UNA CRITICA NOCIVA E INOPORTUNA. Claudio Katz
¿Corresponde a los economistas socialistas proponer un programa frente a la crisis? Pablo Rieznik opina que no. En una crítica a los Economistas de Izquierda (EDI) estima que este tipo de propuestas son invariablemente capitalistas, porque considera a la propia economía como “una especialidad burguesa” (Prensa Obrera 763). También subraya que es inútil desarrollar un programa, cuya implementación está condicionada por el imprevisible curso de la revolución social. Interpreta que los pronunciamientos del EDI son pro-capitalistas, porque omiten la necesidad de destruir el estado y porque postulan nacionalizaciones, seguros de empleo y transformaciones del Mercosur de tipo burgués. Por eso señala que la formación de un agrupamiento de economistas socialistas es un contrasentido y concluye caracterizando a la iniciativa como una variante del Frenapo y del Plan Fénix. ¿EXISTEN LOS ECONOMISTAS SOCIALISTAS?
Pablo Rieznik forma parte de un importante plantel de profesores, profesionales y periodistas especializados en economía integrados a las filas del PO. Esta formación intelectual se refleja en la frecuencia, variedad y sofisticación de los artículos de caracterización de la coyuntura económica y crítica al pensamiento convencional que aparecen en Prensa Obrera, en comparación a otros periódicos de la izquierda argentina. Al elaborar estos textos, sus autores actúan en la práctica como los economistas socialistas, porque tratan problemas que requieren cierto conocimiento del funcionamiento, las leyes y las contradicciones del capitalismo. Obviamente esta actividad no es incompatible con la militancia revolucionaria. Simplemente constituye una órbita específica, que existe desde hace décadas en las “comisiones de economía” de los partidos de izquierda y que de ninguna manera es patrimonio exclusivo de alguna organización. Si Rieznik puede concurrir a un programa de televisión como “economista del PO”, los miembros del EDI pueden modestamente presentarse como economistas socialistas.
Se podría argumentar que la actividad partidaria diluye la especificidad de los economistas (que sean o no graduados carece de importancia). ¿Pero fuera de ese ámbito, como profesores, periodistas y profesionales actúan como “especialistas burgueses”? ¿Trabajan para el capitalismo durante la mañana y para el socialismo después del almuerzo? Si se considera que el economista es siempre un servidor del capital, este desdoblamiento resulta inexorable. Pero como en la práctica social la economía no constituye solo una “especialidad burguesa” esta fractura puede evitarse. Son economistas burgueses, los tecnócratas que diseñan planes para el FMI, los funcionarios que aplican planes de ajuste, los gerentes que programan atropellos empresarios y los ideólogos neoliberales que glorifican la explotación y difunden los mitos de consumidor soberano o el accionista próspero. Pero por suerte también existen los economistas “científicos” que Marx contraponía a los apologistas vulgares del capitalismo y que actualmente participan de investigaciones serias en distintos campos de las ciencias sociales. Además, existen los economistas críticos que actúan profesionalmente en las organizaciones sindicales, políticas, vecinales y cooperativas. Dentro de este sector, los economistas socialistas son continuadores de la impresionante tradición de elaboración teórica marxista. Es muy probable que Rieznik mismo sitúe su propio trabajo en alguna corriente de este tipo. Estas afinidades son indispensables para concebir por ejemplo un proyecto económico socialista.
Para Rieznik este tipo de elaboración deviene siempre en planteos capitalistas. Pero sus propios análisis habitualmente concluyen en algún llamado a expropiar a los banqueros estafadores de los pequeños ahorristas o a repudiar la deuda externa que empobrece a millones de argentinos. ¿Estas conclusiones no constituyen un “programa”, una “propuesta” o un “proyecto”?
Se puede discutir las diferencias semánticas que separan a estos tres términos. Pero corrientemente se identifica a cualquiera de estos conceptos con la elección de cierto camino para alcanzar una meta (por ejemplo: reestatizar las empresas privatizadas bajo control de los trabajadores para lograr servicios públicos baratos y eficientes). Estas medidas no dejan de ser “propuestas” por el hecho de ser enunciadas sin ninguna explicación como consignas telegráficas o porque se aclare que su conquista se logrará a través de la lucha.
