Cipriano Catriel: de “joya envidiada” del perito a su restitución 16 mayo, 2018 “La única lucha que se pierde es la que se abandona”, parafrasea Fernando Miguel Pepe en su Facebook. El antropólogo, coordinador del Programa Nacional de Identificación y Restitución de Restos Humanos Indígenas, del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas – INAI-, con esa frase del Che Guevara, hace alusión al hecho de que pasaron casi 20 años de aquel primer pedido por la restitución de los restos del lonko Cipriano Catriel. Este miércoles 16, a las 14, en la sede central de Parques Nacionales (en Capital Federal), por fin serán restituidos su cráneo y su poncho a su comunidad. Tarda en llegar y al final hay recompensa. Fue una decisión conjunta del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas y la Administración de Parques Nacionales. El antropólogo, integrante del Colectivo GUIAS, recordaba en redes sociales que el primer pedido, iniciador del camino administrativo, llevó las firmas de Modesta Catriel, bisnieta del cacique Cipriano Catriel, y Marta Pignatelli Catriel, tataranieta, allá lejos, en 1999. “Cuando Modesta falleció, continuamos el reclamo con Marta, su tataranieta, y luego de que lamentablemente Marta también partiera, seguimos la lucha con el chozno del cacique, Domingo Catriel”, señaló Pepe. Asimismo, en 2012, Víctor Hugo González, de la comunidad Peñi Mapu (de Olavarría), hizo su aporte a la causa y también exigió la restitución ante el Instituto de Asuntos Aborígenes, como comunidad a la que también pertenecen muchos de las y los descendientes de Cipriano. En ese largo andar el reclamo histórico por la restitución de los restos y pertenencias de Cipriano Catriel (Cacique General de las Pampas e integrante de las comunidades Peñi Mapu), las y los catrieleros de otras comunidades se fueron conociendo y acompañando, en pos de lograr la restitución y liberación de todas las cautivas y ‘prisioneros de la Ciencia’ que aún quedan. Casi dos décadas después, la familia de Cipriano recibirá el cráneo y su poncho, que estaban como pieza de exhibición y propiedad del Museo de la Patagonia ‘Francisco Pascasio Moreno’, en Bariloche (Río Negro), desde 1874, año de su asesinato. Veinte años (y más de un siglo también) tardaron los descendientes del perito Francisco Pascasio Moreno y las autoridades del dicho Museo en devolver a la comunidad catrielera los restos de su cacique. Restos y pertenencias que el propio perito Francisco Pascasio adquirió. El mismo que ha sido homenajeado con calles, monumentos y hasta un glaciar, y al que la historia oficial ensalzó como “científico, naturalista y geógrafo de la generación del ’80”, en una carta dirigida a su padre, Moreno le cuenta que tiene la cabeza de Cipriano Catriel, de esta particular manera: “La cabeza (de Catriel) sigue aquí conmigo; hace un rato que la revisé pero aunque la he limpiado un poco, sigue siempre con bastante mal olor. Me acompañará al Tandil porque no quiero separarme de esa joya, la que me es bastante envidiada.” (Azul, 5 de abril de 1875) De hecho, en fotos del sepelio de este morboso ‘coleccionista de cráneos y esqueletos’, se divisa el poncho pampa de argollas del lonko, sobre el féretro de Moreno, lo que bien da para sospechar que, en su perversidad, haya sido parte de sus pedidos de ‘último deseo’. Un cráneo tan preciado el del Cacique Cipriano Catriel, que desde 1999 y luego de los numerosos y reiterados pedidos de la comunidad catrielera de Azul, a pesar de la resistencia del Museo barilochense a entregarlo, con ayuda de la sanción de la Ley de Restitución, finalmente se dignaron devolver lo que pertenece a todo un pueblo. Veinte años pasaron, y en ese capricho perverso, a las dos iniciadoras del reclamo, descendientes de Cipriano, se les fue
