...primeras
palabras migrantes ... (
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P i l a r Rí o
L
as montañas siempre me producen una sensación de grandeza, de vértigo, de algo superior que trasciende al ser humano. No hay nada que me comunique tanto la fuerza de la tierra como una montaña. O mejor, dos o tres, superpuestas una detrás de otra. Como grandes titanes que sólo entre ellos pueden entenderse, siendo todo lo que les rodea pequeño para aspirar siquiera a hacer notar su presencia.
montañas
Aquí, en este valle rodeado de grandes montañas, me acuerdo de ti. Me acuerdo de cómo nos extasiábamos contemplando el espíritu de eso que hemos dado en llamar naturaleza y que, cada vez que le prestábamos atención nos sobrecogía. Me acuerdo siempre de los momentos que compartimos juntos, y, no puedo por menos que enviártelos, aunque sea a través de un papel, de una impresión de una imagen, con la esperanza de transmitirte lo mismo que estoy sintiendo yo ahora. Aunque sé que es muy difícil que podamos volver a contemplar montañas juntos, siempre me queda el consuelo del recuerdo. El recuerdo, el pasado que está ahí, y que nadie podrá nunca cambiar, que nadie me podrá robar. Así es nuestra relación ahora. Pasado. Aunque para mí, ocasionalmente, a través de mi memoria, es presente.
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N
atalia es feliz. Ha estado de vacaciones y, además, está enamorada. Quiere que el mundo entero conozca su dicha. Adora los lugares donde se reúne la gente para celebrar actividades, sean del tipo que sean. Entre la multitud, todos sus sentidos se abren: su olfato atrapa el mas mínimo efluvio; sus ojos se emborrachan de colores; en sus oídos se mezclan los más variados sonidos y este bagaje hace que todo su ser se abra cada vez a nuevas experiencias. Por ello, cuando llega a un lugar, se informa de los acontecimientos que se celebrarán y procura no perderse ni uno. Así, unas veces acude a representaciones teatrales al aire libre, otras, recorre los mercadillos. A veces, participa en carreras a pie o en bici.
natalia
ali c i a s ane me t e r i o
Esta tarde, ha recalado en Rivas y se apresta a participar en una Gymkhana. Seguirá los pasos que le proponen. Un tranvía brillante, que parece de bronce pulido, atrae su atención . Se subirá a él mentalmente y, a través de las vías zigzagueantes, llegará a un mundo desconocido, quizás a una colina desde la que divisará un panorama lleno de magia. A lo lejos, un cielo de tonos rosa, violeta y anaranjado, expande una luz que presta un misterio especial a las calles estrechas que descienden hacía el río. Decididamente, la vida es bella y se apresta a disfrutarla recibiendo lo que le ofrezca en cada momento, sin fijar ninguna expectativa de antemano.
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Á ng e l e s ol m o
P
aseo por estas calles tan parecidas a las de mi Tierra y me acuerdo de vosotros. Vosotros, mis amigos, Aquellos con los que compartí mis días de adolescencia Aquellos con los que transgredí mis primeras normas. Aquellos queme apoyaban cuando flaqueaba
os quiero
Aquellos que , en definitiva, eran una parte de mí. La memoria que, en muchas ocasiones se divierte jugándome malas pasadas, Hoy me regala vuestros rostros, vuestras risas, vuestras voces. Me trae las ilusiones y los anhelos que compartíamos conforme nacían.
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Me trae nostalgia, no la nostalgia del tiempo pasado, sino por vuestra ausencia, Por la ausencia que han forzado la distancia y el tiempo. Hoy, en esta nueva etapa de mi vida, lejos de mi Tierra y de mi hogar, Tengo nuevos y buenos amigos, Amigos a los que quiero y aprecio, que me ayudan y apoyan. Sin embargo, el espacio que vosotros ocupáis en mi alma es único, Único, como única fue vuestra amistad. Os quiero.
