Pelea Cartucho había soñado siempre con ser un líder en su barrio, una especie de “padrino”. Desde niño trató de imponerse a sus congéneres a fuerza de personalidad, o a los golpes si era necesario, pero su físico esmirriado no le permitió destacar en esas peleas callejeras, de modo que frecuentemente regresaba a su casa , o lo traían, en estado lamentable. Carmela, su madre, curaba las heridas y hacía tiempo había renunciado a darle consejos o retarlo por su conducta. Esa mañana Cartucho despertó eufórico. Saltó de la cama y se preparó para enfrentar el día. Carmela lo vio salir de su cuarto, con la toalla al hombro y dirigirse al baño. Advirtió su estado psíquico, se santiguó mentalmente, y cuando Cartucho cerró la puerta del baño, se fue a su dormitorio y de un cajón de la mesa de luz sacó un frasco con un poderoso tranquilizante líquido que guardaba para ocasiones como esta. Volvió a la cocina y volcó en el agua de la pava una generosa dosis. Cuando su hijo salió del baño, peinado con raya al medio, le ofreció unos mates. Cartucho contestó que desayunaría en el bar. -¿No vas a trabajar?. Preguntó Carmela. -Hoy no. Contestó Cartucho. Carmela sintió que se le erizaba la piel cuando advirtió que su hijo se ajustaba al cuello el pañuelo blanco que había sido de su abuelo paterno, y disfrazado de compadrito salió a la calle. Carmela salió a la vereda para verlo alejarse, así fue que vio como que en sentido opuesto al de Cartucho avanzaba el chino Heriberto, el guapo del barrio, venía del brazo de su mujer, una morocha bien proporcionada, que se balanceaba orgullosa junto a su hombre, sobre unos altísimos tacos. Cartucho los vio y decidió inmediatamente entablar la provocación. Se apoyó en la pared, y con las manos en los bolsillos esperó el paso de la pareja. Cuando los tuvo cerca inspeccionó con la mirada, descaradamente, ostensiblemente, a la mujer de Heriberto, esperando la reacción violenta de este, para luego desafiarlo, vencerlo en pelea y humillarlo frente a todo el barrio. Pero el chino pasó a su lado sin siquiera mirarlo. La mujer, sin embargo, se sintió molesta por la ofensiva mirada de Cartucho , y éste observó como le decía algo a su hombre, haciendo señas hacia donde se encontraba él. Pero Heriberto se encogió de hombros y continuó la marcha. Carmela que observó todo, dirigió la mirada al cielo y prometió a la Virgen una misa en agradecimiento. Cartucho permaneció unos segundos desconcertado, y luego siguió su camino hacia el bar, cuando dobló en la esquina, su madre entró a la casa. Al llegar al bar Cartucho esperó unos segundos para que sus ojos se adaptaran a la semipenumbra del recinto. Luego se dirigió con paso lento y seguro a la barra, se colocó de espaldas a la misma, apoyó los codos y observó a la concurrencia con mirada sobradora. Nadie le prestó atención.
Cartucho estaba pensando de qué manera provocar a algún parroquiano, cuando se abrió la puerta del bar. En el chorro deslumbrante de luz, apareció el chino Heriberto, el cobarde de Heriberto que había rehuido la pelea. Inflamado de valor, excitado por su próximo triunfo Cartucho lo desafió ahí mismo. Tres cuartos de hora más tarde entraba en su casa, el ojo izquierdo cerrado por la inflamación, la cara enrojecida e hinchada, las encías sangrantes y la camisa desgarrada. Se sentó a la mesa de la cocina y le pidió a su madre: -Mamá, haceme unos mates. Ponele edulcorante al agua. -¿Qué edulcorante?. Preguntó Carmela. -Ese que guardás en tu mesita de luz.