Octavio Paz

  • July 2020
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OCTAVIO PAZ: LA OTREDAD, EL AMOR Y LA POESÍA Por: Ociel Flores Departamento de Letras | ITESM-CEM

La otredad es un sentimiento de extrañeza que asalta al hombre tarde o temprano, porque tarde o temprano toma, necesariamente, conciencia de su individualidad. En algún momento cae en la cuenta de que vive separado de los demás; de que existe aquél que no es él; de que están los otros y de que hay algo más allá de lo que él percibe o imagina. La otredad es la revelación de la pérdida de la unidad del ser del hombre, de la escisión primordial. Adán se descubre desnudo; habiendo perdido su inocencia, se ve a sí mismo y apenas se reconoce. La otredad es para el hombre moderno un mal que se soporta con dolor: la conciencia moderna no acepta que su individualidad sea una realidad plural y que detrás del hombre que piensa se esconda otro que mantiene una vida "ilógica", que sostiene a menudo lo que la razón reprueba. Octavio Paz sitúa el análisis del problema de la otredad en el centro de sus reflexiones y sugiere en algunos de sus textos capitales los medios mediante los cuales el hombre, especialmente su contemporáneo, puede enfrentar esta fuente de angustia y resolver los conflictos que trae consigo mediante el diálogo y mediante dos realizaciones de éste: la poesía y el amor. El mismo Octavio Paz narra en Itinerario, libro en el que hace un recuento de los sucesos significativos de su vida, la ocasión en que tomó conciencia de este fenómeno. Sucedió en su infancia: al sentirse abandonado por los suyos, aislado del mundo incomprensible de los adultos, el niño reconoció su soledad y se oyó llorando en medio de la indiferencia de los otros. Sus gritos resonaron en su interior y tuvo por primera vez conciencia de que alguien lo escuchaba: "Él es el único que oye su llanto. Se ha extraviado en un mundo que es, a un tiempo, familiar y remoto, intimo e indiferente (...) oirse llorar en medio de la sordera universal." A partir de ese momento, agrega Paz, el individuo se separa del mundo y se dice "ya lo sabes, eres carencia y búsqueda".(1) La otredad del individuo se manifiesta como el deseo de encontrar lo perdido, como el frustrado intento del andrógino de Platón que se abraza a la mitad que Zeus, en su cólera, le arrancara para siempre. La otredad empuja a los seres humanos a buscar al complemento del que fueron separados. Así, el hombre se une a la mujer, su otra mitad, la única que lo completa y que, al devolverle la perfección que la voluntad divina alteró, le permite el regreso a la unidad, a la reconciliación. Ahora bien, esta revelación le aparece no sólo al individuo, sino también a una colectividad. Junto al hombre, encontramos al grupo de hombres que se identifican como una unidad sólida, distinta, que es y que vive de un modo particular, que condena aquello que los demás defienden, que cree otra cosa. Yo y los otros: nosotros y los otros. La otredad es, pues, un problema que concierne al hombre aislado y a la colectividad. Mircea Eliade señala una constante en las sociedades que toman conciencia de su identidad: para cada una de ellas existe siempre una diferencia clara entre el territorio propio, entre el mundo conocido y el espacio indeterminado que lo rodea "... el primero es el Mundo (es decir, "nuestro mundo"), el Cosmos. El segundo es otro mundo, uno extraño, caótico, poblado de larvas, de demonios, de extranjeros (de