E
s curioso! Es el primer viaje que realizo fuera de España y nada está resultando cómo lo había previsto. Supongo que esa es la esencia de viajar, la improvisación. Me he dado cuenta de que no necesariamente todo lo que sorprende tiene que gustar, sin embargo salir de la rutina, dejar de hacer las cosas como siempre te pone en lugares y situaciones (tanto interiores como exteriores) en las que descubres cosas de ti mismo que haciendo siempre lo mismo probablemente no descubrirías. Esta reflexión me la ha provocado mi viaje a Venecia; ya sabes uno piensa que discurrir por pequeños ríos constantes en vez de carreteras resultará apasionante y nada más lejos de la realidad. ¡Qué coñazo! Estar todo el día rodeado de agua me hacía sentirme muy vulnerable, aparte de la incomodidad de depender de una barca para ir a cualquier parte y nada de perderte dando largos e improvisados paseos, además chocamos en varias ocasiones con otras barcas, una vieja estuvo a punto de caerse de la barca, gritaba algo estridente en alemán como una hidra al barquero, yo me mareaba cada vez que montaba y con intentar no vomitar y no dar el coñazo a mis compañeros de viaje tenía más que suficiente.
agua
Y o lan d a a l ons o
Con todo esto he aprendido que no conviene llevar una idea preconcebida de los sitios que vas a visitar ni de sus peculiaridades sino ir con la mente abierta y, eso sí, saber negociar ya que lo que a unos maravilla a otros incomoda. También me he reafirmado en que el hombre es un animal de costumbres y que los cambios, al menos en mi caso, un ratito, bien pero no hay nada cómo pisar tierra firme al llegar de regreso a casa. ¡Eso sí, sin toda su agua, sus canales y su belleza, Venecia no sería Venecia.
¡Querido amiguito! ¿Qué tal todo? Cóm o ve Estoy nada más y na ras estoy un poco lejos de casa. da menos que en Ve necia (por si no lo sabías). Es un lugar precioso, pero es un poco rollo estar todo el día mon tado en una barca pa ra ciudad, que si te moj as, que si hay turbulen ver la cias... Bueno espero verte pronto. Besitos, y te llevaré un poco de agua.
Lo poco que pude llegar a apreciar entre marea y marea parecía muy hermoso pero lo de viajar en agua... ¡quita, quita! Cómo he dicho la ciudad era muy bella pero es curioso como lo que para algunos puede suponer el mayor aliciente del viaje para otros resulta insoportable.
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j e s ús gi me no
L
a mi vejez
os camareros…los camareros, prima, todos guapísimos, altos, repeinados, no cesaban de pasar con grandes bandejas, ofreciéndonos alitas de pollo. La fiesta… la fiesta era de alto copete con gente muy emperifollada, a quien más ridículo, hablando en corrillos, y había una chica, había una chica, prima, que no parecía de aquella fiesta, joven, guapísima y sola, siempre sola. La examiné: agilidad y elegancia en las formas, gracia en los movimientos, tronco flexible, músculos vibrantes… ¡y unos ojos! unos ojos fascinantes, prima, siempre en un bello tono amarillento, cambiaban, según la luz del salón, de grisáceos a verdegueantes llegando a alcanzar un amarillo… un amarillo, prima, un amarillo puro magnífico. Pasaba… escurriéndose, escurriéndose con sigilo, en busca de las bandejas de alitas y cogía… cogía las piezas, prima, las olisqueaba y luego las mordisqueaba a pequeñas dentelladas dejando, despreocupada, los huesos y las pielecillas regados por encima de los manteles. Yo la seguía… la seguía, prima, por todo el salón y de paso me comía alguna alita furtivamente, escondiendo los huesecillos en el escote, prima, para que no me regañase la puta de tu madre. Esa puta que me tiene aquí encerrada, secuestrada, sin poder salir. Ella, la jovencita, a ratos sintiéndose… sintiéndose observada, me devolvía la mirada y la dejaba clavada en mi con ojos… con ojos tan agudos y penetrantes, prima, que no me quedaba más remedio que esquivarla, rindiéndome… rindiéndome en tan insólita y fugaz batalla.
