áfrica.docx

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UNIDAD

¡Oh, vos, lector de portales! ¡Te invito desde este antiguo género –la prosa literaria– a que recuestes tu cabeza en la almohada, respires hondo y permitas que una ensoñación sana te saque de otra enferma! La blanda libertad de escapar del mando, “ponerse los pantalones” como dijo Sapag en 1973, e incluso hacerse cagar solitos (derecho que no tienen los héroes o que debe ser negado “incluso a ellos”, cf. Hegel, Filosofía de derecho) aun estando en el desierto, lo que parece más difícil, pero se puede: tal es el talante de los alfiles como Henrique López, autodenominado carlista (“Dios, Patria, Rey, Fueros”) aunque tal vez esta tendencia ideológica no fuese más que un modo de barnizar la lectura espiritualizada de redes sociales1. Pero antes vamos a subdesarrollar unos temas. No existe apuro alguno. La verdad que ahora se los ve a todos contentos, como perro con dos colas, con esto de “tener iniciativa de” ir y lamer huevos. Les sale estupendamente. Tenerlos o en su defecto, lamerlos –que es la que va, en la coyuntura, esta última. Proverbialmente diríamos, a la hora de la hora se tiene o se lame. ¡Bueno!, bueno, pero cuidado: con unidad. Puede ocurrir. Es que el problema fue el genocidio, que –parece– no anduvo todo lo bien que parecía. Quedaron unos cuantos avivados y el problema consuetudinario de los hijos. Justo nuestros: qué cosa. La izquierda peronista… ¡Listo! ¡Lo dije! ¡Si pasa, pasa…! ¡Ay, lector de portales…! La tarde caía en el municipio. El surco de la luz moribunda… visto desde la oficina del domingo ya que, en definitiva, trabajar los domingos tiene algo de prometeico, revelador al revés: parece que Dios descansó, y nosotros le seguimos dando. Yo lo vi trabajar a Henrique López, por lo menos estar frente a una computadora, un domingo, hecho todo un alfil de poder local. Y una vez que la tarde hizo lo suyo, eficientemente desaparecer (a diferencia de la izquierda peronista, que se ha resistido, pero bueno: por mor de la unidad, cortamos este paréntesis y sus oscuras ramificaciones), llegó la noche, que vestida Cada época tiene su modo de relacionarse con lo Eterno, considerado lo Eterno (en parte, siguiendo a Benjamin) como la Taradez, que es un concepto con todo derecho aunque, claro, por definición sub-desarrollado. Mentes reventadas a caracteres. Por otro lado (no se van a salvar en esta nota), los portales son opio. Pero ahora gozan de una ley que los pauta: salió en todos los portales. Pensemos en los senadores que viven de eso. Como dice la clase obrera de William Morris, “hay que ser senador para bancarse un portal”, verdad que quisiéramos llevar a oídos de nuestros investigadores y sociólogos. 1

