Postales Del Mundo

  • June 2020
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  • Pages: 6
Postales del mundo Una pasión heredada En mi familia ha habido una larga tradición de escribir postales, iniciada por mi bisabuela. A pesar de que en esos tiempos viajar era más complejo que ahora, tanto mi bisabuela como mi abuela y mi madre, tuvieron la oportunidad de visitar varios países de Europa y América. Yo heredé la afición a coleccionar postales de mi abuela, Doña Soledad, maestra de las Amescoas, (sierra de Urbasa), que trató de inculcar a sus nietos y a sus alumnos, la necesidad de estudiar y la pasión por leer, escribir y por viajar, que como ella decía, abría las mentes a nuevos conocimientos. Pasábamos horas leyendo la enorme colección de postales que tenía: “Esta postal se la mandó mi madre a su hermano Manolito desde Rosario desde Santa Fe, en la república Argentina, el 15 de Agosto de 1909” -me contaba“esta es del viaje a Roma que hice cuando me pilló la guerra civil española ahí y fíjate, tiene el sello de la censura militar”. Las historias que contaban las postales me parecían más maravillosas que las mil y una noches. En mi fantasía infantil, me imaginaba paseando por esos mundos lejanos, que a la vez me resultaban “familiares”. Realidad y ficción se mezclaban en esas imágenes congeladas del pasado. Aprendí a conocer y querer a mis antepasados, a través de la lectura de sus palabras. “Qué parco fue el tío Manolo”- pensaba, o “qué mujer más dulce debía ser mi bisabuela…”. Texto escrito en la postal enviada por mi bisabuelo desde Madrid, el día 10 de Enero de 1922: “Querida madre, esposa e hijos: Llegué aquí divinamente a las 8 de la mañana; he visitado varios sitios y comido muy bien; he visto a Francisco, (el amo de Benedicto) en la Puerta del Sol y ahora, 4 de la tarde, estoy tomando café con 3 de los jesuitas que me he encontrado, de los que van conmigo. Cuando llegue al destino ya te escribiré carta y entonces seré más extenso. Muchos besos para todos y cuidar mucho a mi Manolito por ser el más chiquitín. Madrid, 10 de enero de 1922. Alias, Peñaranda”.

Las mil y una noches Las fascinantes postales (las más antiguas escritas a plumilla), eran más interesantes que cualquier libro o cuento. Eran historias reales de personas de mi familia que habían sido testigos de momentos de la historia que en los libros de texto resultaban tan lejanos… y sin embargo en el que fue el despacho de mi abuelo me parecían revelaciones. ¡Qué impacto me producían estas lecturas! La magia de las postales viajeras. Me imaginaba la correspondencia de cartas y postales como un trajín de textos envueltos en sacas que viajaban en trenes, atravesaban los países y se embarcaban en enormes barcos para cruzar los mares y los continentes. Y a través de esas aventureras postales que sobrevivían a las tormentas del cielo y a los terremotos de la tierra, me enteraba de historias que me fascinaban. Un día encontré una postal enviada desde Paris a mi madre por un desconocido en 1960. En esa postal aparecía la foto de la tour Eiffel en blanco y negro, coloreada por encima, y en el inocente texto sólo ponía “Une pensé de Paris”, en tinta negra. Pero en tinta roja y un poco más pequeño, esa misma letra había escrito “Je t´aime”. Calculé que faltaban 7 años para que yo naciera, o sea, 4 para que mis padres se conociesen. Luego llegó mi turno en la historia de las postales familiares. Cuando comencé a viajar comencé a mandar postales, especialmente a mi abuela, con quien me unía un cariño infinito y que veía encantada como iba creciendo su fascinante colección de postales del mundo. Viajé a Berlín en cuanto cayó el muro. En 1992 estuve en Río de Janeiro y mandé las postales correspondientes. Hice otros viajes por el mundo, proyectos e ilusiones que perduraban en mi recuerdo intensamente a través de las postales que escribía, testigos imparciales de mis aventuras. En cuanto llegaba de viaje, pasaba por casa de mi abuela y le contaba con pelos y señales todo lo que había visto y vivido y leíamos de nuevo las postales que le había enviado y se las explicaba. Ver la enorme colección que mi abuela tenía me hizo desear el hacerme yo con mi propia colección.

