Pilatos

  • May 2020
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  • Words: 590
  • Pages: 2
La j us ti fi cac ió n d e Pila to s “Cualquiera sabe que no se resuelve el problema de un mendigo (de un mendigo auténtico) con un peso o un pedazo de pan: solamente se resuelve el problema psicológico del señor que compra así, por nada, su tranquilidad espiritual y su título de generoso”.

Er ne sto Sá ba to El túnel

Entonces, definitivamente no recuerda haber devuelto las herramientas. Por cuarta vez, el fiscal hacía hincapié en esa pregunta que había obtenido repetidas veces la misma respuesta negativa. El silencio era un pesado manto de plomo que cubría todo en la sala. Una incalculable muchedumbre se agolpaba entre los espacios de las sillas disponibles prestando una atención incandescente. El fiscal no podía ocultar su trastorno, pues el testigo estaba empecinado en mantener su posición. El sudor ya comenzaba a aparecerle entre los poros; un suave haz de luz le hacía brillar la punta de aquella prominente nariz. Sus ojos abiertos con fuerza, tratando de abarcar un panorama un poco más amplio. La lapicera giraba en su mano derecha y el gemelo de fantasía hacía malabares para no caer. Todos sus intentos por hacerlo trastabillar parecían ser insuficientes. —No— volvió a responder el hombre sentado indemne en el banquillo en completo dominio de todas sus facultades. —Perdone que sea insistente, pero voy a reiterar la pregunta pues necesito dejar muy claro este punto. A pesar de todos mis intentos de refrescar su memoria — irónicamente —, usted NO consigue recordar si devolvió las herramientas. —No— con seguridad. —Lo que indica que probablemente estén todavía en su poder. Murmullos. —Depende de las probabilidades. —¿Podría ser más explícito? —Si se tiene en cuenta que he buscado incansablemente repetidas cantidades de veces, y que no he logrado hallar las herramientas… —No ha contestado la pregunta. Insisto y corrijo: teniendo en cuenta que ha buscado las herramientas y que no las ha encontrado, y que de todas maneras NO RECUERDA —poniendo énfasis en estas dos palabras y continuando con tranquilidad— haberlas devuelto, ¿cabe la posibilidad de que todavía estén en su poder? Murmullos. —En realidad yo lo veo desde otro punto de vista. El fiscal trató de disimular su cólera y agregó hablando entre dientes. —Explíquenos su punto de vista, por favor, pero seguidamente conteste la pregunta. —No recuerdo no haberlas devuelto tampoco. —Sea más explícito por favor. El testigo se acomodó en el borde de la silla, se inclinó un poco acercándose al micrófono, lo golpeó con su dedo índice y vibró un sonido agudo en la sala; acto seguido, habló así: —Teniendo en cuenta que he buscado las herramientas y que no las he encontrado, y que a pesar de ello no recuerdo claramente haberlas devuelto, cabe aún la posibilidad de que no estén en mi poder. El fiscal ya no podía aparentar tranquilidad. Con paso firme y una expresión colérica se acercó al testigo y cara a cara le inquirió casi gritando: —¡No ha contestado a mi pregunta todavía! ¿Voy a tener que repetírsela? —lo enfrentó para intentar hacerle cometer ese error tan esperado. —Usted quiere escuchar lo que yo no puedo decirle—, con calma y seguridad—. No voy a pagar por errores que no he cometido, ni voy a cargar costales que no son de mi granero. Que cada uno se haga cargo de las responsabilidades a las que ha echado mano, yo asumiré mis compromisos y usted, sus dudas. Ya he respondido su pregunta.

clara.

Murmullos. La taquígrafa, con símbolos ilegibles, anotó rápidamente aquella frase tan

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