Mi Vida Es Mi Danza .pdf

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Traducción de Inés Toharia Terán Por deseo expreso de la traductora, el presupuesto dedicado a la traducción, se ha entregado a una de las asociaciones de apoyo a Leonard Peltier.

Mi vida es mi Danza del Sol

LEONARD PELTIER

Quisiera expresar mi agradecimiento a mi madre adoptiva Ethel, y a su hija, Donna, quienes colocaron un jersey sobre mis hombros en el penetrante frío de Canadá, por pensar en mí entonces como yo pienso en ellas ahora. A todos mis parientes que piensan en mí en las ceremonias de hoy y de mañana, vuestras oraciones me mantienen fuerte porque conocéis el verdadero significado de Mitakuye Oyasin.

El tiempo es un caníbal que devora la carne de tus años día a día, mordisco a mordisco.

Cumples sin él. O, más bien, el tiempo te cumple a ti.

Cumplir tiempo te provoca esto. Pero, por supuesto no cumples tiempo.

Cumplir tiempo de condena crea una oscuridad demente en mi propia imaginación...

INTRODUCCIÓN

Hua Kola: Se hace saber que Leonard Peltier es hijo de nuestros abuelos lejanos, un guerrero espiritual de las naciones Lakota, Dakota y Nakota. Él comparte el espíritu de nuestros antepasados que lucharon por los derechos de nuestro pueblo, antepasados como Crazy Horse (Caballo Loco) y Sitting Bull (Toro Sentado). Él es un hombre que ha demostrado el dolor y sufrimiento de nuestras abuelas, mujeres y niños. Como un participante de la Danza del Sol, él ha sacrificado su vida por el Pueblo buscando justicia para todos nuestros parientes. Él se ofreció a Wakan Tanka para que el Pueblo pudiera tener paz y felicidad de nuevo. Yo, el Jefe Arvol Looking Horse, Guardián de la 19ª Generación de la Pipa Sagrada de Búfalo Blanco, pido que Leonard Peltier reciba las bendiciones del Gran Espíritu, que sus palabras se graben en las mentes y corazones de toda la gente. Pido que sus oraciones sean escuchadas para que pueda disfrutar de la libertad que él buscó para el Pueblo y que las heridas de su alma se curen. Y pido que aquellos que continúan causándole tanto dolor y sufrimiento vean el error de su proceder. Trabajemos todos juntos para restaurar la justicia y reparar así el Aro de Nuestra Nación para que nuestros niños puedan ver mejores días. En nombre de todo el O‘yate, pido a Tunkashila que Leonard Peltier sea puesto en libertad, que pueda disfrutar nuevamente de ser libre. Los invoco a cada uno de ustedes individual y personalmente para que, cada vez que respiréis, no ceséis en sus esfuerzos por liberar a Leonard Peltier. ¡Devolvednoslo! Yo, Hombre Caballo, proclamo estas palabras desde mi corazón, desde las Paha Sapa, el corazón de todo lo que existe, rezando por la devolución de nuestras tierras sagradas, que también han sufrido en las manos de nuestros opresores. La paz sea con todos con vosotros. Mitakuye Oyasin: Todos mis parientes.

Jefe Arvol Looking Horse

Guardián de la 19ª Generación de la Pipa Sagrada de Búfalo Blanco 11

Una oración

Abuelo, El Misterioso, Te buscamos a lo largo de este Gran Camino Rojo en el que nos has puesto. Padre Cielo, Tunkashila, Te damos las gracias por este mundo. Te damos las gracias por nuestra propia existencia. Te pedimos solamente tu bendición y tu instrucción. Abuelo, El Sagrado, Pon nuestros pies sobre el santo sendero que conduce hacia ti, y danos la fuerza y la voluntad para dirigirnos y dirigir a nuestros niños más allá de la oscuridad en la que hemos entrado. Enséñanos a curarnos, a curarnos los unos a los otros y a curar el mundo. Déjanos comenzar en este mismo día, en este mismo momento, la Gran Cura que está por venir.

PRÓLOGO Quiero decirles por qué es tan importante la libertad de Leonard Peltier. En el planeta existe una población indígena que sobrepasa los doscientos millones de personas, quizá llegue a los trescientos millones. Ellos viven en seis continentes y en in-numerables islas. Y en todas partes es ésta la especie humana que está en mayor peligro. Sin embargo, la supervivencia de la humanidad depende de su salvación. Leonard Peltier simboliza esta lucha. Me aflige, entristece y escandaliza que tantos americanos hayan olvidado, o a lo mejor nunca hayan sabido, quién es él y lo que representa. Si lo olvidamos, olvidamos la lucha en sí. Aunque resulte extraño, se lo conoce mucho más fuera de los EEUU que en este país, en Europa, en Canadá, en América Latina, en Asia, y en África. Gente bien informada de todo el mundo ve en él la lucha de toda la población indígena por sus vidas, por su dignidad, por su soberanía, por su futuro y se preguntan: ¿Cómo es que este hombre ha sido retenido tanto tiempo cuando su inocencia es conocida por aquellos que lo retienen?: aquí, en los Estados Unidos, su voz, y el mensaje urgente del pueblo indígena de todos los lugares, ha sido acallada y reducida al silencio. Aquellos que lo metieron entre rejas, y que insisten en mantenerlo allí tras casi un cuarto de siglo, creen que ha sido consignado a la papelera de la historia, junto con la causa de todas las poblaciones nativas. No podemos permitir que esto continúe. Creo que puedo aclarar fuera de toda duda que Leonard Peltier no ha cometido crimen alguno. Aunque hubiera sido culpable de disparar el arma que mató a dos agentes del FBI, cuando es seguro que no lo hizo, esto habría sido en defensa propia y en defensa no sólo de su gente sino del derecho de todas las personas individuales y pueblos a ser libres de la dominación y explotación. Ningún testigo creíble declaró haber visto a Leonard apuntar a nadie durante aquel trágico día en Oglala, en junio de 1975, en la Reserva de Pine Ridge de Dakota del Sur. No 15

existía prueba alguna de que él hubiera matado a nadie, excepto pruebas indiciarias falsificadas y absolutamente engañosas. Entre las muchísimas cosas que se ocultaron durante este juicio alarmantemente injusto, un juicio que deshonra, y continúa deshonrando el sistema judicial americano, figura la asombrosa violencia que se venía desarrollando en la Reserva de Pine Ridge, que fue lo que condujo directamente a los sucesos de aquel día. Esa violencia, dirigida contra la gente tradicional de la reserva, había causado anteriormente la relacionada y más conocida tragedia de la ocupación y sitio del cercano Wounded Knee en 1973. Y esa violencia se aceleró enormemente durante los dos años comprendidos entre 1973 y 1975. En 1973, cuando se ocupó Wounded Knee, sólo había unos pocos agentes del FBI en todo el Estado de Dakota del Sur, y con frecuencia solamente había uno. Pero para 1975, había sesenta. Fueron desplegados de manera arrolladora frente a una pequeña población india. Durante esos dos años más de sesenta indios, algunos dicen que hasta trescientos, murieron de forma violenta y sin explicación alguna en la Reserva de Pine Ridge, mayoritariamente debido a la actividad instigada por nuestro gobierno federal. Y de esto no cabe duda. Con la complicidad del gobierno, un malicioso grupo paramilitar que orgullosamente se denominaba a sí mismo los GOONs, Guardianes de la Nación Oglala, fueron provistos de armas, entrenamiento y motivación para crear una nueva ola de violencia, aún recordada como el “reino del terror”, dirigida contra la población india tradicional y sus partidarios, incluyendo al Movimiento Indio Americano (AIM). Solamente en marzo de 1975 se mató a siete indios pero sus muertes quedaron prácticamente sin investigar a pesar de la presencia de ese ejército de agentes del FBI y de otros agentes de la ley federales, estatales y tribales. Y es por esto por lo que la población tradicional, los Ancianos del pueblo lakota (sioux), pidieron al AIM, como ya hicieron dos años antes en Wounded Knee, que mandase algunas personas para protegerlas. Y yo exclamo, gracias a Dios que el AIM lo hizo. Un pequeño grupo de valientes y entregados miembros del AIM, menos de diecisiete personas, con sólo seis hombres, 16

Leonard Peltier entre ellos, vinieron a proteger a los indios tradicionales de la violencia que secreta e ilegalmente toleró e inició nuestro gobierno. Estos defensores del AIM junto con otras personas del lugar, montaron un poblado de tiendas de campaña, al que llamaron un “campamento espiritual”, en la remota propiedad de Pine Ridge de Harry y Celia Jumping Bull, dos Ancianos que temían desesperadamente por las vidas de sus seres más queridos tras las amenazas constantes de los GOONs. Debemos recordar que éste era un tiempo de paranoia por parte del gobierno, que estaba en contra de todos los grupos disidentes que permanecían cuando la era de la guerra de Vietnam tocaba a su fin. Todas estas cosas estaban interrelacionadas. No deberíamos olvidar nunca las desgarradoras palabras que Martin Luther King, Jr. pronunció en 1967 cuando se proclamó en contra de la guerra del Vietnam, anunciando que “El mayor proveedor de violencia en la tierra es mi propio gobierno”. No cabe duda de que durante ese tiempo nuestro propio gobierno estaba generando violencia contra los indios tradicionales de Pine Ridge como medio de control y dominación, algunos creen que actuando a favor de intereses relacionados con la energía, planeando robar las vastas riquezas minerales sin explotar de la reserva, especialmente uranio. Ahora sabemos, a partir de documentos que se han hecho públicos recientemente, en la década de 1990 y bajo el Acta de Libertad de Información (Freedom of Information Act), que el FBI tenía gente en posición al menos veinte minutos antes de que los dos coches que desencadenaron el “incidente En Oglala” llegaran al recinto de los Jumping Bull. El gobierno había estado preparando un acto importante. Durante el juicio de Leonard Peltier en Fargo, Dakota del Norte, en 1977, se excluyó mucha información esencial sobre el caso. La mayor exclusión fue la de toda esta violencia instigada por el gobierno, que había causado la tragedia entera y condujo a las muertes de sus propios agentes. ¿Por qué estaban estas personas Del AIM allí? ¿Por qué estaba Leonard Peltier allí? ¡Estaba allí para proteger a la gente, a su propia gente, a los que estaban matando! Si eso es un crimen, ¿dónde estamos? 17

Pero los crímenes del propio gobierno no terminaron aquí. Sobornaron a todo nuestro sistema de justicia cuando intimidaron a un testigo, a una pobre e inconsciente mujer india, para que testificara como novia de Leonard Peltier declarando que realmente había visto a Leonard matar a los agentes, luego emplearon ese testimonio para extraditar a Leonard de Canadá, adonde había huido temiéndose precisamente el tipo de justicia desautorizada que estaba a punto de recibir en los tribunales estadounidenses. Como bien sabía el FBI, aquella mujer no estuvo allí, nunca había conocido y ni siquiera visto a Leonard Peltier, ¡Y el gobierno lo sabía! Aún me resulta asombrosa la manera de la que hablan de esta mujer y cómo la culpan de no decir la verdad. Porque, mucho tiempo después de que todo terminase, ellos admitieron libremente que “no hay una chispa de evidencia, ni una pizca de evidencia”, ésas son sus propias palabras, de que esta mujer fuese testigo de nada. Admiten que ni siquiera estuvo allí. Ahora, ¿creéis que ella simplemente se acercó de manera voluntaria para entregar tres documentos? ¿Por qué situación pasaría esa pobre mujer en manos de sus interrogadores? ¿Por qué tipo de abuso? Este fue el mismo tipo de abuso y manipulación que se perpetró sobre toda la población tradicional de Pine Ridge y por nuestros propios agentes del gobierno. Pensad en cómo tuvieron que tratar a esta mujer para forzarla a dar un testimonio totalmente falso, y en cómo se aprovecharon de ella para detener a Leonard Peltier y traerle aquí de nuevo. ¡Menudo acto criminal más vergonzoso! Mientras esto continúe siendo incontestado y quede sin castigar, todos nosotros, todo ciudadano de nuestra gran nación, estamos siendo sometidos al mismo tipo de injusticia pura y arrogante. Los demás encubrimientos que el gobierno mantuvo para poder encarcelar a Peltier son increíbles. El laboratorio del FBI, como seguramente sabréis, es el sujeto de toda una serie de informes recientes que lo condenan por inventar pruebas, por falsificar pruebas, por incompetencia en la evaluación de pruebas. Aun así, la mitigada naturaleza de la única prueba contra Leonard Peltier es tan absurda que, si el laboratorio del FBI fuese competente u honesto, esa supuesta prueba no valdría nada. El gobierno, durante el proceso de su fraudulento caso contra Peltier, 18

ocultó los partes del laboratorio que afirmaban no poder conectar la única bala (que no era ni siquiera una bala sino un casquillo, un casquillo usado) con lo que se conocía como el “Wichita AR-15”, el supuesto “arma homicida”. Y, aun así, el FBI sostenía la conexión del casquillo AR-15 (este mismo bajo sospecha de ser una prueba falsificada) con ese particular AR-15, aunque su propio laboratorio había afirmado que no coincidían, y luego ocultaron Ilegalmente esta prueba a la defensa, durante el juicio de Leonard en Fargo. Ni aun estableciendo una conexión entre los dos podrían haber situado el arma en las manos de Leonard Peltier, y mucho menos probar que fuese éste el “arma homicida”. Leonard no estuvo a mil quinientas millas de donde halló el arma en las cercanías de Wichita, Kansas, semanas después del tiroteo de Oglala. Así que ¿cómo se acaba convirtiendo éste en su rifle? Bueno, tenían un plan para esto. El gobierno argumentó que solamente había un rifle AR-15 en posesión de los indios de la reserva. Pero eso era absolutamente falso, como bien sabían ellos. Y los tribunales han confirmado desde entonces, sin duda alguna, que allí había una serie de AR-15 y también M-16, que disparan el cartucho 0,223 siendo éste el mismo tipo de cartucho de alta velocidad que el que, según se afirma, mató a estos agentes del FBI. Durante el juicio de Leonard, los fiscales del gobierno reconstruyeron una escena para la cual no tenían prueba alguna, una escena imaginaria en la que un agente, supuestamente sufriendo por ya haber sido herido a distancia, se tapaba la cara con la mano rogando que no le dispararan, y era tiroteado a través de ella por Leonard Peltier que lo mataba y después se giraba para disparar al otro agente matándolo también ambos a bocajarro. El único problema era que no había prueba alguna para esto; ningún testigo declaró nada parecido y aun así, el jurado fue intimidado para creer esta historia absolutamente falsa. Más tarde, en 1985, después de que Leonard ya hubiese cumplido una década en prisión, uno de los fiscales del gobierno admitió cándidamente, “No sabíamos quién mató a los agentes”. Esto es lo que dijo: “No sabíamos quien mato a los agentes”. ¡Ahora ya ha pasado más de otra década y Leonard Peltier continúa en prisión! Está allí, condenado por dos cargos de asesinato, y está cumpliendo dos cadenas perpetuas, ¡todo por un crimen que 19

el gobierno sabe que no ha podido probar que él cometiera! Al encarcelar a Leonard Peltier, aquellos lo mantienen encerrado, apartado de su gente, continúan la deshonrosa y centenaria política del gobierno de dominación y opresión de la población india. Leonard Peltier es un puro símbolo de esa dominación y opresión continuada. ¿Es de sorprender que se le considere un “preso político”?. Así, incluso después de que el gobierno admitiera que no pudo probar quién mató a los agentes, en vez de querer ver a Leonard libre e intentar abrir una investigación sobre sus propios delitos, saltaron de este hecho a un nuevo e igualmente fraudulento argumento para poder continuar con el encarcelamiento, esta vez bajo el cargo de “complicidad criminal" con quienquiera que supuestamente matara a los agentes. Sin embargo, el jurado le había sentenciado con una doble cadena perpetua porque creyeron la historia inventada del fiscal en la que Leonard asesinaba a aquellos agentes heridos a sangre fría y a bocajarro, y no por un cargo de “complicidad criminal”, que podía aplicarse igualmente a muchísimos indios presentes aquel día. Nunca le hubieran sentenciado con el doble de su vida natural por estar simplemente en la escena, como tantos otros, tratando de defender a sus mayores, mujeres y niños contra la invasión ilegal y equivocada de la propiedad Jumping Bull por parte del gobierno. El hecho es que el gobierno no tiene que decirnos quién mató a los agentes. El informe completo demuestra que no saben quién los mató, y no quieren que nadie más lo sepa. Quieren desesperadamente que el mundo crea que Leonard Peltier es culpable porque en ello les va su reputación. El presidente de los Estados Unidos puede conmutar esta sentencia en el nombre de la justicia en cualquier momento que él desee. Tiene ese poder, completo y absoluto, bajo Constitución. Debemos exigir que lo haga y debemos exigir que suceda este año, este mismo día. Cada uno de nosotros y todos nosotros debemos alzar nuestras voces en un coro de millones, de decenas de millones. Hasta que esto suceda, cada día es un nuevo crimen, cada amanecer es un nuevo crimen, cada atardecer es un nuevo 20

crimen contra la dignidad del pueblo indio y contra el honor de los Estados Unidos de América. Porque mientras Leonard Peltier esté en prisión, todos lo estamos. Ramsey Clark,

defensor de Leonard Peltier y ex Fiscal General de los Estados Unidos

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PREFACIO DEL AUTOR La inocencia es la defensa más débil. La inocencia tiene una única voz que sólo puede decir una y otra vez, “Yo no lo hice”. La culpa tiene mil voces, todas ellas mentiras. Yo ya he alegado mi inocencia durante mucho tiempo, en tantos tribunales de justicia y en tantas declaraciones públicas hechas a través del Comité de Defensa de Leonard Peltier (Leonard Peltier Defense Committee), que no lo discutiré aquí. Tampoco discutiré en estas páginas los aparentemente infinitos detalles de mi “caso”. Eso se ha hecho magistralmente bien en más de seiscientas páginas finamente detalladas y escritas por Peter Matthiessen en su libro The Spirit of Crazy Horse: The Story of Leonard Peltier and the FBI's War on the American Indian Movement. Me alegra poder decir que este libro de corazón valiente está nuevamente disponible en tiendas, tras haber sido retirado de la venta durante unos ocho años debido a demandas judiciales que finalmente fueron sobreseídas. La nueva edición de 1991 de Viking/Penguin explica la historia de estas demandas. Aquí tampoco insistiré en ello. Lo que sí lamento es que estas demandas judiciales mantuvieran el libro alejado del ojo y consciencia públicos precisamente en un período crítico, durante mis apelaciones después del juicio. Supongo que ése era su propósito. Durante estos últimos veinte años he publicado literalmente miles de declaraciones dirigidas a mis defensores, muchas de ellas se encuentran enormemente Spirit of Crazy Horse, el periódico bimensual del Comité de Defensa de Leonard Peltier. Estoy orgulloso de que este periódico alternativo se haya convertido en un instrumento a favor de la justicia para muchos otros prisioneros retenidos injustamente, no sólo para mí. Originariamente había pensado que para escribir este libro simplemente podría volver a publicar una selección de mis anteriores declaraciones. Pero, al releerlas, me di cuenta que la mayoría de estas declaraciones se referían a circunstancias particulares de mi caso en aquel tiempo y eran tan específicas a ese momento que hoy podrían resultar dudosa relevancia. 23

En vez de simplemente editar y reimprimir mis anteriores escritos, he pedido a mi amigo y defensor durante largo tiempo, Harvey Arden, coautor de Wisdomkeepers: Meetings with Native American Spiritual Elders, que me ayudara con la absorbente tarea de darle al conjunto total de mis pensamientos y escritos un solo enfoque. Si bien pueden encontrarse frases ocasionales encapsuladas y hasta unos cuantos párrafos extraídos de mis anteriores declaraciones públicas dirigidas a mis defensores, la mayor parte de este libro es nueva, habiendo sido enteramente replanteado y rehecho. Estoy enormemente agradecido a la paciencia editorial de Harvey durante este, a menudo, tan difícil proceso. Él ha insistido en que incluya no sólo mis pensamientos públicos y políticos, así como esbozos fragmentados para una autobiografía que espero escribir algún día, que inicialmente pensaba que habría sido suficiente, sino que también me ha empujado a que explorase algunos de mis sentimientos más privados y experiencias internas, incluyendo las hojas de un bloc de páginas sueltas, una colección de apuntes tipo diario totalmente desorganizada, que he arrancado del libro de mi vida cotidiana aquí en Leavenworth. Estos apuntes han sido escritos durante meses, incluso años, y han sido mezclados aquí con mis recuerdos y pensamientos. Lo que sigue a continuación en estas páginas es, por tanto mi propio testamento personal que he puesto por escrito de la mejor manera que he podido, dadas las circunstancias. Esparcidos entre estos apuntes de diario, pensamientos del alma, reflexiones políticas, y recuerdos personales, se encuentran piezas de reflexión en forma de poemas, pero realmente yo no las concibo como poemas; son flechas de significado, y ojalá también lo sean de cura, de mi corazón al tuyo. Espero que den en su blanco. Muchos de éstos fueron escritos en trozos de papel bajo la eterna media luz durante mis noches de prisión, y se presentan aquí por primera vez. Algunos me parecen tener una relevancia continuada, arrojando unos pocos rayos de luz a través de las sombras que me rodean y enredan. Cada uno captura mi estado de ánimo, y corazón, en algún momento crucial. La verdad es que para un hombre en prisión por un crimen que no ha cometido, todo momento es crucial. 24

Otros libros y artículos relacionados con mi caso continúan saliendo, así como películas. De estas últimas la más conocida ha sido un documental de Robert Redford y Michael Apted Incident at Oglala. También se está trabajando en un largometraje de ficción. Puedo decirte, como un hombre que ha pasado gran parte de su vida en un agujero de piedra y acero, que estoy inmensamente agradecido y totalmente asombrado ante tanta atención recibida desde un mundo exterior que las más veces olvida a los que nos encontramos entre estos muros. Para los que estamos encerrados aquí, no hay nada más importante que ser recordado.

Leonard Peltier

Septiembre, 1998 Prisión de Leavenworth

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PARTE I En Mi Propia Voz Éste es mi vigesimotercer año de encarcelamiento por un crimen que no cometí

Capítulo I 10:00 p.m. Hora del cierre y recuento nocturnos. La pesada verja metálica que conduce a mi celda deja escapar un amenazador chirrido, luego se desliza, cerrándose bruscamente con un fuerte golpe. Escucho otras puertas que provocan estruendos metálicos casi simultáneos por el módulo. Las paredes reverberan, como también lo hacen mis nervios. Aunque sé que está a punto de suceder, con el sonido repentino, mi piel se sobresalta. Aquí dentro estoy siempre con los nervios de punta, siempre nervioso, siempre aprensivo. De no estarlo, sería tonto. Cuando vives en el infierno nunca te permites bajar la guardia. Cada sonido súbito contiene su propio terror. También cada silencio. Uno de esos sonidos, o uno de esos silencios, bien podría ser mi último, lo sé. Pero ¿cuál de ellos? Mi cuerpo se contrae ligeramente con cada paso inesperado, con cada portazo metálico. ¿Se presentará mi muerte con un grito o hará su trabajo en silencio? ¿Vendrá lenta o rápidamente? ¿Acaso importa? De todas formas, ¿no sería rápido mejor que lento? La sombra de un guarda pasa a través de la pequeña ventana rectangular de la puerta de mi celda. Escucho sus llaves cencerrear y el fútil graznido de su transmisor-receptor. Se está asomando, observando, observando. Me ve aquí sentado, cruzado de piernas a media luz, con el cuerpo doblado y sobre mi cama, escribiendo en este bloc. No alzo la vista hacia él. Siento su mirada sobre mí, posándose, luego continúa, parando de nuevo ante la forma dormida de mi compañero de celda que ronca suavemente en la litera de arriba. Ahora ya se aleja. Un escalofrío recorre mi nuca. Otro día que termina. Eso es bueno. Pero ahora otra noche está comenzando. Y eso es malo. Las noches son peores. Los días simplemente te suceden. Las noches las tiene que imaginar, que evocar, tú solo. Son el material de tus propias pesadillas. Aquí dentro las luces se bajan pero nunca se apagan por completo. Las sombras acechan por todas partes. Sombras dentro de sombras. Yo mismo soy una de esas sombras. Yo, Leonard Peltier. También

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conocido en mi país nativo de la Isla de la Gran Tortuga como Gwarth-ee-lass, “ÉI Lidera al Pueblo”. También conocido entre mis hermanos sioux como Tate Wikuva, “Viento que Persigue al Sol”. También conocido como prisionero de EEUU n° 89637-132. Pliego mi almohada contra la pared de ladrillo que tengo detrás y me recuesto, medio sentado, con las rodillas dobladas hacia arriba, aquí en mi litera. Me he puesto mis pantalones deportivos y sudadera de manga larga grises de prisión. Pueden servir de pijama. En esta noche de invierno avanzado aquí dentro hace fresco. Hay como un temblor en el aire. Las paredes de metal y ladrillo y los suelos de baldosa irradian un frío perpetuo en esta época del año. Los más veteranos te contarán cómo solían ser tirados, desnudos en invierno, en El Agujero, de paredes y suelo de acero, sin ni siquiera un camastro o una manta para mantenerles calientes; tenían que encogerse sobre sus rodillas y codos para minimizar el contacto con el suelo que absorbe el calor. Hoy en día, generalmente te dan ropa y una cama con manta, aunque no mucho más. El Agujero, que he llegado a conocer bien durante estos pasados veintitrés años en diversas instituciones federales, habiéndome convertido yo mismo en algo veterano, permanece, en mi experiencia, como unas de las más inhumanas torturas. Un infierno psicológico. Afortunadamente, ahora ya no estoy ahí. También me libre del calo que solía afligirnos hasta que finalmente, hace unos diez años, instalaron aires acondicionados en los módulos. Hasta entonces, Leavenworth había sido infamemente conocido como El Invernadero porque aquí no había aire acondicionado, sólo grandes ventiladores empotrados en la pared que, durante el calor entumecedor de un día de verano de Kansas a 35°C, echaban el pesado, inerte e irrespirable aire hacia ti como un soplete, a veces literalmente secando el sudor de tu frente antes de que pudiera formarse; se notaba especialmente en los sofocantes niveles superiores del módulo de cinco piso. Pero nos sigue quedando el ruido, siempre está el ruido. Supongo que fuera el mundo también es ruidoso durante la mayor parte del tiempo pero, aquí dentro, cada sonido se magnifica en tu mente. El sistema de ventilación ruge y retumba y sisea. Innumerables golpes metálicos y chirridos, chorros de 30

agua y gorgoteos suenan entre las paredes. Timbres y campanas destrozan tus nervios. Voces incorpóreas, frecuentemente ininteligibles, zumban y graznan por los altavoces. Las verjas de acero rechinan y dan portazos sin parar y vuelven a rechinar y a dar portazos. Hay un coro de fondo siempre presente de gritos y alaridos y llamadas, murmullos dementes, chillidos de locura, risa fantasmagórica. Puede que un día te des cuenta de que una de esas voces es la tuya y entonces, realmente te empiezas a preocupar. De vez en cuando te cambian de una celda a otra, y eso es siempre todo un acontecimiento en tu vida. Tu celda es prácticamente todo lo que tienes, tu único refugio. Como la jaula de un animal, es tu hogar, un hogar que haría a cualquiera envidiar a los sin hogar. En esta vieja penitenciaría los diferentes módulos contienen distintos tipos de celda, unas con barrotes, otras, como en la que me encuentro ahora, son un armario de ladrillo de cinco y medio por nueve pies con una puerta de acero. Contienen un inodoro y un lavabo, una cama litera doble y un par de armarios de acero bajos empotrados en la pared que hacen la vez de un improvisado y siempre desordenado escritorio. Ahora mismo, aquí dentro, acaban de poner a otro preso conmigo tras haberme acostumbrado a estar felizmente solo por algún tiempo. Él ocupa la litera de arriba y su forma inmóvil y ronquidos se hunden casi hasta mi cabeza mientras trato de medio sentarme aquí, con este bloc legal sobre mis piernas. Al menos me toca la litera de abajo debido a la rodilla mala que he tenido durante años. Deduzco que han puesto a mi nuevo compañero de celda aquí conmigo a modo de castigo, un castigo para ambos, supongo, aunque por qué, ni él ni yo tenemos la más mínima idea. Lo primero que tienes que comprender aquí dentro es que aquí tú nunca comprendes nada. Lo que está claro es no quieren que estés cómodo en ningún momento Tampoco quieren que jamás sientas seguridad. Y, por supuesto, no la sientes. Seguridad es justo lo que nunca tienes en una prisión de máxima seguridad. Ahora, en esta noche fresca, me echo la áspera manta militar verde sobre mis rodillas y me cubro la nuca con una toalla de mano para quitarme el frío. Me dejo los calcetines puestos bajo las sábanas, al menos hasta que me vaya finalmente a dormir. En este bloc amarillo y legal, comprado en el economato de prisión, 31

garabateo lo mejor que puedo con un lápiz gastado que alguien ha mordisqueado. Apenas puedo descifrar mi propia letra en la semioscuridad, pero no importa. No sé si alguien leerá esto jamás. A lo mejor alguien lo haga. Si es así, ese alguien sólo puedes ser tú. Intento imaginar quién puedes ser y dónde puedes estar leyendo esto. ¿Estás cómodo? ¿Te sientes seguro? Déjame escribirte estas palabras, por tanto, personalmente. Te saludo, amigo mío. Gracias por tu tiempo y atención, incluso por tu curiosidad. Bienvenido a mi mundo. Bienvenido a mi morada de hierro. Bienvenido a Leavenworth.

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Capítulo II He decidido que ha llegado el momento de que escriba, de poner en palabras mi testamento personal, no porque planee morir, sino porque planeo vivir. Éste es mi vigesimotercer año de encarcelamiento por un crimen que no cometí. Ahora tengo algo más de cincuenta y cuatro años de edad. He estado aquí dentro desde que tenía treinta y uno. Se me ha dicho que debería tener que vivir dos vidas más siete años antes de poder salir de prisión en la fecha programada para mi libertad, en el año 2041. Para entonces tendré noventa y siete años. No creo que lo consiga. Mi vida es una agonía prolongada. Siento como que ya he vivido cientos de vidas en prisión. E igual lo he hecho. Pero estoy preparado para vivir miles de vidas más por mi pueblo. Si mi encarcelamiento no consigue nada más que educar a un público inconsciente y despreocupado sobre las terribles condiciones que continúan soportando los nativo-americanos y toda la población indígena del mundo, entonces mi sufrimiento ha tenido, y continúa teniendo, un propósito. La lucha de mi pueblo por sobrevivir inspira mi propia lucha por sobrevivir. Cada uno de nosotros debe ser un superviviente. Yo lo sé. Mi vida tiene un significado. Me niego a creer esta existencia, nuestro tiempo sobre la Madre Tierra, carece de sentido. Creo que el Creador, Wakan Tanka, ha dado forma a nuestras vidas por una razón. No sé qué razón es esa. Puede que yo nunca lo sepa. Pero no necesitas saber el sentido de la vida para saber que la vida tiene sentido. Reconozco mis insuficiencias como portavoz. Reconozco mis muchas imperfecciones como ser humano. Y aun así, como los Ancianos me enseñaron, hablar con franqueza es mi principal obligación hacia mí mismo y hacia mi gente. Hablar claramente y de corazón es la Manera India. Este libro no es un alegato de defensa ni una justificación. Tampoco es una explicación ni una disculpa por los sucesos que sorprendieron mi vida y muchas otras en 1975 y que me convirtieron sin darme cuenta, y, sí, incluso de mala gana, en un 33

símbolo, en un foco del sufrimiento de mi pueblo. Pero todo mi pueblo está sufriendo, así que en ese sentido no soy especial. Debes comprender... soy corriente. Terriblemente corriente. Esto no es modestia. Esto es un hecho. Puede que tú también seas corriente. Si es así, respeto lo corriente que tú eres, tu humanidad, tu espiritualidad. Espero que tú respetes lo mío. Ese ser corriente es nuestro vínculo, tuyo y mío. Somos corrientes. Somos humanos. El Creador nos hizo de esta manera. Imperfectos. Insuficientes. Corrientes. Da gracias por no haber sido maldecido con la perfección. Si fueses perfecto, no habría nada que tuvieses que conseguir en tu vida. La imperfección es la fuente de toda acción. Como seres humanos ésta es tanto nuestra maldición como nuestra bendición. Nuestra misma imperfección hace posible una vida santa. No se supone que seamos perfectos. Se supone que seamos útiles. Yo me doy cuenta de que puedo tener cambios de humor. Eso es de lo poco que te queda aquí en prisión, tus humores. Estos pueden dar un giro violento, incontrolablemente. Encontrarás muchos de esos humores en estas páginas, abarcando desde la casi desesperación hasta una elevada esperanza, desde una asfixiante ira interna hasta el miedo y la desconfianza que todo hombre tiene de sí mismo. Un determinado estado de humor puede ser abrumador, especialmente durante esos días en los que las interminables privaciones y frustraciones de la vida en prisión se van apilando dentro de mí. Y aun así, y más y más durante los últimos años, me siento desprendido de todo ello, extrañamente libre, incluso estando entre estos muros y alambre de espino que me rodean. El mérito se lo doy a la Danza del Sol. Un hombre que ha participado en la Danza del Sol mantiene un pacto especial con el Dolor. Y será duro abatirle. La Danza del Sol me hace fuerte. La Danza del Sol se desarrolla en mi interior, no en mi exterior. Perforo la carne de mi ser. Ofrezco mi carne al Gran Espíritu, al Gran Misterio, Wakan Tanka. Dar tu carne al Espíritu es dar tu vida. Y lo que has dado ya no lo puedes perder. La Danza del Sol es nuestra religión, 34

nuestra fuerza. Nos enorgullecemos enormemente de esa fuerza, que nos permite resistir dolor, tortura, cualquier adversidad antes que traicionar al Pueblo. Esto es por lo que en el pasado, cuando el enemigo nos torturaba con cuchillos, látigos, incluso con fuego, fuimos capaces de aguantar el dolor. Esa fuerza aún existe entre nosotros. Cuando das tu carne, cuando te perforas en la Danza del Sol, sientes todo ese dolor, cada ápice. No se te escapa ni una pizca. Y, aun así, se da una separación, un desprendimiento una mente mayor a la que pasas a formar parte, de manera que tanto sientes el dolor como te ves a ti mismo sintiendo el dolor. Y luego, de alguna manera, el dolor se vuelve contenido, limitado. A medida que el sol blanco de calor se va vertiendo derretido por tus ojos hacia tu ser interno, a medida que los espetones implantados en tu pecho tiran y estira desgarran tu carne que se expande gradualmente por tu mente. El dolor explota en una luz blanca brillante, en una revelación. Se te otorga una visión silenciosa de lo que es estar en contacto con todo y con todos los seres. Y para el resto de tu vida, una vez que has ofrecido el sacrificio de tu carne al Gran Misterio, nunca olvidarás la realidad mayor de la que cada uno formamos una parte íntima y esencial y que nos mantiene en un abrazo tan cariñoso como los abrazos de una madre. A partir de entonces, cada vez que te pinches un dedo con un alfiler, ese pequeño dolor no será sino un pequeñísimo recuerdo de aquel mayor dolor y de la aún mayor realidad que existe dentro de casa uno de nosotros, un reino infinito que va más allá del dolor. Allí, incluso el prisionero más lamentable puede encontrar consuelo. Así pues, la Danza del Sol hizo hasta llevadera la vida en prisión para mí. Estoy sin destruir. Mi vida es mi Danza del Sol.

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Capítulo III No ofrezco disculpas, sólo tristeza. No puedo disculparme de lo que no he hecho. Pero puedo llorar las pérdidas y lo hago. Cada día, cada hora, lloro por aquellos que murieron en el tiroteo de Oglala de 1975 y por sus familias, por las familias de los agentes del FBI Jack Coler y Ronald Williams y, sí, por la familia de Joe Killsright Stuntz, cuya muerte, provocada por una bala disparada en Oglala durante ese mismo día, nunca ha sido investigada, al igual que las muertes de cientos de otros indios durante aquel terrible período en Pine Ridge. Me duele el corazón recordando el sufrimiento y miedo bajo el que tanta gente fue obligada a vivir durante ese tiempo, el mismo sufrimiento y miedo que nos trajo a mí y a los demás a Oglala aquel día, para defender a los indefensos. Y me invade una dolorosa tristeza, también, por la pérdida de mi propia familia porque, en cierto modo, realmente yo también morí aquel día. Morí para mi familia, para mis hijos, para mis nietos, para mí mismo. He vivido mi muerte durante más de dos décadas. Aquellos que me encerraron y mantienen aquí conociendo mi inocencia pueden quedar severamente satisfechos con su segura recompensa, que es ser quienes y lo que son. Esa recompensa es de las más terribles que yo pueda imaginar. Yo sé quién y qué soy. Soy un indio, un indio que osó levantarse para defender a su gente. Yo soy un hombre inocente que nunca ha asesinado a nadie ni lo ha querido hacer jamás. Y, sí, soy un participante de la Danza del Sol. Eso, también, forma mi identidad. Si he de sufrir como un símbolo de mi pueblo, entonces sufro orgullosamente. Nunca me rendiré. Si vosotros, los allegados a los agentes que murieron en la propiedad de los Jumping Bull aquel día, obtenéis una cura de satisfacción por estar yo aquí, entonces al menos os puedo dar eso, aunque sea inocente de su sangre. Siento vuestra pérdida como la mía propia. Como vosotros, yo sufro esa pérdida cada

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día, cada hora. Y lo mismo le sucede a mi familia. Nosotros, también, conocemos esa pena inconsolable. Nosotros los indios nacemos, vivimos, y morimos con una pena inconsolable. Hemos compartido nuestra pena común durante veintitrés años ya, vuestras familias y la mía, así que ¿cómo es posible que seamos enemigos? A lo mejor es con vosotros y con nosotros cuando la cura pueda comenzar. Vosotros, las familias de los agentes, verdaderamente no tuvisteis culpa aquel día de 1975, igual que mi familia, y sin embargo vosotros y ellos habéis sufrido tanto como, incluso más que cualquiera que estuviera allí. Parece ser que siempre es el inocente el que paga el precio más alto por la injusticia. Ha resultado así durante toda mi vida. A las familias de Coler y Williams que aún lloran la pérdida, os ofrezco mis oraciones si las aceptáis. Espero que lo hagáis. Son las oraciones de un pueblo entero, no sólo mías. Tenemos muchos de nuestros muertos por los que reunimos nuestra tristeza a la vuestra. Dejemos que nuestra pena común sea nuestro vínculo. Dejad que esas oraciones sean bálsamo para vuestra tristeza, no el encarcelamiento de un hombre inocente. Os comunico a vosotros que, absolutamente, si de alguna manera pudiera haber prevenido lo que sucedió aquel día, vuestros hombres no hubieran muerto. Hubiera muerto yo mismo antes que permitir que sucediera lo que sucedió. Y desde luego yo nunca apreté el gatillo que lo hizo. Que el Creador me mate en este momento si es que miento. No entiendo cómo el estar yo aquí, arrancado de mi propio nietos nietos, puede reparar de forma alguna vuestra pérdida. Os juro, sólo soy culpable de ser indio. Por eso estoy aquí.