con negros encajes hizo acordar a Henrique que tenía una cita. Diremos mejor un compromiso. El compromiso, naturalmente, y es buena noticia, es un asado. Ya humeaba en el fierro la tripa vacuna, cayendo el aceite y mojando el carbón; la gran luna remontaba su viaje hasta el centro de la noche, para ser admirada y reconocida como una inmortal actriz de telenovelas, “uh, miren la luna, qué bien se conserva a pesar de los años” y seguir conversando sobre nada, asuntos políticos sobre los que no tenemos incidencia, generalmente europeos o mundiales a secas, lo que es tan placentero como la tripa que rezuma sangre y se dora al fuego, el vino que corre, la luna que rueda … Todo perfecto, como puede verse. Henrique, que era un tradicionalista de pico (no entendía el folclore, ni le interesaba, pero hablaba de los gauchos como si fuesen lo mismo) ya estaba sentado al plato, contento pidiendo que pusieran Cafrune. En la mesa lo acompañaban, espesamente bebidos (habían arrancado temprano), Di Lorenzo y Claudita: una vieja concejala que fumaba y deliberaba sola, rubia, flaca y hace tanto… Fue, dicen, hermosa en la juventud. Ahora, una clara señora (mayor). Di Lorenzo, que también tenía su banca hacía milenios, increíblemente decidió empezar mal, con la monserga de que no lo atendían. –Es bueno estar acá. Yo, que siempre fui humilde, igual todos me daban bolilla. Soy de la época de los pies embarrados; pavimento había solamente para los porteños, no acá en el Gran Buenos Aires, tierra peronista, aunque también de boinas (radicales). Yo me embarraba cuando iba a la escuela. Quería a mi maestra por su rico perfume. Y así crecí. Fui toda la vida el mismo, y todos me saludan. Vivo en mi barrio Santa Rosa, muy respetuoso, de códigos inquebrantables; no como ahora. Tal vez esté muy ocupado, pero lo digo: porque el intendente, me quiero juntar y bueno: me hace llegar (por otros) que no tiene tiempo… Y el tiempo es la sustancia de la tradición, de los valores y de lo que debe ser. Pensemos en la muerte: nos quieren tirar por la ventana, los jóvenes, pero no. Mojando puntillosamente el pan en salsa de verdeo, con casi miedo a volcárselo en el pantalón, Henrique pensó “qué viejo pelotudo”. Arrancar por las quejas es de viejo: yo fui un par de garras afiladas, barriendo el fondo de mares silenciosos. Justo había pensado en la vejez la noche anterior, luego de recibir la noticia de que una abuela suya cumplía 92 años. La familia… Y él tal vez debiera llamarla: aunque estaba sorda… ay, vida: lo interminable… Pero venía en su auxilio el ruido de la soda; y cubiertos brillando en la luz del reflector. Y olor a humo: en fin, Henrique se abstrajo de toda la complicada elaboración de Di Lorenzo y se puso a pensar en… en esto, bueno: la vida, interminable. También él llegaría a viejo. Esperaba, para entonces, haberse retirado a leer a Aristóteles y no estorbar a las nuevas generaciones con plañidos y achaques. Había estudiado

teología en los noventa, tal vez podía retomar eso. Escribir un libro sobre la Argentina a partir de Tomás (aunque “tomando cosas del posmarxismo”). –… y le da mucho espacio a gente que no es de acá…

En la cama sexual. Nuevamente era domingo, pero otro. La cama respiraba, no ellos, quienes sobre el colchón pesaban en dispersión; una pierna acá, una oreja, subiendo y bajando –después de coger se les desenganchaban las partes del cuerpo. Dormitar… como dijo un amigo refiriéndose a un libro de Burroughs, “ese texto respira…” Así respiraba la cama sexual, soportándolos a ellos. Así, viviendo una relación cubista. Ella era periodista de portales, socióloga, con mucho dolor en su corazón, tanto como todo el mundo en definitiva, pero masculina. Normal. Y después antifeminista; usaba anteojos; sus rasgos eran fuertes. –Es difícil la sensibilidad. Hay algo en los hombres que no entiendo. Aprendí a ser malo solo. No creo que mis viejos tengan la culpa; ellos me mandaron a un colegio católico, tercermundista, ¿qué más podían hacer? Aunque soy así, los perdono. Los párrafos de Henrique iban todos en esa dirección… Y para ella (vamos a preservar su nombre) había coraje en esas palabras, una vanidad que le hacía pensar en las películas de Tarantino, la sangre lujuriosa y teatral, sólo el concepto “sangre”, sin densidad, le film noir. Él podía ser malo, ella podía ser idiota, sobre todo inteligentes ambos, y eso era la unidad. Le gustaba verlo solo en el mundo, peleado con el padre y adorando a la madre, esto último por mera tradición: la tradición, vamos a ver qué significa esta nueva palabra, melodiosa.

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