la vida sin ver el fruto de tanto esfuerzo y perseverancia. De alguna manera, seguramente, se harán presentes para ser parte del acto de este miércoles, en Capital Federal. Domingo Catriel, uno de los hijos de Marta y vicepresidente de la Comunidad ‘General de Las Pampas Cacique Cipriano Catriel’, se encargará de efectivizar el traspaso. Se le devolverá a esta comunidad originaria el cráneo de Cipriano y su poncho. En diálogo con LU10 Radio Azul, Catriel aclaró que, a pesar de un pedido del director de Cultura Daniel Galizio (que ofreció el Museo Squirru), la prenda se depositará en la Ruka (casa del pueblo pampa) que habitara Marta Catriel en Villa Fidelidad, en Azul, donde comenzará a funcionar un centro cultural que llevará precisamente el nombre de Marta Catriel. Sobre los restos óseos de Cipriano, se decidió que serán llevados a Tapalqué, municipio donó tres hectáreas a la comunidad mapuche para el descanso de sus ancestros. Allí también serán sepultados los restos de cuatro originarios “tapalqueños”, de la octava restitución, que tuvo lugar el 18 de diciembre de 2017. Restitución del lonko a su territorio, “para que finalmente encuentre descanso en la Ñuke Mapu”, como señala Pepe, y así dejar de ser objeto de exhibición. En el lugar del poncho y el cráneo, en el Museo de la Patagonia se exhibirá la réplica de esa misma prenda, para la difusión de información sobre los derechos de los pueblos originarios. El antecedente de los catrieleros en el Museo de La Plata El Museo de Ciencias Naturales de La Plata fue inaugurado en 1888, con el ya nombrado perito Francisco Pascasio Moreno como fundador y primer director. Allí reposaron en vitrinas varias colecciones, entre ellas las de más de diez mil cráneos y esqueletos de caciques y demás originarias y originarios, que le pusieron el cuerpo a resistir la atrocidad de esa ocupación.
Cráneos literalmente saqueados de cementerios indígenas, durante los viajes “científicos” del perito o recibidos como obsequios llegados de sus amistades “científicas” y contactos militares en la línea de frontera. Exhibidos cual ‘botines de guerra’. Entre esos “regalos”, la donación de unos 300 cráneos de parte de Estanislao Zeballos, ideólogo del Genocidio perpetrado por Julio Argentino Roca en la cínicamente llamada “Conquista del Desierto”. Donación de apenas una parte de su “colección científica”, empujado por la “falta de espacio” en su hogar occidental y cristiano. A modo de antecedente de lo que sucederá el miércoles 16, las y los integrantes de la Comunidad Cacique General de las Pampas Cipriano Catriel, en junio del 2017, celebraron la restitución de los restos de seis personas de la comunidad Mapuche Tehuelche, que se encontraban en ese Museo de la Crueldad, en La Plata, desde fines del siglo XIX. La fecha de
esa restitución se vinculó al ‘We tripantu’, celebración sagrada que anuncia el ‘año nuevo mapuche’ y coincide con el solsticio de invierno en el hemisferio sur. La devolución de los catrieleros a su comunidad era el séptimo acto de restitución llevado a cabo por el Museo por esos días. El Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata daba cuenta de la decisión institucional. Las anteriores devoluciones, hasta ese entonces, habían sido las de los restos de Inacayal, su mujer y Margarita Foyel; Mariano Rosas; Damiana Kryygi; Sekriot; tres individuos Selk’nam; Gerenal; Indio Brujo; Gervasio Chipitruz; y Manuel Guerra. Restos de individuos que así retornaron a sus descendientes reclamantes. Los restos de los catrieleros serán enterrados en Azul, en la Plaza de los Pueblos Originarios. La directora del Museo de La Plata, Silvia Ametrano, explicaba que esos restos no tenían identidad sino “asignación a una tribu, de acuerdo a la documentación que existe en la