extraños)..."(2) En estas sociedades que se separan al pericibir los rasgos que las identifican, la otredad se presenta como un sentimiento de extrañeza frente a aquello que no es asimilable a lo conocido; de ello resulta un rechazo fundado en el miedo a lo ajeno. Resulta curioso que sea durante la Ilustración, la era de la razón, cuando se haya concebido ella idea de encontrar (o de crear) al hombre universal; al humano capaz de ir más allá de las diferencias que en apariencia lo separan de sus semejantes. La misma razón que concibió este proyecto generoso impidió que el hombre enfrentara su "parte obscura" y que tendiera puentes entre manifestaciones sensibles y las elucubraciones lógicas de su yo; de este modo, al no resolver el conflicto en sí mismo, el hombre se rehusó la oportunidad de reconciliarse con los demás. En nuestros días, afirma Paz, parece haber sido comprendida la necesidad de aceptar la pluralidad de las razas ylas cultural como una condición para lograr una convivencia armoniosa en el mundo: "... en el siglo XX hemos descubierto al hombre plural, distinto en cada parte. La universalidad para nosotros no debe ser el diálogo de la razón sino el diálogo de los hombres y las culturas. Universalidad significa pluralidad". (3) Al hablar de la distancia que separa al uno del otro, debemos considerar el paso inicial. Reconocer la existencia de mi semejante, de la presencia que me permite tomar conciencia de mi individualidad; ver de frente al extraño a partir del cual me descubro y en oposición al cual mi ser se delimita es un acto que exige ante todo generosidad. Cathérine Chalier, al comentar las ideas de E. Levinas en torno a la relación del hombre con su semejante, denomina este momento en el que manifestamos nuestra voluntad de aceptar, nuestra disposición para reconocer el instante, de la asimetría ética; éste se funda, nos dice,"...en la certeza de que mi inquietud por el otro no depende de ninguna manera de su preocupación por mí. Si fuera así, correría el riesgo de que mi inquietud nunca tomara la forma de un gesto o un acto hacia el otro. De ser así el uno y el otro permanecerían a la expectativa, en una espera estéril". (4) Existe por lo tanto la posibilidad de anular la distancia que nos separa de aquél o de aquello que no siendo identificado a lo propio se convierte en una fuente de angustia. La condición previa es la aceptación de la imperfección original del hombre y en seguida su apertura hacia lo otro, hacia la unión con el prójimo que lo complementa de manera natural pues siempre ha estado en él. Borges , en un poema dedicado a un desaparecido explica cómo en nosotros viven nuestros semejantes: Inscripción en cualquier sepulcro "Ciegamente reclama duración el alma arbitraria cuando la tiene asegurada en vidas ajenas, cuando tú mismo eres el espejo y la réplica de quienes no alcanzaron tu tiempo y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra." (5) Y Octavio Paz, en "El prisionero", poema de Libertad bajo palabra explica la manera en que se realiza este fenómeno de complementariedad: "El hombre está habitado por silencio y vacío. ¿Cómo saciar esta hambre, cómo acallar este silencio y poblar su vacío? ¿Cómo escapar a mi imagen?

Sólo en mi semejnate me trasciendo, Sólo su sangre da fe de otra existencia" (6) La solución es entonces el diálogo, entendido en su sentido más amplio: comunicación de los cuerpos y de las almas, gracias a la conversión amor o el diálogo transparente de la poesía. Cuando leemos los textos que Paz consagra a este problema y a su resolución mediante el amor percibimos fácilmente el carácter místico de la unión amorosa y de la reconciliación de la pareja. El amor a primera vista es una forma de revelación instantánea de "la extrañeza y la semejanza del universo", puesto que "la mujer es la criatura única, la manifestación de la analogía universal". Las menciones frecuentes que hace Paz de Novalis, por una parte, y de André Breton, por otra, al decir que la mujer es "el alimento privilegiado del hombre" y que "la mujer única", la del amor sublime, es "una ventana al absoluto" subrayan la importancia que Paz le concede al amor como respuesta al enigma de la pluralidad del ser consciente y al de la brevedad de la existencia. En el caso de la poesía, Octavio Paz no hizo otra cosa que continuar la exploración iniciada por algunos de los mayores poetas del Occidente, en particular de los románticos y los malditos. Gérard de Nerval, por ejemplo, percibió el desdoblamiento de su ser, lo que le llevó a decir que él era "el otro" y Lautréamont decidió que si la poesía no es producto de una voz única debía ser abiertamente hecha por todos. No es extraño que la otredad sea un punto de reflexión frecuente en los poetas; tal pareciera que la poesía sea el medio ideal para aprehender la especificidad de este fenómeno. Las imágenes lo pintan mejor que los conceptos. Ya Paz nos había prevenido: "La otredad no puede ser explicada si no es por analogía". "Cada poeta y cada lector es una conciencia solitaria: la analogía es el espejo en el que se reflejan". De este modo, la poesía propicia un diálogo auténtico entre el uno y el otro. Al analizar los poemas de Luis Cernuda, Paz explica este hecho: "El instante de la lectura es un ahora en el cual, como en un espejo, el diálogo entre el poeta y su visitante imaginario se desdobla en el del lector copn el poeta. El lector se ve en Cernuda que se ve en un fantasma y cada uno busca en el personaje imaginario su propia realidad, su verdad"(7) A través del poema es posible, entonces, mirar los rostros de esos otros que viven en en nuestro interior y hablar con ellos. La primera ocasión para un poeta se presenta con la escritura de su poema : las líneas que traza sobre la página delinean poco a poco su propia imagen. El escritor ve en ellas sus temores, sus recelos, sus deseos, con frecuencia desconocidos aun para él, y de este modo descubre no la imagen que cree tener, sino su verdadero rostro; por ello, nos dice Paz, "...si tenemos la suerte de encontrarnos &emdash;señal de creación- descubriremos que somos un desconocido". (8) En Tiempo nublado, encontramos la descripción del instante en el que el otro aparece sobre la página: "De pronto vi una sombra levantarse de la página escrita, avanzar en dirección de la lámpara y extenderse sobre la cubierta rojiza del diccionario. La sombra creció y se convirtió en una figura que no sé si llamar humana o titánica. Tampoco podría