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Ser quien soy, ser quienes sois, eso es Pecado Aborigen. Pecado Aborigen Cada uno comenzamos en la inocencia. Todos nos volvemos culpables. En esta vida te hallas culpable de ser quien tú eres. Ser tú mismo, eso es Pecado Aborigen, el peor pecado de todos Ése es un pecado que nunca se te perdonará. Nosotros los indios somos todos culpables, culpables de ser nosotros mismos. Se nos enseña esa culpa desde el día en que nacemos. Lo aprendemos bien. A cada uno de mis hermanos y hermanas, les digo, estad orgullosos de esa culpa. Sólo sois culpables de ser inocentes, de ser vosotros mismos, de ser indios, de ser humanos. Vuestra culpa os hace sagrados.

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Capítulo IV La muerte de seres queridos es más dura de llevar que la tuya propia. En comparación, tu propia muerte resulta fácil. Cuando en 1989 no se me permitió ir al funeral de mi padre, yo sufrí un dolor peor que cualquier dolor físico. Un dolor sin esperanza de ser curado, una herida eternamente abierta. Él había visto a su hijo permanecer catorce años injustamente encarcelado, y eso le rompió el corazón. Había prestado sus servicios durante la Segunda Guerra Mundial, habiendo sido ametrallado en las piernas por su esfuerzo; su hermano, mi tío Ernie, murió en el campo de batalla. Uno pensaría que el gobierno al que defendió arriesgando su vida permitiría al menos que su hijo acudiera a su funeral, pero de ningún modo. La venganza cala hondo. Y ha habido tantas otras muertes de seres cercanos y defensores durante estos últimos años: la muerte de Hazel Little Hawk, mi madre espiritual que fue amiga de tanta gente durante tantos años; el Tío Louie Irwin, un guerrero con un corazón tan fuerte como el de un oso, quien me inspiró durante cada día y me ayudó a sobrevivir en este sitio de pesadilla como amigo, defensor y consejero; mi desinteresado abogado y amigo Lew Gurwitz; y tantos otros. Pienso en todos aquellos que han muerto violentamente a lo largo del mismo Camino Rojo que yo he andado: loe Killsright Stuntz, muerto por la bala de un agresor desconocido en Oglala. Dallas Thundershield, al que tirotearon durante nuestro intento de escapada de Lompoc, que tratare más adelante, Bobby García, nuestro compañero de fuga, encontrado inexplicablemente muerto en su celda un par de años después. También está Anna Mae Aquash, mi increíble hermana mic-mac¹ del Movimiento Indio Americano (AIM), prevista como testigo de la defensa en mi juicio de Fargo, que fue asesinada en Dakota del Sur por ser inocente y ser inocente y ser india. Sus manos fueron cortadas por un FBI vengativo y mandadas a Washington para ser identificadas ---------1. Nación india del Este de Canadá a la que pertenecía a Aquash. También por extensión, debido a su confederación de clanes, . (N. del T.)

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cuando sabían muy bien quien era ella. Aquello fue una profanación deliberada un asalto a nuestras creencias espirituales más íntimas, con la intención de intimidarnos apuntando al pleno centro de nuestro ser. Cuando los federales amenazaron a otra pobre mujer india, Myrtle Poor Bear, con hacerle lo mismo a ella y a su hija si no testificaba falsamente en mi contra, ella así lo hizo. Más tarde desdijo la historia que los fiscales habían inventado para ella, aunque esto ya me había destrozado. Ahora bien, a ella la puedo entender e incluso puede que perdonar. Pero aquellos que, por unas pocas piezas de plata de los EEUU o por cualquier motivo equivocado, infligieron este mal sobre esta pobre mujer y sobre mí y sobre todos nosotros, incluyendo al pueblo americano mismo... a menudo me pregunto qué sueños espasmódicos les asaltarán por la noche si verdaderamente creen en su Dios cristiano y en el eterno crepitar del infierno que, seguramente, esté esperándoles. Pero... no... Ahí estoy, siendo rencoroso y vengativo mismo, deseando daño a los otros como ellos me lo han deseado a mí. Debo velar por esto en mí. Tengo que pisar la cabeza de esa serpiente cada vez que surja. Siempre hay alguien a quien odiar. La lista de aquellos que se han ganado nuestro odio, y que han rechazado nuestro odio, es interminable. ¿Debemos hacer listas de los crímenes del otro? ¿Debemos odiarnos los unos a los otros para siempre? Sé que a menudo he hablado en contra de la población india que, según nos pareció a nosotros, se puso de los opresores, volviéndose en contra de su propia gente. Pero, yo lo sé, eso es simplificarlo demasiado. Los indios no se enfrentan a decisiones fáciles. Ahora veo que el Servicio Secreto de los EEUU, nada menos, está anunciándose en un periódico indio para reclutar gente. ¡Imagínate eso! Y también sé que hay gente nativa de buen corazón en el FBI, gente entregada, dedicada, leal, buenos americanos como también son buenos indios. Han tomado esa decisión, y aunque puedo no estar de acuerdo con ello, sí lo respeto. Conozco la tensión sobre sus corazones. Está bien que estéis ahí, mis hermanos y hermanas... así pueden vernos como lo que somos, seres humanos, sí, ordinarios y extraordinarios, seres humanos. Absolutamente iguales a todos los otros seres humanos de esta tierra. 42

no.

Sí, incluso nosotros los prisioneros somos humanos. Supongo que todo hombre se proclama inocente, lo sea o

Pero, yo os digo, hasta los culpables son humanos. Y, como para los inocentes que son etiquetados de culpables, la suya es una agonía especial que va más allá de toda comprensión. De alguna manera, Wakan Tanka, Tunkashila, el Gran Misterio, encuentra sentido y significado a todo ello. ¿Tienen las estrellas significado? Entonces mi vida tiene significado. No cabe duda de que mi nombre figurará pronto entre los nombres de nuestros indios muertos. Al menos estaré en buena compañía, pues no ha habido hombres y mujeres mejores, más amables, más valientes, más sabios, de más valía que aquellos que ya han muerto por ser indios. Nuestros muertos siguen viniéndonos, una larguísima fila de muertos, siempre creciendo y nunca acabando. Hacer una lista con sus nombres sería imposible, pues la enorme y gran mayoría de nosotros ha muerto sin que ello se supiese, sin reconocimiento alguno. Sí, incluso nuestros muertos nos han sido robados, arrancados de nuestra memoria como los huesos de nuestros reverenciados antepasados han sido deshonrados al ser excavados de sus tumbas y llevados a museos para ser embalados y catalogados y ser escondidos en archivadores, siendo negados la última petición y derecho de todo ser humano: un entierro decente en la Madre Tierra y ceremonias propias de conmemoración para iluminar el camino hacia el mundo del más allá. Sí, pasar lista a nuestros indios muertos clamado, ser gritado desde cada cima de montaña para alterar el terrible silencio que trata de borrar el hecho de que hayamos existido. Me gustaría ver un muro de piedra rojo como el muro de piedra negro del monumento de la Guerra del Vietnam, que sólo he visto en fotos. Sí, justo ahí, en pleno Mall² de Washington D.C. Y sobre ese muro de piedra rojo, pigmentado con la sangre viva de nuestra gente (y yo felizmente donaría esa esa sangre el primero), figurarían los nombres de todos los indios que han ---------2. El paseo principal de Washington D.C. (N. del T.)

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muerto por ser indios. Sería cientos de veces más largo que el Monumento de Vietnam, que conmemora las muertes de menos de sesenta mil almas valientes perdidas. El número de nuestras almas valientes perdidas alcanza los muchos millones, y cada una de ellas permanece inquieta hasta este día. Igual de efectivo sería un Museo del Holocausto para que el indio americano pueda recordar las voces de aquellos que fueron asesinados. Sí, las voces de Toro Sentado (Sitting Bull) y Caballo Loco (Crazy Horse), de Buddy Lamont y Frank Clearwater, de Joe Stuntz y Dallas Thundershield, de Wesley Bad Heart Bull y Raymond Yellow Thunder, de Bobby García y Anna Mae Aquash… éstas y tantas, tantas otras. Sus voces acalladas nos llaman y exigen ser escuchadas. Mi vida es una oración por mi pueblo.

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Capítulo V Yo no he sido tratado peor que otros muchos prisioneros; mejor que algunos. Al menos estoy vivo. Recientemente, por alguna razón inexplicable, han confiscado la toalla que usaba de falda ceremonial y que he llevado durante años a nuestra sagrada cabaña de sudar¹, me dicen que la han tirado. Eso me dolió más que las privaciones físicas y los ratos de confinación solitaria. Las palizas, en general, han cesado, espero. En el pasado me dieron una por el alto crimen de pasar medio sandwich a otro preso, me lo hubiera comido yo mismo pero mi mandíbula estaba demasiado hinchada, así que, en vez de tirarlo, se lo di a otro tipo que tenía hambre. Esto me provocó dos costillas rotas y una mandíbula más inflamada de lo habitual, y mis dolores de cabeza fueron peores por una temporada debido al golpe que se llevó ésta contra el marco de una puerta. Durante la mayoría del tiempo tengo dolores de cabeza terribles. Perdí el 80% de la visión de mi ojo izquierdo debido a una hemorragia de retina que sufrí hace años. También se me ha dicho que he dado positivo en un test de hepatitis B. He sido obligado a trabajar en la fábrica de muebles de prisión, a pesar de mi crónica salud empobrecida. Mi boca es todo un espectáculo de los horrores; de niño tuve trismo, y mi mordida y encías no han estado bien desde entonces. También tuve una rotura de mandíbula que nunca cicatrizó correctamente. Está inflamada y me causa un dolor constante. Durante los últimos años he pasado por tres operaciones de mandíbula sin éxito, en las instalaciones de prisión. Los doctores de las instalaciones médicas para prisioneros federales de Springfield, Missouri, donde se me trato no se pusieron de acuerdo en el tratamiento para mi mandíbula. Uno quería poner un tubo de drenaje fuera de mi boca, otro quería por dentro. Cada uno decía que el otro no sabía de lo que hablaba. En una de las operaciones me pusieron unas articulaciones de --------------1. Sweat lodge: Cabaña de sudar en la que se desarrolla una ceremonia sagrada de purificación. (N. del T.)

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plástico, más tarde una de éstas se soltó y cayó. Durante semanas tuve alambres sueltos asomando por el interior de mi boca, rasgando mi lengua y encías y el interior de mi mejilla, quedando todo en carne viva. Aunque mi mandíbula permaneció, y aún permanece contraída, casi cerrada por completo, con sólo una estrecha raja entre mis dientes a través de la cual se puede empujar comida blanda y hecha una pasta, se me ha negado comida especial. “Come compota de manzana, es buena para la salud”, me dijo un guarda con una sonrisa sarcástica. Durante la mayoría de mis estancias en Springfield se me tuvo no en el hospital sino en una celda de castigo segregada, arrastrándome con hormigas, piojos, y cucarachas. En la última operación perdí tanta sangre que se requirieron transfusiones continuas. Os puedo decir que pasé al otro mundo durante ese tiempo: estaba seguro de haber muerto y estaba contento de que al fin todo hubiera terminado. Me apetecía unirme a todos aquellos amigos y parientes que habían pasado al mundo Cielo antes que yo, y, entonces, de pronto estuve de vuelta en mi inmunda celda de Springfield. Por alguna razón también se me dio un tratamiento prolongado de radiación, aunque algunos doctores de fuera me han dicho que no hay ninguna razón para usar radiaciones en casos como el mío. Me he negado a someterme a más intervenciones quirúrgicas en prisión y he solicitado tratamiento médico inmediato de un especialista independiente; esa solicitud sigue siendo denegada. Algunos de mis defensores se preocuparon pensando que las autoridades vengativas me estaban matando deliberadamente, al desangrarme y radiarme. No lo creo. En cualquier caso, la muerte, comparado con aquello, hubiera supuesto la felicidad, y ellos claramente no quieren que ningún tipo de felicidad. Cuando el dolor que chilla en mi mandíbula se hace demasiado fuerte, yo sólo cierro los ojos y pienso en la Danza del Sol. Eso ayuda. Mi cuerpo puede estar aquí encerrado, pero mi espíritu vuela con el águila.

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El corazón del mundo Aquí estoy, encerrado en mi propia sombra durante más de veinte años, y aun así he extendido mi mano a través de piedra y acero y alambre de espino y he tocado el corazón del mundo Mitakuye Oyasin, dicen mis hermanos Lakota. Todos estamos emparentados. Somos Uno En la noche de sombras A veces en la noche de sombras me convierto en espíritu. Los muros, los barrotes, las rejas se disuelven en la luz y yo desato mi alma y vuelo a través de la oscuridad interna de mi ser Me vuelvo transparente, una sombra brillante, un pájaro de sueños cantando desde el árbol de la vida.

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Capítulo VI Nunca te acostumbras a la vida en prisión. Mientras duermo oigo voces de personas, algunas ya llevan muertas largo tiempo, como mi padre. Dichas voces son una tortura. Preguntarte cada día, a cada hora, si tú alguna vez serás libre de nuevo o no, es una forma muy especial de tortura. Cobra su peaje diario, y por horas, a tu corazón y a tu alma, especialmente cuando le tienes que explicar a tu nieto por qué no te dejarán asistir a su partido de fútbol. Te consume internamente el escuchar la voz de este niño pequeño preguntando, “Abuelo, ¿por qué no terminas de una vez tu sentencia?” Él pensaba que mi sentencia era solamente un conjunto de palabras que yo tenía que escribir, como copiar una frase una y otra vez en un castigo de su colegio. No podía entender que mi sentencia dure el doble de mi vida natural. Cuando, en sus visitas ocasionales, cojo a mis nietos entre mis brazos y huelo el olor de su pelo y siento el calor de sus pequeñas manos en las mías, soy transportado momentáneamente. Pero luego viene el inevitable golpe metálico de las verjas cerrándose detrás de ellos que ya se marchan, e inmediatamente soy transportado de vuelta aquí, a esta eterna morada de hierro llamada Leavenworth. Ese golpe metálico hace eco en mi alma mientras reverbera por los pasillos frías paredes. Con todo, honestamente os puedo decir que desearían haber estado en el campamento Jumping Bull aquel do 1975. Pero nunca me he arrepentido de ser uno de los levantó y ayudó a proteger a mi gente. He sacrificado casi un cuarto de siglo de mi vida, de mi libertad, por haberlo hecho. Lo admito, estoy cansado. A lo largo de los años, he escondido mi sufrimiento. Sonrío cuando me apetece llorar. Me rio cuando me apetece morir. Tengo que mirar fijamente las fotos de mis hijos y nietos para verlos crecer. Echo de las cosas más simples de la vida corriente, cenar con amigos, pasear por el bosque. Echo de menos cuidar el jardín. Echo de menos la risa de los niños. Echo de menos el ladrido de los perros. Echo de menos la lluvia sobre

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mi cara. Echo de menos a los bebés. Echo de menos el sonido de pájaros cantando y de mujeres riendo. Echo de menos el invierno y el verano y la primavera y el otoño. Sí, echo de menos mi libertad. A ti también te pasaría. Uno de nuestros grandes ancianos espirituales lakota, el ya desaparecido Mathew King, dijo: “Sólo una cosa es más triste que recordar que una vez fuiste libre, y eso es olvidar que una vez fuiste libre. Ésa sería la cosa más triste de todas” Esto es algo que yo. Leonard Peltier, nunca haré. Nunca olvidaré el sabor de la libertad. Ni olvidaré la visión del amanecer o del atardecer. Espero volver a verlos un día. Una mañana despiertas y te encuentras con que se te ha dado algo que no quieres… dos cadenas perpetuas más siete años. Estos enrejados de acero verde-gris, estos fríos muros de cemento, estas interminables espirales de alambre de espino, estas puertas con verjas de acero que se deslizan y te llevan de ningún sitio a ningún sitio, estos pasillos ensombrecidos e inhumanos son ahora tu mundo. Este lugar es tuyo, te dicen, hasta el año 2041. No una sentencia para toda una vida, sino para dos. Consecutivas. Eso, por supuesto, siete años, por haber intentado escapar una vez, en 1978, para evitar ser asesinado, algo que relataré más tarde. Yo me digo a mí mismo: da gracias de no haber recibido tres cadenas perpetuas, Leonard. Después de todo, ¡podrías no haber matado a tres personas en vez de no dos! ¡Entonces sí que me habrían castigado ya con todo lo posible! Sí, Leonard, considera dos cadenas perpetuas más siete años como algo muy, muy indulgente por el alto crimen de ser inocente. No hay manera de saber cuánto tiempo permaneceré aquí. Una vez conté los días, luego las semanas, luego los meses, luego los años. Ahora cuento las décadas. Ya he cumplido dos décadas. ¿Debo cumplir dos más? ¿Tres? ¿Cuatro? Parece que la aritmética se vuelve más fácil a medida que el tiempo se hace más duro. Aquí dentro puedes tener pensamientos de locura. Como… dime, cuando muera ¿traerán mi cuerpo de nuevo a mí celda para cumplir la condena completa de mi segunda sentencia más esos siete años? ¿Puede que ya haya sido traído de vuelta y que lo haya olvidado? ¿Puede que ya sea un cadáver? ¿Un cadáver 50

que respira? Pero no, no. Un cadáver no se sonreiría a sí mismo de esta manera. En algún sitio, de alguna manera, debe haber algo gracioso en todo esto. Algo horriblemente gracioso. Un chiste cósmico y disparatado sobre mí, un verdadero regocijo en algún endemoniado cielo o infierno. Hace un rato alguien gritaba misteriosamente por el pasillo, entre la medio-oscuridad de ecos. “¡Slur the buds!” gritaba de manera demente, repitiendo esas palabras sin sentido una y otra vez con una voz fantasmagórica, siseando suavemente con un sonido cavernoso. “iSlur the buds! ¡Slur the buds!”. Eso es todo lo que pude entender. Debió exclamarlo con ese suave y cavernoso siseo una docena de veces en el transcurso de quince minutos. Aun así, otras voces lo copiaron, y durante un rato surgió un improvisado coro fantasmal de “¡Slur the buds!” provocando un eco por estos atroces pasillos. Nunca me enteré de lo que significaban esas palabras. Nunca supe quién era el que las decía. A lo mejor lo soñé. Puede que fuese yo mismo el que las exclamaba en la oscuridad demente de mi propia imaginación. Cumplir tiempo de condena te hace esto. Pero, por supuesto, no cumples tiempo. Cumples sin él. O, más bien, el tiempo te cumple a ti. El tiempo es un caníbal que devora la carne de tus años día a día, mordisco a mordisco. Y mientras termina el último bocado, con los jugos de tu vida escurriendo por su barbilla ensangrentada, sonríe cruelmente, eructa con satisfacción, y sisea en tonos fantasmagóricos, “iSlur the buds!”.

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El cuchillo de mi mente No tengo presente. Sólo tengo un pasado y, a lo mejor, un futuro. El presente me ha sido arrebatado. Quedo en un espacio vacío cuya oscuridad tallo con el cuchillo de mi mente. Debo tallarme a mí mismo de nuevo a partir de la nada de alambre de espino. Conoceré el éxtasis y el dolor de la liberta. Seré corriente de nuevo. Sí, corriente esa condición aterradora, donde todo es posibilidad, donde el presente existe y debe ser confrontado.

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Capítulo VII Sobre el alféizar de la ventana, más allá de los barrotes, una paloma posa sus patas rosadas, con un emplumado pecho encrespado, se acicala con el pico bajo el sol de la mañana. Algo de pintura se ha ido descascarillando de la repintada ventana y, apretando mi frente contra el frío cristal, miro a la paloma a hurtadillas, allí sentada, a un universo de distancia. Ella no me ve mirándola fijamente. Sus plumas presentan una sutil irisación. La mano de mi mente la intenta alcanzar y la toca a través de los barrotes y del grueso cristal de seguridad. Un contacto de espíritu. No parece darse cuenta. Ella picotea con su pequeño y afilado pico esas plumas iridiscentes de su pecho y me ignora. Me maravillo ante su milagro, ahí posada, tan cerca y aun así tan lejos, sin trabas como el viento. Todo el cielo es suyo y, aun así, de todo ese espacio infinito ella ha escogido este desolador alféizar de prisión para pausarse en esta mañana de invierno, bendiciéndome con su repentina e inesperada presencia, con su asombrosa realidad. Para mí, presidiario enjaulado, esta paloma me resulta tan santa mensajera como un águila. Me habla del Mundo Cielo más allá del acero y del cemento y del alambre de espino. Una vez, al salir de la cabaña de sudar de prisión, miramos hacia arriba y vimos dos águilas haciendo círculos en lo alto, encima de nosotros. Vinieron a bendecirnos, mandados por el Padre Cielo. Así que soy conocido por el águila y la paloma, santos mensajeros los dos. El Padre cielo no me ha olvidado. Me manda sus hijos alados para confortarme. Y yo mando a través de los barrotes una oración alada de agradecimiento. Ningún barrote de prisión puede impedir una oración.

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Capítulo VIII Muchas noches me tumbo aquí en mi litera y dejo que mi mente, mis sueños, fluyan libremente evocando un futuro que igual no veré nunca. Desde luego pido que mi largo viaje no termine entre rejas de prisión. Sé que no será así. Mis hermanos Cree, de Canadá, dicen que han apartado una parcela de tierra para mí donde puedo criar un pequeño rebaño de sagrados búfalos. Sueño con eso a menudo. Pero luego me digo: Leonard, eso es sólo egoísmo, marcharte y vivir la buena vida olvidando la lucha. Sí, desde luego tengo algo de vida que recuperar cuando salga de aquí, pero mi vida seguirá siendo la de mi pueblo. Cuando al fin sea un hombre libre de nuevo, el verdadero trabajo comenzará. Nuestra tarea más importante, antes que nada, es la supervivencia como pueblo. Esto significa que debemos trabajar sin parar, sin importarnos los obstáculos, para que se cumplan los tratados. Nunca debemos perder eso de vista. Temo que el pueblo indio pierda la cultura que nos queda, que perdamos nuestra base sobre la tierra que triunfen aquellos que nos echarían de nuestros territorios conduciéndonos hacia la inexistencia. Nuestra vigilancia y nuestra determinación total a este respecto no debe cesar nunca. No, nunca. Pero dentro de esa lucha mayor, debemos ayudar, a nosotros mismos y a nuestra gente, uno por uno. No hay uno solo de nosotros que no pueda beneficiarse de que una mano. Debemos tendernos la mano uno a otros. La prisión no ha impedido que ayude a la gente. Organizo recolectas de ropa, comida y juguetes durante todo el año. Apoyo centros de acogida de mujeres reinserción. He creado una beca para estudiantes de Derecho nativos en la Universidad de Nueva York y también he ayudado a financiar un periódico escrito por y para niños indios. He apadrinado a dos chicos jóvenes de Guatemala y El Salvador. He estado trabajando sobre las maneras de mejorar el sistema de sanidad en la Reserva de Rosebud, y recientemente me he involucrado en la reforma económica de

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Pine Ridge. Acabo de patrocinar una campaña, junto con la organización Food Not Bombs, para comprar arroz, judías, azúcar y otros alimentos de primera necesidad para nuestros hermanos y hermanas indios que luchan por su existencia misma, por su propia identidad como pueblo indio, allí en Chiapas, México. Trabajo de manera cercana con la Fundación Benéfica Leonard Peltier (Leonard Peltier Charitable Foundation), dedicada a la ayuda de niños indios desfavorecidos También estoy muy involucrado en conseguir derechos para practicar la religión nativa aquí en prisión, una batalla continua. Sin embargo, entre estos muros lo que puedo hacer es limitado. Mi sueño es reunirme con la gente y construir centros comunitarios nativo-americanos que ofrezcan actividades para después del colegio así como orientación. Quiero trabajar con especialistas de todo el mundo para ayudar a prevenir y tratar el alcoholismo. Quiero ayudar a crear trabajos y a ofrecer preparación laboral a la población india. Es tan frustrante oír hablar una y otra vez del suicidio entre adolescentes, del consumo de drogas, del desempleo, y de la aparentemente eterna pobreza entre mi gente. Me pregunto, ¿para qué ha servido mi sacrificio? Y aun así, sé que cuando este sacrificio termine, un nuevo sacrificio comenzará. Siempre hay otra Danza del Sol.

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Yo soy todos Yo soy todos aquellos que han muerto sin una voz o una oración o una esperanza o una oportunidad… todo aquel que ha sufrido alguna vez por ser indio, por ser humano, por ser indígena, por ser libre, por ser Otro, por estar comprometido… Yo soy cada uno de ellos. Cada uno de ellos sin excepción. Sí. Hasta tú. Yo soy todos.

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PARTE II Quien Yo Soy Yo soy un hombre indio Mi único deseo es vivir como tal

Capítulo IX Mi vida es una vida india. Soy una parte pequeña de una historia mucho mayor. Si alguna vez tengo los años de libertad necesarios para escribir otro libro, figuraré en él tan sólo como un personaje secundario. Lo específicamente personal de mi vida no tiene importancia. Ser indio, eso es lo que es importante. Mi autobiografía es la historia de mi pueblo, el pueblo indio de esta Isla de la Gran Tortuga. Mi vida adquiere significado solamente en relación con ellos. Es insignificante en sí y por sí misma. Sólo cuando me identifico con mi pueblo dejo de ser una mera estadística, un número sin sentido, y paso a convertirme en un ser humano. Los indios americanos comparten una magnífica historia, rica por su asombrosa diversidad, su integridad, su espiritualidad, su cultura única que aún pervive al igual que su dinámica tradición. También es una historia rica, me entristece decirlo, en tragedia, engaño, y genocidio. Nuestra soberanía nuestro carácter de nación, nuestra identidad misma, junto con nuestras tierras sagradas, nos han sido arrebatadas en robos de la historia de la humanidad. Y no sólo a los robos de siglos anteriores si no a los grandes robos que aún se están perpetrando sobre nosotros hoy día, en este mismo momento. Nuestros derechos humanos como pueblos indígenas son violados cada día de nuestra vida, y por la misma gente que proclama en voz alta y con mojigatería a otras naciones la necesidad moral de estos derechos. A lo largo de los siglos, los gobiernos y agentes de los Estados Unidos y Canadá nos han ido robando nuestras tierras sagradas de manera repetida y rutinaria. Ellos nos empujaron cruelmente hacia las remotas reservas, hacia lo que ellos creyeron tierra baldía sin valor, tratando de barrernos bajo la alfombra de la historia. Pero hoy, esa supuesta tierra baldía se ha vuelto enormemente valiosa a medida implacable tecnología de la sociedad blanca continúa empeñándose en asaltar la Madre Tierra. Ahora la sociedad blanca querría terminar con nosotros como pueblo y echarnos de las reservas para poder robar nuestros restantes

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recursos minerales y petróleo. Robar a pueblos no blancos no es nada nuevo para ellos. Cuando el opresor triunfa en sus robos ilegales y depredaciones, se le llama colonialismo. Cuando sus esfuerzos por colonizar pueblos indígenas se enfrentan con una resistencia o con cualquier cosa que no sea una total rendición, se le llama guerra. Cuando los pueblos colonizados intentan oponer resistencia a su opresión y se defienden, se nos llama criminales. Escribo este libro para favorecer una mayor comprensión hacia lo que significa ser indio, hacia quiénes somos como seres humanos. No somos curiosidades originales o figuras estereotipadas de una película, sino corrientes, seres humanos ordinarios, y, sí, a veces, extraordinarios. Igual que tú. Sentimos. Sangramos. Nacemos. Morimos. No somos muñecos dispuestos frente a una tienda de recuerdos; no somos mascotas de deporte para equipos como los Redskins¹ (Pieles Rojas) o los Indians² (Indios) o los Braves³ (Bravos guerreros) o como miles de otros que roban y distorsionan y ridiculizan nuestro aspecto. ¡Imagínate que llamasen a sus equipos los Washington Whiteskins (Pieles Blancas) o los Washington Blackskins (Pieles Negras)!. ¡Entonces habría una protesta! Con todo lo que se nos ha quitado ya, pedimos que se nos deje nuestro nombre, nuestra dignidad personal, nuestro sentido de pertenecer a la gran familia humana de la que todos formamos parte. Nuestra voz, nuestra voz colectiva, nuestro grito águila, sólo se está empezando a escuchar. Llamamos a toda la humanidad. ¡Escúchanos!

-----------1. Washington Redskins: equipo de fútbol americano de la NFL (la liga nacional). (N del T.) 2. Cleveland Indians: equipo de béisbol de la MLB (la liga principal). (N del T.) 3. Atlanta Braves: equipo de béisbol de la MLB. (N. del T.)

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Capítulo X A menudo veo a indios peleando contra indios, insultándose el uno al otro y cosas peores. Mi amigo blanco me pregunta, “¿Por qué vosotros los indios no podéis juntaros y actuar al unísono?”. ¿Por qué? ¿Acaso la gente blanca habla en una sola voz sobre todos los temas? ¿Por qué debemos hacerlo nosotros? ¿Deberían estar los indios sometidos a algún tipo de dictadura que nos mantuviese a todos a raya? Eso es precisamente lo que estamos tratando de evitar. ¡No podemos renunciar a nuestra libertad para mantener nuestra libertad! Aseguraremos nuestra propia supervivencia actuando solamente como hombres libres y mujeres libres, que lo somos. Libres, al menos, en nuestras mentes y en nuestros corazones y en nuestros sueños, incluso cuando nuestros cuerpos están encadenados y encerrados. Cada uno expresa su parte; ése es nuestro deber para con nuestro pueblo. Eso es por lo que cada uno de nosotros es un líder. Esa es la Manera India. Eso es una verdadera democracia, no una dictadura de la élite y de los poderosos que se hacen ser elegidos y luego cierran tratos secretos por su propia cuenta, a espaldas de la gente. Estas personas no tienen creencias, sino propios intereses egoístas. No les importa nada los otros ni la Tierra ni la Séptima Generación. Nosotros nos oponemos a este tipo de gente y al sistema que han creado ellos mismos y para ellos mismos. Creemos que muchos, muchos de entre vosotros, gente de todas las razas y naciones, os unís a nosotros en esta oposición. Pedimos, exigimos, que nuestras voces sean escuchadas en los consejos de la humanidad. ¡Alguien debe hablar por la Tierra y por la Séptima Generación! Debería haber delegaciones de población indígena en cada congreso nacional y en cada conferencia internacional. Somos las voces de la Tierra. Hablamos por aquellos que aún no han nacido. Cuando nos excluyes, nos excluyes de tu propia conciencia. ¡Nosotros somos tu propia conciencia! Un grito de águila 63

¡Escúchame! ¡Escucha! Soy la voz india. Óyeme gritando desde el viento, Óyeme gritando desde el silencio. Soy la voz india. iEscúchame! Hablo por nuestros antepasados. Ellos te llaman a gritos desde la tumba intranquila. Hablo por los niños que aún no han nacido. Ellos te llaman a gritos desde el tácito silencio. Soy la voz india. ¡Escúchame! Soy un coro de millones. ¡Óyenos! iNuestro grito de águila no será acallado! Somos tu propia conciencia llamándote. Somos tú mismo gritando sin ser escuchado dentro de ti. Deja que mi voz sin oír se oiga. Déjame hablar en mi corazón y que se escuchen las palabras susurrando sobre el viento a millones, a todos los que les importa, a todos los que tienen orejas para oír y corazones para latir como uno con el mío. Acerca tu oreja a la tierra, y escucha mi corazón latiendo ahí. Acerca tu oreja al viento y escúchame hablando ahí. Somos la voz de la tierra, del futuro, del Misterio. ¡Óyenos!

Capítulo XI Mi propia historia personal no se puede contar, incluso en esta versión abreviada, sin remitirnos a mucho antes de mi nacimiento, el 12 de septiembre de 1944, yendo atrás en el tiempo a 1890 y a 1876 y a 1868 y a 1851 y, sí, pasando por todas las demás fechas de calamidades en las relaciones entre hombres rojos y hombres blancos, llegando hasta el día más oscuro de toda la historia de la humanidad: el 12 de octubre de 1492, cuando nuestra Gran Tristeza comenzó. Pero, para los limitados propósitos de estas páginas, saltemos esas fechas anteriores y comencemos mi historia en 1890, en aquel año crucial y terrible, el año en que nos rompimos finalmente nosotros y el Aro Sagrado de nuestra Nación. O así lo creyeron ellos. Cada vez que pienso en el holocausto que tuvo lugar en Wounded Knee, Dakota del Sur, el 29 de diciembre de 1890, oigo las voces de niños gritando desde el frío y el hambre y el terror. Oigo los gemidos y lamentos de las madres que lloran agonizando por sus bebés moribundos. Las historias que trasmitieron los Ancianos lakota describen los increíbles sufrimientos del Jefe Pie Grande (Big Foot) y sus seguidores que morían de hambre mientras huían durante el atroz invierno de Dakota, en Pine Ridge en aquel terrible día de diciembre, tan solo dos semanas después del asesinato, absolutamente sin motivo, de Toro Sentado, al que se asesinó por traición, como a tantos otros de nuestro pueblo. La tribu de Pie Grande, huyendo para salvar sus vidas, no sabía por qué estaban siendo perseguidos y matados; se dirigían hacia Pine Ridge para refugiarse con la tribu de Nube Roja (Red Cloud). El gobierno afirmaba, ostensiblemente, que ellos mandaron sus tropas para impedirnos celebrar la Danza de los Espíritus¹, un rito puramente religioso. Esto tan solo era -------------1. Ghost Dance: creencia y ritual cuyo fin era que regresaran los búfalos, renacieran los parientes muertos y desapareciera el hombre blanco con el mundo que este había destrozado. El gobierno americano intentó suprimir esta práctica. (N. del T.)

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un pretexto, claro; hasta el día de hoy han sido muy buenos encontrando pretextos para atacarnos. La verdadera razón detrás de su ataque fue que querían construir vías de ferrocarril desde las Black Hills1, robadas, hasta Chicago y hacia el Este, justo a través de lo que quedaba de nuestras tierras que el Tratado de Fort Laramie de 1868 nos había prometido solemnemente como nuestras mientras “la hierba crezca y el río corra”2. Cuando la tribu de Pie Grande, a punto de morir de hambre y frío, vio a los soldados del Séptimo de Caballería, la antigua unidad de Custer3, moviéndose hacia ellos a través de la profunda nieve, pensaron que la caballería sólo podía estar allí para ayudarlos, seguro ¿Acaso no les habían dicho que si Se entregaban a la Agencia India de Pine Ridge se les daría comida, medicinas y cobijo? Puedo sentir físicamente ese momento, la miseria y el sufrimiento que más de trescientos hombres, mujeres, y niño soportaron mientras se abrían paso a través de las ventiscas de Dakota del Sur, de las temperaturas bajo cero, y de la impenetrable nieve amontonada. Puedo imaginar el terror y el miedo recorriendo su interior mientras los soldados abrían fuego sobre ellos a la mañana siguiente, los ecos y rugidos de las ametralladoras Gatling mezclados con los cañonazos y con el sonido de los sables y con los chillidos de mujeres y niños. Como indio de sangre sioux puedo oír esos gritos y sentir el dolor de estas madres, niños, y hombres mayores mientras son destrozados por las balas y por los destelleantes sables coronados con sangre, atacándoles una y otra y otra vez mientras permanecen ahí, indefensos. Vivo de nuevo cada una de sus muertes. Muero con cada uno de ellos una y otra vez. ---------------1. Las Colinas Negras (Paha Sapa en lakota), Dakota del Sur. Montes sagrados para el pueblo indio. (N. del T.). 2. El Tratado de Fort Laramie (1868) estableció la soberanía indias sobre las tierras. Fue anulado por el gobierno estadounidense cuando se encontró oro en la zona pocos años después. No fue hasta 1970 cuando se aceptaría la reclamación del tratado ante tribunales. Para entonces, diferentes intereses ya estaban especulando con las tierras (N. del T.). 3. George Armstrong Custer. Conocido general del ejército americano, ambicioso en política, que dirigió expediciones contra la población india (como la masacre del rio Washita, 1868). También exploró las Black Hills (en 1874) para con confirmar el Tratado de Fort Laramie y facilitando, así, la entrada a Mineros blancos. Murió en la Batalla del Little Big Horn. 1876. (N. del T).

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La tribu de Pie Grande se había negado a luchar contra el wasichu (hombre blanco), creyendo que sólo la paz podría vencer a la hostilidad entre las gentes. El mismo Pie Grande en aquel tiempo era ya un hombre mayor, a punto de morir de neumonía. Ellos se rindieron a la caballería, que había acampado cerca de Wounded Knee Creek, comieron escasamente, un almuerzo muy parecido a la última comida de los condenados antes de su ejecución, durmieron unas pocas horas, y a la mañana siguiente fueron asesinados de inmediato, supuestamente porque un indio mayor, posiblemente sordo había levantado su rifle en vez de entregárselo a un soldado. De algún modo el arma se disparó, o así lo afirmó el gobierno, y las ametralladoras Gatling y los cañones dispuestos en el monte dispararon hacia abajo, justo hacia la gente. Mataron incluso a un par de docenas de sus propios soldados que estaban allí presentes. Más tarde, los orgullosos carniceros del Séptimo de Caballería fueron premiados con veintiséis Medallas de Honor por su heroicidad. Los libros de historia del hombre blanco aún lo llaman una "batalla", como para darle algo de dignidad a algo que no tuvo nada de digno. Fue pura y simplemente una matanza. Un crimen contra toda la humanidad, aunque entonces no existía tal expresión. El ya fallecido lames High Hawk, uno de los pocos sus vivientes de la masacre de Wounded Knee, relató esto como testigo: Mi madre estaba llorando y tratando de salvar y proteger su pequeña familia, yo mismo era tan sólo un niño pequeño. Un soldado vino hacia donde nos escondíamos y disparó a mi madre y a mi hermano, todavía un bebé mientras mi madre suplicaba por nuestras vidas. Yo fui herido y permanecí ahí tumbado durante horas, hasta que los oglalas (lakotas] de Pine Ridge me rescataron. …Esta masacre es... la matanza más vergonzosa, cobarde, y traicionera jamás llevada a cabo por el Ejército de los Estados Unidos. Los blancos dicen que los indios son traicioneros, pero no lo somos. Amamos nuestras familias. No molestamos a la gente blanca, pero ellos vinieron aquí y nos mataron, a mujeres y a niños. Tenemos las heridas para probar lo que han hecho.