Se podría igualmente objetar que un programa económico socialista no puede ser juzgado sólo por las ideas que contiene. También importan las conductas, trayectorias y actitudes políticas de sus autores. ¿Pero acaso no es evidente el compromiso activo de los miembros del EDI con las luchas populares, democráticas y sociales? CONFIAR, ESPERAR Y VER QUE SUCEDE.
Rieznik afirma que “no corresponde” formular un programa socialista porque el “desarrollo de la revolución condiciona el método, alcance y ritmo de las transformaciones sociales”. ¿Pero cómo se decide, entonces, cuál es la plataforma que sí corresponde en cada uno de estos momentos? ¿Por qué repudiar la deuda externa “sí corresponde” y postular un plan de reindustrialización “no corresponde”? ¿Por qué es realista hablar de la expropiación de los banqueros y resulta en cambio utópico explicar como se reorganizaría el sistema financiero a favor de los trabajadores, los cooperativistas y la pequeña empresa?
Un programa alternativo debe contemplar en cada momento tres aspectos: la situación económica objetiva, la acción y conciencia de las masas y las metas socialistas. Rieznik parece reconocer la importancia de los dos primeros elementos (crisis del capitalismo y rebelión popular), pero no del tercero, cuyo señalamiento identifica con el “pseudosocialismo”. Esta actitud dificulta el diálogo con la población movilizada, que observa con gran simpatía las ideas de la izquierda pero desconfía de la factibilidad de nuestras propuestas. Quiénes sufren los brutales efectos de la expropiación de empleos, salarios y pequeños ahorros reconocen con respeto las advertencias de los socialistas, especialmente en el tema de la deuda y las privatizaciones. Pero esta aprobación es cautelosa, porque no vislumbran nuestra alternativa ya que se ha extinguido la época de las sencillas ilusiones en repetir el camino de la URSS o Cuba.
Por eso se impone la necesidad de explicar concretamente las formas, riesgos y costos de nuestro programa. Muchos quieren saber: ¿Qué sistema bancario nacionalizado permitiría la reconstrucción popular de la economía? ¿Cómo impedir un retorno al pasado burocrático de las empresas públicas estatales? ¿Cómo evitar el eventual aislamiento financiero y comercial que
seguiría al repudio de la deuda externa? ¿Será posible implementar conjuntamente la recomposición del poder adquisitivo y el relanzamiento industrial? No se puede responder a este tipo de demandas sólo con consignas de movilización (“sigamos la lucha y se verá que pasa”), especialmente si existe realmente la posibilidad de un gobierno de los trabajadores. Frente a este perspectiva: ¿no llegó el momento de discutir concretamente cómo se implementarían las consignas que desde hace muchos años propone la izquierda y que ahora reivindica un sector importante del movimiento piquetero y vecinal? No podemos esperar a que asuma una Constituyente con poder, para entonces si desayunarnos con los problemas industriales, cambiarios y financieros. No es cuestión de confiar, esperar y tener fe, en que el movimiento de lucha encontrará espontáneamente las respuestas a los complejos problemas que plantea la reconstrucción popular de la economía. Por otra parte, la historia demuestra que el derrocamiento del capitalismo no genera espontáneamente un oasis de bienestar. Más bien surgen graves disyuntivas de ges tión socialista, que son parcialmente previsibles y que conviene comenzar a discutir con seriedad desde ahora. Cómo se sostiene un crecimiento sostenido del PBI con la expansión simultánea del consumo constituye, por ejemplo, uno de esos problemas.
Rieznik no solo elude estos temas, sino también el propio uso de la palabra socialismo, como si la distorsión burguesa invalidara la utilización del término. Es cierto que Tony Blair y Felipe Gonzalez se dicen socialistas, pero no hay que olvidar que también el “gobierno de los trabajadores” puede ser identificado con el primer peronismo y esta asimilación no inhibe su reivindicación. Hay que superar estos prejuicios defensivos y hablar del socialismo. Esta referencia resulta además indispensable para avanzar en la reflexión de problemas económicos estratégicos, como por ejemplo la relación conveniente entre planificación y mercado en un país subdesarrollado como la Argentina durante un proceso de transición. Se podrá objetar que Trotsky y Lenin no abordaron estos temas antes de la revolución. Pero ni ellos, ni el proletariado ruso tenían el conocimiento que nosotros poseemos al cabo de 80 años de ensayos de planificación. No se trata de imaginar artificialmente el futuro, sino de tomar conciencia de las evidentes diferencias que separan al año 1917 del 2002.