decir su tamaño: era diminuta y era inmensa, caminaba entre mis libros y su sombra cubría el universo."(9) Aun en el caso que el escritor no se reconozca a primera vista, no deja de percibir en ese retrato el lado oscuro de su ser: "...ese retrato fantástico es real, es el desconocido que camina a nuestro lado desde la infancia y del que no sabemos nada, salvo que es nuestra sombra (¿o nosotros la suya?)". (10) Ahora bien, la contemplación de esa imagen exige valor para aceptar los dominios que la conciencia nos oculta. Paz lo dice así en LBP: "...el examen de conciencia, el juez, la víctima, el testigo. Tú eres esos tres. ¿A quién apelar ahora y con qué argucias Destruir al que te acusa? Inútiles los memoriales, los ayes Y los alegatos. Inútil tocar a pùertas condenadas. No hay puertas, Hay espejos. Inútil cerrar los ojos o volver entre los hombres. Esta lucidez ya no me abandona."(11) El mayor beneficio que el poeta puede obtener de su actividad es la realización de un diálogo auténtico con el otro: los hombres, sus lectores, él mismo. Este diálogo necesita siempre un interlocutor que desee en verdad abrirse a la pluralidad. Paz lo expresa de esta manera. " El diálogo no es sino una de las formas, quizá la más alta, de la simpatía cósmica". La creación de un poema no es otra cosa que la realización de este diálogo: entre el poeta y su yo, primeramente, entre el poeta &emdash;que está en el poema- y el lector, después. Durante la primera parte de este proceso, el poeta debe escuchar las voces que le hablan de su interior: "siempre hay otro que colabora conmigo. Y en general colabora contradiciéndome. El peligro consiste en que la voz que niega lo que decimos sea tan fuerte que nos calle (...) la espontaneidad está alimentada por el diálogo". Una vez que este intercambio "espontáneo" ha dado lugar al poema, es necesario esperar la "simpatía" el lector para que la conversación pueda continuar. En ocasiones el hombre se engaña y se inventa falsos rostros. Cuando finge o adopta una actitud que no es suya, suele caer en su propia trampa. A fuerza de simular nuevas imágenes, termina por perder la suya. Es natural, el hombre tiene una necesidad espontánea de forjarse nuevas apariencias; necesita transformarse según sus sueños, de "inventarse", y adopta así rostros que guarda temporalmente. La adopción de una nueva apariencia es un fenómeno complejo: por un momento sucede que la figura original y la que la disimula se vuelven una sola. Sucede que probemos una máscara que nos ofrece la imagen soñada y que con el tiempo se pegue a nuestra cara y que forme parte de nosotros: entonces, nos habremos convertido en lo que deseábamos. Este proceso puede ser también instantáneo. Un hombre insatisfecho con la imagen que contempla todos los días en el espejo, puede decidir un día adoptar una nueva apariencia: se pone una máscara y se descubre tal como nunca se había visto. La transfiguración que se opera entonces, no significa que se hubiera disfrazado, sino que encontró su verdadera cara. El rostro que tenía antes no era realmente el suyo. Al transformar la figura que él creía conocer, descubre que poseía otra apariencia, más auténtica.