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Sí, tenemos las heridas. Y estas atrocidades contra mi pueblo continúan en el día de hoy, sólo que ahora se llevan a cabo con medios más sofisticados que las ametralladoras Gatling, cañones y sables. Hay maneras más sutiles de matar. Llámalo muerte por estadísticas. Hoy, el hombre blanco deja que sus estadísticas hagan las matanzas por él. En el conjunto del país, las reservas indias de Dakota del Sur tienen los índices más elevados de pobreza y desempleo, las tasas más altas de mortalidad infantil y de suicidio adolescente, así como el nivel de vida más bajo y la esperanza de vida más baja, ¡apenas cuarenta años! Estos datos equivalen a un genocidio. El genocidio también opera en forma de instalaciones sanitarias de baja calidad, viviendas miserables, escolarización inadecuada y una corrupción rampante. Las tierras que nos quedan, a las que miles de especuladores echan el ojo con planes locales, con el único deseo de crear problemas y divisiones en la reserva, continúan siendo vendidas acre por acre para pagar las deudas tribales e individuales. No hay un metro cuadrado de nuestro siempre menguante territorio que parezca estar libre de los ambiciosos designios de aquellos que nos llevarían a la inexistencia. El Movimiento Indio Americano, a través de los años, ha buscado cualquier medio posible para acercar a la atención mundial estos crímenes dirigidos contra la humanidad, esperando que al menos alguno de vosotros escuchaseis y buscaseis muy dentro de vosotros mismos la humanidad para exigir que el gobierno de los EEUU ponga fin a estos crímenes. ¡La destrucción de nuestro pueblo debe terminar! No somos estadísticas. Somos la gente de la que tomasteis esta tierra por la fuerza, con sangre y mentiras. Somos la gente a la que prometisteis pagar, recompensando todo este vasto continente que robasteis, una pequeña y miserable compensación para asegurar al menos nuestra supervivencia misma. Y somos la gente a la que ahora arrebatáis hasta esa compensación, abandonándonos sin escrúpulos a nosotros y a vuestro propio honor, incluso llevando a cabo ataques militares sobre nuestras mujeres, niños y ancianos, y eligiendo como blanco, algo ilegal hasta en vuestras interesadas leyes, a aquellos de nosotros, los guerreros que nos quedan, que se atreven a levantarse y a tratar 68

de defenderlos. ¡Practicáis crímenes contra la humanidad al mismo tiempo que devotamente habláis al resto del mundo sobre derechos humanos! América, ¿cuándo estarás a la altura de tus propios principios?

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Capítulo XII Comenzando por vez primera a mediados de la década de 1950, una nueva generación de hombres y mujeres indios/as empezaron a protestar con una renovada resolución y militancia contra las violaciones cometidas por los gobiernos federales y estatales. Y desde aquellos primeros días, nos hemos negado activamente a aceptar nuestra continuada situación como víctimas. A finales de la década de 1960, descubrimos una antigua ley que decía que los indios tenían el derecho prioritario a la tierra abandonada como "excedente" por el gobierno federal. Así que decidimos poner a prueba esa ley, para comprobar si alguna ley era cierta cuando ésta se aplicaba a los indios. En California, en noviembre de 1969, los indios ocuparon la Isla de Alcatraz, emplazamiento de la conocida prisión federal que fue abandonada en 1963. Los que ocuparon Alcatraz proclamaron nuestra intención de convertir la isla en un centro cultural nativo, el primer edificio que ven los visitantes que cruzan el puente Golden Gate; esto, al menos, simbolizaría a quiénes se les robó esta vasta y maravillosa tierra. Unos pocos meses después, en 1970, algunos de nosotros ocupamos un fuerte abandonado, Fort Lawton, en las afueras de Seattle; estuve personalmente involucrado en aquello (al final, Fort Lawton sí se convirtió en un centro cultural nativo). Todas estas acciones se desarrollaron pacíficamente. No pedíamos violencia. Ninguno de nosotros quería perder la libertad y pasar el resto de nuestras vidas en prisión. Simplemente estábamos recurriendo a una de las leyes propias de los Estados Unidos. Pero la oposición, claro, no lo veía como nosotros, especialmente dado el odio que imperaba en aquella época. Se nos llamó “matones”, “commies”¹ e “invasores”. Cuando se arrestó a gente india durante las protestas por los derechos de pesca, pegaron a hombres, mujeres, y hasta niños, e hicieron cosas peores. En Fort Lawton el gobierno nos confronto con ametralladoras y -----------1 De communists: «Comunistas». (N. del T)

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lanzallamas. Cuando fuimos arrestados, los soldados acariciaron a las mujeres delante de los hombres, tratando de provocarnos para que reaccionásemos, y así poder justificar el matarnos. A aquellos de nosotros que se nos marcó como líderes nos dieron una paliza en nuestras celdas de la cárcel militar, en la prisión del ejército. Me negué a salir hasta que a cada uno de nuestro grupo de guerreros también le fuera permitido. Con eso me gané golpes extras, pues al hombre blanco le encanta separar a los hermanos, intentar que nos chivemos unos de otros, crear desconfianza entre nosotros, pegarnos uno a uno mientras se ríen en alto diciendo que los otros ya nos han traicionado cuando, por supuesto, no lo han hecho. Es una vieja estrategia, divide y vencerás, lo llaman. He aprendido que la mejor manera de aguantar una paliza es relajarse lo mejor que puedas mientras aprietas los músculos de tu estómago, te proteges la cabeza y genitales, y piensas en la Danza del Sol. Sí, a veces duele tanto que te crees que te vas a morir, o como poco quedarte lisiado de por vida, y a lo mejor te pasa, pero de algún modo, afortunadamente, sobrevives. Nosotros, los indios, somos supervivientes. Ese dolor sólo me hace más fuerte, más resuelto. Ese dolor es el dolor de mi pueblo, y estoy orgulloso de aguantarlo por ellos. Los acontecimientos de Alcatraz y Fort Lawton inspiraron al pueblo indio. En Dakota del Sur, jóvenes guerreros, hombres y mujeres, comenzaron a levantarse. A principios de la década de 1970, los miembros tradicionales de la Nación Oglala Lakota de la Reserva India de Pine Ridge organizaron protestas contra la pobreza y las terribles condiciones de vida. Había población india viviendo en estructuras viejas de coches y en frágiles chabolas, desposeídos por el mismo gobierno que había jurado protegerlos en su propia Constitución. En los pueblos que limitaban con reserva el tipo de racismo más feo, abierto y no disimulado era algo que estaba extendido. Eran pueblos en los que abusar, pegar, torturar y hasta matar eran deportes de sangre a los que se hacía la vista gorda. Yo veo las raíces de mi propio activismo político en el racismo manifiesto y en la pobreza brutal que viví durante cada día, como un niño indio que creció en la reserva chippewa de Turtle Mountain y la sioux de Fort Totten, en Dakota del Norte. 72

PARTE III Crecer Indio Un líder fuerte muestra compasión

Capítulo XIII Como la mayoría de las personas indias, tengo varios nombres. En la Manera India, los nombres se te dan en el transcurso de tu vida, no sólo cuando naces. Algunos son dados en ceremonias de niñez; otros se dan en ocasiones especiales a lo largo de tu vida. Cada nombre te da un nuevo sentido de ti mismo y de tus posibilidades. Y cada nombre te pone alguna meta a la que aspirar. Apunta la dirección que debes seguir en esta vida. Uno de mis nombres es Tate Wikuwa, que significa "Viento que Persigue al Sol" en lengua dakota. Ese nombre era el de mi bisabuelo. Otro nombre, que me dieron mis hermanos nativos canadienses, es Gwarth-ee-lass, que significa 'Él “Lidera al Pueblo”. Ambos nombres me inspiran algo especial. El primero, para mí, representa la libertad total, una meta que incluso los que están fuera de estos muros nunca alcanzarán. Cuando pienso ese nombre en mi interior, Viento que Persigue al Sol, me siento libre en el corazón, capaz de disolverme a través de muros de piedra y barras de acero y cabalgar sobre el viento a través de la pura luz del sol hacia el Mundo Cielo. Ni muros, ni barrotes ni rollos de alambre de espino pueden impedirme esto. Y el segundo nombre, Él Lidera al Pueblo, para mí, representa un compromiso total, una meta por la que lucho incluso entre estas paredes, intentando ayudar a mi pueblo lo mejor que pueda. A lo mejor resulta presuntuoso, hasta absurdo, un hombre como yo, en prisión con dos cadenas perpetuas, hablando de liderar a su pueblo. Pero, como Nelson Mandela, nunca sabes cuándo serás, de pronto y sin esperarlo, llamado. Él, también, sabe lo que es estar sentado aquí en prisión, año tras año, década tras década. Trato de mantenerme preparado por si alguna vez soy necesario. Trabajo en ello entre estos muros con mis compañeros de prisión, con mis defensores del mundo, con la gente de buena voluntad de todas partes. Un líder fuerte muestra compasión. Se compromete por el bien de todos. Escucha todos los lados y nunca toma decisiones rápidas que podrían hacer daño a la gente. Trato esforzarme mucho por ser el tipo de líder que yo mismo respetaría. 75

Así que, a nuestra manera, mis nombres me dicen a mí y a otros quién soy yo. Cada uno de mis nombres debiera ser una inspiración para mí. Aquí en Leavenworth, de hecho en cualquier lugar perteneciente al sistema de prisiones de los EEUU, mi nombre oficial es #89637-132. Poca imaginación, inspiración, ahí. Mi nombre cristiano, aunque no me considero cristiano, es Leonard Peltier. El apellido es francés, de los cazadores de pieles y viajeros franceses que atravesaron nuestro país hace más de un siglo, y estoy orgulloso, también, de esa sangre sagrada. El apellido es una abreviatura de Pelletier, pero ha terminado pronunciándose, a la americana, Pel-ti-er.¹ Mi nombre me lo dio mi abuela, que dijo que lloraba tan fuerte de niño que le recordaba a “un pequeño león”. Me llamó Leonard, dijo, porque sonaba a “corazón de león”.² Aunque mi sangre es predominantemente ojibway y dakota sioux, también me he casado con, y he sido adoptado por las maneras tradicionales del pueblo lakota sioux. Todo el pueblo lakota/dakota/nakota, también conocidos como sioux, es una gran nación de naciones. Nosotros, los indios, formamos muchas naciones, pero un solo Pueblo. Yo mismo fui criado en reservas tanto sioux como ojibway (chippewa) en la tierra que conoces como América. Me gustaría decir con toda sinceridad, y sin ser irrespetuoso, que no me considero un ciudadano americano. Soy un nativo de la Isla de la Gran Tortuga. Soy de los Ikce Wicasa, el Pueblo Común, el Pueblo Original. Nuestra tierra sagrada está bajo ocupación, y ahora todos somos prisioneros, no sólo yo. Aun así, adoro ser un indio, a pesar de todas sus cargas y responsabilidades. Ser un indio es mi mayor orgullo. Le doy las gracias a Wakan Tanka, el Gran Misterio, por hacerme indio. Amo a mi gente. Si debes acusarme de algo, acúsame de eso, de ser un indio. Me declaro culpable de ese crimen, y únicamente de ese crimen. -----------1. En inglés: Pel-teer (N. del T.) 2. En inglés Lion-hearted, pronunciación similar a “Leonard”. (N, del T.)

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Mi crimen es ser un indio. ¿Cuál es el tuyo?

Capítulo XIV Cuando creces indio, aprendes rápidamente que el llamado Sueño Americano no es para ti. Para ti ese sueño es una pesadilla. Pregúntale a cualquier niño indio: estás paseando por una calle de algún pequeño pueblo fuera de la reserva y de pronto este policía blanco te viene, te agarra por tu pelo largo, te empuja contra un coche, te cachea, te da un par de buenos golpes en las costillas con su porra, y luego te echa de ahí con una sarcástica advertencia: “¡Cuidado con lo que haces, Tonto!”.¹ Él no le hace eso a los niños blancos, sólo a los indios. Le puedes oír riendo a gusto mientras sales cojeando de allí, agarrando tus costillas doloridas. Si vas de listo cuando te molestan, te mandan directo al talego. Mantén a esos indios en su sitio, ya sabes. La verdad es que realmente nos necesitan, ¿Quién si no llenaría sus cárceles y prisiones en lugares como las Dakotas y Nuevo México si no tuviesen indios? ¡Piensa en todos los maderos y jueces y guardas y abogados que estarían sin empleo si no tuvieran indios que oprimir! Mantenemos el sistema en marcha. Ayudamos dándole al sistema americano de injusticia los criminales que necesita. Al menos, ser carne de presidio es algún tipo de razón de ser. La prisión es la única universidad, la única escuela de educación social que muchos jóvenes hermanos verán. Lo mismo para los negros y latinos. Los supuestos latinos, claro, eso es lo que el hombre blanco llama a los indios que viven al sur del Río Grande. Los libros del hombre blanco te dirán que sólo hay dos millones y medio o así de indios aquí en América. Pero hay más de dos cientos millones de nosotros aquí mismo en el hemisferio occidental, en las Américas, y cientos de millones más de población indígena sobre esta Madre Tierra. Somos el Pueblo Original. ¿Cómo es que no se nos representa en nuestras propias tierras, y no tenemos un asiento, o muchos asientos, en ----------1. Personaje indio popular en EEUU. Fue creado en la década de 1930, empezando en radionovelas y continuando en series de televisión y cine. Marcó el estereotipo étnico del “indio bueno” y fiel acompañante del hombre blanco, en este caso del Llanero Solitario (The Lone Ranger). (N. del T.)

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las Naciones Unidas? ¿Cómo es que solamente se nos permite mandar a nuestros delegados a prisiones y a cementerios? Es bastante extraño que siendo oprimidos por la misma gente, nosotros los indios a menudo acabemos peleando el uno contra el otro por los pocos incentivos que nos quedan en prisión o en la sociedad en general. “¡Ponerles uno frente al otro y dejarles peleándose mientras les robamos todo! Ésa ha sido la estrategia del hombre blanco durante quinientos años, y, oye, ¡les ha salido condenadamente bien! Así, cuando creces indio, no tienes que convertirte en criminal, ya eres un criminal. No conoces nunca la inocencia. Yo me crié en un mundo como ése. Es un mundo que la mayoría de gente blanca no ve y nunca conocerá. Sólo cuando pasan en coche por una “rez”1 india al ir de vacaciones a ver las cuatro caras blancas presidenciales que profanan la cara de la montaña sagrada que ellos llaman Monte Rushmore, nos miran boquiabiertos. No paran a decir hola. No saludan con la mano. No sonríen. Nos miran boquiabiertos. “¡Mirar!” los padres a los niños mientras pasan en su coche reluciente, señalándonos con el dedo, “¡Ahí hay un indio!”.

---------1. Abreviatura coloquial para reservation: . (N. del T.)

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Capítulo XV La gente atraviesa una reserva conduciendo y ve media docena de coches viejos en el jardín delantero de alguna familia india y sacuden sus cabezas, diciendo, “Estos indios sucios, ¿cómo pueden vivir así? ¿Por qué no se deshacen de esa chatarra?”. A lo mejor esa gente, tan rápidos para juzgar, no entienden las avanzadas matemáticas de ser pobre. No se dan cuenta de que no te puedes permitir comprar o reparar comercialmente un coche; puede que para mantener un cacharro marchando en la carretera necesites seis u ocho chatarras del jardín. Esas chatarras del jardín adquieren un valor especial a ojos indios: son la fuente de ese artículo con el que es tan difícil dar y que es casi sagrado en tierra india, el transporte. Sin ruedas, ahí fuera en las distancias vacías de la rez, te quedas completamente aislado. Cuando se rompe el único coche que funciona de la familia, una de esas chatarras del jardín pueden proporcionar precisamente la parte que se necesita para que Papá pueda conducir setenta millas cada día para ir a la ciudad, a su trabajo de baja categoría, y así pueda ayudar a alimentar a su, a menudo, hambrienta familia. Para tal familia, esas chatarras en el jardín representan la supervivencia. Además, con frecuencia hay alguna tía mayor en la familia que duerme, incluso vive, en esos viejos trastos. Y si abres el maletero o la guantera, a menudo te encontrarás filas primorosamente ordenadas de maíz indio y judías, salvia y hierba aromática, dispuestas allí como buenas joyas. Hay cierta poesía en esas chatarrerías. Esos viejos coches pueden contener cosas sagradas en sus interiores oxidados. Algo así como nosotros los indios. Recuerda eso la próxima vez que conduciendo por una rez y veas esa chatarra en el jardín. Es sagrada también.

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Capítulo XVI Yo nací el 12 de septiembre de 1944 en Grand Forks, Dakota del Norte. Mi padre. Leo, era tres cuartos Chippewa (ojibway) y, como siempre nos decía, un cuarto francés. Mi madre, Alvina Showers, era de madre dakota sioux y de padre chippewa. Cuando yo tenía cuatro años mis padres se separaron, luego se divorciaron, y mi hermana Betty Ann y yo nos fuimos a vivir con los padres de mi padre, Alex y Mary Dubois-Peltier, a la reserva de Turtle Mountain, a unas cuatro millas al norte de Belcourt, Dakota del Norte. En la Manera India, los abuelos frecuentemente crían a los niños; los viejos conocimientos se pasan no tanto de padres a hijos como de abuelos a nietos. Eso es, en parte, por lo que respetamos a nuestros Ancianos. En nuestra manera, cuando envejeces, te conviertes en un Anciano, y eso es algo a lo que aspirar durante toda tu vida. Así que ser criado por mis abuelos, “Gramps” y “Gamma”, como les llamábamos los niños pequeños, fue una de las cosas verdaderamente bellas de mi vida. Gamma me enseñó las viejas canciones e historias, y hasta un poco de medicina. Gramps me llevaba de caza, me enseñaba a hacer cosas, a cómo sobrevivir tú solo en el campo. De niño, hablaba con soltura el métis, una mezcla de francés e indio, así como inglés, también hablaba algunas palaras de sioux, ojibway y francés. Como cada lengua te da una visión diferente de la realidad, pronto me di cuenta de que había muchas realidades a las que debía hacer frente en esta vida, la mayoría desagradables. En aquellos momentos, nuestra familia solía trabajar en los campos de patatas, emigrando en la temporada de recolección de la reserva hacia el Red River Valley. Recogías las patatas con la mano, ganando solamente de ocho a diez centavos por cada treinta y cinco kilos. Cuando era pequeño mi trabajo consistía en correr por delante y sacudir las patatas para que se soltasen de las matas y así los otros pudieran venir a recogerlas más rápidamente. Entonces vivíamos en una casa de troncos pequeña, de unos veinte pies por quince. Sin agua corriente ni electricidad. Cargábamos el agua desde un lejano manantial o pozo. Cortábamos y acarreábamos leña para calentarnos y para 83

cocinar. Trabajaba largas horas, crecí grande y fuerte, y no tuve quejas concretas sobre la vida, dura como era. Desde mis años más tempranos, vivir cada día era cosa de supervivencia. Así es como era. Resultaba natura. Esa vida dura me convirtió en un superviviente. He sido superviviente desde entonces. Se me educó tanto en la religión cristiana como en la religión tradicional india. Mi abuela creía en la religión tradicional india y también era católica. Todo el mundo sabía que si eras católico, o al menos cristiano, obtenías más ayudas del gobierno. Yo asistía a ambos servicios religiosos. Gamma realmente no obtenía el alivio espiritual que buscaba con la religión católica así que no dejó de ir nunca a las ceremonias indias. Ella visitaba a menudo a un hombre medicina debido a problemas médicos. Así es como me introduje en la religión india. También se me indujo a la religión católica, pero eso es algo en lo que perdí la fe a una edad temprana. Debía tener nueve años. Recuerdo pensar que yo nunca podría ser un buen creyente católico; todo parecía tan duro y alejado y desprovisto de afecto humano, al menos en lo que concernía a los indios. No quiero criticar a los católicos; esto es solo como lo veía un niño. Puede que fuesen mucho más duro en mis tiempos que hoy en día. Comprendo que ha habido cambio con los años, no lo sé. Por el bien de los niños indios que aún quedan cuidados parroquiales, así lo espero. En cualquier caso, siempre me sentía más en casa, más a gusto, con la religión india; me hacía sentir como que pertenecía, como que se me quería como indio, y también resultaba cariñoso y afectuoso y maravillosamente místico y unido a nuestra Madre la Tierra y a nuestro Abuelo el Cielo y a Wakan Tanka, el Gran Misterio. Y, en la cabaña de sudar y en la Danza del Sol, me enseñó a tratar con el dolor, algo de lo que el hombre blanco siempre se encargaría de que tuvieses tú, como indio, en cantidad. Nuestros Ancianos hablaban de las Instrucciones Originales que Wakan Tanka nos dio a nosotros, ¡y de cómo la primera Instrucción de todas es sobrevivir! Esos mismos Ancianos nos enseñaron que no estamos aquí para preservar nuestra tradición, sino para vivirla. Aquellas lecciones de los Ancianos me han sido útiles a lo largo de mi vida. Las he necesitado a menudo, y sin duda seguiré necesitándolas. 84

Capítulo XVII En torno a 1950, en tiempos particularmente difíciles en la rez, mi abuelo se llevó a la familia a Montana, esperando hacer algo de dinero allí trabajando en las minas o cortando leña. Vivimos durante algún tiempo en Butte, donde, a los seis años, metí a todos en problemas al negarme a echar a correr cuando tres niños blancos empezaron a tirarme piedras “¡Vete a casa, sucio indio!” se reían, usándome para lo que imaginaron que sería una diana indefensa. Me dieron varias veces hasta que cogí una pequeña roca, la verdad, tan sólo un guijarro grande, y lo mandé silbando de vuelta a ellos, defendiéndome. Y vaya si no le di a uno de ellos, zas, en la patilla. Se podía ver la sangre cayendo por su cara y él chillaba como si estuviera a punto de morir. Yo estaba aterrorizado. Corrí a casa, me escondí bajo la cama, y recé y recé para que ese niño blanco no muriera. “Oh, ¡deja que viva!” recuerdo exclamar. “¡Deja que viva!” Algo después, llegó un automóvil grande y reluciente que aparcó delante de nuestra pequeña casa alquilada. Los automóviles grandes y relucientes siempre han anunciado algún peligro para los indios. Una mujer blanca se bajó. Ella gritaba y chillaba y continuaba así, amenazando con que iba a hacer que me metieran en un reformatorio e insultando a Gamma llamándola “estúpida puta” y “asquerosa squaw”, y cosas así. Cuando se marchó, gritó que iba directamente a la policía, a hacer que todo “sucia pandilla”, fuera arrojada a la cárcel. Escuché todo aquello desde debajo de la cama, temblando durante todo ese rato. Cuando Gamma entró exigiendo saber qué había sucedido, yo estaba demasiado asustado hasta parar hablar. Tan sólo me llevé la mano a la boca. Esa fue una de las pocas veces que Gramps me pegó; por lo general, palabras y una mirada dura eran todo lo necesario para mantener la disciplina en nuestra familia. Pero es vez Gramps, me dio realmente una buena con unas correas de caballo. Mantuve la mano cubriéndome la boca durante todo la azotaina para no llorar, y realmente me dio duro. AI final le conté lo que había pasado. Él sacudió la cabeza con

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lágrimas brotándole de los rincones de sus ojos, y luego sonrió con la sonrisa más triste y acarició mi cabeza. Me dijo que no estaba equivocado, pero que aun así no debería haberlo hecho, el haber devuelto esa piedra. Debería haber pensado en la familia. Ahora todos tendríamos que recoger las cosas rápidamente y salir de allí antes de que llegase la ley y hubiese problemas. “Se supone que no debes irritar a esos chicos blancos, niño”, dijo Gramps. “Ellos volverán por ti cada vez. Así es como son”. Recogimos todo y nos dirigimos de vuelta a Dakota del Norte esa misma tarde. Nadie me reprendió por ello nunca más. De hecho, mi hermana aplaudía con sus manos y me declaró un héroe. “No un héroe”, dijo Gramps, “¡es un guerrero!”. Eso me enorgulleció enormemente. Después de que Gramps muriera de neumonía cuando yo tenía ocho años, la vida se volvió muy dura para nosotros. Mi abuela se quedó sola. Hablaba muy poco inglés, apenas tenía ingresos, y trataba de criar a tres niños pequeños, yo, mi hermana, y nuestra prima Pauline. Yo trataba de buscar provisiones con mi tirachinas, consiguiendo ocasionalmente alguna ardilla o a lo mejor algún pequeño pájaro, que por lo general Gamma usaba para darle sabor a lo que en teoría era una sopa vegetal. Nunca pude cazar un conejo con mi tirachinas, como los grandes y gordos que Gramps había conseguido vez con su arma de un solo tiro del calibre 0,22, pues a Gamma le encantaba el estofado de conejo. Dados los fríos inviernos de Dakota del Norte, el hambre se convirtió en un problema verdaderamente grave para nosotros. No teníamos ni leche, y apenas nada más. Yo pensé que aquel dolor de retortijiones en mi tripa era sólo la manera como debiera sentirme. Un día, en el otoño de 1953, un coche grande y negro del gobierno vino y nos llevó a los niños al internado del Departamento de Asuntos Indios (Bureau of Indian Affairs-BIA) de Wahpeton, Dakota del Norte. Recuerdo a Gamma llorando en la puerta mientras veía cómo ellos se nos llevaban de allí. No teníamos maletas, sólo hatos. Lo primero que nos hicieron al llegar allí fue cortarnos nuestro pelo largo, nos dejaron desnudos, luego nos lavaron en polvos DDT. Pensé que iba a morir. Ese lugar, ya te digo, era muy, muy estricto. Parecía más un reformatorio 86

que un colegio. Te pegaban en el trasero con una vara por la más mínima infracción, aunque sólo fuera por mirar a alguien en el ojo. Eso era considerado insubordinación, tratar de relacionarte con otra persona como un ser humano. Considero mis años en Wahpeton como mi primer encarcelamiento, y fue por el mismo crimen que todos los demás: por ser indio. Teníamos que hablar en inglés. Se nos pegaba si se nos sorprendía hablando en nuestra lengua. Aun así, lo hacíamos. Nos escabullíamos detrás de los edificios, como los niños que hoy en día se escabullen para fumar detrás del colegio, y allí nos hablábamos en indio unos a otros. Supongo que ahí fue donde me convertí en un “criminal endurecido” como me llama el FBI. Y se podría decir que la primera infracción en mi carrera criminal fue hablar mi propia lengua. ¡Ahí tienes un acto de violencia!

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Capítulo XVIII Tras graduarme en Wahpeton en 1957, me marché a Flandreau, Dakota del Sur, donde terminé el noveno grado. Luego regresé a casa, a la Reserva Turtle Mountain, donde mi padre había vuelto a vivir. Supongo que estaba convirtiéndome en un adolescente de lo más normal. Quería un coche, y construí uno a partir de piezas sueltas. Me volví tan bueno en esto que más tarde, en Seattle, me metería en el negocio comercial de talleres de reparación. Como joven adolescente que vivía en la rez, asistí a un montón de powwows¹ y ceremonias religiosas, pero también fui a los bailes de colegios mayoritariamente blancos y escuchaba un montón de rock en la radio: Elvis, los Everly Brothers, y Buddy Holly eran algunos de mis favoritos. Me atraían ambas culturas. Me encontré atrapado entre las dos, la verdad, y como tantos de mis hermanos y hermanas indios, estuve a punto de ser desgarrado por las contradicciones y conflictos que había entre ambas y que yo veía tanto en el mundo exterior como lo sentía en mi interior. Esto sucedía durante los últimos años de la administración de Eisenhower, cuando el Congreso aprobó una resolución que fue firmada por el presidente Eisenhower para “terminar” con todas las reservas indias y “realojarnos” fuera de nuestras tierras, en las ciudades. Esas palabras de pronto se convirtieron en las más importantes, y más temidas, de nuestro vocabulario: 'terminación" y "realojo". Puedo pensar en pocas palabras más siniestras en la lengua inglesa, al menos para gente india. Supongo que los judíos de Europa debieron sentir algo similar al oír a los nazis hablar de “solución final” y “realojamiento en el Este”. Para Nosotros palabras suponían un asalto a nuestra existencia misma como pueblo, un intento de erradicarnos. Se nos dieron dos elecciones: bien trasladarnos o morir de hambre. Más tarde, las sentencias de los tribunales declararían ------1. Bailes con tambores y cantos tradicionales, feria, rodeo u otro tipo de reunión tribal o intertribal. Abarcan desde pequeños actos hasta grandes eventos. (N. Del T.)

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esta medida obligatoria completamente ilegal, que lo era, pero eso no nos reconfortó entonces. Rogamos al gobierno que nos dejara quedarnos en nuestra tierra y que se creara algo de empleo en la reserva, como habían prometido hacer, pero todo esto fue en vano. Acudimos al Departamento de Asuntos Indios (BIA) pidiendo ayuda pero éstos eran los últimos, parecía ser, con intención alguna de ayudarnos. No es ningún accidente que el BIA surgiera años atrás, alrededor de 1800, como parte del Departamento de Guerra. Aún hoy continúan haciendo la guerra contra nosotros. Para implementar su medida inhumana, a finales de la década de 1950 el gobierno federal cortó el ya de por sí exiguo suministro de víveres y artículos de consumo, la mísera y pequeña “paga” que nos prometieron en aquellos tratado para recompensarnos por todo el vasto y sagrado continente que habían robado. El hambre era lo único que teníamos en cantidad; sí, de eso había mucho para andar de un sitio a otro, había suficiente para todos. Cuando las frenéticas madres llevaban a sus hijos con el vientre hinchado a la clínica, las enfermeras sonreían y les decían que sus hijos solo tenían “gases”. Una niña pequeña que vivía justo al lado de nosotros en la reserva murió de desnutrición. A mí me suena “terminación”. La “terminación” no era nada nuevo en las relaciones rojosblancos, la verdad. Habían tratado de terminar con nosotros desde 1492. Siempre han querido deshacerse de nosotros, y supongo que nunca dejarán de hacerlo. A la gente india se le ofreció dinero para marcharse de la rez y mudarse a ciudades como Minneapolis, Milwaukee, Cleveland, Los Ángeles y Chicago, donde estaban esperándonos todas esas maravillosas chabolas dentro de la ciudad y esas malas calles. Con la reserva bajo amenaza de terminación, la vivienda quedó severamente limitada. Nuestras tierras estaban siendo arrendadas directamente, pasando de ser nuestras a pertenecer a ganaderos blancos y a intereses mineros, o estaba siendo anexada por el gobierno de EEUU. Mi familia, como muchas otras, acabó sin un lugar en el que quedarse. Estábamos siendo claramente forzados a abandonar la rez y dirigirnos a los nuevos “guetos rojos” urbanos que iban brotando y donde el gobierno tenía tantas ganas de mandarnos. A veces 90

íbamos de un pariente a otro, a veces dormíamos en el coche. Yo tenía catorce años, entonces. Mi padre, que había vuelto a vivir con nosotros, había comenzado a acudir a reuniones de la comunidad en la reserva en las que se discutía la decisión del gobierno de terminar con Turtle Mountain. Yo iba con él a esas reuniones, más bien para comer los escasos y pequeños aperitivos que servían en esas ocasiones que para escuchar los argumentos políticos. Pero en una de ellas probé a escuchar un poco, para variar, y algo comenzó a despertarse dentro de mí, algo aún más profundo que el hambre en mi tripa. Algunas mujeres sollozaban en alto que tenían niños muriendo de hambre en casa. Una mujer ojibway, una prima mía, lo recordaré siempre, se levantó enfadada y preguntó con una voz fuerte, emocionada y llena de lágrimas ¿Dónde están nuestros guerreros? ¿Por qué no se levantan y luchan por su pueblo hambriento? Eso mandó vibraciones eléctricas desde mi cuero cabelludo, pasando por mi espina dorsal, hasta mis plantas de los pies. Fue como una revelación para mí, el que realmente hubiera algo que hacer con tu vida que valiera la pena, algo más importante que vivir tu propia y pequeña vida egoísta día a día. Si, había algo más importante que tu pobre y miserable “tú mismo”: tu Pueblo. ¡Realmente podías levantarte y luchar por ellos! Ahora bien, eso era algo que yo no había aprendido, y en la sociedad general, que ser indio era algo de lo que tendría que estar avergonzado, algo que debería dejar a un lado por mi propio bienestar. “¡Mata al indio para salvar al hombre!”, “¡ése era su lema oficial!” Y ahora, aquí estaba esta mujer desafiándome hasta las raíces de mi ser con la noción del Pueblo. Sí, el Pueblo, el Tiospaye como llaman los lakota a la familia extendida y, por extensión, como vería años después, a todo el pueblo indio, a pueblos indígenas, a todos los seres humanos de buen corazón. Prometí solemnemente, justo entonces y allí mismo me convertiría en guerrero y que siempre trabajaría para ayudar a mi gente. Es una promesa que he tratado de mantener lo mejor posible. Durante esa misma época, renové mi interés hacia la religión india y hacia la Manera India, tomando parte en las ceremonias y notando algo que resonaba como un eco muy dentro de mí. Una noche de 1958, unos pocos amigos y yo nos 91

escapamos a ver la Danza del Sol en Turtle Mountain, que se celebraba secretamente porque había perforación, algo que era ilegal en esos tiempos. Atisbamos algunos primeros planos de los participantes en la Danza del Sol, con regueros de sangre chorreando por su pecho. Me impresionó que nadie estaba chillando o gritando o quejándose. Esos tipos parecían ferozmente orgullosos; les envidié y me prometí que algún día yo participaría en la Danza del Sol. Luego, mis amigos y yo fuimos arrestados por la policía del BIA cuando salíamos de las tierras de la Danza del Sol. Alegaban que estábamos borrachos, una completa mentira, y nos encerraron en la cárcel toda la noche. Tenían miedo de arrestar a los que celebraban la Danza del Sol, que seguro que hubieran montado pelea, pero nosotros, jóvenes adolescentes, estábamos allí, y éramos indios, así que ¿por qué no arrestarnos? Y eso hicieron. Ahí estaba yo, aún no había cumplido los quince, y ya estaba teniendo experiencia en directo con cargos criminales inventados por el gobierno y con falsos encarcelamientos. Empecé a darme cuenta de que mi verdadero crimen era simplemente ser quien era, un indio. Así que hablar mi lengua fue mi primer crimen, y practicar mi religión fue el segundo. Cuando, durante ese invierno, también fui arrestado por sacar con sifón algo de gasolina diesel para calentar la casa helada de mi abuela, fui apresado nuevo y pasé un par de semanas en la cárcel. Esa fue mi primera condena de tiempo difícil. Por lo que intentar que mi familia no se congelara de frío fue mi tercer delito, el tercer strike1 contra mí. A partir de entonces, se me consideraría “incorregible”. Mi carrera como un “criminal endurecido” ya estaba bien avanzada. Durante el tiempo de recolección había planeado ir a trabajar a los campos de patatas y así ganar dinero para comprar ropa y poder volver al colegio. Pero en 1958 hubo una helada temprana en septiembre, que vino seguida de una ventisca, y todo ello mató los cultivos. Sin trabajo, me quedé sin dinero. El invierno se avecinaba con rapidez y se prometía duro. No había -----------1. Referencia al béisbol: tercer intento de golpe que de ser fallado eliminaría al bateador. (N. del T)

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modo de que pudiera regresar al colegio. Solamente tenía harapos con los que vestirme. Recuerdo que me había ido interesando cada vez más y más en el arte indio, especialmente en la pintura. Incluso una vez, cuando era aún un niño pequeño, había encontrado una navaja en la basura, la afilé y comencé a tallar piezas de madera, pequeñas estatuillas de búfalos y perros y pájaros, cosas así. Aprendí a dibujar antes de saber leer o escribir, y para mí era una especie de forma de comunicarme. En las clases de arte del colegio yo era un estudiante de sobresaliente. Me impresionó especialmente un hombre en particular al que conocí en la Reserva de Fort Totten y que iba por las casas de la gente, pintando dibujos a cambio de cuarto y comida. Me fascinó su estilo de vida y la manera de comunicarse con la gente a través de su arte. Ésa, decidí, sería la vida más maravillosa, solamente viajando de un lado para otro y ganándote la vida como artista. Soñador como era yo, escribí a una escuela de arte en Santa Fe de la que había oído hablar y traté de conseguir una beca. Me contestaron que no, pero que probase de nuevo. Lo intenté otra vez, al cabo de un tiempo. Recibí la misma respuesta: no. A menudo pienso cómo hubiera sido mi vida si tan sólo hubiera conseguido esa beca.

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PARTE IV Meterse en política Durante el sitio de Wounded Knee más de doscientos cincuenta mil tiros fueron disparados contra nuestra gente por oficiales de justicia de los EEUU, por agentes del FBl, por la policía tribal, por los GOONs y por vigilantes blancos. Estos chicos no bromeaban. Y nosotros tampoco

Capítulo XIX En 1959, cuando yo tenía quince años, mi madre se mudó a Portland bajo el programa de realojo del gobierno. Ahorré dinero para el billete de autobús y me dirigí hacia el Oeste para reunirme con ella. Recuerdo que al llegar a Portland, me quedaban exactamente diez centavos a mi nombre y un número de teléfono que mi madre me había dado para contactarla. Paseé por Portland, fascinado por los altos edificios y por el ajetreado puerto fluvial. Bien podría haber sido un planeta diferente por lo poco que se parecía a la rez. Pronto emprendí mi propio camino, trabajando durante un tiempo en California como trabajador emigrante antes de acabar en Seattle, donde estuve una temporada en la construcción para luego convertirme en dueño compartido de una tienda de piezas para coche. Usábamos el segundo piso, encima del garaje, como una casa de paso para indios en necesidad, y siempre había muchos. Empezamos a hacer reparaciones para amigos sin apenas cobrar, y en poco tiempo nos habíamos metido en tantas deudas que tuvimos que cerrar la tienda. Mi único intento de capitalismo había terminado, se fue a pique debido a esa debilidad india: compartir con los demás. Es una costumbre que significa que somos ricos como pueblo, pero pobres como individuos. Recuerdo una noche en la que, viendo la televisión, pillé una sección de las noticias locales en la que una joven india chillaba y lloraba, con sangre corriendo por su cara debido a los porrazos de la policía, se le estaba arrestando por parte en una protesta a favor de los derechos de pesca nativos. La policía fue brutal mientras detenía a esta gente sólo trataba de proteger sus derechos tradicionales. Vi cómo se empujaba y golpeaba a niños nativos de un lado para otro, mientras ellos caían sobre sus rodillas ensangrentadas tratando de defender las redes de pesca y barcas de sus padres. Me desgarraba el corazón escuchar sus estridentes y aterrorizados gritos mientras rogaban desesperadamente a la policía que dejasen sus redes y barcas, su manera de ganarse la vida, en paz.

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Mientras lo observaba con un creciente asombro, totalmente alarmado, me enteré de que esta gente nativa del Noroeste estaba tratando simplemente de mantener los derechos que les estaban claramente garantizados por tratados formales y aún obligatorios del gobierno de los EEUU. Durante todo este tiempo turbulento yo había visto lo que el gobierno estaba deseando hacerle a gente inocente si percibían que esos individuos pudieran suponer de modo alguno una amenaza económica o social. Los pescadores deportivos y comerciales se quejaban. Decían que los indios estaban pescando demasiados peces (en realidad, ¡menos de 1% de la pesca total!). Exigían que esto terminara, dándoles igual que esa población nativa tuviese o no derechos legales para pescar en los lagos y ríos, y dándoles igual el hecho de que, a cambio de ese derecho legal y poco más, ellos habían cedido casi la totalidad del terreno del Noroeste. El reportaje televisivo mostraba, en duro contraste con la pequeña embarcación de los pescadores indios, las redes de dos a tres millas de largo y los enormes barcos de pesca usados por los pescadores comerciales. Para presionar por sus derechos, la población india local llevo a cabo una serie de “sentadas de pesca” que habían provocado en el otro bando la campaña feroz de violencia contra ellos apoyada por el gobierno. Aunque me había mantenido alejado de la política para ganarme la vida, esa escena que vi en televisión fue un despertar para mí, una descarga eléctrica sobre mi durmiente alma nativa. A pesar de que era joven, sentía que ya no podía ignorar más la lucha nativa mientras que un solo indio estuviera siendo maltratado. Como tantos otros que también recibieron esta sacudida, saliendo de su sumisión y letargo e indiferencia durante la década de 1960, me uní a la lucha por los derechos civiles, humanos e indios. Decidí que donde quiera que yo fuese en América a partir de entonces, haría todo lo posible por ayudar a mi gente.