Pensé en el futuro y me imaginé que las nuevas generaciones de mi familia heredarían mis postales, cofres de recuerdos y de vidas pasadas. Me imaginé a mi misma como a una postal antigua, paseando por un Berlín en blanco y negro. Con el tiempo, alguien sabrá cómo era por las postales que había escrito. Así que, al principio de forma más inocente y luego con más pretensiones de perdurabilidad, me hice adepta a enviar más y más postales. Yo misma me compraba una que me la guardaba como una reliquia. Con el tiempo, se me acumularon muchos viajes, algunos de las cuales mi memoria se empeñaba en olvidar (“En qué año estuve yo en Marruecos, en el 87 o en el 88?”- me preguntaba a veces). Y siempre salía de dudas yendo a casa de mi abuela y comprobando el matasellos de la postal que le había mandado. Descubrí un tremendo fallo, ya las postales que yo me compraba estaban vacías, como una biblioteca sin libros… o un jardín sin flores.

Mi primera postal Así que no sé bien cuándo, (lo recuerdo como un proceso lento), empecé e tener envidia de la colección de postales de mi abuela, ya que estaban escritas y tenían el matasellos con la fecha exacta de mis viajes. Un buen día decidí mandar dos postales: una para mi abuela, y otra para mí. Era mi primera postal. Nunca se me olvidaría esa fecha; la conservo en el matasellos: era domingo, 28 de Octubre de 1996, yo vivía en Windsor (Londres) y no tenía muy claro qué me iba a deparar el futuro. La envié a la dirección de mis padres, y como tenía dudas de que pudiese acabar en la basura (mi madre podía creer que era alguna de mis bromas), añadí la posdata: “Guardarme la postal”. Al contrario de lo que pensé, en casa les pareció una iniciativa muy divertida y me la guardaron como oro en paño hasta que volví. A costa de la postal lo pasamos bien. A mi abuela le encantó mi idea e intentó quedársela para su colección, (¡lo qué me costó convencerla, le tuve que prometer que le escribiría muchas más postales, pero esa no, esa era mía y me la quedaba yo!).

Esta idea se fue convirtiendo en adicción en posteriores viajes. Cada vez que llego a un lugar nuevo, visito la oficina de turismo y me hago primer mapa mental. Luego me acerco al centro turístico del lugar y estudio con atención las postales, lo que me aporta una idea más completa de lo que quiero visitar. Los primeros textos que me mandaba eran inocentes, no tenían más propósito que recordarme un momento, una terraza, una sensación. Pronto me empecé a sofisticar y a enviarme poesías, mensajes subliminares, cartas larguísimas… Recuerdo en alguna ocasión haberme enviado indirectas y regañarme a mí misma por algún proyecto frustrado o mal resuelto. En algunas ocasiones invito a mis compañeros de viaje a participar en mis postales; eso sí, nunca les dejo demasiado sitio para escribir. A fin de cuentas, pueden comprarse sus propias postales y enviárselas… o enviármelas a mí. Hoy es una afición de la que no puedo prescindir. He realizado muchos viajes de trabajo y no siempre he tenido tiempo de enviarme una postal. Algunas de ellas viajaron en sobre (¡tonta de mí!), y no llevan matasellos. En ocasiones, se me olvidó meterla al buzón, como la postal que escribí en Amsterdam. A veces sufro por no haber empezado esta afición tiempo atrás, y recuerdo mis primeros viajes. “Qué tragedia”- pienso, me quedé sin postal de Génova. Pero me consuelo con cada nueva postal que me escribo. Procuro hacerlo cada seis meses, no quiero olvidar la agradable sensación de recibir nuevas en el buzón. Envío estas cartas a casa de mis padres (¡he cambiado tanto de ciudad y de residencia!). En cuanto mando la postal, esté donde esté, llamo a casa y comienza la broma. “¿He recibido alguna carta?”- pregunto. Y ya saben que tienen que andar pendientes del buzón, lo que les proporcionará un momento de alegría al descubrir mi siguiente postal.