Por supuesto que no existe ninguna receta y que todo depende del curso de la lucha. Pero si propugnamos erradicar al capitalismo tenemos que poder concebir cuáles son las alternativas de la sociedad que promovemos, a fin de reforzar la credibilidad popular de nuestro programa. Por eso, el EDI no separa las “medidas de emergencias” de las “soluciones de fondo”. Al contrario busca las conexiones que Rieznik no se plantea. LA COMPETENCIA DECLAMATORIA.
Rieznik considera insuficientes los pronunciamientos políticos del EDI. Nuestra identificación explícita con la rebelión popular, nuestra crítica descarnada del capitalismo o nuestra caracterización de los trabajadores, “como únicos sujetos con capacidad de brindar respuestas superadoras a la catástrofe económica” tampoco lo satisfacen. Más aún, opina que cometemos un “fraude político”, al omitir que la implementación de nuestra propuesta requiere la revolución social y la destrucción del estado burgués.
¿Pero porqué el EDI debería realizar esta declaración? Nuestro agrupamiento no aspira a añadir un nuevo partido al atomizado paisaje local de la izquierda. Buscamos desarrollar ideas, propuestas e iniciativas complementarias de la acción partidaria y al mismo tiempo útiles para el desarrollo de las organizaciones piqueteras, sindicales, vecinales, sociales y democráticas. Cómo no competimos con los partidos (sino que por el contrario auspiciamos su participación activa en el EDI), tampoco pretendemos sustituirlos en la definición de las estrategias políticas que motivan en parte la existencia de distintas organizaciones. Por eso, explicitando nuestros objetivos socialistas y trabajando en la caracterización de propuestas económicas precisas, no adoptamos posiciones colectivas comunes frente a la táctica del momento, ni frente al problema de la captura del poder. Esta omisión no nos inhibe de adoptar definiciones políticas, ni de intervenir en las discusiones con asambleístas, piqueteros y militantes. Tampoco Rieznik recita todo su arsenal programático en cualquier circunstancia, ni se embarca en una competencia declamativa por ubicar algún texto en el primer puesto del certamen de consecuencia revolucionaria. Al contrario, se esfuerza en su práctica política por buscar tácticas, consignas transitorias y planteos movilizadores. Esta misma intención guía al EDI, cuándo
procuramos contribuir a la difusión popular del programa socialista, en las condiciones de actual movilización y conciencia de los trabajadores. LEER LO QUE DICE EL TEXTO.
Demostrar que el EDI postula una plataforma burguesa no es una tarea sencilla, porque gran parte de nuestras propuestas aparecen semanalmente en las páginas de PO. Pero de su peculiar lectura del documento, Rieznik deduce que el EDI no plantea un “seguro de desempleo, sino un seguro de empleo, es decir no una protección contra el despido masivo, sino un piso salarial más bajo”. ¿Pero cómo podemos alentar la reducción del piso salarial, reclamado al mismo tiempo el aumento del salario mínimo y la indexación de los sueldos?.
Rieznik afirma que “desnaturalizamos la lucha anticapitalista” al exigir la reestatización de las privatizadas a partir de ciertos cursos de acción inmediatos, como la resistencia a los tarifazos y el control por parte de los trabajadores y usuarios de las empresas. Omite nuestra clara delimitación de las propuestas burguesas de renegociar contratos o nacionalizar sin indemnización y se olvida que graduar las consignas de renacionalizción -en función del nivel de movilización y conciencia popular- forma parte también parte de su práctica política. Rieznik objeta nuestra mención de “Otro Mercosur”, pero sin tomar en cuenta el contexto de la frase. El planteo contrapone la actual asociación regional basada “en favorecer los negocios subvencionados de los capitalistas que empeoran el nivel de vida de los trabajadores”...con la lucha por “priorizar la conquista de las reivindicaciones sociales de la población”. Quizás estos enunciados suenen “pseudosocialistas”, pero por suerte tampoco Rieznik suele postular pronunciamientos públicos a favor de los “Estados Unidos Socialistas de América Latina” en las asambleas que debaten alternativas de lucha regional contra el imperialismo. A Rieznik le desagradan ciertas referencias que hace el EDI a la “cultura del trabajo”, porque las identifica con la “cultura de la explotación capitalista”. Pero en nuestra opinión esta recuperación es un resultado de la lucha, las ocupaciones, el control obrero y la autogestión que desarrollan por ejemplo los trabajadores de Brukman o Zanon. En un país devastado por la
desocupación, la preocupación popular no gira en torno al “derecho a la pereza” que nos sugiere investigar, sino alrededor de la reconquista del trabajo. Y esta batalla por la apertura de empresas cerradas incluye una aspiración de dignidad y cultura. FRENÉTICA ORTODOXIA.