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Capítulo XX Durante la mayor parte de la segunda mitad del siglo XX el gobierno había tratado de librarse de nosotros depositándonos en las multicolores montañas de basura raciales del interior de las ciudades, pero el resultado no intencionado del realojo creó una nueva corriente de ideas que fluía entre el mundo exterior y las reservas aisladas. Esta nueva clase inferior de “indios urbanos” creció rápidamente en el desparpajo político, volviéndose parte del amplio espectro de movimientos activistas, incluso activistas militantes, que estaba surgiendo entonces por toda la sociedad en general. En vez de reaccionar a la defensiva a los términos elegidos por el hombre blanco como “terminación” y “realojo”, los indios de dentro y fuera de la rez empezaron a hablar seria y pasionalmente de “soberanía” y de “derechos de tratado”, de “compensaciones” así como de la “devolución de las tierras ancestrales”. El Movimiento Indio Americano (AIM) nació a partir de todo alboroto, primero en Minneapolis, fundado por Clyde Bellecourt, Dennis Banks y George Mitchell, todos ellos ojibway, y graduados por esa escuela de educación social, la penitenciaría del estado de Minnesota, expandiéndose luego a otros centros urbanos del país, atrayendo, de hecho, creando, un “fichero de delincuentes” de activistas nativos completamente nuevo. El intento de destruirnos sólo nos había hecho más fuertes, más atentos, más dedicados. Cada uno de nosotros estaba deseando dejarse la vida por nuestra causa, que era la supervivencia misma de los pueblos indios. A partir de estas raíces, mi implicación en una serie continuada de grupos políticos y de actividades, siguiendo el estilo del AIM estaba asegurada. El crecimiento del movimiento indio y de la historia del AIM están entrelazados con mi historia personal. A mediados de la década de 1960, yo trabajaba en el Noroeste en la lucha por los derechos de pesca indios. A finales de esa década, andaba activo en el movimiento anti-guerra. En 1970, cuando la toma de la Isla de Alcatraz aún se estaba desarrollando, reclamamos como tierra india un terreno excedente a las afueras de

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Seattle, en Fort Lawton. Nuestra inspiración y nuestra estrategia seguía el ejemplo y mensaje de los líderes del AIM, gente como Dennis Banks, John Trudell, Russell Means, Eddie Benton-Banai, Clyde y Vernon Bellecourt, todos ellos hombres imperfectos sin duda, pero hombres cuya visión, valentía y palabras apasionadas, palabras incluso incendiarias, dieron voz a toda una generación de activistas indios, yo incluido. Y así, de la aparente muerte vino una nueva vida, una nueva visión, un nuevo florecer de la Manera India. En vez de desaparecer, de disolvernos como pueblo, como se esperaba que hiciésemos, encontramos una nueva conciencia social y un nuevo sentido de nosotros mismos en la cazuela humana de las ciudades. Bajo el ojo del Gran Hermano del BIA en las reservas, nos volvimos políticamente experimentados en la vida callejera. Éstos eran los tiempos, recuerda, del movimiento anti-guerra en el Vietnam, de la New Left, del Black Power, de la manifestación en la Universidad de Kent State,¹ asunto Watergate, del Symbionese Liberation Army² y de los Weathermen³. La noción del Red Power (Poder Rojo) era inevitable. No teníamos ni que inventar una causa. Teníamos una con la habíamos nacido: la supervivencia misma de nuestra gente como Pueblo. Una nueva generación de guerreros-espíritu estaba naciendo y creciendo en el pantano racial de las ciudades americanas, hombres duros y mujeres duras con cerebro, conciencia, elocuencia y agallas que estaban dispuestos a emplear en nombre de esa noción que emergía implacable: el Pueblo. Sí, el Pueblo. Esto no era comunismo. Maldito lo que nos importaba el comunismo. Esto no era anti-americanismo. No ----------1. Manifestación estudiantil de 1970 que fue reprimida con especial violencia por la Guardia Nacional de Ohio que cargó con disparos, provocando una tragedia con cuatro muertes y nueve heridos. (N. del T.) 2. Organización revolucionaria radical violenta formada en 1973. Decían representar a todas las minorías. Conocidos especialmente por el secuestro de la hija del magnate de prensa W.R. Hearst. (N. del. T.) 3. Grupo militante radical formado en 1969 que al hacerse violento se separó de Students for a Democratic Society (principal agrupación estudiantil activista de la New Left) (N. del T.).

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esperábamos nada de América excepto que cumpliese sus propias leyes, su propia Constitución. Esto no era anti-na-da. Esto era pro-indianismo. Algo nuevo, un entrelazado de la Manera India tradicional y los valores espirituales con un desparpajo político urbano y una dedicación absoluta a nuestra causa. Finalmente, el gobierno abandonó su totalmente fracasada política de terminación. Se dieron cuenta de que no estaba funcionando y de que tan sólo estábamos fortaleciéndonos, “endureciéndonos”. Así que la política de terminación cesó. Pero sabíamos que el gobierno se reorganizaría rápidamente y buscaría otras maneras para destruirnos.

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Capítulo XXI Durante aquella época tumultuosa el AIM suponía una molestia trivial para el gobierno de EEUU. Políticamente, no estábamos en ningún lugar dentro de la consciencia nacional, y menos aún de la conciencia. A América realmente no le importaban los indios en absoluto a no ser que llevásemos a cabo tomas como las de Alcatraz, Fort Lawton, la del edificio del BIA en Washington D.C., o la de Wounded Knee. Incluso entonces, el público estaba más divertido o temporalmente escandalizado que verdaderamente preocupado. Su ignorancia e indiferencia permitía, y continúa permitiendo que se fuera desarrollando un cáncer dentro del cuerpo político americano. El gobierno federal, o, para ser más precisos, ciertos elementos dentro de él, se dispuso a destruirnos de múltiples maneras sutiles y otras no tan sutiles. Se escondían detrás de su capa habitual de “seguridad nacional” para llevar cabo su trabajo sucio. Su táctica principal: olvida la ley, la ley es para tontos, subvierte la ley a conciencia para cazar a tu hombre, tan inocente como pueda ser éste; soborna a todo el sistema legal y judicial; miente cuando sea y donde sea mantener el foco de interrogatorio sobre tus víctimas, no sobre tus propios crímenes. Debo admitirlo, han triunfado brillantemente. En el nombre de la Ley, han violado cada una de las leyes y, con su deliberada estrategia de encerrarme, ¿y a cuántos otros inocentes?, en una celda o tumba, han convertido la Constitución de los Estados Unidos en literatura de ínfima calidad. Para Finales de la década de 1960, ya estábamos cansados de que el gobierno estableciera la agenda política. Nosotros decidimos establecer la agenda por nuestra cuenta. Cuando digo “nosotros”, me refiero a cada uno de los que implicamos como individuos, ya fuéramos indios urbanos o de reservas, o aquellos, como la mayoría de nosotros, que andaban atrapados en medio. No existía una organización formal dominante que siguiera normas estrictas, sólo había individuos y grupos de individuos que pensaban parecido trabajaban juntos en un tipo

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de democracia pura, algo así como una desorganizada pero vagamente coherente colectividad de líderes. Eso es lo que el AlM era y es, nada de conspiración subversiva, ni una pandilla radical, sino una colectividad de líderes trabajando en un libre unísono, usando medios materiales para conseguir un propósito político y espiritual: la supervivencia de nuestro pueblo. La gente me pregunta a menudo cuál es, o era, mi posición en el AIM, el Movimiento Indio Americano. Eso requiere una explicación. El AIM no es una organización. El AIM, como su nombre claramente indica, es un movimiento. Dentro de ese movimiento las organizaciones van y vienen. No hay una persona o grupo especial de personas que lleve el AIM. No confundas el AIM con un individuo en particular o individuos que marchen bajo su bandera, sean como sean de dignos o indignos. El AIM es el Pueblo. El AIM estará allí cuando cada uno que ahora vivimos ya no estemos. El AIM alzará nuevos líderes con cada generación. Caballo Loco perteneció al AIM. Toro Sentado perteneció al AIM. Ellos nos pertenecen a nosotros aún, y nosotros les pertenecemos a ellos. Ellos están con nosotros ahora mismo. He escuchado un montón de críticas sobre los frecuentes conflictos entre líderes y portavoces del AIM a lo largo de los años... de hombres como Dennis Banks, Leonard Crow Dog, Eddie Benton-Banai, los hermanos Means y los Bellecourts, John Trudell y los demas. Os puedo decir que ninguno de ellos fue, o es, perfecto, al igual que yo no lo fui ni lo soy. Pero os puedo decir también, que estos fueron los hombres que se levantaron por el Pueblo cuando llego la hora de levantarse. Podrían haberse marchado, desviado la mirada, dado la espalda y haber tomado el camino fácil para salir de ahí. No lo hicieron. Cada uno de ellos se enfrentó de manera individual y, a pesar de los factores en contra, a recibir los golpes que iban dirigidos a su Pueblo. Ellos hicieron suyo el sufrimiento de su gente. Ellos vivieron ese sufrimiento. Como se que fueran y sean sus imperfecciones, deberíamos honrar a esos hombres. Ellos cambiaron el curso de la historia. Ellos nos dieron el orgullo y el creer en nosotros mismos que desesperadamente necesitábamos y ansiábamos. Hicieron un ofrecimiento de sus vidas mismas mediante su carne 104

en nombre del Pueblo, y nos enseñaron al resto a hacer lo mismo. ¡Ellos demostraron que nosotros existimos! Pero, además, y con una gratitud aún mayor, quiero honrar aquí a aquellos cuyos nombres no son tan conocidos, a aquellos que mantuvieron las barricadas en Alcatraz, en Fort Lawton, en Wounded Knee, en Oglala y en miles de otros lugares; aquellos que nunca estuvieron en los titulares pero cuya dedicación, valentía y desinterés representa lo que significa ser indio, lo que significa el AIM, lo que significa el espíritu de Caballo Loco. Cada uno de ellos, hombre y mujer, niño y Anciano, se mantuvieron firmes en momentos de gran peligro y de aún mayores sacrificios, sin esperar ninguna fama personal o recompensa alguna. Ni la recibieron jamás. Lo hicieron por el Pueblo, porque tenía que hacerse, porque no había nadie más para hacerlo. Para muchos de ellos, el único reconocimiento fue que sus nombres fueran grabados sobre una improvisada lápida. Pero entonces, no es verdaderamente acertado que yo diga que los honro, pues son ellos lo que me honran a mí, son ellos los que nos honran a todos. Otro punto que quiero establecer sobre el AIM: en el AIM no hay seguidores. Todos somos líderes. Cada uno somos un ejército de uno, trabajando por la supervivencia de nuestra gente y de la Tierra, nuestra Madre. Esto no es retórica. Esto es compromiso. Esto es quienes somos.

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Capítulo XXII En noviembre de 1972, llevamos nuestras reivindicaciones a Washington, D.C., en una manifestación masiva por los derechos indios. A esa marcha a través del país y a la manifestación la llamamos el “Sendero de los Tratados Rotos”. Nuestro deseo y propósito era montar una serie de reuniones de gran alcance con las agencias del gobierno para discutir una lista de veinte puntos que trataban temas cruciales, incluyendo el replantear el BIA poniéndolo bajo control indio, así como establecer una comisión para examinar las violaciones de los tratados cometidas por el gobierno de los EEUU. Lo que debiera haber sido una reunión pacífica se convirtió en una improvisada sentada cuando los funcionarios del gobierno, sin cumplir sus promesas de vernos, hicieron que los guardias de seguridad del BIA trataran de echarnos del edificio. Cuando éstos empezaron a usar métodos de mano dura sobre nuestras mujeres y Ancianos, la sentada pasó a convertirse en una tensa confrontación. No estábamos dispuestos a dar la vuelta y huir. El espíritu de Caballo Loco estaba con nosotros. Tomamos el edificio de la BIA en pleno centro de Washington, dejamos que todos se marchasen pacíficamente, y lo ocupamos durante cinco días, escandalizando al público americano que, como siempre, estaba totalmente desinformado sobre lo que había pasado, y por qué. En la prensa se nos representó como “matones”, “gamberros” y “militantes violentos”. Si, “saqueamos” el edificio del BIA, buscando y encontrando en abundancia, archivos que revelasen la duplicidad del gobierno al tratar con indios. Amontonamos mesas y todo lo que encontramos para construir barricadas ante la amenaza de asalto por parte del gobierno. Rompimos ventanas selladas para que el gas lacrimógeno no pudiera ser usado para asfixiarnos y ser forzados a salir. La misma policía rompió la mayoría de las ventanas del piso de abajo. Y, claro, algunos de los más jóvenes, enfurecidos por las mentiras del gobierno y por brutales malos tratos, empezaron a romper cosas. Eso lo ramos rápidamente. Recuerdo a Clyde Bellecourt anunciando esto: por

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cada ventana rota en el edificio del BIA, habría diez mil corazones rotos en Tierra India. Debió haber dicho mil, incluso un millón, eso hubiera sido más aproximado. Un Abuelo mayor, una víctima del BIA durante toda su vida, cogió un hacha de incendios, saltó sobre la gran mesa de caoba del comisario del BIA, ¡y la partió en dos! Rió y lloró en éxtasis durante todo ese rato, cantando su canción de la muerte mientras cortaba. “Hale... toma eso... y eso... y eso!” lloraba entre sus gritos sofocados y cánticos, deshaciendo cada antiguo agravio con cada golpe. Era precioso. En ese momento era Caballo Loco encarnado. Fuera, la policía y las unidades especiales de la policía estaban reunidas. Si querían un baño de sangre, estábamos preparados para darles uno. Si asaltaban el edificio, estábamos listos para ofrecerles una lluvia de mesas, máquinas de escribir, archivadores y cócteles Molotov. Algunos de los guerreros se pusieron sus pinturas de guerra. Cada uno de nosotros era Caballo Loco. Viendo nuestro propósito, el gobierno mismo se lo pensó dos veces. ¿Asesinar a cuatrocientos indios en una masacre a pocas manzanas de la Casa Blanca, a tan sólo días de las elecciones presidenciales de 1972? Ni hablar. El FBI decidió acabar esto por el momento, para más tarde cazarnos uno a uno, que, desde luego, fue lo que hicieron exactamente. Es entonces cuando mi nombre, como uno de los jefes de seguridad durante la toma del BIA, apareció ahí arriba en la lista de objetivos secretos como un “agitador” y “extremista clave”. Ya había sido arrestado durante la toma de Fort Lawton. Estaba permanentemente marcado. Finalmente, el gobierno empezó a negociar con nosotros, pero sólo para terminar con la ocupación del edifico del BIA, no para resolver nuestra original lista de agravios de veinte puntos. Sentíamos que al menos habíamos establecido un punto, siendo éste ¡que existimos! Lo habíamos demostrado. El gobierno nos prometió investigar nuestros agravios (cosa que nunca hicieron) y también prometieron no procesarnos por la toma del BIA (una promesa rota como todas las demás). De todas formas, no les creímos. Para reducir la tensión y acabar con su propia vergüenza, nos ofrecieron vehículos y una 108

escolta temprana de la policía para llevarnos a las afueras de la ciudad así como dinero, por debajo de la mesa, para cubrir los gastos de nuestros viajes de vuelta. ¡Algunos de los Ancianos incluso recibieron billetes de primera clase para volver a casa! El gobierno pensó que estaba barriéndonos una vez más bajo la alfombra. Pero esta vez no estábamos dispuestos a ser barridos.

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Capítulo XXIII Tras la toma del BIA, regresé a Milwaukee, donde me había mudado en 1972 para convertirme en gerente de empleo del grupo local del AIM. Encontraba trabajos para gente nativa en los sindicatos y trabajaba en un programa de desintoxicación de alcohol. También me fui metiendo cada vez más en el lado espiritual del AIM, la base espiritual del trabajo político que llevábamos a cabo. En la Manera India realmente no puedes separar estas dos cosas. Lo político y lo espiritual es uno y es lo mismo. No puedes creer en una cosa y luego salir y hacer otra. Lo que crees y lo que haces son la misma cosa. En la Manera India, si ves a tu gente sufrir, ayudarles se convierte en algo absolutamente necesario. No es un acto social de caridad o de asistencia social; es un acto espiritual, una obra sagrada. En la Manera India tenemos a nuestros guerreros y a nuestros jefes de paz; ambos realizan un trabajo sagrado. Pero, yendo aún más allá, a nivel personal, cada indio, da uno de nosotros, es un guerrero y es un jefe de paz. Cada uno de nosotros busca la paz, sí, incluso la reconciliación, con la sociedad dominante, pero también estamos todos y cada uno de nosotros preparados y dispuestos a pelear hasta la muerte por la supervivencia de nuestra gente. Cada indio y todo indio, hombre o mujer, niño o Anciano, es un guerrero-espíritu. En Milwaukee, acabé involucrado en un curioso e inquietante incidente. Acabábamos de regresar hacía unas semanas de la toma del BIA en Washington, D.C., y yo estaba comiendo fuera con un par de hermanos, en un restaurante local. Dos hombres que había sentados en una mesa cercana empezaron a señalarnos, resoplando al reír, y soltando toda una ristra de indirectas e insinuaciones racistas. No había manera de saber que eran policías vestidos de civil. Cuando nos disponíamos a marchar, aquellos dos hombres ya estaban fuera, justo detrás de la puerta principal, impidiéndonos el paso. Seguían señalándonos y resoplando riéndose de nosotros. No había nada sutil en ello. Nos estaban picando, la verdad, mucho más de lo que yo podía imaginarme. Los miré a los dos. Sabía que les podíamos dar una buena paliza. 111

“¿Qué es lo que es tan gracioso?”, les pregunté. Estaba furioso y preparado para la pelea, pues obviamente era lo que buscaban. Pero en el momento en que dije aquello antes de que pudiera dar un solo puñetazo, los cañones de dos pistolas Magnum de calibre 0,357 me estaban apuntando justo a la cabeza. Los dos hermanos se largaron y yo retrocedí metiéndome en el restaurante, figurándome que dudarían en dispararme delante de los testigos. “¡Me rindo! ¡Me rindo!” grité, con las manos levantadas para que todo el mundo pudiera verlo y oírlo. Finalmente anunciaron que eran policías, me esposaron inmediatamente, me arrastraron fuera y me empujaron bruscamente, entrando de cabeza a la parte trasera de un coche celular que ya tenían esperando fuera. Me cachearon, encontraron una vieja Baretta estropeada que le acababa de comprar a un tipo por veinte pavos, esperando poder arreglarla. Los policías luego dijeron que les había apuntado con esa pistola y que les había tratado de dispararles varias veces a bocajarro, pero que la pistola se atascaba. Eso era mentira, por supuesto, la misma mentira que me condujo al falso cargo de intento de asesinato. Como más tarde se demostraría en el juzgado, la pistola, como ellos y yo sabíamos, estaba rota y era inservible. Nunca como ellos y yo sabíamos fui por ella ni para impresionar. Acabé en el suelo de acero del coche celular, con la barbilla sobre él, las manos esposadas detrás de mí, con la cabeza inmovilizada bajo el asiento para protegerme de sus golpes, tratando de escudarme mientras me daban una buena paliza. Perdí la cuenta de cuantos puñetazos, rodillazos, y patadas me habían dado. Más tarde me entere que uno de ellos, pobre hombre, se estropeo tanto la mano que tuvo que pedir día libres. Ya ves, así es como se hace. Nos escogen como blanco, nos colocan una acusación falsa, nos arrastran al juzgado y a la cárcel, nos incriminan, nos arrestan, nos dan una paliza de muerte, nos colocan una acusación falsa, nos empobrecen con gastos legales aun cuando no hemos hecho una maldita cosa. Eso, como luego aprendimos, es el FBI llamó “neutralización”, y, déjame decirte, mientras sólo tengas odio hacia la ley y hacia la misma Constitución de los EEUU, desde luego que puede resultar una estrategia muy efectiva. 112

Mucho más tarde, durante el juicio de Milwaukee, nos enteramos de que una de las novias de aquellos policías había escuchado a uno de ellos fanfarronear la noche anterior diciendo que iba a “cazar a uno gordo” para el FBI mientras agitaba una foto de mí en su cara. Yo podía ver cómo continuaría funcionando la incriminación: cargos falsos, juicio falso, falsa condena. Todo estaba predeterminado; todo lo que yo debía hacer era desempeñar el papel de víctima para ellos. No estaba dispuesto a hacerlo. En aquellos momentos, mi pueblo estaba en plena encrucijada de nuestra historia. Se nos necesitaba a cada uno de nosotros para la confrontación que se aproximaba. Mientras sentado y esposado durante cinco meses en una cárcel Milwaukee bajo esos cargos falsos, la Reserva de Pine Ridge en Dakota del Sur acabó estallando. EI 27 de febrero de 1973 comenzaba la ocupación y sitio de Wounded Knee. Ojalá hubiera podido estar allí. Antes de que las rejas de prisión se hubieran cerrado finalmente detrás de mí, me fugue estando bajo la fianza previa al juicio, fianza que unos amigos, sorprendentemente, me habían conseguido a finales de abril, y, poco después, escape de la ciudad, convirtiéndome, más tarde, en un fugitivo buscando cuando me salté la vista previa al juicio. No me sentía más culpable al escapar de mis opresores de lo que hubiera sentido un judío escapando de la Gestapo en la Alemania nazi. Como ellos, yo estaba siendo perseguido por ser quien era. No fue hasta 1978, después de que hubiera sido condenado y aprisionado bajo esa otra colección de falsos cargos que surgieron del tiroteo de Oglala, cuando iría a juicio por esos originariamente falsos cargos de intento de asesinato en Milwaukee. Se me halló inocente. La mala conducta del gobierno había sido tan evidente y torpe en ese caso que el jurado me absolvió. Para entonces, claro, ya había estado tres años entre rejas bajo los otros falsos cargos. El primer conjunto de cargos falsos hizo de mí un fugitivo y me puso en la lista de los diez más buscados del FBI, también me preparo para la segunda tanda de cargos falsos que me pondría entre rejas durante estos veintitrés años. El mismo “criminal endurecido” que se había atrevido a hablar en su lengua y a practicar su propia religión cuando era un 113

niño estaba siendo ahora, como un hombre joven, cazado como un animal, la verdad, maliciosa de la que se cacé a cualquier animal, por dos crímenes que nunca cometió, dos crímenes que fueron, de hecho, inventados por sus mismos acusadores. Mi vida se había convertido de golpe en una pesadilla, y esa pesadilla no se ha disipado hasta el día de hoy. Años después, en documentos destapados por mis abogados bajo el Acta de Libertad de Información (Freedom of lnformation Act), se descubrió el plan del FBI de mantener a la policía local sometiendo a los líderes del AIM a “cercano escrutinio... arrestarles bajo cualquier cargo posible...”. Empleando el término elegido por el FBI, debíamos ser simplemente “neutralizados”. Eso explica por qué aquellos dos policías me asaltaron en Milwaukee. Oye, sólo estaban haciendo su trabajo: uniéndose a una conspiración ilegal del gobierno para incriminar y encarcelar, o asesinar directamente, a toda una generación de activistas nativo-americanos. Y eso es justo lo que hicieron.

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Capítulo XXIV Cuando salí bajo fianza, el sitio de Wounded Knee estaba en su última fase. Tenía toda la intención de ir para allá para unirme a mis hermanos y hermanas del asedio. Me dolían el corazón y el alma por querer estar allí con ellos. El día que salí de prisión me uní a una manifestación frente al Edificio Federal en Milwaukee, luego empecé a preparar provisiones para la gente de Wounded Knee. Nos encontrábamos de camino hacia allá, con las provisiones, cuando escuchamos en la radio que el sitio había terminado. Me sentía completamente culpable de habérmelo perdido. Yo hubiera muerto felizmente allí, pero ahora no había necesidad para aquello. Mi tiempo de sacrificio vendría muy pronto. Wounded Knee terminó con las muertes de dos de nuestros ocupantes del AIM, Frank Clearwater y Buddy Lamont, ambas producidas por balas de francotirador. Después de que el gobierno prometiese llevar a cabo vistas sobre las violaciones de los antiguos tratados, los jefes tradicionales de Pine Ridge decidieron que ya habían muerto suficientes indios. Los Ancianos, que en un principio habían pedido al AIM que acudiera allí para protegerles de las depredaciones del consejo tribal y de su escuadrón de la muerte llamado GOONs (Guardianes de la Nación Oglala)¹, estuvieron de acuerdo en terminar la ocupación finalmente. El 9 de mayo, tras setenta y un días, los fatigados pero aún orgullosos ocupantes accedieron a salir, sometiéndose a un predeterminado arresto. Wounded Knee II había terminado, aunque su repercusión continúa hasta el día de hoy. Permanece como el evento que marca una línea divisoria en las relaciones modernas rojas-blancas. Según las actas de los tribunales, durante el sitio de Wounded Knee más de doscientos cincuenta mil tiros fueron disparados contra nuestra gente por oficiales de justicia de ----------1. GOONs (Guardians Of the Oglala Nation). Goons, en inglés: . (N. del T.)

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los EEUU, por la policía tribal, por los GOONs y por vigilantes blancos1. Estos chicos no bromeaban. Tras salir de la cárcel de Milwaukee, anduve yendo de acá para allá, entre Dakota del Sur y el Estado de Washington, manteniéndome activo en la lucha. Durante aquel agosto de 1973 participé en la Danza del Sol de Crow Dog's Paradise en la Reserva de Rosebud, al este de Pine Ridge. Ahí, finalmente, fui perforado por primera vez, haciendo realidad el sueño que había tenido desde aquel día cuando, aún un adolescente, había echado una mirada apartando la lona de la tienda de la Danza del Sol de Turtle Mountain. Me sentí transformado, elevado a un nuevo plano espiritual. Ahora no sólo había entregado mi tiempo sino mi esfuerzo y mi dedicación a la causa de mi Pueblo; había entregado mi carne. En ese mismo mes, se expidió una orden formal para mi detención al no haberme presentado a la vista previa a mi juicio, programada en Milwaukee. Ahora era oficialmente un fugitivo. Pero hay muchos escondrijos y rincones en Tierra India donde una piel fugitiva puede refugiarse. Podemos deslizarnos y cruzar de aquí para allá esa frontera invisible y tan real que existe entre los Estados Unidos y la Isla de la Gran Tortuga. Fugitivo o no, intenté ser útil en la lucha que seguía en marcha. Durante algún tiempo volví a unirme a la batalla por los derechos de pesca de los pueblos Nisqually y Puyallup en el Estado de Washington. Aunque los tribunales habían fallado a nuestro favor en el asunto de los derechos de pesca indios, los pescadores deportivos y comerciales continuaron rompiendo nuestras barcas, destrozando nuestras redes, y pegando a gente india, todo ello sin miedo a ser arrestados. Como la ley no nos protegía, hicimos lo que pudimos para protegernos nosotros mismos. Luego me dirigí de nuevo a Dakota del Sur para ayudar a garantizar la seguridad durante el funeral del martirizado Pedro Bissonette, portavoz principal de los jefes tradicionales lakota en Pine Ridge, al que mato la policía del BIA poco antes de que éste -------------1. Miembros y voluntarios de grupos locales no autorizados para mantener la ley y el orden donde las fuerzas de la ley oficial resultan inadecuadas. (N. de T.)

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testificara para la defensa en los juicios que surgieron de Wounded Knee II. Durante el mes de mayo siguiente, regresé a Rosebud durante un tiempo como jefe de seguridad para garantizar que Crow Dog pudiera restablecer la antigua ceremonia de la Danza de los Espíritus, una renovación visionaria que nos dio un sentido poderoso sobre la conexión espiritual e interacción entre Wounded Knee I de 1890 y Wounded Knee II de 1973. Me sentí atraído como guerrero-espíritu hacia toda confrontación. En enero de 1975, me uní a la Sociedad de Guerreros Menominee en la toma de una abadía inutilizada en Gresham, Wisconsin. Al mes siguiente estuve en la toma de ocho días de una fábrica manufacturera que había estado maltratando a sus empleados indios en la Reserva Navajo de Arizona. Una delegación de mujeres navajo vino al AIM y nos contaron historias horribles sobre un grupo de manifestantes navajos, hombres y mujeres que habían sido brutalmente asesinados. Escuchar a estas mujeres suplicando ayuda me arrancó el corazón. De nuevo, hicimos lo posible por ayudarlas. Sí, me mantuve ocupado. No crece mucha hierba bajo los pies de un fugitivo, o bajo los de los de un guerrero-espíritu.

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Capítulo XXV Tras Wounded Knee, la vida en la Reserva de Pine Ridge se volvió aún peor que antes, convirtiéndose en una auténtica pesadilla. Los GOONs incrementaron sus ataques terroristas sobre la población india tradicional y sobre sus defensores. Se estaba matando, lisiando e hiriendo a los miembros del AIM: doscientas sesenta bajas han sido documentadas hasta la fecha. Una niña de nueve años recibió un disparo en el ojo mientras jugaba delante de su casa de troncos de madera cuando los GOONs pasaron conduciendo por allí y ametrallaron la casa. La cifra de asesinatos resultaba astronómica para una Reserva de apenas veinte mil personas. Desde 1977 a 1978 la Oficina de Contabilidad General investigó y documentó sesenta asesinatos de personas indias que habían tenido lugar entre 1973 y 1975; finalmente dejaron de contar y se cerró la investigación por “falta de fondos”. A esta época terrible se la recuerda incluso hoy día como el “reino del terror”. Solamente en marzo de 1975 murieron siete personas de forma violenta, todas ellas quedaron sin explicar a pesar de que, por entonces, el FBI tenía a más de cincuenta agentes plagando la Reserva de Pine Ridge (hasta 1973 sólo habían tenido dos o tres agentes en la zona, o ni tan siquiera). Parece que cuantos más FBIs teníamos alrededor, más asesinatos había. La llamada provino de los Ancianos tradicionales oglala lakota de Pine Ridge, que pedían que el AIM acudiera a la Nación Oglala para ayudarles a protegerse de estos ataques. Unos cuantos guerreros, yo incluido, se ofrecieron a ir. Sin embargo, acudimos allí comprendiendo que no éramos en manera alguna un grupo militar o paramilitar. No estábamos allí para atacar o matar o intimidar a nadie, sino simplemente para mantenernos firmes entre los GOONs y los tradicionalistas, con nuestros cuerpos, con nuestras oraciones, y con un pequeño suministro de armas de defensa. Nos llamábamos campamento espiritual, y eso era lo que verdaderamente éramos. Éramos guerreros-espíritu, no mercenarios. Queríamos la paz, no el conflicto. La violencia provenía del otro lado, no de nosotros.

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Era algo que no tuvo provocación alguna por nuestra parte y que, obviamente, había sido largamente planeado por ellos. Igual de obvio, aquello salió muy mal. No puedo creer que el FBI pretendiera las muertes de sus propios agentes. Su pobre excusa ha sido que estos dos agentes encontraron por error y entraron, sin derecho, en la propiedad aquella mañana simplemente para arrestar a alguien falsamente acusado de robar un par de botas de vaquero usadas. Eso sencillamente no cuela, ni siquiera tenían una orden para su arresto, ni tampoco concuerda con el hecho de que veintenas, hasta cientos, de agentes del FBI, oficiales de justicia, policía del BIA, y GOONs estuvieran, todos, a la espera en los alrededores. Parece ser que creían que podrían entrometerse bajo ese falso pretexto, que conseguirían a alguna prueba de resistencia por parte de nuestro campamento espiritual del AIM, y que luego saltarían sobre el recinto con las fuerzas masivas. Lo calcularon mal, algo que resultó trágico para todos nosotros. En medio de aquel reino del terror que ellos mismo habían orquestado, con coches cargados de GOONs armados y equipados por el gobierno pegando tiros en la reserva día tras día, nosotros, los guerreros-espíritu del AIM, no estábamos dispuestos a quedarnos sentados en silencio a esperar a ver quién iba en esos dos coches sin identificar que aparecieron, sin previo aviso, aquella mañana rugiendo en una nube de polvo y confusión y lanzando balas dentro recinto. Nosotros defendimos a la gente que habíamos venido a defender, y también nos defendimos a nosotros mismos. Nos negamos a ser víctimas pasivas. Algún día las verdaderas razones de su malintencionado asalto, lo que verdaderamente estaba pasando, saldrá a la luz. La respuesta o respuestas, si no han sido aún hechas trizas, pueden estar entre esos más de seis mil documentos del FBI que ellos admiten haber retenido hasta el día de hoy, alejados tanto de nosotros como del público americano, alegando “seguridad nacional”. Lo último que me ha llegado es que ahora reclaman que esos documentos han sido “perdidos”. Desde luego, no fue ningún accidente que, el día antes del tiroteo de Oglala, el jefe del gobierno tribal no tradicional estuviera firmando la entrega de una octava parte de la Reserva de Pine Ridge al gobierno federal, 120

zona que ahora se conoce como Sheep Mountain Bombing Range y que, según parece, es rica en yacimientos de uranio. Muchos de nosotros creemos que el tiroteo en Oglala fue intencionado específicamente como un desvío de atención para ocultar ese negocio ilegal, que no fue revelado al público hasta casi un año después. El escándalo público sobre la muerte de los dos agentes también frustró convenientemente una planeada investigación del Congreso sobre lo que había sucedido en Wounded Knee II en 1973 y en el subsiguiente reino del terror en la Reserva de Pine Ridge que condujo al tiroteo de Oglala el 26 de junio de 1975. La declaración posterior del FBI de que, de alguna manera, habíamos decidido tender una emboscada a sus agentes es absurda, como ellos bien saben. Allí había mujeres cocinando, niños jugando fuera, todas nuestras pertenencias, ropa y objetos personales. De hecho, ahora sabemos (de nuevo, mediante el Acta de Libertad de Información) que un mes antes del tiroteo de Oglala, el FBI había pasado una nota interna que concernía “operaciones paramilitares de fuerzas de la ley” en la reserva. Evidentemente, habían estado preparando este asalto sobre nosotros durante largo tiempo. Y de manera igual de evidente, hicieron una chapuza terrible con todo ello, para su consiguiente desgracia así como para la nuestra.

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Capítulo XXVI Desde entonces, la explotación de uranio a la que nos opusimos a tan alto precio a principios de la década de 1970 ha continuado de manera perniciosa. El pueblo lakota bebe hoy agua contaminada y presenta un índice de problemas durante el embarazo y de abortos espontáneos siete veces mayor que la media nacional. Nuestras Black Hills sagradas, según dictaba el plan maestro, debieran haber sido declaradas un “área de sacrificio nacional”, para, a la larga, de haberse continuado con el plan, haberlas visto rodeadas por más de una docena de gigantescas centrales que queman carbón y por veinticinco reactores nucleares. Se iba a levantar un emparrillado de líneas de conducción eléctrica que atravesarían las reservas de Pine Ridge y Rosebud para llevar la energía hacia el éste. La denuncia ante los tribunales de los terribles impactos medioambientales que esta monstruosidad nuclear inevitablemente podría causar ha ralentizado como una bendición que se llevara a cabo el plan; como también lo ha hecho la caída del precio del uranio con el fin de la Guerra Fría; pero cuando el mercado de uranio empiece a subir de nuevo, habrá que andarse con ojo. Los intereses relacionados con la energía están simplemente esperando el momento más rentable para poder empezar otra vez. La muerte de un pueblo y de un modo de vida, sin mencionar la muerte de la tierra misma, nunca entra en las consideraciones de aquellos que colocarían esta abominación sobre el pueblo lakota, y sobre el pueblo americano también. Esto es por lo que los FBIs se nos echaron encima de una forma tan agresiva, porque el AIM y los Ancianos tradicionales eran los únicos que se interponían en su camino. El resto, o no lo sabía, o le daba igual o ya había renunciado. No me cabe ninguna duda de que el verdadero motivo detrás de tanto Wounded Knee II como el tiroteo de Oglala, y de buena parte de la confusión que se dio por toda la Tierra India desde el principio de la década de 1970, era, y es, el deseo de las compañías mineras por silenciar al AIM y a toda la gente india tradicional, que intentaban, y aún intentan, proteger la tierra, el 123

agua, el aire de los robos y depredaciones. En este tiempo triste y trágico en el que vivimos, acudir a defender a la Madre Tierra supone ser etiquetado de criminal. Moviendo los hilos necesarios, estas compañías consiguieron alimentar el miedo del gobierno hacia los “enemigos internos” así como unir las energías del FBI y del BIA, agencias federales que por ley han jurado protegernos, no explotarnos y destruirnos. Yo creo que el FBI realmente pensó que nosotros éramos un peligro para el interés nacional en aquella época paranoica. Pero si realmente estaban preocupados por el “interés nacional”, ¿por qué no investigó el gobierno a las compañías que prepararon este lío, en primer lugar? Lo único que jamás pusimos en peligro fueron los beneficios de los consorcios multinacionales de energía que veían en nuestra sagradas Black Hills su nuevo feudo de energía privada. Y los únicos que se interponían en su camino eran unos pocos indios “sucios” y cabezotas que seguían insistiendo estúpidamente en que los tratados fueran respetados y que la Constitución de los EEUU fuera la ley de la tierra. Yo estuve orgulloso, y sigo estándolo, de ser uno de “sucios indios”. De todas formas, me han llamado eso toda vida. Siempre me he entendido bien con los Ancianos tradicionales de las reservas interiores y con los del AlM de los guetos rojos, donde se nos había dejado tirados para que estos ladrones de las compañías pudieran llegar al uranio, al oro y al carbón. No es ningún accidente que el Departamento de Administración de la Tierra (Bureau of Land Management-BLM) supervise al BIA que, a su vez, nos “supervisa” a nosotros. Éste es un arreglo tremendamente útil para los intereses relacionados con la energía. Tan sólo había que hacerles la pelota a unos pocos funcionarios de poca monta y de bajo salario del BLM y del BIA, puede que también a algunos legisladores estatales y federales ya algo más arriba, y a través de ellos, las “progresivas” facciones del consejo tribal, marionetas serviciales del gobierno, abandonarían al Pueblo en cualquier momento a cambio de algo de dinero rápido por debajo de la mesa. Cuando los Ancianos tradicionales protestaron recibieron palizas, disparos, se les quemó su casa, todo ello llevado a cabo por los GOONs contratados por el consejo tribal. Cuando los Ancianos llamaron a los chicos del AIM para que acudieran a 124

ayudarlos, por supuesto se hizo venir al FBI a Pine Ridge en gran número. Ellos armaron a los GOONs con lo último en armamento militar, y dieron su aprobación tácita al reino del terror que pronto barrió la rez. ¿Y todo esto para beneficiar a quién? A menudo me he preguntado qué es lo que sacaron los chicos del FBl de todo esto, excepto el odio de los nativo-americanos y la falta de respeto por parte de su propia gente. ¿Y qué deben de pensar ellos de sí mismos, aquellos que participaron en todas estas manipulaciones e invenciones, cuando se ven la cara en el espejo cada mañana? Deben temblar con la visión de ellos mismos, apartarán los ojos de su propia mirada en el espejo. Así, tienen que vivir la mentira que crearon para mantener un aura de orgullo y amor propio. O a lo mejor su arrogancia construye un muro inexpugnable de autoengaño. Pero su propia complicidad inconsciente en las muertes de sus propios agentes, eso nunca lo admitirán. Eso al menos es humano. No podemos vivir con el desprecio de los otros. Ninguno de nosotros puede. Salvar las apariencias es una necesidad humana esencial. Puedo comprender eso. Y puedo comprender cómo el FBI santifica la suya. Para ellos, Coler y Williams son compañeros caídos, héroes, víctimas trágicas y verdaderos mártires. Sí, eso también lo entiendo. Pero nosotros también santificamos lo nuestro. Nosotros también tenemos a nuestros compañeros caídos, a nuestros héroes, a nuestras víctimas trágicas, a nuestros verdaderos mártires… y los tenemos en números incontables. Vivo con el lamento de sus voces en mi oído interno. Siempre les oigo. No los puedo olvidar. Me niego a olvidarlos. Ellos son víctimas de las guerras de energía, como lo fueron los agentes Coler y Williams, como lo soy yo. Y tú también lo eres, amigo mío, y tus hijos y los hijos de tus mismo es una víctima de las guerras de energía, habiéndose extraviado, yendo mucho más allá de los límites de la legalidad y de la decencia humana en su equivocado afán por servir a los intereses de las multinacionales invasoras en su asalto continuo sobre la Madre Tierra. Todas estas cosas son actos de guerra contra el pueblo lakota, contra todo el pueblo indio, contra todo pueblo indígena, contra toda la humanidad. Debemos continuar oponiéndonos a aquellas fuerzas de destrucción con cada fibra de nuestro ser, cada vez que respiremos. 125

PARTE V Aquel día en Oglala: 26 de junio de 1975 Cuando se mata a un hombre blanco, aunque se lo haya buscado él mismo, todos los indios son culpables. ¿No ha sucedido así siempre?

