Metaficcion Y Metafisica

  • November 2019
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METAFICCIÓN Y METAFÍSICA EN TULIO MONTALBÁN Y JULIO MACEDO PAUL R. OLSON

The Jonhs Hopkins University, Baltimore

En una entrevista concedida en septiembre de 1928 al escritor José Forns, Unamuno comentaba la versión teatral que acababa de hacer de su novela Tulio Montalbán y Julio Macedo, que había aparecido ocho años antes como parte de la colección «La Novela Corta»,1 declarando en dicha entrevista que «el ambiente es lo primordial en esta obra..., ambiente de isla, de esas islas que yo he recorrido luego, palmo a palmo, y dentro de cuyos cascarones he comprendido por primera vez en mi vida, la verdadera amplitud de la palabra "aislamiento"». 2 Sabido es que el recorrido de Unamuno por Canarias se realizó en dos épocas distintas, la primera en 1909, cuando le invitaron como mantenedor de los juegos florales, y la segunda, en 1924, en consecuencia de una Real Orden que decretaba su destierro a Fuerteventura. Evidentemente, fue la primera de estas estancias la que sugirió el «ambiente de isla» de la novela, mientras que el proyecto de escenificación habría sido inspirado, al menos en parte, por la experiencia del exilio a Fuerteventura.3 Pero al margen de cualquier elemento bio1. V.n. 260, l i d i e , 1920. 2. M. DE UNAMUNO, Obras completas, II, Madrid, Escelicer, 1967, p. 34. En adelante, esta edición será designada como OC, 3. Don Manuel García Blanco opina que a la dramatización por el propio don Miguel «no fue ajeno al lisonjero éxito logrado por la que Julio de Hoyos llevó a cabo de la titulada Nada menos que todo un hombre, OC, II, p. 34. Tal motivo de inspiración no excluye, sin embargo, la posibilidad de que también el destierro a Fuertevemuta inspirara el proyecto, precisamente por haberle recordado la experiencia de aislamiento representada en la versión original. Para un análisis de la dramatización —titulada Sombras de sueño—, véanse las interesantes páginas dedicadas a ella en el libro de Mario J. VALDÉS, Deaih in the Literature of Unamuno, Urbana, University of Illinois Press, 1966, pp. 147-149.

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gráfico o anecdótico que pueda manifestarse en esta obra, no hay duda de que es el aislamiento como condición existencial lo que se simboliza en el «ambiente de isla» que Unamuno califica de «primordial en esta obra». Pero también puede relacionarse este ambiente con un conjunto de significados metaliterarios parecidos a los que se manifiestan en obras como Niebla y Cómo se hace una novela.4 En primer lugar, se destacan ya desde las primeras páginas del texto los temas del «libro» y de la lectura, al hablar el narrador de la vida del viejo hidalgo don Juan Manuel Solórzano y su hija Elvira. Del padre nos dice el narrador que ... de la fatídica necesidad de tener que cuidar de la finca que en aquella isla perdida les sustentaba..., consolábase don Juan Manuel dedicándose en sus largos y frecuentes ocios al estudio de la historia. Para lo que con muy sudadas y trabajosas economías llegó a reunir una regular biblioteca..., y aquí era donde mataba las horas de sus días vacíos... Y en la biblioteca también ajaba gran parte de su triste mocedad su hija, que vivía sin amigas, como una flor solitaria en un tiesto a la sombra.5

De estos personajes podría decirse, pues, lo que cinco aflos después había de decir Unamuno en Cómo se hace una novela al afirmar que «todos los que vivimos principalmente de la lectura y en la lectura, no podemos separar de los personajes poéticos o novelescos a los históricos... Todo es para nosotros libro, lectura... Somos bíblicos».6 Tanto es así que este mismo problema, el de «separar de los personajes poéticos o novelescos a los históricos», también constituye un tema fundamental de la novela de Tulio Montalbán y Julio Macedo, y no se trata sólo del problema de separarlos sino también de las relaciones complejas y paradójicas entre personaje poético y personaje histórico, y de ahí de las relaciones entre poesía e historia, fantasía y realidad. Tulio Montalbán es recordado en esta novela como héroe nacional de una pequeña república americana, quien ha libertado a su patria del dominio de una fuerte potencia vecina. Personaje histórico, pues —es decir, histórico dentro de la ficción de esta novela— aunque no figura en el argumento de la misma, sino tan sólo como puro nombre y renombre, personaje de leyenda y sujeto de una biografía leída con avidez por Elvira de Solórzano, 4. Véanse mis comemarios sobre los aspectos metaliterarios de estas obras en Unamuno: Niebla (Londres, Grant & Cuder, 1984) y en la Introducción a mi edición de Cómo se hace una novela (Madrid, Guadarrama, 1977). 5. M. DE UNAMUNO, Obras completas, Madrid, Escelicer, 1967; II, pp. 949-950. Para un análisis mucho más detallado del personaje del padre, véase J. GUILLERMO RENART, «Problemas semióticos de la narrativa ideológica de personaje: Tulio Montalbán y Julia Macedo de Unamuno», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, XI (1987), pp. 377-402. 6. OC, Vffl, p. 732.

