Patricio Lumumba

  • December 2019
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PATRICIO LUMUMBA

El siglo XX es el siglo de los grandes mitos políticos. Hasta el XIX, la mayoría de los liderazgos eran ostentados por los reyes. Pero el siglo XX, en el cual las monarquías están claramente de retirada, los estados democráticos se generalizaron y los medios de comunicación masivos permitieron la generación de mitos de orden mundial. Es el siglo de los grandes mitos de sangre roja. Hoy me gustaría hablar de uno de estos mitos. Uno mártir, además, que tal vez en nuestro mundo no tuvo una presencia enorme pero que, sin embargo, en ese iceberg que está debajo del agua y que llamamos Tercer Mundo, tuvo una importancia capital y, en gran parte, la sigue teniendo. Este mártir,además, lo es porque fue asesinado. Y fue asesinado en el marco de una actuación en la cual se produjo una de las más repugnantes operaciones de violencia de Estado que, además, y esto es una novedad, no fue protagonizada (al menos en primer fila) por los Estados Unidos. El post de hoy habla de Patrice Lumumba. El que fuera líder de lo que se ha conocido como Zaire y antes como Congo Belga. Uno de los grandes referentes de la izquierda de los países pobres. El primer dato importante sobre Zaire es que, a pesar de ser un enorme territorio, no fue propiamente una colonia. Las colonias eran propiedades de países, pero el Zaire era propiedad de una persona: el rey de Bélgica Leopoldo II. Leopoldo ambicionaba que su Bélgica querida tocase pelo en el reparto del continente africano que comenzaba a explorarse en el siglo XIX. Trabó conocimiento con un conocidísimo explorador, Henry Morton-Stanley. Stanley es un personaje bastante conocido. Cuando yo estudié el bachillerato incluso se estudiaba en los libros, ahora no sé. De hecho, un compañero de pupitre mío la cagó bien cagada en el examen de selectividad de Historia porque una de las preguntas era «cita tres exploradores del África» y él escribió: «Brazza, Livingstone y Stalin [por Stanley]». Me he roto el culo a reír tantas veces imaginando al Secretario General del PCUS cazando elefantes en compañía de Beria, Yagoda y Khruschev, que creo que la anécdota no se me olvidará nunca. Stanley, en todo caso, fue, junto con Brazza y Livingstone, uno de los grandes exploradores de África. Fue él a quien alquilaron para ir a buscar al segundo de ellos, que estaba en la selva viviendo la dolce far niente y, consecuentemente, es el autor de la famosísima frase que pronunció cuando lo encontró: «El doctor Livingstone, supongo». Los británicos (Stanley nació galés) son especialistas en colocar en el terreno de lo hipotético cosas que son totalmente obvias; cuando Stanley y Livingstone se dieron la mano, 1

eran probablemente los únicos blancos en cientos y cientos de kilómetros a la redonda. Leopoldo El Amigo de los Blancos envió a Stanley bajo pago al cauce del río Congo con la tarea de firmar acuerdos con diferentes tribus y quedarse con sus tierras. Stanley, tan hábil negociador como explorador incansable, firmó pactos con con más de 400 reyezuelos negros. Tras conseguir aquellos tratados, Leopoldo comenzó la explotación sistemática del Congo, aprovechando que había conseguido quedarse con un país tocado de la mano de Dios en lo que a riquezas se refiere. De hecho, a finales del siglo XIX se benefició de los inicios de las bicicletas primero y los coches después, que necesitaban una cosa llamada caucho, que fue producido masivamente allí. Durante el siglo XX se produciría el descubrimiento de los brutales yacimientos geológicos del país, que está sentado sobre una fortuna de diamantes, cobre e incluso uranio. Eso sí, la explotación fue tan bestial que ya antes de la muerte del rey propietario se produjeron revueltas violentísimas que fueron reprimidas aún con mayor violencia, hasta el punto que se ha estimado que restaron 10 millones de congoleños de la población el país, entre muertos y exiliados. La razón de esas revueltas estriba en el evidente tratamiento de seres inferiores que tenían los negros en su propio país, sin derechos políticos, sin poder poseer tierra o incluso viajar libremente por el país. A mediados del siglo XX, más concretamente en 1957, el panorama cambió radicalmente con la independencia de Ghana, el primer estado negro africano que marcó el camino de la descolonización. Más o menos por aquella época, el líder congoleño Joseph Vasa-Kubu monta el primer grupo político más o menos estructurado, Abako, una organización basada sobre todo en congoleños de la etnia Bakongo, nostálgicos del llamado Reino Kongo que había existido en el área en el siglo XVI. En paralelo, Patrice Lumumba fundaba al Movimiento Nacional Congoleño. Lumumba era miembro de una etnia claramente minoritaria, la tribu Batatela. En 1956, sin embargo, todavía escribía y opinaba que el destino de los congoleños era seguir siendo belgas. En ese momento, los líderes negros querían derechos, pero no independencia. Sin embargo, como ya hemos dicho, el ejemplo de Ghana cambió el panorama, y la escasa receptividad belga hacia el proceso generó rápidamente una ola de disturbios en enero de 1959. Bruselas reaccionó anunciando la celebración de elecciones locales libres, lo cual provocó el nacimiento de casi sesenta partidos distintos, tendentes en buena manera a reflejar el gran dédalo de etnias que había en el seno de un país tan enorme como Zaire. Los belgas, por lo demás, no se estuvieron quietos. Zaire es un collar de perlas, pero la perla más hermosa y rica del 2