Capítulo XXVI El 26 de junio de 1975 comenzó siendo un día precioso de verano prematuro, con el aire dulce y pesado que había dejado una tormenta nocturna especialmente violenta que casi nos vuela las tiendas. El chaparrón nos había mantenido despiertos hasta tarde, y yo había dormido en nuestra improvisada ciudad de tiendas, como la llamábamos, hasta pasadas las 11.00 a.m. Sentí una brisa templada mientras permanecía tumbado, sudando, encima de mi saco de dormir y mi tienda, escuchando a las mujeres que reían y charlaban fuera mientras preparaban el desayuno en el fuego de campamento abierto. Escuché a una de ellas decir, “Uy, se me acaba de caer mi tortita al suelo, está llena de barro”, y otra contestó, “Bah, no te preocupes por eso, límpiala y ya está. Nunca notarían la diferencia". Se refería a nosotros los hombres. Me reí en silencio con ellas. Tenían razón, nunca lo notaríamos. Podía oler el maravilloso olor de aquellas tortitas y ya estaba imaginándome el espeso sirope que pronto estaría echando sobre ellas, seguido de varias tazas de café negro hirviendo. Pero, de pronto, esta preciosa y tranquila mañana fue cortada de golpe por el por el sonido de disparos en ráfaga. Parecían de muy lejos, y en un principio pensé que sería alguien practicando por el campo. Luego empecé a escuchar los gritos. Mi corazón por poco salta de mi pecho. Nuestro campamento espiritual se había convertido de pronto en una zona de guerra. Pensé inmediatamente en todas las mujeres, niños y gente mayor que estaban ahí, en nuestro campamento de tiendas, y en nuestros ancianos anfitriones, Harry y Cecilia Jumping Bull, que estaban en su casa arriba en la colina. Era por esto por lo que nos habían pedido que viniéramos aquí para salvar sus vidas. Me puse mis botas, agarré mi camisa y un rifle, y rápidamente salí de la tienda. Empecé a correr hacia la casa que vivían los Jumping Bull. El Calor del día me atizaba como un puño y, mientras corría, tratando de secar el sudor de mis ojos, se me cayó mi bolsa de municiones. Las balas zumbaban proviniendo de todas las direcciones. Las podía oír pasando al lado de mi cabeza, a tan sólo pulgadas de distancia. No había manera de saber quién estaba disparando a quién. Tuve que tirarme sobre mi barriga y arrastrarme. 129

Manteniéndome en el bosque para cubrirme, y luego agachándome mucho por detrás de una vieja valla para ganado, conseguí finalmente llegar a la casa de los Jumping Bull y, para mi alivio, descubrí que la Abuela y el Abuelo Jumping Bull no estaban allí. Afortunadamente, resultó que habían abandonado la propiedad al amanecer y se habían ido a una su basta de bueyes en Nebraska. Corrí hacia la pequeña cabaña de al lado, donde escuchaba voces y lamentos de niños asustados. Las balas sonaban alrededor de mis tobillos mientras corría, no dándome por poco, justo como lo ves que pasa en las películas. Me di cuenta de que estaba atrayendo el fuego hacia la cabaña. Si trataba de rescatar a los niños en ese momento sólo los pondría en más peligro aún. ¿Cómo los podría sacar de ahí? No podía ni decir de dónde venían los disparos. Les grité a los pequeños que era hora de ser valientes, que era hora de ser guerreros. “¡Meteros debajo de la cama! ¡Quedaros allí hasta que os vayamos a buscar!” les grité, luego salí de ahí disparado para mantener los tiros alejados de la casa y de los niños que había en su interior. Me puse a cubierto por un tiempo cerca de una hilera de árboles cercanos y traté de explicarme qué demonios estaba sucediendo. Dos coches, de esos relucientes que siempre traen problemas a los indios, estaban aparcados, uno del otro, en un campo cercano a la carretera, puede que a cien o cincuenta metros de distancia. De ahí era de donde habían venido los primeros tiros que escuché, pero ahora el sonido de disparos llegaba de todas partes, detrás de mí, delante de mí, parecía que venía de todas las direcciones. ¿Estábamos rodeados y a punto de ser asesinados? Pegué un par de tiros por encima de sus cabezas, tratando de no dar a nada ni a nadie, sólo para demostrar que teníamos algún tipo de defensa y evitar que simplemente se presentaran y nos matasen. Algunos de los otros hermanos estaban haciendo lo mismo con los pocos rifles que teníamos. Como yo, usaban sus rifles, en su mayoría 0,22s y rifles para cazar ciervos de calibre 0,30-30, disparando de vez en cuando y a una distancia de aquellos dos desconocidos intrusos que habían irrumpido de manera estruendosa en la propiedad Jumping Bull sin avisar. Tan sólo estábamos intentando hacer tiempo, a lo mejor les asustábamos y se marchaban de allí, al menos tratábamos de mantenerlos alejados durante un tiempo. Recuerda, entonces estábamos 130

prácticamente en guerra civil en la reserva. Los escuadrones de los GOONs habían estado aterrorizando la reserva durante meses, con tiroteos desde sus coches, palizas, asesinatos abiertos, quemas de casas de Ancianos y defensores del AIM sucediendo casi todos los días. Esto fue precisamente por los que los Ancianos lakota nos llamaron, para defenderles de los asaltos de los GOONs, que servían al FBI al BIA y al consejo tribal, como su escuadrón de la muerte paramilitar. Ellos eran los que tenían lo último en armamento militar de alta potencia, no nosotros. Después de un rato, cuando nos dimos cuenta de que los conductores de los dos coches relucientes aparentemente ya estaban muertos, derrumbados junto a sus vehículos sobre charcos de sangre, y que no eran GOONs sino hombres del FBI, sólo podíamos mirarnos unos a otros en una incredulidad perpleja. Todos sabíamos lo que esa mirada aturdida y vacía en el ojo del otro quería decir. Si esos agentes habían muerto, nosotros, aquellos indios presentes en la propiedad Jumping Bull aquel día, ya fuéramos hombre, mujer, o niño, también estábamos muertos. Aunque sólo hubieran estado heridos, ya habíamos muerto. Sabíamos que no se nos cogería vivos aunque tratáramos de rendirnos. Hacía tan sólo unos minutos que había estado vagueando en mi tienda, bostezando, sonriendo y estirándome, con ganas de un buen plato de tortitas calientes cubiertas de sirope. Ahora era hombre muerto. Todos estábamos muertos Te cuento aquí sólo lo que yo personalmente vi, experimenté y sentí en ese momento, las muy limitadas percepciones de un hombre en una escena de caos casi total… no como se describió luego todo en infinito, sangriento, y a menudo inventado detalle por el FBI y los fiscales del gobierno. Como nunca puedes creer nada de lo que dice el gobierno, es imposible fiarse de ninguna de sus pruebas. Se inventaron casquillos de balas, mecanismos que disparaban, rifles enteros, cualquier cosa para colocarme este asesinato a mí, aunque ellos mismos admitieron más tarde en los juicios de apelación de 1985 que ellos no tenían ni idea de quién mató a los dos agentes. Yo no vi morir a sus agentes, no participé en ello, hubiera hecho lo posible por evitarlo de haberlo sabido a tiempo, pero en ese momento no había nada que yo o nadie más pudiera hacer sobre ello. Había sucedido.

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Ahí fuera había docenas, puede que cientos, de del FBI, de agentes de la ley, de GOONs, y de vigilantes blancos, que aparecieron de repente, en tan sólo minutos, como de la nada, y todos iban por nosotros con armas. Y dos de sus compañeros estaban ahí heridos, probablemente muertos en la zona de fuego cruzado entre nosotros. No, no era probable que ellos nos trataran con suavidad si nos rendíamos. La gente de Pie Grande se había rendido, recuerda. Hasta los Ancianos y mujeres y niños serían disparados, como habían hecho con tanto entusiasmo en Wounded Knee en 1890 con aún menos provocación. Estaba absolutamente seguro que nuestro propio destino sería el mismo. Nos perseguirían a través del cauce del riachuelo y por los barrancos, a cada hombre y cada mujer, a cada Anciano y cada niño, y nos dispararían a cada uno de nosotros como lo habían hecho entonces, en 1890. Después de todo, sus compañeros estaban muertos, y nosotros éramos indios. Cuando se mata a un hombre blanco, aunque se lo haya buscado él mismo, todos los indios son culpables. ¿No ha sucedido así siempre? Otros residentes del recinto Jumping Bull, la mayoría mujeres y niños, estaban tratando de buscar desesperadamente un lugar seguro donde ponerse a cubierto. Avise a todo el mundo de que teníamos que salir del área, que nos matarían a todos si no nos movíamos rápidamente, y trate de encontrar una vía, alguna ruta, para guiarles fuera de allí. Parecía imposible. Necesitábamos un milagro. En la distancia, por encima de la rápida ráfaga de tiros, se podía escuchar el zumbido de una pequeña avioneta de reconocimiento que hacía círculos por encima de nosotros. No podía creer que todo esto estuviera sucediendo. Aún no podía creer que nuestra maravillosa y tranquila mañana pudiera haber sido destrozada por tanta violencia demente y homicida. Entonces no sabía por qué habíamos sido objeto de tan feroz ataque. Sólo sabía que mi trabajo, mi deber personal antes que nada, era ayudar a proteger a aquellas mujeres inocentes y niños aterrorizados. Sabía que no podía ceder a mi propio miedo, y me preocupaba que el pánico de otra persona pudiera anunciar todas nuestras muertes. Como confirmaban documentos dados a conocer veinte años después, en 1995, a través del Acta de Libertad de 132

Información, un ejército virtual, agentes de la ley, GOONs, unidades especiales de la policía, vigilantes, la policía del BIA, lo que quieras, habían estado reuniéndose en la zona para realizar un planeado asalto paramilitar sobre la Reserva de Pine Ridge. Y ahora el día había llegado finalmente. Este asalto obviamente, había sido preplaneado. Puede que se figuraran que entrarían y acabarían con nosotros después de que los dos agentes hubieran provocado nuestros disparos, dándoles la excusa que necesitaban. No parecía haber ninguna salida de ahí para nosotros en absoluto. Y, aun así, a pesar de estar rodeados por cientos de agentes de la ley, cada una de las personas que integraban nuestro grupo pudo salir de la zona de muerte, excepto el pobre joven y asustado Joe Killsright Stuntz, un chico de veintiún años entregado al AIM, que fue herido en la frente por una bala perteneciente al arma de un desconocido agresor, algunos dicen que era un francotirador, otros que era un asesino. Sólo lo saben los que le mataron, y éstos nunca han sido investigados. Como el gobierno retiene, y oculta como estima conveniente, todas las pruebas, es imposible estar seguro de lo que realmente sucedió. Joe había tomado una posición de retaguardia para defendernos a los demás mientras comenzábamos nuestra escapada. Le dimos el nombre indio de Killsright en una ceremonia póstuma que celebramos por él. Me alegra que lo recibiera. Sé que ello le reconforta. Ése es el nombre sagrado por el que se le conoce ahora en el Mundo Cielo. Eh, Killsright, mantén el fuego de campamento encendido y el café caliente hasta que llegue ahí. No tardaré mucho. Aquel día, en medio de cientos de perseguidores enfurecidos, una banda aterrorizada de unas pocas docenas hombres, mujeres, niños y Ancianos fueron hechos, de alguna manera, invisibles. Yo le doy todo el mérito al restablecimiento de la Danza de los Espíritus por parte de Crow Dog. Para esa ocasión específica, el Creador, Wanka Tanka, nos prestó a cada uno de nosotros una camisa de los espíritus invisible, impermeable a las balas del hombre blanco. No sé por qué Joe Killsright Stuntz no recibió la suya a tiempo; a lo mejor estaba justo alcanzando su mano hacia ella le dieron. Yo le hubiera pasado la mía de buena gana sin tan solo lo hubiera sabido. Y, así, aquella tarde el Gran 133

Misterio se llevó a Joe pero nos guió al resto a salir de ahí. Aunque podíamos sentir el viento de las balas mientras silbaban pasando junto a nuestras orejas, ni una sola dio en su blanco. Había controles de carretera y equipos ambulantes de unidades especiales de la policía por todas partes. ¿Cómo escapar este pequeño y aterrorizado grupo de la red de agentes de la ley, ya locos, que se iba ciñendo rápidamente a nuestro alrededor? En nuestro grupo muchos estaban bordeando el pánico, paralizados por el miedo, y recuerdo decir mientras les guiaba hacia un barranco, “¡Una oración! ¡Necesitamos una oración!”. Y luego nos agachamos todos sobre la tierra embarrada y, aunque no estoy acostumbrado a llevar a otros a la oración, me escuché a mí mismo empezando a rezar. Escuché mi propia voz rezando en alto como si estuviera a una gran distancia, diciendo algo así como, “Tunkashila, Abuelo, Gran Espíritu, esperamos que nos saques vivos de aquí hoy. Sabemos que nos mostrarás cómo escapar si quieres que viviendo. Y si no lo quieres... si es éste el día en que has decidido llamarnos a casa contigo, aceptamos eso. De todas formas no parece que pertenezcamos a este mundo. Así que te decimos hola a ti, Abuelo. De cualquier manera, lo que Wakan Tanka quiera que suceda, sucederá. Ya sea que escapemos o que nos vayamos al Mundo Cielo a vivir con el Abuelo. ¡Ambas son buenas! ¡Ah-Ho!” Esto pareció darle a todo el mundo una nueva esperanza, una nueva fuerza y valor, y yo estaba empezando a comprender el verdadero poder de la oración. Incluso sentí una nueva fuerza, una nueva confianza dentro de mí. Y justo entonces, después de la oración, mientras decidíamos hacia qué dirección correr, un águila voló hacia un gran árbol cercano y chilló con ese agudo y penetrante chillido que dan, como el sagrado silbato de hueso de águila usado en las ceremonias. Luego salió volando, bajando súbitamente, directamente sobre nuestras cabezas, por encima de la hondonada llena de maleza en la que nos escondíamos. Era como si hubiera venido a mostrarnos el camino. Yo creo que así lo hizo, y así lo creyó cada uno de los allí presentes aquel día. Lo creo así hasta el día de hoy. Seguimos la dirección de su vuelo, y ese águila nos guió salvos fuera de allí, a pesar de las plagas de agentes de la ley y GOONs que nos buscaban. Descubrimos, justo 134

debajo del lugar al que nos había conducido el águila, un gran tubo de desagüe que iba por debajo de la carretera. Nos arrastramos por él, en la aterrorizadora oscuridad, sobre nuestras manos y rodillas, hombres, mujeres y niños, yendo a parar, finalmente, a un prado de vacas bien lejos de la red que rodeaba la propiedad Jumping Bull. Luego escuchamos tiros cercanos y, dándonos cuenta de que nos habían descubierto todos corrimos como rayos, con las balas silbando y pasando literalmente junto a nuestras orejas, y corrimos colina arriba, hacia el campo abierto del monte y hacia los riscos de pinos cercanos, zigzagueando nuestro camino, primero hacia el este, luego hacia el sur, luego hacia el este de nuevo, rogando desesperadamente poder mantenernos en movimiento, pensando que así podríamos escapar de alguna forma. Que todo nuestro grupo, exceptuando a Joe Killsright Stuntz, saliera de allí con vida aquel día fue el verdadero milagro de los milagros, algo aún incomprensible para mí. No había manera de que hubiéramos escapado, y aún así lo hicimos. Me enteré después de que tenían unidades de búsqueda peinando la zona para localizarnos, pero nosotros tan sólo escuchamos aquella lejana avioneta. Ese águila sagrada hizo algo más que mostrarnos la dirección a seguir aquel día. Ella abrió bien sus alas y nos tomó bajo su protección. Nos hizo invisibles y nos llevó volando para ponernos a salvo. Nosotros estábamos, y estamos, enormemente agradecidos a las tantas y tantas personas que nos ayudaron a permanecer escondidos durante aquel terrible y terrorífico tiempo, arriesgando gravemente sus propias vidas, ofreciéndonos refugios temporales noche tras noche. Más tarde, supimos que gente india de todas partes se había reunido en los controles de carretera de la policía y nos había animado a seguir, pitando las bocinas de sus coches cuando escapamos. Se dispararon tiros al azar para confundir a nuestros perseguidores sobre nuestra localización exacta. Amigos que no sabíamos ni que teníamos arriesgaron sus vidas y nos animaron clandestinamente, manteniéndonos escondidos de la red que se ceñía a nuestro entorno. Noche tras noche nos manteníamos en movimiento, siguiendo cauces de riachuelos, barrancos lo que fuera. Hablamos con nuestros Ancianos sobre lo que deberíamos hacer, y se decidió que nos mantendríamos escondidos en la zona hasta la Danza del Sol de ese año, a principios 135

de agosto en la propiedad de Crow Dog, donde podríamos darle las gracias personalmente a Wakan Tanka, el Gran Espíritu, el Gran Misterio, que había acudido a nosotros aquel día en forma de águila, guiando milagrosamente nuestra escapada y salvando nuestras vidas. Mientras tanto, el FBI y los GOONs y la policía del BIA parecían volverse locos en la que se ha llamado la mayor persecución de la historia moderna de los EEUU, llevando a cabo una represalia que aterrorizaba a toda la población de la Reserva de Pine Ridge en una operación de acoso y derribo al estilo del Vietnam. Destrozaron las casas de la población tradicional india sin órdenes de registro. Trataron a la gente violentamente, incluyendo mujeres y gente mayor, y acosaron e intimidaron a cualquiera que sospecharon que sería, aunque fuera remotamente, un simpatizante del AIM, que, por supuesto, significaba la práctica totalidad de la población tradicional de la Reserva de Pine Ridge. Buscando continuamente la orientación de los Ancianos nos escondimos con varios amigos, pero, uno a uno, se fue cogiendo y apresando a casi todos los miembros de nuestro grupo. Yo finalmente decidí tratar de cruzar la frontera con Canadá, esperando encontrar refugio entre mis hermanos nativos del lejano Noroeste, posiblemente incluso conseguir asilo lo político allí. Me figuraba que obtener un juicio justo en los EEUU, o al menos permanecer allí vivo, era ahora una posibilidad inexistente. Supimos que los FBIs estaban tan furiosos por la muerte de sus dos compañeros, así como por nuestra milagrosa escapada de su ceñida red, que volcaron su furia disparando una bala a corta distancia contra casi todos los retratos de familia de los Jumping Bull, que colgaban de la pared del salón, algunos en la cabeza, otros en el corazón. No me cabe la menor duda de que nos hubieran hecho lo mismo a nosotros de no haber seguido al águila que nos condujo fuera aquel día. Al escapar a Canadá yo estaba siguiendo los pasos de, ni más ni menos, que el gran Toro Sentado, el hombre medicina hunkpapa lakota que, después de la Batalla del Little Bighorn del 25 de junio de 1876, había huido cruzando la frontera con 136

su gente, tras acabar con la orgullosa carrera del general George Armstrong Custer como asesino de hombres, mujeres y niños indios inocentes. Extrañamente, para aquellos interesados en los números, el tiroteo en la propiedad de los Jumping Bulls del 26 de junio de 1975, ocurrió justo noventa y nueve años y un día después de la Batalla del Little Bighorn, o la Hierba Resbaladiza como la llamamos nosotros Toro Sentado sabía que la venganza del hombre blanco vendría rápidamente y que sería despiadada. Como yo, aunque él no hubiera matado personalmente a Custer o a ningún otro, él, aun así, era lo que llamarían hoy en día un “cómplice en el crimen”. Todos los indios, después de todo, son “cómplices en el crimen” cuando se levantan a defender a su pueblo de una matanza. Toro Sentado no se engañaba sobre lo que había pasado o sobre lo que iba a pasar. Él dijo: ¿Qué tratado mantenido por el hombre blanco ha sido roto por el hombre rojo? iNinguno! ¿Qué tratado han mantenido los blancos de todos los que han establecido con nosotros los hombres rojos? ¡Ninguno! Cuando yo era niño, los sioux poseían el mundo. El sol salía y se ponía en nuestras tierras. Mandábamos diez mil hombres cabalgando a la batalla. ¿Dónde están los guerreros hoy? ¿Quién ha asesinado? ¿Dónde están nuestras tierras? ¿Quién las posee? ¿Acaso hay algún hombre blanco que pueda decir que yo alguna vez le haya robado su tierra o un centavo de su dinero? Y sin embargo ellos dicen que soy un ladrón ¿Está mal que yo ame a los míos? ¿Es esto malvado porque mi piel es roja? ¿Porque soy un sioux? ¿Porque nací donde mis padres vivieron? ¿Porque yo moriría por mi gente y mi país?

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PARTE VI Una vida en el infierno La farsa de mentiras desenfrenadas y la escandalosa coacción de testigos fueron representadas ahí, en una sala de justicia… Éste era el sistema judicial americano en su peor momento…

Capítulo XXVIII A finales de 1975 se procesó a cuatro personas indias por la muerte de los dos agentes. Yo era uno de esos cuatro. Sólo tres de nosotros fuimos a juicio. Los cargos contra el cuarto, Jimmy Eagle, se levantaron con el tiempo debido a “pruebas insuficientes” contra él, aunque, en un principio, fue el supuesto robo de un par de botas de vaquero por parte de éste lo que había provisto al FBI de su excusa inventada para poder invadir la propiedad Jumping Bull. Aunque resulta extraño, pues los asesinatos de veintenas de personas ocurridos en la reserva durante los meses previos habían sido totalmente pasados por alto, pero el supuesto robo de este par de botas vaqueras (más tarde sobreseído por el tribunal) se convirtió de inmediato en el objeto de una investigación masiva del FBI. Mis hermanos del AIM, Dino Butler y Bob Robideau, fueron capturados al final, siendo falsamente acusados del asesinato de los dos agentes, y después se les llevó a juicio en Cedar Rapids, Iowa, en julio de 1976. Por aquel entonces, yo andaba detenido en Canadá, peleando contra la extradición que me llevaría de vuelta a los EEUU. En el juicio de Cedar Rapids de Butler y Robideau, el jurado, horrorizado ante la evidencia abrumadora de complicidad por parte del gobierno en el continuado terrorismo presente en Pine Ridge, así como ante la escandalosa mala conducta del FBI en cada una de las fases, halló inocentes a Butler y a Robideau. El jurado falló que, al disparar a los desconocidos invasores que llegaron sin previo aviso a la propiedad Jumping Bull aquel día, Butler y Robideau habían actuado en defensa propia, como, desde luego, lo habían hecho, al igual que hice yo y tantísimos otros aquel día. Tras la absolución de Butler y Robideau, me convertí en el último acusado que les quedaba al que poder colocar falsa acusación. Los cargos contra Jimmy Eagle se habían retirado para que, según documentos del FBI más tarde relevados, “todo el peso de la acusación del gobierno federal pudiera ser dirigido contra Leonard Peltier”. El gobierno necesitaba un chivo expiatorio,

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una condena con la que aliviar su tan dañada imagen pública. Alguien debía pagar por las muertes de sus dos agentes, aunque los federales no supieran quién lo había hecho, como confesaría más tarde la propia acusación. Querían sangre india, y yo me convertí en ese chivo expiatorio, al que habían escogido como víctima desde el principio. Supongo que se figuraron que si me absolvían como a Butler y a Robideau, de alguna forma se abriría la temporada de caza sobre los agentes del FBI. Eso puede resultar comprensible pero también es absurdo, claro, pura fantasía por su parte. Nunca se abrió ninguna temporada de caza de agentes del FBI por parte de la población india, ni tampoco hubo nunca ningún plan, ni tan siquiera una sugerencia, para llevar esto a cabo. A lo mejor alguno de aquellos agentes del FBI realmente creyó la desinformación que su propia agencia estaba difundiendo para el consumo público. Pero una cosa es segura, se había abierto una temporada de caza durante varios años sobre la población tradicional india de Pine Ridge y sobre sus defensores del AIM. Mira bien el número de muertes ocurridas durante aquellos años en Pine Ridge si lo dudas. Las muertes por violencia del FBI: dos, agentes Coler y Williams. Las muertes por violencia del AIM/de tradicionales: sesenta y todavía seguimos contando, incluso ateniéndonos a las estadísticas del mismo gobierno; creemos que es aún mayor. Que todas sus almas, cada una de ellas, descansen en paz. Yo fui arrestado en la parte oeste de Canadá el 6 de febrero de 1976, fecha a partir de la cual mi condena comienza de manera oficial. Tras haberme mantenido escondido en Dakota del Sur durante varias semanas, me había escapado cruzando la frontera de Canadá y había estado viviendo con algunos hermanos nativos, a los que siempre les estaré agradecido, en las Montañas Rocosas de la Columbia Británica.¹ Durante la mayor parte de aquel año permanecí encarcelado en Vancouver, peleando contra la extradición a EEUU. El FBI estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para llevarme allí devuelta, aunque fuera de manera ilegal, y así lo hizo. Se presentaron a los tribunales canadienses pruebas fraudulentas de una mujer india llamada Myrtle Poor Bear, en los --------1. British Columbia, provincia del oeste de Canada. (N.del T.)

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que ella que era un “testigo presencial” de la muerte de los agentes y también una ex novia mía. Aun es más, ella afirmaba que yo era el padre de sus hijos. Si alguna vez has pasado experiencia de que alguien haya proclamado una mentira total y absoluta sobre ti, y te has dado cuenta de que todo aquel que ha escuchado esa mentira la ha creído, puedes hacerte una idea de cómo me sentí de sorprendido y enfermo aquel día en la escucha para la extradición, cuando oí como leían en aquel juzgado canadiense las mentiras que le habían metido en la boca a esa pobre mujer. Las declaraciones de Poor Bear sobre mí en el juzgado fueron primera página en Vancouver: “La novia de Peltier testifica en su contra declarando haber sido testigo presencial”. Yo no tenía ni idea de quién era aquella mujer, no la había visto nunca y ni siquiera había oído hablar de ella en mi vida. Ella, como yo, como cada uno de nosotros, era un peón sobre el tablero del juego ilegal y malicioso del gobierno. Hace varios años, se descubrieron pruebas que probaban claramente que el gobierno había sobornado y coaccionado a esta testigo para obtener las falsas pruebas. Ellos, a sabiendas y con despreciable crueldad, manipularon y aterrorizaron a una pobre e indefensa mujer india para que diese su testimonio falso y así poder convencer al gobierno canadiense, otra más de sus víctimas, y conseguir extraditarme. Después se ha revelado que estas pruebas fueron obtenidas mediante declaraciones falsas, y oficiales canadienses electos han exigido mi regreso a Canadá, expresando su horror hacia las declaraciones deliberadamente falsas empleadas por el gobierno de EEUU para obtener mi extradición.

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Capítulo XXIX Desde el día en que me capturó la Policía Montada Real del Canadá (RCMP), mi vida se ha vuelto interminablemente borrosa entre cárceles y prisiones, y visitas ocasionales a tribunales de justicia, primero en Canadá, para las vistas de mi extradición y, a partir de entonces, aquí en los Estados Unidos. Las esposas y los grilletes y los registros para los que hay que desnudarse, “ábrete, Tonto”, se han vuelto mi rutina diaria. Ellos no te quitan simplemente tu libertad, algo que creerías que sería suficiente, sino que te degradan y humillan, según parece, cuando sea y donde sea posible. Crean mucho más crimen, injusticias e inhumanidad que lo que previenen. Todas las prisiones, sin excepción, constituyen un castigo cruel e insólito. Cada una de ellas debiera ser declarada inconstitucional. Como supuesto “asesino de polis”, yo recibí atención especial desde el principio. En mi primera cárcel de Canadá, se estacionó a un guardia especial fuera de mi celda durante toda la noche; ésa sería la norma durante los meses venideros. Cuando al día siguiente se me condujo a la cárcel metropolitana de Vancouver, me vi rodeado por un grupo de policías abiertamente enfadados. Uno de ellos me quitó las esposas, y los otros, remangándose, empezaron a acercarse hacia mí con los puños cerrados, con un odio absoluto en sus caras. Me dispuse, lo mejor que pude, a devolver la pelea, me imaginaba que podría tumbar a dos o tres antes de que ellos me cogieran, pero puedo decirte que durante unos minutos estuve bien seguro de que me matarían ahí mismo. Esa vez me salvó la intervención del sargento de la RCMP que me había llevado hasta allí. Sí, existen polis buenos, muchos de ellos. Pero siempre habrá de los otros tambitén. Viviendo entre muros, aprendes rápidamente que estás a merced de cualquiera que tenga una vena sádica; y éstos casi nunca escasean. En aquella primera cárcel de Vancouver podía mirar a través de la pequeña ventana de mi celda, y alzándome, agarrado de los barrotes, miré fuera y vi, de entre toda la gente posible, a mi madre, allí abajo, de pie en la calle. Le grité. “¡Maaaa! ¡Maaaa!”,

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pero cuando volví a mirar para abajo ella había desaparecido. Fue como una especie de aparición que yo había tenido, pero luego ella me confirmó que realmente había estado allí, y que me había oído llamarla. Esa misma tarde fui trasladado de la cárcel metropolitana a la prisión de Oakalla. Se me procesó y fui asignado a un módulo de alta seguridad, donde algunos presos indios descubrieron quién era yo y ofrecieron proporcionarme un guardia de seguridad para mí solo. Casi de inmediato, se me trasladó a un piso de aún mayor seguridad, a tan sólo un nivel por encima del corredor de la muerte. Las seis celdas de ese nivel fueron evacuadas para que estuviera yo solo en aquel lugar. Mi propia celda, mi aparentemente eterno mundo personal, medía cinco pies por nueve, algo bastante típico en casi todas partes, según he comprobado, y estaba amueblada con la típica cómoda de acero sin asiento, lavabo y litera de acero con un colchón de dos pulgadas, dos sábanas, una manta y sin almohada; tampoco tenía pertenencias personales, ni siquiera un libro que leer. La única luz que había entraba a través de las rejas de la parte delantera. Cuando mi equipo legal comenzó a presentar mociones en tribunales e hizo que representantes de embajadas extranjeras visitaran mi celda, las condiciones mejoraron; se me permitieron libros, material de arte, periódicos y hasta un televisor que se puso fuera, enfrente de mi celda, en mi zona de ejercicio que era un espacio de unos veinticinco pies de largo por quince de ancho. Luego me enteré de que estaba recibiendo el mismo trato que se le da a un preso en el corredor de la muerte. Durante un tiempo incluso me tuvieron en una celda en el corredor de la muerte mismo, justo entre dos presos que estaban a punto de ser ejecutados, uno de ellos era indio, el otro era un tipo blanco que había sido condenado por matar a un oficial de la RCMP cuando robaba una tienda y estaba programado que se le colgaría a la mañana siguiente. Supongo que me pusieron allí para que pudiera experimenta lo que se siente. La horca se podía ver a unos pies de nuestras celdas, en otra habitación. Ellos, con consideración, dejaban la puerta abierta para que pudiéramos ver el patíbulo con sus dos sogas colgando. El tipo blanco no hablaba mucho. Tan sólo permanecía ahí sentado, en su litera, mirando 146

al suelo, con la cabeza caída y sujetando fuertemente con sus manos el interior de sus piernas. Pude apreciar que una de sus rodillas incontrolablemente, no dejaba de temblar. Y emitía un silbido agudo al respirar. De manera asombrosa, como el indulto de última hora de una película, vinieron a la mañana siguiente y nos informaron de que el gobernador acababa de abolir la pena de muerte. A mis dos compañeros presos del corredor de la muerte se les conmutó la pena por cadenas perpetuas, lo que significaba que tendrían que cumplir un mínimo de veinticinco años. Si todavía viven, en estos momentos deben estar a punto de salir. Algunos de los guardas en Oakalla parecían tener al menos cierta simpatía hacia las causas indias y hablaban conmigo con algo de respeto. Y, como era habitual, también estaban los otros que trataban de colocarme un informe de incidente casi a diario, amenazándome con echarme al Agujero. Eso tenía gracia. Enseguida había aprendido que el Agujero no era peor que donde se me estaba reteniendo a mí, en algunos aspectos incluso resultaba mejor. Así que yo sólo me encogía de hombros y les decía “Vale, bueno, qué demonios, ¡adelante! ¡Darme un respiro y mandarme al Agujero!”. De hecho, poco tiempo después, cinco prisioneros que estaban siendo retenidos en el Agujero se escaparon de Oakalla, y aquello sofocó de algún modo las amenazas de los guardias por un rato. Aun así, les encantaba encontrar maneras de atormentarme, mayoritariamente mediante abuso verbal. Mantenían conversaciones, con la intención de que yo las escuchase, sobre lo estúpidos y sucios que eran los indios, sobre lo feas que eran nuestras mujeres y sobre cómo tenían una moral tan relajada, sobre cómo nuestros niños eran “retrasados” y debieran ser acorralados y disparados como callejeros. Oh, eso se ganó unas risas. Estaban esperando que yo estallara, que dejara escapar un poco de furia y darle oportunidad de darme una buena paliza o algo peor daría esa satisfacción. Nunca me convertiría en lo que ellos querían que fuera. Me negaría a ser su víctima. No soy una víctima. Soy un guerrero. Aceptaré mi dolor, ya sea interior o exterior, como lo hace un guerrero, sin quejarse, sin gemir, como aprendemos a hacer en la Danza del Sol. La Danza del Sol nos devuelve al mundo endurecidos contra el dolor de la misma manera que un palo carbonizado se endurece con el 147

fuego. Esto no significa que no nos puedas quebrar o matar, pero sí que vas a tener que emplearte a fondo para hacerlo. Así que nunca respondí, excepto posiblemente con la mirada en mis ojos, a aquellas provocaciones racistas hechas por aquellos guardas y por otros como ellos. Me negué a ser tan ignorante como lo eran ellos. El día antes de la fecha programada para mi extradición de vuelta a los EEUU, a mediados de diciembre de 1976, se me volvió a trasladar a una celda de aún mayor seguridad. Ésta tenía cuatro paredes de rejas de acero y estaba forrada con un grueso plexiglás, una jaula de acero dentro de una caja de plástico. A menudo me he preguntado a quién se le ocurren estas cosas, quién las diseña, ¿hay cursos en la universidad en los que te enseñan cómo fabricar cámaras de tortura? Se estacionó a un guarda nó que no apartara la vista de mí en ningún momento, ni por un instante, y no lo hizo, aunque te juro que debió volverse bizco mirándome cada vez que iba a cagar o a mear. Durante un tiempo traté de mirarle a él de vuelta, de la misma manera impávida en la que él me miraba a mí, hasta que su cara se puso roja, su nariz se contrajo nerviosamente y alzó temblando un fornido brazo con el puño cerrado, sus ojos más llenos de miedo y suplicantes que feroces. Yo medio sonreí, me encogí de hombros, y desvié la mirada. Ahora los dos que yo le tenía cogido de la misma forma que él me tenía a mí. Los dos éramos prisioneros, ese guardia y yo. Supongo que, momentáneamente, me llegó un vago optimismo por la promesa que el ministro de Justicia canadiense había hecho, a través de mis abogados, afirmando que una vez hubiera firmado los papeles de extradición, seria tratado humanamente y se me daría un juicio justo en los Estados Unidos. Así que yo estaba ansioso por acabar con esto, tener mi juicio y ser declarado inocente, al igual que les había sucedido a mis hermanos del AIM Bob Robideau y Dino Butler en el juicio de Cedar Rapids durante el verano anterior. Me figuré que mi caso atraería tanta atención pública hacia las maldades del FBI en Tierra India que el gobierno de los EEUU se vería forzado a darme un juicio justo. Yo era demasiado ingenuo como para ver que el ministro de Justicia de Canadá tenía peso alguno en los Estados Unidos, y tampoco me había dado cuenta aún de que 148

yo era el único que el FBI tenía para cargar con las muertes de sus agentes en Oglala. Y, como sabes, ellos siempre cogen a su hombre, aunque éste no sea su hombre. La RCMP trajo un gran helicóptero militar al patio de la prisión en la mañana en la que me debía marchar. Me dieron mi ropa de civil, y me pusieron dobles esposas y grilletes. Se me llevó rápidamente a un aeropuerto cercano, de donde se me transfirió a un avión a reacción privado de las fuerzas aéreas que era de un general, y en unas pocas horas estaba aterrizando en Rapid City, Dakota del Sur. De vuelta a los viejos y queridos EEUU, yeah! Tras unas pocas horas más en la prisión del condado, fui llevado ante un magistrado para ser procesado. Éste trató de colocarme un defensor público que a mí que acababa de salir de una clase de la Facultad de Derecho. Le dije que me representarían abogados competentes pero él insistió en que aceptara este defensor público. Contesté que no iba a aceptar a este “estudiante de derecho” como representante con unos cargos tan serios, y exigí representarme a mí mismo hasta que mis propios abogados fuesen contactados. El asintió de mala gana, me procesó para ir a juicio, y no puso ninguna fianza. No había estado ni quince minutos en mi celda cuando de nuevo, se me llevó rápidamente al aeropuerto de Rapid City, crucé volando el Estado hasta Sioux Falls, y allí fui depositado en un módulo llamado “centro de retención” de la prisión del Estado de Sioux Falls, una de esas “escuelas de educación social” donde el AIM había tenido sus comienzos una década antes. Así que aquí se me retendría en el Agujero, sin saber si tenía abogado o si mi familia o defensores sabían dónde me encontraba, sin un centavo con que comprar sellos o cigarrillos o lápiz o papel en que escribir. No tenía manera de saber lo que estaba sucediendo en el mundo exterior o si a alguien le importaba algo. Todos los otros prisioneros que veía eran blancos. No podía haber estado más solo, más aislado. Decidí mantener la boca cerrada e irme a dormir. Me quedaban seis o siete cigarrillos canadienses y decidí encender el primero, tumbado en la litera y soplando el humo hacia el techo, deseando que con cada soplo de humo pudiera, de alguna manera, llevar una oración a lo alto, al Mundo Cielo. Desde luego me habría venido bien algo de ayuda de allí arriba, al 149