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quien convierte su figura libresca, por «histórica» que fuera, en la del príncipe imposible de su fantasía, y acaba por enamorarse de él. El «ambiente de isla» creado por el escenario llega a ser, pues, como el de la isla de The Tempest de Shakespeare, un símbolo complejo de ese mundo aparte que es el de la imaginación poética y de la literatura —es decir, del pensamiento, y en última instancia, del lenguaje, de la palabra. Para Elvira el aislamiento en el mundo de la palabra escrita es consecuencia directa de la existencia físicamente aislada impuesta en ella por la pobreza de su padre, y Elvira se pasa la vida leyendo y soñando con la llegada providencial, en noche de tempestad, del príncipe de sus ensueños. A su padre se le ha ocurrido pensar que Tulio Montalbán bien pudiera ser ese príncipe, volviendo a aparecer, no cómo héroe mítico-legendario, sino como hombre de carne y hueso, pues la muerte contada por el biógrafo le parece algo dudosa, pero Elvira sigue convencida, «por estética», que Montalbán tenía que morirse, después de muerta su mujer adorada y libertada su patria, porque ya no cabía en este mundo. La fascinación sentida por la joven ha sido provocada, pues, por un Tulio Montalbán que no se distingue ni se separa en nada del texto escrito que ha creado su romántica leyenda —«leyenda», en el sentido literal y etimológico de «cosas que han de leerse». Efectivamente, como si fuera por estética, más que por mera casualidad, llega a la isla un misterioso emigrante que se presenta bajo el nombre de Julio Macedo. Americano rico, fino y culto, parece ser la misma encarnación de los sueños románticos de la joven, pero la asombran la rapidez con que declara su interés amoroso por ella, y la negativa con que responde a sus deseos de saber algo de su pasado —de su «historia». Según él, Julio Macedo no es sino uno que ha echado el mar a esta isla... un hombre nuevo que empieza a vivir ahora... uno sin historia... ¿Qué importa quién es Julio Macedo? Este que está aquí y que le habla ahora y ]e mira y arde por dentro... El pasado no cuenta. No tengo pasado; no quiero tenerlo. Ahora no quiero sino tener porvenir...7

A pesar del desasosiego que le inspira, Elvira promete hablar con su padre, y le dan permiso para hacerles la visita. Convencido cada vez más de que el hombre es el mismo Tulio Montalbán, el padre recomienda que su hija hable de él al desconocido, y aunque Elvira está igualmente convencida de que si fuera así, su corazón se lo habría anunciado, consiente en hacer la prueba. Decide, por lo tanto, recibir a Julio Macedo con el libro de la «Vida de Tulio Montalbán» en la mano. Prevenido por el padre que Elvira está verdaderamente enamorada del héroe, Macedo le dice casi en seguida que siempre está 7. OC,n,p.956. 135

