que estaba bajo la impresión de su primer contacto con la muerte, presa de una fuerte fiebre. Sin embargo, tomó la visión seriamente, abandonó su vida mundana, se sumergió en lecturas piadosas y no soñó más que en tomar el velo y la vida monástica. Pero el Padre Serafín, al que fue a consultar, la recibió haciéndole bromas: -Eh, Matushka, ¿que son esas historias? Entrar al convento ¿de dónde sacas esa idea? ¡Tú debes casarte, mi alegría! Elena lloró, oró a la Santa Virgen y su deseo de entrar al convento no hizo más que crecer. Después de haberla puesto a prueba, el staretz la envió, finalmente, a Diveyevo y la nombró "superiora terrenal" de la comunidad virginal. Las Iglesias Sólo faltaba a la Comunidad Molinera una iglesia. Nuevamente, el staretz hizo venir a Miguel Mansurov. "Mí alegría, dijo, nuestra pobre pequeña comunidad no tiene iglesia," las hermanas están obligadas a frecuentar la iglesia parroquial donde se celebran matrimonios y bautismos. La Reina de los Cielos desea que tengan una iglesia para ellas. Entonces, mi alegría, construyamos, para mis huerfanitas, una iglesia en honor de la Natividad del Hijo de la Virgen. - Bendecidnos, Batiushka, respondió alegremente Miguel, siempre presto para ejecutar la voluntad de su bienamado staretz; era feliz sabiendo que el dinero que había dejado de lado después de la venta de sus bienes, serviría para la construcción de una casa de Dios. Muchas personas habían propuesto al Padre Serafín ayudarlo a construir una iglesia en Diveyevo - pero él siempre se había negado. -Recuerda, una vez por todas, le decía a Xenia que venía a comunicarle un ofrecimiento,

que no todo dinero es agradable al Señor y a su Santa Madre. No todo lo que se quiere donar entrará en mi convento, Matushka. La Reina del Cielo no acepta todo lo que se le ofrece; hay dinero y dinero. A menudo él es el fruto de la violencia, de las lágrimas y de la sangre. No tenemos nada que hacer con ese dinero. No debemos aceptarlo. La iglesia se terminó en 1829 y se consagró, como lo quería expresamente el staretz, el 6 de agosto, fiesta de Transfiguración del Señor. Una cripta, dedicada a al Santa Madre de Dios, se agregó y consagró el año siguiente, en la fiesta de la Natividad de la Virgen. Pero, ¿Para qué, se podría preguntar, tantas iglesias? Es que ellas son los centros, no geográficos sino cósmicos, de un universo destinado a hacer eucaristía. Partiendo de la iglesia, la bendición del aceite, del pan, del vino y del trigo, consagra los elementos de toda la superficie del planeta. - La tierra bajo nuestros pies es santa, decía el staretz. Todos los que viven aquí se salvarán. ¿Sabíais que el enemigo eligió por domicilio este lugar y sus alrededores? Pero el Señor misericordioso me permitió expulsar a esa tropa de Satán. Después que Elena Mansurov pronunció sus votos ante el jeromonje Hilarión de Sarov, el staretz la nombró sacristana, con Xenia Poutkov como adjunta. En presencia del cura, Padre Basilio les dio instrucciones precisas concernientes a los oficios y el mantenimiento interior. Dos monjes de Sarov debían ayudar al Padre Basilio a enseñar a las hermanas las rúbricas y el canto litúrgico. Si bien jamás iba él mismo a Diveyevo, el staretz, de lejos, vigilaba todo; deseaba que todo fuera impecable. El quería un cirio encendido, noche y día, delante del icono del Salvador, y que una lamparilla permaneciera eternamente iluminando 1a cripta, delante del icono de la Madre del Verbo. El simbolismo de estas pequeñas luces que él decía le era agradable a Dios y que hacía remontar a Moisés, le era muy querido. Mientras él vivió, contaba Xenia, no sabíamos qué era comprar cirios. Se le llevaban muchos y él, nuestro Batiushka, los guardaba todos para Diveyevo. La Regla de la Comunidad La regla con la que la Soberana del Cielo dotó