menos una pequeña señal de que el Gran Espíritu aún recordaba que yo existía. Entonces escuche una voz ronca en la celda de al lado: “Eh, tío, ¿es un cigarro eso que fumas ahí?”. Era un tipo blanco que tendría más o menos mi edad, de pinta terriblemente dura. Yo dije, “Sí… ¿Por?”. Me figuré que me iba a hacer pasar un mal rato con esto. “Pues deja de fumarlo ahora mismo”, dijo, “¡y déjame terminarlo por ti! ¡Si lo haces, te daré cinco sellos de correo!”. Resultó que mis cigarros eran los únicos en el Agujero. Valían su peso en oro, o al menos en sellos de correos. Valían aún más que eso en amistad. No estaba dispuesto a volverme un capitalista y sacar grandes beneficios de ello a estas alturas de mi vida. Le ofrecí un cigarro entero a cambio de un sello, un cambio justo, pensé, “así puedo escribir a mi familia y hacerles saber dónde demonios ando”, le dije. Quedo muy agradecido y me debió dar las gracias unas diez veces mientras lo encendía y absorbía profundamente aquel tabaco prohibido, concentrándose en ello como si prácticamente tuviera orando. Me figuré que el Gran Espíritu debía estar contestando tanto su oración como la mía. Es extraño como un cigarrillo y un sello de correos pueden convertirse en verdaderos tesoros, casi en milagros, en ciertas circunstancias. Mi nuevo amigo me dio mi sello, además de algo de papel y un sobre. Me preguntó mi nombre, y cuando se lo dije se puso realmente emocionado. “¿Tú eres Leonard Peltier? Oh… tío… ¡¡¡guau!!!”. Y gritó por toda la galería, “¡Ey, aquí tenemos a Leonard Peltier! ¿Me oís? ¡¡¡¡Leonard PelTIEEEER!!!!”. ¡Empezaba a darme cuenta de que no había sido olvidado! Pero también era un poco embarazoso. Un coro de voces gritaron animándome y, de repente, mi aislamiento se había deshecho. Incluso escuche algunos tipos gritar, “¡Aguanta ahí, hermano!” y supe que ahí dentro había algunos indios con migo. Maldita sea, comparado a pocos minutos antes, ¡Me sentí como en casa! Así que pasé el resto de los cigarrillos a través de las rejas y éstos se fueron pasando de una celda a otra, cada tipo tomaba un par de honda caladas y lo 150

pasaba. Todos participamos de una fumada colectiva y, en cierto modo, de una oración colectiva, y de alguna forma, aquellos seis medio destrozados y medio aplastados cigarros canadienses parecieron durarles a una docena o así de hombres unas horas, hasta la noche, hasta que nos fuimos todos a dormir. Me recuerda en algo a los panes y los peces de los que solía oír hablar cuando era niño en la iglesia blanca a la que mi Gamma me llevaba. Nunca lo creí entonces. Pero ahora estoy abierto a la idea habiéndolo experimentado de primera mano con aquella media docena de cigarrillos canadienses. A veces son los pequeños y más corrientes milagros los que te aportan la fuerza para seguir adelante. Necesitaría aquello para poder soportar lo que estaba por venir durante los próximos meses, cuando se me transfirió por toda la región de unas cárceles a otras. Los policías y los guardias me amenazaban rutinariamente con la muerte segura “sin importar lo que pase en los tribunales”. Se me alimentó con frías e insípidas comidas, no se me dejó hacer ejercicio, ni recibir visitas de mi familia, ni siquiera darme duchas. En una cárcel un funcionario me dijo que habían estado orinando sobre mi comida. Cuando empujé la comida, de vuelta, a través de la ranura de la puerta, me la devolvieron de nuevo diciéndome, “¡Cómete esto o muere, pedazo de mierda!”. Prefiriendo morir de hambre antes que comer aquello, lo eche fuera otra vez por la ranura. Lo volvieron a empujar dentro. Cuando, de nuevo, lo volví a echar fuera, el sheriff y media docena de guardas aparecieron en la puerta de mi celda. Ésta se abrió y todos permanecieron allí, un grupo de personas con ojos salvajes que estaban listos para saltar sobre su presa. Luego empezaron a entrar dentro. Me mantuve en la parte de atrás de mi celda, frente a ellos con la espalda hacia la pared. “iVamos, es un buen día para morir!” les solté. “¡Vamos a ello!”. Supongo que esto les hizo pestañear, Desde luego yo no estaba de broma. Se metieron todos en la celda hasta que ésta se llenó por completo, luego gritaron y chillaron y me escupieron y agitaron sus puños amenazándome. Yo grité y chillé y les escupí a ellos también y esperé a que viniesen hacia mí. Demonios, una muerte rápida en sus manos siempre era preferible a una vida entera en prisión. Pensaba que, si pudiera, me intentaría llevar a algunos de ellos con migo. “¿Quién busca 151

algo?”, pregunté. Escondí mi propio miedo. Podía sentir mis tripas aflojándose en mi interior pero las mantuve bien dentro. Luego, el sheriff, que tenía su puño alzado justo delante de mi nariz, y que había estado incitando a los demás, fijó sus ojos sobre los míos, se dio cuenta de que él iba a ir primero y cruzó una mirada repentina de miedo echándose hacia atrás. Ordenó retroceder a todo el mundo y todos salieron de allí. Asombrado, les grité, “¡Ey, volver aquí, pandilla de cobardes! ¡Venga!”. Cerraron la puerta tras de sí y desaparecieron. Cuatro días después, durante los que no probé un bocado de su comida, aquel sheriff avisó a la oficina del oficial de justicia para que vinieran a buscarme y me sacaran de su cárcel antes de que yo muriera. Eso significaría mala prensa, así que vinieron y me sacaron. No puedo recordar todas las otras cárceles de antes, durante, y de después de mi juicio en Fargo. Para entonces, mi abogado, Bruce Ellison, había amenazado con una demanda judicial si no se me concedían al menos los privilegios mínimos y, tras unos meses de aislamiento, finalmente se me permitió una breve visita de mi familia a través del cristal y del teléfono. Finalmente, unos dos días antes de ser sentenciado en Fargo, fui capaz de obtener una buena ducha, tan poco común, y un afeitado, también se me dio un juego de ropa limpia, y fui tratado brevemente, casi, como un ser humano. Bienvenido a Leavenworth El 1 de junio de 1977, a las 9.00 a.m., recibí mis dos condenas perpetuas en la sala de justicia de Fargo, luego se me sacó de allí rápidamente bajo fuerte vigilancia y se me llevó al el aeropuerto. Un par de horas más tarde, aterrizaba en el aeropuerto internacional de Kansas desde donde se me condujo a la penitenciaría de los EEUU de Leavenworth, Kansas, a menos de una hora en coche de allí. Un escalofrío recorrió mi nuca cuando pasamos junto al larguísimo muro de dieciocho pies de alto y luego cogimos la entrada principal de Leavenworth. El abrumador tamaño del lugar asusta, y su bóveda central pintada de plata lo hace aún más extraño, recordando, de manera ridiculizada, al edificio del Capitolio de Washington D.C., junto a sus paredes de piedras como falanges, sus vallas tipo ciclón, sus rollos de alambre de 152

espino, y sus leones de piedra de ojos vacíos vigilando los escalones centrales bajo una amenazadora torre de vigilancia armada, todo ello resultado del trabajo de algún arquitecto demente y sádico, que tomó en cuenta cada detalle, sin duda, para contribuir al simple terror nauseabundo de todo ello. Subí con mis grilletes y cadenas por las escaleras principales hasta la primera de las aparentemente interminables series de verjas de acero. Me pareció oír gritos lejanos que provenían de algún lugar de dentro del edificio. O a lo mejor sólo era el viento aullando por entre el alambre de espino situado sobre los muros. De pronto, tu mente te empieza a jugar trucos y es como si escuchases a tu espíritu diciéndote que corras, que no vayas allí dentro, y luego el miedo se te echa encima de una manera casi insoportable, tus rodillas se vuelven frágiles, te sientes como si fueras a mojar los pantalones, te entran ganas de llorar, de gritar buscando ayuda. Tenía una necesidad casi irresistible de ir a los oficiales y suplicarles, rogarles que no me llevaran dentro de ese lugar. Estoy seguro de que, de haberlo hecho, mi voz se habría quebrado y yo me habría deshecho en lágrimas. Y a lo mejor eso hubiera sucedido, pero algo me salvó. Porque cuando me giré hacia uno de los oficiales que me guiaba escaleras arriba, esperando encontrar algún destello de calor humano en sus ojos, vi, en cambio, no una cara, para nada, sino una máscara de odio absoluto y una mirada en sus ojos tan vil que no se podría ni describir. Él veía mi terror y mi debilidad y lo estaba disfrutando como un buen vino. Yo no podía decir nada. Él sólo sonrió, con la sonrisa de un diablo y dijo en una voz prácticamente alegre, “Estás muerto, jodido indio bastardo, nunca saldrás vivo de este edificio. Nos aseguraremos de eso. Te cogeremos de una manera u otra. ¿Por qué no te escapas, macarra de mierda? iVamos! Conviérteme un héroe. iEy, seré ascendido si te trinco!”. Te lo juro, vi su cara y su cabeza convertirse en serpiente, y ésta escupía su veneno hacia mí. Mi mente estaba dando vueltas y no paraba. Mis rodillas temblaban, me sentí desmayar, me quedaba sin aliento, y apenas podía subir el peldaño siguiente a las escaleras. Entonces esa mirada de puro mal sobre su cara de víbora, de pronto, no puedo explicar cómo, me dio una potente fuerza que iba emergiendo. Cuanto más me miraba con su odio 153

feroz, más fuerte me volvía yo. Eso es algo que aprendes sobre este tipo de odio, te da la fuerza para superarlo. Espíritus dentro de mí gritaban que me mantuviera fuerte, que pelease contra esta ira y este miedo que recorría con locura mi mente, para que permaneciera bajo control antes de perder todo amor propio y convertirme en la estremecida y quejosa víctima que él quería que yo fuera. Mi fuerza y valentía de pronto regresaron rugiendo hacia mí, como una ola gigante caliente y volcánica. Mis piernas dejaron de temblar. Mi aliento volvió. Mi mente dejaba pasar imágenes luminosas de la Danza del Sol, del sagrado Árbol de la Vida conectándome a mí con el mundo, de los espetones enhebrados en mi carne y de las cuerdas siendo estiradas hasta que la carne en tensión se rompía, liberándome, y yo inmediatamente me conecté con ese dolor sagrado y encontré en él una inagotable fuente de energía. Sí todo esto era simplemente una extensión de la Danza del Sol. Ésta era mi ofrenda a Tunkashila, el Gran Misterio, mi carne, mi vida, mi existencia misma. Podrían sepultar mi cuerpo, pero mi espíritu nunca lo podrían tocar. Me volví hacia esta serpiente de forma humana, de pronto tan calmado como no lo había estado nunca en mi vida, y justo cuando me estaba diciendo por última vez, “Corre, jodido bastardo”, le devolví la sonrisa y le dije en voz baja, “Vale, vamos a ello. Pero pórtate como un hombre. Dame una oportunidad y quítame estos grilletes para que al menos pueda intentar escapar. Venga... entonces podrás ser el héroe que siempre has querido ser. ¡No pierdas tu oportunidad! ¡Estoy listo! ¡Vamos a hacerlo!”. Su cara cambió, presentando una mirada de puro escándalo y descrédito. Tan sólo se quedó ahí, con los ojos abiertos, mirándome alarmado y, sí, ¡con miedo! El otro oficial, pegado a él, me empujó escaleras arriba, soltando, “Muévete macarra!”. Yo solté una obscenidad apropiada y me moví. Aun es más, me seguí sintiendo más fuerte con cada segundo. No había manera de que me destruyeran. Cuando entramos en el edificio, y se me había empujado a través de una serie de puertas corredizas con ventanas de cristal oscuro, se me dijo que permaneciera en un cuarto. Mientras estaba allí pude ver el reflejo de los dos oficiales hablando con el guarda del cuarto de control a través de un agujero cortado en 154

el cristal para poder hablar. Luego se oyó una voz por el altavoz: “Aplasta la nariz contra la pared. Vamos, macarra, apriétala contra la pared, justo ahí. ¡Vamos!”. Yo permanecí ahí parado. Otra vez se oyó la voz: “iAprieta tu jodida nariz contra la pared o verás tu culo bien pateado!". Otra vez no hice ni caso. He descubierto que no responder nada es la mejor respuesta a las incontables y vacías, y no tan vacías, amenazas que recibes entre estos muros. Estate preparado, mantente relajado, estate expectante, y no hagas nada. Dura más que los bastardos. No siempre funciona, pero sí a menudo. Y así comenzó el tan largo borrón de mi vida en prisión. No te aburriré con los interminables traslados de Leavenworth a otras prisiones federales, luego de vuelta, luego fuera y de vuelta otra vez, Terre Haute, Marion, Springfield, y así, cada una de ellas con sus propias e infinitamente grandes y pequeñas historias de horror. Cuando eres un invitado en el infierno, aprendes que el diablo tiene muchas mansiones, y te mantienes yendo y viniendo a ellas y de ellas por ninguna razón conocida. Al menos, en el infierno siempre te dan habitación, o parte de una. En el infierno no hay gente sin hogar. Supongo que en ese aspecto es mejor que otros lugares.

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Capítulo XXX Tras mi extradición ilegal de Canadá, sucedieron algunas cosas muy extrañas. Sin explicación alguna, mi juicio, que comenzó en marzo de 1977, fue trasladado de Cedar Rapids, Iowa, donde se tenía que haber celebrado ante el mismo juez que había presidido la absolución de Butler y Robideau, a Fargo, Dakota del Norte, a un juzgado abiertamente hostil. Las pruebas de mala conducta e ilegalidad intencionada que habían influido tanto al jurado de Cedar Rapids no fueron permitidas en la sala de justicia de Dakota del Norte. Ni tampoco se permitió mencionar la historia de Pine Ridge en los años recientes con la confusión que el gobierno inició allí. Aun es más, el juez me prohibió, asombrosamente, poder alegar defensa propia, como ya hicieron Butler y Robideau estando acusados bajo los mismos cargos. Toda mi condena estaba basada en indicios, la mayoría de ellos falsificados, incluyendo la supuesta arma homicida que nunca fue mía y que no tenía nada que ver con los sucesos de Oglala, como el FBI bien sabía, pues ellos se habían inventado todo esto, de manera literal y por completo, como sus propios informes demostraron más tarde. La farsa de mentiras desenfrenadas y la escandalosa coacción de testigos fueron representadas ahí, en una sala de justicia. Mientras tanto, para asegurarse de que el jurado sintiera completamente intimidado, el gobierno confecciono historieta inventada, que rápidamente se extendió por la prensa como si fuera el evangelio, en la que se decía que el AIM iba a asaltar el juzgado en cualquier momento. Los oficiales exageraron esto aún más, cubriendo las ventanas del juzgado. Los oficiales de justicia federales acechaban por todas artes, armados hasta los dientes, mirando detenidamente cada sombra en busca de inexistentes guerrillas del AIM. Al jurado se le trasladaba bajo guardia extrema, proporcionada por las unidades especiales de la policía. Las ventanas de su autobús estaban cubiertas o pintadas. Todo el juicio fue absolutamente absurdo, una parodia, una invención evidente como mucho de lo demás. Mientras tanto, la acusación, 157

sin escrúpulos, coló un sinfín de mentiras, pruebas inventadas y testigos falsos, y el juez lo permitió todo. Éste era el peor momento del sistema judicial americano, burlándose de, incluso escupiendo sobre, los mismos principios de verdad e imparcialidad y justicia sobre los que supuestamente se basa. El comprensiblemente aterrorizado jurado, todo blanco ansioso por salir de ahí lo antes posible, apenas se tomó seis horas para llegar a un veredicto en el que me declaraban culpable, con dos cargos de asesinato en primer grado. A pesar de que fueron manipulados e intimidados, podrían haber visto lo que estaba sucediendo y haberse opuesto, como hizo el jurado de Cedar Rapids. Ellos, después de todo, eran los encargados que la sociedad había nombrado para prevenir precisamente este tipo de abusos. Este jurado, del que tan a menudo se ríe la gente y se maltrata, constituye la verdadera salvaguardia de todo el sistema legal americano y, partiendo de ahí, de la democracia americana misma. Tenían en su poder, de hecho era su obligación, no sólo liberar a un hombre inocente sino exponer toda esta ilegalidad del gobierno. Al terminar el juicio de Fargo, el fiscal me señaló y le dijo al tembloroso jurado con una voz atronadora que “hombre... este hombre sentado aquí delante de ustedes” había matado a sangre fría y a bocajarro, con un rifle de alta potencia, a aquellos agentes ya heridos... Y aun así, años después, durante una de mis muchas vistas de apelación, este mismo fiscal admitió en el juzgado que el gobierno no tenía ni idea de quién había matado aquellos agentes. Declaró, constando en acta: “No teníamos prueba directa alguna por la que declarar que un individuo frente a otro hubiera sido el que apretara el gatillo”. El Tribunal de Apelaciones de Octavo Circuito, en mi vista de 1986 para un nuevo juicio, reconoció que había habido uso de pruebas falsas, retención de pruebas exculpatorias coacción de testigos, así como conducta no apropiada por parte del FBI. ¿Por qué, entonces, no se me excarceló inmediatamente como hombre inocente, que lo era y había si probado por sus propias y numerosas confesiones? Simplemente porque, como siempre he afirmado, cualquier indio hubiera servido para pagar por las muertes de sus agentes, preferiblemente alguien del AIM y de 158

“fuera” que pudiera ser acusado de provocar problemas en la rez. Aparentemente, eso fue por lo que los “de fuera”, Butler, Robideau, y yo mismo habíamos sido elegidos de entre un grupo potencial de treinta o más personas que estuvieron en la propiedad Jumping Bull aquel día, y probablemente esto también explica por qué los cargos contra Jimmy Eagle, un hombre del lugar, fueron retirados Según resultó, yo debía ser su chico. Sí, yo, Leonard Peltier, era el elegido. Esta vez no estaban arriesgándose. Yo era el último indio que les quedaba para cargar con muertes de sus dos agentes. Si los federales no podían coger al verdadero asesino, desde luego que me cogerían a mí. Y así lo hicieron. El juez de apelaciones que escuchó la confesión del fiscal, aun así, denegó mi apelación. Más tarde, en 1992, se falló que, aunque no quedaba ninguna prueba creíble con la que probar mi culpabilidad, yo seguía siendo culpable de “complicidad criminal” en las muertes de los agentes simplemente por haber estado en la propiedad Jumping Bull aquel día. Por tanto, continuaría cumpliendo esas dos cadenas perpetuas consecutivas, y esto a pesar de que el jurado de Fargo me había condenado a esas penas máximas específicamente por, supuestamente, haber ido y asesinado personalmente a aquellos agentes a distancia corta con un arma de alta potencia, y no por el vago crimen de “complicidad criminal”. Años después, ese mismo juez que había denegado mi apelación declaró que el gobierno había sido, como poco, “igualmente responsable” de las muertes de sus propios agentes, y hasta escribió una carta al presidente Reagan instándole a que mutara mi sentencia. Yo desearía que ese juez y ese fiscal, y tantos otros, que hayan obrado así y aún pueden obrar así, hubieran declarado la verdad tal y como la como la conocían años antes, antes de que se me arrebatara mi vida, Aun así les estoy agradecido por sus atrasadas confesiones. El hecho de que se me condenara sin pruebas creíbles de mi culpa, y el hecho de que ninguna cantidad de pruebas que demuestran lo contrario, aunque sea de manera abrumadora, parece ser suficiente para obtener mi libertad o al menos un nuevo juicio o la condicional tras casi un cuarto de siglo, precisamente por lo que a menudo se me considera, y, sin duda, para la gran vergüenza del gobierno de los Estados Unidos, un “preso político”. 159

Se me comunica que, en el último recuento, más de veinticinco millones de personas de toda esta Madre Tierra habían sacado el tiempo de sus propias y atareadas vidas para firmar una petición pidiendo mi libertad. Les estoy agradecido a todas y a cada una de estas personas. Os lo agradezco a cada uno personalmente. También valoro el efusivo apoyo a lo largo de los años de la ya fallecida Madre Teresa, así como del Arzobispo Desmond Tutu, del Dalai Lama, y de todos los otros defensores de los oprimidos y desposeídos de este planeta. Mitakuye Oyasin. Sí, es cierto. Todos estamos relacionados.

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Capítulo XXXI Me sucedió otra cosa muy curiosa un par de años después de mi condena de Fargo, de hecho, justo después de la primera negativa de la Corte Suprema para revisar mi caso, en 1979. Un día, inexplicablemente y sin previo aviso, fui trasladado de la prisión de máxima seguridad de Marion, Illinois, uno de los verdaderos infiernos sobre esta tierra, el “nuevo Alcatraz” para “prisioneros incorregibles”, donde yo había pasado la mayor parte de mi tiempo aislado, a la prisión de Lompoc, una instalación comparativamente de baja seguridad en la balsámica costa central de California, cerca de Santa Bárbara. Raro. ¿Qué estaba sucediendo? ¿De pronto se había vuelto blandos de corazón? ¿o blandos de cabeza? Esto no era probable. Se me había alertado sobre un plan de asesinato. El mismo hombre que originalmente se suponía que cometería este asesinato fue quien me avisó, un compañero nativo-americano preso en Marion, y un ser humano tremendamente valiente, llamado Robert Standing Deer Wilson. Bajo extrema presión, él había accedido de mala gana a hacer el trabajo sucio por ellos y “cazar a Peltier”. A cambio, le prometieron que se retirarían los graves cargos de asesinato contra él y que también se encargarían de que recibiera el cuidado médico que desesperadamente necesitaba para tratar una lesión espinal extremadamente dolorosa que le habían negado durante años. Pero, tras acordar el plan, Standing Deer no pudo convencerse para hacerlo. Vino a mí, y me contó todo. Cuando lo vuelvo a pensar, creo que eso es exactamente lo que quieran que él hiciese, provocar en mí un miedo inminente sobre el peligro que corría mi vida para que yo tratara de escapar. Luego, convenientemente, se me mataría cuando yo intentara huir. Standing Deer me conto que los dos seríamos trasladados de Marion, tras estancias cortas en Leavenworth, a la instalación de Lompoc. Me comentó que unos funcionarios de prisión le habían dicho que él no era el único asesino que mandaban a pillarme. Decían que otro indio, desconocido por él pero que también se asignaría en Lompoc, recibirá una asignación paralela a la suya. Luego, Standing Deer, 161

habiendo representado de mala gana el papel que ellos que querían, fue mantenido en Leavenworth mientras se me mandaba a mí solo a Lompoc, sabiendo ya, o creyendo que sabía, que mi asesino estaría allí preparado, esperándome. Eso es precisamente lo que querían que yo creyese. Al llegar a Lompoc, enseguida se me aproximó un exageradamente amistoso y sospechoso preso nativo que, me figuré, debía ser el asesino planeado. Mis días en Lompoc estaban definitivamente contados. A menos que quisiera levantarme una de esas mañanas muerto, no me quedaba otra elección que tratar de evadirme. Claro, ellos realmente querían que tratara de escapar. Eso convertiría matarme en algo tan conveniente como totalmente justificable. Aun así, mirando hacia atrás, lamento enormemente haberlo intentado. Era una trampa y yo caí en ella. Siempre me aflige el hecho de que mis dos compañeros de escapada, que sólo se unieron a la fuga en 1978 para ayudarme, ahora han pagado el precio, Dallas Thundershield, que tan pronto como nos escapamos del lugar recibió un disparo por la espalda que lo mató, y Bobby García, hallado muerto dos años después en la unidad médica de la prisión federal de Terre Haute, Indiana. Dicen que se colgó. Es raro, también me cuentan que hallaron una sobredosis de barbitúricos en su sangre. En cuanto a Standing Deer, tras representar aquel de mala gana, su recompensa fue ser echado de nuevo a un agujero de hierro, lo último que oí fue que lo mandaron de vuelta a una prisión de Tejas. Aquí dentro no te matan sola una vez; te matan cada día. Y con cada día uno de nosotros renace, te guste o no, para vivir, y morir, de nuevo. ¿Por qué no me mataron los guardas de prisión durante la escapada a mí también? Sin duda es lo que querían. Después de largarnos, sólo corrí y me arrastré y socavé mi camino a través de la noche sobre el duro y desconocido terreno, dirigiéndome a cualquier sitio y a ninguno en particular. Podía oír sus gritos y sus sirenas lamentándose. De alguna forma, me escapé. ¿Tendría un préstamo temporal para otra camisa de Ios espíritus? Me escondí durante cinco días en barrancos y entre maleza. Parecía que me había convertido en el eterno fugitivo.

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Fui descubierto finalmente, por casualidad, en un campo por un granjero que alertó a las autoridades. Supongo que podía haber matado cuando se tropezó conmigo, pero no estaba dispuesto a justificar todos sus cargos contra mí. Yo llevaba un viejo rifle que una piel amiga me había pasado tras mi fuga, pero nunca he matado a nadie y nunca lo haré. Él era tan sólo un hombre corriente, como yo. Intenté huir durante un rato pero pronto vi que seguir huyendo no tenía sentido pues ahora sabían dónde buscar. Cuando me localizaron, a unas millas de distancia, no ofrecí ninguna resistencia y me entregué pacíficamente. Con toda la publicidad de mi escapada, hubiera sido raro que me dispararan ahí, a sangre fría. Contaba con ello. Se me esposó y regresé por un día a la prisión de Lompoc, y luego, pues sólo se me había trasladado allí para facilitar mi escapada y asesinato, se me mandó en un chárter privado de vuelta a ese infierno de máxima seguridad donde todo el complot del asesinato había comenzado, a la penitenciaria federal de Marion, Illinois. Hubo un juicio y se añadieron siete años más a mis dos cadenas perpetuas. Realmente para entonces, matarme va no era necesario, a menos que se pudiera hacer en silencio, sin publicidad ni protesta pública. Desde luego, no querían provocar una verdadera investigación asesinándome abiertamente. De todas formas, ya era uno de los muertos vivientes. La preocupación de mis defensores es lo que considero que me había mantenido vivo desde aquel momento hasta ahora. Sus esfuerzos desinteresados en mi nombre me dieron fuerza, sí, hasta inspiración, para continuar con la lucha. Mientras estén mirando, estando ojo avizor, será menos probable que se elaboren más planes contra mí. Aunque estoy seguro que de que los federales se lamentan de su fracaso en Lampoc, pues matarme en este momento no serviría de mucho, a estas alturas. Enfrentémonos a ellos, aquellos que me pusieron aquí piensan que han ganado. Matarme ahora solo provocaría una investigación del Congreso que desenmarañaría toda esta retorcida madeja de los delitos cometidos por el gobierno desde aquel día, el 26 de junio de 1975, hasta el día de hoy.

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Capítulo XXXII Mis infinitamente pacientes abogados han continuado sosteniendo mi inocencia en incontables vistas y apelaciones tras el juicio, y durante los pasados veintitrés años. Hemos tenido muchísimos momentos en los que mi puesta en libertad, o al menos mi nuevo juicio, parecían ser un hecho, así de abrumadoras han sido las pruebas que demuestran que he sido falsamente condenado. Un nuevo juicio, en el que mis abogados introducirían pruebas tales como mostrar que la supuesta arma homicida fue falsificada, ha sido repetidamente negado. Los tribunales han confirmado que el gobierno retuvo pruebas exculpatorias que podrían haber probado mi inocencia, y que el juez original se equivocó en sus fallos, impidiendo que yo tuviera una defensa adecuada. El gobierno de los EEUU admite ser directamente responsable de mi extradición fraudulenta de Canadá en 1976, para la que se entregaron pruebas falsas a las autoridades de Canadá. A esto se suma que se me extraditó bajo un cargo de asesinato, aunque no había prueba directa alguna contra mi. Pero todas las apelaciones han caído en oídos sordos y han sido rechazadas, y cada vez hemos tenido que empezar de nuevo este largo y agonizante proceso que consume el alma. Probablemente no haya nada más tedioso y aburrido que las apelaciones, a menos, claro, que resulte que te vaya algo personal en ellas, como tu propia vida y tu libertad. Ya te he descrito lo que me sucedió aquel día. Solo puedo contarte lo que personalmente vi e hice. Dispare solamente en defensa propia como lo hicieron una docena o más de otros defensores aquel día, y dispare no pata matar sino para mantener inmovilizados a aquellos desconocidos invasores y a quien quiera más que estuviera disparándonos mientras tratábamos de asegurar nuestra huida. No estaba tratando de quitar vidas, sino de salvar vidas. Tenía mujeres, niños y Ancianos bajo mi cuidado. Hice cuanto pude por defenderlos, por ayudar a rescatarlos. Y lo hice, no con la ayuda de un arma, porque nos sobrepasaban en potencia de fuego a mil contra uno, sino con una oración al Gran

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Espíritu, al Gran Misterio, y mediante la orientación del águila sagrada que fue mandada milagrosamente para salvarnos. A pesar de lo que me ha pasado desde entonces, aún estoy agradecido a que se me diera la oportunidad de ayudar a salvar las vidas de un grupo de gente india indefensa. Esa es la única “complicidad criminal” en la que participé aquel día. Mis apelaciones legales para un nuevo juicio continuarán sin cesar, aunque la Corte Suprema se negó a revisar mi caso en 1987. Ha salido a la luz tanta información crucial y testimonios apoyando mi inocencia y demostrando la mala conducta por parte del gobierno que aspiro a mi vindicación pública en un juicio abierto y honesto, si el gobierno alguna vez me lo permite. Mientras tanto, nuestros esfuerzos legales también se han centrado en obtener libertad provisional y/o clemencia presidencial. Hace cinco años, la Comisión de Libertad Provisional de los EEUU rechazó mi apelación, a pesar de que su propio examinador recomendara mi libertad provisional; ellos volvieron a confirmar la negativa hace poco, en mayo de 1998. Me dicen que puedo solicitarla de nuevo en el a 2008. Un acto tan simple en los tribunales como sería cambiar mis sentencias “consecutivas” a sentencias “concurrentes” me daría la libertad y me devolvería al menos una fracción de mi vida, aunque sea sólo a mi edad avanzada. Ruego para que se realice ese cambio de palabra. Mi abogado principal, el ex Fiscal General de los Ramsey Clark, también presentó, a finales de 1993, una solicitud formal de clemencia ejecutiva al presidente Clinton, lo que supone no un perdón sino una orden presidencial que me otorgaría la libertad por “tiempo servido”. Esto, aparentemente, es mi última y mayor esperanza para poder obtener la libertad. La petición pasó a ser revisada por el Departamento de Justicia, que, según entiendo, debe hacer una recomendación formal al presidente después de revisar todos los aspectos de mi caso. Según escribo estas palabras, aún estoy esperando esa tan demorada recomendación del Departamento de Justicia casi cinco encarcelados años después. Rezo con fuerza para que llegue pronto. Rezo para que un águila real vuele desde el asta de la bandera del Despacho Oval y diligentemente haga entrega de esa largamente demorada recomendación llevándola de la 166

mesa del Fiscal General a la mesa del presidente. Y mientras el presidente se sienta ahí, considerando la petición de clemencia de este hombre indio inocente, ruego porque ese águila se pose sobre su mesa, le mire al ojo, y una su grito al grito de los millones de personas alrededor del mundo que han escrito al presidente pidiendo mi libertad. Hace tan sólo unas noches, soñé que yo estaba en el Despacho Oval con un grupo de indios. Espero que ese sueño pronto se haga realidad. Mientras, mi vida se me va. Mi comité de defensa y defensores han estado luchando durante muchos años para conseguir una vista del Congreso sobre mi caso completo, y se me dice que hay verdaderas esperanzas para que esto suceda en el futuro próximo. Veintenas de congresistas y senadores de los EEUU me han dado abiertamente su apoyo. Pero ni siquiera una vista del Congreso, como fuera de reveladora, me pondría en libertad por sí y en sí misma. Sólo las personas de buena voluntad del gobierno de los EEUU y, en particular, el presidente mismo pueden hacer esto. Espero su, y tu, consideración y compasión. Soy un hombre indio. Mi simple petición es vivir como tal.

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Capítulo XXXIII Ahora mismo, mientras escribo esto a principios del otoño de 1998, no estoy en el “Shoe”¹ que es el SHU (Special Handling Unit), o Unidad de Cuidados Especiales, el nombre oficial de Leavenworth para el Agujero. Se te echa allí, a una pequeña jaula construida dentro de una jaula mayor, por lo que hagas y por lo que no hagas, así que, del todo, no puedes evitarla. Yo no estoy buscando problemas. Incluso aquí en Leavenworth, especialmente aquí en Leavenworth, estoy tratando de construir armonía de hacer hasta éste un mundo mejor. Provocar problemas es lo último que yo quisiera. Ésa sería la manera fácil, y la manera estúpida, de proceder. Sin duda, ya vendrán suficientes problemas, aun cuando no te los busques. Cuando aquí hubo un amotinamiento hace poco, yo desesperadamente hice lo posible por mantener a nuestros hermanos indios fuera de ello, agrupando a tantos de nosotros como pude encontrar, manteniéndonos a todos apartados y fuera de la refriega, rezando juntos como hicimos aquel día cuando apareció el águila para salvarnos en Oglala. Muchos rencores privados tienden a pagarse aquí en los momentos de desorden repentino. Las shanks, las navajas caseras, salen de sus escondites, y debes mantener los ojos bien abiertos para estar seguro de que una de ellas no encuentre el camino hacia la tripa, justo debajo del esternón, derramando tus intestinos sobre el suelo de baldosas. Eso crea una suciedad desagradable. Lo he visto suceder. Nosotros los indios nos mantuvimos juntos aquella vez y evitamos lo peor. No vino ningún águila, pero sobrevivimos. Haciendo lo que pude por mantener a mis hermanos a salvo y alejados del daño me llevó a una estancia larga en el Shoe, por supuesto. Ey, mira, estoy acostumbrado a pagar crímenes que no he cometido. Y desde luego te lo digo, me gusta estar en el Shoe ni una pizca. Te pasas vientres horas al día en una pequeña jaula dentro de esa jaula mayor. Para hacer ejercicio, se te permite ------------1. < Zapato o herradura > (N. del T.)