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mal enamorarse de un ente de ficción, y que es de ficción —es decir, que no es real— ningún tipo que anda en libros, sean de historia o novelas, pues son reales sólo los hombres de carne y hueso como él, que precisamente allí, y precisamente en ese momento «le está sorbiendo con los ojos y el corazón...». 8 Con esto se afirma en los términos más concretos el concepto de la primacía del hombre de carne y hueso sobre el hombre-idea, es decir, el hombre-palabra, y no sólo en cuanto sujeto a su propia mortalidad —como es lo más típico en Unamuno— sino como sujetos de deseos amorosos. En términos del famoso dualismo cartesiano que con tanta frecuencia tiene presente Unamuno, podría decirse que se trata de una primacía de la res extensa sobre la res cogitans.9 Interrogado por Elvira sobre sus conocimientos de la vida de tulio Montalbán, Macedo confiesa haber sido ex-compañero de armas del héroe, y que éste había muerto asesinado por él, por Julio Macedo, porque Montalbán iba a convertirse fatalmente en tirano del mismo país que había liberado. Indignada por esta confesión, la joven ordena que se marche, pues el crimen le inspira un miedo horrible. Ocho días después le escribe Macedo al viejo Solórzano rogando que le conceda una última entrevista para despedirse. Apenas llegado a su casa, Macedo declara que él es —o, mejor dicho, que fue— Tulio Montalbán, y que era, sin embargo, sustancialmente verdadera la historia que había contado de la muerte de ese personaje. Porque ganada la victoria sobre el enemigo, decidió «vivir fuera de toda historia, oscuramente, sin patria alguna, desterrado en todas partes, desterrado en el mundo como un hombre oscuro sin nombre y sin historia».10 Si en un principio esto parece ser expresión de un simple deseo de abandonar la vida de la fama, a lo beatus Ule, pronto se vislumbra en él un anhelo mucho más siniestro, el de abandonar la vida como tal, pues termina su narrativa de la «muerte» del héroe declarando: —Y erré más muerto que vivo, huyendo de mí mismo, de mis recuerdos, de mi historia... Sólo me faltó el valor supremo, el de acabar del todo con Tulio Montalbán. Creí poder sacudirme del personaje y encontrar bajo él al hombre primitivo y original. No era sino el apego animal a la vida y una vaga esperanza... Pero ahora... ¡Ahora sabré acabar con el personaje.11

La «vaga esperanza» que acompaña su apego animal a la vida es la del vol8. oc, n,p. 958. 9. Rene DESCARTES, Principia philosophiae, I, LXIHL La presencia de Descartes, y más aún, de un dualismo radical que con frecuencia recuerda la cartesiana, es particularmente notable en Del sentimiento trágico de la vida, a pesar de las críticas que hace Unamuno allí contra su esfuerzo por probar la inmortalidad del alma como res cogitans a base de la posibilidad de distinguirla lógicamente de la res extensa. 10. OC, H, p. 962. 11. OC, H,p. 962.

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ver a encontrar una mujer como la Elvira con quien se había casado a los dieciocho años, y cuya muerte la había sumido en una desesperación que sólo consiguió olvidar al entregarse a la lucha revolucionaria. Esa mujer se había enamorado del Tulio Montalbán de carne y hueso, y sólo apetecía el silencio y la oscuridad. La segunda Elvira, la de la ilustre familia isleña, le había despertado en un principio esa vaga esperanza de volver a realizar el anhelo de vida intrahistórica, procul negotiis, pero al hacer tan patente su amor por el Tulio Montalbán del libro, sufre el Julio Macedo de carne y hueso un desengaño que vuelve a sumirle en la desesperación, e insiste que ahora tiene que ser falsa toda protestación suya de amor para el hombre de carne y hueso, llámese Tulio o Julio, pues aunque parecen referirse al mismo hombre, no es igual llamarle de uno u otro modo: «—No, no es igual! Y me has llamado, has invocado el nombre, uno u otro, pero el nombre; no me has cojido al hombre, al de carne, al que está aquí, al animal si quieres, y éste sobra». 12 En este momento se supone que a quien sobra el animal, el hombre de carne, es a la joven enamorada del hombre y renombre de Tulio Montalbán, pero se ve al cabo de poco que también le sobra a él. A pesar de rogarle la joven que la perdone, y a pesar de asegurarle que ahora conoce que quería al hombre, Montalbán la rechaza, e insiste que sólo son novelescos los sentimientos que ella ha mantenido, tanto para el hombre como para la leyenda: «No me quería, no, como tampoco quería a Tulio Montalbán; pero si éste era para ella la leyenda, lo que está escrito, yo era el misterio, lo que hay que descifrar. Hombres, ni uno ni otro...» 13 Salido al portal, Macedo se da un tiro en la sien que acaba de anular del todo no sólo al personaje de leyenda sino también al hombre de carne y hueso. Poco después recibe Elvira un paquete que contiene unas «Memorias» escritas en los días que precedieron al suicidio. Según el narrador: En ellas trataba de explicar la diferencia entre el «hombre» y el «personaje», el que respira y goza o sufre en el silencio y la oscuridad del hogar... y el que se agita y hace ruido en la historia de los pueblos... El escrito llevaba por lema unas palabras en latín, tomadas del poema De rerum natura, de Tito Lucrecio Caro, aquellas del verso 58 de su libro III que dicen: eripitur persona, manet res, o sea: «desaparece la persona, queda la cosa».14

Sin leer estas memorias de Julio Macedo, Elvira las junta con la «Vida de Tulio Montalbán» que tanto la habían ilusionado, y las da al fuego, recogiendo 12. OC.D.p. 962. 13. OC, II, p. 963. 14. OC, II, pp. 964-965. Conviene recordar que en la versión teatral de la novela quedó eliminada toda mención de estas «Memorias» con su lema lucreciano. Evidentemente, la estructura del movimiento dramático exigía que la muerte de Tulio Montalbán fuera seguida por un desenlace demasiado rápido para que fuera conservado este elemento de la novela.