Cartero tradicional versus cartero digital. En este mundo actual, el correo electrónico ha cambiado el lenguaje; yo me considero una persona abierta a las nuevas tecnologías pero no quiero renunciar a las tradicionales formas de la comunicación. La magia de estos escritos me une a mis antepasados, a mis recuerdos de niñez y a los acontecimientos que he vivido. Me acuerdo con cariño de varios carteros a los que he querido, y a veces en mis peores pesadillas imagino que algún día desaparecerán los carteros y todos los escritos serán digitales. ¿Qué haré yo entonces? ¿Y si todos los ordenadores del mundo se cogen un virus globalizado y nos quedamos sin comunicaciones? También los carteros podrían coger un virus nuevo, no sé, el virus del papel… la gripe “P” o algo así, pero sería difícil que enfermasen todos a la vez. Tendré que montar una Fundación de apoyo o algo así…. Voy a ir pensando en ello. Hace un tiempo animé a varios amigos a imitarme, y a todo el mundo le ha hecho gracia lo de enviarse una postal a sí mismos cuando están de viaje. Además alguno de ellos ha rebuscado en el baúl de los recuerdos familiares y hemos dado con un centenar de postales realmente curiosas. Hoy viajo poco, no es que me haya dejado de interesar pero las circunstancias no me lo permiten. Además he cambiado. Antes me ponía la mochila por montera y era capaz de adaptarme a los pocos medios, a los viajes largos, a los imprevistos. Hoy en día me gusta viajar de otra manera (será la edad). Tengo aún algún sueño por cumplir (visitar Ciudad del Cabo en Suráfrica, conocer Vietnam o Nepal o pasar una Nochevieja en el Hotel Mamunia de Marraquech) pero aunque ya no haga viajes largos me mando postales. Las últimas me las he mandado de Dantxarinea, donde estuve trabajando un mes, incluso me las mando desde la misma ciudad donde estoy viviendo, Donostia. Me han pasado unas cuantas situaciones divertidas que a través de este blog, os iré contando. En cualquier caso la fiebre de las postales no se me ha pasado, y me encantaría seguir mi colección. Así que si tienes la suerte de viajar y te acuerdas de mi historia, mándame tu postal por favor.

Prometo guardarla como oro en paño. Algún día me gustaría exponerlas todas, pero para eso tendría que convencer a Correos para que me patrocinen la producción. En mi próximo viaje a Madrid tal vez vaya a verles…. Quiero hablar con los responsables también para asegurarme de que no tienen previsto eliminar el elemento humano y sustituir a los carteros por robots o algo así. ¿No os preocupa? Conforme vaya avanzando en mis investigaciones, os iré contando. Buen viaje. Ondo ibili. Esta es una selección de 15 postales que me he enviado desde 1996. Londres 28 Octubre 1996. Amsterdam 22 Mayo 1999. Toronto 25 Noviembre 2002 Dublín 22 Diciembre 2002 Colonia 10 Abril 2003 Cantabria 1 Julio 2004 Cádiz 20 Mayo 2005 Lisboa 9 Febrero 2006 Landas 25 Julio 2006 Pirineos, Huesca, 14 Julio 2007 León, 5 Mayo 2008 Getaria, 16 Agosto 2008 Lanzarote, 5 Enero 2009 Dantxarinea, Navarra, Marzo 2009 Segovia, Julio 2009.

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