a la joven comunidad era de las más simples: la oración de Jesús y la obediencia eran sus fundamentos. Tres "Padre Nuestros," tres "Yo os saludo, María" y el recitado del Credo eran suficientes, mañana, mediodía y tarde, para la práctica cotidiana de estas campesinas que, para alimentarse, continuaban trabajando en sus campos, acompañando sin embargo - y esto era lo más difícil - sus actividades cotidianas con la ininterrumpida oración del corazón. Hesicasta convencido, el Padre Serafín no había dudado, pese a las críticas, en hacer de esta conversación a solas con el Señor, la base misma del nuevo edificio. La lectura ininterrumpida del Salterio en la iglesia, por doce hermanas especialmente asignadas a esta tarea, era sin embargo obligatoria, así como el canto al Paráclito, el Espíritu Santo, un oficio a la Virgen - el domingo antes de la liturgia. Las múltiples obediencias que él imponía a las hermanas de la Comunión Molinera, tocaban a menudo el absurdo. Así, apenas llegadas a Diveyevo, provenientes de Sarov

donde habían trabajado toda la jornada, él las hacía regresar al "Desierto," obligándolas a recorrer muchos kilómetros a pie, sin haber tenido tiempo de descansar ni de comer. A veces, caminando toda la noche, ellas llegaban al alba delante de la celda del staretz cuya puerta estaba cerrada. Pero sucedía también que las jóvenes monjas, sacudiéndose bajo el yugo, decidían dejar la Comunidad Molinera. Siempre misteriosamente llamadas en el mismo momento en que se aprestaban a partir, iban a arrojarse a los pies del Padre al que no era necesario confesar su tentación, él la conocía. A la obediencia ciega - acto de fe - respondía el milagro. Así, durante la epidemia de cólera que atacó en 1830, el staretz predijo que nadie caería enfermo ni en el convento, ni en el exterior, a condición de no salir sin bendición. La vida cotidiana de las hermanas estaba tejida de pequeños milagros que terminaron por aceptar como formando parte de su existencia bajo la conducción de su Batiustka. Ya se tratase de un caballo, pesadamente cargado, incapaz de trepar una pendiente; de una cosecha de papas; del molino que, en un día de fuerte viento giraba peligrosamente rápido - el milagro intervenía siempre. La Muerte El Gólgota ya proyectaba su sombra sobre esta obra. Rusia estaba en guerra con Polonia. Mientras marchaba en pos de los ejércitos, el General Kuiprianov se detuvo en Sarov, conoció a Miguel Mansurov y, encantado por su personalidad abierta y agradable, impresionado por el sentido práctico y el desinterés con que se ocupaba de los asuntos del staretz, pensó que sería un intendente ideal para administrar sus dominios mientras él guerreaba en el Oeste. El staretz, por razones diferentes, fue de la misma opinión. -Si quiere arrebatarte, mi goce, dijo a su fiel "Mishenka" -¿qué hacer? Me has servido bien. Ve ahora a servir a otra parte. Los campesinos del general son pobres, desamparados, su vida es dura. Es necesario no abandonarlos. Ocúpate de ellos, mi goce. Se bueno y trátalos con dulzura. Ellos te amarán, te escucharán y regresarán a Cristo. Es por eso, sobre todo, que te envío. Lleva a tu mujer contigo; y volviéndose hacia Ana Mansurov le dijo: - Sé para él una mujer sabia; no le permitas encolerizarse, es necesario que te escuche. Y partieron contentos. Sin embargo, la tragedia los aguardaba en la región hacia la cual se dirigían. Una epidemia asolaba el lugar. Era la malaria que, siendo esa zona pantanosa, alcanzaba allí estado endémico. Al cabo de dos años también Miguel cayó enfermo. Entonces, escribió a su hermana rogándole pedir la ayuda del staretz. Ella, acompañada de Xenia, se dirigió a Sarov. -Tú siempre me obedeciste, le dijo el "Anciano." Y he aquí , mi goce, que debo darte una orden para que obedezcas. - Os escucho , Batiushka.