institución”. Desde el Museo, hace varios años, se busca “contribuir con las comunidades indígenas, aportar un hecho que conduce a reparaciones históricas que son necesarias para mirar el futuro de un país donde todos estemos integrados”. En ese sentido, afirmaba que “las restituciones son procesos a los que se llega junto a varios protagonistas y con diálogos francos y permanentes”. Marta Pignatelli Catriel señalaba en aquellos días que “es importante que nuestros hermanos vuelvan a la tierra a la que pertenecen. Nuestra tierra no era un desierto, como se decía, había un pueblo y una cultura que fueron arrasados con la ambición de tomar sus tierras, tierras de las que vinimos y en las que tenemos que estar“. La vicepresidenta de Asuntos Académicos de la Universidad Nacional de La Plata, Ana Barletta, manifestaba: “Escucho mucho dolor en las palabras de las comunidades y acompaño totalmente este sentimiento“. Desde la UNLP, “estamos para reconocer esas memorias que tienen que ver con los derechos. Esta es una reparación histórica que suma otro eslabón en el reconocimiento de los derechos de los pueblos originarios“, decía Barletta. Ya en 1881, este Zeballos, uno de los fundadores de la Sociedad Rural, espetaba: “La Barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos“. Y ahí estaban ellos, con el aval de la Sociedad Científica Argentina de aquel tiempo, listos para ese saqueo, esperando los asesinatos y fusilamientos de esas y esos originarios a manos del Ejército, para ir a hurgar en las tumbas. Incluso, hubo casos en que directamente eran llevados vivos a este Museo, como explica Miguel Añon Suárez (en una entrevista de Ana Gutiérrez para Analytica del Sur), convirtiéndose en una suerte de campo de concentración “científico”, para tener, en el sector de historia natural, un “cuadro vivo”. Así lo hizo el perito Pascasio, por ejemplo, con el lonko Modesto Inakayal, de la Patagonia Norte: traicionado por blancos y encarcelado por el Ejército, Moreno pide se lo traslade a Inakayal al Museo platense, donde lo obligan a trabajar. En 1887, Inakayal muere y su cuerpo queda en exhibición. La carrera por la profanación Los restos de esos seis originarios de la comunidad catrielera habrían llegado al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, en la colección de cráneos donada por Zeballos en 1889,
según lo que consta en el ‘Catálogo de la sección antropológica del Museo de La Plata’, de Robert Lehmann-Nitsche, de 1910. A propósito del afán por coleccionar cráneos y esqueletos originarios, en una carta que escribe el perito Pascasio desde Azul, con fecha del 5 de abril de 1875 (extraída del trabajo ‘Violencia simbólica contra los pueblos originarios argentinos’, de Martha Eugenia Delfín Guillaumin, publicado en Pacarina del Sur), allí le confiaba a su padre, cual diario íntimo, que: “(…) Aunque creo que no podré completar el número de cráneos que yo deseaba, estoy seguro de que mañana tendré 70. Hoy remito por la diligencia 17 en un cajón, los que harás recoger lo más pronto posible, pues el agente de ella no sabe la clase de mercancías que envío. (…) En otra ocasión, hubiera podido satisfacer mi deseo, pero hoy, con los barullos de los indios, es imposible. (…) Creo que no pasará mucho tiempo, sin que consiga los huesos de toda la familia de Catriel. Yo tengo el cráneo del célebre Cipriano, y el esqueleto completo de su mujer, Margarita; y ahora, parece que el hermano menor Marcelino no vivirá mucho tiempo, pues ha sido el jefe de la actual sublevación, y habiéndose rendido anteayer en el arroyo Nievas ante los Remingtons de Levalle, su querido hermano Juan José, el que entregó al otro, se ha comprometido a entregar a éste. He asistido a una conferencia con Juan José el que me parece un indio vulgar y pícaro”.