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ir a la jaula mayor que te rodea durante una hora al día. Toda su intención es desmoronarte. Lo evitaré si puedo. Pero nunca me desmoronarán ahí dentro. Ni hablar. En el Agujero, yo sueño. Siento cómo voy cayendo y cayendo. Más o menos como Alicia cuando cae por la madriguera del conejo, sólo que la mía es una caída que no termina nunca. No hay suelo, ni fondo, ni punto de parada. No es espacio por lo que caigo, ni siquiera tiempo. Es el agujero de mi propio ser. Estoy cayendo por el espacio vacío donde se supone que está mi vida. He estado cayendo de esa manera en caída libre, de ningún lugar a ningún lugar, ya durante casi un cuarto de siglo. Quizá es por esto por lo que lo llaman el Agujero. Es el Agujero que hay dentro de mí, de donde nunca puedo salir. Mientras caigo, me dejo a mí mismo soñar. ¿Estoy soñando o se me está soñando? A veces no estoy seguro. De todas formas, aquí va uno de mis sueños que he puesto sobre papel. Lo he tenido de diferentes formas y en repetidas ocasiones. A menudo me viene cuando estoy en ese estado que queda entre estar despertando y estar dormido. Mi abuela me decía que ésa era la hora más sagrada, ese pequeño momento entre despertar y dormir, esa peque es pequeña rendija luminosa entre este mundo y ese otro, esa mayor realidad que contiene a esta pequeña realidad a la que llamamos nuestras vidas. El sueño siempre empieza en el hogar de mi niñez, en la pequeña casa de mis abuelos que quedaba en el bosque de Turtle Mountain, en Dakota del Norte, cerca de la frontera con Canadá. No estoy muy seguro de lo que significa todo ello. Cada vez que lo sueño, cambia. Y cambia cada vez más cuando lo intento escribir. De todos modos, déjame volver a soñarlo aquí, para lo que pueda servir. Yo creo que es una especie de visión, un obsesionante y enigmático mensaje que aún no puedo descifrar del todo. Espero que algún día pueda. Así es como va… por el momento, al menos, antes de que cambie de nuevo: La Última Batalla Un Cuento en Forma de Visión

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Me encuentro mirando en silencio a través de la ventana, rota y llena de telas de araña, de la choza de madera que fue mi hogar durante mi niñez en Dakota del Norte. Es como si hubiera permanecido ahí de pie, en silencio, durante horas, días, años, tan sólo mirando a través de esta ventana rota y viendo todos los recuerdos venir e irse, sombras débiles apenas visibles dentro de la casa... Gamma y Gramps, mi madre y mi padre, mis hermanas, toda la gente que una vez formaron mi vida... muchos de ellos ahora son sólo fantasmas, como yo mismo. Parece que he pasado siglos permaneciendo únicamente ahí parado, en un estado casi incorpóreo, mirando a través de esta ventana. Ahora escucho el sonido de alguien que llora... un niño. Es un gemido, como un viento distante en la pradera. Un lloro de dolor, de terror. Mi corazón se tensa en mi pecho. Conozco esa voz. Ahora la voz cesa. Ahora comienza de nuevo. Ahora, otra vez, cesa finalmente. Un frío silencio cae rodeándome, adentrándose en mí. Por supuesto, la voz es mía, es mi propia voz de niño, llamándome. Mis labios están congelados. No puedo responder a la llamada aunque lo intento. No puedo contestar, sólo puedo escuchar esa voz que se apaga y que vuelve, que se apaga y que vuelve, como un solitario y lejano viento de pradera. He vuelto a casa, pero no hay hogar al que volver. Solo queda esa ventana, llena de cristales rotos y telas de araña. Consigo apartarme de allí. Mi cuerpo se siente enormemente pesado. Mis pies parecen estar hechos de hormigón. Cada paso supone una agonía. Atormentado por la vaciedad, por recuerdos que se niegan a ser recordados, me salgo literalmente de mi cuerpo, que permanece ahí, de pie, en la ventana, aun cuando mi verdadero yo, mi yo espíritu, realiza un gran esfuerzo y se suelta y vuela hacia arriba como un remolino de chispas. Ahora me encuentro dando un paseo-espíritu por esta tierra natal mía, antigua y, en otro tiempo, familiar. Mis pies caminan por los senderos escondidos por los que mi gente una vez caminó, ahora abandonados desde hace tiempo, recuerdos apagados de todo lo que una vez fue y nunca más será. Una y otra escucho ese lejano lloro en el viento. 171

Llego a la orilla de un río y veo ahí, agachándose al borde del agua, a un hombre mayor indio, de largo pelo brillante y plateado recogido en tirantes trenzas que le caen hasta la cadera. Está tirando piedrecitas, sin propósito alguno, al agua embarrada y gris. Peces, tortugas, renacuajos, todos muertos y moribundos yacen dispersos por las orillas del rio. Me pregunto quién será ese Anciano de pelo plateado, pues a lo largo de los años he ido conociendo a la mayoría de nuestros Ancianos. No es nadie que yo recuerde y, aun así, hay algo extrañamente familiar en él. Como si mis pensamientos hubieran hablado en alto, de pronto él se pone de pie, volviendo su cara hacia mí, y me mira con antiguos ojos que se entornan hacia los míos, pareciendo investigar mi ser más interior. Ahora, con el parpadeo de una sonrisa en sus delgados labios incoloros, asiente con la cabeza como si hubiera estado esperándome. Levanta una mano, haciendo un gesto para que me acerque más. Lo hago. Mientras me aproximo, veo oscuras lágrimas formándose en sus ojos vacíos, que ruedan por su cara y gotean lentamente, cayendo al agua. Acercándome aún más, me asombro al comprobar que esas lágrimas son lágrimas de sangre! Ahora él habla suavemente, y su voz anciana contiene ese mismo llorar que presenta el viento. “Hijo mío... Hijo mío...” dice en una voz de pena infinita. Y pone su mano azul fantasmal sobre mi hombro, mirando profundamente dentro de mi alma. El continúa: “Soy un hombre viejo, sobrecargado de años y penas. Soy la semilla original de la vida, entregada a nuestra gente por el Gran Espíritu. Cada una de estas piedrecitas que tiro es un sueño perdido de nuestra gente, un sueño que se hunde y ya no es más, pero que deja unas ondas en el agua para siempre.” “Yo soy la voz de los Ancianos de antiguo, ahora que se han acallado sus voces. Sus voces hablan en la mía.” "Yo soy la voz de un pueblo, de una gran nación, atados ahora al eterno cautiverio. Estas lágrimas de sangre que fluyen de mis ojos son la sangre del pueblo, las lágrimas del pueblo, la agonía del pueblo, y su cautiverio continúa hasta el día de hoy.” “Soy la voz de la Madre Tierra misma. Y también soy las

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voces de aquellos que gritan contra su destrucción. Soy la voz de la Oposición. Soy el coro de millones.” “Yo hablo por aquellos que no pueden hablar, cuyas voces han sido silenciadas. Cuando vuele el viento o llueva lluvia o truene el trueno, tú escucharás sus voces en mi voz. Yo hablo por ellos”. “Y yo soy la voz de la Séptima Generación, de aquellos que aún están por nacer, que nos llaman a nosotros para que les dejemos un mundo mejor en el que nacer. Sí, también hablo por ellos.” Mientras habla, el viento se levanta y se lamenta a nuestro alrededor como un coro de voces fantasmales. Él agarra mi hombro con esa garra azul que tiene por mano y me agita suavemente, tan suavemente como tú lo harías al despertar a un niño dormido. “Y, Leonard”, dice él, “que sepas esto, también. Soy tu propia voz. Te hablo desde dentro de ti mismo. Deja que los Ancianos hablen a través de ti. Sé una voz para el pueblo. Pronuncia las palabras que pongo en tu lengua. Mándalas fuera, al mundo. Habla de lo que no sea hablado para que los sordos puedan oír. Conviértete en un orador por la Tierra. Nunca te rindas al silencio...” Su mano tipo garra suelta mi hombro, y le observo mientras empieza a desvanecerse, disolviéndose en la creciente neblina del río. Intento tocarle pero allí donde él había estado hace un momento sólo queda aire vacío. El coro fantasmal de voces-viento se calma en un último y persistente lloro. Estoy solo otra vezA la orilla del río, donde el Hombre Viejo había permanecido, hay un pequeño montón de piedrecitas. Esperanzas perdidas. Sueños perdidos. Me alegra comprobar que no las había tirado todas al agua. Las meto en mi bolsillo, y hasta el día de hoy, cada vez que las saco y las froto entre mis dedos, las esperanzas y sueños de mi pueblo aparecen ante mi ojo interno. Pienso que si tan solo pudiera frotarlas el tiempo suficiente y lo suficientemente fuerte, ese mundo volvería de pronto. ¿Quién puede decir que esta otra

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realidad no sea tan real como la realidad que nosotros los seres humanos, parecemos tan inclinados a profanar? Yo creo que lo es. Yo sé que entraré en esa otra realidad algún día en el no tan lejano futuro, y toda mi familia y amigos y compañeros guerrerosespíritu estarán ahí para saludarme. Espero ese momento con ganas. Continúo mi paseo-espíritu. Me siento preocupado, enfadado, trastornado, mientras viajo por la reserva hechizada. Mientras camino, noto que muchas de las criaturas del Gran Espíritu están ahí inmóviles, otras se tambalean con deformidades, estremeciéndose de dolor. No emiten sonido alguno. No tienen voz. Lloro por ellas y con ellas. Les doy mi voz. Te llamo a ti añora en su voz. Mientras sigo caminando entre toda esa muerte presente por todos lados, llevo mis ojos al cielo, buscando a los preciosos alados que una vez cabalgaron por el viento con tanta gracia y vitalidad. Pero ellos, también, han desaparecido. La tierra, el cielo, el agua, todos están muertos, sin vida, sin voz. La Madre Tierra yace estéril, sin voz, enmudecida por la violencia descuidada que se ha infligido sobre ella y sobre sus niños, el pueblo indio. Una oscura nube de humo negro surge dentro de mí, una nube de odio que me ahoga desde mis adentros. Me estoy ahogando en mi propio odio, en mi propio deseo que reclama venganza de sangre sobre aquellos que han infligido estos terribles males. Mi nariz tiembla de enfado, con furia Y ahora empiezo a percibir el olor a carne humana quemándose, un olor tan terrible que mis ojos empiezan a arder. Mi corazón late de manera incontrolada. Cuando el olor a muerte golpea mi nariz, echo a correr. Al llegar a mi aldea, tan sólo encuentro el silencio donde el aire una vez estuvo vivo con la risa de los niños y con las voces de la gente. Un escalofrío recorre mi ser, una terrible soledad, físicamente palpable y abrumadora. Siento un pánico absoluto Me obligo a correr hacia la primera casa india que veo. Tras entrar a tropiezos y dar unos pasos, me quedo helado. Delante de mi ser y esparcidos por el suelo, yacen los cuerpos mutilados de mi gente, hombres, mujeres, niños, cada uno en una pose grotesca, con los ojos abiertos en un terror vacío, con los 174

miembros retorcidos tras su agonía final. Empiezo a chillar, corriendo de casa en casa por esa aldea atroz. En todas partes encuentro lo mismo: cuerpos retorcidos y calcinados, deformados hasta resultar irreconocibles. Perdido y solo, camino como en trance hacia el centro de la aldea. Se da entonces una explosión aterrorizadora y abrumadora. Mi cuerpo entero vibra. Miro hacia arriba, al cielo, y veo un destello cegador de luz. Incapaz de seguir mirando, caigo sobre mis rodillas, herido y débil. Y ahí, sobre la tierra, veo un charco de sangre... ¡las lágrimas del Hombre Viejo!

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Capítulo XXXIV Me tumbo aquí en mi cama en esta tarde de sábado apoyando la cabeza sobre la dura y pequeña almohada. Mi mordisqueado lápiz gastado permanece en equilibrio sobre el bloc legal amarillo que reposa sobre mis piernas, y yo vuelvo a soñar el inipi, o ceremonia de sudar, de hoy, no queriendo dejarlo escapar. El inipi hace que la mañana del sábado sea sagrada aquí, en el, de otro modo, nada sagrado Leavenworth. Cuando regreso a mi celda, tras ese viaje interior realizado en la cabaña de sudar, trato de revivir cada momento, sumergiéndome de nuevo en aquellos sentimientos superiores no sólo por el puro placer espiritual en sí sino también para buscar entre ellos algún significado especial, instrucciones especiales para mí del Gran Misterio. Durante el sudor te vienen cosas que ni te das cuenta en el momento, cosas que solo después, a veces años después, descubres, de pronto, que fueron parte de tus propias instrucciones, de lo que llamamos Instrucciones Originales. Los Ancianos me enseñaron que hay tres tipos de Instrucciones Originales. Están las Instrucciones Originales para la humanidad, algo tipo los Diez Mandamientos, que son todos nosotros, los seres humanos. Este tipo de instrucciones nos llegan sólo a través de individuos superiores, como Moisés o Jesús o Mahoma o la Mujer Búfalo Blanco. Luego están las Instrucciones Originales para cada pueblo, para cada nación, para cada tribu. Estas vienen a través de grandes guerreros-espíritu como Caballo Loco o Toro Sentado o Gerónimo o Gandhi. Luego, en tercer lugar, están las instrucciones Originales dirigidas a cada uno de nosotros como individuos, para que encontremos el sendero que nuestro propio espíritu individual debe seguir. Este último tipo de Instrucciones Originales engloba a las que posiblemente te vayan a venir durante el inipi o durante otras ceremonias sagradas. Mientras permanezco aquí sentado, mi cuerpo entero se siente encendido, calentado por vibraciones internas. En mi imaginación, vuelvo a vivir todos los acontecimientos que precedieron la ceremonia del inipi de hoy y todos los que la

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sucedieron. La verdad es que no te puedo llevar a los momentos centrales de sudor conmigo. Lo que sucede ahí dentro es intensamente personal. Tú nunca celebras, ni siquiera hablas de las cosas más importantes que te suceden, las cosas más profundas y más espirituales. Éstas quedan entre tú y Wakan Tanka, y nadie más. Ponerlo en palabras sería congelarlas en espacio y tiempo, y estas cosas nunca debieran ser congeladas así porque están continuamente desenvolviéndose, cambiando y adaptándose a cada momento que pasa. Sólo puedes acercarte a estos asuntos con palabras, pero no describirlos o capturarlos, como tú nunca podrías definir o capturar al Gran Misterio mismo mediante palabras. Las palabras sólo te llevan al umbral del significado. El significado puro es algo que tú debes sentir y experimentar por ti mismo. Así que simplemente considera esta descripción como una aproximación, un intento de acercarte al umbral de algunos de los significados, de los más altos significados, según veo yo, de lo que experimento durante el sudor. A mucha gente le aterrorizan estos sudores, y no sin razón. Puede llegar a hacer tanto calor ahí dentro, cuando vierte el agua sobre las piedras rojas incandescentes, que, si no estás acostumbrado a ello, literalmente no puedes más y llegas al límite de tu autocontrol. En ese vapor que escalda la carne, sientes que no hay absolutamente nada que puedas hacer excepto gritar Mitakuye Oyasin, “¡Todos mis parientes!”, y que se te permita salir por la puerta de la cabaña de sudar, que se levanta para que puedas marcharte. Esa opción siempre está abierta. Nunca se te fuerza a permanecer en el inipi. Y aun así, salvo raras excepciones, no lo haces. Resistes la tentación. Encoges la tripa y lo pasas a pelo. Clavas las uñas en la tierra del suelo. Al estar ahí sentado, desnudo en la sobrecalentada oscuridad, con tus rodillas descubiertas a tan sólo milímetros de las rocas derretidas del hoyo central, te encuentras justo al filo de tu propio miedo, de tu propio dolor. Pero el miedo al dolor es mucho peor que el dolor mismo. Eso es algo de lo que te das cuenta en seguida. Y ésa lección que necesitarás aprender si vas a sobrevivir en este mundo, así que más vale que lo aprendas bien. Y aun así cuando te enfrentas a ese miedo atentamente, hallas en él un conocimiento… 178

Como poco, todo ello empieza como un conocimiento del miedo mismo. Y luego, de alguna forma, pasas justo a través del miedo, justo a través de ese dolor. Entras en un reino que pasa al interior y también traspasa el miedo y el dolor. Mientras sientas dolor, significa que estás pensando en ti mismo. Sólo cuando dejas de pensar en ti mismo puedes realmente traspasar ese dolor y ese miedo. Tienes que olvidarte de ti mismo y encontrarte a ti mismo. Tú mismo eres la entrada. Tu propia mente, de pronto limpia de todo pensamiento, de todo miedo, es la puerta. Y cuando abres esa puerta y pasas adentrarte en ese otro reino… Pero, no, por favor perdóname, debo parar aquí. Más allá de este punto todo se vuelve totalmente privado, incomunicable. Traducirlo en palabras lo destruiría. Se me permite hablar o escribir sólo del antes y del después, de las simples acciones que preceden y suceden a ese momento, el más sagrado de todos. Pero, aun así, cada una de esas simples acciones también es sagrada a su manera desde el momento en que a las 6.30 la puerta de mi celda se abre de pronto, pesadamente, con un siseo metálico, un zumbido, un rechinar y un portazo, y mi mañana de sábado, mi más sagrado momento de la semana, comienza. Llevo levantado desde hace media hora o más o menos, preparando mis pensamientos, mi mente, y mi corazón para el inipi. Trato de juntar mis pensamientos, de no dejarles vagar demasiado. Saco mi pipa sagrada, limpiando y sacando brillo lenta y metódicamente a ala cazoleta roja de la pipa y a la larga boquilla, partes aún no ensambladas, como un tipo de actividad espiritual contemplativa. No junto las dos partes hasta justo antes de la ceremonia misma. Juntar las dos partes de la pipa es como enchufar un enchufe, crea una conexión, y transmite energías que sólo una ceremonia apropiada puede contener. La Mujer Búfalo Blanco nos enseñó cómo usar la Pipa original hace cientos de años. Y esa Pipa original que nos trajo aún existe entre el pueblo lakota, y es guardada Jefe Arvol Looking Horse, el guardián de la decimonovena generación de la pipa sagrada de Búfalo Blanco. Para nosotros esa Pipa original es tan sagrada como lo sería la Cruz original para un cristiano. Arvol nos ha venido a visitar

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aquí a Leavenworth, dándonos consejo espiritual y un aún más personal sentido de conexión con esa Pipa. Así, sólo limpiar y sacar brillo a mi pipa, descendiente de la maravillosa original, y compartiendo algo de su poder, ayuda a centrar mi mente y echa fuera todos los pensamientos oscuros. Estoy orgulloso de haber sido elegido como un portador de pipa. Cuando fumo esa pipa sagrada durante la ceremonia, ésta lleva mis oraciones de gracias hacia arriba, al Creador. Wakan Tanka nos oye. El Gran Espíritu escucha cada palabra de cada oración, sí, incluso las oraciones de estos niños náufragos aquí en Leavenworth. Tras enrollar mi pipa, aún en dos partes, de nuevo en su envoltorio, preparo los contenidos de mi bolsa medicina. Lo que hay ahí dentro exactamente sólo lo necesito saber yo aunque no hay nada que te sorprendería. Son cosas normales para las ceremonias, pero sin embargo son sagradas y personales para mí. También junto en un paquete separado de bolsas de pasta que he comprado en el economato de prisión; esto irá a la cacerola de agua hirviendo que el cocinero mantiene sobre el fuego, fuera de la cabaña de sudar. Si podemos, cada uno llevamos algo, un par de salchichas, un bote de chiles, un paquete de seis refrescos, patatas fritas, lo que sea. Son para el compartir después de la ceremonia. Agradezco no tener que trabajar hoy en la fábrica de muebles mis ocho horas diarias habituales, como hago durante la semana. Aunque en Leavenworth el sábado es el día más corriente para visitas, he pedido a familiares y amigos que no programen visitas para la mañana o para el mediodía temprano las horas de sudar. Esa mañana también me salto el desayuno, concentrando todo mi ser en la inminente ceremonia. Poco después de las 8.00 a.m., se escucha la voz de capellán de prisión por los altavoces: “Hoy se celebrará la ceremonia de sudar nativo-americana”, anuncia. Eso es una buena noticia. Cuando te levantas el sábado por la mañana nunca sabes si el sudar se va a celebrar. La única razón por la que no lo celebramos es cuando la prisión está en estado de incomunicación, o cuando hay mucha niebla, o hace un tiempo especialmente tormentoso que impida que los guardas de las torres de vigilancia puedan echarnos un vistazo en el patio. Si no, allí vamos dando igual 180

cómo esté el tiempo. Hemos estado ahí fuera en días de invierno a bajo cero y bajo lluvia torrencial. Nada nos para si podemos remediarlo. La verdad me encanta salir con mal tiempo. Me asombra comprobar cómo aprendemos a llamar “mal” a una tormenta de lluvia. No hay nada más bonito que una tormenta, algo que rara vez experimentas aquí dentro menos cuando escuchas vagamente los truenos que retumban por las paredes de espesa piedra mientras permaneces tumbado en tu celda, sin ni siquiera una ventana que dé al mundo exterior. Hay veces que daría lo que fuera sólo por ir fuera y caminar bajo una tormenta, sintiendo el viento soplar justo a través de mí, la lluvia y los truenos y los relámpagos empapándome la carne, sintiendo una unidad con el Gran Misterio. Salir durante las tormentas era algo que siempre me encantó hacer cuando era niño. Todos esos truenos y relámpagos me hablaban. Solía caminar bajo todo ello. Dicen que, si escuchas con atención, puedes oír la voz de Caballo Loco entre los truenos. Pero eso, también, nos ha sido arrebatado aquí dentro. Se han llevado hasta los truenos y los relámpagos. No nos dejan tener mucho. Incluso el inipi mismo nos lo han permitido solamente tras años y años de luchas en los tribunales que finalmente fallaron que los nativo-americanos en prisión tuvieran, como mínimo derechos religiosos limitados, como practicar el inipi y una pipa y una bolsa medicina. Estos derechos a veces se otorgan de mala gana, aquí en Leavenworth, pero al menos se otorgan. En lo que a esto respecta, las prisiones estales pueden resultar peores que las federales. Recientemente, un preso creek-seminole llamado Glen Sweet iba a ser ejecutado en una prisión estatal, no lejos de aquí, en Missouri. Tras agotar todas sus apelaciones y cuando la hora de su ejecución se aproximaba, pidió un último inipi, una limpieza final en la cabaña de sudar de la prisión, justo antes de su ejecución por inyección letal. No es mucho pedir, pensarías. Pero, no. Su petición fue denegada, y murió sin ceremonia alguna. ¡lmagina que fuera católico y que se le hubieran negado sus últimos ritos! Yo supe todo esto por nuestro propio consejero espiritual, Henry Wahwassuck, que acompañó Glen Sweet a la cámara de ejecución y le vio morir. 181

“Él era un indio", me dijo Henry”, “Murió valiente como muere un indio. Recibirá su ceremonia inipi en el Mundo Cielo. ¡Ahí arriba esto no se la pueden negar!”. Ahora espero la llamada para bajar a la cabaña de sudar. Uno de los hermanos anuncia por el pasillo, “Ey, el tiempo está despejado. ¡Ahí fuera la temperatura es de unos veinte!”¹. Bien. Me gusta cuando hace frío. Estar en el calor que escalda dentro de la cabaña de sudar con todo ese puro frío helador en el exterior, de algún modo, hace que la ceremonia desudar resulte aún más intensa. Algo después de las 7.30, recojo mi pipa y los paquetes, salgo de mi celda siguiendo el pasillo estrecho que conduce al hueco de las escaleras y bajo por ahí dirigiéndome hacia la puerta de la oficina del capellán de prisión, en torno a la que nos agrupamos todos hasta que se nos da el aprobado final para poder celebrar el sudor, o como a los hacks (guardas) les gusta llamarlo, el "Pow-Wow". Paso por dos detectores de metales antes de estar finalmente fuera del complejo de pasillos y edificios externos, hasta llegar al aire libre y helado del patio. Fuera hay otro control más de detector de metales. Me quedo ahí un rato con los otros hermanos, frente a la valla cerrada de la alta alambrada que han levantado alrededor de la cabaña de sudar. Llevamos puestos solamente pantalones de chándal y camisetas o cosas así, todos estamos tiritando en el aire vigorizante mientras esperamos que guarda abra la valla. Pero el aire frío sienta bien. Y es puro, no como el pesado, usado y respirado aire del aire del módulo. Lleno mis pulmones del frío, disfrutando cada segundo de ello. Nos mantenemos ahí, intercambiando chistes, pero no hay demasiadas tomaduras de pelo en esta ocasión sagrada. Todos nos estamos concentrando en el viaje interno que estamos a punto de emprender. Finalmente, el capellán abre la valla y entramos en fila, puede que unos dieciséis o dieciocho de nosotros. ------------1 . Grados Fahrenheit. 20°F = -7°C (N. del T.)

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El guarda nos cuenta por tercera o cuarta vez, y dice, “Vale, estáis dentro. Luego vuelvo”. Nos encierra y se aleja. Podemos estar encerrados, rodeados por una valla de acero de doce pies de alto, dentro de una prisión de máxima seguridad, pegados justo contra el muro norte y flanqueados por dos torres de vigilancia armadas dominantes, pero, de pronto, ¡somos libres! Ahora, cada uno realizamos nuestros preparativos. Los guardianes del tambor montan el tambor fuera de la cabaña. Los guardianes del fuego encienden el gran fuego fuera de la cabaña, un fuego que calentará todas las piedras sagradas de la inminente ceremonia. Cada uno echamos al fuego un pellizco o dos de tabaco, con nuestras oraciones. El cocinero coloca la cacerola grande con agua hirviendo en otro fuego, a un lado. Le paso las dos bolsas de pasta que he traído. Forma junto a él un montón creciente de comida envuelta, unos cuantos vegetales y algunos refrescos. Montamos el pequeño altar de piedra y lo vestimos de salvia y hierba aromática y de otros artículos ceremoniales. Aquellos de nosotros que somos portadores de pipa montamos las nuestras para la ceremonia que está a punto de empezar, colocándolas, por el momento en el altar como ofrenda. También disponemos ahí nuestras plumas de águila, con una oración de ofrenda. Luego nos quedamos de pie y charlamos afablemente, a lo mejor probamos algo de café caliente, todos sintiéndonos bien. Es una hora bastante social hasta alrededor de las 10.30 o así, cuando los altavoces anuncian, “Recuento completo!” lo que significa que todo el mundo ha sido contado durante el último recuento de cabezas. Ahora ya son casi las 11.00 a.m. y esperamos la llegada desde el mundo exterior de nuestro consejero espiritual Henry, al que he conocido desde que éramos niños cuando íbamos juntos al internado del BIA de Wahpeton. Él mismo también tuvo el gran honor de pasar cinco años entre estos muros, allá en la década de 1970. Henry era una de esas almas valientes contra las que el gobierno urdió un plan en aquellos tiempos, como hicieron con tantos otros que no habían hecho otra cosa más que defender a su gente. 183

Henry hoy es nuestro líder en el sudor. Es amigo de todos nosotros, un tipo maravillosamente espiritual, y un tío de lo más duro, déjame decirte. Cuando se trata del inipi, se encarga de que todo se haga completamente bien. Cada detalle tiene que contemplado. Él mismo trajo la mayoría de los materiales necesarios para la construcción de la cabaña de sudar, los árboles jóvenes que crean la columna vertebral de la cabaña abovedada, y las rocas, pequeñas y grande piedras de lava negra-gris resistente a las llamas, que ponemos en el fuego. La cobertura de la cabaña la hemos creado juntando mantas rotas y trozos sueltos de lona que hemos conseguido gorronear aquí en Leavenworth. Con un metro y medio de alto y casi cinco de largo, supongo que puede tener cierta pinta improvisada, pero a nosotros nos resulta impresionante, y ciertamente tan sagrada como cualquier catedral. Ahora los cantantes montan el tambor y empiezan a tocar con un ritmo bajo y constante. Comienzan una de las canciones sagradas, una canción de pipa, la primera de muchas canciones por ser cantadas en este día, y empezamos finalmente a llenar nuestras pipas para la ceremonia que nos espera. El retumbar grave del tambor llama la atención de los guardas arriba en la torre, a ambos lados. Podemos ver las siluetas ensombrecidas de sus cabezas moviéndose por allí arriba, mirándonos. Supongo que están acostumbrados a mirar hacia abajo y ver nuestros extraños quehaceres. Debe hacerles menos pesada la mañana del sábado que, de otra manera se aburrida para ellos. Me pregunto si les llega el olor del humo perfumado de la salvia, de la hierba aromática y del cedro purificador. Ruego para que así sea. Ahora, al fin, llega Henry, no le dejan entrar hasta el último momento, según parece, el capellán le encierra en el recinto de sudar con nosotros. Henry nos saluda todos con un gran hola enérgico, un apretón de manos y un abrazo de oso. Pero sus sonrisas pronto se llenan de seriedad. Comprueba el sitio para asegurarse de que todo esté listo para la ceremonia. Cuando ve que todo está en orden, hasta el más mínimo detalle, finalmente anuncia: Todo está en su sitio. jEs la hora!”. Ésas son sus palabras exactas cada vez. Ésa es la señal para que nosotros entremos en la cabaña de sudar. 184

Para entonces, nos hemos desnudado por completo, quedando envueltos tan sólo por una tira arrancada de una vieja manta del ejército, que hemos tenido que usar últimamente, desde que confiscaron nuestras toallas ceremoniales. Nos ponemos en fila frente a la puerta del inipi, llevando nuestras pipas y sonajeros de calabaza y nuestras plumas de águila. Alguien le preguntó una vez a Henry que por qué teníamos que estar desnudos y él contestó, “¿Alguna vez has visto nacer a un bebé con una pañal o en calzoncillos?”. A menudo se compara la puerta de la cabaña de sudar con la abertura hacia el útero de la Madre Tierra. A mí también me gusta verlo como una entrada hacia dentro de ti mismo y a través de ti mismo y luego hacia fuera de ti mismo. Tu tú mismo es la primera cosa que tienes que dejar atrás cuando entras en el inipi. Entramos a través de la puerta que cuelga y que retiramos echándola para atrás, y giramos inmediatamente a la izquierda, moviéndonos en el sentido de las agujas del reloj por el interior de la cabaña, cada uno de nosotros ocupando nuestros lugares en el suelo desnudo de tierra bien allanada. Quien haya sido elegido ese día para verter el agua sobre las rocas al rojo vivo, para crear el vapor, entra primero, moviéndose alrededor de la cabaña circular y tomando su asiento junto a Henry, que ya está en su sitio, sentado justo a la derecha de la puerta que aún permanece abierta y que anda preparando su parafernalia ceremonial. Sigue haciendo fresco dentro de la cabaña; el hueco del fuego, en el centro, está vacío. Las piedras candentes al rojo serán introducidas más tarde por el guardián del fuego desde el fuego del exterior, casa piedra incandescente será traída reverentemente sobre ciervo. Las primeras siete son traídas una a una, cada una de las cuatro sagradas direcciones, la Madre Tierra, el Pueblo, y Wakan Tanka. Más tarde se traerán más rocas, dependiendo de cuánto calor quiera Henry que haga. Pero incluso antes de que se traigan las piedras, la temperatura del cuerpo de unos veinte hombres rápidamente calientan la temperatura ahí dentro, haciéndola agradable. Fuera está el guardián de la puerta, que cerrará y abrirá la puerta cuatro veces o en cuatro “rounds”, como decimos nosotros, durante la ceremonia que dura de dos a tres horas. 185

Luego rezamos y “ofrecemos pensamiento”, como lo llama Henry, tratando de juntar nuestras mentes colectivas para que formen una sola. Pasamos la salvia alrededor del circulo; todo el mundo coge un pellizco y lo mastica o a lo mejor pone entre su pelo. Y luego también se pasan las plumas de águila, para que todos podamos compartir su energía. La puerta aún está echada hacia atrás, abierta, y las primeras siete rocas son traídas sobre las astas y colocadas en el hoyo central frente a nuestras rodillas. Ofrecemos cedro a las piedras, para limpiar y purificar el aire, ahuyentando cualquier mal pensamiento. Luego Henry pide el agua, y se trae un cubo que es colocado en medio de la entrada, dentro de la cabaña. Ofrecemos cedro directamente sobre las piedras incandescentes, y éste sisea claramente mientras va llenando el aire de su estupendo olor. Luego Henry espolvorea el cedro sobre las piedras y bendice el agua cuatro veces. Ahora el que vierte el agua lleva el recipiente de cuerno de búfalo de Henry, lo llena de agua, y hace el primer vertido sobre las rocas. Para entonces, la puerta ya está cerrada y… Pero, no, aquí es hasta donde puedo llevarte. El resto, me dice Henry, no se puede contar. Se puede experimentar, pero no contar. Sólo puedo decir que la puerta se abre y se cierra cuatro veces, el agua del cuerno de búfalo se vierte sobre las ardientes piedras cuatro veces, el sobrecalentado vapor explota y nos envuelve cuatro veces... pero, ¡nada más! “ iNo divulgues lo que sucede, ninguno de los detalles específicos que te suceden a ti ahí dentro!”, insiste Henry. Y yo respeto eso. Espero que tú también lo hagas. Posiblemente ya he dicho demasiado, pero Henry repasará esto y verá que de lo que no debiera hablarse quede sin decirse. Esta precaución es para tu propio bien tanto como para el mío. Hablar de lo que me pasa a mí en el inipi sería como darte a ti la medicina dirigida a mí. No tendría sentido, sería hasta dañino para ti así como para mí. Ya se ha dicho suficiente. Mitakuye Oyasin Tras la cuarta ronda, y después de nuestras oraciones finales, la puerta del inipi se abre por última vez y salimos en fila de la misma manera que entramos. El aire de veinte grados mega como una bofetada poderosa, prácticamente empujándome 186

hacia atrás. Pero sienta maravillosamente. A un lado una ducha mal construida de agua fría bajo la que me gusta tiritar durante unos segundos, lavándome el sudor y dándome palmadas a mí mismo sin parar. Resulta increíblemente vigorizante tras el baño caliente y escaldado de sudar. Mi carne parece volver a la vida. Juraría que estoy incandescente, me siento tan bien. ¡He renacido! Formamos un círculo fuera, encendemos nuestras pipas, y “ofrecemos pensamiento” de nuevo. Es muy íntimo, muy conmovedor. Tras quemar algo más de salvia y de hierba aromática, vaciamos nuestras pipas, luego nos vestimos y tenemos nuestro compartir comunitario de toda la comida que el cocinero ha preparado. Para entonces, todos estamos con los ojos brillantes, sonriendo, riendo, hablando muy rápidamente. Surge una camaradería verdaderamente poderosa. Es un momento alegre y sagrado. Odiamos que acabe. Pero pronto el capellán aparece en la valla y un guarda espeta, “El tiempo se acabó. ¡Tenéis que prepararos para el recuento de las cuatro!”. Eso instantáneamente ahoga la magia y, poco después, andamos camino de vuelta, pasando esos tres detectores de metales, y de vuelta al módulo, de vuelta al mundo corriente. De vuelta a Leavenworth tras siete horas de bendita libertad. ¡Y esos guardas en sus torres ni siquiera se dieron cuenta de que nos habíamos escapado!

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PARTE VII Un mensaje para la humanidad Nuestro trabajo no finalizará hasta que ni un solo ser humano sufra hambre o malos tratos, hasta que ninguna persona sea forzada a morir en la guerra, hasta que ningún inocente se consuma encarcelado, y hasta que nadie sea perseguido por sus creencias

Capítulo XXXV De la muerte surge vida. Del dolor surge esperanza. Eso lo he aprendido durante estos largos años de pérdida. De pérdida pero nunca de desesperación. Nunca he perdido la esperanza ni tampoco la creencia absoluta en lo justa que es mi causa, que es la supervivencia de mi Pueblo. No sé cómo salvar el mundo. No tengo las respuestas o La Respuesta. No tengo un conocimiento secreto sobre cómo arreglar los errores de generaciones pasadas y presentes. Yo sólo sé que sin compasión ni respeto hacia todos los habitantes de la Tierra, ninguno de nosotros podrá sobrevivir, ni lo mereceremos. El futuro, nuestro futuro común, el futuro de todos los pueblos de la humanidad, debe basarse en el respeto. Deja que el respeto sea el reclamo y el lema para el nuevo milenio en el que estamos entrando ahora todos juntos. Así como queremos que otros nos respeten, también debemos mostrar respeto a los demás. Estamos juntos en esto, los ricos, los pobres, los rojos, los os negros, los marrones y los amarillos. Somos todos a de género humano. Compartimos la responsabilidad hacia nuestra Madre la Tierra y hacia todos aquellos que viven y respiran sobre ella. Creo que nuestro trabajo no finalizará hasta que ni un solo ser humano sufra hambre o malos tratos, hasta que ninguna persona sea forzada a morir en la guerra, hasta que ningún inocente se consuma encarcelado y hasta que nadie sea perseguido por sus creencias. Creo en el bien del género humano. Creo que el bien puede prevalecer, pero solamente con tremendo esfuerzo. Y ese esfuerzo es nuestro, de cada uno, tuyo y mío. Debemos estar preparados para el peligro que seguramente aparecerá en nuestro camino. Nuestros enemigos nos atacarán y tratarán de alejarnos a unos de los otros y se burlaran de nuestra sinceridad. Pero si mantenemos creencias fuertes, podemos darle la vuelta a sus ataques y fortalecer aún más nuestros compromisos con la Madre Tierra, con nuestras luchas, y con nuestras generaciones futuras de niños. 191

Nunca ceses en la lucha por la paz, la justicia, y la igualdad para toda la gente. Se presiente en todo lo que tú hagas y no dejes que nadie te aparte de tu conciencia. Toro Sentado dijo, “como dedos individuales podemos ser rotos fácilmente, pero todos juntos formamos un puño poderoso”. De nosotros depende ganar o perder la batalla.

