Quemado por amor Iba caminando por la calle, Don Ricardo Flechado. Buscando y buscando… Hasta que lo encontró. Encontró, a su rival de amor: Don Martín Quemado. Ambos a la hermosa Fabiola estaban cortejando. Mas uno sabía algo que el otro no. Se cruzaron las miradas, De odio colmadas. Don Ricardo desnuda la blanca, Y se lanza sobre su rival diciendo estas palabras: “Maldita la mujer que te pario, Oh Martín, pues engendro tan feo, No se ha visto ni en el infierno” Martín esquiva el golpe de su oponente, Desenvaina y contraataca: “Oh Ricardo, te precias de ser bello, pero has de saber, que revolcándose en la plaza, he visto un puerco igualito a vos. ¿No será por dicha vuestro hermano?” Cruzándose estocadas, el tiempo pasó y antes que se mataran la patrulla llegó. Se separaron pues, obligados por los mosquetes del alguacil. Mas del pleito, muy lejano estaba el fin. Se cruzaron sus caminos, Frente a la casa de Fabiola. Llegaban ambos con presentes para la dama, el uno con rosas, el otro con un poema. Más sin embargo, Fabiola no estaba. “Que os joda el diablo Martín”. Le dijo el furioso Flechado. “Te mataría aquí, más a mi Fabiola no quiero ofender”. Sin decir palabra, el Quemado desenfundo la blanca y a Ricardo acometió: “Estas más ciego que un topo. ¿No ves que Fabiola no esta aquí? No tengas pena Ricardo, los mosquetes están ocupados en el estreno de Lope, decidamos pues, de una vez, a quien ha de amar la bella Fabiola.”
“¡Pues muérete de una vez!” Grito don Ricardo, mientras atacaba a Quemado. Se cruzaron las espadas, con gran sonido, y un criado de Fabiola, corrió al teatro a avisarle a su ama. Se separaron los dos, cansados del combate, y don Martín Quemado a Flechado así habló: “¿Acaso no sabes, buen Ricardo, que Fabiola a mi me desea? ¿No te das cuenta que mis manos su cuerpo calientan?” Furioso, Ricardo Flechado a la carga volvió. Cegado por la furia, un descuido cometió, descuido que Martín, no desaprovecho. ¡Zas! Un corte en el cuello, a don Ricardo le dio. Se cayó el Flechado hacia atrás, mientras la sangre se derramaba, y su alma, para encontrarse con Dios se preparaba. Y en su delirio mortal, estas palabras exclamaba: “Fabiola, Fabiola ¡Jamás me amaste! ¡Oh dolor de dolores! Te di mi corazón, y por la espalda le apuñalaste.” Miro a su enemigo, que asimismo le miraba, y le dijo estas aladas palabras: “Oh Martín, te has robado el corazón de mi amada. ¡Cerdo infeliz! Tú no anhelas más que poseer su cuerpo, mas yo la amaba en cuerpo y alma. Ahora me voy, bajo el cobijo de Dios; espero que El sea mi vengador.” Don Martín, molesto por estas palabras, que mentira no eran, tres cuartos de la blanca le encajo en el pecho al infeliz Ricardo. “Ya cállate.” Le decía mientras la espada le sacaba. Tirado en el piso, muerto, quedo don Ricardo Flechado. Degollado de cuerpo y corazón. Se volteo para marcharse don Martín Quemado, Cuando ya llegaba el ángel vengador del infeliz Ricardo: pues del teatro, la bella Fabiola corriendo llegaba. Vio al muerto, y al reconocer al Flechado, gritó y derramó lágrimas por el buen don Ricardo. Tomo en brazos la cabeza del muerto, y gritó llorando: “¡Mi amado Ricardo! Dime quién te ha matado. Sea quien sea, por Dios que me ha de pagar esta afrenta.”
Sin disimulo ni vergüenza siquiera, se volteo Martín Quemado, y al verla así, le dijo: “No llores en vano mujer. Sin temor te lo diré, yo lo maté. Lo maté, pues se que me deseas ardientemente, se que deliras de pasión por mí. Lo maté, pues de este pobre poeta, no habrías sacado ningún bien.” Dicho esto, don Martín retomó el camino a se hogar. La bella Fabiola, quién en secreto con Ricardo se comprometió, sintió una furia endiablada, que su cuerpo invadió. Tomó el arma de su amado, y hacia Martín la apuntó. Y antes de matarlo, estas palabras le dirigió: “Oh Martín Quemado, yo jamás he delirado por ti. Ni nunca te di siquiera señales para que tu mente pensara algo así. Maldito infeliz, muere ahora, pues al matar a Ricardo, ya no habrá felicidad en mí.” Diciendo esto, el gatillo jaló. Resonó el disparo y en la cabeza de Martín dio. Atravesó el cráneo y por la frente salió, y el alma de Martín, al infierno partió. Cayó de rodillas Fabiola, cegados los ojos verdes por lágrimas amargas. A lo lejos, al oír el escándalo, los mosquetes ya se acercaban. Y la bella e infeliz Fabiola, sabe muy bien ahora, que le espera la horca.