La novela se inicia con una maldición. El gran terrateniente Aragón de Peralta maldice a sus hijos Fermín y Bruno. Ambos se han apartado del camino que él cree conveniente de manera que les desea lo peor. A Fermín le critica su codicia, su amor por el dinero, su querer devenir en un empresario capitalista sin corazón. A don Bruno le critica su lujuria, su falta de sosiego, su asechanza de las indias jóvenes. En especial, el haber violado a Gertrudis, que está bajo el amparo de la casa paterna. Cada uno de los hijos busca la redención de manera distinta. A Fermín su padre le parece una figura obsoleta, perteneciente a un pasado arcaico que debe desecharse. Fermín se transformará en acaudalado empresario y en lucha con los grandes consorcios extranjeros tratará de controlar, hasta donde le sea posible, la mina que ha descubierto en las tierras heredadas. Lo salva de convertirse en una persona desalmada su apego al Perú. Ello pone en evidencia una disposición para lo gratuito y no utilitario, para el amor. Cree en su país y se piensa a sí mismo como parte de un empresariado nacional, cuya tarea histórica sería el engrandecimiento del Perú. No obstante casi no tiene escrúpulos morales, casi todo lo reduce al cálculo. Don Bruno busca redimirse de la maldición de su padre convirtiéndose en un “santo patrón”. Encuentra el amor que le permite descubrir al otro no como objeto de goce a ser utilizado, sino como persona a ser amada, con la que compartir su intimidad. A través de este amor por la mestiza Vicenta va percatándose de la humanidad de los indios. Cada vez se siente más lejos de su hermano empresario y del resto de los gamonales abusivos. Comienza a hacer concesiones a sus colonos y, también, a los comuneros aledaños a su hacienda. Lo mueve un espíritu cristiano tradicional donde el sentimiento piadoso es de gran importancia. Esto implica un intento de relegitimación del gamonalismo, pues la ilegitimidad de este sistema tiene que ver, precisamente, con la falta de piedad. En efecto, cuando Weber analiza el feudalismo europeo considera que se sustenta en un pacto en el cual la lealtad incondicional del siervo es correspondida con la piedad del señor. De esta manera, en un momento de crisis el señor acude a socorrer a su siervo. No ocurre lo mismo en el feudalismo andino, en el gamonalismo, donde este elemento está notoriamente ausente. En realidad, el gamonal no considera al indio como un ser humano, es sólo un objeto disponible para su propio beneficio. Esta falta de piedad remite a la radical tergiversación del mensaje cristiano en el mundo andino. La evangelización colonial creó al sujeto indio como una persona sin derechos ni expectativas. Para subsistir, los indígenas se hicieron los “muertos”. Según Canetti, “hacerse el muerto” representa un caso extremo de “metamorfosis de huída”. Cuando no hay escapatoria visible la persona acorralada finge “estar muerta”. Así, el poderoso la ignorará. Hacerse el muerto es robotizarse, ocultar la propia humanidad, exteriorizar un semblante pétreo, indiferente al sufrimiento. Pero lo que es una estrategia de salvación es, también, una autocondena, pues el hacerse el muerto implica cumplir mecánicamente órdenes, refugiarse en una intimidad inaccesible.
De canalla a santo: Don Bruno Las líneas principales de las metamorfosis de las identidades son las que van de indio a migrante, y de gamonal a empresario. No obstante, hay muchas personas detenidas en inmovilizaciones, que no pueden culminar su cambio. En este panorama, la metamorfosis de don Bruno, de canalla a santo, está a contracorriente. De súbito, Bruno se toma en serio el mensaje cristiano y desarrolla la piedad que le faltó al gamonalismo para estabilizarse como sistema social. Don Bruno cree en la superioridad moral del feudalismo clásico. El capitalismo, en cambio, le parece basado en la codicia y la deshumanización, en última instancia, en la corrupción del ser humano. De ahí su
insistencia para que sus indios no se dejen contaminar con ideas políticas o, peor aún, con la expectativa de progreso y confort. Él reivindica su estatus de patrón incluyendo su potestad para castigar físicamente a los indios, pero todo ello en el contexto de una justicia tradicional que excluye la crueldad y la venganza. Finalmente, no queda claro a qué tipo de refundación del gamonalismo apunta don Bruno, pues su creciente filantropía, su piedad por los indígenas lo lleva a repartir, regalar o ceder sus bienes en condiciones desventajosas, que son un escándalo para el resto de los gamonales.