Rieznik afirma que el EDI es una variante del Plan Fénix y del Frenapo, pero que al mismo tiempo copia los planteos de los piqueteros. ¿Cómo se conjugan ambas caracterizaciones? Los piqueteros son la vanguardia de la resistencia popular y el Frenapo es un proyecto de recambio burgués. ¿A cuál de los dos copiamos? Si hay que guiarse por lo que dice el documento, el EDI toma explícitamente partido a favor de los piqueteros.
Rieznik nos acusa de plagiar el programa de los piqueteros con el agravante de no citar la fuente original. Pero no explica qué problema entraña esta copia. En general los autores de cualquier texto se inclinan por citar o no las distintas fuentes de su trabajo en función del sentido de lo que escriben. Cómo los redactores del documento damos por sentado que recogemos definiciones de los piqueteros, nos pareció redundante esta referencia. Es por demás evidente que tampoco se puede atribuir a los piqueteros la invención del reclamo de nacionalizaciones y expropiaciones, cuyo origen se remonta al propio nacimiento de los movimientos de lucha nacionales y sociales. Obviamente también ellos recogieron este programa de esos antecesores. Si Rieznik sugiere que el EDI ha plagiado al PO no se equivoca en lo más mínimo, pero esta copia no es nuestra única fuente de inspiración. Nos hemos basado en una amplia tradición que incluye a varios partidos de izquierda y organizaciones populares. Y no esperamos reclamos de reconocimientos, ni tampoco homenajes por nuestros eventuales aciertos. Finalmente Rieznik se muestra particularmente irritado por la “vulgar” caracterización del socialismo como una sociedad “más igualitaria, justa y solidaria”, que en el documento aparece como conclusión de una critica despiadada al capitalismo. Quizás esta presentación no sigue el molde más tradicional para referirse al socialismo, pero el mismo crítico se ha tomado licencias de estilo semejantes. Su texto conmemorativo del aniversario del Manifiesto Comunista se titula: “La
dictadura del proletariado, la cordura y... el amor” (libro “Marxismo y Sociedad”). Afortunadamente a nadie se le ocurrió enfadarse con esta versión tan poco convencional de un proceso político signado por encarnizados enfrentamientos. EL LENGUAJE ENTRE COMPAñEROS.
Desde el comienzo del EDI, Pablo Rieznik fue especialmente convocado a todas las actividades y esporádicamente participó con sus propios documentos en la red electrónica del agrupamiento. Recibió el documento que objeta con gran anticipación y esperando sus observaciones, la difusión del texto se demoró diez días. Teniendo en cuenta la intención general de forjar consensos que prevalece en el EDI, seguramente sus cuestionamientos habrían sido incorporados o integrados bajo la forma de algún punto de acuerdo. Con todos los caminos abiertos para influir sobre el EDI, prefirió abrir una polémica asimilando a los economistas de izquierda con el Frenapo.
Pero su artículo no contiene solo críticas. Tamb ién incluye la calificación de los integrantes del EDI con los siguientes términos: charlatanes, pequeñoburgueses, hostiles a la independencia obrera, pseudosocialistas, autores de fraudes políticos y plagios de los piqueteros. ¿Imagina que estos agravios serán amablemente aceptados y estimularán el debate racional entre compañeros de lucha?
Su forma de expresarse es sencillamente autodestructiva, ya que lo desprestigia políticamente y lo empobrece intelectualmente. En un país harto de chicanas políticas y en un movimiento popular ya emancipado de los viejos insultos stalinistas, esos calificativos caen en el vacío. El lenguaje político no es neutral, ya que contribuye a forjar un ambiente de colaboración o de canibalismo y sienta precedentes para el futuro si la izquierda alcanza el poder. Pablo Rieznik es un abnegado militante revolucionario y miembro de un partido de valientes activistas, que están en la primera línea de fuego de la lucha de clases. Esperemos que su critica estéril, inútil e inoportuna no obstruya la confluencia de nuestra batalla común por el socialismo.
29 de julio 2002