mismo se llama Katanga, la provincia con mayores posibilidades de negocio. Reacios a perder ese centro de actividad minera del que las empresas belgas sacaban tanta pasta, Bruselas impulsó en dicha región el surgimiento de un partido negro autonomista, partidario de mantener la relación con la metrópoli. Hablamos del Conakat, liderado por Moisés Tsombe. En los siguientes meses, sin embargo, los enfrentamientos violentos se multiplicaron, fundamentalmente impulsados por el MNC y los encendidos discursos anticolonialistas de Lumumba. Nuestro mito de hoy era un personaje enormemente vehemente, así pues con la misma entrega que había colocado las tripas en defender que el Congo debía ser belga, se aplicó a defender exactamente lo contrario. Bélgica, que tenía bien cerca el ejemplo de Francia y Argelia, donde el país europeo se había visto implicado en una guerra en toda regla (que, además, acabaría perdiendo), se acojonó y en enero de 1960 decidió albergar una conferencia a la que asistieron unos treinta partidos políticos congoleños distintos. Todos ellos se plantaron delante de los blancos y, cuando éstos ofrecieron un plan de independencia en el medio plazo, les contestaron que y una gallina como un perol. Bélgica tuvo que aceptar la idea de que Zaire sería independiente en junio de aquel mismo año. Es de comprender los deseos de las organizaciones negras. Pero no es menos cierto que sus prisas fueron malas consejeras. En el momento de la independencia de Zaire, el país tenía 1.400 cuadros en la Administración Pública, de los cuales tres, y no es una forma de hablar sino: uno, dos y tres, eran negros. Y, como veremos, sus compañeros blancos se piraron a la naja. En las elecciones, el MNC ganó 33 escaños de un total de 137, lo cual lo convirtió en el partido más votado. Eso sí, en Katanga y en la provincia de la capital, de soltera Leopoldville y de casada Kinsasha, a Lumumba no le votaron ni los conductores de la EMT, que como no paran en las paradas tienen tiempo de ir a votar diez veces si quieren. Quizá por eso, los belgas llamaron a Vasa-Kubu para formar gobierno. La respuesta de Lumumba fue acopiar una mayoría en el congreso congoleño, de 74 diputados. La metrópoli no tuvo más remedio que invitarle a ser primer ministro. Finalmente, Lumumba fue primer ministro al frente de un gobierno acojonante. ¿Os asombra el tripartito catalán? Y, ¿cómo se dirá décimosegundopartito? Porque eran doce, do-ce, los partidos políticos presentes en el primer gobierno Lumumba, con su rival Vasa-Kubu de presidente no ejecutivo. En su visita a Bruselas, ante el rey Balduino, Lumumba pudo afirmar con orgullo: «hemos dejado de ser vuestros monos». Una vez que llegó la independencia, los diferentes conceptos que cada uno tenía de la misma afloraron con rapidez. Ya hemos dicho que aunque Zaire 3