- Tu hermano Miguel está muy enfermo. El debe morir. Pero aun tengo necesidad de él para el convento, para las huerfanitas. Entonces, lo que debo pedirte es lo siguiente: muérete, en su lugar. -Bendecidnos, Batiushka, respondió Elena, muy calma. El la miró largo tiempo, hablándole de la vida eterna. Ella escuchaba sin decir palabra. - ¡Batiushka! gritó ella. ¡Tengo temor de la muerte! Al grito desesperado de Elena: "¡Batiushka! Tengo miedo de morir" él respondió dulcemente: "No es para nosotros sentir temor, mi goce. Para ti y para mí, esto será la felicidad." Ella pidió permiso para retirarse, pero, apenas franqueado el umbral de la puerta, cayó desvanecida. El staretz la acostó, la mojó con agua bendita y le dio de beber. Habiendo regresado a Diveyevo, Elena guardó cama. "No me levantaré más" dijo. Impresionable como era, no es sorprendente que el shock que acababa de sufrir precipitara su deceso. Ella partió con buen aspecto, munida de los sacramentos de la Iglesia, rodeada de visiones celestiales. Era la víspera de Pentecostés. Se contaba que, al día siguiente, en tanto se cantaba en la liturgia el Himno de los Querubines, Elena, a la vista de toda la asistencia, habría sonreído tres veces, el rostro radiante, en su ataúd descubierto. -¿Por qué llorar? No seáis necias, mis goces - decía el staretz a Xenia y a las hermanas, inconsolables por la pérdida de su "superiora terrenal" - debierais haberla visto volar hacia el Reino de Dios. Tristes Presentimientos Grande es el poder del hombre, del hombre guiado por el Espíritu. Ya lo dijo Jesús: "De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre" (Jn. 14:12). Serafín de Sarov había penetrado varias veces en el "otro mundo," desde donde a éste se lo ve diferente, desde donde se lo juzga de otro modo, donde uno se regocija, en tanto que aquí se llora, y donde desaparecen, para el común de los mortales, las almas de los difuntos. El oraba mucho por los muertos. A veces sucedía, según sus propias palabras, que arrancaba del furor de los demonios, a las almas a las que ellos impedían subir hacia las esferas celestiales. Su propia muerte se aproximaba. El staretz lo había advertido. Se sentía envejecer. Las multitudes, que en número siempre creciente invadían el Desierto y lo perseguían en el bosque, lo cansaban. Penosa también era la animosidad del higúmeno Nifonte y de la mayoría de los monjes hacia su obra preferida - el convento de Diveyevo. Pero, lo peor de todo era la actitud falsa y melosa de quien habría de mostrarse como el enemigo número uno de la bienamada fundación: Iván Tijonovich Tolstosheyev. Pequeño burgués de la ciudad de Tambov, Tolstosheyev, dotado para la pintura, poseedor de una bella voz, no estaba desprovisto ni de cualidades, ni de encanto. Se lo llamaba "el pintor." ¿Se había equivocado, por una vez, el staretz? ¿Había hecho del joven su confidente? Los recuerdos que, más tarde, este último publicó, podrían dejarlo creer.

Clarividente, ¿el Padre Serafim se habría retractado luego, dejando el corazón de Iván presa de una especie de amor-odio? Inteligente y ambicioso, él resolvió hacer carrera presentándose, después de la muerte del staretz, como su discípulo preferido y su sucesor en Diveyevo. "Cuando iba a Sarov, se lee en las declaraciones de Miguel Mansurov, hecha después de la muerte del staretz y contadas en la Crónica de Diveyevo, no veía nada reprensible en Iván Tijonovich. Lo encontraba poco simpático pero, sin embargo, entraba a su casa, invitado por él, a beber una taza de té. Un día, Batiushka me preguntó de donde venía. "De beber té en lo del pintor de Tambov," respondí. "Ay, mi goce, ¡no vayas jamás allí!" Eso te será perjudicial. No es de buen corazón que te invita, sino para espiar. "Después de esto, yo suspendí mis visitas." Es extraordinario como Batiushka sabía las cosas de antemano y cómo nos protegía de todo mal. También a las hermanas las prevenía: - Mi alegría, decía a la Madre Eudoxia, yo os puse en el mundo espiritualmente y no os abandonaré. El padre Iván pide que después de mi muerte os entregue a él. Pero, no, ¡yo no os cederé! Su corazón, y los corazones de los que son como él serán fríos hacia vosotras. El dijo: "¡Tú estás viejo, Batiushka, dame tus jóvenes!" y lo pidió con un corazón frío. Tú le responderás, Matushka, en mi nombre, que no sois su problema." "Un corazón frío" repetía el staretz con angustia. Iván Tijonovich tendría el corazón frío. ¿Por qué este temor del anciano delante de la frialdad del falso discípulo? Porque el demonio, padre de la mentira, es frío. En estas horas difíciles, precedentes a su muerte, cuando el