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En otros momentos, en cambio, dejaba la mirada perdida, abstraída… en cualquier objeto, prima, como gata que mira al calendario. Eso es, pensé… eso es lo que me recuerda esta jovencita: a una gata. La Gata, te acuerdas, prima, te acuerdas, como lo pasábamos de tournée, por toda España, por todo el mundo, “bien pagá, me llaman la bien pagá porque tus besos cobré…” Luego a la joven, cuando ya se iba, ya con el abrigo… ya con el abrigo, se le cayó una postal al suelo. Me agaché, la recogí, toqué, a la chica en la espalda y se la devolví… se la devolví, prima. “No, es para ti, Antoñita —me dijo— la he dejado caer para ti, te la envían desde Lisboa”. Mira, prima, desde Lisboa ¿Te acuerdas?... ¿te acuerdas? tenías tú, hija… tres añitos. Desde Lisboa, con los tranvías amarillos, te acuerdas, hija ¡amarillos¡ de un amarillo puro magnifico. Me la escondí en el escote, con los huesecillos de las alitas, para que no me la quitara la puta de tu madre. Léemela, léemela, prima, anda, hazme el favor, que yo no se leer, no nos han enseñado todavía en el colegio, no hemos dado esa lección. Entonces yo, que para ella soy su prima, su nieta… y que en verdad soy su hija, la puta que la tiene secuestrada y encerrada, aunque la lleve allá donde yo vaya, entonces, como os digo, cogí la postal. Quizá sea al recuerdo más antiguo de mi vida: amarillos, los tranvías. Mi madre cantando en una explanada enorme, las palomas revoloteaban, mi padre y yo aplaudíamos. El matasellos estaba fechado hace exactamente cuarenta años: 28 de marzo de 1969. Leí la postal: “A mi vejez...
a mi vejez
Según fui avanzando en la lectura, ella sonría y lloraba. Yo también. Lo curioso del caso es que mucho de lo que me ha contado esta mañana es cierto. Anoche la llevé a un sarao en el Círculo de Bellas Artes. Hubo buenos canapés aunque no alitas de pollo. A la salida vi como una joven dejaba caer una postal; era ésta, con el tranvía amarillo, lo vi. Mi madre, unos metros por delante de mi, la recogió, vivaracha como siempre y se la quise devolver. La joven se giró, tenía unos ojos… preciosos, como los de mi madre, amarillos. Se giró, como os digo, y algo le dijo a mi madre, algo le dijo que se guardó la postal apresuradamente en el escote. Después, en casa, cuando le confisqué el botín tenía palillos, tapones del vino y chapas de agua de Mondariz, pero la postal ya no estaba; no le di mayor importancia. Esta mañana, cuando leí la postal, me acordé de mi padre. Un día fuimos a París para ver a La Gata el grupo de música de mi madre. Visitamos el Louvre. Había una escultura de una diosa egipcia: Bastet, cuerpo de mujer, cabeza de gata. Mi padre me contó varias historias de aquella diosa. Luego me llevó a otro museo, a una biblioteca. Buscamos documentación a cerca de Bastet, la catwoman egipcia. Vimos fotos de diferentes esculturas de la diosa. Tenía los ojos de un amarillo, un amarillo puro magnífico.
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una carta de amor
ma r g a gonz á l e z
H
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oy es el primer día, después de las vacaciones. Hoy es el primer día de mi vida sin ti, después de haberte conocido. Cuando regresé era de noche y la oscuridad sirvió para ocultar ante mis ojos que ya nada sería lo mismo. Había dejado una ciudad llena de monumentos y jardines, un lugar envidiable para vivir y me fui a un pequeño pueblo de la costa española para relajarme de la inquietud del trabajo. Para disfrutar de la blancura de la arena y de los interminables kilómetros de playa donde uno abandona todas las tensiones. Cómo imaginar que algo tan sencillo iba a cambiar el curso de mi vida. Llegué a esa playa y me encontré contigo. Un encuentro casual, un cruce de miradas y el resto quedó sentenciado. ¿Para siempre? No lo sé. Pero lo que siento es tan fuerte que llega a asustarme.