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luego sus cenizas «como si fuesen las de dos cuerpos que hubiesen palpitado con vida de carne y sangre y las guardó para ponerlas junto a los restos del suicida».15 De esta manera queda resaltada la sencilla verdad de que los restos del hombre de carne y hueso acaban por ser tan ceniza como los de las páginas quemadas, y las palabras escritas en que se encarna el hombre-leyenda tan cosa como aquél. Al teminar la historia —es decir, la novela— de los Solórzanos isleños Elvira y su padre recuerdan una vez más la frase lucreciana: La historia mata... A todos, padre, a lodos. Al final desaparece la persona y queda la cosa, como dices que decía el lema de esas «Memorias» que reduje a cenizas sin leerlas. Y cenizas es ya mi memoria... —¡Y nosotros... cosas! 16

Ahora bien, para la interpretación de esta novela es interesante recordar también los comentarios que hizo Unamuno sobre el mismo verso en el ensayo titulado «La res humana», que apareció al mismo tiempo que la novela.17 Empieza Unamuno recordando que Marx había dicho alguna vez que la revolución social no la han de hacer los hombres, sino las cosas, a lo cual responde nuestro autor que «... nosotros, por nuestra parte, comentando alguna otra vez ese dogma marxista, nos hemos preguntado si es que los hombres no son también cosas, esto es, causas».18 Luego añade que acaba de leer en el poema de Lucrecio una frase que le ha llamado mucho la atención: Eripiíur persona, manet res! No cabe expresión más enérgica, sobre todo si se tiene en cuenta todo el valor que en latín tiene la voz persona. La cual, empezando, como es ya tan sabido, por significar la máscara o careta con que el actor se cubría la cara para representar el personaje y, por último, el papel que uno representa... en el teatro del mundo, es decir en la Historia... Somos, pues, personas en cuanto sujetos históricos civiles... y queda por debajo del hombTe que come, bebe, duerme, se propaga y sufre, que es la cosa o el hombre-cosa. Porque el hombre es también cosa, res, o, si se quiere, enser, objeto natural y no sólo persona, o sea sujeto histórico. Y ese hombre-cosa es el hombre de carne y hueso al que antaño le llamaban intrahistórico... Podríamos, pues, hablar del hombre personal y del hombre real, o bien de la personalidad y de la realidad humanas. Lo que quiere decir que la personalidad no sea tan efectiva como la realidad." 15. OC, n,p. 965. 16. OC, II, p. 967. 17. En Nuevo mundo, 26 de noviembre de 1920. 18. OC, VII, p. 644. 19. OC, VII, pp. 644-645. donde se lee la frase «... queda por debajo del hombre que come, bebe, duerme...» es probable que las palabras «... queda por debajo del hombre...» sean errata por «queda por debajo el hombre», siendo obvio que el hombre de carne y hueso está por debajo del personaje público —como el actor vivo está debajo de la máscara— y no al revés.

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Es interesante observar que en este concepto se intuye la presencia de un juego de exterioridades e interioridades o de cajas chinas, «formas enchufadas, unas y otras»,20 como los que tanto abundan en el pensamiento unamuniano. La forma exterior es, desde luego, la de la persona, o máscara, por debajo de la cual está la realidad palpitante del hombre de carne y hueso, y por debajo de éste, la res, con todo el valor que tiene en latín, junto con el de la homónima voz castellana, y por debajo de él, la pura cosa material. Es significativo que en estos comentarios sobre el hombre intrahistórico el término no tiene ya las resonancias místicas del quid dividum que en En torno al casticismo constituye la cualidad intrínseca de todo dentro. Lo intrahistórico es en este ensayo algo fisiológico, corpóreo, y material, y al contrario de lo que se ve en la novela, la persona y personalidad humanas están valorizadas muy por encima del hombre-cosa o res humana. Tras afirmar que la personalidad humana es tan efectiva —luego, no fantasmal ni ilusoria— como la realidad humana, Unamuno recuerda la violencia de la historia europea reciente, añadiendo a sus comentarios anteriores: Y hoy vemos que la personalidad humana se está disolviendo en la realidad selvática, prehistórica. Las luchas de nuestros días... van tomando un terrible carácter de lucha de piara, de cosas, de reses, en su más estricto sentido.21

