Unas estrofas de la parábola de la bellota y el roble. Un texto de José Vicente Bonet. En el silencio, ojos cerrados, respirando pausada, acompasadamente, descendemos por el pozo de nuestra vida. En su silencio, en su oscuridad vemos y oímos cosas normalmente invisibles e inaudibles. En el agua que fue turbia y ahora es transparente vemos una bellota y otra y otra. Bellotas que contienen maravillosas posibilidades, bellotas que se esfuerzan por llegar a ser robles en plenitud: creaciones del cuerpo, de la mente y del espíritu. Contemplando esas bellotas en la quietud interior de nuestro pozo alertamos nuestros sentidos interiores para captar y retener
su inmemorial sabiduría. Nos hablan, nos orientan mediante signos y símbolos de toda clase: acontecimientos y situaciones, dolores y gozos, victorias y derrotas, picos y valles, objetos y personas, imágenes y sueños, presentimientos huidizos, o relámpagos de luz cegadora. Vemos, escuchamos, nos damos cuenta, crecemos, cambiamos, evolucionamos. Y en la quietud interior vemos al roble desplegar sus ramas como alas gigantescas, y, desarraigándose, cruzar el cielo hacia un horizonte nuevo conocido sólo a él. La bellota sabe a dónde se dirige. En el silencio... En el silencio.
La bellota y el roble 1. Ojos cerrados, respirando lenta, rítmicamente. Permitimos a nuestros pensamientos que reposen. Permitimos que nuestro interior se tranquilice. 2. En esta quietud un espacio se crea dentro de nosotros, un centro interior. A través de ese centro, como por el vano de un pozo descendemos a su acogedora oscuridad, a su silencio. 3. Y en el silencio oímos cosas hace tiempo olvidadas que ahora nos reclaman esperando respuesta. 4. En la penumbra de nuestro pozo aparecen recuerdos remotos y recientes.
Recuperamos el hilo de nuestras vidas. Entrevemos las rutas que seguimos y las que pudimos haber seguido. Y redescubrimos rutas que nos son accesibles todavía.
5. En la penumbra percibimos nuestra vida como una bellota, pequeña e insignificante y repleta de promesa. Vemos esta bellota entreabrirse lentamente. Vislumbramos en sus entrañas la promesa de un roble magnífico, el roble de nuestra vida en proceso de desarrollo. 6. En su pequeñez, la bellota contiene el espléndido roble. Sus raíces nutriéndose
del terruño materno, su tronco noble, como de roca, sus ramas amplias, su follaje denso, sus flores y sus frutos. 7. La bellota sabe a dónde va, sabe cómo transformarse en roble: cayendo en el vientre de la tierra, absorbiendo sus jugos vitales, muriendo a sí misma, cesando de ser bellota ... Para luego brotar y crecer, palpitando al ritmo de las estaciones, en contacto simbiótico con el viento y el agua y el fango nutricio de la Madre Tierra. 8. Y el roble continúa creciendo alimentando y protegiendo a las criaturas del bosque. Ese magnífico roble estaba ya en la bellota. Y la bellota sabía cómo llegar a ser roble. 9. Tantas son las bellotas, tantas las posibilidades latentes en lo profundo de nuestro ser. Bellotas innumerables en la oscuridad de nuestro subsuelo, en el vientre de nuestra propia tierra, y en contacto viviente con el universo entero. 10. Bellotas innumerables en espera de la oportunidad de germinar, de echar raíces y crecer como realidades tangibles. Bellotas que saben a dónde ir y que llegarán allí, cada cual a su tiempo, y a su paso. 11. Una sabiduría interior las acompaña a cada paso de su desarrollo, a medida que la bellota se convierte en arbolillo y el arbolillo se transforma
en roble joven y robusto, y el roble joven adquiere la sorprendente belleza de un roble en plenitud: generoso en frutos y lleno de promesa de otros robles por nacer. 12. El roble adulto bien nutrido y templado por tierra, sol y lluvia, y de tantas maneras modelado por el viento y la brisa, diversamente coloreado por la luz y las estrellas, y por las estaciones, acogiendo, protegiendo, alimentando pájaros y alimañas, compartiendo su propia sustancia, el roble adulto se mantiene firme, espléndido, altanero bajo el cielo estrellado, vinculado vitalmente con el cosmos, y nos habla en el silencio ... 13. En el silencio, ojos cerrados, respirando pausada, acompasadamente, descendemos por el pozo de nuestra vida. En su silencio, en su oscuridad vemos y oímos cosas normalmente invisibles e inaudibles. En el agua que fue turbia y ahora es transparente vemos una bellota y otra y otra. Bellotas que contienen maravillosas posibilidades, bellotas que se esfuerzan por llegar a ser robles en plenitud: creaciones del cuerpo, de la mente y del espíritu. 14. Contemplando esas bellotas en la quietud interior de nuestro pozo alertamos nuestros sentidos interiores
para captar y retener su inmemorial sabiduría. Nos hablan, nos orientan mediante signos y símbolos de toda clase: acontecimientos y situaciones, dolores y gozos, victorias y derrotas, picos y valles, objetos y personas, imágenes y sueños, presentimientos huidizos, o relámpagos de luz cegadora. Vemos, escuchamos, nos damos cuenta,
crecemos, cambiamos, evolucionamos. 15. Y en la quietud interior vemos al roble desplegar sus ramas como alas gigantescas, y, desarraigándose, cruzar el cielo hacia un horizonte nuevo conocido sólo a él. La bellota sabe a dónde se dirige. En el silencio... En el silencio.