Esta mañana salí a la calle, hacia mi trabajo y todo lo que me encontré en el camino era diferente. El día estaba despejado, sí, pero el azul del cielo no era tan azul como lo dejé. Pasé por el parque. Hay una vereda llena de rosas que casi te adormece cuando pasas junto a ellas, de tan intenso que es su perfume. Hoy apenas percibí una ligera fragancia. Incluso me pareció que la mayoría de ellas estaban deshojadas y algo marchitas. Me he sentado en uno de los bancos, quería recordar los días anteriores. Revivir cada instante. Cuando comíamos y te reías de cualquier palabra en la que yo me equivocaba. O me reía yo de ese maravilloso acento tuyo. Ese acento que me trae el olor del mar y del sol. Después, no he podido evitar buscarte entre todos los rostros que se me han cruzado. Por la calle, en el metro. Aún sabiendo que estás a miles de kilómetros de distancia, tu presencia era tan fuerte que tenía la sensación de volverme en cualquier momento y tropezarme contigo. Sé que nuestro acuerdo era dejar pasar unos días y después llamarnos. Observarnos en esta distancia. Yo no he podido. No sólo no he esperado a una llamada de teléfono; sino que he tenido la necesidad de escribirte. Es la primera vez que me expongo de esta manera. Jamás fui un hombre romántico. Al contrario, siempre me parecieron tonterías absurdas. Alguna puerta has abierto que yo ni siquiera sabía que existía. A partir de ahora ya no sé que sucederá con nosotros. Sólo sé que hice un viaje a España y al llegar a casa mi corazón no estaba entre el equipaje.
S
omos una decisión deambulante”, me dijiste como poseído por una inspiración reveladora, “un torpe transitar sobre nosotros mismos, un premeditado desandarnos sin saber por qué”. Estuve de acuerdo. Más tarde, durante muchos meses, me repetía tus palabras para acortar la distancia cada noche, como un aliento que reconciliaba el mundo y mi camino. Tú y yo: un mismo viaje, aun desde distintas latitudes. “Somos lo que recorremos”. No podía estar más de acuerdo.
la humanidad
c u rro G . corra l e s
Te escribí postales en el reverso de las carreteras, rutas, señales cruzadas, largas avenidas o callejones sin salida que fotografiaba a mi paso. No sé si te llegaron al buzón, al alma o la nostalgia, pero seguí viajando hasta que, a mi regreso, no te encontré en ninguna esquina fumando reflexiones peregrinas. Y supe que nunca habías hablado de nosotros, de ti y de mi, de nuestro viaje. Y supe que te referías pomposamente a esa cosa inmensa llamada Humanidad. Y que no me recordabas. Aun siendo pleno verano, sentí tanto frío que apenas me importó que aquella línea de bajo coste me hubiera perdido las maletas. Ahora, viajo sin equipaje, me fío más del suelo del camino que de la Humanidad, y sé que también podemos ser lo que no recorremos.
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f e r na ndo ga l á n
A
hola enano
l caer la tarde subí al Castillo de San Jorge. Entre el murmullo de los turistas una voz cantaba como una letanía lejana. O como los pájaros, banda sonora del parque que nadie se detiene a escuchar. Busqué el origen y encontré una figura que recordaba a un gorrión, consumida por los años o los lamentos; divisaba el Tejo desde la cima de Alfama a través de grandes gafas de cristales difusos y protegía de la brisa su cabello plateado con un pañuelo anudado al cuello, seco cual tierra en barbecho. Los sarmientos de sus dedos enredándose en el cielo o enraizándose en su pecho atraparon también mi atención y me detuve a escuchar. La voz dejó de sonar lejana; atravesando las telas que me cuidaban del frío se clavó en mi corazón dejándolo herido. Me apropié de su clamor y lloré con sus penas que quizá también fueran las mías. Unos gramos de cobre intentaron pagar una deuda sin precio y de su boca salieron besos como flores de buganvilla, de sus brazos caricias como rayos de sol invernal. No podía dejar de escucharla así que marché con la cabeza vuelta a su canto para comprobar como esa voz se elevaba hasta confundirse con las nubes.
