Ser discípulos de Jesús en pareja Esperanza y Alfredo García Horstmann
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N
o somos ni teólogos, ni gente con una preparación para dar una respuesta clara, pero
desde el vivir y crecer en pareja intentaremos ir desbrozando esta pregunta. Discípulo es el que sigue, y en este caso el que sigue a Jesús, un Jesús que nos acompaña y nos deja el liberador mensaje de su palabra, para vivirlo día a día. Ser discípulo, es continuar construyendo como muchas mujeres y hombres antes que nosotros, el reino de Dios y el Proyecto de Hombre Nuevo que Jesús nos revela en la Bienaventuranzas. ¿Cómo puede intentar una pareja hoy vivir esto? Muchas veces la cotidianidad de nuestra vida, nos hace pasar días sin ser conscientes de que es lo que en el fondo nos mueve. El poner el centro en el trabajo, en el dinero gastado sin mucho control y en la autocomplacencia, no solo desenfoca el ser discípulo de Jesús, sino también el ser pareja, abierta a la realidad del Mundo. Mantener encendida la llama de la pareja, requiere sorprender al otro día a día, con pequeños detalles que rompan la monotonía en la que convertimos nuestras vidas. Mantener encendida la llama de ser discípulos (y en nuestro caso en pareja), requiere dejarse sorprender por el hermano en el día a día, estar en y para el Mundo, sentirnos hijos de un mismo Padre y poder vivir un gran proyecto común. En nuestro proyecto de pareja tratamos de ser discípulos de Jesús desde lo cotidiano, estar abiertos a dar y recibir detalles de comprensión, de ánimo, de esperanza, de amor, de acompañamiento, de sentir con el otro, desde los distintos ámbitos donde compartimos la vida y el mensaje de Jesús: la pareja, la Comunidad, las familias, la Comunidad parroquial, el barrio, los trabajos,.... Muchas veces, los que nos llamamos cristianos, nos vemos limitados por falta de condiciones y conocimientos para implicarnos en ser discípulos. Es lastrante nuestra opción de dejarnos llevar por los acontecimientos, de sentirnos no preparados y por ello no intentar aportar nuestros dones, para el Sueño Común. Dios nos conoce, y conoce cuan frágiles somos, pero también es buen conocedor de nuestros dones. Por tanto no podemos esperar a que se marchiten, a que sólo sean fruto interno de la pareja, de la familia más cercana. Estos dones son frutos a compartir con el hermano, frutos para saciar el hambre de injusticia, de opresión, de inseguridad,..., frutos de denuncia,..... frutos de cariño y esperanza.
Para ir creciendo en esto, nosotros, sentimos y vivimos como necesario el compartir en Comunidad (comunidad integrada en la Gran Comunidad que es la Iglesia); la oración, la celebración , la misión, la formación, el compartir desde la vida, el ocio,..., sostienen la llama viva de intentar construir el Reino de Dios aquí y ahora.