era ya gobernada por negros, toda su estructura era, en realidad, blanca. También el ejército. De hecho, el ejército zaireño pretendía funcionar como si la independencia no se hubiese producido, hecho éste que encabronó bastante a Lumumba, quien tomó la decisión inesperada de cesar a todo el cuerpo de mando y sustituirlo por congoleños, entre otros con la ayuda de un militar de su confianza, Mobutu Sese Seko, que terminaría siendo dictador de la nación. Tras el cambio en las fuerzas de seguridad, las agresiones, robos y violaciones en la persona de los blancos se multiplicaron, provocando su salida masiva del país; salida masiva que, como hemos insinuado antes, supuso dejar el país seco de cuadros, de funcionarios, de ejecutivos. Bélgica respondió enviando al país tropas para mantener el orden, incluso cuando Lumumba se negó a aceptarlo. La respuesta del primer ministro fue aseverar que, en lo que a él le concernía, Bélgica y Zaire estaban en guerra. Y entonces Bélgica jugó su carta escondida. El 11 de julio de 1960, Moisés Tsombe proclama la independencia de Katanga, proceso en el que contó con el apoyo de los belgas. Lumumba, acorralado por la pérdida de hecho de su territorio más rico, pidió ayuda a las Naciones Unidas, que es esa organización a la que siempre llaman los que van perdiendo y desprecian los que van ganando. Aunque no fue ése el único movimiento de Lumumba. Hizo otro que elevaría la tensión del conflicto hasta límites hasta entonces insospechados: anunció que, de no marcharse los belgas de su jardín, pediría ayuda a la Unión Soviética. En el espacio de pocas horas, por lo tanto, un líder anticolonialista de ideas difusas se convirtió en un comunista más, y el conflicto del Zaire pasó de ser un conflicto colonial a un episodio más de la Guerra Fría; y no cualquier episodio, pues en Washington se dieron cuenta, acojonados, de que si a la URSS le salía bien aquel órdago a pares, colocaría una pica en el mismo centro de África y con seguridad pillaría cacho en otras muchas naciones de la zona, algunos de cuyos líderes no le hacían ni el más mínimo asco al socialismo científico. Los belgas, comprendiendo que la cosa se ponía fea, retiraron las tropas. Pero Lumumba, ya lo hemos dicho, contaba entre sus defectos el de ser enormemente vehemente y terco. Bajando ya por la cuesta, de culo y sin frenos (podría decirse: cual conductor de la EMT sobreacelerado), el primer ministro exigió entonces que las tropas de Naciones Unidas, en su inmensa mayoría africanas, invadiesen Katanga y se apiolasen a los secesionistas. La ONU, lógicamente, se negó. Los cascos azules no dan hostias de ningún color. Envalentonada por esta prueba de debilidad del gobierno central, la región de Kasai, sede de casi todas las minas de diamantes del país, anunció que se akatangaba, o sea que también quería ser independiente. Desesperado y sin opciones, Lumumba se echó en brazos de la URSS. 4