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Me acerqué al mirador para contemplar al Tejo llegar cansado a su lecho Atlántico después de haber recorrido cientos de kilómetros. El río se disponía a dormir, por fin, junto a su amado sol mientras el puente de hierro y cables, viejo compañero, velaría el sueño. Yo, sin embargo, dormiría sola esta noche. Ceñí el abrigo a mi cuerpo en un abrazó solitario esperando encontrar tu calor mas sólo hallé el recuerdo de tu sonrisa y un escalofrío acentuado por el eco de los fados. Quise unirme a la banda de gaviotas que subían hasta las murallas del castillo para sobrevolar con ellas las siete colinas y sentir bajo mis pies la levedad del alma vacía sin ti pero cuanta más belleza contemplaba, más presente mi soledad por lo que bajé de nuevo a esconderme entre los adoquines de las aceras blanquinegras de esta ciudad que mantiene su corazón apacible. Quizá ya no te acuerdes pero este viaje lo planeamos juntos. Tú ponías los conocimientos de portugués, la risa, tu cabello ondulado como las colinas lisboetas. También ponías los besos, claro… y el amor de entonces. Yo ponía... yo ponía... bueno, yo ponía el coche y las ganas. Lo pienso ahora, mientras camino sola y acuden a mi cabeza recuerdos imaginados con sabor de pasteles no compartidos entre el humo de las castanheiras o con el aroma del jabón aireado en la ropa recién tendida en los balcones de las estrechas calles empinadas. Esas calles por las que te supongo caminando cogido de mi brazo o persiguiéndome entre risas cuesta arriba.
hola enano
Anochece y sigo deambulando porque no quiero volver al hotel, inútil sin tu calor. Desde el mostrador de una tienda multicolor me llama una postal en la que un “28” pálido trepa con tanta dificultad como mis piernas en este momento. Quizá por eso decido comprarla y abandonarla en el fondo del bolso para que me acompañe silenciosa durante la noche de bohemia a la que he decidido lanzarme. Después de la hora bruja brillan las miradas y las palabras huelen agrias. Los cierres de los bares ondean a media asta por el día que muere y las escobas peinan las aceras salpicadas de cuerpos empapados en pena. Después de la hora bruja duermen los castos y vagan los canallas buscando una alfombra de serrín donde calmar la sed urgente, el hambre tardío, el calor perdido de tu cuerpo deseado. Mis dedos guardan las palabras que no he pronunciado para escribirlas en el cuaderno de tu cuerpo y espero que las musas salgan de cualquier zaguán mientras imagino tu rostro en todos los bares e invento caricias sobre la cartulina recién comprada. Si al despertar me acompañasen tus latidos todos los versos se perderían en tu piel y secaría la tinta de mi pluma.
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E
n septiembre de 2008, Rivas Vaciamadrid acogió el III Foro Social Mundial de las Migraciones. Literactúa quiso tender un puente entre sus inquietudes literarias y las personas participantes y visitantes del Foro, planteando en forma de juego una reflexión sobre la temática del viaje en su más amplio sentido, la experiencia lectora y la creación literaria. Un enorme mapamundi extendido en el suelo fue la excusa para que casi cien personas deambularan entre personajes y autores, evocaciones literarias e invitaciones a expresarse, a lo largo de toda una tarde que difícilmente podremos olvidar. Pero el viaje no acabó ahí. Hemos seguido tirando del hilo y, a partir de aquellas vivencias y de lo que de ellas permanece —no sólo el recuerdo, sino también, por ejemplo, las postales que escribieron los participantes del juego— hemos querido seguir creando. Y compartiendo, a su vez, el resultado. Aquí lo tenemos, y aquí lo ofrecemos en este día del Libro, como un punto más en el que se sigan cruzando nuestros caminos. La próxima parada está por ver.
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