El descubrimiento del verdadero rostro puede producirse mediante una operación en sentido inverso. Llega un momento en el que la máscara que hemos llevado durante nuestra vida &emdash;a menudo obligados por nuestro entorno- nos ahogue o nos devuelva una imagen que no nos satisface más. Entonces la arrancamos y vivimos como siempre hemos deseado. El despojo de las falsas imágenes que conservamos a menudo a pesar de nosotros, puede realizarse de manera inconsciente. Es frecuente que el rostro de alguien se ilumine o bien que ría como un niño. Inconscientemente, los hombres regresan al instante en el que ellos y su apariencia formaron un todo sólido: al momento en el que el hombre vivió en armonía con el universo, como en la infancia. En el poema "Nuevo rostro", la noche borra las trazas que el tiempo había grabado sobre el rostro de la mujer amada. Sus sueños la transportan de nuevo a su infancia, antes de la toma de conciencia de su otredad: "Entre las sombras que te anegan otro rostro amanece. Y siento que a mi lado No eres tú la que duerme, Sino la niña aquella que fuiste Y que esperaba sólo que durmieras Para volver y conocerme." (12) Si la imagen del hombre es cambiante, la única certeza que guardamos de sus inevitables mutaciones es su constante interrogación sobre él y sus otros yo. Su apariencia desconoce el estatismo; la reconciliación en la que se resuelve su pluralidad es momentánea. De esta manera, es posible concluir que la unidad no existe. Si el hombre es tiempo (como habría afirmado Heidegger), su vida es un movimiento constante, un transcurrir ininterrumpido: es él y es otro. La otredad sería, por lo tanto, la forma en la que la unidad se despliega, siempre la misma, siempre diferente. Los otros que nos habitan no son estables; el hombre cambia y con él sus interlocutores. El hombre no es nunca completamente, es siempre una inminencia de ser. Por ello, está obligado a salir de sí mismo para recuperar su imagen. Por ello, afirma Paz, "... el hombre, siempre inacabado, solo se completa cuando sale de sí y se inventa."(13) Por lo tanto, "sólo seremos nosotros mismos si somos capaces de ser otro", pues "nuestra vida es nuestra y de los otros" (14). Notas Bibliográficas (1)Paz, Octavio. Itinerario. México. FCE. 1993, p.36 (2) Eliade, Mircea. Le sacré et le profane. Paris. Gallimard. 1989, p. 32 (3) Paz, Octavio. Hombres en su siglo. México. Seix Barral. 1990, p. 77 (4) Chalier, Cathérine. Levinas, l'utopie de l'humain. Paris. Albin Michel. 1993, p. 100 (5) Borges, Jorge Luis. Obras completas. Buenos Aires. Emecé. 1974, p.35 (6) Paz, Octavio. Libertad bajo palabra. México. Tezontle. 1949, p. 19 (7) Paz, Octavio. Cuadrivio. México. J. Mortiz. 1991, p.249 (8) Ibid, p.146 (9) Paz, Octavio. Tiempo Nublado: 164

(10) Ibid, p.165). (11) Paz, Octavio. Libertad bajo palabra. México. Tezontle. 1949, p. 252 (12) Ibid, p. 255 (13) Paz, Octavio. Cuadrivio. México. J. Mortiz. 1991, p.90 (14) Paz, Octavio. Itinerario. México. FCE. 1993, p.239

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