staretz sufría con el pensamiento de los perjuicios que, iba a causar al feudo de su Soberana ese hombre falso y sin escrúpulos, la Reina del Cielo acudía a reconfortar a aquél, a quien llamaba "Liubemtz mío" - palabras de ternura popular, algo entre "mi muy amado" o "mi preferido." "Una vez, contó en sus memorias el Padre Basilio Sadovsky, tres días después de la fiesta de la Asunción de la Virgen, yo iba a ver al Padre Serafín a Sarov y lo encontré solo en su celda. El me recibió muy graciosamente y me hablo de la vida de los santos agradables a Dios, dignos de diversos carismas, de visiones maravillosas, e incluso de visitas de la Reina del Cielo en persona. Después de conversar largo tiempo de este modo, me preguntó: ¿Tienes un pañuelo, Batiushka?" Yo respondí afirmativamente. "Dámelo." Yo se lo di. El lo desplegó y, sacando de una cazuela, puñados de pequeños bizcochos, blancos como no los había visto jamás, llenó con ellos mi pañuelo. "Yo también fui visitado por una reina" decía, "esto es lo que resta de su paso." Mientras pronunciaba estas palabras, su rostro estaba tan alegre tan brillante, que es imposible describirlo. Anudó fuertemente el pañuelo, y dijo: "Ve, Batiushka, a tu casa, come estos bizcochos y ofrécele a tu "amiga" (así llamaba siempre a mi mujer); luego ve a la comunidad y coloca tres bizcochos en la boca de cada una de tus hijas espirituales." Yo era joven aún, continuó el Padre Basilio. No comprendí que la Reina de los Cielos lo había visitado. Pensé simplemente que una reina terrenal había ido a verlo de incógnito, y

no osaba preguntarle cuál. Más tarde el hombre de Dios me explico de que se trataba. "La Reina del Cielo - la misma Reina del Cielo, Batiushka, visitó al pobre Serafín. ¡Qué goce para nosotros, Batiushka! La Madre de Dios recubrió con su gracia inefable al pobre Serafín. ¡Que goce para nosotros, Batiushka. "Liubimetz mío," - mi preferido - se digno decir la bendita Soberana, pídeme lo que quieras." ¿Comprendes, Batiushka? ¡Qué gracia! Pronunciando estas palabras, el hombre de Dios, lleno de alegría, se volvía enteramente luminoso. "Y el pobre, el miserable Serafín pidió a la Madre de Dios por sus huerfanitas, rogando que todas ellas se salven. Y la Madre de Dios prometió al pobre Serafín ese goce inefable." Un año y nueve meses antes de su muerte, el staretz tuvo la dicha de recibir una última visita, la duodécima, de la Celestial Visitante. Era en el alba del 25 de marzo de 1831, día de la Anunciación. La Madre Eudoxia fue testigo de esta visión, como antes el monje Miguel, en la Abadía de la Santa Trinidad, lo había sido de la última aparición de la Muy Pura a San Sergio. Después de haber orado, dijo el staretz a la religiosa: "No tengas miedo. Acércate a mí." En ese momento, se oyó un ruido semejante al del viento en el bosque. Brilló una luz celestial, se escucharon cantos y la celda se llenó de perfumes. El staretz cayó de rodillas y, con los brazos alzados al cielo exclamó: "¡Oh Virgen bendita! ¡Soberana Toda Pura, Madre de Dios." Y aparecieron dos ángeles, portadores de palmas. Después Ella hizo su entrada, precedida por el Precursor y por San Juan el Evangelista, a quien Ella había tomado como hijo al pie de la Cruz y que siempre la acompañaba. La seguían doce vírgenes, con sus cabellos de oro, sueltos sobre sus hombros, brillantes de piedras preciosas. Incapaz de soportar su visión, la religiosa cayó a tierra y perdió el conocimiento. La Virgen María la tomó de la mano y la levantó. La Madre Eudoxia vio entonces que el staretz no estaba ya de rodillas delante de su Soberana Celestial, sino de pie, conversando con Ella de igual a igual, con toda simplicidad. En cuanto a la Reina del Ciclo, ella le hablaba familiarmente, como a un pariente próximo. La conversación duró largo tiempo, pero la Madre Eudoxia no comprendió más que las últimas palabras: "Mi Preferido, Liubimetz mío, - dijo la Muy Pura, pronto estarás con nosotros." Y la deslumbrante visión se desvaneció. Semejante intimidad con la Virgen María puede parecer extraña, incluso chocante, hasta el punto de invalidar el testimonio de la Madre Eudoxia. Sin embargo, un hombre Como San Simeón, e1 Nuevo Teólogo, afirma la posibilidad de tal intercambio. "Aquél que se enriqueció con la riqueza Celestial, quiero decir con la presencia de Aquel que dijo: 'Yo y mi Padre, vendremos y haremos en él nuestra morada,' ese se mantiene cerca de Dios, conversando con El como un amigo con otro amigo, confiado en presencia de Aquel que habita en la luz inaccesible." (fuente. fatheralexander.org/)

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