A confesión de parte, relevo de prueba. El perito Moreno coleccionaba cráneos como mercancías. Su deseo residía en la posesión de todos los cuerpos de la familia Catriel, sin distinguir entre niños, adultos, mujeres y hombres. Tratados como botines de una guerra iniciada por una supuesta civilización que no tuvo empacho ni cargo de conciencia al cometer las atrocidades que terminaron por dar forma a un genocidio. ¿Qué bando era el civilizado? ¿Hasta qué punto no se trata de un hecho bárbaro el exhibir esos cuerpos como objetos, arrancándoles todo vestigio de humanidad? “Hacer de ellos un baluarte de lo primitivo, una concatenación seriada de bárbaros dignos de ser examinados, expuestos en su inferioridad, en su museo personal”, indica Juan Pablo Puentes para el sitio Derrocando a Roca. En ‘Viaje a la Patagonia Austral’, Moreno hizo alusión a un originario, llamado Sam Slick, “buen tehuelche, hijo del cacique Casimiro Biguá”. Sam, al que el perito trata de amigo (por lo que lo algún trato y sentimiento le prodigaría), no se dejaba tocar ni medir su cráneo ni ninguna parte de su cuerpo. A punto de emprender un viaje a Nahuel-Huapí, Moreno le propuso a Sam si quería acompañarlo, a lo que el originario se negó, “diciendo que yo quería su cabeza. Su destino era ése”, aseguraba Moreno. Seguridad que ratificó tiempo después: Sam fue muerto en Chubut y al enterarse de su desgracia, el perito averiguó “el paraje en que había sido inhumado y en una noche de luna exhumé su cadáver, cuyo esqueleto se conserva
en el Museo Antropológico de Buenos Aires; sacrilegio cometido en provecho del estudio osteológico de los tehuelches” (citado en el trabajo de Martha Eugenia Delfín Guillaumin en Pacarina del Sur). Monstruosidad en todo su esplendor. En ese mismo trabajo, se rescata un intercambio epistolar entre Moreno (ya en su rol de director del Museo) y Zeballos. Como quien intercambia figuritas y está a punto de llenar el álbum, o como quienes se intercambiaron por error los cargadores de sus celulares, a propósito de caciques y volviendo a Cipriano Catriel, Moreno escribe: “(…) No tendrá Ud. también el de Catriel. A mí me trajeron por error el de Avendaño y poco tiempo después me dijeron que Ud. tenía el de Catriel”. Bajar “próceres” del pedestal: desmonumentar desde el arte La mañana del 13 de noviembre de 2017, Esquel amaneció de una forma particular, interpelando a la rutina y a la naturalización. Cráneos, dentaduras y huesos humanos en las calles. Cráneos sobre carteles de calles. Cráneos sobre monumentos como el del perito Pascasio. Cráneos y más cráneos, como el que se restituirá este miércoles… pero de papel maché, yeso y cerámica. La propuesta e intervención tuvo en el joven artista Fernando ‘Chugo’ Chandía a su hacedor. El objetivo: desnaturalizar, movilizar, interpelar, concientizar sobre la monstruosidad del genocidio de la ‘Campaña del Desierto’ hasta el reclamo del pueblo mapuche que se actualiza constantemente. En su “La Barbarie contra la Civilización”, ‘Chugo’ no intervino al azar: colocó varios de esos cráneos y huesos sobre el busto del perito Moreno, sobre calle Roca (autor material de la Conquista), y trazó un camino de rojo hasta la sede de la Sociedad Rural. “También intervine los carteles de las calles al lado de La Anónima (cadena de supermercados de los Peña Braun) pero la policía ya los estaba retirando”, agregaba Chugo, relacionando pasado y presente, historia y actualidad: por alguna extraña casualidad, muchos de los nietos, bisnietos y tataranietos de los mayores beneficiarios de la Conquista del Desierto dirigen hoy los destinos de la Nación desde la Casa Rosada y del otro lado del mostrador también. Chugo se animó. Cuestionó e invitó a su vecindario a cuestionar. Sacudió del pedestal a estos personajes tan ensalzados por la historiografía oficial, como grandes baluartes de la formación del Estado argentino, no sólo por fijar los límites al sur, sino por confinar al terreno de la invisibilización, al pasado, a la Prehistoria, al mundo de lo inerte, a esos pueblos originarios ocupantes de esas tierras ‘improductivas’ a los ojos de los supuestos civilizados. Una empresa que, con tanta sangre originaria derramada, algunas gotas debían salpicar al “coleccionista de cuerpos mutilados” y al genocida, su amigo Julio Argentino Roca, financiados por la Sociedad Rural Argentina. El perito Moreno y su competidor Zeballos, entre otros de la época, exponentes del positivismo más rancio, integrantes de un proyecto intelectual e ideológico que engendró monstruos como esos dos. Apenas un capítulo de la historia de la crueldad en nuestro país. Crueldad descarnada y sin límites, hacia un Otro a exterminar, invisibilizar, desaparecer, quitándole la humanidad y convirtiéndolo en objeto. En este caso, objeto de exhibición. Por esto, las restituciones no son simples devoluciones de restos. En las restituciones, se reafirman los pueblos originarios como sujetos de derechos, su preexistencia étnica y cultural, y su derecho a la identidad. “Se les restituye la condición de persona“, explica la actual directora del Museo de Ciencias Naturales de La Plata. Más de 140 años de distancia, no sólo cronológica sino (y por sobre todo) ética con aquel fundador de la institución que ella hoy preside.