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Capítulo XXXVI Te puedo decir lo siguiente. No pedimos venganza, ni tampoco la queremos. Dejo a un lado toda acusación porque sé demasiado bien lo que significa ser el acusado. Dejo a un lado las condenaciones porque sé demasiado bien lo que significa ser el condenado. No buscamos la revancha sino la reconciliación y el respeto mutuo entre nuestras gentes. Podemos ser de diferentes naciones, pero aún somos de la misma sociedad y compartimos la misma tierra. Todos queremos justicia, igualdad, imparcialidad… los principios mismos sobre los que América está fundada y los que su propia Constitución supuestamente ofrece a todos los que habitan dentro de sus fronteras, hasta a los indios. ¿Es eso mucho pedir? No esperamos perfección en los otros, ni la exigimos. Es a través nuestras imperfecciones como soportamos nuestra humanidad común. El pasado no se puede cambiar, es cierto. Nadie puede hacer regresar a los muertos. Pero podemos hacer algo por los vivos. Indemnizar económicamente a los nativo-americanos es algo absolutamente esencial para un futuro justo, como lo es la devolución de los lugares sagrados e importantes zonas de territorio ancestral, así como lo sería recibir una parte justa de los recursos naturales de las tierras que han sido arrebatadas violando los tratados. Se debería permitir una administración especial de la tierra a los nativo-americanos, y a las poblaciones indígenas de todas partes. Son los guardianes de la Madre Tierra, sus representantes, y siempre hablarán en contra de su destrucción. Pasos como éstos deben comenzar a darse con un reconocimiento formal de los abusos pasados. Canadá ha dado ahora un prometedor paso en esta dirección con su histórica “Declaración de Reconciliación” de enero de 1998, dirigida a sus poblaciones nativas. Esta declaración reza: Como país, cargamos con acciones pasadas que debilitaron la identidad de los pueblos aborígenes, reprimieron sus lenguas y culturas, y declararon ilegales prácticas espirituales... El gobierno de Canadá expresa hoy formalmente a toda la

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población aborigen de Canadá nuestras más profundas excusas por acciones pasadas del gobierno federal que han contribuido a estas difíciles páginas de la historia de nuestra relación conjunta. El gobierno de Canadá ha establecido, también, un Fondo de Cura de trescientos cincuenta millones de dólares que se destina específicamente a asistir a las víctimas de abusos físicos y mentales de los colegios del gobierno que durante tanto tiempo torturaron a los niños indios por ser quienes eran. Esos colegios inhumanos, afortunadamente, se cerraron en Canadá en la década de 1970. El Fondo de Cura se debe debería multiplicar varias veces para asistir de forma continuada a toda la población nativa de Canadá. Las reclamaciones de tierra también deberían ser tratadas seriamente. Pasos similares por parte de los Estados Unidos, y por parte de todas las naciones con poblaciones indígenas desposeídas, podrán permitir un gran avance de cara a la Gran Cura que veo puede suceder al principio del nuevo milenio. Es imposible, claro, indemnizarnos por una madre o un hijo o un marido que haya sido asesinado o matado de hambre o injustamente encarcelado. Pero miro a nuestros niños y veo el futuro en ellos, un futuro lleno de libertad y posibilidad. Nosotros, los indios, se suponía que teníamos que haber desaparecido hace mucho tiempo. Pero aquí estamos. Cada uno de nuestros niños es un milagro. Así que vamos a centrar nuestras energías y nuestro amor en esos niños, en esa sagrada descendencia. Cada uno de los niños indios es Caballo Loco renacido. Nuestro es el espíritu de Caballo Loco. Es lo que somos, Mátanos, pero el espíritu no muere. Renace en el próximo niño indio, y en el siguiente. Así que bendigamos a nuestros niños así como su existencia misma nos bendice a nosotros. La ley a la que me acogí para obtener la justicia de mi pueblo no es la ley del hombre blanco, la ley no natural, la dada por el hombre. La ley a la que mi pueblo y yo nos acogemos es la ley del Gran Espíritu, que nunca cesa de trabajar, y cuyos trabajos son invariablemente implacables y justos. Y por esa ley habrá libertad para mis nietos y para tus nietos, para vivir en paz y armonía con todos los otros seres humanos decentes de este mundo. La luz que imagino se encenderá y juntos podremos verla crecer hasta 194

que haya justicia para toda la gente en todas partes. Nosotros, los de esta generación, ni siquiera estaremos aquí cuando el mundo sea suyo. Permite que aquellos de nosotros que tanto hemos desordenado nuestros propios tiempos lleguemos a un acuerdo unos con otros, aquí y ahora ¿Debemos pasar este odio e injusticia y maldad incluso a generaciones futuras inocentes? ¿Debemos hacerlas culpables también? ¿No podemos resolver esto entre nosotros ahora, y definitivamente terminarlo? Rezo porque podamos. Mi vida es un instrumento para ese propósito. Hoy en Sudáfrica se está permitiendo que hombres y mujeres de ambos lados se presenten a tribunales públicos de Verdad y Reconciliación para que confiesen sus delitos y puedan ser concedidos absolución política. Eso, creo, no será necesario aquí. Además, los juicios llevarían siglos. No necesitamos salas de justicia sino aulas de colegio, no necesitamos cárceles ni prisiones sino casas decentes y empleos para los millones de todos los colores, incluyendo a muchísimos blancos, a los que se está negando sus derechos humanos y civiles cada día de cada semana, debido a los intereses especiales. Léete tu propia Declaración de la Independencia y Constitución, América. Ahí está todo Si construir más prisiones para aquellos de nosotros que somos diferentes a vosotros va a ser vuestra estrategia, entonces, os prometo, no podéis construir suficientes prisiones para contenernos a todos. Yo te pido, América, como alguien familiarizado con tu lado más oscuro así como con tus brillantes oportunidades, repiénsate esa moda actual de construir aún más prisiones para aún más de nosotros que diferentes a ti. Necesitamos más compasión. Esa compasión es nuestra propia y mayor posibilidad. Democracia significa diferencia, no ser iguales. Permítenos nuestras diferencias como te permitimos las tuyas. No estamos en conflicto unos con otros; nos complementamos. Nos necesitamos el uno al otro. Cada uno de nosotros es responsable de lo que pasa en esta tierra. Cada uno es absolutamente esencial, cada uno es totalmente insustituible. Cada uno de nosotros es el voto de viraje en la reñida batalla electoral que ahora está siendo librada entre nuestras mejores y nuestras peores posibilidades. 195

¿Qué votarás tú en una papeleta tan importante? La humanidad espera tu decisión. Cada uno debemos ser un ejército de uno en esa lucha interminable entre la bondad de la que todos somos capaces y el mal que nos amenaza a todos desde fuera así como desde dentro. Sí, cada uno podemos ser un ejército de uno. Un buen hombre o una buena mujer puede cambiar el mundo, puede empujar el mal hacia atrás, y su trabajo puede ser un faro para millones, para billones. ¿Eres tú ese hombre o esa mujer? Si es así, que el Gran Espíritu te bendiga. Si no, ¿por qué no? Cada uno de nosotros debe ser esa persona. Eso transformará el mundo de la noche a la mañana. Eso sería un milagro, sí, pero un milagro dentro de nuestro poder, de nuestro poder curativo. Curar requerirá un verdadero esfuerzo y un cambio de corazón, de todos nosotros. Curar significa que empezaremos a mirarnos unos a otros con respeto y tolerancia en vez de con prejuicios, desconfianza y odio. Tendremos que enseñar a nuestros niños, así como a nosotros mismos, a amar la diversidad de la humanidad. Para curar tendremos que hacer un esfuerzo consciente de cara a vivir como el Creador deseaba, como hermanas y hermanos, todos miembros de una familia humana, guardianes de esta frágil, perecedera y sagrada Tierra. Para curar deberemos darnos cuenta de que todos estamos sentenciados a una cadena perpetua juntos... y no hay posibilidad de libertad condicional. Lo podemos hacer. Sí, tú y yo y todos nosotros juntos. Ahora es el momento. Ahora es el único momento posible. Que comience la Gran Cura

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Capítulo XXXVII Mi nieto, Cyrus, acaba de marcharse hace escasos minutos, dejándome lleno de un amor abrumador. Y aun así, para mí, esa plenitud es también un vacío. Para mí, la vida es un vaso vacío puesto boca abajo, o así me lo parece cuando las verjas se deslizan para cerrarse tras él mientras se gira para echarme la última mirada, tristemente sonriendo, y mueve su mano y sopla un beso hacia mí, su “Gramps”. Ahora él está a más de la mitad del camino de convertirse en un hombre en un verdadero guerrero, y estoy orgulloso de él, te lo digo. Tuvimos una de nuestras maravillosas visitas ocasionales abajo, en el cuarto de visitantes, durante unas pocas horas esta mañana. Ahora, justo después de la visita de hoy, él se va a ver a su hermana, Alexandra, que ha estado quedándose con unos amigos en Georgia. Pobres niños, se los pasan de acá para allá. Ellos también tienen que pagar cada día por el crimen que yo nunca cometí. Sin embargo, saber que Cyrus y Alexandra están ahí fuera junto con mis otros maravillosos nietos, siete en total, en el último recuento, me dota de una especie de libertad. Supongo que me veo reflejado en Cyrus. Pero puede que eso no sea bueno. Puede que ande mejor parado con poco de su enjaulado “Gramps” en él que con mucho. Pero luego, maldita sea, me digo a mí mismo, está mejor parado respetando a su propio abuelo, a sus propios Ancianos, como yo he respetado a los míos. Son nuestros eslabones no con el pasado sino con el futuro...y con nosotros también. Soy indio. Cyrus es un Indio, Alexandra es una india. Todos somos eslabones de una interminable cadena sin romper. Todos los abuelos y todas las abuelas y todos los nietos… todos somos una persona, un Pueblo indio, remitiéndonos hacia atrás, al principio del todo, y yendo hacia fuera, al extremo más lejano del tiempo. Un Pueblo. Una persona. A lo mejor esto es por lo que ellos tan a menudo, y según parece, han tratado de matarnos a todos, hasta el último hombre, mujer y niño; porque se dieron cuenta de que, a menos que lo hicieran, aún quedaría esa única persona, ese último superviviente

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para atormentarles y señalar la mentira de sus obras, su supuesta victoria. Cada uno de nosotros, los indios, es esa persona única, ese último superviviente. Cada uno somos el último indio, así como cada uno somos el primero. Puedes matarnos, pero siempre seguimos aquí. Fuimos los primeros en estar aquí cuando sea el momento de decir un último adiós a la Madre Tierra, seremos los que quememos tabaco, salvia y hierba aromática y los que diremos una oración final o un último Washté, “¡Es bueno!” mientras Wakan Tanka, el Gran Misterio descrea misericordiosamente el mundo para terminar este ciclo de tiempo. Como nuestros abuelos y nuestras abuelas siempre nos han dicho, tenemos un sitio mejor donde ir, un mundo mejor que nos espera. Así que, a ti, amigo mío, antes de que deje esta menor realidad por la mayor, te digo, iWashté! ¡Es bueno! Gracias por escuchar mis palabras. Le deseo paz a tu espíritu y felicidad y realización por el trayecto que él continúa. A lo mejor nos encontramos algún día, tú y yo, en el Gran Camino Rojo. Rezo porque lo hagamos. iMitakuye Oyasin! No estamos separados No somos seres separados, tú y yo. Somos diferentes hebras del mismo SerTú eres yo y yo soy tú. y nosotros somos ellos y ellos son nosotros. Así es como se supone que debemos ser, cada uno de nosotros, uno; cada uno de nosotros, todos. Tú intentas alcanzarme a través del vacío de la Alteridad ¡y tocas tu propio alma. El perdón Perdonemos lo peor de entre nosotros porque lo peor está en nosotros mismos, lo peor vive en cada uno de nosotros, junto con lo mejor. Perdonemos lo peor en cada uno de nosotros 198

y en todos nosotros para que lo mejor en cada uno de nosotros y todos nosotros podamos ser libres. La diferencia Amemos no sólo nuestro ser igual sino nuestro no ser igual. En nuestra diferencia está nuestra fuerza. Seamos no sólo para nosotros mismos sino también para ese Otro que es nuestro más profundo Yo. El Mensaje El silencio, dicen, es la voz de la complicidad. Pero el silencio es imposible. El silencio chilla. El silencio es un mensaje, así como no hacer nada es un acto. Deja que quien tú eres se oiga y resuene en cada palabra y en cada acción. Sí, conviértete en quien tú eres. No puedes evitar tu propio ser o tu propia responsabilidad. Lo que tú hagas es quien tú eres. Tú eres tu propio castigo Tú te conviertes en tu propio mensaje. Tú eres el mensaje. En el Espíritu de Caballo Loco (Firma de Leonard Peltier)

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Apéndices APÉNDICE I Cronología de Leonard Peltier 12 de septiembre, 1944 Nace Leonard Peltier en Grand Forks, Dakota del Norte, hijo de Leo y Alvina Peltier. 1948-53 Vive principalmente con sus abuelos Alex y Mary Dubois-Peltier en la Reserva Chippewa de Turtle Mountain, en Dakota del Norte. 1953-1956 Estudia en el colegio interno indio del Departamento de Asuntos Indios (BIA) de Wahpeton (Dakota del Norte). 1957 Termina el 9° grado en el colegio indio de Flandreau, en Dakota del Sur, luego regresa a la Reserva de Turtle Mountain. 1958 Empiezan los problemas con la ley: Leonard asiste a su Danza del Sol como observador en Turtle Mountain; al salir, es arrestado por la policía del BIA que le acusa, falsamente, de estar borracho. En ese mismo año también se le arresta por tratar de sacar con sifón algo de gasolina diesel de un camión de Reservas del Ejército para calentar la casa de sus abuelos y cumple dos semanas en la cárcel. Acude a una reunión política en Turtle Mountain sobre los planes del gobierno para terminar la reserva; es inspirado a convertirse en guerrero en nombre del Pueblo. Desestimado para beca por la escuela de arte de Santa Fe; abandona el colegio.

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1959 Se muda a Seattle y vive con unos familiares de su primo Bob Robideau. 1961 Se le da la baja médica de los Marines debido a problemas constantes con su mandíbula. 1965 Leonard y su primo Bob Robideau abren una tienda de piezas de coches en Seattle. 1968 Se funda el Movimiento Indio Americano (AIM) en Minneapolis. 1969 Ocupación de Alcatraz por activistas indios; Leonard no participa, pero la ocupación le despierta su propia conciencia política y le proporciona un modelo para sus futuros esfuerzos en el activismo indio. 1970 8 de marzo Leonard y otros activistas indios ocupan el abandonado Fort Lawton, cerca de Seattle, poniendo a prueba una ley federal que otorga a los indios el derecho de reclamar tierras que han sido abandonadas por agencias federales. Los activistas son golpeados y brevemente encarcelados, pero al final Fort Lawton se convierte en un centro cultural indio. 1972 Leonard se une al AIM y se traslada a la Reserva de Pine Ridge en Dakota del Sur, trabajando con Dennis Banks. Se muda a Milwaukee para trabajar con la oficina local del AIM. Aquel otoño, Leonard se une a la marcha de “El Sendero de Tratados Rotos” a Washington, D.C., para llevarle al gobierno de los Estados Unidos una lista con veinte quejas.

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Cuando los funcionarios del BIA no cumplen su promesa de encontrar alojamiento para los Ancianos, los indios toman posesión del edificio del BIA, a pocas manzanas de la Casa Blanca, y a días, tan sólo, de las elecciones presidenciales de 1972. La Administración Nixon evita la confrontación violenta prometiendo revisar la lista de los veinte agravios (cosa que nunca hicieron) y pagar los gastos de vuelta a casa de los ocupantes. Durante la toma, Leonard se encarga de la seguridad, quedando ya marcado como “alborotador” para el FBI. Tras regresar a Milwaukee, Leonard es arrestado tras darle una paliza dos policías vestidos de civil que le incitan a una pelea. La policía alega que él les amenazó con una pistola, al que Leonard niega, y le cargan con un intento de asesinato, aunque la pistola está rota e inservible. Está cinco meses en la cárcel esperando un juicio mientras los compañeros activistas del AIM llevan a cabo la famosa toma de Wounded Knee en la Reserva de Pine Ridge, en Dakota del Sur. En abril, unos amigos pagan la fianza para su puesta en libertad y Leonard pasa a la clandestinidad, temiéndose un juicio desautorizado bajo los cargos de intento de asesinato (de los que finalmente sería absuelto en 1978). Materiales del Acta de Libertad de Información (FOIA) dados a conocer años después revelan un complot del FBI para que la policía local arrestara a los líderes del AIM bajo “cualquier cargo posible”. 1973 El sitio de setenta y un días de Wounded Knee termina con la rendición negociada de los militantes el 9 de mayo de 1973. Sin embargo, los llamados GOONs continúan su infame “Reino del Terror" dirigido contra la población tradicional de Pine Ridge y sus defensores del AIM. Finales de 1973-principios de 1975 Aunque es un fugitivo, Leonard se une a la lucha de derechos de pesca de los Puyallup y Nisqually en el Estado de Washington, luego participa en las protesta del AIM en Arizona y Wisconsin. 1975 El creciente “Reino del Terror” a principios de 1975 hace que los

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Ancianos de Pine Ridge llamen al AIM pidiéndole protección de los ataques de los GOONs. Entre los que les responden figura Leonard Peltier. Él monta junto con otros una pequeña “ciudad de tiendas” en la propiedad de la familia Jumping Bull, cerca de Oglala, esperando defenderles de nuevos ataques de los GOONs. El 26 de junio, los agentes del FBI Jack Coler y Ronald Williams, en coches camuflados, se dirigen a gran velocidad a la propiedad Jumping Bull, supuestamente persiguiendo una camioneta pickup roja en la que sospechan que va un ladrón menor. El FBI nunca ha explicado por qué empleó tanto esfuerzo conjunto para atrapar a ese ladrón, acusado de robar un par de botas de vaquero usadas, cuando no había investigado las muertes recientes de docenas de simpatizantes del AIM. Surge un tiroteo entre los agentes no identificados intrusos y los defensores del AIM. En minutos, veintenas de agentes del FBI, oficiales de justicia de los EEUU, policías del BIA y GOONs dispuestos a disparar rodean la propiedad Jumping Bull; muchos de ellos habían ocupado posiciones cercanas al menos veinte minutos antes, según documentos de FBI. Los dos agentes y un defensor indio mueren durante el feroz tiroteo que dura horas. Pasado el mediodía, Leonard, junto a más de dos docenas de personas, consigue huir de la propiedad y escapar, a pesar de estar rodeados por un cordón cada vez más extenso de agentes de la ley. Mientras tanto, el líder del consejo tribal firma un acuerdo secreto traspasando un octavo de la Reserva de Pine Ridge al gobierno federal, tierras ricas en uranio y en otros minerales. Muchos tradicionales creen que el ataque del FBI del 26 de junio fue una distracción planeada para ocultar la transferencia de las tierras, una distracción que salió terriblemente mal cuando sus agentes murieron. Siguiendo la escapada de Leonard y de los demás de la Jumping Bull, el FBI lleva a cabo una persecución masiva en su búsqueda, aterrorizando a la comunidad tradicional de Pine Ridge. Leonard asiste secretamente a la Danza del Sol de Crow Dog en agosto, luego se dirige al norte y al oeste, escapa cruzando la frontera con Canadá y se refugia con un remoto grupo de indios en las Montañas Rocosas. 204

5 de septiembre En medio de una nueva ola de asesinatos inexplicados de miembros del AIM, el FBI asalta la casa del hombre medicina Leonard Crow Dog, líder espiritual durante la toma de Wounded Knee, y arresta a Darrell Dino Butler, otro miembro del AIM que había escapado del tiroteo de Oglala, así como al mismo Crow Dog y a la activista del AIM Anna Mae Aquash. Estos dos últimos no estuvieron en el tiroteo de Oglala. Según Aquash, un agente del FBI la amenazó de muerte a menos que diese testimonio falso contra Peltier y contra otros del AIM; ella se niega. 10 de septiembre Un coche station wagon (rubia) conducido por Bob Robideau, otro de los que escaparon, explota cerca de Wichita Kansas. El FBI recupera del accidente un muy quemado rifle AR-15, afirmando sin prueba alguna que es el arma que mató a los agentes y que es el propio rifle de Leonard Peltier. Este arma y los casquillos que supuestamente le correspondían estaban entre las pruebas clave que luego se usaron contra Leonard en su juicio. Octubre Informes del laboratorio del FBI, no revelados hasta que fueron obtenidos años después mediante el Acta de Libertad Información, declaran que el rifle Wichita AR-15 “contiene un pin diferente al del rifle emplead en el escenario Jumping Bull”, probándose así que, claramente, el rifle Wichita no era el arma homicida. Ésta y otras pruebas exculpatorias cruciales fueron escondidas por la acusación y apartadas de la defensa de Leonard más tarde, en su juicio de Fargo. 25 de noviembre Cuatro hombres son procesados por un jurado de acusación federal por su supuesta participación en las muertes de los dos agentes del FBI. Estos cuatro son Leonard Peltier, Bob Robideau, Dino Butler y Jimmy Eagle (el sospechoso de haber robado el par de botas de vaquero, delito que supuestamente condujo a los dos agentes del FBI a la propiedad Jumping Bull el día del tiroteo)

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1976 6 de febrero Peltier es arrestado por la Policía Montada Real del Canadá en la zona oeste de Canadá. Se le retiene bajo seguridad máxima en la prisión de Oakalla en Vancouver, Columbia Británica, mientras las largas vistas de extradición se desarrollan. 10 de febrero El FBI libera un informe en el que se declara que habían encontrado una pareja para el rifle Wichita AR-15, un casquillo de bala de rifle de calibre 0,223 hallado, ya tarde, en el maletero del coche de uno de los agentes del FBI. Esto contradice por completo sus propios informes del laboratorio anteriores, que mantuvieron escondidos. 24 de febrero El cuerpo en descomposición de una Jane Doe (mujer de identidad desconocida) es encontrado en un barranco en Pine Ridge; el juez de primera instancia e instrucción del BIA indica que la víctima murió de frío: sus manos son cortadas y enviadas al FBI para “identificación positiva”. 5 de marzo Jane Doe es identificada por el FBI como Anna Mae Aquash, activista del AIM que se había negado, a pesar de las amenazas de muerte por parte del FBI, a dar falso testimonio contra sus hermanos y hermanas del AIM. 11 de marzo La familia de Anna Mae Aguash de la Reserva de MicMac de Nueva Escocia (Canadá) exhuma su cuerpo enterrado en Pine Ridge. Un nuevo juez de primera instancia e instrucción descubre un detalle que al del BIA se le había escapado inexplicablemente: había sido disparada en la nuca y a quemarropa. Su muerte, ocurrida poco antes de su confirmada aparición en los juicios que se aproximaban de Peltier y de los demás, es un misterio que permanece activamente explorado hasta el día de hoy. Anna Mae pareció haber previsto su propio fallecimiento cuando escribió:

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“Soy india del todo, y siempre lo seré. No dejaré de luchar hasta que muera, y espero ser un buen ejemplo de ser humano y de mi tribu... tengo el derecho a continuar mi ciclo en este Universo sin ser molestada... te hablaré a través de la lluvia…”. 31 de marzo Aún tratando de encontrar pruebas convincentes sobre Ia culpa de Peltier para conseguir extraditarlo de Canadá, los agentes del FBI muestran fotos de las manos cortadas de Anna Mae a una mujer india confundida, Myrtle Poor Bear, diciéndole que tanto ella como su hija se exponían a un destino similar si no cooperaba. Por coacción, firma una declaración que escribieron por ella, diciendo que es la novia de Peltier, aunque nunca lo había conocido, y también afirma que le vio disparar a los dos agentes, aunque, como sabía el FBI, nunca estuvo allí. Este documento y más información falsa convencen a los tribunales canadienses de que hay suficientes pruebas para extraditar a Peltier; se le sentencia con la extradición pero sus apelaciones le mantienen en Canadá hasta diciembre. 7 de junio-16 de julio El juicio de Dino Butler y Bob Robideau se celebra en Cedar Rapids, lowa. Se les permite alegar inocencia por defensa a los intrusos, los agentes del FBI, Butler y Robideau son absueltos de los cargos de asesinato tras un juicio tumultuoso. Consternados por los resultados del juicio de Cedar Rapids, el FBI y los fiscales retiran los cargos contra Jimmy Eagle para que, como documentos del FOIA más tarde revelarían, “todo el peso de la acusación del gobierno federal pudiera ser dirigido contra Leonard Peltier”. 16 de diciembre Peltier es extraditado de Canadá a los EEUU en base a falsos testimonios inventados por el FBI. Bajo medidas estrictas de seguridad, vuela de Vancouver a Rapid City, Dakota del Sur.

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1977 16 de marzo Empieza el juicio de Leonard Peltier acusado conde doble asesinato en Fargo, Dakota del Norte. Manipulaciones del gobierno consiguen trasladar el juicio de Cedar Rapids, lowa, donde Robideau y Butler fueron absueltos, a un lugar famoso por su sentimiento anti-indio. El juez de Fargo dicta que toda prueba debe quedar completamente limitada a los sucesos del día del tiroteo: el 26 de junio de 1976. No se permite mencionar el “Reino del Terror” que precedía al tiroteo de Pine Ridge, ni tampoco la falsa declaración de Myrtle Poor Bear, ni la intimidación y coacción de testigos por parte del FBI, ni la mayoría de las pruebas que habían llevado a la absolución por defensa propia de Robideau y Butler en Cedar Rapids. El juez declara: “Aquí el FBI no está en juicio”. A Peltier no se le permite alegar “defensa propia”. En una desconcertante y escandalosa muestra de la injusticia americana, virtualmente toda prueba exculpatoria es ocultada a la defensa o dictada como inadmisible. 18 de abril Bajo una atmósfera increíble de tribunal ilegal y de intimidación del gobierno, un jurado, todo blanco, tras ocho horas de deliberación, condena a Peltier por el asesinato directo de dos agentes del FBI. 2 de junio Se sentencia a Peltier a dos cadenas perpetuas consecutivas en prisión federal. Tras un breve periodo en Leavenworth, es mandado a la penitenciaría de máxima seguridad de Marion, en Illinois. 1978 4 de julio Peltier es avisado por un compañero preso nativo de que pronto será trasladado de la penitenciaría de máxima seguridad de Marion a la prisión de Lompoc cerca de Santa Bárbara, California, donde, se le dice, será objeto de un asesinato.

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1979 5 de marzo La Corte Suprema de EEUU se niega a revisar el caso de Leonard. 10 de abril Se traslada a Peltier a la prisión de Lompoc, tal como se le había advertido. 20 de julio Temiéndose un intento de asesinato inminente, Peltier con los compañeros prisioneros nativos Dallas Thundershield y Bobby García, trepa por la valla del perímetro y escapa de la prisión de Lompoc. Dallas Thundershield es disparado por la espalda y muere. Bobby García es rápidamente recapturado, pero Peltier escapa y elude una enorme persecución hasta ser finalmente detenido en las tierras de un granjero cinco días más tarde. En el consiguiente juicio, no se le permitió usar el miedo a ser asesinado como defensa. Se añade siete años a la sentencia original de doble cadena perpetua. 1980 4 de febrero Leonard es trasladado de vuelta a la penitenciaría de Alta seguridad de Marion. Ahora cree que toda la historia del “asesinato” de Lompoc era un montaje para atraparle en un intento de escapada, dando a los guardias la excusa para matarle. 13 de diciembre Bobby García es hallado muerto en las instalaciones de prisión de la penitenciaría federal de Terre Haute. Las autoridades declaran que se ahorcó. Muchos están convencidos de que fue asesinado. 1984 1 de octubre Empiezan las vistas para un nuevo juicio en Bismark, Dakota del Norte, ante el mismo juez que presidió el juicio de Leonard en Fargo.

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1985 22 de mayo Aunque el fiscal original admite que el gobierno no sabe quién mató a los agentes del FBI, el mismo juez niega la apelación de Leonard para un nuevo juicio. Junio Leonard es trasladado a la prisión de Leavenworth en Kansas. 1986 11 de septiembre La condena de Peltier es confirmada por el Tribunal de Apelaciones de Octavo Circuito, a pesar de reconocer la conducta no apropiada del FBI. 1991 18 de abril El juez retirado Gerald Heaney, del panel de Octavo Circuito que denegó la apelación de 1986, ahora, habiendo dejado los tribunales, escribe al presidente declarando que pruebas de conducta ilegal no apropiada por parte del FBI y otras agencias del gobierno evidenciada antes, durante, y después del juicio de Fargo, le demuestran que Leonard merece clemencia ejecutiva. 5 de julio Amotinamiento en Leavenworth. En principio se impone a Leonard un cargo como “participante activo”, aunque él solo había tratado de mantener a los presos nativos apartados de la refriega. Luego se le absolvió del incidente, pero no de cumplir condena en el Agujero. Octubre Vista para un nuevo juicio en Bismarck, Dakota del Norte. 30 de diciembre La petición para un nuevo juicio es denegada nuevamente por el juez original del juicio de Fargo de 1977.

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1992 23 de marzo Los abogados de Leonard presentan una nueva apelación al Tribunal de Apelaciones de Octavo Circuito. 9 de noviembre El fiscal original del juicio de Fargo admite de nuevo ante el Tribunal de Octavo Circuito que el gobierno no sabe quién mató a los dos agentes. 1993 7 de julio A pesar de las abrumadoras pruebas exculpatorias el Tribunal de Octavo Circuito vuelve a denegar la apelación de Leonard y reafirma su condena. 21 de noviembre Después de que la Comisión de Libertad Provisional de EEUU denegase la apelación para la libertad provisional, el abogado de las apelaciones de Leonard, Ramsey Clark, solicita formalmente la clemencia ejecutiva del presidente; solicitud que es mandada a la Fiscal General para su revisión y recomendación, un proceso que normalmente dura entre tres y nueve meses. 1995 6 de febrero Leonard comienza su vigésimo año en prisión, desde su arresto en Canadá el 6 de febrero de 1976. Diciembre Leonard es trasladado temporalmente al centro médico de los EEUU para prisioneros federales de Springfield, Missouri, donde es operado de su mandíbula enferma; requiere seis transfusiones de sangre y casi muere. 1996 19 de marzo La Comisión de Libertad Provisional de EEUU deniega de nuevo 211

la libertad condicional a Leonard; le comunican que vuelva a solicitarla en el año 2008. 1998 4 de mayo En una vista intermedia para obtener la condicional, la Comisión de Libertad Provisional de EEUU reafirma su negativa para la libertad provisional de Leonard, de nuevo le dice que vuelva a solicitarla en el año 2008. 12 de septiembre 54 cumpleaños de Leonard, en prisión desde los 31 años de edad. 21 de noviembre Cinco años después de presentar la petición, la apelación de Leonard para obtener clemencia permanece atascada en la oficina del Departamento de Justicia. 19 de diciembre El día nacional de desobediencia civil no-violenta se centra en la larga demora del gobierno en responder a la petición de clemencia ejecutiva. 1999 6 de febrero Leonard comienza su vigésimo cuarto año en prisión.

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Apéndice II He llegado a odiar las salas de justicia porque éstas parecen ser demasiadas veces el hogar no de la justicia sino de la injusticia. Fiscales con demasiado entusiasmo atacan a los inocentes y culpables por igual.” Cazar a su hombre” es más importante que descubrir la verdad, ni qué dejar de descubrir la justicia, de demostrar sabiduría, o de demostrar compasión humana. Jurados inconscientes y desinformados son engañados, o hasta intimidados, para que tomen decisiones injustas. Oficiales de la ley, desde policías hasta jueces, consienten, a sabiendas, que se subvierta la verdad tan a menudo como ellos selectivamente lo apoyen. Aún más prisiones esperan a aquellos que están atrapados en este terrible sistema, ya sean culpables o inocentes, y entre esos fríos e inhumanos muros y vallas de alambre de espino que los rodean el castigo y la injusticia continuaran, hasta se multiplicarán con la venganza, como si la pérdida de la libertad de uno fuera un castigo suficiente. Para aquellos de vosotros que creéis que construir más prisiones curará los males de América, os ruego, volver a pensar lo que estáis haciendo. Puede que podáis barrer las calles de indeseables, de todo el que es un Otro, pero uno de estos días, amigo mío, tú mismo podrás ser declarado Otro, y entonces tú te darás cuenta de que una de esas nuevas y brillantes celdas que pagaste con tus impuestos fue construida justo para ti. Quiero incluir aquí mi declaración, previa a la sentencia, dirigida al juez que presidía el juicio de Fargo. Sé que son palabras duras, pero son verdad hasta la médula. La única respuesta del juez, antes de que me sentenciara con dos cadenas perpetuas, fue: “Tú declaras ser un activista para tu pueblo, pero lo que eres es un desecho para los nativo-americanos”. Te dejaré a ti, y a la historia, decidir quién dijo la verdad en aquel oscuro día de la historia de la injusticia americana. L.P Declaración Previa a la Sentencia, por Leonard Peltier Fargo, Dakota del Norte, I de junio de 1977

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“No hay duda en mi mente ni en la mente de mi pueblo de que usted me va a sentenciar con dos cadenas perpetuas consecutivas. Usted tiene, y siempre ha tenido, prejuicios contra mí y contra cualquier nativo-americano que haya estado ante usted. Ha favorecido abiertamente al gobierno durante todo este juicio, y está encantado de hacer lo que el FBI quiera que usted haga en este caso”. “Yo no he creído que esto fuera así siempre. Cuando le vi por primera vez en la sala de justicia de Sioux Falls, su apariencia digna me hizo pensar, de manera equivocada, que usted era una persona equitativa que conocía la ley, y que actuaría de acuerdo a la ley. Lo que significaba que usted sería imparcial y no favorecería ni a un lado ni al otro en este proceso. Ese no ha sido el caso, y ahora creo firmemente que usted me impondrá cadenas perpetuas consecutivas sólo porque cree que de esa manera evitará la indignación del FBI. Pero ni mi gente ni yo mismo sabemos por qué podría estar usted tan preocupado por una organización que ha traído tanta vergüenza al pueblo americano. ¡Pero lo está! Su conducta durante este juicio deja claro que usted cumplirá las órdenes del FBI sin dudarlo. “Usted está a punto de realizar un acto que cerrará un capítulo más de la historia del fracaso de los Estados Unidos en hacer justicia ante el caso de un nativo-americano. Tras siglos de asesinatos perpetrados contra millones de mis hermanos y hermanas por la América blanca racista, ¿habría sido sabio pensar que usted rompería esa tradición y cometería un acto de justicia? Obviamente, no. Debería haberme dado cuenta de que lo que detecté era tan sólo una capa muy fina de dignidad y, seguramente, no de una buena naturaleza. “Si usted cree que mis acusaciones han sido duras e infundadas, explicaré por qué he llegado a estas conclusiones, y por qué creo que mi crítica no ha sido lo demasiado dura”. “Primero: Cada vez que mi defensa trató de exponer la conducta no apropiada del FBI durante la investigación de este proceso y cuando trató de presentar pruebas de ello, usted reclamó que era irrelevante para este juicio. Pero a la acusación se le permitió 214

presentar su caso usando pruebas que no de manera alguna relevante. Por ejemplo, un automóvil eran que estalla en la autopista de Wichita, Kansas; un intento de asesinato en Milwaukee, Wisconsin, del que no he sido hallado ni inocente ni culpable; o una furgoneta cargada de armas de fuego vendidas legalmente y un policía que reclama que alguien le disparó en el estado de Oregon”. “La Corte Suprema de los Estados Unidos trató de prevenir condenas de este tipo y aprobó una ley por la que sólo condenas pasadas podrían ser presentadas como prueba… Este tribunal sabe muy bien que no tengo condenas previas, ni siquiera he recibido cargos por algunos de esos supuestos crímenes. Así, éstos no pueden ser utilizados como prueba de cara a recibir una condena en esta farsa llamada juicio". Esto es por lo que creo firmemente que usted me impondrá dos cadenas perpetuas consecutivas”. “Segundo: Usted no pudo tomar una decisión razonable sobre mi sentencia porque sufre, como poco, de alguno de los tres defectos que previenen una conclusión racional. Lo demostró claramente con su decisión sobre los aspectos Jimmy Eagle y Myrtle Poor Bear de este caso. Respecto a Jimmy Eagle, llamarlo irrelevante en mi juicio responde a una razón infundada que sólo mantendría un juez que conscientemente ignora la ley. En cuanto a la tortura mental de Myrtle Poor Bear, ¡usted dijo que su testimonio alarmaría la conciencia del pueblo americano si lo creían! ¡Pero usted decidió lo que debía creerse, no el jurado! Su conducta alarma la conciencia de lo que el sistema americano representa, la búsqueda de la verdad por un jurado de ciudadanos. ¿Qué era lo que le asustaba tanto como para no permitir ese testimonio? ¿Acaso su propia culpa por formar parte de un juicio corrupto, previamente planeado para obtener una condena sin importarle cómo se ensuciaría su reputación? Por estas razones creo firmemente que usted obedecerá las órdenes del FBI y me dará dos cadenas perpetuas consecutivas”. “Tercero: En mi opinión, alguien que no acierta a ver la relación con los hechos indiscutibles que rodearon la investigación realizada 215

por el FBI en su interrogatorio de los jóvenes navajo, para el que se ató a Wilford Draper durante tres horas a una silla y no se le permitió contactar a su abogado; se amenazó abiertamente la vida de Norman Brown; se amenazó a Mike Anderson con daños físicos y finalmente, se asesinó Anna Mae Aquash, debe estar ciego, ser estúpido, o no tener sentimientos humanos. Así que poca duda queda, y poca posibilidad, de que usted tenga la capacidad de evitar hacer hoy lo que el FBI quiere que haga, que es sentenciarme con dos cadenas perpetuas consecutivas”. “Cuarto: Usted no tiene la capacidad de ver que la condena de un activista del AIM ayuda a cubrir lo que esa propia prueba del gobierno mostró, que un gran número de gente india estuvo involucrada en ese tiroteo del 26 de junio de 1975. Usted no tiene la capacidad de ver que el gobierno quiere ocultar el hecho de que la gente india presenta un creciente enfado y que los nativoamericanos resistirán cualquier nuevo abuso por parte de las fuerzas militares de los americanos capitalistas, que se evidencia en el gran número de residentes de Pine Ridge que tomaron las armas el veintiséis de junio de 1975, para defenderse. Así que usted no tiene la capacidad de desempeñar su responsabilidad hacia mí de una manera imparcial, y me dará las dos cadenas perpetuas consecutivas”. “Quinto: Estoy ante usted como un hombre orgulloso. No siento culpa alguna. ¡No he hecho nada de lo que deba sentirme culpable! No me arrepiento de ser una activista nativo-americano. Miles de personas en los Estados Unidos, Canadá y alrededor del mundo, me han apoyado y seguirán apoyándome para sacar a la luz las injusticias que han sucedido esta sala de justicia. Me da lástima su pueblo, que tenga que vivir bajo un sistema tan feo. Bajo su sistema se enseña avaricia, racismo, corrupción, y, lo más serio de todo, la destrucción de la Madre Tierra. Bajo el sistema nativo-americano, se nos enseña que todos somos hermanos y hermanas y se nos enseña a compartir la riqueza con los pobres y los necesitados. Pero lo más importante de todo es respetar y preservar la Tierra, a quien consideramos nuestra Madre. Nos alimentamos de su pecho. Nuestra Madre nos da vida desde el 216

nacimiento y, cuando es hora de dejar este mundo, nos lleva de vuelta al interior de su seno. Pero lo principal que se nos enseña es a preservarla para nuestros hijos y nuestros nietos, porque son ellos los siguientes que vivirán sobre ella”. “No, no soy el culpable aquí. No soy el que debiera ser llamado criminal. La América blanca racista es el criminal culpable de la destrucción de nuestras tierras y de mi gente. Para esconder su culpa de los seres humanos decentes de América y de alrededor del mundo, me condenarás con dos cadenas perpetuas sin vacilar”. "Sexto: Hay menos de cuatrocientos jueces federales para una población de más de doscientos millones de americanos. Así pues, usted tiene una responsabilidad muy poderosa e importante, que debiera ser desempeñada de manera imparcial. Pero usted nunca ha sido imparcial en lo que me concernía a mí. Usted tiene la responsabilidad de proteger los derechos constitucionales y las leyes pero, en lo que a mí me concernía, usted faltó a considerar mis derechos constitucionales o los de los nativo-americanos. Pero, lo más importante de todo, ¡usted faltó a nuestros derechos humanos!”. “Si usted fuese imparcial, habría mantenido una mente abierta y objetiva ante todos los contenciosos de este caso. Pero usted no estaba dispuesto a permitir la más mínima posibilidad de que un oficial de la ley mintiera en el estrado ¿Cómo podría ser usted, entonces, lo suficientemente imparcial como para permitir que mis abogados demostraran lo importante que resulta para el FBI condenar a un activista nativo-americano en este caso? Usted no tiene la capacidad de ver que dicha condena es una parte importante de los esfuerzos realizados para desacreditar a los que están tratando de alertar a sus hermanos y hermanas de la nueva amenaza del hombre blanco, y del intento de destruir lo poco que queda de tierra india para extraer nuestro uranio, petróleo y otros minerales . De nuevo, para encubrir su propio papel en esto, usted me llamará asesino de sangre fría y sin corazón que merece dos cadenas perpetuas de manera consecutiva”.

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“Séptimo: Yo no puedo esperar que un juez que ha tolerado abiertamente las condiciones bajo las que se me ha encarcelado tome una decisión imparcial sobre si yo debiera estar sentenciado a cadenas perpetuas concurrentes o consecutivas. Se te hizo saber las siguientes condiciones que tuve que soportar en la cárcel del Condado de Grand Forks, desde el momento del veredicto: (1) se me negó llamar por teléfono a mis abogados para mi apelación; (2) fui encerrado y confinado en una celda sin acceso a ducha, jabón, toalla, sábanas o almohada; (3) la comida era incomible, lo poco que había; (4) a mi familia, hermanos, hermanas, madre y padre, que viajaron largas distancias desde la reserva, se les negó una visita”. "Ningún ser humano debiera ser sometido a este trato… De nuevo, la única conclusión que me viene a la mente es que usted sabe y, siempre supo, que me sentenciaría con dos cadenas perpetuas consecutivas”. Finalmente, creo honestamente que usted se convenció hace mucho tiempo de que yo era culpable y de que me iba a sentenciar con la condena máxima permitida bajo la ley. Pero esto no me sorprende, porque es usted un miembro de alto rango de la clase dirigente (Establishment) americana blanca y racista, que consecuentemente decía “En Dios Confiamos mientras ellos se involucraban en el negocio de asesinar a mi pueblo e intentaban destruir nuestra cultura”. “ La única cosa de la que soy culpable, y por la que se me condenó, es ser de sangre chippewa y sioux, y creer en nuestra sagrada religión”. El juez me sentenció entonces a dos cadenas perpetuas consecutivas. Su propio día de juicio, supongo, tendrá lugar en un juzgado superior. Añadiré aquí sólo unas pocas palabras más que pronuncié en el Octavo Tribunal de Apelaciones después de que el Tribunal, a pesar de las montañas de pruebas exculpatorias se negara a otorgarme un nuevo juicio en 1986. 218

Durante muchos años denuncié las injusticias que sufre pueblo nativo, hasta que me mandaron a prisión por organizarnos contra las violaciones de derechos humanos en nuestra Madre Tierra. No he dejado de hacer denuncias sólo porque mi cuerpo haya sido encerrado... Esta oposición vocal y mi trabajo organizativo son la verdadera razón por la que me han metido en prisión. “Creo firmemente que hasta el FBI y los fiscales de EEUU que han trabajado en este caso saben que yo no soy culpable de complicidad criminal de un asesinato. Nunca he abogado por la violencia. Nunca he empleado la violencia”. Y nunca lo haré. Leonard Peltier

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Índice Introducción…………………………………………….. 11 Una Oración…………………………………………….. 13 Prólogo…..……………………………………………..... 15 Prefacio del autor. ……...……………………………….. 23 Parte I En mi propia voz…………….....………………………... 27 Parte II Quien yo soy………………….....……………………….. 59 Parte III Crecer indio..…………………………………………….. 73 Parte IV Meterse en política …………………....…………………. 95 Parte V Aquel día en Oglala: 26 de junio de 1975 ………....……. 127 Parte VI Una vida en el infierno. …………………………………. 139 Parte VII Un mensaje para la humanidad …..……………………. 189 Apéndices. ………………………………………………. 201

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