Existen evidencias de que, al igual que el presidente Kennedy dio autorización para que Fidel Castro fuese asesinado, su antecesor el general Dwight Eisenhower dio la orden de que Lumumba fuese removido de esta dimensión. Mientras tanto, Lumumba ordenaba una operación militar en Kasai en la cual centenares de balubas fueron masacrados y se creó un cuarto de millón de refugiados. La ONU acusó a Lumumba de genocida, y es que lo fue. Eso sí, en el Juicio Final todavía está el pobre en lista de espera, porque genocidas, en África y en el siglo XX, hay unos cuantos. En esas circunstancias, apareció Mr. President. Porque quizá lo hemos olvidado, pero Vasa-Kubu sigue por ahí, de presidente florón; no tan florón desde el 5 de septiembre cuando, en una alocución de radio, dijo de Lumumba un montón de cosas, ninguna de ellas que fuese guapo, y anunció que lo cesaba. La respuesta de Lumumba fue presentarse en la misma emisora donde había estado Vasa, anunciando que era él quien le cesaba. Aquello dividió el país: por un lado estaban los que podrían haber gritado Lumumba a la tumba, o sea los partidarios de Vasa-Kubu, apoyado por las potencias occidentales; y, por otro, los que podrían haber gritado Pasa de Vasa, o sea los amiguitos de Lumumba, con la URSS detrás. Dice el refrán: a río revuelto, ganancia de pescadores. Mobutu, que hasta entonces había estado cercano a Lumumba pero sin destacarse políticamente, convenció a la CIA y a la ONU de que lo que había que hacer era apartar a los políticos (típico discurso fascista), y garantizar el orden y el negocio. Esto, en Washington, siempre ha gustado. Desde Kinsasha, el territorio que Mobutu controlaba mejor, se declaró dictador del país. Eso sí, conocedor de los deseos del casero, casi su primer acto en el poder fue enseñarles a los cooperantes soviéticos la puerta de salida. Mobutu mantuvo a Vasa-Kubu pero depuso a Lumumba, el cual se convirtió en un preso en su mansión de primer ministro, de donde no podía salir. Sin embargo, el 27 de noviembre, sabiendo que su situación no era ninguna maravilla y que la CIA seguía haciéndose pajas con la idea de cargárselo, logró huir hacia Stanleyville, su territorio de apoyo. Sin embargo, el 1 de diciembre fue detenido en Kasai, a medio camino. La detención no evitó que los seguidores de Lumumba, encabezados por Antoine Gizenga, estableciesen su propio Estado, con lo que en Zaire había cuatro gobiernos diferentes: Mobutu en Kinsasha, con apoyo de Occidente; Gizenga en Stanleyville, con apoyo de la URSS, y Tsombe en Katanga y Albert Kalonji en Kasai, ambos apoyados por Bélgica. Otra cosa no sabrían los soviéticos, pero ayudar en la guerra se les daba de cine. Los partidarios de Lumumba comenzaron a tener un éxito detrás de otro. Tomaron la provincia de Kivu y luego la de Lualaba, en el norte de Katanga. Aquello acojonó a los belgas. Pero mucho. El 17 de enero de 1961, Lumumba y otros dos partidarios fueron recogidos 5

del campamento militar de Thysville y llevados al aeródromo de Moanda, desde donde volaron durante seis horas hasta Elisabethville, la capital de Katanga. En el avión fueron encerrados con seis soldados de Kasai cuidadosamente elegidos por su odio hacia Lumumba. A lo largo del vuelo, los tres detenidos fueron apalizados salvajemente por sus torturadores. Una vez en Elisabethville, donde bajaron del avión con las ropas empapadas de su propia sangre y fueron recibidos por tropas katanguesas y belgas, fueron llevados a una casa a dos kilómetros del aeropuerto, donde fueron torturados de nuevo. Luego fueron llevados por el mismísimo Tsombe y algunos mandos belgas a un descampado a unos 45 kilómetros, donde fueron ejecutados. 24 horas después de aquello, los cuerpos fueron desenterrados, llevados a donde Cristo perdió la camiseta de la selección española, desmembrados y sumergidos en ácido sulfúrico; los cráneos y huesos sobrevivientes fueron pulverizados. Durante 40 años, Bélgica sostuvo con entera seriedad la chorrada de que Lumumba había conseguido escapar y que había muerto a manos de aldeanos enfurecidos (todo el mundo sabe que el pigmeo medio guarda siempre entre 200 y 300 litros de ácido sulfúrico en el jardín trasero de su choza). No fue hasta el año 2001, y eso porque se vio acorralado por los investigadores, cuando aceptó que lo de Lumumba fue un asesinato y que, además, contó con su participación. La muerte de Lumumba no es sólo la creación de un mártir. Entre 1960 y 1965, las cosas salieron tan rematadamente mal en Zaire que esa crisis colocó el destino de África en el difícil camino en el que se encuentra. El conflicto presidido por Lumumba y sus escasos 67 días de gobierno polarizó África en los términos de la Guerra Fría; a partir de ese momento no hubo teatro pequeño para las puyitas entre yanquis y leninistas y mucha gente ha pasado y pasa hambre, o ha perdido su casa, o su pierna, o su vida, por culpa de ello. Personalmente considero que, también, la deplorable gestión que entre belgas y congoleños hicieron de la independencia del Zaire, la deleznable estrategia belga y la enorme desunión de los propios políticos negros, dio alas a quienes, en países como Rhodesia y sobre todo Sudáfrica, apostaban por mantener a los negros fuera del poder y, por lo tanto, crear estados africanos independientes en los que sólo mandasen los blancos. Es la política del apartheid, que también creó unas cuantas decenas de miles de víctimas. Otro día, si yo tengo tiempo, vosotros ganas y los autobuses de la EMT paran de vez en cuando, os contaré la tristísima historia de los hutus y los tutsis; quizá una de las historias más tristes que contarse puede.

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