Entre la valoración del hombre-cosa que encontramos en el ensayo y la que ha motivado a Julio Macedo hay, pues, una evidente contradicción, lo cual nos recuerda ...por si lo hubiésemos olvidado— que las palabras e ideas del personaje novelesco no deben ser tomadas como expresión directa del pensamiento de su autor. Como en otras muchas novelas unamunianas, el «caso de espíritu» 22 manifestado en el protagonista de ésta es representación de un error fundamental respecto a las relaciones entre el mundo de nombres y pensamientos —la res cogitans cartesiana— y el de cuerpos y sustancias materiales —la res extensa. Los lectores de Del sentimiento trágico de la vida saben que la res extensa, manifestada en el hombre de carne y hueso, es para Unamuno el punto de partida para toda filosofía, por radicar el pensamiento mismo en los instintos biológicos del hombre de carne y hueso. Y en ese sentido podría hablarse de una primacía del cuerpo sobre el nombre y pensamiento, o de la res extensa so-

bre la res cogitans? 20. Concepto que aparece por vez primera, expresado con estas palabras citadas de En torno al casticismo. Véase OC, I, p. 790. 21. OC, VII, p. 645. 22. Recuerdo aquí la frase que Unamuno empleaba al hablar de su Alejandro Gómez en una carta a Francisco Bermejo y compañeros, citada por Manuel García Blanco en OC, II, p. 39. 23. He comentado más por extenso la cuestión de la primacía de cuerpo y materia sobre nombre y pensamiento en mi ensayo, «Unamuno and the Primacy of Languague», en Studies in Honor o]

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Pero no por eso conviene pensar que cuerpo y sustancia material tengan un valor absoluto en sí, sin persona —es decir, sin papel dramático en la vida social humana. El ensayo sobre la res humana revela, pues, que el error —o mala fe— existencial de Julio Macedo consistía justamente en rechazar a su persona, pues la persona es personalidad, pensamiento, y vida consciente. El esfuerzo por anular a Tulio Montalbán, a su propia persona en el drama de la vida, tiene el efecto inevitable de reducir a Julio Macedo a la pura cosidad de sus restos mortales. Héroe —o monstruo— del «no querer ser» persona, Julio Macedo nos revela que la consecuencia directa de ese no querer ser es el «querer no ser» carne y hueso que le lleva al suicidio.24 Como ha observado muy atinadamente Ricardo Gullón, Julio Macedo «no puede ser hombre "natural" sin ser persona, y la contradicción entre el uno y la otra es irresoluble: viven bajo la misma piel y tejidos de idéntica sustancia».25 Como otras muchas novelas de Unamuno, Tulio Montalbán y Julio Macedo es ejemplar en lo que revela sobre los peligros derivados de un error metafísico respecto a la realidad del ser humano, independientemente de cualquier persona o máscara que lleve. Y en última instancia, revela que en una novela el problema de la metaficción, es decir, la cuestión de la condición ontológica de los entes de ficción, es enteramente paralelo al de la metafísica como reflexión sobre la naturaleza del ser en sí mismo, independientemente de sus diversas manifestaciones o fenómenos.26 O para decirlo en los términos lucrecianos recordados por Julio Macedo y Don Miguel de Unamuno, de lo que se trata es de la cuestión de la res que queda cuando desaparece la máscara que es la persona.

Bruce W. Wardropper, edrDian Fox, Harry Sieber Se. Ter Horst, Newark Delaware, Juan de la Cuesta, 1989, pp. 205-219. 24. Recuérdense los comentarios de Unamuno sobre el «querer» y «no querer» y el «ser» y «no seo> en el prólogo a sus Tres novelas ejemplares, OC, II, p. 973. 25. R. GULLÓN, Autobiografías de Unamuno, Madrid, Gredos, 1964, p. 165. 26. Conviene recordar a este propósito la definición de la metafísica como «saber que pretende penetrar en lo que está situado más allá o detrás del ser físico en cuanto tal», que se encuentra en el Diccionario de filosofía de José FERRATER MORA, entendiendo el concepto de «ser físico» en el sentido de «ser empírico y fenomenal». No he podido encontrar definiciones del neologismo «metaficción» por autoridad tan acreditada como Ferrater Mora, pero para unos comentarios sobre ese concepto en Niebla véase mi estudio monográfico citado en la nota 4.

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